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¿Qué fueron las cruzadas?

El segundo punto en la lista de temas que se mencionan cuando se está atacando a la Iglesia es el de las cruzadas. Simplemente se enumera diciendo: “Las cruzadas”. Y al igual que en el tema de la Inquisición, pocos han sacado el tiempo para profundizar sobre ellas.

Si le pregunta a su interlocutor la explicación sobre las cruzadas, muy seguramente le contestaría que fueron las guerras que a nombre de Jesús, se llevaron a cabo en la edad media bajo las órdenes de la Iglesia para matar a los que no creían en Él.

A lo que la mayoría de personas se refieren como Las cruzadas, es a un período de la historia que empieza en 1095 y termina en 1291 d.C. Doscientos años que abarcan cuatro grandes campañas militares impulsadas por el papado en defensa de los cristianos, atacados principalmente por los musulmanes y seguidos por eslavos paganos, mongoles, cátaros, husitas, valdenses y prusianos.

Desde los comienzos del Islamismo, los musulmanes buscaron la expansión de su creencia a través de invasiones y conquistas de sus territorios vecinos, que para ese momento eran predominantemente cristianos, en obediencia al Corán:

“Más cuando hayan pasado los meses sagrados matad a los idólatras dondequiera les halléis, capturadles, cercadles y tendedles emboscadas en todo lugar, pero si se arrepienten y aceptan el Islam, cumplen con la oración prescrita y pagan el Zakât dejadles en paz. Ciertamente Alá es Absolvedor, Misericordioso.” Corán 9:5

 

En el año 622, cuando nace el islamismo, Egipto, Palestina, Siria, Asia Menor, el norte de África, España, Francia, Italia y las islas de Sicilia, Cerdeña y Córcega eran todos territorios cristianos. Estaban dentro de los límites del imperio Romano, que a pesar de estar en declive, todavía era completamente funcional en el Mediterráneo oriental. El cristianismo era la religión oficial de este imperio y claramente mayoritaria en el mundo conocido.

Un siglo después, los cristianos habían perdido la mayoría de esos territorios a manos de los musulmanes. Las comunidades cristianas de Arabia fueron completamente destruidas poco después del año 633, cuando judíos y cristianos por igual fueron expulsados de la península. Dos tercios del territorio que habían sido cristianos eran ahora regidos por musulmanes. Y no cualesquier territorios. Palestina: la tierra de Jesucristo, Egipto: el lugar del nacimiento de la vida monástica cristiana y Asia Menor: donde san Pablo plantó las semillas de las primeras comunidades cristianas, eran áreas geográficas que representaban la cuna de la cristiandad. Era el núcleo del cristianismo y ahora se practicaba el islamismo.

Después de este período de tantas guerras, las conquistas musulmanas amainaron pero no desaparecieron. En la medida en que el imperio romano se resquebrajaba y perdía poder e influencia, los antiguos territorios romanos en Europa se volvieron el objetivo de los ejércitos árabes. Durante los siglos VI, VII y VIII; Italia, Francia y Constantinopla fueron objeto de numerosos ataques, mientras que España entera fue conquistada por los musulmanes procedentes de África del Norte.

Alrededor del año 1000, Constantinopla era la capital del imperio Bizantino. Situada en medio de las más importantes rutas comerciales, supo sacar provecho de su posición geográfica al controlar toda la navegación entre Europa oriental y Asia, y así ganarse un rol protagónico en la política mundial. Su moneda circulaba por todo el mediterráneo y era reconocida como la ciudad más próspera y poderosa del mundo. Sin embargo, su gloria terminó en 1071 cuando los turcos que se habían convertido al islam, arrasaron a los ejércitos bizantinos en la batalla de Manzikert[1] y terminaron entregando a sus captores la mayor parte de Asia Menor. Ahora había fuerzas musulmanas apostadas a escasos kilómetros de Constantinopla.

Un año antes, los turcos habían entrado a la ciudad santa de Jerusalén, que estaba bajo control de los musulmanes árabes desde el 638, cuando el califa Omar la conquistó y la honró como una ciudad santa, pero no así para los nuevos invasores turcos que por no considerarla santa, prohibieron la entrada a la ciudad a los peregrinos que querían visitar los lugares sagrados.

Estos dos hechos conmocionaron a Europa occidental y oriental, ya que surgía la amenaza de la dominación turca sobre todos los territorios cristianos restantes que se resumían al continente europeo. Ante semejante amenaza, los cristianos del imperio romano de oriente (Bizancio) solicitaron la ayuda del papa y este accedió a dársela.

Podemos entonces claramente desmentir, el pensamiento popular que las cruzadas fueron la propagación de la fe a punta de espada. Fue la respuesta a siglos de ataques y la búsqueda de la reconquista de territorios, otrora cristianos, como Tierra Santa y otras regiones de interés especial para los creyentes.

En tiempos modernos esta lucha continua, aunque el rol occidental está en cabeza de los países más desarrollados como Estados Unidos, Inglaterra, Francia y otros países miembros de la OTAN. El conflicto palestino-israelí, la insurgencia chiita en Yemen, la guerra en el noroeste de Pakistán, las recientes guerras de Estados Unidos contra Irak y Afganistán, son muestras de ello.

Más recientemente, la lucha contra el Estado Islámico, de naturaleza yihadista[2], ha despertado en Occidente un sentimiento de “cruzada” contra ellos. Tomando la vocería, el presidente Barak Obama ha prometido no ahorrar esfuerzo alguno, hasta “degradar y destruir[3] la amenaza que plantea al mundo este grupo terrorista. Tarea que pretende ejecutar no en solitario, sino con la conformación de una “gran coalición” de países, especialmente de Oriente Próximo y Europa.

La primera cruzada

Tras la batalla de Manzikert en 1074, el papa Gregorio VII hizo un llamado a los Milites Christi (“Soldados de Cristo”) para que fuesen en ayuda del imperio bizantino. Su llamado fue completamente ignorado e incluso recibió bastante oposición, pero sirvió para que Europa pusiera toda su atención a los acontecimientos de oriente.

A pesar que la Iglesia Oriental había dejado de reconocer al obispo de Roma (el papa) como la máxima autoridad de la Iglesia en el llamado cisma de oriente[4], Alejo I Comneno emperador del imperio bizantino, le dirigió una carta en 1094 al entonces papa Urbano II solicitándole su apoyo y el envío de soldados para que lucharan contra los turcos.

El papa mostró una alta simpatía con la causa y vio una buena oportunidad para que Constantinopla, al brindarle la ayuda solicitada, reconsiderara su postura de separarse de la Iglesia de Roma, cosa que no llegó a ocurrir.

Un año más tarde en Francia, con la participación de eclesiásticos y laicos, se celebró el concilio de Clermont. En dicho concilio, el papa Urbano II pronunció un gran discurso en el que convocó a los cristianos a unirse en una cruzada militar que devolviera Jerusalén a los cristianos. Este discurso que terminó con las palabras “Dios así lo quiere[5], despertó un gran fervor religioso entre el pueblo y una parte de la nobleza.

Todos los clérigos de Francia, Alemania e Italia hicieron eco de las palabras del papa durante el siguiente año, logrando estimular a la gente al punto de conformar así el ejército de la primera cruzada. Según algunos historiadores, se unieron poco más de 40,000 personas con escasa o ninguna experiencia en las artes militares. Este ejército que incluía mujeres y niños no llegó a marchar juntos, ya que en realidad eran un conjunto de pequeños ejércitos que cada región de Europa aportaba para la causa, y donde cada uno de ellos obedecía a sus propios líderes e intereses.

Al no contar con una buena organización en su tránsito hacia Constantinopla, en especial el aprovisionamiento de comida, ni con un liderazgo claro, definido y único, estos ejércitos se auto abastecieron saqueando los pueblos a su paso, y aprovecharon la anarquía reinante para ajusticiar a los que ellos consideraban enemigos de Cristo, en especial a los judíos.

Si bien el antisemitismo había existido en Europa desde hacía siglos, esta primera cruzada exacerbó ese sentimiento. Ciertos líderes alemanes interpretaron que esa lucha no solo debería ser contra los musulmanes en Tierra Santa, sino contra los judíos que habitaban sus propias tierras.

Cuando los ejércitos cruzados alcanzaron Constantinopla en agosto de 1096, lo que habían ganado en reputación de forajidos y asesinos sin ley, lo habían perdido en hombres. Un cuarto de los cruzados fallecieron en el camino.

Al adentrarse en Asia Menor, pudo más la gran experiencia militar de los turcos que las motivaciones religiosas de los cruzados y prontamente estos últimos fueron masacrados y esclavizados.

Un segundo aire revitalizó la causa cruzada y entre noviembre de 1096 y mayo 1097, partieron de Europa cuatro grandes grupos de cruzados mucho más organizados, con mayor experiencia en las artes bélicas y mejor provisionados. En total 35,000 hombres y 5,000 caballeros marcharon hacia Constantinopla por diferentes rutas. Reabastecidos en esta ciudad, emprendieron su marcha hacia Jerusalén, recapturando territorios cristianos que estaban en manos turcas, tales como Edesa y Antioquía, conformándose de esta manera los dos primeros condados cruzados.

Finalmente el 15 de julio de 1099 la ciudad santa de Jerusalén retornaría a manos cristianas.

Con esta conquista finalizó la primera cruzada. Muchos cruzados volvieron a sus lugares de origen, aunque otros se quedaron a defender las tierras recién conquistadas.

La segunda cruzada

Esta segunda cruzada fue convocada en 1145 en respuesta a la retoma turca del que habría sido el primer estado cruzado fundado durante la primera cruzada: Edesa.

Al enterarse el entonces papa Eugenio III, convocó una nueva cruzada, que esta vez debería ser más organizada y centralizada que la anterior, y que a diferencia de la primera que no contó con ningún gobernante importante, contó con la participación del rey Luis VII de Francia (acompañado por su esposa Leonor de Aquitania), el emperador Conrado III de Alemania con la ayuda de numerosos nobles de diferentes países. Los ejércitos de ambos reyes atravesaron Europa por caminos separados hasta llegar a la región de Anatolia (Asia Menor) donde cada ejército, por separado, fue derrotado por los turcos.

Con sus ejércitos bastante mermados, Luis VII y Conrado III llegaron a Jerusalén motivados más por su deseo de cumplir su peregrinaje a Tierra Santa, que por motivaciones militares. La bienvenida estuvo a cargo del rey cristiano Balduino III de Jerusalén, quien los convenció de unir su precario ejército con los ya diezmados soldados reales y en 1148 participaron en un desacertado ataque sobre Damasco, que terminó por exterminar sus ejércitos.

Conrado III regresó inmediatamente a su región y Luis VII lo haría un año después separado de su esposa. Esta separación le significó la pérdida de dos terceras partes del territorio francés que le había sido dado como dote de matrimonio y que luego pasó a pertenecer a Inglaterra, cuando Leonor contrajo matrimonio con Enrique II, quien sería nombrado rey de Inglaterra entre 1154 y 1189.

La tercera cruzada

Convocada por el papa Urbano III cuando el sultán de Egipto y Siria, el musulmán Saladino, conquistó nuevamente la ciudad de Jerusalén el 2 de octubre de 1187. El papa falleció a los pocos días, por lo que su sucesor el papa Gregorio VIII firmó la convocatoria el 29 de octubre de 1187 a los cuatro días de haber sido electo como el sucesor de Pedro.

Dos años más tarde, Enrique II de Inglaterra y Felipe II de Francia, acordaron poner fin al conflicto que se había originado con el matrimonio entre Enrique II y Leonor de Aquitania, para unirse y dirigir esta nueva cruzada a la que también se le unió el entonces emperador alemán Federico I Barbarroja, quien tomó la delantera y partió hacia Tierra Santa el 27 de marzo de 1188.

Con muy pocas victorias a su favor, conseguidas en los dieciocho meses que llevaba de campaña, Federico I Barbarroja murió ahogado cuando atravesaba el rio Saleph (hoy Turquía), llegando a su fin ese brazo armado de la tercera cruzada.

Enrique II murió antes de partir y lo sucedió Ricardo I “Corazón de León” quien avanzó por tierra desde Marsella en julio de 1190. Felipe II lo hizo por mar y llegó al reino de Sicilia el 14 de septiembre de ese mismo año. Al año siguiente, el 7 de septiembre, se libró la batalla de Arsuf entre las fuerzas cristianas de Ricardo I y las musulmanas de Saladino. El ejército cruzado resultó victorioso y devolvió a control cristiano la región de Jaffa, facilitando la retoma de Jerusalén.

Finalmente, en junio de 1192, Ricardo I “Corazón de León” y Saladino firmaron un acuerdo de paz en el que los cruzados conservaban la franja costera entre Tiro y Jaffa; Chipre sería dado cómo feudo a Guido de Lusignan, el anterior rey cristiano de Jerusalén y Saladino permitiría el libre tránsito de peregrinos a la ciudad santa de Jerusalén, que seguiría bajo dominio musulmán.

La cuarta cruzada

El acuerdo de paz entre Ricardo I “Corazón de León” y Saladino, trajo unos pocos años de relativa paz, pero no dejó de ser una molestia para los cristianos europeos que Jerusalén continuara siendo territorio musulmán.

En 1199, el papa Inocencio III decidió convocar una nueva cruzada para aliviar la situación de los débiles Estados Cruzados de oriente. Esta cuarta cruzada debería ir dirigida específicamente contra Egipto, considerado el punto más débil de los estados musulmanes, lo que facilitaría la retoma de Tierra Santa.

Para este entonces, los alemanes se encontraban enfrentados al poder papal; y Francia e Inglaterra se encontraban combatiendo entre ellos. Esto hizo que la respuesta a esta cuarta cruzada tuviera muy poca aceptación, lográndose conformar un pequeño ejército de poco menos de 35.000 hombres dirigidos por el marqués Bonifacio de Montferrato.

Llegar a Egipto por tierra se descartó de inmediato, así que las tropas cruzadas se dirigieron hacia la ciudad italiana de Venecia en busca de transporte marítimo que los llevara a su destino final. Venecia se recobraba del bloqueo comercial impuesto por Constantinopla durante varios años, cuando le prohibió a sus barcos el uso de sus puertos y de sus aguas, permitiendo que otras ciudades portuarias como Génova y Pisa, se fortalecieran y desplazaran la prominente ciudad de Venecia a un papel secundario.

El entonces máximo dirigente veneciano Enrico Dandolo, vio en ese ejército cruzado una excelente oportunidad para buscar una alianza que le asegurara que Constantinopla no le volvería a cerrar sus puertos.

Desde años atrás uno de los herederos al trono de Bizancio, Alejo IV Ángelo, se encontraba exiliado en Alemania buscando la forma de recuperar el trono que le correspondía por herencia.

Mientras que el ejército cruzado se encontraba consiguiendo los 85.000 marcos de plata que exigía la ciudad de Venecia para cubrir los gastos del transporte, Alejo IV Ángelo logró convencer al Dux Enrico Dandolo y al Marques Bonifacio de Montferrato, de desviar el curso de la cruzada y ayudar primero a los Venecianos atacando Hungría para recuperar el territorio de Zara[6] y luego embestir a Constantinopla para instalarse en el poder.

Una vez instalado en el poder, Ángelo ayudaría a la cuarta cruzada con transporte, hombres y dinero para continuar su campaña libertadora, y a Venecia le restauraría sus tratados comerciales en plenitud y la favorecería sobre las otras ciudades rivales italianas.

A pesar de la desaprobación del papa sobre estos planes, la flota zarpó de Venecia el 8 de noviembre de 1202 y varios días después los cruzados estarían devolviendo a control veneciano la región de Zara. El papa optó por excomulgar a todos los expedicionarios, aunque más adelante rectificó y perdonó a los cruzados, manteniendo la excomunión solo para los líderes venecianos.

Meses después se les unió Alejo IV Ángelo y la flota zarpó con rumbo a la ciudad de Constantinopla. El 17 de julio de 1203 los cruzados tenían completamente dominada la ciudad y el entonces emperador Alejo III decidió huir. Los dignatarios imperiales, para resolver la situación, sacaron de la cárcel al depuesto emperador Isaac II Ángelo, padre de Alejo IV, y lo restauraron en el trono. Tras unos días de negociaciones, llegaron a un acuerdo con los cruzados por el cual Isaac y Alejo serían nombrados co-emperadores. Alejo IV fue coronado el 1 de agosto de 1203 en la iglesia de Santa Sofía.

Para intentar cumplir las promesas que había hecho a venecianos y cruzados, Alejo se vio obligado a recaudar nuevos impuestos. Se había comprometido también a conseguir que el clero ortodoxoaceptase la supremacía de Roma y adoptase el rito latino, pero se encontró con una fuerte resistencia. Durante el resto del año 1203, la situación fue volviéndose más y más tensa: por un lado, los cruzados estaban impacientes por ver cumplidas las promesas de Alejo; por otro, sus súbditos estaban cada vez más descontentos con el nuevo emperador. A esto se unían los frecuentes enfrentamientos callejeros entre cruzados y bizantinos.

Finalmente la impaciencia de los cruzados no aguantó más y el 6 de abril del 1204 atacaron la ciudad, la saquearon y se produjo una matanza que forjó la fama violenta de las cruzadas que ha persistido hasta nuestros días.

Constantinopla retornó a control romano y todas sus riquezas fueron repartidas entre los cruzados, los venecianos y una pequeña parte al designado emperador bizantino. Algunos años después, se perdió este control y retornó a control musulmán.

Cruzadas menores

Tras el fracaso de la cuarta cruzada, el espíritu cruzado se había apagado casi por completo, pese al interés de algunos papas y reyes por reavivarlo.

Entre 1213 y 1269 se organizaron otras cruzadas que buscaban recuperar los territorios orientales de manos musulmanas. Con pequeñas victorias y grandes derrotas, el espíritu cruzado terminó cuando se perdieron las últimas posesiones cristianas que aun mantenían en las regiones de Tiro, Sidón y Beirut en 1291.

En 1492 concluye el período de reconquista española, con la retoma del reino de Granada, último bastión musulmán de la península ibérica, por parte de los Reyes Católicos Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla.

El perdón de la Iglesia

Si bien se puede apreciar que estas cruzadas contaron con la bendición papal que buscaba frenar la expansión musulmana sobre Europa y recuperar Tierra Santa, también se aprecia que el control de tales cruzadas no estuvo en manos de la Iglesia, sino en manos de reyes y nobles europeos que amparados en la noble causa, se dejaron llevar siempre por sus propios intereses.

Durante la Edad Media cualquier cristiano europeo creía que las Cruzadas constituían un acto de máximo bien. Pero esta concepción cambió con la Reforma Protestante. Para Martín Lutero, las cruzadas no eran más que una maniobra de poder y avidez papal. De hecho, argumentó que combatir a los musulmanes significaba combatir a Cristo mismo, ya que fue Cristo quien envió a los turcos para que castigaran a los cristianos debido a sus faltas. Cuando el sultán Suleiman “el Magnífico” y sus ejércitos invadieron Austria, Lutero cambió de opinión acerca de la necesidad de combatirlos, pero continuó condenando a las Cruzadas. Para muchos protestantes, la idea de persistir en el espíritu de las cruzadas se transformó en algo impensable y anti bíblico. Esto dejó la responsabilidad de la lucha contra los voraces musulmanes exclusivamente en los hombros de la Iglesia católica. En 1571, la llamada Santa Liga[7] derrotó a la flota otomana en Lepanto, marcando el comienzo de la neutralización del peligro del islam sobre Europa, al menos a través de batallas fratricidas.

El 4 de mayo del 2001, el papa Juan Pablo II arribó a la ciudad de Atenas donde fue recibido por el patriarca de la Iglesia Ortodoxa de Grecia: el arzobispo Christodoulos. Era la primera visita de un pontífice católico a Grecia tras el gran Cisma de Oriente de 1054. Lo primero que hizo el sumo pontífice fue pedir perdón:

“Pesan sobre nosotros controversias pasadas y presentes y persistentes incomprensiones. Pueden y deben ser superadas. Es necesario un proceso de purificación de la memoria. Por las ocasiones pasadas y presentes en las que los hijos de la Iglesia católica han pecado con hechos y omisiones contra sus hermanos ortodoxos, pedimos el perdón de Dios”

El Pontífice recordó algunos casos “particularmente dolorosos, que han dejado heridas profundas en la mente y en el corazón de personas de ahora”. Entre ellos destacó el “desastroso saqueo” de Constantinopla, ocurrido en el 1204 a manos de los venecianos y cruzados.

“Es trágico que los saqueadores que tenían como cometido garantizar el libre acceso de los cristianos a Tierra Santa se volvieran contra sus propios hermanos. El hecho de que fuesen latinos[8] nos llena de amargura a los católicos”.

 

 


[1] La batalla de Manzikert fue luchada cerca de la ciudad de Mancicerta en agosto de 1071. El sultán selyúcida Alp Arslán derrotó y capturó al emperador romano Diógenes, co-emperador Bizantino. La victoria turca condujo a la transformación étnica y religiosa de Armenia y Anatolia, el establecimiento del sultanato selyúcida de Rum, y más tarde el Imperio Otomano y la República de Turquía directamente. Los selyúcidas saquearon Mancicerta, y se masacró a gran parte de su población, además de reducir la ciudad a cenizas.

[2] El yihadismo es un neologismo occidental utilizado para denominar a las ramas más violentas y radicales dentro del islam político, caracterizadas por la frecuente y brutal utilización del terrorismo, en nombre de una supuesta yihad, a la cual sus seguidores llaman una «guerra santa» en el nombre de Alá.

[3] Palabras pronunciadas en su discurso a la nación el 10 de septiembre de 2014.

[4] En el año 1054.

[5] Actualmente existen cinco versiones de este famoso discurso. Algunos de ellos incluyen la promesa del perdón de los pecados para aquellos que perdieran sus vidas en esta cruzada.

[6] Actual región de Dalmacia en Croacia. Esta región había sido disputada en diversas ocasiones entre venecianos y húngaros, entre los siglos X y XII.

[7] La unión de España con los Estados Pontificios, Republica de Venecia, la Orden de Malta, la Republica de Génova y el Ducado de Saboya.

[8] Acá la expresión Latinos, hace referencia al mundo occidental en contraposición a los ortodoxos que conforman la parte oriental.

 

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