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¿Está Cristo realmente presente en la eucaristía?

Una encuesta realizada en el 2010 en los Estados Unidos por el Centro de Investigaciones PEW[1], mostró que más del 45% de los católicos en este país no saben que la Iglesia enseña que el pan y el vino una vez se consagran, se transforman en el cuerpo y la sangre real, verdadera, efectiva y sustancialmente del cuerpo, la sangre, el alma y la divinidad de Cristo.

No se trata de un asunto simbólico, ni alegórico, ni metafórico o simplemente espiritual.

¿Qué quieren decir en éste contexto los adjetivos: real, verdadero, efectivo y sustancial? En éste contexto, real quiere decir que su presencia no está sujeta a mi creencia. Verdadera quiere decir que su presencia no es figurativa como la de una foto. Efectiva quiere decir que produce lo que significa, es decir carne y sangre. Sustancial quiere decir que no es una presencia virtual.

Cuando la encuesta se extendió al público en general, es decir católicos y protestantes, el 52% dijo –incorrectamente– que la Iglesia enseña que aun después de la consagración, el pan y el vino es un símbolo del cuerpo y la sangre de Cristo. Centrando la encuesta entre los católicos que asisten a misa regularmente, los resultados arrojaron un escalofriante número: solo el 61% cree en la presencia real de Cristo en ese pan y vino consagrado. Casi el mismo porcentaje que mostró la encuesta realizada por la ANES –American National Election Study– en el 2008 entre los protestantes: el 59% de ellos creen en la presencia real de Cristo en la eucaristía, a pesar de que esto no forma parte de su dogma.

Claramente existe una diferencia por reconciliar entre las enseñanzas de la Iglesia y lo que un católico cree de ellas; respecto a esa presencia real de Cristo en la eucaristía, un católico podría caer en una de las siguientes cuatro categorías:

  • Creyente informado: Cree y está informado que ésta es la enseñanza de la Iglesia.
  • No creyente informado: Sabe que ésta es la enseñanza de la Iglesia, pero no la cree.
  • Creyente desinformado: Cree, pero no sabe que ésta es una de las enseñanzas de la Iglesia.
  • No creyente desinformado: No cree ni sabe que ésta es la enseñanza de la Iglesia.

Esta es la enseñanza de la Iglesia: que el pan y el vino consagrados se transforman en el cuerpo y la sangre real, verdadera, efectiva y sustancial del cuerpo, la sangre, el alma y la divinidad de Cristo. Es decir que las dos naturalezas de Cristo están presentes en ese pan y vino consagrados: la humana y la divina.

Dice el Catecismo de la Iglesia Católica en su artículo 1375: “Mediante la conversión del pan y del vino en su Cuerpo y Sangre, Cristo se hace presente en este sacramento.”. Como precisamente el propósito de esta obra es brindar una serie de argumentos que nos ayuden a entender la razón detrás de la enseñanza, veamos algunas.

La diferencia entre trógo y fágo

Como vimos anteriormente, los evangelios fueron escritos en griego y en este idioma existen dos palabras que significan comer. La primera de ellas es fágo, que tiene un significado literal o figurativo de la acción de comer. Y la segunda es trógo, que tiene el significado de masticar con la asociación del sonido crujiente que se produce al efectuar esta acción.

Es correcto decir que yo fágo o trógo un delicioso postre. También es correcto decir que yo fágo un libro, para significar que leí muy rápido un libro que me gustó mucho, porque fágo tiene ese significado figurativo. Pero es incorrecto decir que yo trógo un libro, porque esta palabra no ofrece un significado figurativo, solo literal.

Usando la Concordancia Exhaustiva de La Biblia de James Strong, podemos ver el uso que le dieron los evangelistas a estas palabras.

El evangelio de Mateo usa 26 veces la palabra fágo en alguna de sus conjugaciones: 6:25, 6:31, 9:11, 11:18, 11:19, 12:1, 12:4 (dos veces), 13:4, 14:15, 14:16, 14:20, 14:21, 15:2, 15:20, 15:27, 15:32, 15:37, 15:38, 24:49, 25:35, 25:42, 26:17, 26:21, 26:26 (dos veces) y una sola vez la palabra trógo: 24:38.

El evangelio de Marcos usa 29 veces la palabra fágo en alguna de sus conjugaciones: 1:6, 2:16 (dos veces), 2:26 (dos veces), 3:20, 4:4, 5:43, 6:31, 6:36, 6:37 (dos veces), 6:42, 6:44, 7:2, 7:3, 7:4, 7:5, 7:28, 8:1, 8:2, 8:8, 8:9, 11:14, 14:12, 14:14, 14:18 (dos veces), 14:22 y no usa la palabra trógo.

El evangelio de Lucas usa 39 veces la palabra fágo en alguna de sus conjugaciones: 3:11, 4:2, 5:30, 5:33, 6:1, 6:4 (dos veces), 7:33, 7:34, 7:36, 8:5, 8:55, 9:13, 9:17, 10:7, 10:8, 11:37, 11:38, 12:19, 12:22, 12:29, 12:45, 13:26, 14:1, 14:15, 15:2, 15:16, 15:23, 17:8 (dos veces), 17:27, 17:28, 22:8, 22:11, 22:15, 22:16, 22:30, 24:41, 24:43 y no usa la palabra trógo.

El evangelio de Juan usa 20 veces la palabra fágo en alguna de sus conjugaciones: 4:8, 4:31, 4:32, 4:33, 6:5, 6:13, 6:23, 6:26, 6:31 (2 veces), 6:49, 6:50, 6:51, 6:52, 6:53, 6:58, 18:28, 21:5, 21:12, 21:15 y cinco veces la palabra trógo: 6:54, 6:56, 6:57, 6:58 y 13:18. Veamos en qué contexto es que este evangelista usa una y otra vez la palabra trógo en su sexto capítulo (recuerde que fágo es comer en sentido literal o figurativo y que trógo es masticar produciendo el ruido que se genera cuando se mastica):

54 El que come (trógo) mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero. 55 Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. 56 El que come (trógo) mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él. 57 Como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, asimismo el que me come (trógo), él también vivirá por mí. 58 Este es el pan que descendió del cielo; no como vuestros padres comieron (fágo) el maná, y murieron; el que come (trógo) de este pan, vivirá eternamente. 59 Estas cosas dijo en la sinagoga, enseñando en Capernaúm.”

El evangelista quiso dejar claro y eliminar cualquier posibilidad de un sentido figurativo[2] a esa acción de comer su carne.

En el versículo 51 Jesús dice: “Yo soy ese pan vivo que ha bajado del cielo; el que come de este pan, vivirá para siempre. El pan que yo daré es mi propia carne. Lo daré por la vida del mundo”.

¿Cuándo nos dio Él su carne para darle vida al mundo?

En la cruz. Su entrega en ese madero no fue simbólica, así que sus palabras “El pan que yo daré es mi propia carne” no se pueden tomar como simbólicas.

Jesús no tiene nada que aclarar

Después que Jesús le dice varias veces a la multitud que deberían masticar su carne para alcanzar la vida eterna, ellos empezaron a murmurar aterrados por lo que habían escuchado. Y no era para menos. Las palabras de Jesús les han debido sonar ciertamente repugnantes y aptas solo para caníbales.

Recordemos que la ley les impedía tomar la sangre de ningún animal (Génesis 9:4), lo que explica sus palabras: “Al oír estas enseñanzas, muchos de los que seguían a Jesús dijeron: —Esto que dice es muy difícil de aceptar; ¿quién puede hacerle caso?” Juan 6:60

Esto nos confirma que ellos entendieron literalmente las palabras de Jesús. Él les contestó: “Jesús, dándose cuenta de lo que estaban murmurando, les preguntó: — ¿Esto les ofende? —” Juan 6:61

Él no aclara nada. Él no les dice que ellos lo entendieron mal, que ellos lo entendieron literalmente y que por eso ellos encuentran tan difíciles estas palabras. ¡No! Él no sólo no les aclara, sino que por el contrario, les pregunta si eso los ofendió.

Puesto que Jesús, el maestro de las parábolas, el maestro en hallar historias figuradas para transmitir un mensaje, no hace ninguna aclaración, ni ninguna corrección a un posible mal entendido, los que lo escucharon ¡se fueron! ¡Lo abandonaron! Y lo abandonaron porque sí entendieron exactamente lo que Él les quiso decir, y lo que entendieron les pareció simplemente repugnante.

“Desde entonces, muchos de los que habían seguido a Jesús lo dejaron, y ya no andaban con él.” Juan 6:66

Él no salió a detenerlos. Él no les dijo que lo habían entendido mal. Él no les dijo que Él lo había dicho en sentido figurado y que ellos lo habían entendido en forma literal. Él no les dijo que era una parábola y que ellos lo habían entendido al pie de la letra. ¡No! Él los deja ir. Volteándose les pregunta: “Jesús les preguntó a los doce discípulos: — ¿También ustedes quieren irse? —” Juan 6:67.

Tiempo después, en la última cena del Señor, Jesús pronuncia unas palabras que cerrarían ese círculo que comenzó con el discurso en Capernaúm: “Mientras comían, Jesús tomó en sus manos el pan y, habiendo dado gracias a Dios, lo partió y se lo dio a los discípulos, diciendo: —Tomen y coman, esto ES mi cuerpo. —” Mateo 26:26

Fijémonos en estas palabras. Primero Él coge el pan, que sabía a pan, olía a pan, tenía el color del pan, y se había preparado como un pan y luego dice que ese pan ES su cuerpo y no dice que simboliza o que contiene su cuerpo. Dice ¡es!

La palabra griega que usaron los evangelistas Mateo, Marcos, Lucas y Pablo cuando consignan estas palabras fue: estin. Católicos, ortodoxos y protestantes traducen esta palabra como “es”.

Sí yo que no soy policía le digo a una persona que está arrestada, la persona se va a reír y nada va a pasar, pero si el que las pronuncia es un verdadero policía, una persona que posee la autoridad para hacerlo, la realidad cambia y la persona queda arrestada.

Sí yo estoy de espectador en un estadio de futbol y digo que hubo penalti, no va a pasar nada, pero si el que lo dice es el árbitro que posee la autoridad para hacerlo, la realidad cambia y se sanciona el penalti.

Nos dice el evangelista Juan en su primer capítulo: “En el principio ya existía la Palabra; y aquel que es la Palabra estaba con Dios y era Dios… Aquel que es la Palabra se hizo hombre y vivió entre nosotros.“. La palabra de Dios es creadora. La palabra de Dios transforma la realidad. Encontramos en el primer capítulo del Génesis: “Entonces Dios dijo: « ¡Que haya luz!» Y hubo luz.“. Así que cuando Él dijo: “…esto es mi cuerpo” ese pan que el sostenía en sus manos, fue su cuerpo. Él posee la autoridad que crea, que transforma. Él puede transformar el pan y el vino en su cuerpo y su sangre.

¿Cómo ocurre la transformación?

Existen realidades que distan muchísimo de su apariencia. Cuando miramos el firmamento en una noche estrellada y vemos las estrellas, ellas aparentan estar ahí, la realidad es que la inmensa mayoría de las que vemos ya no existen; existieron hace millones de años, pero como estaban tan distantes, su luz sigue viajando hasta nosotros. La realidad es que hoy ya no existen. La apariencia es muy diferente a la realidad.

La carta apostólica “Spiritus Et Sponsa” del papa Juan Pablo II, escrita el 4 de diciembre del 2003, dice en uno de sus apartes:

“Existen interrogantes que únicamente encuentran respuesta en un contacto personal con Cristo. Sólo en la intimidad con Él cada existencia cobra sentido, y puede llegar a experimentar la alegría que hizo exclamar a Pedro en el monte de la Transfiguración: “Maestro, ¡qué bien se está aquí!” (Lucas 9, 33). Ante este anhelo de encuentro con Dios, la liturgia ofrece la respuesta más profunda y eficaz. Lo hace especialmente en la Eucaristía, en la que se nos permite unirnos al sacrificio de Cristo y alimentarnos de su cuerpo y su sangre”.

San Ignacio de Antioquía, obispo de Antioquía escribió siete cartas camino a su martirio en Roma donde sería devorado por los leones en el año 107 d.C.[3]. En su carta a los Efesios llama a la Eucaristía “medicina de inmortalidad[4] y categóricamente expresa en su carta a los Esmírneos “La Eucaristía es la carne de nuestro Salvador Jesucristo[5]. Igualmente enfatiza la validez de la consagración solo a través del obispo o de quien él delegue “Solo aquella Eucaristía ha de tenerse por válida, que se celebra bajo el obispo o aquel a quien él se lo encargare[6].

“La Didaché” o “Doctrina de los doce apóstoles”, es considerado uno de los escritos cristianos no canónicos más antiguos que existen. Estudios recientes ubican estos escritos en el año 160 d.C. Dice en uno de sus apartes “Pero que nadie coma ni beba de vuestra Eucaristía sin estar bautizado en el nombre de Jesús; pues de esto dijo el Señor: no deis lo santo a los perros.[7].

Es claro entonces que desde los orígenes mismos de la Iglesia, era entendida la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía, a pesar de no tenerlo explicado en la forma tan elegante que hizo Santo Tomás en el siglo XIII, cuando explicó la transformación que ocurría en las manos del sacerdote, llamándola transubstanciación.

El filósofo Aristóteles, alumno de Platón nacido en el 384 a.C., es el padre de la teoría filosófica de la sustancia. Aristóteles creía que la realidad se puede conocer tal cual es, a través de la razón y de los sentidos. Él sostenía que si una persona observaba un caballo, mediante su razón podía hallar lo que lo caracterizaba como caballo, y a eso lo llamó la substancia. La substancia es aquello que define a un ser, lo que realmente es el ser, lo que nos permite identificar a un caballo (siguiendo el ejemplo) entre millones de animales. Sin embargo esta substancia puede sufrir accidentes que son perceptibles a través de nuestros sentidos, como puede ser que el caballo sea negro o blanco (realmente, da igual que el caballo sea negro o blanco, porque eso es un accidente, no es algo que lo defina como caballo).

El prefijo trans denota un cambio. En el caso de la transubstanciación ¿qué es lo que cambia? la sustancia, que deja de ser la del pan y la del vino y se transforman en la sustancia de la carne y la sangre de Cristo. Los accidentes se mantienen iguales, es decir su color, sabor, textura, peso, olor, forma, estado, etc.

Es tal vez el Catecismo Tridentino en su artículo 2360 el que mejor describe lo que pasa después de la consagración:

 “Y procedamos ya a declarar y desentrañar los divinos misterios ocultos en la Eucaristía, que en modo alguno debe ignorar ningún cristiano.

San Pablo dijo que cometen grave delito quienes no distinguen el cuerpo del Señor. Esforcémonos, pues, en elevar nuestro espíritu sobre las percepciones de los sentidos, porque, si llegáramos a creer que no hay otra cosa en la Eucaristía más que lo que sensiblemente se percibe, cometeríamos un gravísimo pecado.

En realidad, los ojos, el tacto, el olfato y el gusto, que sólo perciben la apariencia del pan y del vino, juzgarán que sólo a esto se reduce la Eucaristía. Los creyentes, superando estos datos de los sentidos, hemos de penetrar en la visión de la inmensa virtud y poder de Dios, que ha obrado en este sacramento tras admirables misterios, cuya grandeza profesa la fe católica.

El primero es que en la Eucaristía se contiene el verdadero cuerpo de Nuestro Señor, el mismo cuerpo que nació de la Virgen y que está sentado en los cielos a la diestra de Dios Padre.

El segundo, que en la Eucaristía no se conserva absolutamente nada de la substancia del pan y del vino, aunque el testimonio de los sentidos parezca asegurarnos lo contrario.

Por último -y esto es consecuencia de los dos anteriores, y lo expresa claramente la fórmula misma de la consagración-, que, por acción prodigiosa de Dios, los accidentes del pan y del vino, percibidos por los sentidos, quedan sin sujeto natural. Es cierto que vemos íntegras todas las apariencias del pan y del vino, pero subsisten por sí mismas, sin apoyarse en ninguna substancia. Su propia substancia de tal modo se convierte en el cuerpo y sangre de Cristo, que deja de ser definitivamente substancia de pan y de vino.”

La Iglesia católica ortodoxa que al igual que la católica romana, comparten esta misma creencia, no se refieren a este extraordinario evento como transubstanciación sino como misterio.

¿Qué creen las iglesias protestantes?

Contrario a la enseñanza de la Iglesia católica existe otra interpretación nacida del luteranismo y que luego fue adoptada por el anglicanismo: la de la consubstanciación o unión sacramental. Básicamente el prefijo con denota que algo está con la sustancia. ¿Y que es ese algo? es Cristo.

En la obra Confesión de Concordia[8] dice en el capítulo referente al sacramento del altar[9], en la sección que contiene en lo que sí creen:

“Creemos, enseñamos y confesamos que en la santa cena el cuerpo y la sangre de Cristo están presentes real y esencialmente, y realmente se distribuyen y se reciben con el pan y el vino.”

La mayoría de las iglesias protestantes adoptaron la enseñanza calvinista que sostienen que la presencia de Cristo en la eucaristía no es real, sino solamente espiritual. Ellos no creen ni en la transubstanciación ni en la consubstanciación. Por esta razón no es necesaria la intervención de un sacerdote, como sí es requerida en la transubstanciación, donde el sacerdote coopera en la conversión.

 

 


[1] Institución sin ánimo de lucro fundada en 1948 con sede en Washington DC, USA.

[2] En el idioma arameo, que era el que hablaba Jesús, existía la expresión “comer la carne” o “beber la sangre” de otra persona, para simbolizar su persecución o ataque, como por ejemplo: “Cuando se juntaron contra mí los malignos, mis angustiadores y mis enemigos, Para comer mis carnes, ellos tropezaron y cayeron.” Salmo 27:2. RVR 1960.

Otros ejemplos se pueden ver en Isaías 9:18-20, Isaías 49:26, Miqueas 3:3, 2 Samuel 23:17, Apocalipsis 17:6 y Apocalipsis 17:16, entre otros.

[3] Algunos historiadores fechan su muerte en el 110 d.C.

[4] Carta a los Efesios, San Ignacio de Antioquía. C.20.n2 (FUNK-BIHLMEYER, 86,14-16; Ruiz Bueno (B.A.C.) 459; MG 5,661 A).

[5] Carta a los Esmírneos, San Ignacio de Antioquía. C.7 n.1 (FUNK-BIHLMEYER, 108.5-92; Ruiz Bueno 492; MG 5,713 A).

[6] Carta a los Esmírneos C.8 n.1s (FUNK-BIHLMEYER, 108.17-21; Ruiz Bueno 493; MG 5,713 B).

[7] Didaché C.9s (KLAUSER, 23ss; Ruiz Bueno, 86ss).

[8] Especie de catecismo luterano. La obra está dividida entre lo que si creen y lo que no creen. Se publicó por primera vez en 1577.

[9] Lo que para nosotros es la Eucaristía.

 

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