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CUARTA TESIS: LA ESCENA DE LOS HECHOS

El primer elemento de esta triste escena es un cadáver. Jesús murió en la cruz. Algunos detractores de la resurrección aseguran que el Maestro sobrevivió el martirio y que lo bajaron vivo del madero. Los doctores William Edwards, Wesley Gabel y Floyd Hosner, patólogos de la Clínica Mayo de Rochester, Massachusetts publicaron en la revista médica Journal of the American Medical Association en su edición del 21 de Marzo de 1986 el siguiente informe: Veamos en primer lugar, la salud de Jesús, pues los rigores de sus caminatas por toda la tierra de Israel hubieran sido imposibles si Él no hubiera gozado de una buena salud. Se asume pues, que Jesús estaba en perfectas condiciones físicas antes de su arresto en el Huerto de Getsemaní. Posteriormente, el estrés emocional, la falta de sueño y comida, los golpes que sufrió de manos de los soldados romanos y la larga caminata hacia el monte Calvario le hicieron vulnerable a los efectos fisiológicos adversos a la flagelación. En seguida la Biblia nos revela que en el Huerto de Getsemaní «sudó grandes gotas de sangre», fenómeno que a la luz de la ciencia es conocido como hematohidrósis (sudor sanguinolento: Mateo 26,36-38; Lucas 22,44). Esto suele ocurrir en estados altamente emocionales cuando la hemorragia de las glándulas sudoríparas ocasiona que la piel quede excesivamente frágil. Durante la flagelación que experimentó por parte de los soldados romanos sufrió laceraciones profundas, pues estos látigos estaban formados de cinco colas con puntas de plomo y huesos en sus puntas (Mateo 27,24-26). Estos látigos se enrollaban en el pecho y espalda de la víctima desgarrándole la mayor parte de los tejidos subcutáneos y por medio de este castigo los soldados pretendían debilitar a la víctima y llevarla a un estado muy cercano al colapso o a la misma muerte. El grado de pérdida sanguínea determinaba, generalmente, el tiempo que la víctima sobrevivía en la cruz. La pérdida de sangre de Jesús preparó el terreno para un estado de shock hipovolémico (estado donde existe una discrepancia entre la capacidad de los vasos sanguíneos y su contenido). La hipovolemia significa una disminución del volumen sanguíneo, ya sea por pérdida de sangre o por deshidratación, la cual reduce también la presión circulatoria de la sangre que regresa al corazón. A esto es a lo que se le llama estado de shock. Las heridas de los látigos en la espalda de Jesús fueron cubiertas con un manto de púrpura, el cual, al llegar al lugar de su crucifixión, le fue arrancado, reabriendo de esta manera sus heridas y arrancando su piel por toda la sangre que tenía coagulada (Mateo 27,27-31). Durante la crucifixión los brazos y las piernas de Jesús fueron totalmente estirados y colocados sobre la cruz juntamente con su espalda ensangrentada, pues los clavos eran colocados entre el hueso radio y los huesos del carpo. Aunque no producían fracturas, el daño al periostio (la membrana que cubre los huesos) era dolorosísima. Seguramente los clavos también le cortaron el nervio mediano, lo cual debió haberle ocasionado espasmos intensísimos de dolor en ambos brazos y piernas durante el procedimiento. Todo esto debió haberle producido una parálisis en parte de sus manos, pues los ligamentos son atrapados en el trayecto de los clavos ocasionando lo que se llama, una «mano de garra». Los clavos de los pies le atravesaron entre los huesos del tarso y, seguramente también, le ocasionaron lesiones profundas en los nervios. El mayor efecto fisiológico de la crucifixión fue la interferencia con la respiración normal, especialmente durante la exhalación, ya que el cuerpo tiende a fijar el tórax en estado de inhalación. Esto, junto con la fatiga muscular, le debió haber ocasionado calambres musculares y contracciones intermitentes. En el Evangelio de Juan se enfatiza la salida repentina de sangre y agua cuando uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza (Juan 19,34), lo cual, de acuerdo con la cardiología moderna, correspondió al líquido pericárdico que sale del pericardio (capa que envuelve al corazón). Indicaciones de que no solo perforó el pulmón derecho sino también el pericardio y el corazón, asegurando por lo tanto su muerte. De acuerdo con esto, las interpretaciones basadas en la presunción de que Jesús realmente no murió en la Cruz aparecen en desacuerdo con el conocimiento médico moderno. Los soldados romanos estaban tan familiarizados con la muerte que la sabían reconocer cuando la veían. Conocían muy bien como lucía un difunto y por eso el soldado romano, que se encontraba al frente de Jesús, exclamó al verlo morir «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios» . Seguramente es el mismo soldado que le informó a Pilato que ya había muerto y por lo tanto podía entregar el cadáver a José de Arimatea, cuando este fue a pedírselo: «Pilato, sorprendido de que ya hubiera muerto, llamó al capitán para preguntarle cuánto tiempo hacía de ello. Cuando el capitán lo hubo informado, Pilato entregó el cuerpo a José.» . El segundo elemento de la escena es la tumba donde se guardó ese viernes el cadáver de Jesús. La palabra tumba o sepulcro aparece treinta y dos veces en los relatos bíblicos de la resurrección, lo que demuestra la importancia que le dieron los apóstoles a este lugar. Eusebio de Cesárea —el padre de la historia de la iglesia— nos cuenta en su obra Teofanía, la descripción que le hizo la emperatriz Helena , primera protectora del Santo Sepulcro: La tumba misma era una cueva que había sido labrada; una cueva que había sido cortada en la roca y que no había sido usada por ninguna otra persona. Era necesario que la tumba, que en sí misma era una maravilla, cuidara sólo de un cadáver. En marzo de 2016, las seis órdenes que custodian el Santo Sepulcro (Iglesia Ortodoxa Griega, Católica Romana, Apostólica Armenia, y las Ortodoxas Siria de Antioquía, Copta y Etíope) dieron su aval para que un equipo de la Universidad Técnica Nacional de Atenas llevara a cabo una inspección y restauración del Edículo, la estructura que cubre el sepulcro. El costo de la obra, de más de cuatro millones de dólares, fue financiado principalmente por el rey Abdullah II de Jordania, y un obsequio de 1.3 millones de dólares de Mica Ertegun al Fondo Mundial de Monumentos. Los arqueólogos consideraron imposible afirmar fehacientemente, que en el sitio hoy venerado estuvo la efímera tumba de Cristo, pero sí pueden sostener que la actual Iglesia y el Santo Sepulcro están en la misma ubicación fijada en el siglo IV por Santa Helena y su hijo Constantino. Cuando la madre del emperador y su séquito llegaron a Jerusalén, alrededor del año 325, sus investigaciones los llevaron hacia un templo romano —pagano— construido unos doscientos años antes. Ese edificio fue demolido y debajo se halló una tumba tallada en una cueva de piedra caliza. Para exponer el interior del sepulcro, en el cual el cuerpo de Jesús había sido depositado sobre una cama labrada en la piedra, se talló la parte superior de la cueva. Y para preservarlo se construyó el Edículo, una suerte de templete que rodea la tumba y que se conserva hasta nuestros días. De este Edículo se extrajo unas muestras de argamasa que fueron analizadas por dos laboratorios diferentes para determinar su antigüedad. El resultado es que los materiales usados en la construcción datan del siglo IV d.C., evidenciando la continuidad en la ubicación del sitio en donde reposaron los restos de Jesús por tres días, a pesar de los muchos ataques y siniestros del que ha sido objeto este lugar sagrado por más de mil setecientos años. El tercer elemento en la escena es la sepultura. Sabemos más de ésta que de la de cualquier personaje famoso de la antigüedad, incluyendo faraones, reyes, emperadores y filósofos. Del entierro de Jesús sabemos quién tomó el cuerpo después de certificarse su muerte, conocemos el nombre de la persona que donó las especies para su embalsamamiento y de cuanta cantidad fue la donación. Está documentado el nombre de las personas que participaron de todos los preparativos necesarios que la costumbre dictaba para depositar el cadáver en su destino final. Se sabe quién era el dueño de la tumba, como también su lugar de nacimiento, filiación religiosa, posición económica y ocupación. Sabemos la ubicación de la tumba y el número de veces que había sido usada previamente, como también de qué estaba hecha. Quedó registrado el día y la hora aproximada en que se depositó el cuerpo dentro del sepulcro. Sabemos cómo fue cerrada la tumba y quien la custodió por tres días. No existen detalles de esta calidad del entierro de ningún personaje famoso de la antigüedad. El cuarto elemento de la escena es la piedra. Se sabe que era redonda, grande y sumamente pesada, de ahí la preocupación de las mujeres cuando se dirigían al sepulcro de quien la movería. A la tumba se podía entrar sin agacharse, lo que supone que la piedra tuviera un diámetro aproximado de un metro y medio o quizás un poco más, y por este tamaño su grosor debería ser de mínimo treinta centímetros. Esto la sitúa en el orden de más de dos toneladas de peso. Definitivamente era una piedra muy pesada. Coincide con la descripción que da Mateo «una piedra grande» y la de Marcos «que la piedra, aunque era sumamente grande» . El quinto elemento de la escena es el sello. Dedicare la siguiente sección exclusivamente a este tema por ser de suma importancia. El sexto elemento de la escena es la guardia. Las múltiples veces que Jesús había anunciado que resucitaría al tercer día de entre los muertos, hacía temer al sanedrín que sus discípulos intentaran robar el cadáver, de tal manera que una vez desaparecido, ellos clamarían como cierta la tan anunciada resurrección del que aseguraba ser el Hijo de Dios. Por esa razón lograron convencer a Pilato que dispusiera de una «tropa de guardia» para su vigilancia, es decir soldados romanos. El sanedrín pensaba que los doce apóstoles, o por lo menos once, eran los que intentarían realizar el hurto, así que el número de soldados debería ser proporcional a la amenaza. Si cuando el rey Herodes tuvo bajo arresto a Pedro lo vigiló con diez y seis soldados , cabe pensar que el número de los guardias destinados a cuidar la tumba ha debido estar por este orden. El manual del ejercito romano, el Strategikon, nos cuenta que el castigo que sufría un soldado que se durmiera durante su guardia era el denominado Animadversio Fustium, que consistía en azotar públicamente al infractor hasta que perdiera la conciencia, por eso el soldado que estaba cuidando a Pablo y Silas, quiso enterrarse la espada, cuando pensó que habían escapado de la cárcel, después de un terremoto tan violento que sacudió los cimientos de la cárcel y se abrieran las puertas de las celdas (Hechos 16,22-34). El historiador Polibio nos cuenta que una tropa de guardia consistía en cuatro a dieciséis hombres, que eran relevados por turnos de ocho horas. El sepulcro de Jesús fue vigilado durante los tres días por un grupo de soldados romanos, que sabían muy bien el terrible castigo que les esperaba donde se durmieran o descuidaran sus deberes. ¿cabe pensar que los todos se hayan podido haber dormido, sin que se hubieran despertado, mientras los discípulos movían una piedra de semejante tamaño y sacaran el cuerpo del Maestro? Toda la escena del lugar del entierro de Jesús tiene un enorme soporte histórico. Nunca un delincuente produjo tanta preocupación después de su ejecución. Sobre todo, jamás un condenado a muerte de cruz había contado con el honor de haber sido custodiado por una escuadra de soldados. Todas las medidas judiciales y policivas del momento, adicionales a las que la prudencia dictaba, fueron tomadas para evitar que el cadáver de Jesús se moviera un centímetro del lugar donde había sido depositado ese viernes, y aun así tres días después el cuerpo ya no estaba. Hoy podemos palpar con nuestras propias manos la roca donde Jesús fue amortajado y tocar la piedra donde reposó su cuerpo en esa tumba, que aún se encuentra vacía.

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