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ARGUMENTO: JESUCRISTO, ¡EN VERDAD RESUCITÓ!

Al llegar al pueblo adonde se dirigían, Jesús hizo como que iba a seguir adelante. Pero ellos lo obligaron a quedarse, diciendo: —Quédate con nosotros, porque ya es tarde. Se está haciendo de noche. Jesús entró, pues, para quedarse con ellos. Cuando ya estaban sentados a la mesa, tomó en sus manos el pan, y habiendo dado gracias a Dios, lo partió y se lo dio. En ese momento se les abrieron los ojos y reconocieron a Jesús; pero él desapareció. Y se dijeron el uno al otro: —¿No es verdad que el corazón nos ardía en el pecho cuando nos venía hablando por el camino y nos explicaba las Escrituras? Sin esperar más, se pusieron en camino y volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los once apóstoles y a sus compañeros, que les dijeron: —De veras ha resucitado el Señor, y se le ha aparecido a Simón. Entonces ellos dos les contaron lo que les había pasado en el camino, y cómo reconocieron a Jesús cuando partió el pan.

Lucas 24,28-35

 

A mediados de los años 70, el por entonces célebre psíquico de origen israelí Uri Geller, visitó Colombia para hacer gala en un programa de televisión de sus poderes mentales. Recuerdo aun cuando todos en familia nos reunimos alrededor del televisor para presenciar como doblaba una cuchara frotándola con sus dedos pulgar e índice. No podía haber engaño alguno, todo estaba ocurriendo enfrente de nosotros. La cámara enfocó de cerca las manos de este poderoso mentalista y vi con mis propios ojos como el metal aparentaba fundirse. El momento cumbre llegaría cuando aseguró que podía arreglar los relojes dañados de los televidentes usando solamente el poder de su mente. Mi hermano corrió rápidamente a buscar uno y fue siguiendo paso a paso las instrucciones que iba dando. Las manecillas no se movieron. El consenso fue que seguramente nos faltó acercarlo más al televisor para haber captado con mayor fuerza la energía reparadora que Uri Geller estaba enviando. Al día siguiente muchos compañeros de colegio aseguraron que habían vuelto a la vida su viejo reloj descompuesto.

Por algunos años seguí pensando que este tipo de poderes realmente existían. Y como no creerlo si los había presenciado en vivo y en directo. El encanto desapareció cuando a finales de los 70, el ilusionista y escapista James Randi[1], famoso por su programa televisivo Wonderama, acusó a Uri Geller de no ser más que un charlatán que usaba los trucos que los magos conocían para hacerlos pasar como poderes mentales. Lo retó varias veces a demostrar sus habilidades en su presencia, pero éste nunca aceptó. Randi insistió en su reto en el libro La magia de Uri Geller en el que explicaba cada una de las supuestas demostraciones de fuerza mental, con los trucos y técnicas usados por los magos para lograr la misma presentación y resultado.

Con este antecedente y una discusión en radio con un parapsicólogo, James Randi creó en 1964 lo que hoy se conoce como el Reto del Millón de dólares de lo Paranormal[2], que consiste en recompensar con esa cantidad de dinero a cualquier persona que demuestre tener una habilidad supernatural o paranormal bajo las condiciones que imponga Randi. Desde el nacimiento del premio, que comenzó con diez mil dólares, hasta cuando concluyó en el 2015 con el millón, unas mil personas aplicaron en los 21 años de vida del desafío, sin que ninguna de ellas lograra reclamar el premio al fallar en sus pretendidos poderes, cuando los demostraban bajo las condiciones especificadas por la fundación que administraba el reto, y no por las del ejecutante. En la actualidad existen más de cien organizaciones[3] de este tipo a lo largo de todos los continentes que ofrecen premios de diferentes cantidades al que demuestre este tipo de habilidades. Las recompensas continúan sin entregarse.

Increíbles trucos de magia que se pueden hacer pasar por super poderes sobrenaturales han acompañado la historia de la humanidad desde tiempos muy remotos, como los efectuados por la corte de brujos del faraón de Egipto cuando Moisés y Aarón fueron a pedirle que liberara al pueblo[4] judío. El Señor les había dicho que, si el faraón les pedía una señal, arrojaran el bastón al suelo que se convertiría en serpiente. Así lo hicieron y éste se convirtió en el prometido reptil. Nos dicen las escrituras que el faraón, por su parte, mandó llamar a sus sabios y magos, los cuales con sus artes mágicas hicieron también lo mismo: cada uno de ellos arrojó su bastón al suelo, y todos se convirtieron en una serpiente, aunque la de Aarón se comió las otras. ¿Poseían los súbditos del monarca egipcio poderes especiales? Ciertamente que no, eran simplemente magos que sabían hacer buena magia.

Los hechiceros de Egipto desde hace mucho tiempo han sido reconocidos como expertos en la actividad de encantar culebras; y particularmente al presionar la nuca del cuello pueden guiarlas a una clase de catalepsia, lo cual las hace rígidas e inamovibles, pareciendo que se transforman en varas. Ellos disimulan el reptil alrededor suyo, y por medio de actos de juegos de manos la sacan de sus vestidos como una vara rígida y recta. El famoso mago Walter B. Gibson[5] en su libro Secretos de la Magia explica paso a paso como realizar el truco.

Ante la negativa del faraón en el primer intento, Moisés y Aarón regresaron una segunda vez, he hicieron el mismo pedido y volvieron a recibir un no como respuesta. Aarón extendió su vara sobre las aguas del rio Nilo y todas las aguas de Egipto se convirtieron en sangre. Esta seria conocida como la primera de las diez plagas que azotarían esta nación por la dureza de corazón del faraón ante el pedido de liberar al pueblo de Israel. Los magos egipcios también hicieron teñir de rojo otras fuentes de agua. El faraón pensó que, si sus hechiceros habían logrado reproducir la «magia» de los emisarios de Dios, quería decir que no había nada que temer de ese dios, así que se mantuvo en su negativa. La siguiente plaga fue la de la invasión de ranas. Los brujos reales también fueron capaces de imitar la súbita aparición de los batracios. Hasta ahora él no había visto nada que lo impresionara, como para tomar en serio las solicitudes de liberar a sus esclavos israelitas. Las plagas que sucedieron después, los magos de la corte no fueron capaces de imitarlos, pero con las que sí pudieron, fueron suficientes para que el faraón dudara que Moisés y Aarón fueran mensajeros de un dios poderoso. Era claro para él que eventualmente sus brujos llegarían a aprender esos trucos. Sin embargo, la última plaga fue definitiva. Ella hizo doblegar la terca voluntad del gobernante y finalmente accedió al pedido de los escogidos de Dios. La muerte de todos los primogénitos fue tan contundente porque el faraón sabía que ante ella no había nada que hacer. Era el fin de todos los fines. No existe magia que pueda volver a la normalidad ese evento. El muerto, muerto queda hasta hacerse cenizas.

Lawrence Alma-Tadema fue un pintor holandés neoclasicista de la época victoriana, formado en Bélgica y residenciado en Inglaterra desde 1870. Se hizo famoso por sus detallados y suntuosos cuadros inspirados en el mundo antiguo. Entre sus más célebres se encuentra uno titulado La muerte del primer hijo del faraón[6], exhibido en el museo Rijksmuseum en la ciudad de Ámsterdam, Holanda. Lawrence pintó al faraón de Egipto con el cuerpo de su hijo mayor, ya cadáver, sobre su regazo. La madre se aferra a él con desesperación y angustia. Los sirvientes hacen duelo y los bailarines están realizando la danza de la muerte. La iluminación tenebrosa de las velas acentúa el dramatismo de la escena. El Faraón ocupa la figura central, como corresponde a su rango. Aunque su porte es imponente y se encuentra con todos los atributos de su poder, la presencia del cadáver de su hijo nos muestra, en realidad, toda su fragilidad. Un cuerpo cianótico, especialmente en labios y uñas, que porta una cadena de oro con el escarabajo sagrado como amuleto protector (muy poco efectivo a juzgar por los resultados). Al fondo, a la izquierda, en medio de la penumbra, están los líderes israelitas Moisés y Aarón, cuya siniestra presencia viene a recordarle al faraón que se han cumplido sus vaticinios. Saben que de la boca del gobernante están a punto de brotar las palabras: «! Hebreos, se pueden largar de Egipto ¡» Pero, a la derecha del faraón, llama la atención la figura de un abatido médico. Se encuentra sentado sobre el suelo, con los ungüentos que constituyen su arsenal terapéutico a sus pies (tan poco efectivos, como el escarabajo), que muestra su impotencia y desolación ante lo que no comprende.

La muerte es lo único a lo que realmente le ha temido el hombre, ya que se lleva al hueco toda esperanza de un mañana. Ni los magos que retrató Lawrence en esta pintura, ni la ciencia más avanzada han logrado evitarla y mucho menos revertirla. Pero ¿es cierto que ante la muerte no hay nada que hacer? ¿El muerto, muerto queda? ¿Puede el dueño de la vida hacer alguna excepción a esta ley?

 

 

 

Argumento: Jesucristo, ¡en verdad resucitó!

Papá, mamá y sus dos hijos, uno de diez años y el otro de siete, se encontraban muy emocionados porque se acababan de mudar a su nueva casa. Apenas habían terminado de desempacar y poner en su lugar la mayoría de sus pertenencias, decidieron cambiar los colores del interior de la casa. Ya habían estado pensando en el asunto, así que compraron las pinturas y se pusieron manos a la obra. Comenzaron por la sala y se propusieron terminarla ese mismo día, sin importar la hora. Completamente distraídos en su labor, el padre mira su reloj y se da cuenta que ya es casi la medianoche y los dos pequeños no se han ido a la cama. Casualmente el menor entra en ese momento y el papá le pregunta por su hermano, a lo que éste le contesta que está viendo televisión. El padre le dice que por favor le diga que él manda a decir que apague inmediatamente la televisión y se vayan a acostar. Obediente el niño, va a donde él y le dice: «que manda a decir mi papá que apague inmediatamente la televisión y que se vaya a acostar». El mayor entra en una disyuntiva. Piensa que es posible que este inventando la historia, para que él, cuando haya apagado el aparato y se haya ido al cuarto, su hermano prenda de nuevo el televisor y se ponga a ver su programa favorito. De otro lado, si es cierto que su hermano está transmitiendo la orden de su padre y no la obedece, se estaría buscando un problema. ¿Cómo saber que el mensaje es verdadero? ¿Cómo saber que puede confiar en el mensajero?

El sentido común siempre nos ha indicado que, ante una orden, el dilema de obedecerla o no se resuelve fácilmente por la autoridad de quien la emite. Sin embargo, desde nuestro origen este no parece haber sido siempre el caso. Cuando Dios les dijo a nuestros primeros padres Adán y Eva —en el paraíso— que no podían comer del árbol del bien y del mal porque de hacerlo morirían, la serpiente le dijo a Eva que si podían comerlo. ¿A quién creerle? ¿A Dios o la serpiente? Parece que en principio la cuestión no tiene mucho que pensarle y que la opción correcta estaba dada, pero no fue así y ya sabemos que hicieron y las consecuencias que tuvo esa mala decisión.

Cuando Jesús fue arrestado en el monte de Getsemaní y llevado al sanedrín para ser supuestamente juzgado de acuerdo con las normas judías por el delito de blasfemia, ya que había afirmado ser el Hijo de Dios, sus acusadores lo declararon culpable y lo remitieron al gobernador romano Poncio Pilato para que llevara a cabo la sentencia de muerte. Éste le hace primero un breve interrogatorio en el pretorio[7]. «¿Eres tú el Rey de los judíos?» a lo cual Jesús le responde con otra pregunta «¿Eso lo preguntas tú por tu cuenta, o porque otros te lo han dicho de mí?» Pilato le responde «¿Acaso yo soy judío? Los de tu nación y los jefes de los sacerdotes son los que te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?» Jesús le contestó: «Mi reino no es de este mundo. Si lo fuera, mis propios guardias pelearían para impedir que los judíos me arrestaran. Pero mi reino no es de este mundo.»[8].

El tema de la blasfemia le tendría sin cuidado al gobernador, ya que el paganismo tenía infinidad de dioses, así que dicha acusación ostentaba un peso y connotación muy diferente a la de los judíos, era irrelevante para los romanos, hasta divertido. Pero el que Jesús hubiera hablado de un «reino», eso ya era otra cosa. Eso ya era pasar al campo político que si competía a su jurisdicción. Por eso Pilato quiere asegurarse que entendió correctamente y le pregunta «¿Así que tú eres rey?», y Jesús no solo le contesta afirmativamente, sino que le revela el propósito de su existencia: «Yo nací y vine al mundo para decir lo que es la verdad.»[9]

Tenemos a un hombre que dice ser el Hijo de Dios, que solo habla con la verdad, que todas las profecías que hablaban de la venida del Mesías se cumplieron en Él. ¿Cómo podemos comprobar su autoridad? ¿Cómo podemos estar seguros de que Él sí es el mensajero de Dios?

Como le dijo Dios a Moisés: o se es un verdadero profeta o no se es. No hay tal de profetas a medias. Si todas las profecías de Jesús se cumplieron, demostrando ser un verdadero profeta, ¿qué evidencia podemos aportar para descalificarlo como tal? Ciertamente sus milagros no fueron suficientes para demostrar su verdadera identidad, ya que cuando los fariseos y los saduceos le pidieron una señal Él no mencionó que había devuelto a Lázaro a la vida, ni les recordó que alimentó a miles con solo cinco panes y dos peces —en al menos dos oportunidades—, no dijo nada de todos los ciegos que les había restaurado la vista, ni de los paralíticos que ahora caminaban. No dijo una sola palabra de sus milagros. Dijo que la única señal que les daría sería la de «su resurrección», finalmente Él se distinguiría por algo que jamás profeta alguno había hecho en el pasado: volver de la tumba. El Antiguo Testamento registra prodigiosos milagros hechos por Dios a través de sus profetas, pero esto era inédito.

De manera que la única prueba que Jesús ofreció de que Él era quien decía ser, no fueron sus milagros, sino su resurrección, de ahí que sea el pilar del cristianismo. La resurrección del Mesías y el cristianismo se mantienen juntos de pie o se caen los dos al tiempo. En el instante que apareciese una prueba irrefutable que demostrará que la resurrección del Señor fue el montaje mejor planeado de la humanidad, nuestra religión se acabaría. En más de dos mil años no ha aparecido, todo lo contrario, se recopilan más y más evidencias que la soportan.

El significado de la resurrección cae en el campo de la teología, pero la desaparición del cadáver de Jesús cae en el campo de la historia. Para que un evento pueda ser llamado como histórico, requiere de dos condiciones: ha de conocerse el «dónde» y el «cuándo», es decir que tiene que haber ocurrido en un espacio y en un tiempo.

La resurrección de Jesús fue un hecho histórico. Él fue sepultado en una tumba que estaba cavada en la roca de una colina cercana a la ciudad de Jerusalén en la época en que el prefecto de la provincia romana de Judea era Poncio Pilato, quien gobernó entre los años 26 y 36 de nuestra era. Hay un «dónde» y un «cuándo». José de Arimatea fue un ser real, miembro del sanedrín, adinerado y de gran influencia en los ámbitos del gobierno local. Nicodemo, quien ayudó a sepultar a Jesús, aportó cien libras de mirra y áloe para el embalsamamiento, también fue miembro adinerado del sanedrín, y mencionado en varios libros apócrifos de la antigüedad. Su tumba fue encontrada junto a la del mártir Esteban en el año 415 d.C. José ben Caifás era el sumo sacerdote del sanedrín y terminó siendo el juez que condenó a muerte a Jesús, también fue un personaje real. Los restos de su casa pueden ser visitados en Jerusalén y su osario se encuentra expuesto actualmente en el museo de Israel en esta misma ciudad. Existen monedas de bronce que fueron acuñadas en Galilea entre el 26 y 36 d.C., para conmemorar el periodo de gobierno de Poncio Pilato. Todos los personajes que participaron, directa o indirectamente en la pasión y muerte de Jesús, fueron reales y tuvieron un lugar en la historia. Sabemos de ellos no solamente por las narraciones bíblicas, sino por muchas otras fuentes seculares, además de la gran cantidad de hallazgos arqueológicos que involucran a todos estos personajes.

Sabemos dónde están los huesos de Abraham, Mahoma, Buda, Confucio, Lao-Tzu y Zoroastro, pero ¿dónde están los de Jesús? La naturaleza del cuerpo de Jesús resucitado puede que sea todo un misterio, pero el hecho de que el cuerpo desapareció de la tumba es un asunto que debe ser decidido por la evidencia histórica, como la que presentaré más adelante.

Toda la evidencia que encontramos en el Nuevo Testamento y en la literatura de la iglesia primitiva muestra que la prédica de la buena noticia del evangelio no era «Siga las enseñanzas de ese Maestro y pórtese bien» sino «Jesucristo resucitó de entre los muertos». No se puede quitar la resurrección del cristianismo sin alterar radicalmente su carácter y destruir su verdadera identidad.

Mencionaba en el capítulo anterior que Dios le dijo al pueblo de Israel que el verdadero profeta se distinguía muy fácil (Deuteronomio 18,21-22): si sus profecías se cumplían era verdadero y sino; era pues un falso profeta. Jesús, al igual que otros profetas del Antiguo Testamento, profetizó su traición, pasión, muerte, resurrección, la persecución a los cristianos, la destrucción de Jerusalén y muchas otras cosas más:

A partir de entonces Jesús comenzó a explicar a sus discípulos que él tendría que ir a Jerusalén, y que los ancianos, los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley lo harían sufrir mucho. Les dijo que lo iban a matar, pero que al tercer día resucitaría. Mateo 16,21

Jesús, yendo ya de camino a Jerusalén, llamó aparte a sus doce discípulos y les dijo: —Como ustedes ven, ahora vamos a Jerusalén, donde el Hijo del hombre va a ser entregado a los jefes de los sacerdotes y a los maestros de la ley, que lo condenarán a muerte y lo entregarán a los extranjeros para que se burlen de él, lo golpeen y lo crucifiquen; pero al tercer día resucitará. Mateo 20,17-19

Después de decir esto, Jesús se estremeció y manifestó claramente: «Os aseguro que uno de ustedes me entregará» […] Jesús le respondió: «Es aquel al que daré el bocado que voy a mojar en el plato». Y mojando un bocado, se lo dio a Judas, hijo de Simón Iscariote. Juan 13,21-26

Jesús le dijo: —Te aseguro que esta misma noche, antes que cante el gallo, me negarás tres veces. Mateo 26,34

Cuídense ustedes mismos; porque los entregarán a las autoridades y los golpearán en las sinagogas. Los harán comparecer ante gobernadores y reyes por causa mía; así podrán dar testimonio de mí delante de ellos. Pues antes del fin, el evangelio tiene que anunciarse a todas las naciones. Marcos 13,9-10

Al salir Jesús del templo, uno de sus discípulos le dijo: —¡Maestro, mira qué piedras y qué edificios! Jesús le contestó: —¿Ves estos grandes edificios? Pues no va a quedar de ellos ni una piedra sobre otra. Todo será destruido. Marcos 13,1-2

Jesús como gran versado de las Escrituras, tenía que conocer las palabras que Dios dijo a través de Ezequiel con respecto a los falsos profetas «Por eso yo, el Señor, digo: Como ustedes dicen cosas falsas y sus visiones son mentira, yo estoy contra ustedes. Yo, el Señor, lo afirmo. Voy a levantar la mano para castigar a los profetas que tienen visiones falsas y cuyas profecías son mentira» (13,1-16). Todas las profecías que hizo Jesús se cumplieron, incluyendo la destrucción del templo de Jerusalén, una profecía que nadie hubiera creído posible ya que se trataba de una construcción extremadamente grande: quinientos metros de largo por trescientos de ancho, edificada con enormes bloques de piedra de toneladas de peso cada una. Era toda una fortaleza. Sin embargo, en el año 66 d.C., la población judía se rebeló en contra del Imperio romano y cuatro años después las legiones del emperador Vespasiano, bajo las órdenes de su hijo Tito, destruyeron la mayor parte de Jerusalén incluido el Gran Templo, después de un asedio de más de cinco meses. El arco de Tito, levantado en Roma para conmemorar la victoria en Judea, representa a los soldados romanos llevándose la Menorah del Templo.

Con su resurrección, Jesús demostró que Él no estaba loco, ni mintiendo cuando afirmaba ser el Hijo de Dios. Ciertamente era el mensajero del Padre que venía a darle un nuevo orden y significado a lo que los profetas habían escrito. Todas las Escrituras quedaban convalidadas ya que Él las mantenía muy presentes, las explicaba y las cumplía, un hombre que solo vino a decir la «verdad» no citaría las Escrituras a menos que también fueran verdad. Es más, hasta parecía obsesionado con ellas ya que las mencionaba constantemente y no perdía oportunidad de demostrar su aplicabilidad y sabiduría. Cuando el Señor se refugió por cuarenta días en el desierto y tuvo el encuentro con el diablo, a las peticiones de éste le responde con tres citas de la Biblia[10]. A la de que las piedras se conviertan en pan, el Señor respondió: «La Escritura dice: “No sólo de pan vivirá el hombre.”». A la oferta de riquezas, Jesús replicó: «La Escritura dice: “Adora al Señor tu Dios, y sírvele sólo a él.”». Cuando le propuso tirarse del templo, su respuesta fue: «También dice la Escritura: “No pongas a prueba al Señor tu Dios.”» Para Jesús, las preguntas o las dudas tienen respuesta en las Escrituras. Sobre si se puede trabajar en sábado, Él les dijo: «A ustedes les pregunto: ¿Qué permite hacer la Ley en día sábado: hacer el bien o hacer daño, salvar una vida o destruirla?»[11]. A la pregunta, ¿qué debo hacer para conseguir la vida eterna? Jesús respondió: «¿Qué está escrito en la Escritura? ¿Qué lees en ella?»[12]. Sobre el mandamiento más importante de la Ley, Jesús les cita el libro del Deuteronomio: «Amarás al Señor tu Dios»[13]. Jesús muestra su autoridad al presentar las Escrituras como guía. Incluso, en varias ocasiones el Señor reprende a los que no la leen. Cuando hecha a los vendedores del templo, aclara: «En la Escritura se dice, Mi casa es casa de oración»[14]. Al final de su parábola de los viñadores, Jesús les dice a las autoridades judías: «¿Nunca han leído ustedes las Escrituras? Dicen: “La piedra que los constructores despreciaron se ha convertido en la piedra principal.”»[15]. En muchas otras ocasiones Jesús hace referencia a las Escrituras, por ejemplo: «Ustedes estudian las Escrituras con mucho cuidado, porque esperan encontrar en ellas la vida eterna; sin embargo, aunque las Escrituras dan testimonio de mí, ustedes no quieren venir a mí para tener esa vida.»[16]. Los judíos lo admiraban por conocer las escrituras: «¿Cómo puede conocer las Escrituras sin haber tenido maestro?»[17]. Cuando invita a la gente a creer en Él: «Si alguien tiene sed, venga a mí, y el que cree en mí, que beba. Como dice la Escritura, del interior de aquél correrán ríos de agua viva.»[18].

¿Cómo habría Jesús usado las Escrituras para corregir al equivocado, reprendido al que obraba mal, guiar al perdido, educar al ignorante y defenderse de las tentaciones, utilizando las Sagradas Escrituras, si ellas no fueran realmente la Palabra de Dios? En ningún momento el Señor le restó autoridad a las Escrituras, todo lo contrario, Él vino a cumplir lo que estaba escrito hasta ese momento: «No piensen que he venido para poner fin a la Ley o a los Profetas; no he venido para poner fin, sino para cumplir. Porque en verdad les digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, no se perderá ni la letra más pequeña ni una tilde de la Ley hasta que toda se cumpla»[19].

Si se demuestra que Jesús murió y resucitó, que no permaneció en la tumba, sino que volvió a la vida, quiere decir que verdaderamente es el Hijo de Dios, que es el enviado del Padre para comunicarnos su voz, que todo lo que Él habló es «verdad», que podemos confiar en sus palabras, que imprime el sello de «verdaderos» a las Escrituras y que por lo tanto podemos decir con plena confianza que la Biblia es la Palabra de Dios y que podemos confiar plenamente en esa forma que Él escogió para comunicarse con nosotros.

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