Contáctame

PRIMERA TESIS: LA MUERTE EN LA ÉPOCA DE JESÚS

La forma de enfrentar la muerte de un ser querido en occidente es tan sorprendentemente distinta a la actitud y comportamiento de los orientales, que se hace necesario contar como eran las costumbres sobre este asunto en la región y época de Jesús, para tener un mejor contexto cuando hable del entierro del Maestro más adelante. Al ocurrir el deceso de una persona se expresaba un profundo lamento que ha llegado a ser descrito como «un chillido agudo que penetra las orejas». Este gemido de muerte era en conexión con el dolor causado por el fallecimiento de todos los primogénitos de Egipto en épocas de Moisés «El faraón, sus funcionarios, y todos los egipcios, se levantaron esa noche, y hubo grandes gritos de dolor en todo Egipto. No había una sola casa donde no hubiera algún muerto.» (Éxodo 12,30). Desde que se oía este lamento de muerte hasta que se realizaba el entierro, los parientes y amigos continuaban con el gemido. Estas lamentaciones eran escuchadas en la casa de Jairo, cuando Jesús entró en ella a resucitar a su hija «Al llegar a la casa del jefe de la sinagoga y ver el alboroto y la gente que lloraba y gritaba,» (Marcos 5,38). Algunos profetas mencionan a las lloronas de profesión o plañideras —generalmente eran mujeres—, quienes recibían un pago por emitir lamentaciones y llanto, tal y como lo señala Jeremías: «¡Atención! Manden llamar a las mujeres que tienen por oficio hacer lamentación. ¡Sí, que vengan pronto y que hagan lamentación por nosotros; que se nos llenen de lágrimas los ojos y nuestros párpados se inunden de llanto!» (9,17-18). En esos momentos también era común el uso del cilicio, tela rústica y de un color oscuro, hecha de pelo de camello o de cabra. Con este material se confeccionaban sacos o costales y desde luego los vestidos rústicos que la gente llevaba como única vestimenta o como un abrigo sobre su vestido, para indicar que estaban atravesando por un profundo dolor. De aquí viene la ropa negra del duelo en nuestro tiempo. Así lo hizo el rey David cuando murió su hijo Abner «Entonces dijo David a Joab, y a todo el pueblo que con él estaba: Rasgad vuestros vestidos, y ceñíos de cilicio, y haced duelo delante de Abner. Y el rey David iba detrás del féretro.» (2 Samuel 3,31). También era costumbre, como acabamos de ver, el rasgarse las vestiduras para expresar el máximo dolor, de ahí que Caifás lo hiciera con las suyas cuando Jesús le confirma que Él es el Cristo «Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras, diciendo: ¡Ha blasfemado! ¿Qué más necesidad tenemos de testigos? He aquí, ahora mismo habéis oído su blasfemia.» (Mateo 26,65). Los judíos enterraban rápidamente a sus muertos, por lo general el mismo día del fallecimiento. Dos eran las razones para actuar con tanta prisa. La primera, porque los cadáveres se descomponen pronto en el clima cálido de Oriente Medio. Y la segunda, porque dejar un cadáver sin sepultar durante varios días era —según el pensamiento de la época⁠— una deshonra para el difunto y su familia. Los Evangelios y el libro de los Hechos relatan al menos tres entierros que tuvieron lugar el mismo día de la muerte: el de Jesús (Mateo 27,57-60), el de Ananías —el que se guardó una parte del dinero recibido por la venta de su terreno— (Hechos 5,5-10) y el del diacono Esteban —quien murió apedreado— (Hechos 7,60–8:2). Siglos antes, la amada esposa de Jacob, Raquel, falleció mientras estaba de viaje con su esposo y su familia. En lugar de volverse para enterrarla en la tumba familiar, Jacob le dio sepultura «Así fue como Raquel murió, y la enterraron en el camino de Efrata, que ahora es Belén.» (Génesis 35,19). Adicional a estas consideraciones la Ley exigía que, si el muerto había fallecido a causa de una condena a morir colgado de un árbol por haber cometido delito grave, el cuerpo no podía dejarse exhibido toda la noche, sino que debería ser enterrado el mismo día , tal y como pasó con Jesús. La población de aquellas regiones tenía la idea de que el espíritu de la persona fallecida permanecía cerca de su cuerpo por tres días después de acontecida la muerte, para poder escuchar los lamentos. Por eso Marta, la hermana de Lázaro, piensa que ya no hay esperanza alguna para su hermano que cruzó esa barrera de tiempo y se lo menciona al Maestro «Marta, la hermana del muerto, le dijo: —Señor, ya huele mal, porque hace cuatro días que murió.» (Juan 11,39). Actualmente Siria mantiene la costumbre de envolver al muerto. Por lo general se le cubre la cara con un pañuelo, y luego se envuelven la cabeza, las manos y los pies con un lienzo de lino —si el difunto era alguien importante seguramente el lino había servido para envolver algún rollo de la ley—. De esta forma es llevado a la fosa para ser enterrado. Así fue como salió Lázaro de la tumba cuando Jesús lo llamó «Y el que había estado muerto salió, con las manos y los pies atados con vendas y la cara envuelta en un lienzo.» (Juan 11,44). Las especias eran opcionales ya que solo los pudientes lo hacían, por ser muy costosas. Su propósito era disimular el olor de la descomposición. Se empleaban inicialmente la mirra y áloes, y posteriormente el hisopo, aceite y agua de rosas. Al igual que era opcional la envoltura completa en lino, como lo fue la de Jesús. Las tumbas contaban con un banco (parte de la roca) donde descansaba el difunto hasta su desintegración. Cuando ésta llegaba, los restos mortales eran colocados en un recipiente parecido a un pequeño ataúd de arcilla o de piedra, denominado osario, que no ocupaba mucho espacio y que podía ser enterrado bajo tierra o colocado junto a otros osarios de miembros de la familia, en una tumba familiar. Así la tumba podía ser utilizada una y otra vez por las siguientes generaciones. Por eso, los sepulcros en las rocas necesitaban un acceso que pudiera ser abierto en todo momento, tal como la gran piedra que clausuraba la que fuera propiedad de José de Arimatea. Igualmente era costumbre blanquear la parte exterior de las sepulturas, durante la primavera, para que fuera bien notoria y nadie fuera a contaminarse inadvertidamente tocándola, de ahí la expresión de «sepulcros blanqueados» que utiliza Jesús al referirse a los fariseos hipócritas que cubrían sus vicios con un bello exterior. Si Jesús hubiese sido enterrado como cualquiera de los forasteros o peregrinos que morían en Jerusalén, sería en un sencillo sepulcro en la tierra, que no se volvería a abrir, y esa resurrección no hubiese sido tan físicamente clara ni fácil de comprobar. La piedra movida y la sábana, que aún estaba allí, daban testimonio de su resurrección. Profundizare en esto más adelante. Una de estas tumbas sencillas fue la que se empleó para dar sepultura a Débora, la servidora de Rebeca «También allí murió Débora, la mujer que había cuidado a Rebeca, y la enterraron debajo de una encina, cerca de Betel.» (Génesis 35,8). También las cuevas naturales eran muchas veces empleadas para este propósito, como la cueva de Macpelá, donde Abrahán, Isaac, Rebeca, Lía y Jacob fueron sepultados (Génesis 49,31). Solo los profetas y reyes eran enterrados dentro de los límites de la ciudad, como Samuel, que fue sepultado en su casa en Ramá (1 Samuel 25,1), y David (1 Reyes 2,10). Para la gente pobre existía un cementerio en las afueras de la ciudad de Jerusalén (2 Reyes 23,6). El entierro de Jesús fue como el de una persona adinerada. La sabana de lino, las cien libras romanas (33 kilos actuales) de la mezcla de mirra y áloe y la tumba cavada en la roca así lo sugiere. José de Arimatea aportó el sepulcro y seguramente Nicodemo daría el resto. Todos estos elementos no era algo que la gente del común tenía guardado en su casa. Eran muy costosas y como estaba al comenzar el sábado, no había como comprarlos. Es claro que quienes participaron de los rituales que se acostumbraba a practicar a un recién fallecido antes de colocarlo en su reposo final, lo siguieron al pie de la letra en el caso de Jesús. En la mente de ninguno de ellos estuvo la posibilidad de que fuera ser cierta la resurrección, tal y como había sido profetizada por el salmista y por el propio Maestro. Ellos ungieron, de acuerdo con todos los ritos, el cuerpo de un hombre que habría de descomponerse dentro de la tumba en la que descansaría por años. Esto hace más creíble todas las narraciones que nos cuentan lo que experimentaron las mujeres y los discípulos aquel primer día de la semana cuando vieron esa tumba vacía. ¿Por qué molestarse en hacer todo ese trabajo solo por tres días? ¿Por qué desperdiciar los valiosos aceites y linos, sí finalmente Él estaría nuevamente con ellos el primer día de la semana? Solo su madre lo creía, y aunque no hay registro bíblico de ninguna conversación entre ella y los que se ocuparon del entierro, ella les tuvo que haber repetido las palabras que el Maestro les había pronunciado en varias ocasiones de todo lo que habría de suceder en aquel fin de semana, pero al igual que a su hijo a ella tampoco le creyeron. Esto explicaría por qué ella no participó de ninguno de los rituales de costumbre, ni acompañó a las mujeres esa madrugada en que encontraron vacía la tumba.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Privacy Settings
We use cookies to enhance your experience while using our website. If you are using our Services via a browser you can restrict, block or remove cookies through your web browser settings. We also use content and scripts from third parties that may use tracking technologies. You can selectively provide your consent below to allow such third party embeds. For complete information about the cookies we use, data we collect and how we process them, please check our Privacy Policy
Youtube
Consent to display content from - Youtube
Vimeo
Consent to display content from - Vimeo
Google Maps
Consent to display content from - Google
Spotify
Consent to display content from - Spotify
Sound Cloud
Consent to display content from - Sound