La primera vez que visité el Museo Americano de Historia Natural en la ciudad de New York, quedé muy impresionado por la cantidad de fósiles que pude apreciar. El visitante es recibido por el esqueleto fósil reconstruido de un tiranosaurio rex de 4 metros de altura por 12 de largo que habitó en nuestra tierra hace aproximadamente 65 millones de años atrás.
En otra sala tienen exhibidos cinco fósiles que muestran la evolución del caballo, desde su ancestro más remoto que vivió hace 55 millones de años y que medía aproximadamente 40 centímetros de alto, hasta la osamenta de un caballo actual con una altura de 160 centímetros. Fósiles de pescados que nadaron en los mares hace millones de años y que no son iguales a los pescados de hoy en día. Fósiles de creaturas que hoy se encuentran extintas.
Es evidente que los animales han cambiado con el pasar del tiempo.
¿Cómo mantenerme fiel a lo que yo pensaba que era la enseñanza de la Iglesia, después de haber visto con mis propios ojos esos fósiles que aparentemente probarían la teoría de la evolución? ¿Cómo defender ese creacionismo que había aprendido cuando tenía 6 años de edad?
Empecemos por decir que esos fósiles y los miles más que se han encontrado, no prueban la teoría de la evolución tal y como se enseña en los colegios, todo lo contrario ¡la contradicen!, y en segundo lugar que las dos teorías –creacionismo y evolución–, tal y como las conocen el común de la gente, no se contradicen ¡se complementan!
Aceptar la evolución como tal, no tiene por qué negar lo que nos cuenta la Biblia sobre la creación ni mucho menos a Dios como lo ha querido “vender” la propaganda evolucionista. Desafortunadamente esa es la forma en que el común de la gente ha percibido la teoría de la evolución.
Apegados a una interpretación literal del Génesis piensan que Dios ha quedado desmentido, ya que la evolución les ha mostrado que las especies no fueron el resultado de Dios actuando como mago en una función donde hace aparecer conejos y palomas de la nada. Piensan que para obtener un ser humano no se necesita de Él, sino del accionar del tiempo, del medio ambiente y de la suerte. De mucha suerte.
Lo que nos dice la Biblia es que Dios creó todo. Creó el tiempo, el medio ambiente y las leyes de la naturaleza que gobiernan esa evolución que desarrolla seres vivos.
La teoría de la evolución
Se considera a Charles Darwin como el padre de esta teoría que apareció publicada en su libro El Origen de las Especies en 1859. Su teoría se basa en tres postulados básicos:
- Existen variaciones en los organismos vivientes que se transmiten a la descendencia.
- Los organismos compiten por la supervivencia.
- La selección natural determinará que aquél que este mejor adaptado sobrevivirá.
Es decir que las formas de vida complejas que observamos hoy en día, provienen de formas menos complejas tras un proceso evolutivo de millones de años.
Cuando Darwin observaba la gran diversidad de organismos vivientes, incluido el mundo vegetal, constataba que esos organismos compartían una serie de estructuras comunes, e imaginó que estaba viendo las ramas de un gran árbol de vida.
Basado en sus observaciones, dedujo que si pudiera retroceder el tiempo, vería como esas ramas se juntaban unas con las otras hasta unirse en un tronco que habría nacido de una sola semilla.
¿De dónde salió esa semilla inicial?
Las corrientes del neodarwinismo[1] proponen una teoría: al comienzo, los ingredientes de una combinación química primordial (sopa primordial) se combinaron y recombinaron al azar hasta que la vida primitiva llegó a formarse.
La teoría creacionista
Creacionista viene de crear y en el sentido estricto; la palabra crear significa sacar algo de la nada. Dios es el único que puede sacar algo de la nada. Por tanto, la creación solo puede venir de Dios. El hombre solo es capaz de transformar, más no de crear.
El que es considerado como el padre de la química moderna, el francés Antoine Lavoisier (1743-1794) postuló un principio vigente hasta la fecha “La materia no se crea ni se destruye, solo se transforma”.
Antes que la ciencia se desarrollara en la forma en que lo ha hecho en los últimos siglos, la única fuente de conocimiento que poseía el hombre para temas tan fundamentales como el de nuestro origen era la Santa Biblia. Así que su interpretación literal por los letrados fue usual durante mucho tiempo.
Hasta antes de la teoría propuesta por Darwin, el mundo se sentía cómodo con lo que el primer concilio de Nicea había declarado en el año 325 “Creemos en un solo Dios, Padre Todopoderoso, Creador de todas las cosas visibles e invisibles”.
En síntesis y en palabras de hoy, las Sagradas Escrituras nos dicen que el universo tuvo un principio (Génesis 1:1); que ese principio creó luz (Génesis 1:3); después empezaron a aparecer los planetas (Génesis 1:10) y luego las estrellas (Génesis 1:14-15); surgieron las lluvias y los mares (Génesis 2:5); luego apareció el reino vegetal (Génesis 1:11), a continuación surgió el reino animal (Génesis 1:20-24) y por último el hombre (Génesis 1:26-29). El cuerpo del hombre se formó de la tierra misma y el alma fue infundida por Dios (Génesis 2:7).
Los científicos nos cuentan que el universo tuvo su principio en esa gran explosión (big-bang), que generó una inmensa fuente de luz, y que con el tiempo la materia se empezó a agrupar formando diversos cuerpos celestes. Los más grandes desencadenaron un proceso de fusión nuclear y nacieron las estrellas. Algunos de esos cuerpos comenzaron a gravitar alrededor de esas estrellas y nacieron los planetas, unos desarrollaron vida –reino vegetal y animal– cuya parte material surgió de los mismos compuestos de la tierra, siendo el hombre el más avanzado de ellos.
Notemos que las dos versiones son iguales, excepto que los términos que emplea la Biblia son términos que las personas de hace 3,500 años atrás, cuando fue escrito el Génesis, podían entender y comprender. No creo que en esa época hubieran entendido aquello de la fusión nuclear, o la gravitación, o la genética.
Evolución vs. Creación
Cuando empezó a tomar fuerza la teoría de la evolución, muchos cristianos, especialmente del ala protestante, radicalizaron la defensa del primer capítulo del Génesis. Los evolucionistas revivieron, casi que a manera de burla, el viejo calendario Ussher-Lightfoot del siglo XVII elaborado por el arzobispo anglicano James Ussher, quien apegándose a una interpretación literal de la Biblia, ubicó la creación del universo el 23 de octubre del 4004 a.C., es decir que el universo tendría poco más de 6,000 años de antigüedad. Actualmente sigo escuchando ecos de esta burla.
Con el pasar de los años y en la medida en que la teoría de la evolución ganaba más adeptos, la radicalización se hizo más grande al punto que la gente tenía que escoger entre dos teorías que se vendieron como si fueran totalmente excluyentes.
Creer en la evolución implicaba negar a Dios y creer en la creación implicaba cerrar los ojos ante unas pruebas científicas que aparentaban ser irrefutables.
Y así, como en una época la ley de los Estados Unidos y de otros países, prohibía la enseñanza de la teoría de la evolución en los colegios, hoy sucede lo contrario. La mayoría de estados de los Estados Unidos, prohíbe la enseñanza de cualquier teoría contraria a la evolución.
En Estados Unidos, país cuyos científicos han recibido 74 veces el Premio Nobel en la especialidad de medicina, 55 en la de química y 41 en la de física, el 42% de la población cree que la versión evangélica del Génesis sobre la creación del universo es consistente con los hechos históricos realmente acaecidos y debe aceptarse literalmente.
La tesis que las especies vivas han evolucionado de forma aleatoria sólo es aceptada por el 26% del censo, según datos procedentes de una encuesta elaborada en agosto del 2006 por el Centro de Investigaciones PEW[2].
En una encuesta realizada en los Estados Unidos por la empresa Gallup en noviembre de 2004, se les ofreció a los encuestados, dos opciones para responder a la pregunta “¿Qué es la teoría de Darwin?”, el 35% respondió que es una teoría científica lo suficientemente respaldada por la evidencia, pero otro 35% afirmó que es otra teoría entre tantas e insuficientemente respaldada por la evidencia, mientras que un 30% no respondió.
Cuando se propuso a los encuestados elegir entre tres alternativas para explicar el origen de la vida y del ser humano, el 45% prefirió una explicación creacionista y el 38% optó por una explicación evolutiva de la mano de Dios, mientras que sólo el 13% eligió una explicación que no involucraba a Dios.
Nosotros los creyentes no debemos dejarnos arrastrar por las corrientes materialistas, porque en lo que respecta al origen del hombre nos hemos centrado únicamente en el hombre material. Aun en el creacionismo, la gente tiende a pensar que Dios creó al hombre hace millones de años y nunca más intervino en la raza humana. Dios continúa su labor creadora hasta el presente, creándole un alma a cada ser humano que se concibe en el mundo.
Cuando Darwin propuso en 1859 por primera vez la evolución, solo era una teoría basada en premisas sin soporte. Sus observaciones lograron mostrar que una misma especie se había modificado de varias maneras para adaptarse mejor a su ambiente (micro evolución), extrapoló estas conclusiones devolviendo el reloj del tiempo, y concluyó que han debido de haber modificaciones mayores (macroevolución) que dieron origen a todas las especies hasta hoy conocidas.
Para desgracia de Darwin, la evidencia esencial que transformaría su teoría en un hecho real y comprobable, no se materializó durante su vida. Ni ha ocurrido hasta el día de hoy. Esencialmente, no tenemos dos tipos de evidencia necesarias.
La primera evidencia faltante es la de la semilla inicial de ese árbol de la vida.
El Neo-Darwinismo postula que esa semilla inicial se originó a partir de una mezcla prebiótica[3] rica, con todos los ingredientes necesarios para la vida, que se formó cuando la tierra empezaba a enfriarse. Hasta la fecha los paleontólogos no han podido confirmar que alguna vez tal mezcla haya existido. Los más antiguos sedimentos descubiertos, “no muestran señal de ningún compuesto orgánico abiótico”[4].
El astrónomo y químico ganador del premio nobel, Dr. Fred Hoyle y su coautora británica la doctora en química Chandra Wickramasimghe, escribieron en su libro Life Cloud:
“Aceptando la teoría de la “sopa primordial” como origen de la vida, vemos que los científicos han reemplazado los misterios religiosos que velaban esta cuestión con dogmas científicos igualmente misteriosos”.
Este mismo Dr. Fred Hoyle es el autor del libro The Big Bang in Astronomy y en él dice: “Imagine a un trillón de trillón de trillón de trillón de personas ciegas con un cubo de rubik desordenado. Trate de imaginarse cuál es la probabilidad de que todas ellas y al mismo tiempo armen correctamente el cubo. Esa es la probabilidad de obtener solo uno, de los muchos biopolímeros de los que la vida depende”.
La segunda evidencia faltante es la de los fósiles de las transiciones entre las diferentes especies.
Según la teoría de la evolución cada especie está precedida por una casi idéntica. Darwin reconoció en su libro El Origen de las Especies que tal serie evolutiva de especies no había sido hallada en el registro fósil de su época. Él tenía la esperanza que algún día los paleontólogos descubrirían tales eslabones faltantes, sin embargo hasta la fecha no ha sido hallado uno solo.
El profesor N. Heribert-Nilsson de la universidad de Lund, Suecia, dijo en 1954: “El material fósil actual es tan completo que la carencia de series transitorias no puede ser explicada por la falta de material”.
Décadas después, el curador del Museo Natural de Historia de Chicago, el señor David M. Raup dijo: “en lugar de encontrar el desarrollo gradual de la vida, lo que realmente encontraron los geólogos contemporáneos de Darwin y los actuales es un registro bastante irregular; las especies aparecen en secuencia muy abruptamente, muestran poco cambio, si es que alguno durante su existencia en los registros y repentinamente desaparecen de él”.
El registro fósil encontrado hasta el momento solo ha avalado las conclusiones iniciales de Darwin, la de una micro evolución debido a la adaptación de la especie, pero hasta el momento ha sido totalmente nulo el soporte fósil que fundamente una macro evolución. Solo se han encontrado fósiles que muestran las hojas de ese árbol que Darwin imaginó, pero nada de sus ramas, tronco ni semilla.
Variedad (por ejemplo muchas razas de perros), ni adaptación, ni extinción es lo mismo que evolución.
Uno de los argumentos más grandes en contra de ese supuesto árbol de la vida esbozado por Darwin, es lo que se conoce como la gran explosión cámbrica.
El cámbrico es un período en la vida de la tierra que comenzó hace 540 millones de años y terminó hace 485 millones de años.
Existe un consenso generalizado en que las primeras formas de vida sobre el planeta comenzaron hace más o menos 4,000 millones de años atrás. Si condensamos esos 4,000 millones de años en un día de 24 horas, tendríamos que a la 1 am solo existen simples organismos unicelulares; y desde esta hora hasta las 6 pm tendríamos lo mismo; tres cuartas partes del día han pasado y solo sigue habiendo simples organismos unicelulares en la tierra. De pronto a las 9 pm –que corresponde al períodocámbrico– y por un lapso de dos minutos, aparecen la mayoría de las principales formas de animales en la forma que actualmente existen.
De simples organismos unicelulares pasan a organismos con complejos cerebros, sistema nervioso, espina dorsal, estructura ósea, ojos, oídos, sistema digestivo, etc.
Gracias a las explotaciones petroleras en el mar, el hombre ha examinado sustratos de tierra provenientes de grandes profundidades que corresponden a la época en que la tierra se estaba formando. No se ha encontrado un solo fósil que muestre esa transición gradual de esos simples organismos unicelulares, a los sistemas complejos multicelulares de las especies encontradas en eseperíodo cámbrico y que existen hasta nuestros días con micro variaciones.
La mayoría de las personas piensan que el único “eslabón perdido” que la ciencia busca con interés es el de la transición entre el simio y el hombre, pero la realidad es que busca el de todas las transiciones, entre el árbol de manzana y la ballena, entre la pulga y el elefante, entre la lombriz y el águila. Según Darwin, toda la vida comparte un mismo ancestro.
La publicidad y el desarrollo mediático en favor de la teoría de la evolución y la caricatura que se ha hecho del creacionismo, han hecho que el común de las personas vea este tema como un enfrentamiento entre ciencia y religión, cuando en realidad se trata de un debate entre ciencia y ciencia.
Diseño Inteligente
Esta teoría surge alrededor de 1987 en Estados Unidos y propone que el origen y evolución del universo, la vida y el hombre, son el resultado de una inteligencia o diseñador que creó las leyes de la naturaleza de una forma deliberada para lograr el universo, la vida y el hombre que hoy conocemos. Esta teoría no menciona al diseñador ni a su naturaleza, solo concluye su existencia.
La evidencia científica recogida por los campos de la astronomía, antropología, biología y genética entre otras, contradicen la explicación de una evolución del universo y de las especies vivas por puro azar.
El fundamento de esta teoría se basa principalmente en la creación del universo y de la formación de la vida en la tierra.
Respecto a la formación del universo, los científicos han logrado escudriñar y entender los principios físicos que estuvieron presentes en la formación del universo hace 15.000 millones de años atrás, desde las primeras fracciones de segundo de su nacimiento. Constantes físicas como la fuerza de gravedad, electromagnetismo, fuerza nuclear fuerte, fuerza nuclear débil, velocidad de la luz, constante de Planck, masa de los electrones, masa de los protones, masa de los neutrones, la densidad de la materia, etc., se definieron con una precisión extremadamente perfecta para que se creara un universo y se desarrollara la vida.
Por ejemplo, si la velocidad a la que se expande la materia en un espacio vacío, fuera mayor al resultado de dividir uno entre un uno seguido por 120 ceros, el universo se expandiría más rápido y no se podrían formar estrellas ni planetas, o si fuera esa misma fracción más lenta el universo volvería a juntarse y nada se formaría.
Otro ejemplo, si la distribución masa-energía que se dio al comienzo de la formación del universo hubiera tenido una variación del orden de la fracción uno dividido por un uno seguido por 123 millones de ceros, no se hubiera formado el universo.
Otro ejemplo, imaginemos una regla métrica que se extiende a todo lo ancho del universo y ubicamos la actual fuerza de gravedad en un punto cualquiera de esa regla, un centímetro para la derecha o un centímetro para la izquierda y el resultado es que no podría existir ninguna masa más grande que el del tamaño de una lenteja.
El científico Stephen Hawking[5] escribió en su libro Historia Breve del Tiempo lo siguiente:
“Las leyes de la ciencia, tal como las conocemos en la actualidad, contienen muchos números fundamentales, como el tamaño de la carga eléctrica del electrón y la relación de las masas del protón y el electrón […]. El hecho notable es que los valores de estos números parecen haber sido ajustados finamente para hacer posible el desarrollo de la vida.”
Respecto a la formación de la vida en la tierra, los argumentos del diseño inteligente se basan en lo que ellos llaman la complejidad irreductible y la complejidad específica.
Complejidad irreductible, es la conclusión a la que llegan los postuladores de esta teoría, que gracias al desarrollo de los microscopios electrónicos, han podido encontrar sistemas biológicos demasiado complejos, como para haber evolucionado de sistemas menos complejos. Tal es el caso del flagelo bacteriano, que posee un mecanismo de impulsión extremadamente parecido al del motor de un bote, posee un rotor con piñones que gira a 7,000 rpm, posee un diferencial, un eje, anillos con engranajes, etc. Si a este mecanismo se le suprime un solo componente de sus más de 16 partes, la bacteria simplemente no se puede mover. Así que no es posible que haya sido producto de un desarrollo gradual.
Cosa similar pasa con el mecanismo de un reloj, se necesitan todas las piezas vitales a la vez para que funcione, sus componentes no se pueden ir formando gradualmente.
Darwin escribió en El Origen de las Especies: “si puede ser demostrado que algún órgano complejo existió sin haber pasado por una serie de numerosas, sucesivas y sutiles modificaciones, mi teoría se quebraría por completo”.
El concepto de complejidad específica fue desarrollado por el matemático, filósofo y teólogo William A. Dembski[6]. Él afirma que cuando algo tiene complejidad específica se puede asumir que fue producido por una causa inteligente (es decir, fue diseñado) en lugar de ser el producto de un proceso natural.
Para entender el concepto propone los siguientes ejemplos: “Una sola letra de un alfabeto es específica sin ser compleja. Una larga frase de letras escogidas de forma aleatoria es compleja pero no específica. Un soneto deShakespeare es complejo y específico.”.
Dembski afirma que los detalles de los seres vivientes tienen esa misma característica, especialmente los patrones de secuencias moleculares en las moléculas biológicas funcionales como el ADN.
Si vaciáramos en un libro toda la información contenida en el ADN humano, alcanzaría una altura equivalente a la distancia de la tierra a la luna.
Lo que enseña el magisterio de la Iglesia
Desde el nacimiento de nuestra religión, el hombre creyente ha tenido claro que la revelación del Evangelio es en realidad una segunda revelación, porque Dios ya había hablado a través de su creación. Existe una vieja tradición del pensamiento cristiano que habla de los “dos libros” de Dios: el de la naturaleza y el de la revelación. San Agustín lo puso en estos términos:
“Es libro para ti la Sagrada Escritura, para que la oigas. Y es libro para ti el orbe de la tierra, para que lo veas”
El padre Rafael Pascual es el director del master Ciencia y Fe del Ateneo Pontificio Regina Apostolorum[7] de Roma quien concedió en el 2005 una entrevista al portal de noticias Zenit[8] dejando muy claro la posición de la Iglesia a este respecto:
“El Magisterio de la Iglesia, en sí, no se opone a la evolución como teoría científica. Por una parte, deja y pide a los científicos que hagan investigación en lo que constituye su ámbito específico. Pero, por otra, ante las ideologías que están detrás de algunas versiones del evolucionismo, deja claros algunos puntos fundamentales que hay que respetar:
– No se puede excluir, «a priori», la causalidad divina. La ciencia no puede ni afirmarla, ni negarla.
– El ser humano ha sido creado a imagen y semejanza de Dios. De este hecho deriva su dignidad y su destino eterno.
– Hay una discontinuidad entre el ser humano y otros seres vivientes, en virtud de su alma espiritual, que no puede ser generada por simple reproducción natural, sino que es creada inmediatamente por Dios.”
Y a la pregunta “¿Cuáles son las verdades fundamentales sobre el origen del mundo y el ser humano que la Iglesia indica como puntos básicos?”, el padre Pascual responde:
“Está claro que el Magisterio no entra en cuestiones propiamente científicas, que deja a la investigación de los especialistas, pero siente el deber de intervenir para explicar las consecuencias de tipo ético y religioso que tales cuestiones comportan.
El primer principio que se subraya es que la verdad no puede contradecir a la verdad, es decir, no puede haber un verdadero contraste o conflicto entre una verdad de fe (o revelada), y una verdad de razón (es decir, natural), porque las dos tienen como origen a Dios.
En segundo lugar, se subraya que la Biblia no tiene una finalidad científica, sino más bien religiosa, por lo que no sería correcto sacar consecuencias que puedan implicar a la ciencia, ni respecto a la doctrina del origen del universo, ni en cuanto al origen biológico del hombre. Hay que hacer, por tanto, una correcta exégesis de los textos bíblicos, como indica claramente la Pontificia Comisión Bíblica, en «La interpretación de la Biblia en la Iglesia» (1993).
En tercer lugar, para la Iglesia no hay, en principio, incompatibilidad entre la verdad de la creación y la teoría científica de la evolución. Dios podría haber creado un mundo en evolución, lo cual en sí no quita nada a la causalidad divina, al contrario puede enfocarla mejor en cuanto a su riqueza y virtualidad.
En cuarto lugar, sobre la cuestión del origen del ser humano, se podría admitir un proceso evolutivo respecto a su corporeidad pero, en el caso del alma, por el hecho de ser espiritual, se requiere una acción creadora directa por parte de Dios, ya que lo que es espiritual no puede ser originado por algo que no es espiritual. Entre materia y espíritu, hay discontinuidad. El espíritu no puede fluir o emerger de la materia, como ha afirmado algún pensador. Por tanto, en el hombre, hay discontinuidad respecto a los otros seres vivos, un «salto ontológico».
Por último, y aquí nos encontramos ante el punto central: el hecho de ser creado y querido inmediatamente por Dios es lo único que puede justificar, en última instancia, la dignidad del ser humano. En efecto, el hombre no es el resultado de la simple casualidad o de una fatalidad ciega, sino más bien es el fruto de un designio divino. El ser humano ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, más todavía, está llamado a una relación de comunión con Dios. Su destino es eterno, y por ello no está simplemente sujeto a las leyes de este mundo que pasa. El ser humano es la única criatura que Dios ha querido para sí mismo, es fin en sí, y no puede ser tratado como medio para alcanzar ningún otro fin, por muy noble que pueda ser o parecer.”
El 12 de agosto de 1950, el entonces papa Pio XII promulgó “la carta encíclica Humani Generis” en los que aborda el tema de la evolución del hombre, dejando por escrito el pensamiento católico al respecto. En él podemos leer:
“Ninguna verdad, que la mente humana hubiese descubierto mediante una sincera investigación, puede estar en contradicción con otra verdad ya alcanzada, porque Dios la suma Verdad, creó y rige la humana inteligencia no para que cada día oponga nuevas verdades a las ya realmente adquiridas, sino para que, apartados los errores que tal vez se hayan introducido, vaya añadiendo verdades a verdades de un modo tan ordenado y orgánico como el que aparece en la constitución misma de la naturaleza de las cosas, de donde se extrae la verdad. Por ello, el cristiano, tanto filósofo como teólogo, no abraza apresurada y ligeramente las novedades que se ofrecen todos los días, sino que ha de examinarlas con la máxima diligencia y ha de someterlas a justo examen, no sea que pierda la verdad ya adquirida o la corrompa, ciertamente con grave peligro y daño aun para la fe misma.”
“…el Magisterio de la Iglesia no prohíbe el que —según el estado actual de las ciencias y la teología— en las investigaciones y disputas, entre los hombres más competentes de entrambos campos, sea objeto de estudio la doctrina del evolucionismo, en cuanto busca el origen del cuerpo humano en una materia viva preexistente —pero la fe católica manda defender que las almas son creadas inmediatamente por Dios—. Mas todo ello ha de hacerse de manera que las razones de una y otra opinión —es decir la defensora y la contraria al evolucionismo— sean examinadas y juzgadas seria, moderada y templadamente; y con tal que todos se muestren dispuestos a someterse al juicio de la Iglesia, a quien Cristo confirió el encargo de interpretar auténticamente las Sagradas Escrituras y defender los dogmas de la fe. Pero algunos traspasan esta libertad de discusión, obrando como si el origen del cuerpo humano de una materia viva preexistente fuese ya absolutamente cierto y demostrado por los datos e indicios hasta el presente hallados y por los raciocinios en ellos fundados; y ello, como si nada hubiese en las fuentes de la revelación que exija la máxima moderación y cautela en esta materia.”
En un artículo publicado el 7 de julio del 2005 por el The New York Times titulado “Encontrando diseño en la naturaleza” y escrito por el entonces arzobispo de Viena, cardenal Christoph Schönborn encontramos lo siguiente:
“…cualquier modo de pensamiento que niegue o busque desestimar la abrumadora evidencia en favor del diseño en biología es ideología, no ciencia.”
Vemos entonces que la Iglesia ha dado su respaldo a algunos aspectos de la teoría de la evolución y del diseño inteligente, partiendo siempre de un creador, que es quien crea la materia prima del universo y las leyes físico-químicas de la naturaleza que gobiernan esa materia, incluida la evolución.
El universo se desarrolla según sus propias dinámicas y eso no destruye al Dios que creó las leyes que las gobiernan, es decir que se excluye el azar de ese proceso creativo de la naturaleza, “Creemos que Dios creó el mundo según su sabiduría. Este no es producto de una necesidad cualquiera, de un destino ciego o del azar”[9]. Igualmente la Iglesia le recuerda a la ciencia su limitación al no poder responder al gran interrogante filosófico “¿de dónde viene todo esto y cómo todo toma un camino que desemboca finalmente en el hombre?
[1] Nombre acuñado por George John Romanes en su libro Darwin and After Darwin publicado en 1892. Hoy el término neodarwinismo se asocia a la teoría de la Síntesis Evolutiva Moderna; que sostiene que la variación genética de las especies surge al azar mediante la mutación (errores en la replicación del ADN) y la recombinación (la mezcla de los cromosomas durante la meiosis).
[2] Institución sin ánimo de lucro fundada en 1948 con sede en Washington DC, USA.
[3] Según el diccionario de la Real Academia Española se define como un adjetivo: Anterior a la existencia de la vida en la Tierra.
[4] Los Doctores J. Brooks y G. Shaw de la Escuela de Química de la Universidad de Bradford (Inglaterra) en el año 1978 concluyeron en su reporte evaluación crítica al origen de las especies: “No hay evidencia que alguna combinación química primordial haya existido alguna vez en este planeta por un tiempo apreciable”.
[5] Stephen William Hawking es un físico teórico, cosmólogo y divulgador científico británico, célebre por sus estudios sobre el origen del universo y por sus demostraciones científicas sobre la negación de Dios.
[6] William Albert es un matemático, filósofo y teólogo estadunidense, académico de Baylor University.
[7] El Ateneo Pontificio Regina Apostolorum es una institución universitaria católica con sede en Roma. Está dirigido por los Legionarios de Cristo y el Movimiento eclesial Regnum Christi.
[8] Ver entrevista completa en la página http://www.zenit.org/es/articles/creacion-evolucion-y-magisterio-de-la-iglesia-catolica.
[9] Catecismo de la Iglesia Católica, 295.