Entendiendo al Creador como el que es capaz de sacar algo de la nada (que es realmente la definición de crear, que no es sinónima de hacer, producir, transformar, convertir, etc.), las obras de Dios son todo el mundo visible e invisible, es decir, toda la Creación, incluyéndolo a usted.
Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento declara lo que sus manos han hecho. Un día le cuenta a otro este mensaje, y cada noche a la siguiente. No se escucha lenguaje ni palabras, ni se emite una voz que podamos oír. Sin embargo, su voz atraviesa el mundo entero, sus palabras llegan al último rincón de la tierra. Dios le ha dado al sol el cielo como hogar. Y como cuando sale un novio de la alcoba nupcial, o como cuando un atleta se dispone a recorrer su camino, así sale feliz el sol para hacer su recorrido. Comienza su carrera en un punto del cielo y hace todo su recorrido hasta llegar al final; nada en la tierra puede escapar de su calor. (Salmo 19,1-6)
Yo no sé si le ha pasado que, por un motivo u otro, ha sido invitado a la casa de una persona que no conoce, que nunca ha visto, y, cuando usted llega y la recorre, puede determinar muchos rasgos de su anfitrión observando el estilo de decoración y otras características del lugar. Si la casa está sucia y desordenada, o si, por el contrario, está limpia y todo está en su lugar, qué cuadros adornan las paredes, qué música está sonando en la radio, qué programa está viendo en la televisión, qué libros hay en la biblioteca, si los hay, etc. Sin temor a equivocarse, usted siente que puede determinar en cierto grado la personalidad del propietario. Igual nos pasa con nuestro Creador, ya que en realidad somos invitados de honor en esta casa llamada Tierra. ¿Qué podemos decir de Él observando nuestro alrededor? Definitivamente, que es muy generoso, todo lo hizo en abundancia: los mares, las estrellas, la nieve, los peces, los árboles, los insectos, las aves, los colores, los olores, los sabores, etc. Todo es abundante, incluso los diamantes que, por ser tan costosos, se presume que existen en un número limitado, pero lo cierto es que llevamos cientos de años haciendo huecos profundos y los seguimos encontrando. Podemos decir que es sumamente creativo: basta ver toda la variedad de la naturaleza: hormigas, estrellas, elefantes, pulpos, cometas, ballenas, nieve, águilas, cataratas, cuevas, libélulas, océanos, lombrices, tigres, frutas, rosas, esmeraldas, volcanes, cotorras, vegetales, estalactitas, árboles, glaciares, mariposas, ríos, lluvias, perros, el hombre, etc. Toda esta variedad de formas; destrezas; tamaños; maneras de moverse, de alimentarse, de reproducirse, de adaptarse y de hacerse notar, de contribuir, de destruir, de iluminar, de absorber, de expulsar; en fin, su creatividad supera cualquier lista que desee hacerse. También podemos decir que es sumamente paciente: basta mencionar el caso de una estrella que toma millones de años en formarse para que, cuando dirijamos nuestra mirada al firmamento, lo veamos elegantemente adornado con esos puntos de luz y digamos: «¡qué cielo tan estrellado!». Le encanta la variedad. Pensó que el pescado nos habría de servir como fuente de alimentación, pero no nos lo dio de una sola clase —que igual nos alimentaría—, sino que nos dio millones de variedades. Pensó que los árboles serían los encargados de reciclar el aire y aportarnos la madera; pero no hizo una sola clase, sino millones de diferentes variedades. Lo mismo hizo con las manzanas, pues hay cientos de clases diferentes. ¡Y qué decir del hombre!: a pesar de que todos tenemos ojos, nariz, boca, orejas, pelo, color de piel y forma de la cara, no vemos dos rostros iguales.