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¿Por qué ser católico?

Monseñor Fulton John Sheen fue un arzobispo estadounidense que en 1930 comenzó su programa radial “The Catholic Hour” (La Hora Católica) y lo continuó por 22 años. Fue también el presentador de un programa televisivo llamado “Life is Worth Living” (La Vida vale Vivirla) que se llegó a transmitir por la cadena ABC desde 1951 hasta 1957. Es considerado el pionero de los medios masivos de comunicación como instrumento de evangelización en los Estados Unidos. El 28 de junio de 2012 el papa Benedicto XVI aprobó el decreto con el que se reconocen las virtudes heroicas de este Obispo, pasando a ser “Venerable Siervo de Dios” y dando así comienzo a su proceso de beatificación.

Una de las frases que él repetía con cierta frecuencia en sus programas era: “No hay 100 personas en Estados Unidos que odian a la Iglesia católica. Hay millones que odian lo que piensan equivocadamente que es la Iglesia católica, que por supuesto es una cosa bien diferente”.



He tenido la oportunidad de participar en numerosas conferencias sobre diferentes temas de nuestra Iglesia, y por las preguntas y discusiones que se dan en torno a ellas, creo que existe una gran cantidad de católicos que lo son más por tradición, que por una firme convicción de pertenecer a la Iglesia fundada por nuestro Señor Jesucristo hace más de 2000 años.

No hablo de los católicos que solo participan de la Iglesia cuando llevan a sus hijos a bautizar, o que reciban su primera comunión, o casarlos, o enterrarlos o el de algún amigo que lo invita al evento.

Tampoco hablo de los católicos que piensan que su religión consiste en “portarse bien”, es decir: en no matar, no robar y no lastimar a nadie, y cualquier cosa adicional simplemente es que la Iglesia quiere “meterles miedo” y así “tenerlos controlados”.

Hablo de los católicos que acuden regularmente a la misa, que acuden de vez en cuando a la confesión y que leen la Biblia esporádicamente. Lo que podría llamar un católico activo común y corriente.

Sí yo les preguntara a ellos ¿Por qué ser católico?, su respuesta expresaría, en el mejor de los casos tres razones: porque fui bautizado en ella, por la Eucaristía y por la Virgen María. Ante la pregunta, el proceso mental de estas personas es la de buscar lo que nos hace diferentes de las demás religiones, y para ellos la Eucaristía y la Virgen María, son los elementos más relevantes que nos diferencian. Si bien están en lo correcto, estas razones no las han ahondado como debe ser y hay que adicionar más razones a su lista.

Retornando a la frase del Monseñor Fulton Sheen, existe un enorme desconocimiento por parte de los católicos de lo que es nuestra Iglesia y del porque pertenecer a ella y no a otra.

El 9 de junio de 1979 el recién nombrado papa Juan Pablo II ofreció la misa en Nowa Huta[1], barrio industrial en su natal Cracovia en Polonia. En su homilía frente a cientos de miles de personas dijo “De la cruz en Nowa Huta ha comenzado la nueva evangelización: La evangelización del segundo milenio.”. Esta evangelización no debería enfocarse en la evangelización de los indios africanos, ni de los musulmanes, ni de los protestantes. Su objetivo era la evangelización de los bautizados. De nosotros los católicos. Más adelante agregó: “La evangelización del nuevo milenio debe fundarse en la doctrina del Concilio Vaticano II. Debe ser, como enseña el mismo Concilio, tarea común de los obispos, de los sacerdotes, de los religiosos y de los seglares, obra de los padres y de los jóvenes. La parroquia no es únicamente un lugar donde se enseña el catecismo, es además el ambiente vivo que debe actuarlo.

Ya a la altura de esta obra, el lector habrá ampliado su conocimiento de lo que es nuestra Iglesia, habrá aumentado su confianza en la institución católica, habrá aclarado muchas dudas y espero, que habrá enterrado muchos de esos mitos y leyendas que nos llegan y que repetimos, sin detenernos a ahondar en ellos. Espero que su lista de las razones por las que debe ser católico y mantenerse como miembro activo de la Iglesia, sea más extensa que las tres razones que mencioné anteriormente.

San Roberto Belarmino

Este sacerdote Jesuita del siglo XVI fue un gran apologético que defendió fuertemente la doctrina católica durante la Reforma Protestante. Prolífico autor que escribió numerosas obras entre ellas dos Catecismos, uno explicado y otro resumido. También fue el director de la comisión que encargó el papa Clemente VIII para la publicación revisada de la Biblia Vulgata Latina, que es la utilizada hasta nuestros días.

Durante su sacerdocio escribió una lista de quince puntos que él llamó las 15 marcas de la Iglesia católica. En el portal de internet www.corazones.org encontramos una síntesis de ellas:

  1. El Nombre de la Iglesia católica. Su mismo nombre expresa que es la iglesia para todos. No está limitada para una nación o para un pueblo. Recuerde que católico quiere decir universal.
  2. Antigüedad. Fundada por Jesucristo.
  3. Constante Duración. La Iglesia ha conservado desde sus orígenes su teología, ritos y costumbres, fiel al deseo de su fundador y a los primeros cristianos.
  4. Extensa. En cuanto al número de sus fieles y en cuanto a su cobertura universal.
  5. Sucesión Episcopal. De forma ininterrumpida la sucesión de las ordenaciones se han dado desde los primeros apóstoles hasta nuestros sacerdotes presentes.
  6. Acuerdo Doctrinal. Desde su fundación hasta nuestros días, la doctrina de la Iglesia se ha enseñado sin cambio alguno.
  7. Unión. De todos los miembros entre sí y con una jerarquía claramente establecida cuya cabeza visible es el papa.
  8. Santidad. La doctrina que proclama la Iglesia refleja la santidad de Dios y por lo tanto, busca la santificación de sus fieles.
  9. Eficacia. A lo largo de toda su historia la Iglesia ha formado hombres que han alcanzado la santidad y ha inspirado a muchos otros a alcanzar grandes logros morales.
  10. Santidad de Vida. Muchos de sus miembros han entregado sus vidas a la proclamación de las buenas nuevas del evangelio y han dado su sangre en la defensa de la verdad que proclaman.
  11. La gloria de Milagros. Una Iglesia actuante donde ha tenido al más necesitado en su corazón y lo ha asistido en sus necesidades básicas.
  12. El don de Profecía. Grandes padres de la Iglesia que inspirados por el Espíritu Santo, han interpretado las Escrituras y han guiado la Iglesia por el camino de la luz del evangelio que se proclama.
  13. La Oposición. Sentimiento que la Iglesia levanta entre aquellos que la atacan en los mismos terrenos que Cristo fuera atacado por sus enemigos.
  14. El Triste Fin quienes luchan contra ella. En cumplimiento de la promesa de Cristo en el sentido que las puertas del infierno no prevalecerían sobre su Iglesia.
  15. La Paz Temporal y Felicidad Terrenal. Experiencia que viven todos aquellos que llevan una vida de acuerdo a las enseñanzas de la Iglesia y que defienden sus principios.

Tomando esta lista como referencia, quiero desarrollar algunos temas —listados sin ningún orden específico— que nos pueden dar más argumentos lógicos y tangibles de las razones por las cuales podemos estar seguros de estar en la verdadera Iglesia que fundó Jesús.

La Eucaristía

Por su enorme riqueza bíblica, teológica, simbólica, elegancia, respeto y por sobre todo por lo que ella representa, nuestra santa misa posee unas características que la distingue claramente de cualquier otro rito cristiano.

La misa a la que usted asiste tiene su origen completamente en la Biblia. Todas sus oraciones, las plegarias, el formato, las acciones del sacerdote y de los feligreses, las vestiduras del sacerdote y la de los que lo asisten, los cantos, la consagración, la entrada y la salida; son extraídos de las Sagradas Escrituras.

Su consistencia es otra importante característica[2]. No importa el lugar del mundo donde usted asista a la celebración, ni tampoco importa que no entienda el idioma en el que se está haciendo la celebración, usted siempre sabrá que está pasando y que va a pasar después[3].

La Eucaristía es el sacrificio de Cristo en la cruz. Nótese que no hablo en tiempo pasado. El misterio pascual, que fue profetizado cientos de años antes del nacimiento de Jesús por los profetas[4] y por el mismo Jesús[5], llegada su hora (Juan 13:1), Cristo vivió el único acontecimiento de la historia que no pasa, que es eterno. Cada vez que se celebra la misa en cualquier lugar del mundo, la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo se hace presente. Este “presente” no hace referencia a la acción de presentarse (El soldado se hizo presente ante su superior) sino al tiempo presente.

Nuestro universo está regido por el tiempo, por lo que todo acontecimiento pasa y es consumido por el pasado. No así los misterios pascuales. Como nos lo explica el catecismo en su numeral 1085:

“El misterio pascual de Cristo, por el contrario, no puede permanecer solamente en el pasado, pues por su muerte destruyó a la muerte, y todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por los hombres participa de la eternidad divina y domina así todos los tiempos y en ellos se mantiene permanentemente presente. El acontecimiento de la Cruz y de la Resurrección permanece y atrae todo hacia la Vida.”

Es natural que nos resulte difícil de entender, ya que es un misterio, pero es importante entender que no es que la pasión, muerte y resurrección se repitan en cada celebración de la misa, sino que estos acontecimientos se viven en tiempo presente en ella. Es como si la pasión de Cristo no tuviera pasado ni futuro, solo tiene presente.

Al ser en tiempo presente[6] esa última cena que Cristo celebró con sus apóstoles, es la misma cena que lleva a cabo el sacerdote al momento de la consagración, por eso cuando el sacerdote repite las palabras de Jesús con el pan en sus manos “…esto es mi cuerpo…” y con el cáliz en sus manos “…esta es mi sangre…” ese pan y ese vino se convierten en Su cuerpo y en Su sangre. (Ver el capítulo XI).

¿Qué hace que esto sea posible? El sacerdote. Él ha sido consagrado por un obispo que a su vez fue consagrado por un obispo, que a su vez fue consagrado por otro obispo, que a su vez fue… consagrado por alguno de los apóstoles que poseían la autoridad dada por Jesús para hacerlo: “Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos.” Mateo 16:19.

¿Y por qué lo hace? Por mandato de Jesús: “Porque yo recibí esta tradición dejada por el Señor, y que yo a mi vez les transmití: Que la misma noche que el Señor Jesús fue traicionado, tomó en sus manos pan y, después de dar gracias a Dios, lo partió y dijo: «Esto es mi cuerpo, que muere en favor de ustedes. Hagan esto en memoria de mí.»” 1 Corintios 11:23-24.

¿Y para qué se hace? Para llevar al extremo nuestra participación en el amor de Dios que nos ofrece la vida eterna a su lado: “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo lo resucitaré en el día último. Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, vive unido a mí, y yo vivo unido a él.” Juan 6:54-56

Desde la Iglesia primitiva hasta nuestros días, de forma ininterrumpida se ha celebrado ese banquete del cordero, que como lo expresó Scott Hahn en su libro “La Cena del Cordero”, es el cielo en la tierra:

“De todas las realidades católicas, no hay ninguna tan familiar como la misa. Con sus oraciones de siempre, sus cantos y gestos, la misa es como nuestra casa. Pero la mayoría de los católicos se pasarán la vida sin ver más allá de la superficie de unas oraciones aprendidas de memoria. Pocos vislumbrarán el poderoso drama sobrenatural en el que entran cada domingo. Juan Pablo II ha llamado a la misa “el cielo en la tierra”…”

Esta experiencia celestial solo se puede vivir dentro de la Iglesia católica.

La Virgen María

El protestante alemán Max Yunnickel escribió un artículo para el periódico Die Post de Berlín en 1919 en el que decía:

“Hace mucho frío en la Iglesia Luterana. Tenemos que trabajar por calentarla un poco. ¿De qué manera? Trayendo a ella una Madre: María de Nazaret. Entonces nos hallaremos mejor. Volvamos a los cánticos a la Virgen María. Volvamos a buscarla y a traerla a nuestra casa”

¡Como hace de falta la presencia de la madre en el hogar!

La experiencia de la maternidad determina una relación única e irrepetible entre la madre y el hijo. Aun cuando una mujer sea madre de varios hijos, su relación personal con cada uno de ellos es particular. Cada hijo es engendrado de una manera única e irrepetible. Cada uno es rodeado por aquel amor materno que forma y protege, que educa y guía. En el caso de María, esta experiencia toma una dimensión sumamente especial, ya que Dios le da vida a María para que María le de vida a Dios.

Como ocurre con todo ser humano, la crianza de Jesús, desde su infancia hasta su juventud, requirió la acción educativa de sus padres. Así Jesús contó con un modelo para seguir e imitar, y conoció por parte de María, ese amor incondicional y abnegado de toda madre por sus hijos. La que está dispuesta a todo por el bienestar de ellos. A sus 33 años, Jesús nos daría un ejemplo de ello.

Jesús en la cruz entregó su madre al discípulo amado: “…dijo a su madre: —Mujer, ahí tienes a tu hijo.Luego le dijo al discípulo: —Ahí tienes a tu madre.” (Juan 19:26-27). En ese eterno presente de la pasión de Cristo, ¿quién es hoy ese discípulo que recibe a María cómo su madre? ¿No somos acaso tú y yo discípulos amados de Dios?

Una familia empieza por un padre y una madre, y se perfecciona con los hijos. Solo la familia de la Iglesia católica posee un Padre, una Madre y más de mil doscientos millones de hijos vivos y millones de millones más que ya han partido de este mundo y que también forman parte de nuestra Iglesia.

La oración

El 9 de diciembre de 1996, a las 7:30 a.m. de un lunes, en la fiesta de la Inmaculada Concepción, en la cripta de la Catedral de San Patricio en New York, el Dr. Bernard Nathanson recibió de parte del cardenal John O’Connor los sacramentos del bautismo, confirmación y comunión, incorporándose así a la Iglesia católica.

El Dr. Nathanson quien era conocido como “el rey del aborto” —personalmente dirigió alrededor de 75,000 abortos, incluyendo el de su propio hijo— pasó de ser el cofundador de la Asociación Nacional para la Revocación de las Leyes contra el Aborto (NARAL) y el director del Centro de Salud Reproductiva y Sexual que llegó a ser la mayor clínica abortista del mundo; a ser uno de los más importantes católicos defensores del derecho a la vida en los Estados Unidos.

Nacido en una familia judía, se declaró ateo en sus años universitarios. Desde el ateísmo fue el más grande promotor de la legalización del aborto. Lo industrializó y prosperó el negocio a través de sus varios centros de aborto en varias ciudades de los Estados Unidos. Luego se convirtió en un acérrimo enemigo del aborto y varios años después de estar batallando en las filas pro-vida se convirtió al catolicismo.

¿Qué hizo que este hombre se convirtiera del ateísmo al catolicismo?

En su libro autobiográfico “La mano de Dios”, capítulo 15, nos cuenta sus razones:

“Asistí entonces, en 1989, a una acción de Operación Rescate contra Planned Parenthood en Nueva York. … La mañana del rescate era triste y fría. Me uní a la legión, de casi dos mil manifestantes, en el punto de encuentro de las calles 40s de Manhattan oeste, y continúe con ellos en el metro y a pie hasta la clínica que está entre la Segunda Avenida y la Calle Veintiuna. Se sentaron por grupos frente a la clínica, hasta llegar a bloquear las entradas y salidas de la clínica abortista. Empezaron a cantar himnos suavemente, uniendo las manos y moviéndose con un balanceo en la cintura. Al principio me movía por la periferia, observando las caras, entrevistando a alguno de los participantes, tomando notas agitadamente. Fue solo entonces cuando capté la exaltación, el amor puro en las caras de esa vibrante masa de gente, rodeados como estaban por centenares de policías de Nueva York.

Rezaban, se apoyaban y animaban unos a otros, cantaban himnos de alegría y se recordaban unos a otros la absoluta prohibición de toda violencia. Era, supongo yo, la diáfana intensidad del amor y la oración lo que me asombraba: rezaban por los niños no nacidos, por las embarazadas confusas y atemorizadas y por los médicos y enfermeras de la clínica. Rezaban incluso por la policía y los medios de comunicación que cubrían el suceso. Rezaban los unos por los otros, pero nunca por sí mismos. … Observé más adelante una manifestación en Nueva Orleans y otra en una pequeña ciudad al sur de Los Ángeles. Estaba conmovido por la intensidad espiritual de esas manifestaciones. …

Pues bien, yo no era inmune al fervor religioso del movimiento pro-vida. … Pero hasta que vi ponerse a prueba el espíritu en esas frías y tristes mañanas de manifestación —con los pro-opción lanzándoles los epítetos más cargados, la policía rodeándoles, los medios de comunicación abiertamente hostiles a su causa, los jueces federales multándoles y encarcelándoles, y los funcionarios municipales amenazándoles; y a pesar de todo se sentaban sonriendo, rezando tranquilamente, cantando, con rectitud y confianza en su causa y con un inextirpable convencimiento de su triunfo final—…

Y, por primera vez en toda mi vida adulta, empecé a considerar seriamente la noción de Dios…”

Dentro de la formación católica, desde niños aprendemos aquellas plegarias que nos abren a una relación con Dios, con la Santísima Virgen, con los ángeles y con los santos.

La oración del ángel de la guarda que nuestras madres nos rezaban todas las noches antes de dormir aun hace eco en nuestros oídos y continuamos rezándola a nuestros hijos. Más adelante nuestro repertorio se amplió en la medida que nos preparábamos para recibir los sacramentos de la comunión y confirmación. En muchos hogares ha existido la tradición de rezar el Santo Rosario en familia. Muchos países cuentan con la tradición de las novenas de navidad o la de los difuntos. Grupos y cadenas de oración existen por doquier. La Mariología introdujo una serie de oraciones a María como intercesora nuestra que son muy populares dentro de las familias católicas.

La Iglesia cuenta con un ciclo de oración diaria de un año completo que se conoce como La Liturgia de las Horas. Conocido desde el siglo VII cómo el Oficio Divino, el Concilio Vaticano II lo actualizó y lo simplificó. Obligatoria para los clérigos y las órdenes monásticas, muchos laicos las oran diariamente y son muy practicadas en varios países del continente americano.

Desde hace décadas el Sumo Pontífice de turno, ha pedido jornadas mundiales de oración por una determinada causa. A lo largo de todo el mundo y una determinada hora, la oración de millones y millones de católicos se alza para pedir por la causa.

Ya desde el primer capítulo del libro de Hechos de los Apóstoles —que nos narra cómo se formó nuestra Iglesia— se nos relata como los discípulos tenían la costumbre de orar: “Todos ellos se reunían siempre para orar con algunas mujeres, con María, la madre de Jesús, y con sus hermanos.” Hechos 1:14

Y eran fieles en conservar la enseñanza de los apóstoles, en compartir lo que tenían, en reunirse para partir el pan y en la oración.” Hechos 2:42

Todos los días enseñaban y anunciaban la buena noticia de Jesús el Mesías, tanto en el templo como por las casas.” Hechos 5:42

La Iglesia católica, como ninguna otra, ha desarrollado en su máxima expresión, el valor y la importancia de la oración en la vida del cristiano haciendo eco de las palabras de Jesús a sus discípulos en el huerto de Getsemaní “Manténganse despiertos y oren, para que no caigan en tentación. Ustedes tienen buena voluntad, pero son débiles.” Marcos 14:38.

Los sacramentos

Los sacramentos son los signos visibles de la gracia invisible de Dios para el bien espiritual del que los recibe. Al igual que los hombres usamos un lenguaje no verbal para comunicarnos, y que muchas veces resulta más efectivo que el verbal, los sacramentos serian ese lenguaje no verbal que nos comunican las gracias de Dios.

Solo los católicos reconocemos los siete sacramentos que Cristo instituyó. La mayoría de Iglesias protestantes aceptan el bautismo, otras la confirmación y otras pocas reconocen la presencia real de Cristo en la eucaristía pero no de la misma forma en que la conocemos los católicos (ver el capítulo XI).

Bautismo: Fundamento de toda la vida cristiana y que nos libera del pecado original, incorporándonos a la Iglesia y nos hace partícipes de su misión. Jesús confiere su misión a los apóstoles: “Vayan, pues, a las gentes de todas las naciones, y háganlas mis discípulos; bautícenlas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo,” Mateo 28:19.

Confirmación: Perfecciona la gracia bautismal y nos refuerza nuestra filiación divina conferida por el bautismo. “Al llegar, oraron por los creyentes de Samaria, para que recibieran el Espíritu Santo. Porque todavía no había venido el Espíritu Santo sobre ninguno de ellos; solamente se habían bautizado en el nombre del Señor Jesús. Entonces Pedro y Juan les impusieron las manos, y así recibieron el Espíritu Santo.” Hechos 8:15-17.

Eucaristía: Alimento de nuestra alma. Corazón y cumbre de nuestra vida cristiana. “Jesús les dijo: Les aseguro que si ustedes no comen la carne del Hijo del hombre y beben su sangre, no tendrán vida. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo lo resucitaré en el día último. Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, vive unido a mí, y yo vivo unido a él. El Padre, que me ha enviado, tiene vida, y yo vivo por él; de la misma manera, el que se alimenta de mí, vivirá por mí. Hablo del pan que ha bajado del cielo. Este pan no es como el maná que comieron los antepasados de ustedes, que a pesar de haberlo comido murieron; el que come de este pan, vivirá para siempre.” Juan 6:53-58

Reconciliación: Nos otorga el amor de Dios que reconcilia a través del perdón de los pecados. “A quienes ustedes perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a quienes no se los perdonen, les quedarán sin perdonar.” Juan 20:23.

Unción de los enfermos: Busca sanar el cuerpo ante la enfermedad y el alma ante el pecado. “También expulsaron muchos demonios, y curaron a muchos enfermos ungiéndolos con aceite.” Marcos 6:13. “Si alguno está enfermo, que llame a los ancianos de la iglesia, para que oren por él y en el nombre del Señor lo unjan con aceite. Y cuando oren con fe, el enfermo sanará, y el Señor lo levantará; y si ha cometido pecados, le serán perdonados.” Santiago 5:14-15.

Matrimonio: Perfecciona con la Gracia de Dios el amor entre un hombre y una mujer, fortaleciéndolos para mantener la unidad a pesar de los problemas y para aumentar permanentemente la vocación de servicio mutua y hacia sus hijos. “Las esposas deben estar sujetas a sus esposos como al Señor. … Esposos, amen a sus esposas como Cristo amó a la iglesia y dio su vida por ella. … El que ama a su esposa, se ama a sí mismo. Porque nadie odia su propio cuerpo, sino que lo alimenta y lo cuida, como Cristo hace con la iglesia,porque ella es su cuerpo. Y nosotros somos miembros de ese cuerpo. «Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre para unirse a su esposa, y los dos serán como una sola persona.» Aquí se muestra cuán grande es el designio secreto de Dios. Y yo lo refiero a Cristo y a la iglesia.” Efesios 5:21-32.

Orden Sacerdotal: Reviste a quien lo recibe de la Gracia para continuar la misión confiada por Cristo a sus apóstoles. “Un día, mientras estaban celebrando el culto al Señor y ayunando, el Espíritu Santo dijo: «Sepárenme a Bernabé y a Saulo para el trabajo al cual los he llamado.» Entonces, después de orar y ayunar, les impusieron las manos y los despidieron.” Hechos 13:2-3. “Y él mismo concedió a unos ser apóstoles y a otros profetas, a otros anunciar el evangelio y a otros ser pastores y maestros” Efesios 4:11. “También nombraron ancianos en cada iglesia, y después de orar y ayunar los encomendaron al Señor, en quien habían creído” Hechos 14:23. “Por eso te recomiendo que avives el fuego del don que Dios te dio cuando te impuse las manos” 2 Timoteo 1:6.

El papado

Toda estructura ha de organizarse claramente para ejecutar exitosamente su misión. Las empresas, el gobierno, la familia, las hormigas. Hasta el crimen se organiza para potencializar al máximo su poder destructivo. Así también nuestra Iglesia se ha organizado desde sus orígenes. Jesús dejó creada una jerarquía al designar una sola cabeza para su Iglesia. Después de la llegada del Espíritu Santo en pentecostés, los apóstoles y discípulos continuaron desarrollando una organización en la medida en que la Iglesia se expandía. Empezaron por el diaconado:

“En aquel tiempo, como el número de los creyentes iba aumentando, los de habla griega comenzaron a quejarse de los de habla hebrea, diciendo que las viudas griegas no eran bien atendidas en la distribución diaria de ayuda. Los doce apóstoles reunieron a todos los creyentes, y les dijeron: —No está bien que nosotros dejemos de anunciar el mensaje de Dios para dedicarnos a la administración. Así que, hermanos, busquen entre ustedes siete hombres de confianza, entendidos y llenos del Espíritu Santo, para que les encarguemos estos trabajos. Nosotros seguiremos orando y proclamando el mensaje de Dios. Todos estuvieron de acuerdo, y escogieron a Esteban, hombre lleno de fe y del Espíritu Santo, y a Felipe, a Prócoro, a Nicanor, a Timón, a Pármenas y a Nicolás, uno de Antioquía que antes se había convertido al judaísmo. Luego los llevaron a donde estaban los apóstoles, los cuales oraron y les impusieron las manos.” Hechos 6:1-6

En la Carta a Tito vemos cómo se van ordenando presbíteros (sacerdotes) y obispos para hacerse cargo de la Iglesia:

“La razón por la que te dejé en Creta fue para que terminases de organizar los asuntos pendientes y para que nombraras presbíteros en cada ciudad, de acuerdo con las instrucciones que te di. El elegido ha de ser irreprochable, casado una sola vez; sus hijos, si los tiene, deben ser creyentes sin que puedan ser acusados de libertinos o rebeldes. Por su parte, el obispo, en cuanto encargado de administrar la casa de Dios, sea irreprochable. No ha de ser arrogante, ni colérico, ni aficionado al vino, ni pendenciero, ni amigo de negocios sucios. Al contrario, debe ser hospitalario, amante del bien, sensato, de vida recta, piadoso y dueño de sí. Debe estar firmemente anclado en la verdadera doctrina, de modo que sea capaz tanto de aconsejar en lo que respecta a la autenticidad de la enseñanza como de rebatir a quienes la combaten.” Tito 1:5-9

Esta organización ha traído grandes e innumerables beneficios a la prédica del evangelio encomendada por Cristo. Un ejemplo de ello fue la conformación de la Biblia. Como vimos en el capítulo VII, la Biblia fue conformada en el concilio de Hipona en el año 393 d.C. y ratificada en el sínodo de Cartago entre el año 397 y 419 d.C. Es decir que el proceso tomó 26 años de principio a fin. A estos sínodos asistieron centenares de obispos provenientes de todas las latitudes donde ya existía la Iglesia. Resultado de esas deliberaciones salió el documento que enumeró los libros de la Santa Biblia. Por su parte, en 1534 Martin Lutero tomó él solo la decisión de enumerar los libros que conformarían la Biblia protestante.

Juan Calvino fue un teólogo francés considerado como uno de los padres de la Reforma Protestante que implantó sus ideas desde Suiza. En el prólogo de la edición francesa de 1545 de su libro “Institución de la Religión Cristiana” —uno de los pilares de la doctrina protestante— escribió:

“Y ya que estamos obligados a reconocer que toda verdad y doctrina legítima proceden de Dios, yo me aventuro osadamente a declarar lo que pienso de esta obra, reconociéndola como la obra de Dios en lugar de mía. A él, de hecho, la alabanza debida por ésta debe atribuírsele.”

Es decir que él, autónomamente, declara que su obra es obra de Dios y que por lo tanto todo su contenido es doctrina divina y ha de obedecerse.

Todo en la Iglesia católica es colegiado, consultado, discernido, mesurado, calmado, inspirado, estudiado y ordenado. Precisamente por su estructura y organización.

El famoso científico judío Albert Einstein, premio nobel de física en 1921, concedió una entrevista a la revista Time Magazine que salió publicada en la edición del 23 de diciembre de 1940. En la página 40 se puede leer:

“Siendo un amante de la libertad, cuando llegó la revolución a Alemania miré con confianza a las universidades sabiendo que siempre se habían vanagloriado de su devoción por la causa de la verdad. Pero las universidades fueron acalladas. Entonces miré a los grandes editores de periódicos que en ardientes editoriales proclamaban su amor por la libertad. Pero también ellos, como las universidades, fueron reducidos al silencio, ahogados a la vuelta de pocas semanas. Sólo la Iglesia permaneció de pie y firme para hacer frente a las campañas de Hitler para suprimir la verdad. Antes no había sentido ningún interés personal en la Iglesia, pero ahora siento por ella gran afecto y admiración, porque sólo la Iglesia ha tenido la valentía y la obstinación de sostener la verdad intelectual y la libertad moral. Debo confesar que lo que antes despreciaba ahora lo alabo incondicionalmente”

Gracias a una Iglesia debidamente organizada es que hay una voz en Roma que se levanta para recordarnos ese Dios de amor, del cual el hombre busca tercamente alejarse, ignorarlo y hasta desaparecerlo.

Gracias a una Iglesia organizada, es que la Iglesia católica se ha abanderado, como ninguna otra, en la lucha contra el aborto, la desigualdad social, la lucha contra todo aquello que atente contra la dignidad del hombre. Es la que grita cuando el hombre mueve las barreras morales. Es la que se pronuncia cuando olvidamos el propósito al que estamos llamados. Es la que denuncia el deseo insaciable del hombre por el poder, por el placer y por el tener. Es la que hace un llamado de atención a todos los humanos y en especial a los gobiernos, para que cuidemos a nuestro planeta.

Gracias a una Iglesia organizada, es que la Iglesia ha logrado hacer toda la obra hospitalaria, educativa y asistencial en todo el mundo, en especial en esos lugares donde los gobiernos no tienen los recursos o no les interesan los menos favorecidos.

En la encíclica “Evangelii Gaudium” del papa Francisco, publicada el 24 de noviembre del 2013, se puede leer:

“Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades.”

El santo pontífice lo plasmó de esta forma clara y directa, pero no es para nada una novedad dentro de la Iglesia. Por eso no faltará quien prefiera enumerar y concentrarse en los errores cometidos por la Iglesia en la ejecución de sus labores, que en sus aciertos. Resulta imposible construir toda la obra que ha hecho la Iglesia en sus más de 2.000 años de existencia sin causar accidentes, y seguramente los seguirá causando, porque la Iglesia está compuesta por hombres débiles y quebradizos, como el barro del que están hechos.

Antigüedad

Cuando se lleva a cabo una licitación pública para conceder un contrato de una determinada obra, se toman en cuenta los años de experiencia que poseen las empresas que compiten por la adjudicación del contrato.

En nuestro consumismo diario ocurre lo mismo. Preferimos aquellas marcas y productos que poseen una larga trayectoria ya que nos brindan mayor seguridad en calidad y respaldo.

La Iglesia católica fue fundada por Jesús en el año 33 de nuestra era. Más de veinte siglos de experiencia con aciertos y errores respaldan una trayectoria de evangelización que ninguna otra religión cristiana puede ofrecer.

Durante la Reforma Protestante del siglo XVI, surgieron en el transcurso de unos ochenta años, cuatro grandes divisiones: la luterana, la reformada, la anabaptista y la anglicana. Todas y cada una de ellas desarrolló su propia doctrina que negaba, modificaba, agregaba o anulaba las que había enseñado la Iglesia católica por más de 1,500 años. Con el tiempo la división continuó hasta nuestros días y de estas cuatro ramas, surgieron otras denominaciones. Según la Enciclopedia Cristiana del Mundo en su edición del 2001, tabla 1-5, volumen 1, página 16, existen más de 33,000 distintas denominaciones cristianas en 238 países. Esta estadística en la actualidad es mayor, ya que este número crece diariamente.

Veamos la antigüedad y fundadores de algunas iglesias:

Católica: Jesucristo en el 33.

Luterana: Martin Lutero en 1524.

Anglicana: El rey Enrique VIII en 1534.

Presbiteriana: John Knox en 1560.

Bautista: John Smith en 1609.

Metodista: Charles y John Wesley en 1739.

Unitaria: Teufilo Lindley en 1774.

Episcopaliana: Samuel Seabury en 1785.

Mormona: Joseph Smith en 1830.

Adventista del Séptimo día: Joseph Bates, James White, Ellen White y John Andrews en 1860.

Testigos de Jehová: Charles Taze Russell en 1879.

Pentecostal: William Seymour en 1906.

La Iglesia de la misericordia

Las narraciones de los evangelios nos permiten concluir que durante la vida de Jesús en la tierra, los hospitales no existían. Cuando Jesús llegaba a una ciudad o pueblo, los enfermos que Él curaba se encontraban en las calles o en las entradas de las sinagogas, pero no en hospitales.

La atención por el pobre, el marginado y el necesitado, fue siempre una prioridad del Maestro que sus discípulos aprendieron y pusieron en práctica rápidamente, como lo atestigua el libro de los Hechos de los Apóstoles: “Todos los creyentes estaban muy unidos y compartían sus bienes entre sí; vendían sus propiedades y todo lo que tenían, y repartían el dinero según las necesidades de cada uno.”(Hechos 2:44-45). “En aquel tiempo, como el número de los creyentes iba aumentando, los de habla griega comenzaron a quejarse de los de habla hebrea, diciendo que las viudas griegas no eran bien atendidas en la distribución diaria de ayuda.” (Hechos 6:1)

En el capítulo XVII traté el tema de las finanzas de la Iglesia y de cómo nuestra Iglesia católica es la organización humanitaria más grande del mundo. No faltará el que enfoque su atención en los 31 millones de euros que se gastó el obispo de Limburgo, Alemania, Franz-Peter Tebartz-van Elst, en la construcción de la sede arzobispal y que le costaría la destitución inmediata por parte del papa Francisco. Pero si ponemos nuestra atención al papel y no a las manchas que hay en él, encontraremos una Iglesia que ha hecho por el pobre lo que no ha hecho ninguna otra organización en sus más de 2,000 años de historia.

La Iglesia católica ha construido en las grandes ciudades, pequeños pueblos y en los rincones más apartados del planeta, más hospitales, dispensarios, leprosorios, sidatorios, centros de atención para los enfermos crónicos, ancianos y minusválidos, escuelas, orfanatos, colegios, universidades, centros psiquiátricos, jardines infantiles, consultorios matrimoniales, etc. que cualquier otra institución religiosa o laica del mundo desde su fundación.

La Iglesia católica es de las primeras instituciones en brindar ayuda física y espiritual a aquellos damnificados que han sido afectados por tragedias naturales que azotan permanentemente a nuestro mundo.

Desde su fundación la Iglesia católica ha cobijado por igual a ricos y pobres, hombres y mujeres, blancos y negros, sanos y enfermos, santos y pecadores, letrados e iletrados, libres y presos, yendo muchas veces en contra de sistemas políticos, culturales y sociales que rechazaban esta igualdad.

El sacerdocio

Más de 700 años antes del nacimiento de Jesús, nuestro sacerdote actual fue profetizado por el profeta Isaías (66:18-21).

Estudian por más de siete años para completar su formación académica. Viven en medio del mundo sin ambicionar los placeres que disfrutamos los laicos que los rodean. Son miembros de cada familia de su parroquia pero no pertenecen a ninguna de ellas. Poseen un corazón de oro para la caridad y uno de plomo para la castidad. Nos enseñan a perdonar ofreciéndonos el perdón de Dios. Están en servicio activo los 365 días del año, 24 horas al día atendiendo corazones afligidos. Poseen, como ningún otro ser, el poder de transformar el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo.

El sacerdote católico expresa una santidad que lo distingue claramente del resto de pastores, predicadores y evangelizadores de las iglesias protestantes y cristianas.

Desde Aarón que fue ungido por su hermano Moisés, hasta el nacimiento de Jesús, el sacerdocio se heredaba. Sin embargo Jesús es proclamado Rey y Sumo Sacerdote, no por herencia, sino por designio de Dios:

“En efecto, todo sumo sacerdote es alguien escogido entre los hombres para representar ante Dios a todos los demás, ofreciendo dones y sacrificios por los pecados… Es esta, además, una dignidad que nadie puede hacer suya por propia iniciativa; sólo Dios es quien llama como llamó a Aarón. Del mismo modo, no fue Cristo quien se arrogó la dignidad de sumo sacerdote, sino que fue Dios quien le dijo: Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy. O como dice en otro lugar: Tú eres sacerdote para siempre según el rango de Melquisedec.” Hebreos 5:1-5

Jesús nombró a todos sus discípulos sacerdotes cuando les dijo en la última cena “Haced esto en memoria mía” Lucas 22:19, y ellos continuaron nombrando más sacerdotes mediante la imposición de manos[7], los que a su vez hicieron lo mismo sobre otros, que a su vez lo hicieron sobre otros, hasta llegar a nuestros diáconos, sacerdotes y obispos actuales.

La santidad

Las familias están llamadas a proveer a sus miembros todo lo necesario para crecer, madurar y vivir. No se puede crecer solo, no se puede caminar el camino de la vida solos, sino que crecemos en comunidad y caminamos con ella. Así es nuestra Iglesia católica, que nos provee de todo lo que necesitamos para alcanzar esa santidad que nos ordena Jesús “Sean ustedes perfectos, como su Padre que está en el cielo es perfecto.” Mateo 5:48.

Las iglesias protestantes y cristianas enfocan su enseñanza en que sus miembros deben ser buenos. Pero no así nuestra Iglesia que va mucho más allá y nos enseña que debemos ser ¡santos! “La Santidad no es el lujo de unos pocos; es un sencillo deber que tenemos tú y yo.[8].

En la Iglesia católica podemos escuchar la Palabra de Dios completa, sin suprimir pasajes que nos resultan incomodos, o inconvenientes para ciertos estilos de vida contrarios al propuesto por Jesús. Las lecturas diarias que se leen en cada Eucaristía que es celebrada en cada iglesia católica del mundo, no están a elección del celebrante, como ocurre en el resto de las iglesias cristianas, sino que fueron escogidas desde hace varios siglos y consignadas en El Leccionario[9].

Esta visión completa de la Palabra de Dios que nos ofrece nuestra Iglesia católica, es una característica única entre el resto de las iglesias cristianas que optaron por quedarse con solo un fragmento de ella.

Los milagros

San Agustín decía: “Señor, que no necesite de milagros para creer en ti; pero que mi fe sea tan grande que los merezca

Como ninguna otra religión cristiana, es dentro de nuestra Iglesia católica donde encontramos un acervo probatorio de una gran cantidad de milagros documentados, atestiguados y analizados bajo el microscopio de la ciencia moderna.

La tilma de nuestra Señora de Guadalupe es uno de ellos. El 12 de diciembre de 1531 la imagen de la Virgen quedó plasmada en la tilma[10] hecha con fibras de maguey que llevaba el indio san Juan Diego. Actualmente se exhibe en la basílica de Guadalupe de la capital mexicana.

Con las técnicas modernas de ampliación de imágenes digitales, al hacerle un aumento de 2,500 veces al ojo derecho de la imagen de la Virgen, se puede apreciar el rostro de un indio (presumiblemente el de san Juan Diego). El tamaño de ese rostro es de un cuarto de millón de milímetro. Ni aun hoy en día con nuestras avanzadas técnicas, podríamos duplicar semejante fenómeno.

Desde el siglo XVIII se han hecho réplicas de la tilma y ninguna ha durado más de 20 años. Esta ya pasó los 500 años.

En 1785 accidentalmente cayó ácido muriático sobre una porción de la tilma y no sufrió daño alguno. Una pequeña aureola negra quedó como muestra del accidente.

Sobrevivió a un atentado terrorista en 1921. Luciano Pérez depositó un arreglo de flores con una bomba en su interior a los pies del cuadro. La bomba destruyó todo a su alrededor, dejando intacta la tilma.

Hasta la actualidad varios científicos han realizado diversas pruebas para determinar el origen de la pintura y de la técnica empleada para plasmar la imagen, sin ningún resultado positivo.

Otra gran variedad de milagros eucarísticos[11] se han documentado a lo largo de los siglos, siendo tal vez el más importante el de Lanciano, Italia. Ocurrido en el año 700 cuando delante del sacerdote que celebraba la misa, la hostia y vino consagrados se convirtieron en carne y sangre fresca delante de los cientos de fieles que asistían a la Eucaristía.

Durante diez siglos se tuvieron expuestos en el cáliz y la patena original, y en el año 1713 se pasó a un ostensorio de plata que es donde se exhiben en la actualidad. La sola preservación del musculo y de la sangre por más de 13 siglos, es ya de por si un hecho extraordinario que la ciencia no ha logrado explicar positivamente.

En el campo de los milagros de sanación de enfermos hay miles de milagros documentados por la ciencia médica en todas partes del mundo y muy especialmente en los grandes centros de peregrinación marianos.

El Santuario de Nuestra Señora de Lourdes en Francia posee el único comité médico fuera del vaticano, con autoridad para pronunciarse sobre curaciones inexplicables. Este comité está conformado por un panel de veinte médicos de diferentes especialidades, procedentes de diferentes hospitales europeos y de una gran variedad de creencias religiosas[12].

El Comité Médico Internacional de Lourdes[13] (CMIL) se reúne una vez al año para examinar los casos más serios. Para que una curación sea reconocida como milagrosa debe cumplir con siete criterios. La enfermedad debe ser considerada grave con pronóstico fatal. Su origen debe ser orgánica (no una enfermedad mental) o ser el resultado de una lesión. Su curación no puede ser atribuida a un tratamiento en el que esté inmerso el enfermo y la curación debe ser de carácter repentina e instantánea. La reanudación de las funciones debe ser completa, sin convalecencias y de carácter duradera.

Por esta razón el CMIL toma muchos años en pronunciarse sobre un caso como milagroso, ya que el carácter de curación duradera debe poderse verificar.

La intercesión

Una de las grandes diferencias entre la religión católica y el resto de las denominaciones cristianas es el de la intercesión. Por ejemplo, la Iglesia Anglicana la considera “repugnante”[14].

En el Nuevo Testamento la palabra “intercesión” se usa en forma sinónima de la palabra “mediación”.

“Intercesión” significa suplicar ante una parte en favor de la otra. “Mediación” es ponerse en medio de dos partes con el propósito de reconciliarlos.

Basados en esta diferencia semántica, los católicos asignamos la “mediación” a la acción de Cristo y la “intercesión” a la acción de la Santísima Virgen María, los ángeles y los santos.

Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento vemos ejemplos de esta práctica. La intercesión de Abraham por el pueblo de Sodoma narrada en Génesis 18:16-33 es un claro ejemplo de esta acción. La intercesión del centurión por su siervo enfermo que pide a Jesús que lo sane narrada por Lucas 7:1-10, es otro de los muchos ejemplos presentes en las Escrituras.

Quien ora por otro, está actuando conforme a la doctrina cristiana de la misericordia. Quien ora por otro, no está buscando su propio interés sino el de los demás.

El diácono san Esteban —primer mártir cristiano— pidió perdón a Dios por sus perseguidores estando en vida terrena (Hechos 7:51-54), ¿No hará lo mismo cuando goce la cercanía de Dios en los cielos? Recordemos que a los que nosotros nos referimos como muertos en la tierra, siguen vivos en otro lugar.

Al elevar nuestras peticiones a la Santísima Virgen, o a un determinado santo que llevó una vida terrenal con la cual encontramos cierta afinidad, o cuando acudimos a los ángeles, sabemos que no son ellos los que están en capacidad de concedernos lo que estamos pidiendo; sabemos sin duda alguna que es Dios el único que ostenta el poder de otorgarnos las gracias que pensamos necesitar. A ellos les estamos pidiendo que unan sus oraciones al Santísimo con las nuestras, tal y como se narra en el Libro del Apocalipsis “Y de la mano del ángel subió ante Dios el humo del incienso con las oraciones de los santos.” 8:4.

La segunda parte del Ave María es nuestra petición a la Santísima Madre para que “interceda” por nosotros los pecadores ante su hijo, esperando que ocurra lo mismo que ocurrió en las bodas de Caná (Juan 2:1-11).

Aunque podemos siempre dirigir nuestras oraciones directamente a Dios, sin ningún intermediario, solo en la Iglesia católica encontramos este recurso tan extraordinario ausente en las otras iglesias.

 

 


[1] Nowa Huta fue concebida como ciudad sin Dios, una ciudad sin símbolos religiosos y sin iglesia. Los obreros, sin embargo, se rebelaron y se reunieron para erigir primero una cruz. Más tarde, después de enfrentamientos con los órganos estatales y las fuerzas del orden, surgió incluso una iglesia, que debe su existencia —como dijo el papa en su primera visita a Polonia— al sudor y a la resistencia de los obreros.

[2] Justino Mártir fue uno de los primeros apologistas cristianos quien falleció en 168 d.C. en la ciudad de Roma. En el año 155 d.C. dirigió una carta al entonces emperador romano Antonino Pio describiendo a los cristianos. En uno de sus apartes describe la celebración de la misa en estos términos: “El día que se llama día del sol tiene lugar la reunión en un mismo sitio de todos los que habitan en la ciudad o en el campo. Se leen las memorias de los Apóstoles y los escritos de los Profetas. Cuando el lector ha terminado, el que preside toma la palabra para incitar y exhortar a la imitación de tan bellas cosas. Luego nos levantamos y oramos por nosotros […] y por todos los demás dondequiera que estén, a fin de que seamos hallados justos en nuestra vida y nuestras acciones y seamos fieles a los mandamientos para alcanzar la salvación eterna. Luego se lleva al que preside el pan y una copa con vino y agua mezclados. El que preside los toma y eleva alabanzas y gloria al Padre del universo, por el nombre del Hijo y del Espíritu Santo, y da gracias largamente porque hayamos sido juzgados dignos de estos dones. Cuando el que preside ha hecho la acción de gracias y el pueblo ha respondido “amén”, los que entre nosotros se llaman diáconos distribuyen a todos los que están presentes el pan y el vino «eucaristizados»”

[3] En el capítulo XXVII se explicó los diferentes ritos de la Iglesia católica y de cómo el formato de la misa es una de las variantes presentes en cada uno de los ritos. Esta consistencia es dentro de cada rito.

[4] Isaías 53, 50:6; Salmos 22:12-19, 41:10, 69:22 y Zacarías 12:10, 11:12-13 entre otros.

[5] Mateo 16:21-28, 20:17-19 y Marcos 8:31 entre otros.

[6] “se hace presente el único sacrificio de Cristo” (Catecismo de la Iglesia Católica # 1330)

[7] Hechos de los Apóstoles 6:6; 14:23, 1 de Timoteo 4:14; 2 de Timoteo 1:6

[8] Santa Teresa de Calcuta

[9] Como expliqué en el capítulo X, El Leccionario distribuye la totalidad de la Biblia en un ciclo que dura tres años.

[10] Las dimensiones de la tilma son 1.68 x 1.03 metros.

[11] Los milagros eucarísticos son hechos extraordinarios en los que las especies pan y vino consagradas, adquieren la naturaleza de musculo cardiaco humano y sangre fresca humana.

[12] Por ejemplo el Doctor Alexis Carrel, premio nobel de medicina en 1912 y que siendo escéptico presenció el milagro de la curación de Marie Bailly (registrado como el “Expediente 54”) en 1902. En sus últimos días de vida pidió la presencia de un sacerdote católico para que le aplicará los sacramentos.

[13] Fundado en 1947 y hasta la fecha ha certificado 66 milagros de un poco más de 7,000 sanaciones consideradas extraordinarias.

[14] “La doctrina romana respecto a la invocación de los santos es una cosa indulgente vanamente inventada, y sin base ni garantía en la Escritura, sino más bien repugnante a la palabra de Dios.” Artículo 22.

 

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