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APÉNDICE A – ¿Cómo es físicamente Dios?

Yuri Gagarin fue el primer ser humano en viajar al espacio exterior. Lo hizo el 12 de abril de 1961 a bordo de la nave rusa Vostok 1. Tiempo después, el entonces secretario general del Partido Comunista, Nikita Jrushchov[7], dijo lo siguiente en un discurso dirigido al pleno del comité: «Gagarin voló al espacio, pero no vio ningún dios allí». Yo también, en una etapa temprana de mi vida, compartí esa ilusión de poder ver a Dios de alguna forma, ya fuera con un súper-telescopio o gracias a que algún afortunado astronauta se lo encontrara en algún lugar por allá afuera y nos contara de su anatomía. Sin embargo, el comentario de Nikita, líder de una potencia mundial, buscaba ofrecer una prueba concluyente de que Dios no existía.

La mitología griega[8] es tal vez la mitología antigua que nos resulta más familiar: Zeus, Crono, Poseidón, Urano, Hades, Eros, etc., eran los dioses que lo gobernaban todo. Tras la batalla con los Titanes, Zeus se repartió el mundo con sus hermanos mayores, Poseidón y Hades, echándoselo a suertes. Él consiguió el cielo y el aire; Poseidón, las aguas y Hades, el mundo de los muertos. Para los griegos de esa época, sus dioses no solo tenían nombres, sino que poseían forma humana y actuaban como tal. Se casaban entre ellos y daban a luz a otros dioses que desempeñaban diferentes roles en la vida de los humanos. Curiosamente, poseían las mismas debilidades de los hombres: se encolerizaban, hacían pataletas, se enamoraban de quien no debían, se traicionaban y sufrían las demás pasiones propias de la vida humana.

Así que no es extraño que un cristiano se pregunte por la forma física de Dios. Como lo dije anteriormente, yo lo hacía muy frecuentemente antes que mi concepto del Padre madurara. Sabemos de Dios lo que Él nos ha revelado, y en cuanto a su naturaleza, nos ha dicho que es espíritu (Juan 4,24); que no es un ser natural, sino sobrenatural. Es por ello que la tradición católica se ha negado a referirse a Dios como un ser, como un ente supremo que está por encima de todas las cosas, porque Él simplemente es. En el latín de Santo Tomás de Aquino, se lo define como ipsum esse subsistens: Dios tiene su ser por sí mismo en virtud de la perfección de su esencia, a diferencia del resto de las criaturas, que reciben su ser (existencia) de otro. Dios es el mismo ser, el ser absoluto, el ser que subsiste por sí mismo. Según la gramática hebrea, «Yo Soy el que Soy» significa ‘yo soy aquel que estaba, que está y que estará’. Significa, entonces, «el que existe por sí mismo»; es decir, que no fue creado, como se explicó anteriormente.

En su primer capítulo, el libro del Génesis nos dice: «Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza […]» (Génesis 1,26). ¿Cabe entonces decir que, si somos su imagen, Él también posee piernas, brazos, ojos, etc.? La respuesta es no. Fuimos hechos a su imagen, pues nos infundió un alma a imagen de Él. Esto nos lo revela el Génesis (2,7): «Entonces Dios el Señor formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente». Podemos crear porque Él es creador, podemos amar porque Él es amor, podemos perdonar porque Él es perdón, podemos ser fieles porque Él es fidelidad, podemos ser pacientes porque Él es paciencia, etc. Todas estas son manifestaciones de nuestra alma como imagen de Dios, y nos hacen diferentes del resto de su Creación. Dios nos pone aparte del mundo animal y nos capacita para ejercer el dominio sobre todas las demás criaturas y tener comunión con Él. Se trata de una «semejanza» mental, moral y social.

Mental, porque fuimos creados racionales y con voluntad propia; es decir, podemos razonar y elegir. Esto es reflejo de la inteligencia y la libertad de Dios. Cada vez que alguien hace algo bueno, compone una obra, escribe un poema, descubre una medicina, resuelve un problema de matemáticas, esa persona vive la imagen de Dios en ella.

Moral, porque fuimos creados en justicia y perfecta inocencia, reflejo de la santidad de Dios. Al terminar cada día de la Creación, Él veía todo y lo llamaba «muy bueno». Cada vez que alguien hace buen uso de un recurso, escribe una ley justa, denuncia la injusticia, se aleja del mal, se siente culpable de algo que hizo mal, está manifestando la imagen de Dios en él.

Social, porque fuimos creados para la convivencia, reflejo de la trinidad de Dios y su amor. La primera relación que tuvo el hombre fue con Dios, quien luego le dio a la mujer por compañera, porque «no es bueno que el hombre esté solo […]» (Génesis 2,18). Cada vez que alguien da un abrazo, ayuda a alguien, se casa, hace una oración, alimenta al prójimo, está proclamando la imagen de Dios en él.

Ahora, no olvidemos que Dios es Uno y Trino, es decir, tres personas distintas en un solo Dios verdadero: Padre, Hijo y Espíritu Santo. En el pasaje de la visita de Dios a Abraham, vemos a los tres en forma humana:

El Señor se le apareció a Abraham junto al encinar de Mamré, cuando Abraham estaba sentado a la entrada de su tienda, a la hora más calurosa del día. Abraham alzó la vista, y vio a tres hombres de pie cerca de él. (Génesis 18,1-2)

En esta ocasión, solo Abraham y su esposa Sara tuvieron la oportunidad de verlos en dicha forma. Pero miles de personas vieron al Hijo cuando se encarnó en el hijo de José y María y habitó entre nosotros por cerca de treinta y tres años:

Aquel que es la Palabra se hizo hombre y vivió entre nosotros. Y hemos visto su gloria, la gloria que recibió del Padre, por ser su Hijo único, abundante en amor y verdad. (Juan 1,14)

En otras oportunidades, el Espíritu Santo se hizo visible en forma de paloma (Mateo 3,16), y también en lenguas de fuego (Hechos de los Apóstoles 2,3). Pero esto no quiere decir que ellos tengan esas «formas». Dios Trino ha escogido estas representaciones terrenas para interactuar con nosotros, sirviendo un propósito específico y, en todo caso, actuando para nuestra conveniencia y como expresión de su amor por nosotros.

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