La historia cuenta con muchos personajes que entregaron sus vidas por una causa. Mahatma Gandhi la dio en la búsqueda de la liberación de la India de los británicos mediante la no violencia. Cayo Julio César tenía pretensiones de transformar la falsa democracia romana que tan sólo exprimía la riqueza de las provincias para beneficio de unos pocos, y construir un verdadero sistema democrático en el que todos se favorecieran. Martin Luther King encaminó la lucha afroamericana en los Estados Unidos hacia un discurso menos radical, retomando la resistencia pacífica de Gandhi, para lograr el reconocimiento de los derechos civiles de los afroamericanos. Esteban, diacono de la iglesia primitiva, fue apedreado por enseñar el evangelio. Todos ellos y miles más dieron sus vidas defendiendo una causa. Era tal el nivel de convencimiento de que sus razones y motivos harían una diferencia en su mundo, que llegaron a darlo todo con tal de hacer realidad sus ideales. Ellos fueron testarudos, decididos, valientes, luchadores, persistentes, líderes, etc. Ninguno vio sus obras materializarse en vida, aunque en muchos casos, sus sueños se hicieron realidad con el paso del tiempo. Jesús también se ajusta al perfil de estos personajes que han trascendido en la historia por haber derramado su sangre en favor de una buena causa, excepto que Él dio su vida por haberse adjudicado otra identidad: la de ser el Hijo de Dios. Ningún personaje de la historia que murió en la lucha de un ideal dijo ser alguien diferente. Ni siquiera Buda o Mahoma o Confucio pretendieron ser una divinidad u otra persona. Mahoma dijo que el arcángel Gabriel lo visitó durante años para revelarle el Corán. Se autoproclamó un escogido, pero no un dios. Buda transcribió el interrogatorio del que fue sujeto por varios hombres cuando vagaba por el nordeste de la India, poco después de su iluminación. Le preguntaron: — ¿Eres un dios? — No— respondió él. — ¿Eres la reencarnación de un dios? — No— repuso. — ¿Eres, pues, un hechicero? — No — ¿Eres un sabio? — No — Entonces ¿eres un hombre? — No — En ese caso, ¿qué eres? — preguntaron confusos. — Soy el que está despierto. En palabras de Thomas Schultz: Ninguno de los reconocidos líderes religiosos —ni Confucio, ni Moisés, no Mahoma, ni Buda, ni Pablo— ninguno de ellos ha declarado ser Dios; la excepción es Jesucristo. Cristo es el único líder religioso que ha alegado ser deidad y la única persona que ha convencido a gran porción del mundo de que lo es El judío era educado en la obediencia de la ley como la única forma de ir al cielo. No existía otra manera de lograrlo. No había otro camino. La obediencia total al Padre —a través de la ley— era la única forma de salvación. Pero un día Jesús soltó una bomba atómica entre aquella comunidad altamente religiosa, dijo «No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí […] Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí.» (Juan 14,1-6). ¿También podían salvarse creyendo en Jesús? ¿Era Jesús el camino al cielo? Ni siquiera trató de ser un poco más humilde y moderado diciendo que Él era «un» camino. Dijo que no había otro, ya la ley no era el camino, como lo habían aprendido por generaciones. Al leer los libros de los Macabeos, nos encontramos con una gran cantidad de mártires, que no dudaron en sufrir los peores castigos y torturas, con tal de cumplir la ley, y ahora Jesús les está diciendo que Él es el «único» camino al Padre. Todos los profetas y mártires del Antiguo Testamento habían predicado hasta el último de sus días la obediencia «única y exclusiva» a Dios. Gritaban en las plazas públicas que escucharan las palabras del Padre dadas a través de ellos, pero jamás pidieron que creyeran en ellos como camino de salvación. Tomemos, por ejemplo, las palabras del Bautista cuando le preguntaron quién era él «Y él confesó claramente: —Yo no soy el Mesías.» El pedía que se convirtieran, que cambiaran sus corazones, que aplicaran el espíritu de la ley, que no siguieran otros dioses, pero no se declaró una deidad que los podía salvar, y así hicieron todos los profetas que lo antecedieron. El Bautista sabía perfectamente que la gente estaba ansiosa por la llegada del Mesías, el que finalmente los iba a liberar de sus opresores, y si él hubiera querido ser un impostor habría contestado que él era al que estaban esperando. Pero era muy consiente del precio que se pagaba por semejante blasfemia, por tamaña mentira. En otras ocasiones Jesús se igualó a Dios Padre, al Creador «El Padre y yo somos uno solo.» (Juan 10,30). La palabra griega uno que utilizó el evangelista está en la forma neutra (hen) y no en la masculina (heis), lo que quiere decir que no está haciendo referencia a que son la misma persona sino la misma esencia o naturaleza. Los judíos que escucharon esa afirmación hecha por Jesús en un invierno en Jerusalén, cerca del Pórtico de Salomón, entendieron perfectamente que Él afirmó ser Dios. Esto hacia enardecer a los fariseos, tal y como lo describe el discípulo amado en otra ocasión cuando había sanado un paralitico en sábado «Por esto, los judíos tenían aún más deseos de matarlo, porque no solamente no observaba el mandato sobre el sábado, sino que además se hacía igual a Dios al decir que Dios era su propio Padre.» (Juan 5,18). No hay duda alguna que tanto Jesús como los judíos entendían sin equívocos lo que sus palabras significaban e implicaban. No se trataba de una parábola. Él afirmaba ser Dios. En otra ocasión dijo «De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, Yo Soy.» (Juan 8,58). Primero utilizó esa doble aseveración «de cierto» que era una forma más fuerte y categórica de afirmar algo y segundo se autodenomina «Yo Soy», se apropia del nombre incomunicable e impronunciable del Creador (ver apéndice A). Si alguien sabía lo que implicaba que alguna persona se autoproclamara «Yo Soy» eran los judíos, y Jesús lo era. Como si proclamarse el Mesías no fuera suficiente, les dejó saber que también le debían el mismo honor que ellos le expresaban al Padre, «Porque el Padre a nadie juzga, sino que todo el juicio dio al Hijo, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que le envió.» (Juan 5,22-23). Estaba afirmando el derecho de ser adorado como Dios. Antes de Jesús, nadie ni en el Antiguo Testamento ni en ningún otro registro histórico, se había atrevido a llamar a Dios Abba. Los judíos se referían a Él usando la palabra Abhinu al principio de sus oraciones, que significaba esencialmente un pedido de misericordia y perdón al Padre. Abba, no implicaba estas peticiones. Era una palabra usada dentro de las familias para dirigirse al padre de la forma más cariñosa posible, como decir papi, papo o daddy. Ni siquiera el rey David, con la cercanía tan grande que tuvo con el Padre, se atrevió a usar otro nombre. En el Salmo 103 escribió «El Señor [Abhinu] es, con los que lo honran, tan tierno como un padre con sus hijos;». Jesús llamaba a su Padre Abba como cuando lo hizo en la cruz «Abba, Padre, para ti todo es posible: líbrame de este trago amargo; pero que no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú». Jesús fue llevado ante la Junta Suprema para ser juzgado y durante todo el interrogatorio permaneció callado. Frustrado por el silencio del acusado, el sumo sacerdote se levantó de su silla y le preguntó: «¿Eres tú el Mesías, el Hijo del Dios bendito?» (Marcos 14,61). Jesús rompió su silencio y respondió: «Sí, yo soy. Y ustedes verán al Hijo del hombre sentado a la derecha del Todopoderoso» (Marcos 14,62). Mesías e Hijo del hombre eran títulos que habían dado los profetas cientos de años antes para referirse a Dios hecho carne. Ahora resulta más fácil comprender la reacción de Caifás cuando escuchó con sus propios oídos semejante afirmación «Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras, diciendo: “¡Ha blasfemado! ¿Qué necesidad tenemos de más testigos? Ahora mismo ustedes han oído la blasfemia.”» (Mateo 26,25) Si Jesús no era quien proclamaba ser, entonces los estaba engañando perversamente o estaba más loco que una cabra, porque le decía a la gente que debían creer en Él para alcanzar la salvación. Cuando perdonaba los pecados lo hacía como si la falta lo afectara exclusivamente a Él. No actuaba como un intermediario que buscaba al ofendido y al ofensor y emitía el perdón cuando el agraviado estuviera de acuerdo. Jesús no consultaba a nadie, Él actuaba con total autoridad y autonomía. Era de elemental conocimiento que solo Dios podía perdonar las ofensas, pero Él afirma tener la autoridad para hacerlo «Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados (dijo al paralítico): A ti te digo: Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.» (Lucas 5,24). En otra ocasión fue incluso más allá y no solo perdonó los pecados, sino que dictaminó la salvación de la «mujer de mala vida» le dijo «[…] a la mujer: —Tus pecados te son perdonados. Los otros invitados que estaban allí comenzaron a preguntarse: —¿Quién es éste, que hasta perdona pecados? Pero Jesús añadió, dirigiéndose a la mujer: —Por tu fe has sido salvada; vete tranquila.» (Lucas 7,48-50). Dijo el gran apologeta C.S. Lewis en su libro Mero Cristianismo: Intento con esto impedir que alguien diga la auténtica estupidez que algunos dicen acerca de Él: «Estoy dispuesto a aceptar a Jesús como un gran maestro moral, pero no acepto su afirmación de que era Dios». Eso es precisamente lo que no debemos decir. Un hombre que fue meramente un hombre y que dijo las cosas que dijo Jesús no sería un gran maestro moral. Sería un lunático —en el mismo nivel del hombre que dice ser un huevo escalfado—, o si no sería el mismísimo demonio. Tenéis que escoger. O ese hombre era, y es, el Hijo de Dios, o era un loco o algo mucho peor. Podéis hacerle callar por necio, podéis escupirle y matarle como si fuese un demonio, o podéis caer a sus pies y llamarlo Dios y Señor. Pero no salgamos ahora con insensateces paternalistas acerca de que fue un gran maestro moral. Él no nos dejó abierta esa posibilidad. No quiso hacerlo. En el mundo de los sistemas de información usamos mucho los llamados árboles de decisión, donde gráficamente diagramamos las acciones a tomar para una determinada pregunta y sus posibles respuestas. Ante la cuestión de que Jesús afirma ser Dios hay solo dos alternativas: La afirmación puede ser verdadera o falsa. Si es falsa hay ahora otras dos posibilidades: Él sabía que sus aseveraciones eran falsas o no lo sabía. Si no lo sabía entonces era un lunático, estaba loco. Si lo sabía quiere decir que engañaba deliberadamente a la gente, convirtiéndolo en un ser muy malvado, en un mentiroso e hipócrita ya que la honestidad era una de sus enseñanzas , y además sumamente necio, orgulloso, prepotente y narcisista ya que se hizo matar por sus palabras mentirosas y engañosas . Por el otro lado si sus afirmaciones eran verdaderas Él era quien decía ser: el Señor, el Hijo de Dios, el Mesías, Dios hecho carne. C.S. Lewis en el párrafo citado anteriormente dice que Jesús no dejo la posibilidad de escoger entre verlo a Él como a un maestro sabio o como a Dios. La evidencia está claramente en favor de Jesús como Señor. Sin embargo, hay personas que rechazan y rechazarán estas evidencias, no debido a una posible falla en las mismas, sino por las implicaciones morales que su aceptación conlleva. El título de este argumento presenta tres posibilidades, Jesús era un mentiroso y malvado, o estaba loco, o era el Hijo de Dios. Juzgue todas las evidencias y con honestidad moral adjudíquele uno de esos tres títulos a ese hombre que murió en la cruz por sostener que era Dios.