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¿Podemos Confiar en esa comunicación?

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DÉCIMA TESIS: ¿DE HONESTOS A VÁNDALOS?

Los discípulos fueron las personas que más cerca estuvieron de Jesús durante su apostolado. Escucharon y aprendieron de primera mano todas sus enseñanzas y poco a poco se fue moldeando su carácter y templanza para emplearse como constructores del reino de los cielos. Doblegaron su vieja perspectiva judía para entregarse a la que el Maestro les fue enseñando con su ejemplo y con sus palabras. ¿De dónde, entonces, iban van a sacar el espíritu de vándalos, forajidos y malandrines para urdir un plan tan maquiavélico como el de robar el cuerpo de su maestro, sin mostrarle el más mínimo respeto al muerto y su familia, para engañar a la gente fingiendo una supuesta resurrección? ¿Realmente cabe pensar que tendrían la intención de erigir una iglesia con el más vil de los engaños? ¿Una madre como María, se hubiera prestado a seguir el perverso juego de un engaño que comenzaba con sacar el cuerpo de su hijo de su lugar de reposo y anunciar al mundo que había resucitado? Recordemos que María siguió siendo parte de esa iglesia naciente, prueba de ello es que hace parte de la reunión con los apóstoles en la celebración de la fiesta de Pentecostés . La ley judaica considera como la máxima fuente de contaminación al cadáver humano. El que toque el cadáver de cualquier persona, quedará impuro durante siete días. Al tercero y al séptimo día deberá purificarse con el agua de purificación, y quedará puro. Si no se purifica al tercero y al séptimo día, no quedará puro. Si alguien toca el cadáver de una persona y no se purifica, profana el santuario del Señor y, por lo tanto, deberá ser eliminado de Israel. Puesto que no ha sido rociado con el agua de purificación, se encuentra en estado de impureza. […] En campo abierto, todo el que toque el cadáver de una persona asesinada o muerta de muerte natural, o unos huesos humanos, o una tumba, quedará impuro durante siete días. (Números 19,11-16) No existe ni una sola indicación, tanto en la Biblia como en la literatura apócrifa o secular, que los apóstoles no fueran obedientes cumplidores de las leyes mosaicas, como también lo había sido su Maestro (aunque Él lo hiciera siempre con el espíritu de la misericordia que era lo que no hacían los fariseos). ¿Qué evidencia se puede aportar para pensar que, en un plazo de setenta y dos horas, los apóstoles pasaran de creer en la importancia tan enorme que representaba el cumplimiento de la ley, a violarla flagrantemente e ignorar lo que Números 19,11-16 proscribía? Sabemos que el día que ellos atestiguaron la primera aparición del Señor, estaban todos reunidos en un mismo salón. Si estuvieran impuros por haber tocado el cuerpo de su maestro ¿Cómo era que se encontraban todos reunidos, contaminados con no contaminados? Para cada uno de los discípulos sus tres años de convivencia con el Señor fueron como el viaje en una montaña rusa. En esos años vivieron toda suerte de experiencias, tuvieron momentos de gran alegría, de mucho susto, de grandes cuestionamientos y de mucha reflexión. No les resultaba fácil entender todas las enseñanzas del Maestro, pero con el tiempo lo lograban, sin embargo, hubo una que no pudieron entender: la de su pasión, muerte y resurrección. Si realmente Él era el Mesías, si realmente Él era el Hijo de Dios, si realmente era cierto que Él y Dios eran uno, ¿Cómo así que lo iban a juzgar, a matar y que no había nada de qué preocuparse porque Él iba a resucitar de entre los muertos? ¿Cómo era posible matar a Dios? La relación de los discípulos con el Maestro fue in crescendo, primero fue el señalado por Juan el Bautista, luego de haberlo visto hacer tantos milagros lo reconocieron como un profeta y después de mucho tiempo y esfuerzo lo reconocieron como El Mesías. Pero ese fatídico viernes perdió este último título y volvió al de profeta, por eso los caminantes de Emaús se refieren a Él en esos términos «Lo de Jesús de Nazaret, que era un profeta poderoso en hechos y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo». Al saber que había muerto en la cruz, los discípulos dejaron de creer que Él era quien decía ser, y le dieron la sepultura que se le daba a todo ser humano que moría y que permanecería en ese estado para siempre. Es claro que para los discípulos nunca más volverían a estar con Él, no esperaban ninguna resurrección. La última palabra del libro de historias de ellos con el Nazareno se había escrito en el mismo instante que expiró su último suspiro. ¿Para que tomarse todas las molestias familiares, religiosas, legales y militares, que implicaba ir a robar el cadáver mejor custodiado de la antigüedad, si ellos dejaron de creer que Él era el Mesías? El discípulo amado confiesa que cuando vio la tumba vacía, entendió aquello de lo de la resurrección «Porque aún no habían entendido la Escritura, que era necesario que él resucitase de los muertos.» . Tuvo que ser el mismo Maestro en el primer día de su resurrección quien les explicó las Escrituras y ¡entendieron!: «¿No es verdad que el corazón nos ardía en el pecho cuando nos venía hablando por el camino y nos explicaba las Escrituras?» . ¿Qué sentido tendría robarse el cuerpo de Jesús para «pretender» una resurrección si ellos mismos no creían en la ella? Ellos, al igual que la hermana de Lázaro, creían en la resurrección de todos los muertos en el día del juicio final , pero no en la de Jesús.

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DECIMOPRIMERA TESIS: ¿DÓNDE ESTARÍAN SUS RESTOS?

Jesús ganó su popularidad con el pueblo judío no tanto por las buenas nuevas que les trajo, sino por sus milagros. Con ellos los curó, los revivió y los alimentó: «Jesús les dijo: —Les aseguro que ustedes me buscan porque comieron hasta llenarse, y no porque hayan entendido las señales milagrosas.» . La gente sabía que de Él «emanaba» una fuerza muy especial que todo lo cambiaba: Cuando oyó hablar de Jesús, esta mujer se le acercó por detrás, entre la gente, y le tocó la capa. Porque pensaba: «Tan sólo con que llegue a tocar su capa, quedaré sana.» Al momento, el derrame de sangre se detuvo, y sintió en el cuerpo que ya estaba curada de su enfermedad. Jesús, dándose cuenta de que había salido poder de él, se volvió a mirar a la gente, y preguntó: —¿Quién me ha tocado la ropa? Marcos 5,27-30 El pensamiento de esta mujer dibuja perfectamente el de la multitud. Por eso lo buscaban y lo seguían a todas partes. En la mayoría de los pasajes bíblicos donde esta Jesús, aparece rodeado por una gran cantidad de personas que les gustaba escucharlo y verlo retar al estamento religioso, pero siempre existía el interés de una sanación o de un milagro que les proveyera sus necesidades más apremiantes. La gente vivía a la caza de la próxima llegada a una determinada región para tocarlo y obtener curación: «Así que toda la gente quería tocar a Jesús, porque los sanaba a todos con el poder que de él salía.» . Los judíos de su época veneraban las tumbas de los profetas y de otras personas santas como, por ejemplo, los mártires piadosos (ver Mateo 23,29; Hechos 2,29 y 1 de Macabeo 13,25-30). ¿Por qué no hay ni una sola evidencia cristiana, ni secular, ni histórica de haber existido algún lugar donde se hubiera venerado el cuerpo de Jesús? Cuando Jesús hizo su entrada a Jerusalén el domingo anterior al de su resurrección, montado en un burrito, la gente que lo conocía estaba sumamente eufórica, lo alababan con palmas y le gritaban hosannas. Semejante algarabía atrajo la atención de una gran cantidad de personas que indagaban «Cuando Jesús entró en Jerusalén, toda la ciudad se alborotó, y muchos preguntaban: —¿Quién es éste? Y la gente contestaba: —Es el profeta Jesús, el de Nazaret de Galilea.» . Esa fue la triste realidad del Maestro, que el pueblo lo reconoció como un profeta, pero no como el Mesías. De todos los profetas de la antigüedad no hubo nadie que tan siquiera se acercara a la cantidad de obras y milagros que hizo Jesús, y aun así adoraban sus tumbas, entonces ¿por qué no hicieron lo mismo con la de Jesús? La respuesta es sencilla, porque en la que estuvo el Maestro, después de tres días, quedo vacía y nunca más tuvo otra. Sabemos dónde reposan los huesos de Abraham, Mahoma, Buda, Confucio, Lao-Tzu y Zoroastro, pero ¿dónde están los de Jesús? ¿No es esto otra evidencia más de que sus amigos no podían tener ese cuerpo?

DECIMOSEGUNDA TESIS: LA SÁBANA EN LA TUMBA

La mayoría de los doctores bíblicos señalan al apóstol Juan —uno de los dos hijos de Zebedeo y Salomé, hermano menor de Santiago y compañero de Simón Pedro— como al discípulo amado que se menciona en el evangelio que lleva este mismo nombre. Él estuvo entre los primeros escogidos por el Maestro para ser uno de los doce. Esto fue contrario a las costumbres de la época, según las cuales los discípulos elegían a los maestros que los guiarían: «No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros» . Al parecer era el más joven del grupo, así que Jesús le tomó especial cariño, y de ahí el apelativo del «amado». Juan estuvo junto al Maestro en ocasiones especiales: en la casa de Jairo, jefe de una sinagoga, a cuya hija resucitó; cuando subió al monte Tabor para transfigurarse; y en el huerto de Getsemaní, donde Jesús se retiró a orar en agonía ante la perspectiva de su pasión y muerte. Con Pedro, fueron los escogidos por Él para realizar los preparativos para la última Cena pascual y luego lo invitó a sentarse a su derecha. Y de manera especial, Jesús le encomendó el cuidado de su madre cuando Él moría en la cruz. También fue testigo privilegiado de las apariciones de Jesús resucitado y de la pesca milagrosa en el Mar de Tiberíades. Este discípulo vio al Maestro resucitar muertos, caminar sobre el agua, alimentar a multitudes con apenas unos panes y peces, sanar toda clase de enfermos, devolverle la vista al ciego, el habla al mudo, el caminar al paralitico, etc. Compartió con Él tres años, día y noche. Sostuvieron platicas que están consignadas en las Escrituras más muchas otras que no se incluyeron, pero que podemos afirmar que existieron. Y aun así no creía que Él fuera el Hijo de Dios. Las Escrituras nos cuentan los momentos de quiebre de algunos discípulos en los que cedieron a sus dudas y creyeron en la resurrección del Señor y, por consiguiente, en reconocerlo cómo el Mesías. El de Tomás fue cuando el Maestro le pide que meta sus dedos en los agujeros de los clavos y su mano en la herida del costado. El de los dos caminantes de Emaús fue cuando, cenando con Él, lo reconocen al partir el pan. El de otros fue cuando Jesús se les apareció en el cuarto donde se encontraban escondidos por «miedo a los judíos». ¿Cuál fue el momento de quiebre de este discípulo tan especial y al que el Maestro tanto amaba? Junto con Pedro, fueron los primeros discípulos en visitar la tumba cuando María Magdalena les dio el anuncio de la resurrección del Señor. Al entrar al sepulcro notaron que «todo» estaba en «su» lugar, menos Jesús. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó el primero al sepulcro; e inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro; vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollados en un sitio aparte. Juan 20,4-7 Los evangelistas utilizan la palabra lienzo o sábana para referirse a la «sábana de lino» que compró José de Arimatea para envolver el cuerpo de Jesús. Con respecto a esta tela, en la narración del discípulo amado, el evangelista hace énfasis en una palabra y por eso la repite: «tendidos». Al entrar en el sepulcro, los testigos se sorprendieron enormemente porque el cuerpo había desaparecido, pero en cambio la sábana que lo había envuelto estaba «tendida». Es decir que la sábana permanecía en la misma posición en la que había sido colocada, pero caída sobre sí misma, como si el cuerpo se hubiera «evaporado». La sábana parecía estar «desinflada». De ahí la importancia del detalle. Por eso agrega que él «vio y creyó» (Juan 20,8). Este discípulo que tanto conocía al Maestro, que fue el «consentido» del Mesías, que estuvieron juntos en momentos muy importantes de la vida del Señor, lo que lo hizo finalmente creer fue ver «tendida» la sábana. El vio en altorrelieve esa tela que alguna vez había cobijado un cuerpo. Ahora aparecía «desinflada» con las marcas elevadas de la nariz, los pómulos, el mentón, el cuerpo y sus extremidades, en el mismo lugar donde el viernes habían depositado el cadáver. Para Juan este vital detalle, no solo descartaba el rumor que circulaba de un robo —¿Qué ladrón se hubiera puesto a arreglar la sábana y el sudario de esta manera? —, sino que evidenciaba el milagro de la resurrección. El evangelio de Juan es el único en mencionar, adicional a la sábana, el «sudario». La palabra griega que usó el evangelista para «sudario» significa «paño o pañuelo para el sudor». Se trataba de una tela de un tamaño intermedio entre nuestros pañuelos y las toallas de mano, que formaba parte del atuendo habitual de los hombres en tiempos de Jesús, y que servía principalmente para secarse el sudor. En el rito funerario, era utilizado para envolver el rostro buscando, especialmente, que la quijada no se descolgara. Era la primera prenda que se usaba en el ajuar mortuorio. En Juan 11,44, en el relato de la resurrección de Lázaro, se usa esta palabra cuando se dice que «su rostro estaba envuelto en un sudario». En Lucas 19,20 se usa en la parábola de los talentos, el tercero de los siervos le devuelve al amo el talento recibido diciendo «ahí tienes tu talento, lo tenía guardado en un pañuelo (sudario)». Y finalmente, esta palabra se usa también en Hechos 19,11-12 en la mención que se hace a los milagros que realizaba Pablo «tanto que hasta los pañuelos (sudarios) o las ropas que habían sido tocados por su cuerpo eran llevados a los enfermos, y éstos se curaban de sus enfermedades, y los espíritus malignos salían de ellos.». En Juan 20,7 se da mucha importancia a la posición concreta en la que se hallaba el sudario dentro de la tumba del Maestro. No estaba tendido como la sábana, sino que, por el contrario, estaba enrollado y lejos de ella. Lo que el evangelista nos está diciendo es que el cuerpo de Jesús «traspasó» la sábana con el sudario puesto, luego se lo quitó, lo enrolló y lo dejó en otro lugar de donde había reposado su cuerpo. Eso fue lo que lo hizo creer en la resurrección del Maestro. Eso fue lo que lo hizo convencerse de que Jesús era el Mesías, el Hijo de Dios. Él «vio y creyó» .

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DECIMOTERCERA TESIS: MÁRTIRES

Al principio del siglo XX, después que fuera derrocado el Zar de Rusia, se dio comienzo a una prohibición escalonada de la práctica de cualquier rito religioso. Sin embargo, algunas costumbres de esta índole se continuaron practicando de forma muy clandestina. Una de éstas era la de hornear el pan para la Pascua de Resurrección, el Kulich, que era considerada la fiesta de todas las fiestas. Todos los fieles horneaban el pan en una gran variedad de formas y estilos; y lo compartían con sus familiares y amigos en celebraciones caseras. En la medida que el comunismo fue madurando e imponiéndose en todos los rincones del país, las autoridades empezaron a reprimir más y más todas las expresiones religiosas, llegando incluso en algunas regiones a impedir la preparación del Kulich. Una de las afectadas con dicha prohibición fue un pequeño pueblo en las cercanías de Kiev. A comienzos de 1930 las autoridades locales, ordenaron la confiscación de toda la harina y que se apagaran los hornos. Pero antes que comenzara la incautación, algunos habitantes del pueblo lograron esconder suficiente harina y otros materiales necesarios para hornear el pan de la Pascua que se avecinaba. Uno de los hombres más poderosos del mundo fue Nikolai Ivanovich Bukharin , un líder comunista ruso, que participó en la Revolución Bolchevique. El día de pascua de 1930, se dirigió a una asamblea masiva de trabajadores, en el vecino pueblo de Kiev, para instruirlos en el ateísmo. Apuntó, en un largo discurso de casi dos horas, la artillería pesada de sus argumentos al cristianismo lanzando insultos y supuestas pruebas en contra de la existencia de Jesús y de la veracidad de su legado. Cuando terminó, miró a la multitud con aire de suficiencia a lo que creía que era el montón de cenizas humeantes de la fe de toda esa gente y preguntó si alguien tenía algo que decir. El sacerdote del pueblo, que quería contarle a la comunidad que a pesar de la prohibición y de toda la propaganda ateísta, ya se había horneado el Kulich de la gran celebración, pidió la palabra. Le concedieron tres minutos, a lo que él replicó que para lo que quería decir no necesitaba tanto tiempo y mirando a toda la multitud gritó el reconocido saludo de la Iglesia Ortodoxa: «¡JESUCRISTO HA RESUCITADO!». En masa, la multitud se puso de pie y la respuesta llegó como un trueno: «EN VERDAD, HA RESUCITADO». Toda la evidencia que encontramos en el Nuevo Testamento y en la literatura de la iglesia primitiva muestra que la prédica de la buena noticia del evangelio no era «Siga las enseñanzas del Maestro y pórtese bien» sino «Jesucristo resucitó de entre los muertos». Eso fue lo que los apóstoles salieron a contar y les costó la vida hacerlo. Finalmente, ¿qué mayor prueba que ese humilde carpintero de Nazareth no estaba loco ni mentía cuando decía que Él y Dios eran uno (Juan 10,30), que haberse levantado de la tumba? Aunque la Biblia solo nos narra la muerte de dos de los discípulos, la de Judas el traidor que se ahorcó (Mateo 27:5) y la de Santiago el Mayor que murió decapitado por orden del rey Herodes (Hechos 12:2), la tradición nos ha dejado saber que todos los demás pasaron por el martirio. En algunos casos los lugares y las formas en que sufrieron la muerte los apóstoles difieren según la fuente que se consulte, pero todas coinciden en que murieron como mártires. Acá están las historias de sus muertes según la mayoría de las fuentes. Juan (el discípulo amado del Señor), hermano de Santiago el Mayor e hijo de Zebedeo y Salomé, es el autor del evangelio que lleva su nombre, del Apocalipsis y dos epístolas. Sobrevivió a una olla con aceite hirviendo que el emperador Domiciano ordenó como castigo por su predicación. Al no conseguir matarlo, el soberano lo sentenció a trabajos forzados en las minas de la isla de Patmos. Después fue liberado y murió pacíficamente en la isla de Éfeso. El martirio de Pedro fue profetizado por el mismo Jesús y el evangelista Juan lo escribió con su estilo alegórico diciendo: «[…] Jesús estaba dando a entender de qué manera Pedro iba a morir y a glorificar con su muerte a Dios» (Juan 21,18-19). El apóstol murió en Roma crucificado en una cruz invertida por orden del prefecto Agripa, funcionario del emperador Nerón. Andrés el hermano de Pedro, e hijo de Jonás, murió en Acaya, Grecia, en el pueblo de Patra. Cuando el hermano y la esposa del Gobernador Aepeas se convirtieron a la fe cristiana, este se enojó mucho por dichas conversiones. Él arrestó al apóstol y lo condenó a morir en la cruz. Andrés, sintiéndose indigno de ser crucificado en una cruz en la misma forma que su Maestro, suplicó que la suya fuera diferente. Así que lo crucificaron en una con figura de X, la cual hasta el día de hoy es llamada la cruz de San Andrés y es uno de sus símbolos apostólicos. La tradición ubica su martirio el 30 de noviembre del año 63, bajo el imperio de Nerón. Santiago el Menor o Jacobo, medio hermano de Judas Tadeo e hijo de Alfeo y María, murió en el año 62 cuando el sumo sacerdote Anás II le ordenó renegar de Jesús, pero él no solo no lo hizo, sino que aprovechando que estaba en lo alto del templo, se puso a predicar el evangelio a la multitud que se encontraba ahí. Al escuchar esto los fariseos y escribas se llenaron de furia y uno de ellos lo empujó desde lo alto. Como el apóstol no murió en la caída, lo apedrearon mientras rogaba a Dios de rodillas por sus asesinos. Finalmente falleció de un golpe en la cabeza con una maza. Judas Tadeo, o Leveo, hijo de Cleofás y María. Lo decapitaron con un hacha en la ciudad de Suamir, Persia. Mateo o Leví, hijo de Alfeo, autor de uno de los cuatro evangelios. Fue martirizado en Nadaba, Etiopía por oponerse al matrimonio del rey Hirciaco con su sobrina Ifigenia, la cual se había convertido al cristianismo por la predicación del apóstol. Murió en el año 60, decapitado al finalizar su sermón. Simón el Cananeo o el Zelote, fue martirizado en la ciudad de Suamir, Persia, aserrado por la mitad. Felipe, originario de Betsadia. Su ministerio lo llevó a diferentes partes, y predicó en Asia, y en Heliópolis, Frigia (antiguamente era territorio griego y actualmente es turco), en donde lo echaron en la prisión, y después fue crucificado en el año 54. Bartolomé, conocido también como Natanael, hijo de Talmai, fue martirizado en la ciudad de Albana en Armenia. Primero lo crucificaron y antes de morir, lo descolgaron de la cruz, lo desollaron vivo y finalmente lo decapitaron. Por esta razón los antiguos artistas lo pintaban con la piel en sus brazos, como quien carga un abrigo. Tomás Dídimos, el incrédulo, sufrió el martirio en la costa de Coromandel, India, donde su cuerpo fue descubierto con marcas de haber sido atravesado con lanzas. El término kamikaze de origen japonés, fue utilizado originalmente por los traductores estadounidenses para referirse a los ataques suicidas efectuados por pilotos de la Armada Imperial Japonesa, contra embarcaciones enemigas a finales de la Segunda Guerra Mundial. Estos ataques pretendían detener el avance de los aliados en el océano Pacífico y evitar que llegasen a las costas japonesas. Con esta finalidad, aviones cargados con bombas de doscientos cincuenta kilos impactaban deliberadamente contra sus objetivos con el afán de hundirlos o averiarlos tan gravemente que no pudieran regresar a la batalla. Este término también lo han empleado algunos periodistas para referirse a ciertos terroristas yihadistas que salen a matar al máximo número de «infieles» posibles, con la certeza que morirán en el cumplimiento de la misión. Hacen esto porque han sido instruidos que Alá los recompensará en el cielo con una gran cantidad de «premios» tales como un ramillete de setenta y dos vírgenes sumisas (huríes); ríos de vino, miel y leche, caballos alados de oro y rubíes, y otros regalos más para su deleite sin fin. A partir del 2009 más de veinte monjes tibetanos han tomado el camino de la autoinmolación como forma de protestar por la prohibición del gobierno de la China al regreso del Dalai Lama desde el exilio, a su natal Tíbet. Al parecer estos monjes no han encontrado otra forma de lograr la atención mundial para presionar a los invasores a que abandonen su país. Tanto estos monjes, como los yihadistas, como los pilotos japoneses están cometiendo suicidio, que está condenado en sus respectivas religiones. Pero cuando la acción no es por una cuestión personal, sino para un supuesto bien colectivo en defensa de sus creencias, la cosa cambia. Ahí ya no aplican las mismas reglas, y por eso los tibetanos, japoneses y los musulmanes extremistas no catalogan estos actos como suicidios. Cuando el terrorista yihadista sale con un chaleco bomba de su casa para explotarse en el lugar donde más destrucción pueda causar, o cuando el piloto japones estrella a propósito su nave contra un barco enemigo, o cuando el monje tibetano se enrolla en alambres de púas para que nadie intente salvarlo de su autoinmolación, tienen la plena certeza de que van a morir en el acto. Técnicamente se trata de suicidio. Este no es el caso de los apóstoles. Ellos no buscaban su propia muerte cuando anunciaban la resurrección del Señor, sabían que les traería problemas y que podría costarles la vida, como efectivamente ocurrió, pero no buscaban ni mucho menos deseaban su muerte. Ellos simplemente no negaron lo que les resultaba absolutamente imposible negar: que vieron con sus propios ojos al Maestro después de haberlo sepultado en aquella tumba que tan gentilmente José de Arimatea había facilitado. Ellos no dieron sus vidas por defender una doctrina, ni por proteger las enseñanzas de Jesús, ni por preservar una naciente iglesia, ni mucho menos por salvaguardar una religión. Ellos salieron a contar, motivados por la resurrección del Señor, de todo lo que habían sido testigos desde que Jesús de Nazareth apareció en sus vidas y los llamó para que lo acompañaran en la más emocionante de todas las experiencias. Dieron su testimonio, contaron lo que habían vivido y por ello fueron martirizados.

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CONCLUSIÓN

Conclusión

El libro de los Hechos de los Apóstoles, escrito por Lucas —el mismo autor del evangelio que lleva su nombre—, narra la fundación de la Iglesia Católica y la expansión del cristianismo por el Imperio romano. Después que los apóstoles recibieron al Espíritu Santo en aquel día de Pentecostés, organizaron en diversas casas la celebración diaria del memorial de la última cena del Señor: «Todos los días se reunían en el templo, y en las casas partían el pan y comían juntos con alegría y sencillez de corazón» (Hechos 2,46). Claramente el término «última» antecediendo a la palabra «cena» nos ha de transportar a un evento definitivo y melancólico, como de triste despedida. Y en el caso de la del Señor, fue el principio del fin, ya que con ella se da comienzo a los eventos que desencadenaron en su muerte. ¿Por qué no se reúnen a conmemorar ésa última cena vestidos de luto, tristes, con llantos y lamentos? ¿Cómo así que se reunían a ¡celebrar! y con ¡alegría!? Sino hubiera habido resurrección, ciertamente no habría nada que festejar con gran júbilo. Jesús había profetizado que eso era lo que llegaría a ocurrir «Están confundidos porque les he dicho: ‘Dentro de poco tiempo ya no me verán y dentro de otro poco me volverán a ver’. Les aseguro que ustedes llorarán y se entristecerán, mientras el mundo se alegrará. Ustedes estarán tristes, pero su tristeza se transformará en alegría» (Juan 16,19-20).

Muchos católicos tienen a la resurrección del Señor como uno de esos actos de fe, en el que se cree más por costumbre que por convencimiento. En el fondo del corazón piensan que, ¿cómo se puede probar que Jesucristo resucitó de entre los muertos, si eso pasó hace tanto tiempo? Además, también piensan que ¿cómo se podría probar si finalmente los apóstoles no iban a escribir en los evangelios algo que «no les convenia»? En otras palabras, ellos nos contarían lo que necesitábamos creer, y como con dicho pensamiento se cuestiona la honestidad de ellos, entonces cierran ojos y oídos, y prefieren evitar las preguntas. Pero ahora con las evidencias que he aportado en este capítulo, estoy seguro de que ya no será más el caso. Como lo expresé en varias de las evidencias, la Biblia no es la única fuente que corrobora que Cristo fue crucificado, muerto y sepultado, y que después del tercer día muchos testigos reportaron haberlo visto vivo, y hasta donde sabemos, varios de ellos interactuaron con Él. Los evangelios, ciertamente, nos aportan una gran cantidad de detalles que ayudan a probar la honestidad, espontaneidad y hasta ingenuidad de sus autores, como ninguna otra fuente conocida, pero repito no es la única. Así que ahora nuestra fe en la resurrección del Señor no es un salto al vacío, sino que, por el contrario, podemos caminar por el terreno firme de la prueba con sólidas evidencias.

¿Por qué Pablo llegó a decir que, si Jesucristo no resucitó vana es nuestra fe? En otras palabras, lo que nos está diciendo el apóstol, es que, sin la resurrección de Cristo, no existiría el cristianismo, ni probablemente usted hubiera escuchado palabra alguna de los apóstoles, ni existiría la Iglesia, ni ninguna esperanza de vida después de la muerte. Seguiríamos en esa angustiosa espera del que nos pueda redimir de nuestros pecados para gozar, en la eternidad, de las bondades y bellezas de vivir en la casa del Padre. ¿Por qué es la resurrección del Señor un evento tan decisivo?

Abraham fue el primer hombre en la historia al que Dios se le reveló. Él había sido educado en la creencia de múltiples dioses representados en objetos creados por el hombre o elementos de la naturaleza. Sin embargo, cuando Dios le habló, Abraham lo escuchó y el Señor le hizo una promesa:

Deja tu tierra, tus parientes y la casa de tu padre, para ir a la tierra que yo te voy a mostrar. Con tus descendientes voy a formar una gran nación; voy a bendecirte y hacerte famoso, y serás una bendición para otros. Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré a los que te maldigan; por medio de ti bendeciré a todas las familias del mundo. (Génesis 12,1-3)

Esta fue la promesa hecha a una nación que luego se conocería como Israel. A pesar de que la bendición llegaría a «todas» las familias del mundo, los descendientes de Abraham se destacarían ya que serían una «gran» nación. Lo único que pidió a cambio fue fidelidad. Cuando los israelitas de cada generación escuchaban el recuento de la promesa que Dios les había hecho, en especial aquello de que serían una gran nación, en la mente de ellos venía la imagen de la que fuere la potencia militar y económica del momento: tal vez eran los egipcios o los babilonios o los griegos o los sirios. Dios siempre se mantenía firme en cumplir su parte de la promesa, pero no así el pueblo y por eso continuaban añorando el día en que serían una gran nación.

Entonces empezaron a aparecer en la historia una serie de profetas que anunciaban la llegada de un «hombre» que le devolvería la dignidad al pueblo de Israel, que le llevaría la buena noticia a los pobres, que le anunciaría la liberación de los presos, que le restauraría la vista a los ciegos y le daría la libertad a los oprimidos. Este no iba a ser cualquier hombre, iba a ser Dios, que se haría carne como nosotros y que lo llamaríamos Emmanuel (El Mesías).

Cómo se explicó en el segundo capítulo, hubo cientos de señales (profecías) dadas por los profetas que ayudarían a identificar al tan anhelado Mesías, y también demostré que todas esas predicciones se cumplieron en Jesús. A primera vista se podría pensar que eso sería suficiente para que el pueblo lo identificara y lo reconociera y por consiguiente estallara de júbilo al saber que Dios estaba entre ellos. Pero la ceguera fue tal que no lo reconocieron y le tocó al mismo Jesús decirles que Él era al que ellos esperaban. Y ¿cómo tomó el estamento más culto y educado en la ley, los que sabían de memoria los escritos de los profetas —que eran los que hablaban de las señales—, la auto proclamación de ser El Mesías? Lo tomaron como a un loco, como a un impostor, como a un blasfemo.

Los judíos pensaban que ese Mesías habría de ser al menos, una réplica del rey David, nombre que en hebreo significa «El amado» o «El elegido de Dios». Había nacido en Belén —en la misma ciudad donde nació Jesús— en el 1040 a.C. y muerto en Jerusalén en 966 a.C., hijo de Jesé y Nitzevet, y como el menor de siete hermanos, estaba destinado a ejercer el menos glamoroso de los oficios: pastor de ovejas. Sin embargo, entró en la Historia como «un Rey justo, valiente, apasionado, guerrero, músico, poeta, rubio, de hermosos ojos, prudente, de muy bella presencia… aunque no exento de pecado», según coinciden los libros sagrados de las tres religiones monoteístas. Gran guerrero y conquistador, se hizo de los territorios de Soba, Aram (la actual Siria), Edom y Moab (la actual Jordania), así como las tierras de los filisteos y otros territorios. Aunque la fama que lo persiguió, incluso hasta nuestros días, no fue la de conquistador sino la de haber matado al gigante Goliat de una sola pedrada. Concluyó la tarea que había comenzado su antecesor Saul, de unificar en un solo territorio a las doce tribus de Israel (Jacob), aunque bajo el gobierno de su nieto Roboam, volverían a separarse. Una hoja de vida similar a esta era la que esperaba la sociedad culta de Israel que tuviera el Mesías.

Así que un pobre carpintero, sin dinero en los bolsillos ni soldados a su disposición, no podía ser ni tan siquiera confundido con el esperado Mesías. Sin embargo, los múltiples y grandiosos milagros que hacía Jesús les causaban una enorme confusión e intriga a los miembros del sanedrín. Lo vieron restaurarle la vista al ciego, el habla al mudo, el oído al sordo, el caminar al paralitico, la vida al muerto. Definitivamente no era un hombre común, ya que esas sanaciones cruzaban de lejos el umbral de lo humano, de lo natural. Pero si los milagros los intrigaba, lo que decía, los encolerizaba.

La relación de Jesús con la más alta esfera religiosa de todo Israel se movía entre esas dos bandas: la intriga y la cólera. Por momentos se ignoraban mutuamente, pero cuando los encuentros se hacían inevitables —ya que el Maestro visitaba el Templo cada vez que estaba en Jerusalén y ahí se encontraba con ellos—, Jesús no ahorraba palabras para reprocharles el asesinato del espíritu de la ley dada por Dios a través de los profetas y como la habían convertido en una pesada carga que ni ellos mismos estaban dispuestos a llevar. Los llamaba hipócritas, malvados, infieles. insensatos, raza de víboras, guías ciegos y hasta llegó a compararlos con los sepulcros blanqueados: hermosos por fuera, pero podridos por dentro.

Un buen día, los fariseos y los maestros de la ley decidieron retar a Jesús y le pidieron un milagro «más» para demostrar que era cierto que Él era el Mesías, y les dijo:

Esta gente malvada e infiel pide una señal milagrosa; pero no va a dársele más señal que la del profeta Jonás. Pues así como Jonás estuvo tres días y tres noches dentro del gran pez, así también el Hijo del hombre estará tres días y tres noches dentro de la tierra. (Mateo 12,39-40)

El Maestro mismo dijo que la única prueba que les iba a dar era su resurrección, no sus milagros. Así que, si Él resucitaba, significaba que Él no estaba loco ni mintiendo, significaba que Él era Dios encarnado, significaba que todo lo que decía era la más pura de todas las verdades, significaba que no citaría continuamente las Escrituras si estas no fueran las palabras que Dios Padre había infundido en los profetas, significaba que la Ley volvía a nacer con un nuevo espíritu, significaba que la espera de aquel que nos redimiría de nuestros pecados había terminado, significaba que nacería la esperanza de la vida eterna junto al Padre, significaba que la iglesia que estaba profetizada como puente entre la Tierra y el cielo era ya una realidad, significaba que podíamos tener por seguro todo lo que prometió y contar con ello, y significaba también que podíamos llamar a Jesús nuestro hermano, a María nuestra Madre y Dios nuestro Padre. Es por esta razón que Pablo dijo que de nada valía nuestra fe si Cristo no hubiera resucitado, pero ¡resucitó!

Durante los más de dos mil años que han transcurrido desde la resurrección de Cristo se han tejido toda clase de teorías que han buscado desvirtuar este evento, haciéndolo parecer como una historia producto del deseo de unos discípulos que buscaban darle vida, a como fuera lugar, a una nueva religión a partir del judaísmo. Pero quienes así lo afirman, lo hacen desconociendo todo el cúmulo de evidencias que existen de fuentes cristianas y no cristianas.

La puerta de la tumba de Jesús contó con el privilegio de haber sido estampada con la cara del anillo de la máxima autoridad romana para prevenir que nadie, sin la debida autorización, entrara a su interior. Adicional a esto una guardia del ejercito mejor preparado para la guerra y con las más estrictas reglas de conducta, estuvo vigilando día y noche el único acceso al sepulcro, y tres días después tuvieron que ir a donde los altos sacerdotes para que los ayudaran con una coartada que los librara del castigo si su jefe se enteraba que habían dejado escapar al cadáver de su tumba.

Ciertamente no podemos decir que la desaparición del cuerpo de una persona de su lugar de descanso solo se explica con la resurrección. ¡De ninguna manera!, esta razón no debe ni tan siquiera considerarse, a menos que estuviera profetizado que así ocurriría y a menos que el difunto hubiera proclamado ser Dios y que decía tener el poder y la autoridad para vencer la muerte y levantarse por sus propios medios de la tumba. Así que, a la hora de investigar la desaparición del cuerpo de Jesús, esa sí es una alternativa a ser considerada. Presenté trece evidencias contundentes que son congruentes y consistentes con el cumulo de hechos que la literatura histórica, la lógica y la Biblia nos presenta. En el capítulo dos demostré la autoría de la Biblia por parte del Espíritu Santo, así que este libro tan especial no puede ser descartado a la hora de sumar hechos que nos ayuden a resolver el misterio de la desaparición del cadáver del Maestro. Aporté evidencias de historiadores como Josefo Flavio, Cornelio Tácito y Cayo Plinio Cecilio Segundo, cuya obra literaria nos ha sobrevivido hasta hoy para poderla consultar y leer en ella lo que ellos atestiguaron respecto a la resurrección del Señor en su total contexto. Ellos no ofrecen el lujo de detalles que brindan los testigos cristianos, pero si aportan lo fundamental y el corazón del asunto: que Cristo fue crucificado por orden de Poncio Pilato, que fue sepultado a las afueras de la ciudad de Jerusalén cerca de donde había sido el lugar de su muerte y que días después mucha gente lo vio vivo.

Igualmente, en el capítulo anterior demostré que todas las profecías que a lo largo de los siglos los profetas habían dicho y que nos ayudarían a identificar al Mesías, se cumplieron en Jesús. Y también demostré cómo matemáticamente es imposible que esas profecías se hubieran cumplido en Jesús y que Él no fuera el Mesías. Analicé los hechos considerando todos los escenarios posibles, desde que las mujeres se hubieran equivocado de tumba y entraran a una que estaba vacía, hasta el del robo del cadáver y pasando por el escenario de que Jesús no hubiera muerto aquel viernes. Presenté lo que algunos grupos y personas anticristianas expresan como explicación a la tumba vacía y al confrontarlas con el pleno de la evidencia, se desvirtúan completamente. En cada una de esas hipótesis había uno o más hechos que no «cuadraban». ¿Qué no murió? ¿Dónde está su cadáver? ¿Qué lo que la gente vio fue a un doble de Jesús? ¿Dónde está su cadáver? ¿Por qué los guardias tuvieron que pedir una coartada? Entonces alguien tuvo que haber robado el cadáver. ¿Quién? Presenté un caso para los dos únicos bandos que podrían haberlo hecho, y en ningún caso se ajusta completamente a la evidencia. Contra toda razón y lógica, solo queda la resurrección como la única explicación que satisface plenamente la prueba recolectada.

Jesús tuvo la mayor de todas las osadías que la historia haya registrado: dijo que Él era Dios. No dijo que era el rey David, o Isaías, o Moisés, o Abraham…dijo que era Dios. Como era de esperarse la gente lo tomó como a un loco. Pero después de haberlo hacer tantos milagros le pidieron una prueba contundente, que no dejara duda alguna que Él sí era quien decía ser. Y Él les dijo que la resurrección era la prueba. Jesús probó ser Dios. Demostró ser el Mesías que los profetas habían anunciado. La voz de Dios que se expresó través de estos hombres tan especiales quedó registrada en las Sagradas Escrituras, como también su propia voz a través de su hijo Jesucristo.

¿Podemos confiar en esa comunicación? ¡No hay duda de ello!

 

 


[1] Randall James Hamilton Zwinge (Toronto; 7 de agosto de 1928), más conocido como James Randi, es un ilusionista, escritor y escéptico canadiense; figura conocida de los medios en los Estados Unidos por exponer fraudes relacionados con la parapsicología, la homeopatía y otras pseudociencias. Randi se desempeñó como ilusionista durante casi 50 años, por lo que posee gran habilidad para detectar los engaños de personas que alegan tener poderes sobrenaturales.

[2] https://web.randi.org/

[3] https://en.wikipedia.org/wiki/List_of_prizes_for_evidence_of_the_paranormal

[4] Éxodo 7-12

[5]Walter Brown Gibson (12 de septiembre de 1897 – 6 de diciembre de 1985) fue un autor estadounidense y mago profesional, mejor conocido por su trabajo en el personaje de pulp fiction The Shadow. Gibson, bajo el seudónimo de Maxwell Grant, escribió más de 300 historias de The Shadow.

[6] https://www.rijksmuseum.nl/en/search?q=SK-A-2664

[7] Juan 18,32-38

[8] Juan 18,36

[9] Juan 18,37

[10] Lucas 4,3-12

[11] Lucas 6,9

[12] Lucas 10,26-28

[13] Mateo 22,36-37

[14] Mateo 21,13

[15] Mateo 21,42

[16] Juan 5,39-40

[17] Juan 7,15

[18] Juan 7,37-38

[19] Mateo 5,17-18

[20] La ley prohibía al sumo sacerdote rasgar su vestidura sobre asuntos personales (Levítico 10,6, 21,10); pero cuando actuaba como juez, la costumbre le exigía expresar su horror ante cualquier blasfemia pronunciada en su presencia.

[21] Deuteronomio 21,22-23

[22] Juan 19,38-42

[23] 1 Corintios 15,5

[24] Juan 20,14

[25] Lucas 24,16

[26] Juan 21,5-7

[27] Daniel 12,2-3

[28] Pablo explica en Primera de Corintios en su capítulo quince que en la resurrección nuestros cuerpos serán imperecederos (1 Corintios 15,42), gloriosos (1 Corintios 15,43), fuertes y poderosos (1 Corintios 15,43), perfectos (1 Corintios 15,44).

[29] La Shemá era para los judíos de aquella época como lo es para nosotros hoy el Padre Nuestro. La Shemá comprende los textos bíblicos de Deuteronomio 6,4-9; Deuteronomio 11,13-21 y Números 15,37-41.

[30] La creencia era que sí Sara, la esposa de Abraham, fue capaz de mentirle a Dios, le mentiría a cualquiera, desde entonces la mujer perdió toda credibilidad. Ver Génesis 18,1-15.

[31] Lucas 8,1-2

[32] Juan 1,20

[33] Clive Staples Lewis (Belfast, Irlanda del Norte, 29 de noviembre de 1898-Oxford, Inglaterra, 22 de noviembre de 1963), popularmente conocido como C. S. Lewis, fue un medievalista, apologista cristiano, crítico literario, novelista, académico, locutor de radio y ensayista británico, reconocido por sus novelas de ficción, especialmente por las Cartas del diablo a su sobrino, Las crónicas de Narnia y la Trilogía cósmica, y también por sus ensayos apologéticos (mayormente en forma de libro) como Mero Cristianismo, Milagros y El problema del dolor, entre otros.

[34] «El que se porta honradamente en lo poco, también se porta honradamente en lo mucho; y el que no tiene honradez en lo poco, tampoco la tiene en lo mucho» Lucas 16,10

[35] «Las autoridades judías le contestaron: —Nosotros tenemos una ley, y según nuestra ley debe morir, porque se ha hecho pasar por Hijo de Dios.» Juan 19,7

[36] Marcos 15,39

[37] Marcos 15,44-45

[38] Santa de la iglesia Católica y madre del emperador Constantino quien en el año 313 autorizó la práctica del cristianismo.

[39] Viuda de Ahmet Ertegun, empresario y productor musical turco afincado en Estados Unidos. Conocido por ser cofundador y presidente de la compañía discográfica Atlantic Records desde la que impulsó la carrera musical de artistas como Ray Charles, Led Zeppelin, Phil Collins y Crosby, Stills, Nash & Young.

[40] Mateo 27,60

[41] Marcos 16,4

[42] Hechos 12,1-5

[43] Polibio (Megalópolis, Grecia, 200 a.C.-118 a.C.) fue un historiador griego. Es considerado uno de los historiadores más importantes, debido a que es el primero que escribe una historia universal. Su propósito central fue explicar cómo pudo imponerse la hegemonía romana en la cuenca del Mediterráneo, mostrando cómo se encadenan los sucesos políticos y militares acontecidos en todos los rincones de este ámbito geográfico.

[44] 27,66

[45] Daniel 6,17

[46] Juan 19,7

[47] Juan 19,8

[48] Hechos 14,11

[49] Mateo 27,19

[50] Juan 19,9

[51] Lucas 23,5-7

[52] Juan 18,36

[53] Mateo 27,45, Lucas 23,44 y Marcos 15,33

[54] «Era alrededor del mediodía. El sol se eclipsó y la oscuridad cubrió toda la tierra hasta las tres de la tarde. El velo del Templo se rasgó por el medio» Lucas 23,44-45

[55] Sexto Julio Africano (c. 160-c. 240) fue un historiador y apologista helenista de influencia cristiano-africana. Se le considera el padre de la cronología cristiana.

[56] Quinto Septimio Florente Tertuliano (c. 160-c. 220) fue un padre de la Iglesia y un prolífico escritor durante la segunda parte del siglo ii y primera parte del siglo iii.

[57] Mateo 27,51, Lucas 23,45 y Marcos 15,38

[58] Thallus fue un historiador temprano que escribió en griego koiné. Él escribió una historia de tres volúmenes del mundo mediterráneo desde antes de la guerra de Troya a la 167ª Olimpiada, c. 109-112 a. C.

[59] Mateo 27,63-64

[60] 1 Corintios 15,1-11

[61] Después de la resurrección de Jesús, la gente no lo reconoce a simple vista, como vemos que le pasó a María Magdalena, a los discípulos que iban de camino a Emaús, y así en las demás apariciones.

[62] La Comunidad Ahmadía del Islam fue fundada por Mirza Ghulam Ahmad (1835-1908, en Qadian) el 23 de marzo de 1889 en la India. Los musulmanes ahmadíes forman un movimiento reformador dentro del Islam, reflexionando sobre la esencia de esta religión. Ellos se separan claramente de los grupos militantes y fundamentalistas, destacando los elementos pacíficos y tolerantes del credo islámico. No obstante, la gran mayoría de los musulmanes extremistas consideran que el movimiento ahmadí es «apóstata» y «hereje» y que no forma parte del Islam.

[63] La Catalepsia es el estado en el que el cuerpo permanece paralizado. La catalepsia se observa en pacientes con cuadros graves y agudos de histeria, esquizofrenia y diversas psicosis. También se percibe a la catalepsia como un estado biológico en el cual la persona yace inmóvil, en aparente muerte y sin signos vitales, cuando en realidad se encuentra viva en un estado que podría ser consciente o inconsciente, lo que puede a su vez variar en intensidad: en ciertos casos el individuo se encuentra en un vago estado de conciencia, mientras que en otros pueden ver y oír a la perfección todo lo que sucede a su alrededor. Puede ser producida por el mal de Parkinson, epilepsia, por efectos de la cocaína, esquizofrenia, entre otros.

[64] En algunas traducciones bíblicas utilizan fantasma o espíritu. Fantasma siempre hace referencia a un demonio, no así la palabra espíritu. Es común encontrar expresiones como el «Espíritu del Señor» que es una referencia a Dios al igual que «Espíritu Santo», pero también está la expresión «espíritu inmundo» en referencia también a un demonio.

[65] Lucas 24,36-39

[66] Lucas 23,55

[67] Mateo 27,61

[68] Juan 20,19

[69] Hechos 1,9-11

[70] «Actio de sepulchro violato (acción del sepulcro violado). El pretor concede esta acción contra el que dolosamente haya violado, habite o edifique algo ajeno al sepulcro. La pena es quanti ob eam rem aequum videbitur (cuanto por esa cosa parezca bueno y equitativo), si reclama el titular; pero si éste no desea reclamar o no hay titular alguno, el pretor concede la acción con carácter popular en forma subsidiaria, por cien mil sestercios en caso de violación y por doscientos mil sestercios en caso de habitación o sobre edificación» Derecho Romano, Gumesindo Padilla Sahagún.

[71] Juan 20,13

[72] Mateo 27,64

[73] Mateo 28,13

[74] Mateo 28,12

[75] Hechos de los Apóstoles 2,14-41

[76] Zacarias 13,7

[77] Lucas 22,14

[78] Juan 20,19

[79] Mateo 26,70

[80] El instrumento utilizado para la flagelación fue el flagrum taxillatum, que se componía de un mango corto de madera, al que estaban fijos tres correas de cuero de unos cincuenta centímetros, en cuyas puntas tenían dos bolas de plomo alargadas, unidas por una estrechez entre ellas; otras veces eran los talli o astrágalos de carnero. El más usado era el de bolas de plomo. El número de latigazos, según la ley hebrea, era de 40, pero ellos por escrúpulos de sobrepasarse, daban siempre 39. Pero Jesús fue flagelado por los romanos, en dependencia militar romana, por tanto, more romano, es decir, según la costumbre romana, cuya ley no limitaba el número. Sólo estaban obligados a dejar a Jesús con vida, por dos razones: una, para poder mostrarle al público para que éste se compadeciera (era la intención de Pilato), y la otra, para que, en caso de condena a muerte, llegara vivo al lugar de suplicio y crucificarlo vivo: era le ley.

[81] Mateo 28,11-15

[82] Hechos 1,12-14 y 2,1-4

[83] Juan 20,9

[84] Lucas 24,32

[85] Juan 11,23-24

[86] Juan 6,26

[87] Lucas 6,19

[88] Mateo 21,10-11

[89] Juan 15,16

[90] La mayoría de las traducciones, desafortunadamente, nos hacen pensar a Jesús envuelto como a las momias egipcias y nublan la verdadera razón por la que el discípulo amado creyó. En el año 2010 la Conferencia Episcopal Española presentó una nueva traducción al español de la Biblia, la cual se utiliza como texto de la Sagrada Escritura que se proclama en la liturgia. Ha mejorado el relato de las telas halladas en el sepulcro con una mejor traducción de los textos griegos.

[91] Juan 20,8

[92] Nikolái Ivánovich Bujarin (Moscú, 9 de octubre de 1888, 15 de marzo de 1938) fue un político, economista y filósofo marxista revolucionario ruso. Destacado miembro de la dirección bolchevique formó parte del politburó hasta 1929, editó Pravda y fue durante la década de 1920 el teórico oficial del comunismo soviético. Dirigió la Comintern entre 1926 y 1929. Entre 1925 y 1928, fue el principal dirigente soviético junto con Stalin, el más destacado defensor de la evolución hacia la modernización económica y el socialismo y, en 1928-1929, el miembro más sobresaliente de la llamada «Oposición de derecha»

[93] Conocido como el Mayor, hermano del Apóstol Juan, hijos de Zebedeo y Salomé. Algunas Biblias lo traducen como Jacobo.

 

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