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DÉCIMA TESIS: ¿DE HONESTOS A VÁNDALOS?

Los discípulos fueron las personas que más cerca estuvieron de Jesús durante su apostolado. Escucharon y aprendieron de primera mano todas sus enseñanzas y poco a poco se fue moldeando su carácter y templanza para emplearse como constructores del reino de los cielos. Doblegaron su vieja perspectiva judía para entregarse a la que el Maestro les fue enseñando con su ejemplo y con sus palabras. ¿De dónde, entonces, iban van a sacar el espíritu de vándalos, forajidos y malandrines para urdir un plan tan maquiavélico como el de robar el cuerpo de su maestro, sin mostrarle el más mínimo respeto al muerto y su familia, para engañar a la gente fingiendo una supuesta resurrección? ¿Realmente cabe pensar que tendrían la intención de erigir una iglesia con el más vil de los engaños? ¿Una madre como María, se hubiera prestado a seguir el perverso juego de un engaño que comenzaba con sacar el cuerpo de su hijo de su lugar de reposo y anunciar al mundo que había resucitado? Recordemos que María siguió siendo parte de esa iglesia naciente, prueba de ello es que hace parte de la reunión con los apóstoles en la celebración de la fiesta de Pentecostés . La ley judaica considera como la máxima fuente de contaminación al cadáver humano. El que toque el cadáver de cualquier persona, quedará impuro durante siete días. Al tercero y al séptimo día deberá purificarse con el agua de purificación, y quedará puro. Si no se purifica al tercero y al séptimo día, no quedará puro. Si alguien toca el cadáver de una persona y no se purifica, profana el santuario del Señor y, por lo tanto, deberá ser eliminado de Israel. Puesto que no ha sido rociado con el agua de purificación, se encuentra en estado de impureza. […] En campo abierto, todo el que toque el cadáver de una persona asesinada o muerta de muerte natural, o unos huesos humanos, o una tumba, quedará impuro durante siete días. (Números 19,11-16) No existe ni una sola indicación, tanto en la Biblia como en la literatura apócrifa o secular, que los apóstoles no fueran obedientes cumplidores de las leyes mosaicas, como también lo había sido su Maestro (aunque Él lo hiciera siempre con el espíritu de la misericordia que era lo que no hacían los fariseos). ¿Qué evidencia se puede aportar para pensar que, en un plazo de setenta y dos horas, los apóstoles pasaran de creer en la importancia tan enorme que representaba el cumplimiento de la ley, a violarla flagrantemente e ignorar lo que Números 19,11-16 proscribía? Sabemos que el día que ellos atestiguaron la primera aparición del Señor, estaban todos reunidos en un mismo salón. Si estuvieran impuros por haber tocado el cuerpo de su maestro ¿Cómo era que se encontraban todos reunidos, contaminados con no contaminados? Para cada uno de los discípulos sus tres años de convivencia con el Señor fueron como el viaje en una montaña rusa. En esos años vivieron toda suerte de experiencias, tuvieron momentos de gran alegría, de mucho susto, de grandes cuestionamientos y de mucha reflexión. No les resultaba fácil entender todas las enseñanzas del Maestro, pero con el tiempo lo lograban, sin embargo, hubo una que no pudieron entender: la de su pasión, muerte y resurrección. Si realmente Él era el Mesías, si realmente Él era el Hijo de Dios, si realmente era cierto que Él y Dios eran uno, ¿Cómo así que lo iban a juzgar, a matar y que no había nada de qué preocuparse porque Él iba a resucitar de entre los muertos? ¿Cómo era posible matar a Dios? La relación de los discípulos con el Maestro fue in crescendo, primero fue el señalado por Juan el Bautista, luego de haberlo visto hacer tantos milagros lo reconocieron como un profeta y después de mucho tiempo y esfuerzo lo reconocieron como El Mesías. Pero ese fatídico viernes perdió este último título y volvió al de profeta, por eso los caminantes de Emaús se refieren a Él en esos términos «Lo de Jesús de Nazaret, que era un profeta poderoso en hechos y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo». Al saber que había muerto en la cruz, los discípulos dejaron de creer que Él era quien decía ser, y le dieron la sepultura que se le daba a todo ser humano que moría y que permanecería en ese estado para siempre. Es claro que para los discípulos nunca más volverían a estar con Él, no esperaban ninguna resurrección. La última palabra del libro de historias de ellos con el Nazareno se había escrito en el mismo instante que expiró su último suspiro. ¿Para que tomarse todas las molestias familiares, religiosas, legales y militares, que implicaba ir a robar el cadáver mejor custodiado de la antigüedad, si ellos dejaron de creer que Él era el Mesías? El discípulo amado confiesa que cuando vio la tumba vacía, entendió aquello de lo de la resurrección «Porque aún no habían entendido la Escritura, que era necesario que él resucitase de los muertos.» . Tuvo que ser el mismo Maestro en el primer día de su resurrección quien les explicó las Escrituras y ¡entendieron!: «¿No es verdad que el corazón nos ardía en el pecho cuando nos venía hablando por el camino y nos explicaba las Escrituras?» . ¿Qué sentido tendría robarse el cuerpo de Jesús para «pretender» una resurrección si ellos mismos no creían en la ella? Ellos, al igual que la hermana de Lázaro, creían en la resurrección de todos los muertos en el día del juicio final , pero no en la de Jesús.

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