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¿Qué fue la Santa Inquisición?

Siempre que alguien quiere atacar a la Iglesia católica, comienza a recitar su lista de quejas con dos palabras: la inquisición. Hecho histórico que ocurrió y que no se puede negar, pero que pocos se han tomado la molestia de investigar más a fondo. Si usted le solicita a esta persona que le explique a que se refiere cuando cita este evento, seguramente le contestará que fue ese episodio de la historia de la Iglesia en la cual se sentenció a la hoguera a las personas que reusaban arrepentirse de sus pecados o acatar las normas de la Iglesia. O algo parecido.

¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Dónde? ¿Quién acusaba? ¿Quién juzgaba? ¿Quién condenaba? ¿A cuántos? ¿Cómo empezó? ¿Cómo terminó?

Preguntas que no tendrán respuesta, porque todos esos detalles parecen totalmente irrelevantes ante el hecho que la Iglesia haya quemado o torturado a las personas que rehusaban arrepentirse de sus pecados o acatar sus normas.

Para los no católicos la Inquisición es un escándalo, para los católicos una vergüenza y para todos: una confusión.



Ciertamente, explicar un acontecimiento histórico que duró más de 600 años en la Europa medieval y renacentista, durante un período de inmensos cambios políticos, económicos, culturales, científicos y religiosos, no resulta fácil. Pero resumirlo en una sola frase, demuestra un desconocimiento total de lo que fue y no fue la Inquisición y por ende, un gravísimo error contra la historia.

En vísperas del gran jubileo[1] del año 2000, el papa Juan Pablo II constituyó la Comisión histórico-teológica para la preparación del gran jubileo, la cual promovió el Congreso Internacional de Estudio sobre la Inquisición. Con la participación de más de treinta historiadores y teólogos se buscó el esclarecimiento de la verdad sobre este histórico hecho, que la Iglesia ha cargado sobre sus hombros con un alto costo de su imagen.

En el discurso de clausura del congreso pronunciado el 31 de octubre de 1998, su santidad dijo:

“Amables señoras y señores, el problema de la Inquisición pertenece a un período difícil de la historia de la Iglesia, al que ya he invitado a los cristianos a volver con corazón sincero. …. Ciertamente, el Magisterio de la Iglesia no puede proponerse realizar un acto de naturaleza ética, como es la petición de perdón, sin antes informarse exactamente sobre la situación de ese tiempo. Pero tampoco puede apoyarse en las imágenes del pasado transmitidas por la opinión pública, ya que a menudo tienen una sobrecarga de emotividad pasional que impide un diagnóstico sereno y objetivo. Si no tuviera en cuenta esto, el Magisterio faltaría a su deber fundamental de respetar la verdad. Por eso, el primer paso consiste en interrogar a los historiadores, a los que no se les pide un juicio de naturaleza ética, que sobrepasaría el ámbito de sus competencias, sino que contribuyan a la reconstrucción lo más precisa posible de los acontecimientos, de las costumbres y de la mentalidad de entonces, a la luz del marco histórico de la época.

 Sólo cuando la ciencia histórica haya podido reconstruir la verdad de los hechos, los teólogos y el mismo Magisterio de la Iglesia estarán en condiciones de dar un juicio objetivamente fundado.”

Al igual que las sociedades buscan siempre actualizar sus criterios y juicios al desarrollo de los tiempos, y encuentran incorrecto juzgar los tiempos modernos con valores antiguos, lo contrario es igualmente inaceptable: juzgar el pasado con los valores actuales.

Creo que hoy poca gente atinaría a identificar a Abraham Lincoln, como al autor de la siguiente frase “No estoy ni he estado nunca a favor de la igualdad social y política de blancos y negros, ni de otorgar el voto a los negros, ni permitirles ocupar cargos públicos o casarse con blancos.”. Resulta difícil hoy en día imaginar a una figura que paso a la historia por ser el gran defensor de los derechos civiles, pronunciar estas palabras con tan alto tinte racista, pero el “espíritu del tiempo”, es decir el clima intelectual y cultural de esa época, lo permitía y lo favorecía. Aunque hoy ciertamente nos resulte ofensiva la frase.

Origen

“Inquisición” significa investigación. Pero ha sido tan extendida la crítica a la Inquisición, que en el léxico común se ha tomado esta palabra como sinónimo de intolerancia, fanatismo, crueldad, averiguación injusta, etc.

Imitando al antiguo pueblo de Israel, la sociedad del siglo XII retomó una de las prácticas consagradas en el Antiguo Testamento:

“«Si en alguna de las poblaciones que el Señor su Dios les da se descubre que algún hombre o mujer hace lo que al Señor le desagrada, y falta a su alianza adorando a otros dioses y arrodillándose ante ellos, ya sea ante el sol, la luna o las estrellas, que es algo que el Señor no ha mandado, y si llegan a saberlo, investiguen bien el asunto; y si resulta verdad que un acto tan repugnante se ha cometido en Israel, llevarán ante el tribunal de la ciudad a quien haya cometido esta mala acción y lo condenarán a morir apedreado.» La sentencia de muerte se dictará sólo cuando haya declaración de dos o tres testigos, pues por la declaración de un solo testigo nadie podrá ser condenado a muerte. Los testigos serán los primeros en arrojarle piedras al condenado, y después lo hará todo el pueblo. Así acabarán con el mal que haya en medio de ustedes.” Deuteronomio 17:2-7

A finales del siglo XII aparecieron en el sur de Francia y norte de Italia dos herejías: la albigense y la valdense.

Los albigenses o cátaros, proponían que el bien era sinónimo del mundo espiritual e invisible, en cambio el mal –criatura de Dios, representado por satanás– era quien había creado el mundo material y visible. Creían que Jesucristo había sido un ángel creado, cuya misión consistió en salvar los espíritus puros encerrados o encarcelados en los cuerpos materiales. Al considerar la materia un producto del mal, el cuerpo de Cristo no era real sino aparente, como aparente habría sido su vida y pasión. También rechazaron la existencia del infierno bajo el argumento de que todos los espíritus, al final de los tiempos, gozarían irremediablemente de la vida eterna.

Los valdenses rechazaron la misa, las ofrendas, las oraciones por los difuntos y el purgatorio. Para ellos toda mentira, constituía pecado grave. Reclamaron el derecho de las mujeres y de los laicos a predicar sin licencia. En aquella época éste era un derecho exclusivo de los sacerdotes o quien la Iglesia autorizara.

La libertad de conciencia, es decir la libertad que tiene el individuo de decidir en qué cree y en que no cree, no existía en esa época, así que la gente tenía que creer y no creer en lo que el rey o el emperador creyera y no creyera.

La herejía era causa de división y la división ponía en riesgo la unidad del imperio, por lo que la herejía era un delito comparable al de quien atentaba contra la vida del rey y ambos recibían el mismo castigo. Tristemente en aquella época la tortura era aceptable para lograr la declaración de los acusados.

Tampoco existía en esa época la división entre Iglesia y Estado que conocemos hoy en día. Ambos poderes se fundían en uno solo, en cabeza del rey o emperador de turno.

Buscando congraciarse con el entonces papa Honorio III, en 1220 el emperador alemán Federico II Hohenstaufen, que reinaba además en el sur de Italia y Sicilia, sintiéndose incapaz de discernir entre lo que era herético y lo que no, solicitó al papa la conformación de un ente investigador que ayudara a erradicar una serie de herejías, entre ellas la albigense y la valdense, que se estaban propagando por toda Europa atacando los pilares de la moral cristiana y la organización social.

El romano pontífice autorizó el ente investigador y exigió que el primer tribunal constituido en Sicilia estuviera formado por teólogos de las órdenes mendicantes (franciscanos y dominicos) para evitar que se desvirtuara su misión, como de hecho intentó Federico II, al utilizar el tribunal eclesiástico contra sus enemigos, conformándose de esta manera el primer tribunal de la inquisición.

Que no fue la inquisición

Muchos mitos y leyendas se han desprendido de este convulsionado período de la historia, que personas con pensamiento ligero han transmitido por generaciones y que se hace imposible borrar de la mente del público.

¿Hubo en realidad torturas y ejecuciones apoyadas por la Iglesia durante este período? Indudablemente que sí, pero no en la forma y número que muchos piensan.

La inquisición fue una realidad histórica demasiado compleja, y explicarla en su totalidad escapa el alcance y propósito de este escrito, así que haré énfasis en lo que no fue.

Lo primero que es necesario aclarar es que no hubo una inquisición y lo segundo es que no fue creada por la Iglesia. Los reyes y emperadores de diferentes partes de Europa y durante diferentes períodos de tiempo, crearon los comités inquisidores.

Algunos duraron mucho tiempo como la portuguesa que se extendió hasta 1821, otros poco, y algunos nunca llegaron a condenar a nadie, mientras que otros adquirieron gran fama de sanguinarias como la de España.

Tampoco fue una organización encargada de torturar o de quemar a las personas que pensaran diferente a lo que la Iglesia pensaba. La Inquisición Española, que fue la más destacada, luego de la expulsión de los musulmanes (moriscos) entre 1609 y 1613, jugó un papel fundamental en la conversión de los judíos de la península. Ciertamente hubo personajes que se extralimitaron y se excedieron, como el fraile Tomás de Torquemada[2] o el dominico Fray Alonso de Ojeda.

No todos los que pasaron por el tribunal, terminaron torturados o encarcelados. Varios santos pasaron por estos tribunales por traer nuevas ideas: San Ignacio de Loyola, fundador de la orden de los Jesuitas o Santa Teresa de Jesús por su libro “Moradas del Castillo Interior” o San Juan de la Cruz.

La caza de brujas

En la Europa medieval, la brujería fue catalogada como un delito por las leyes civiles. El francés Jean Bodin[3] fue el autor de la obra Démonomanie des sorciers publicada en 1580 cuando ejercía como miembro del Parlamento de París (tribunal superior de justicia). En ella describe una lista de quince crímenes[4] en que incurría la persona que ejerciera la brujería. Esta obra pretendía dar el marco jurídico de dicha práctica y corregir los desmanes aplicados por la justicia francesa, cuando en 1577, quemaron cuatrocientos supuestos brujos y brujas en la ciudad de Languedoc.

Los jueces civiles Nicolas Remy, quien ordenó la quema de novecientas personas acusadas de practicar la brujería en Lorena, entre 1576 y 1591, Henri Boguet conocido como el “gran juez de la ciudad de Saint Claude” y Pierre de Lancre quien mandó quemar ochenta brujas en el país vasco francés de Labourd en 1609, se destacaron como grandes cazadores de brujas. Sus libros tuvieron gran influencia entre los principales gobiernos europeos contribuyendo a agravar esta cacería. Nicolas Remy fue el autor del libro Daemonolatreiae libri tres (Demonolatría) constituyéndose en el más importante manual de los cazadores de brujas en gran parte de Europa.

Los padres de la Reforma Protestante: Martin Lutero, Ulrico Zuinglio y Juan Calvino que estaban convencidos de la posibilidad del pacto con el diablo, apoyaron la persecución judicial de magos y brujas que se fue sembrando en cada región donde se iba implantando el protestantismo. Incluso cruzó el océano y se implantó también en los Estados Unidos.

“Quienquiera que ahora a sabiendas y de buena gana contienda que es injusto que los herejes y blasfemos sean llevados a la muerte, incurre en la misma culpa. Esto no es impuesto por autoridad humana; es Dios que habla y prescribe una regla perpetua para su Iglesia.” Juan Calvino[5]

Esta cacería de brujas que según algunos historiadores dejó más muertes que los de la Inquisición, no tuvo nada que ver con la Inquisición, sin embargo en la mente de muchas personas este hecho histórico se mezcla con el de la Inquisición, por su coincidencia en fechas, lugares y métodos de castigo.

En épocas recientes, el estudio de la inquisición ha tomado vigencia y se han logrado realizar bastantes estudios de tipo político, religioso, social y estadístico por historiadores que se auto denominan no cristianos[6]. En este sentido, los datos estadísticos más completos de la actividad de los tribunales inquisidores, son los realizados por el historiador danés Gustav Henningsen y el español Jaime Contreras, basándose en las relaciones de causa (documentos que se le exigían llevar a dichos tribunales con el reporte detallado de todas sus actividades) que se enviaban al Consejo de la Suprema. Henningsen escribió el libro “The Database of the Spanish Inquisition” (La Base de Datos de la Inquisición Española), donde presenta los resultados del estudio de los 1,531 relaciones de causa entre los años 1540 y 1700. En total se describen 44,674 casos de un estimado de 87,000 que han debido existir. El total de casos que terminaron con la ejecución del acusado fue de 826, menos del 2 por ciento[7].

La Iglesia pide perdón

En el primer domingo de cuaresma del año 2000, el 12 de marzo, se llevó a cabo una Eucaristía que se conocería como la misa de la Jornada del Perdón, celebrada por el papa Juan Pablo II.

En uno de los apartes de su homilía podemos leer:

“Este primer domingo de Cuaresma me ha parecido la ocasión propicia para que la Iglesia, reunida espiritualmente en torno al Sucesor de Pedro, implore el perdón divino por las culpas de todos los creyentes. ¡Perdonemos y pidamos perdón!

Esta exhortación ha suscitado en la comunidad eclesial una profunda y provechosa reflexión, que ha llevado a la publicación, en días pasados, de un documento de la Comisión teológica internacional, titulado: “Memoria y reconciliación: la Iglesia y las culpas del pasado”[8]. Doy las gracias a todos los que han contribuido a la elaboración de este texto. Es muy útil para una comprensión y aplicación correctas de la auténtica petición de perdón, fundada en la responsabilidad objetiva que une a los cristianos, en cuanto miembros del Cuerpo místico, y que impulsa a los fieles de hoy a reconocer, además de sus culpas propias, las de los cristianos de ayer, a la luz de un cuidadoso discernimiento histórico y teológico.

¡Perdonemos y pidamos perdón! A la vez que alabamos a Dios, que, en su amor misericordioso, ha suscitado en la Iglesia una cosecha maravillosa de santidad, de celo misionero y de entrega total a Cristo y al prójimo, no podemos menos de reconocer las infidelidades al Evangelio que han cometido algunos de nuestros hermanos, especialmente durante el segundo milenio. Pidamos perdón por las divisiones que han surgido entre los cristianos, por el uso de la violencia que algunos de ellos hicieron al servicio de la verdad, y por las actitudes de desconfianza y hostilidad adoptadas a veces con respecto a los seguidores de otras religiones.
Confesemos, con mayor razón, nuestras responsabilidades de cristianos por los males actuales. Frente al ateísmo, a la indiferencia religiosa, al secularismo, al relativismo ético, a las violaciones del derecho a la vida, al desinterés por la pobreza de numerosos países, no podemos menos que preguntarnos cuáles son nuestras responsabilidades.

Por la parte que cada uno de nosotros, con sus comportamientos, ha tenido en estos males, contribuyendo a desfigurar el rostro de la Iglesia, pidamos humildemente perdón.”

¿Qué se busca con esta crítica?

Con este tema, los críticos de la Iglesia católica pretenden demostrar que nuestra Iglesia no es la verdadera Iglesia de Cristo, al patrocinar semejantes desmanes y crueldades, contrarias al evangelio de amor de Jesucristo.

¿Estamos los católicos, incluyendo a las jerarquías, libres de pecado?

De ninguna manera. De hecho nos confesamos pecadores.

¿Puede una persona católica, incluyendo a sus jerarquías, emitir un juicio erróneo?

Claro que sí.

¿Y qué pasa entonces, con el dogma de la infalibilidad pontificia?

La infalibilidad pontificia es un dogma de la Iglesia promulgado por el papa Pio IX el 18 de julio de 1870, según la cual el papa esta preservado de cometer un error cuando él define a la Iglesia una doctrina en materia de fe o de costumbre. Diferente a la infalibilidad del papa, es decir que el papa sí puede cometer errores cuando da su opinión particular sobre algún asunto, pero cuando se trata de promulgar un dogma de Fe, no. Desde 1870 solo se ha proclamado un dogma: el de la Asunción de la Virgen María.

¿Puede suceder que algunos católicos, incluyendo a sus jerarquías, pequen por exceso de celo y no mantener un equilibrio adecuado?

Claro que sí.

Ahora bien, ¿significan estos reconocimientos que la Iglesia católica no es la verdadera Iglesia de Cristo?

¿Acaso Jesús dijo en algún momento que los miembros de su Iglesia no pecarían?

¡Todo lo contrario! Si San Pedro, el primer papa, al ser nombrado como tal, Jesús tuvo que decirle: “Apártate de Mí, Satanás […] porque tu modo de pensar no es el de Dios, sino el de los hombres” (Mateo 16:23)

Así que lo primero que tenemos que tener claro cuando se nos presente el tema de la Inquisición, es que ningún relato de pecado, abuso, juicios equivocados o supuesta crueldad por parte de los católicos, puede dejar sin lugar la institución divina de la Iglesia católica como la única y verdadera Iglesia de Cristo.

En la Iglesia fundada por Jesucristo hay pecadores y santos; miembros malintencionados y bien intencionados; personas malas y buenas; porque la Iglesia está hecha del mismo barro de los hombres. Siempre afloraran las acciones de unos y de otros. Pero tenemos la promesa del Señor que Él estará con su Iglesia hasta el fin de los siglos a pesar de los pecados de sus miembros.

 

 


[1] El jubileo católico también llamado año santo, se celebra de manera ordinaria cada 25 años y conmemora un año sabático con indulgencias y gracias especiales para sus fieles. Su origen proviene del antiguo testamento: Levítico 25:10-13 e Isaías 61:1-2.

[2] Fraile dominico castellano, confesor de la reina Isabel la Católica y primer inquisidor General de Castilla y Aragón. Nació en Torquemada en 1420 y falleció en Ávila en 1498.

[3] Nació en la ciudad de Angers en 1529.

[4] Renegar de Dios; maldecir de Él y blasfemar; hacer homenaje al demonio, adorándole y sacrificando en su honor; dedicarle los hijos; matarlos antes de que reciban el bautismo; consagrarlos a satanás en el vientre de sus madres; hacer propaganda de la secta; jurar en nombre del diablo en signo de honor; cometer incesto; matar a sus semejantes y a los niños pequeños para hacer cocimiento; comer carne humana y beber sangre, desenterrando a los muertos; matar, por medio de venenos y sortilegios; matar ganado; causar la esterilidad en los campos y el hambre en los países; tener cópula carnal con el demonio.

[5] Historia de la Religión Cristiana, Schaff. Vol. VIII, p. 791

[6] La base de datos de la fundación Dialnet, de la Universidad de la Rioja en España, revela que antes de los 1978, solo se habían publicado 8 libros sobre la inquisición española, pero luego hubo una explosión de publicaciones: entre 1978 y 1982; 22, entre 1983 y 1987; 29, entre 1988 y 1992; 51, entre 1993 y 1997; 41, entre 1998 y 2002; 63 y entre 2003 y 2007; 27.

[7] The Database of the Spanish Inquisition, Henningsen, p. 58-84.

[8]http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/cti_documents/rc_con_cfaith_doc_20000307_memory-reconc-itc_sp.html

 

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