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¿Por qué la Iglesia no evoluciona con los tiempos?

Cuando un católico con fuerte identidad cristiana discute con una persona que no la tiene, temas como el aborto, las relaciones homosexuales, los anticonceptivos, las relaciones prematrimoniales, etc., el argumento final empleado es que la Iglesia debe evolucionar con los tiempos y adaptarse al pensamiento, uso y costumbre de lo que ellos consideran universal y actual.

Los movimientos en favor del matrimonio entre homosexuales y en favor del aborto, han acuñado esta frase buscando disminuir la resistencia del que ha sido su mayor obstáculo: La Iglesia católica. Le piden a la Iglesia que modifique algo que la Iglesia no puede modificar. Se le pide una modernización que consistiría en hacerse propietaria de algo que no le pertenece. La Iglesia es solo custodia de una verdad revelada, que en cumplimiento de un mandato de Jesús, debe proclamar con fidelidad a todo el mundo en todos los tiempos, independiente del grado de popularidad o aceptación entre la gente.

Si hoy conocemos a Jesús y sus enseñanzas, es porque la Iglesia nos lo ha traído fielmente a lo largo de los siglos. La moral que la Iglesia ha defendido es la misma en toda su historia, porque forma parte de la revelación que Dios ha hecho al hombre para el hombre. El apóstol san Pablo afirma en su carta a los hebreos “Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre” (Hebreos 13:8). Las cosas que Dios nos ha revelado son válidas ayer, hoy y siempre. Cambiar sus mandamientos es pedirle a la Iglesia que se coloque por encima de Dios y reescriba su revelación porque nos parece más conveniente y/o agradable.

 

Sin embargo las palabras y metodología empleadas, si pueden cambiar con los tiempos y según las diferentes culturas que debe alcanzar. Pero cambiar su doctrina para complacer a un grupo de personas como lo pueden llegar a hacer las democracias más modernas, no es posible.

A lo largo de la historia, el mundo ha sido testigo de grandes cambios que se han dado en todos los rincones del mundo. Cambios que han afectado todos los aspectos que influyen en sus pueblos: política, economía, cultura, moda, estructura social, etc. Nuevos derechos y libertades han surgido en la medida en que el hombre se aparta más y más de las libertades que Dios estableció para nuestro beneficio, y se clama por una bendición del Vaticano a estas nuevas libertades y derechos, pero la Iglesia no puede decidir lo que proclama. Proclama lo que le fue entregado para proclamar.

Se piensa por ejemplo que el aborto es un asunto religioso y cae en el cúmulo de creencias que cada persona elige libremente haciendo uso de su libertad de conciencia. Por ello se pide a la Iglesia que cambie su postura respecto a este tema para estar en concordancia con sus costumbres e inclusive con sus leyes.

Una encuesta realizada entre marzo y mayo del 2013 en 39 países y en diciembre del mismo año en la India, por el Centro de Investigaciones PEW[1], preguntó a más de cuarenta mil adultos, sí consideraba moralmente aceptable, moralmente inaceptable o sino consideraba el tema preguntado como un asunto moral y por lo tanto lo aceptaba, los siguientes tópicos[2]:

Tema Inaceptable Aceptable No es asunto moral
Relaciones extramatrimoniales 78% 7% 10%
Prácticas homosexuales 59% 11% 13%
Aborto 56% 15% 12%
Relaciones prematrimoniales 46% 24% 16%
Divorcio 24% 36% 22%
Uso de anticonceptivos 14% 54% 21%

Interesante comparar esta estadística con el pensamiento de los estadounidenses:

Tema Inaceptable Aceptable No es asunto moral
Relaciones extramatrimoniales 84% 4% 10%
Prácticas homosexuales 37% 23% 35%
Aborto 49% 17% 23%
Relaciones prematrimoniales 30% 29% 36%
Divorcio 22% 33% 36%
Uso de anticonceptivos 7% 52% 36%

Con el correr del tiempo, el hombre ha hecho más y más relativo lo que Dios quiso que fuera absoluto. Una sola verdad y no la gran diversidad de verdades que nos rodean. Moral, valores y dignidades claramente establecidas desde la creación, hoy las consideramos temas religiosos que cada cual decide sí los cree, o sí los acepta, o sí los defiende, o sí los modifica y adapta a sus propios intereses, esperando que la Iglesia haga lo propio. Este fenómeno se conoce como relativismo.

El relativismo

René Descartes[3] fue un matemático, físico y filósofo francés, a quienes muchos acreditan ser el padre de lo que se conoció cómo la “Época de la Ilustración”. En 1641 postuló su teoría del dualismo de la mente (alma) y del cuerpo, separándolos en dos entidades diferentes e independientes. Esta teoría eventualmente condujo a la idea de que el cuerpo humano podía ser considerado como un objeto que la persona podía manipular según sus deseos. Dicho simplemente, usted es su mente y usted tiene un cuerpo, contradiciendo la doctrina tradicional cristiana de que somos al mismo tiempo cuerpo y alma[4]en una sola unidad.

En épocas más recientes, durante la llamada “revolución sexual” de los años 60, se dio un fenómeno similar cuando la gente separó la sexualidad de la persona, conduciendo a un pensamiento según el cual el cuerpo humano se podía manipular a su antojo en la búsqueda del placer. Todo estaba permitido con el fin de lograr la satisfacción personal.

Siguiendo esta línea de pensamiento, el hombre ha rechazado más la moral judeo-cristiana en favor de un relativismo sin Dios.

El relativismo sostiene que no se puede aceptar ninguna verdad absoluta, ni universal, ni necesaria, sino que la verdad proviene de la valoración que hace un determinado grupo social de un conjunto de elementos condicionantes que la harían particular y variable con el tiempo. Para el papa Benedicto XVI éste relativismo moral es la causa de la actual crisis del mundo: “Si la verdad no existe para el hombre, entonces tampoco éste puede distinguir entre el bien y el mal”.

Ya no queremos captar la realidad a través de nuestros sentidos para analizarla e interpretarla con nuestro intelecto, sino lo contrario; comenzando con nuestro intelecto en forma subjetiva formamos la realidad que perciben nuestros sentidos.

Cuando Eva le dijo a la serpiente lo que Dios le había ordenado, la serpiente le contesto: “No es cierto” (Génesis 3:4). Como quien dice: “Dios les mintió, así que no le hagan caso, háganme caso a mí, que yo sí les digo la verdad”. Y así hizo ella.

Que la Iglesia cambie su doctrina para acomodarse al relativismo moderno, como lo demandan ciertos grupos sociales sobre temas como el aborto, el matrimonio entre homosexuales, la eutanasia, las relaciones prematrimoniales, etc., sería hacerle caso nuevamente a la serpiente.

No es terquedad, es obediencia.

La evolución de la Iglesia

La historia nos muestra que la Iglesia siempre ha sido signo de contradicción. Motivo de escándalo entre los judíos y de locura entre los paganos. Perseguida y favorecida; calumniada por sabios y poderosos y en ocasiones aliada con el poder, pero de forma fidedigna, ha transmitido por más de veinte siglos el depósito sagrado de nuestros valores católicos en forma inalterable, a pesar que algunas veces nos ha llegado con las manchas propias de la debilidad humana.

La Iglesia ha entrado en la historia del hombre, siempre fiel a sí misma, procurando adaptarse al ambiente cultural y entendiendo la forma de pensar del hombre en cada etapa de nuestra historia. El modelo de Iglesia de hace cinco siglos experimentó variaciones importantes a partir del protestantismo, del advenimiento de la ciencia y de la técnica que llevaría a la Revolución Francesa, a la revolución industrial y a la nueva comprensión que; a partir de ese momento se fue teniendo del hombre. La Iglesia tuvo que cambiar para dialogar con un hombre más moderno y para entenderse a sí misma más como Iglesia misionera que como sociedad establecida y acomodada; con más interés de servir que de ganar poder.

El papa Francisco en su reciente Exhortación Apostólica “EVANGELII GAUDIUM”, hace un gran llamado al cambio de toda la Iglesia incluyendo el papado; “Me corresponde, como obispo de Roma, estar abierto a las sugerencias que se orienten a un ejercicio de mi ministerio que lo vuelva más fiel al sentido que Jesucristo quiso darle y a las necesidades actuales de la evangelización”. El papa defiende “la colegialidad” e invita a religiosos y sacerdotes a no temer “romper los esquemas”, a “ser audaces y creativos”, y a evitar transmitir “una multitud de doctrinas que se intentan imponer a fuerza de insistencia”.

Su Santidad propone en sustancia pasar de un modelo de iglesia burocrática y doctrinaria a una iglesia “misionera”, alegre, abierta a los laicos y a los jóvenes.

En concordancia con los tiempos, la Iglesia si ha evolucionado adaptándose al desarrollo social del hombre —en especial del menos favorecido— en aspectos tales como la justicia, la economía, la salud, los sistemas de gobierno, derechos individuales y colectivos, etc. Prueba de ello es que la Iglesia siempre ha sabido responder a los retos que el desarrollo le impone al hombre, a la familia y a la sociedad. Creciendo a la par del mundo y aprendiendo de sus propias vivencias y experiencias, la Iglesia se ha pronunciado, y actuando como faro de luz, ha participado de la mano de los gobiernos en el desarrollo de sociedades más justas, que respeten la dignidad e integridad del hombre.

Veamos algunos de estos ejemplos que nos muestran a una Iglesia actuando a la par de los tiempos.

El derecho internacional

Se le atribuye al fraile dominico español Francisco de Vitoria[5] el desarrollo del derecho internacional al establecer sus bases teóricas en su obra “De potestate civil” escrita en 1528. En ella propone la idea de una comunidad de todos los pueblos fundada en el derecho natural, y no en basar las relaciones entre los pueblos simplemente en el uso de la fuerza.

En contraposición al modelo de estado de Nicolás Maquiavelo en el que el estado era un conjunto moralmente autónomo, inmune a ser juzgado por normas externas, Vitoria establece una limitación moral para los estados como principio rector del derecho internacional.

Declara ilícita la guerra entre los pueblos por el simple hecho de aumentar sus territorios o por diferencias religiosas. Consideraba justa la guerra solo como respuesta a una ofensa grave.

Gran defensor de los derechos de los indios tras los excesos cometidos por los conquistadores de América. En su obra “De Indis” escrita en 1532, afirma que los indios no son seres inferiores, sino que poseen los mismos derechos que cualquier ser humano y que son dueños legítimos de sus tierras y de sus bienes.

Su obra logró detener por diez años la conquista en América por objeciones morales y teológicas, y sirvió de base para la redacción de las “Leyes Nuevas de Indias[6], dónde se establece que los indios son seres humanos libres con derecho a denunciar a sus amos, a poseer bienes, a recibir los sacramentos, a buscar su libertad y gozar de la protección directa de la corona española.

Con motivo de la evangelización del nuevo mundo, el 2 de junio de 1537 el papa Paulo III firmó la bula “SUBLIMIS DEUS” donde prohíbe la esclavización de los indios, declara firmemente que son hombres iguales a todos, por lo que se les debía respetar su libertad y posesiones. Tenían derecho a conocer a Cristo, predicado de forma pacífica y evitando todo tipo de crueldad.

La solidaridad

A lo largo de la historia, la Iglesia ha evolucionado el concepto de la solidaridad acorde con las necesidades del hombre en el tiempo. Dicha evolución se ve reflejada en dos aportes fundamentales: En el campo de las ideas, por cuanto declara que la solidaridad debe darse a cualquier hombre por el hecho de ser necesitado y no por pertenecer a determinado grupo, raza o religión, y en el campo de las acciones, por cuanto establece hospitales, orfanatos, asilos, leproserías y manicomios.

El concilio de Nicea celebrado en el 325 ordenó en su canon LXX a cada obispo establecer en sus diócesis un albergue o casa de acogida para extranjeros, pobres y enfermos.

La solidaridad fue adoptando formas muy diversas con el paso del tiempo y cada monasterio se convirtió en un centro de caridad. Los pobres eran protegidos, los enfermos atendidos, los viajeros acogidos, los prisioneros rescatados, los huérfanos educados y las viudas auxiliadas.

Esta asistencia tuvo importantes reformas durante los siglos XVI y XVII impulsadas por clérigos como San Juan de Dios, San Camilo de Lelis o San Vicente de Paul. En este período de particulares calamidades, por ejemplo, es interesante que la Orden de Clérigos Regulares Ministros de los Enfermos (Religiosos Camilos) asumiera el servicio a los enfermos como carisma específico, convirtiéndose en un cuarto voto solemne que compromete totalmente al clérigo con la atención de los enfermos, incluso si peligra su propia vida.

Después de la crisis que sobrevino a la Revolución Francesa para la asistencia sanitaria, fueron numerosas las congregaciones religiosas surgidas en el siglo XIX que se hicieron cargo de dicha necesidad.

Con el paso del tiempo han surgido nuevas enfermedades que suponen una adaptación y una respuesta múltiple de naturaleza moral, social, económica, jurídica y organizativa por parte de la Iglesia. Es así que cuando el sida se tornó en epidemia, la Iglesia respondió en tal sentido y entre otras cosas, destinó recursos en la construcción de centros para la atención de estos enfermos. En diciembre del 2005 la revista Dolentium Hominum, órgano del Pontificio Consejo para la Pastoral de la Salud, ofrecía los siguientes datos: El 26.7% de los centros para el cuidado del VIH/SIDA en el mundo son católicos. De las personas que se dedican a atender a estos enfermos a nivel mundial, el 24.5% son católicos, a razón de 9.4% en organismos eclesiales, y el 15.1% en organizaciones no gubernamentales católicas.

La esclavitud

Alex Haley[7] publicó su libro “Raíces: la saga de una familia estadounidense” en 1976, donde contaba la historia de su familia empezando con un ancestro muy lejano llamado Kunta Kinte que fue traído a América en 1767 para ser vendido como esclavo. Tanto el libro como la mini serie de televisión que se hizo basada en esta obra, alcanzaron records pocas veces antes vistos. La mini serie televisiva llegó a tener más de 130 millones de televidentes.

Para la mayoría de personas, cuando se les habla de esclavitud, imaginan la presentada por Alex Haley: Maltrato, látigo, humillación, hambre, abuso sexual, trabajo forzado, castigo, nada de afecto ni consideración, etc. Pero no siempre ni en todas partes fue así.

En África y en Asia, la esclavitud ya existía antes de la llegada de los europeos. A diferencia de la Grecia antigua, donde el esclavo era asimilado a la categoría de “cosa”, en estos continentes el esclavo poseía derechos civiles y derechos sobre sus propiedades, teniendo además, varias formas legales de lograr su libertad. La fuente principal del abastecimiento de esclavos, era lo que hoy conocemos cómo prisioneros de guerra. Los vencidos en una guerra no eran confinados a una celda, sino que pasaban a ser “propiedad” del vencedor, quien lo usaba para su propio servicio y con el tiempo y según la tribu, pasaban a integrarse a la familia. Al igual que hoy sabemos de empleadores que abusan de sus trabajadores, también habían “amos” que abusaban de estos esclavos.

La Iglesia primitiva conoció este tipo de esclavitud y desde sus comienzos pregonaron un discurso de unidad y de sin distinción entre los que tenían este estatus con los que no lo tenían. El apóstol san Pablo en su carta a los Gálatas lo expresó así: “Ya no importa el ser judío o griego, esclavo o libre, hombre o mujer; porque unidos a Cristo Jesús, todos ustedes son uno solo.” Gálatas 3:28.

Es después del descubrimiento de América que occidente conoció esa esclavitud brutal que describió Alex Haley en su libro. Todo el nuevo continente por explotar, requirió grandes cantidades de mano de obra especialmente en Brasil para sus diversos cultivos, en la zona del caribe para el mantenimiento de los ingenios de azúcar y en el sur de América del Norte para el cultivo del algodón.

Con las “Leyes Nuevas de Indias” de la corona española explicada anteriormente, el esclavo dejó de ser una cosa para ganar la condición de hombre. Los derechos concedidos por estas leyes, acabaron influyendo en Estados Unidos y Francia. Después de muchos altercados, acabaron marcando el camino de la abolición.

Dos frailes miembros de la orden capuchina del siglo XVII jugaron un papel importante en resaltar la gravedad de esa esclavitud: Francisco José de Jaca y Epifanio de Moirans. El fraile Francisco se ordenó en 1672 y seis años más tarde partió rumbo a Venezuela previa escala en Cartagena de Indias donde conoció la crudeza de dicho flagelo. En junio de 1681 dirigió al rey Carlos II de España una carta en la que le manifestó que los esclavos también son hijos redimidos por la sangre de Cristo, por lo que le recuerda que es su deber, como rey católico y misericordioso, actuar prontamente en la abolición de semejante barbarie.

El fraile Epifanio se ordenó en 1676 y se estableció en La Habana, Cuba, en 1681 donde conoció de primera mano las atrocidades del comercio de esclavos. En esta ciudad se encontró con el fraile Francisco quien fue su compañero de lucha por la eliminación de la esclavitud. Desde el púlpito denunciaron esta práctica anti cristiana, se negaron a dar la absolución a los amos que no se comprometieran a liberar a sus esclavos y continuaron la súplica escrita al rey buscando su apoyo en la misión.

Sus escritos “Resolución sobre la libertad de los negros” y “sus originarios en el estado de paganos y después ya Cristianos” del fraile Francisco dirigida el rey Carlos II y “Servi Liberi Seu Naturalis Mancipiorum Libertatis Justa Defensio” del fraile Epifanio, tuvieron grandes repercusiones en Europa, tanto en la corona española como en la cúpula romana, dando origen a fuertes movimientos abolicionistas.

Es claro que la institución de la esclavitud permanecía por los intereses comerciales, pero también porque los Estados la sostenían. La Revolución Francesa en 1789 dio el paso largamente esperado por la Iglesia, cuando en su “Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano”, establece que ningún hombre podía poseer a otro hombre. Cinco años más tarde se abolió la esclavitud, aunque esta disposición fue revocada varios años después por Napoleón. Pero ya los movimientos abolicionistas se habían fortalecido y poco a poco se fue extendiendo la abolición de la esclavitud.

Con los derechos de la mujer y los menores

La evolución de la economía agraria a la industrial de la segunda mitad del siglo XVIII, alteró totalmente la estructura de la familia existente hasta ese momento. La industrialización a gran escala modificó la tradicional distribución de roles al interior del núcleo familiar, en especial el de las mujeres y los niños.

Uno de los efectos más innovadores de la revolución industrial fue el desvío del trabajo clásico de la mujer en el hogar o en las labores agropecuarias familiares, para incorporarlas a los procesos de producción de las recién creadas fábricas que requerían de abundante mano de obra. Las familias obreras vieron una gran oportunidad de poder contar con un ingreso adicional que contribuyera a solventar su precaria situación financiera.

Desde un principio estas mujeres fueron explotadas ya que su remuneración era equivalente a la de los trabajadores menores, pero su jornada y labores eran las mismas que las de los demás trabajadores varones adultos.

Ante esta nueva realidad, la Iglesia creó la denominada Doctrina Social de la Iglesia (DSI). Esta enseñanza social es fruto de la búsqueda de la Iglesia a la denominada “cuestión social”, expresión que recoge el conjunto de la problemática que la nueva sociedad industrial trajo consigo.

El primer documento emanado de la DSI, la encíclica “RERUM NOVARUM” del papa León XIII fechada el 15 de mayo de 1891, centra su atención en la clase trabajadora que para ese entonces afrontaba condiciones difíciles, equiparables en algunos casos a los de la esclavitud:

“Hizo aumentar el mal la voraz usura, que, reiteradamente condenada por la autoridad de la Iglesia, es practicada, no obstante, por hombres codiciosos y avaros bajo una apariencia distinta. Añádase a esto que no sólo la contratación del trabajo, sino también las relaciones comerciales de toda índole, se hallan sometidas al poder de unos pocos, hasta el punto de que un número sumamente reducido de opulentos y adinerados ha impuesto poco menos que el yugo de la esclavitud a una muchedumbre infinita de proletarios.” Numeral 1.

Sumado a esta denuncia, el documento manifiesta la explotación de la mujer por parte de sus empleadores:

“Por lo que respecta a la tutela de los bienes del cuerpo y externos, lo primero que se ha de hacer es librar a los pobres obreros de la crueldad de los ambiciosos, que abusan de las personas sin moderación, como si fueran cosas para su medro personal. … Se ha de mirar por ello que la jornada diaria no se prolongue más horas de las que permitan las fuerzas. …. Finalmente, lo que puede hacer y soportar un hombre adulto y robusto no se le puede exigir a una mujer o a un niño.” Numeral 31.

Junto con la denuncia clara de la injusticia laboral, el numeral 31 muestra cómo, en la mente del papa, prevalece un modelo de sociedad y de familia, que limita a la mujer a las tareas domésticas y a los niños al desarrollo dentro del hogar:

“Y, en cuanto a los niños, se ha de evitar cuidadosamente y sobre todo que entren en talleres antes de que la edad haya dado el suficiente desarrollo a su cuerpo, a su inteligencia y a su alma. Puesto que la actividad precoz agosta, como a las hierbas tiernas, las fuerzas que brotan de la infancia, con lo que la constitución de la niñez vendría a destruirse por completo. Igualmente, hay oficios menos aptos para la mujer, nacida para las labores domésticas; labores estas que no sólo protegen sobremanera el decoro femenino, sino que responden por naturaleza a la educación de los hijos y a la prosperidad de la familia.” Numeral 31

El movimiento feminista surgido como consecuencia de la II Guerra Mundial cuando la mujer tuvo que asumir un sinnúmero de tareas propias de los varones hasta ése momento, adquirió notable influencia, reclamando igualdad de derechos y oportunidades en las áreas económicas, políticas y sociales.

Haciendo eco de esta nueva realidad, en su Alocución a las mujeres de las asociaciones cristianas de Italiadel 21 de octubre de 1945, su santidad Pio XII dijo: “mujeres y jóvenes católicas, vuestra hora ha llegado: la vida pública tiene necesidad de vosotras”. En una postura más de avanzada, siete años más tarde se expresaría de esta forma en la Convención de la Unión Mundial de las Organizaciones femeninas católicas: “A medida que maduran las nuevas necesidades sociales, también su misión benéfica se expande y la mujer cristiana deviene […] no menos que el hombre, un factor necesario de la civilización y del progreso”.

El papa Juan XXIII en su encíclica “PACEM IN TERRIS” del 11 de abril de 1963, señaló la presencia de la mujer en la vida pública como una de las características de su época, velando por la igualdad de derechos y deberes del varón y la mujer dentro de la familia: “Tienen los hombres pleno derecho a elegir el estado de vida que prefieran, y, por consiguiente, a fundar una familia, en cuya creación el varón y la mujer tengan iguales derechos y deberes. … Por lo que se refiere a la mujer, hay que darle la posibilidad de trabajar en condiciones adecuadas a las exigencias y los deberes de esposa y de madre”.

El 15 de agosto de 1988 su santidad Juan Pablo II proclamó la encíclica “Mulieris Dignitatem”, primer documento de la Iglesia dedicado en su totalidad a la mujer. Aboga por una igualdad sin afectar su propia identidad, que constituye su riqueza esencial:

“Los recursos personales de la femineidad no son ciertamente menores que los de la masculinidad; son sólo diferentes. Por consiguiente, la mujer -como por su parte también el hombre- debe entender su realización como persona, su dignidad y vocación, sobre la base de estos recursos, de acuerdo con la riqueza de la femineidad, que recibió el día de la creación y que hereda como expresión peculiar de la imagen y semejanza de Dios” Numeral 10.

Con motivo de la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer que se llevó a cabo en la ciudad de Pekín, su santidad el papa Juan Pablo II escribió el 29 junio de 1995 un documento denominado la “Carta del papa a las mujeres,[8]” donde expresa la gratitud que la humanidad debe a la mujer y resalta los diferentes roles de la mujer actual:

“Dar gracias al Señor por su designio sobre la vocación y la misión de la mujer en el mundo se convierte en un agradecimiento concreto y directo a las mujeres, a cada mujer, por lo que representan en la vida de la humanidad.

Te doy gracias, mujer-madre, que te conviertes en seno del ser humano con la alegría y los dolores de parto de una experiencia única, la cual te hace sonrisa de Dios para el niño que viene a la luz y te hace guía de sus primeros pasos, apoyo de su crecimiento, punto de referencia en el posterior camino de la vida.

Te doy gracias, mujer-esposa, que unes irrevocablemente tu destino al de un hombre, mediante una relación de recíproca entrega, al servicio de la comunión y de la vida.

Te doy gracias, mujer-hija y mujer-hermana, que aportas al núcleo familiar y también al conjunto de la vida social las riquezas de tu sensibilidad, intuición, generosidad y constancia.

Te doy gracias, mujer-trabajadora, que participas en todos los ámbitos de la vida social, económica, cultural, artística y política, mediante la indispensable aportación que das a la elaboración de una cultura capaz de conciliar razón y sentimiento, a una concepción de la vida siempre abierta al sentido del « misterio », a la edificación de estructuras económicas y políticas más ricas de humanidad.

Te doy gracias, mujer-consagrada, que a ejemplo de la más grande de las mujeres, la Madre de Cristo, Verbo encarnado, te abres con docilidad y fidelidad al amor de Dios, ayudando a la Iglesia y a toda la humanidad a vivir para Dios una respuesta “esponsal”, que expresa maravillosamente la comunión que Él quiere establecer con su criatura.

Te doy gracias, mujer, ¡por el hecho mismo de ser mujer! Con la intuición propia de tu femineidad enriqueces la comprensión del mundo y contribuyes a la plena verdad de las relaciones humanas.” Numeral 2.

Documentos Pontificios

Dentro del desarrollo cultural del hombre a través de los tiempos, el pecado también ha tenido una evolución. La pornografía, el alcoholismo, las drogas, el aborto, la eutanasia, la destrucción del medio ambiente, etc., han cambiado desde que Jesús fundó su Iglesia. El alcance, la difusión y el poder destructivo del pecado como se conoce hoy, es muy diferente al que conocieron los apóstoles cuando escribieron sus cartas en el Nuevo Testamento.

Desde la Iglesia primitiva hasta la Iglesia de hoy, en cabeza del sumo pontífice, la Iglesia se ha pronunciado sobre todas estas corrientes culturales que ponen en riesgo el alma del hombre a través de los llamados documentos pontificios, dejando de manifiesto una evolución de la Iglesia en su pensamiento y en su concepción del hombre de acuerdo con el plan divino de salvación revelado por Dios.

Estos documentos se clasifican por su contenido y alcance en Cartas Encíclicas, Epístola Encíclica, Constitución Apostólica, Exhortación Apostólica, Cartas Apostólicas, Bulas y Motu Proprio.

Buscan principalmente:

  • Enseñar sobre algún tema doctrinal o moral.
  • Estimular la devoción y ayudar a los católicos en su vida sacramental y devocional.
  • Identificar errores o clarificar opiniones teológicas erróneas.
  • Informar a los fieles sobre los peligros para la fe procedentes de corrientes culturales, actos de un gobierno, etc.
  • Exponer la doctrina social de la Iglesia en defensa de la persona humana.
  • Promulgar leyes que afectan a los fieles miembros de la Iglesia.

En estos documentos podemos leer en un lenguaje actualizado, el pensamiento de la Iglesia sobre diferentes problemáticas que van apareciendo con el paso del tiempo. Temas como la fertilización asistida, la manipulación genética, las relaciones laborales, el aborto, la eutanasia, el maltrato a nuestra madre tierra, nuevas corrientes espirituales, la participación del laico dentro de la Iglesia, el rol de la familia en la sociedad moderna, etc.

Los que piensan que las enseñanzas de la Iglesia se quedaron congeladas el mismo día en que se escribió la última página de la Santa Biblia siglos atrás, es porque seguramente no han leído estos documentos que pueden ser consultados en el portal del Vaticano: www.vatican.va.

 

 


[1] Institución sin ánimo de lucro fundada en 1948 con sede en Washington DC, USA.

[2] Ver la ficha técnica complete en: http://www.pewglobal.org/2014/04/15/global-morality/

[3] Nació en Francia en 1596 y falleció en Suecia en 1650.

[4] La unidad del alma y del cuerpo es tan profunda que se debe considerar al alma como la “forma” del cuerpo (cf. Concilio de Vienne, año 1312, DS 902); es decir, gracias al alma espiritual, la materia que integra el cuerpo es un cuerpo humano y viviente; en el hombre, el espíritu y la materia no son dos naturalezas unidas, sino que su unión constituye una única naturaleza. Artículo 365 del Catecismo de la Iglesia Católica.

[5] Nació en España en 1483 y falleció en 1546.

[6] Originalmente se tituló Leyes y ordenanzas nuevamente hechas por su Majestad para la gobernación de las Indias y buen tratamiento y conservación de los indios.

[7] Alexander Murray Palmer Haley nació el 11 de agosto de 1921 en Seattle, Washington, Estados Unidos y falleció el 10 de febrero de 1992. Su principal obra Raíces le mereció el premio Pulitzer en 1977.

[8] Ver la carta completa en http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/letters/documents/hf_jp-ii_let_29061995_women_sp.html.

 

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