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¿Solo a través de la Iglesia católica hay salvación?

Desde que San Cipriano[1] dijera en el siglo III “Fuera de la Iglesia no hay salvación”[2], cristianos y no cristianos han tenido problemas con dicha afirmación. Los primeros porque lo han tomado como un acto de arrogancia por parte de la Iglesia católica al afirmar algo que Jesús no dijo de forma explícita cuando fundó su Iglesia, y los segundos, porque piensan que ellos encontrarán el camino aún más allá con su dios a través de sus creencias, así que se debe ignorar lo que cualquiera otra religión pueda decir a ese respecto.

Hoy el malestar sigue vigente. Algunos piensan que la afirmación es excluyente, intolerante y totalitaria rayando en el fanatismo. Otros simplemente rechazan la idea de una estructura organizada de hombres que pueda atribuirse el derecho de dictar las leyes que gobiernan la entrada al cielo cuando eso solo le corresponde a Dios. Hay quienes no aceptan esta doctrina porque parten de la base que Cristo murió por el perdón de todos los hombres, así que no nos corresponde hacer nada más, sino creer en Él y, en el mejor de los casos “portarse bien” (Este es uno de los pilares del protestantismo: Sola fide. Consideran que sólo la fe es necesaria para salvarse y niegan la necesidad de las buenas obras).

Veamos la siguiente analogía: una persona que comienza a experimentar signos de una gran dolencia, acude a un médico quien le ordena una serie de exámenes que le ayuden a encontrar la causa de los síntomas. Estos arrojan como resultado la presencia de una grave enfermedad que requiere atención inmediata. El médico le dice que van a seguir un tratamiento que a pesar de seguirlo al pie de la letra no garantiza su recuperación, pero que vale la pena intentarlo. Acude a un segundo médico quien sugiere seguir un tratamiento distinto, pero que tampoco le garantiza su recuperación. Acude a un tercero que básicamente le dice lo mismo. Finalmente encuentra uno que le ofrece un tratamiento que de seguirlo al pie de la letra, le garantiza su recuperación.

¿En manos de que médico se pondría este enfermo? ¿En los que ofrecen su mayor esfuerzo pero que no garantizan su recuperación? o ¿En el que garantiza la recuperación?

Entonces, ¿Por qué el saber que existe una Iglesia que nos garantiza la salvación si seguimos sus enseñanzas no nos llena de un sentimiento de alegría, sino que por el contrario, lo ignoramos?

Claramente debe haber un malentendido.



Afortunadamente Jesús y sus apóstoles nos dejaron una serie de enseñanzas en el Nuevo Testamento que nos pueden ayudar a entender porque San Cipriano hizo ésta afirmación.

Lo que nos dicen las Sagradas Escrituras

Lo que nos dicen las Sagradas Escrituras es que en el cielo no hay solamente católicos. El “buen ladrón”[3] (Dimas) que estaba a un lado de Jesús en su crucifixión, ciertamente no era católico y sin embargo hoy está gozando de la vida eterna en el reino de Dios. Es más, San Dimas es considerado como el único santo canonizado por Jesús. Así que la afirmación que solo a través de la Iglesia hay salvación, no quiere decir que en el cielo solo hay católicos como muchos piensan.

Cuando rezamos el credo, decimos “…que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo,…”. Indudablemente Jesús ha muerto por todos los hombres para redimirnos, pero eso no implica que todos los hombres sean redimidos por Él, porque para salvarse hace falta otra condición además de la Gracia de Dios, a saber: que en ejercicio de nuestro libre albedrío aceptemos libremente esa Gracia. Jesús no se impuso ante nadie ni forzó a nadie a creer en Él, ni le impuso las manos a un incrédulo para que creyera en Él[4]. En Dios nada es mecánico ni automático.

Dios que te hizo sin ti, no te justifica sin ti[5]. Lo que la muerte de Cristo nos garantiza es que a todos los hombres[6] incluyendo al musulmán, al judío, al mahometano, al indio del amazonas y otros, en algún momento de su vida —desde la concepción hasta una fracción de segundo antes de la muerte— recibirán el ofrecimiento de su Gracia[7].

Jesús le dijo a Nicodemo “El que cree en el Hijo de Dios, no está condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado por no creer en el Hijo único de Dios” Juan 3:18. Así que ningún ser humano esta salvado ni condenado antes de su muerte. Como dijera el papa Pio IX “nadie es condenado más que por su propia voluntad y contra la voluntad de Dios”. Es contra la voluntad de Dios porque Él nos quiere salvos a todos “…pues él quiere que todos se salven y lleguen a conocer la verdad” 1 Timoteo 2:4.

En la última cena Jesús dijo: “Esto es mi sangre, con la que se confirma la alianza, sangre que es derramada en favor de muchos.” Marcos 14:24, “Beban todos ustedes de esta copa, porque esto es mi sangre, con la que se confirma la alianza, sangre que es derramada en favor de muchos para perdón de sus pecados.” Mateo 26:27-28. Este muchos ya había sido profetizado por Simeón en la entrada del templo, cuando le dijo a María la madre de Jesús “Mira, este niño está destinado a hacer que muchos en Israel caigan o se levanten.” Lucas 2:33. Jesús no murió por todos, sino por los muchos que aceptaron, aceptan y aceptarán su Gracia salvadora.

No basta con ser un buen budista, o un buen mahometano, o con ser un buen indio del amazonas para lograr la salvación, ya que si esto fuera cierto, la orden de Jesús “Vayan por todo el mundo y predicad a todos el evangelio. El que crea y sea bautizado, obtendrá la salvación; pero el que no crea, será condenado” (Marcos 16:15-16) sería superfluo, y lo peor: Irrelevante. Nuestra prédica sería: “Con lo que haces y sabes, estas salvado. Pero por si te interesa, te puedo contar de otra forma en la que también te puedes salvar, ¿te interesa?”.

¿Fue esto lo que nos enseñó Jesús? ¿Qué cada quien se quede en sus creencias y en sus religiones?

“Jesús vino a Galilea predicando el evangelio de Dios. «El tiempo se ha cumplido,» decía, «y el reino de Dios se ha acercado; arrepiéntanse y crean en el evangelio. »” (Marcos 1:14-15) ¿En que quedaría este mensaje? ¿Para quién estaría dirigido, si cada cual está bien en su propia creencia? Ese “arrepiéntanse y crean en el evangelio” que pregonaba Jesús¿no quiere decir que dejen de hacer lo que están haciendo y hagan lo que Yo les estoy diciendo?

Sí Jesús fuera cualquier Camino, sí la verdad fuera cualquier creencia y la vida fuera cualquier forma honesta y pacífica de vivir, su enseñanza no hubiera sido otra cosa que el indiferentismo. Nunca se hubiera molestado en hacerles ver los errores a los escribas y fariseos como tantas veces lo hizo. Los fariseos no eran lo que hoy llamaríamos unas personas “malas”, todo lo contrario, eran personas que hoy llamaríamos “buenas” que cumplían las leyes de su religión al pie de la letra.

La Iglesia

Jesús quiso que hubiera una Iglesia[8] y por eso la fundó “Yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia” (Mateo 16:18). Estando Él a la cabeza y actuando como salvador[9] “Porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, siendo Él mismo el Salvador del cuerpo” (Efesios 5:23), cuerpo que lo constituimos todos “Ahora bien, ustedes son el cuerpo de Cristo, y cada uno individualmente un miembro de él.”(1 Corintios 12:27). ¿Por qué molestarse en constituir una Iglesia sí por cualquier camino se obtuviera la salvación?

Cuando Jesús envió a sus apóstoles junto a otros setenta y dos discípulos a predicar su evangelio, dijo: “El que los escucha a ustedes, me escucha a mí; y el que los rechaza a ustedes, me rechaza a mí; y el que me rechaza a mí, rechaza al que me envió.” Lucas 10:16.

La Iglesia es la fuente y el camino ordinario para la salvación querida por Dios al entregarle la autoridad para la administración de los sacramentos que Jesús instituyó y condicionó para gozar de la eternidad. Sé que algunas personas encuentran esto difícil de aceptar y hasta de creer. Hay quien sostiene que cómo ha de ser esto posible, si en la Iglesia hay corrupción y pecado. Otras lo encuentran injusto y otras simplemente no creen que sea así. Pero independiente de las muchas o pocas manchas negras que pueda haber en la Iglesia e independiente de la mucha o poca santidad que pueda haber en su interior, fue Jesús quien así lo quiso y si Jesús es el que nos salva, nos tenemos que salvar a su manera y no a la nuestra, así no nos parezca.

El hablar de un camino ordinario implica también la existencia de un camino extraordinario, aplicable para aquellos que todavía no les ha llegado ese evangelio que Jesús les ordenó a sus discípulos predicar. Al respecto nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica en su numeral 847:

“Los que sin culpa suya no conocen el Evangelio de Cristo y su Iglesia, pero buscan a Dios con sincero corazón e intentan en su vida, con la ayuda de la gracia, hacer la voluntad de Dios, conocida a través de lo que les dice su conciencia, pueden conseguir la salvación eterna”.

Y en el numeral 1281 nos dice:

“Los que padecen la muerte a causa de la fe, los catecúmenos y todos los hombres que, bajo el impulso de la gracia, sin conocer la Iglesia, buscan sinceramente a Dios y se esfuerzan por cumplir su voluntad, pueden salvarse aunque no hayan recibido el Bautismo”

La existencia de ese camino extraordinario fruto de la inmensa misericordia de Dios y conocida solo por Él, no implica que cualquier religión o creencia sea un camino a la salvación.

Tampoco esto significa que la salvación del hombre queda reducida a la participación en estos sacramentos o a la simple vinculación de la persona a la Iglesia, ya que el mismo Jesús dijo: “No todo el que me dice Señor, Señor entrará en el Reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre del Cielo” Mateo 7:21-23.

Solo la Iglesia católica cuenta con los siete sacramentos, repito: Establecidos por Jesús, no por el hombre ni por la Iglesia, sino por Jesús mismo y que condicionó su recibimiento para su participación en su reino. Este es el camino que estableció Jesús y es el que la Iglesia enseña.

Veamos tres de ellos, que por su claridad en los evangelios nos pueden ayudar a entender por qué son condicionantes para la salvación y que su conjunto, solo lo podemos encontrar en la Iglesia católica. Ellos son: el bautismo, la reconciliación y la eucaristía.

El bautismo

Una noche se presentó ante Jesús un hombre llamado Nicodemo, perteneciente al sanedrín y que aceptó que Jesús venía de Dios para enseñar “porque nadie podría hacer los milagros que tú haces, si Dios no estuviera con él” (Juan 3:2). Jesús le reveló la condición necesaria del bautismo para la salvación: “Te aseguro que el que no nace de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios.” (Juan 3:5) Y por eso les ordenó a sus discípulos predicar su evangelio a todas las naciones y bautizarlos a todos: “Vayan por todo el mundo y anuncien a todos la buena noticia. El que crea y sea bautizado, obtendrá la salvación; pero el que no crea, será condenado.” (Marcos 16:15-16)

Ciertamente no solo la Iglesia católica ofrece este bautizo, la mayoría de iglesias cristianas lo ofrecen y así lo reconoce nuestra Iglesia, siempre y cuando se realice cómo Jesús lo enseñó: “bautícenlas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” (Mateo 28:19).

Es claro entonces que el bautizo es necesario para acceder a la salvación para aquellos a los que el evangelio les ha sido anunciado y hayan tenido la oportunidad de pedir el sacramento.

El encuentro del apóstol Felipe con el etíope narrado por el evangelista Lucas en el libro de Hechos de los apóstoles en su capítulo 8:26-40, nos resume esta doctrina:

“El Espíritu le dijo a Felipe: «Ve y acércate a ese carro.» Cuando Felipe se acercó, oyó que el etíope leía el libro de Isaías; entonces le preguntó: — ¿Entiende usted lo que está leyendo? El etíope le contestó: — ¿Cómo lo voy a entender, si no hay quien me lo explique? […] Entonces Felipe, tomando como punto de partida el lugar de la Escritura que el etíope leía, le anunció la buena noticia acerca de Jesús.” Se hizo el anuncio del evangelio.

“Más tarde, al pasar por un sitio donde había agua, el funcionario dijo: —Aquí hay agua; ¿hay algún inconveniente para que yo sea bautizado?” Se pidió el sacramento.

“Entonces mandó parar el carro; y los dos bajaron al agua, y Felipe lo bautizó.”

El perdón de los pecados

La quinta petición del Padrenuestro presupone un mundo en el que existe la ofensa. Ofensas entre los hombres y por consiguiente a Dios; “En verdad os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos hermanos míos, aun a los más pequeños, a mí lo hicisteis” Mateo 25:40.

Desde los inicios de la historia de la humanidad, el ser humano ha creado una serie de leyes y normas de conducta que le permiten vivir en un orden adecuado. Cuando no se cumplen estas normas, la consecuencia es la culpa y el remedio es el castigo. La capacidad de sentir culpa fruto de la ofensa ejercida es fundamentalmente humana y comienza a desarrollarse durante la infancia. La historia de las religiones gira en torno a la superación de la culpa. Si nuestros primeros padres (Adán y Eva) no hubiesen desobedecido, hoy no existiría ninguna religión en el mundo porque no serían necesarias ya que viviríamos en perfecta comunión con el Creador.

Uno de los grandes aportes sociales del Judaísmo fue la introducción del concepto de la responsabilidad individual. El hombre antiguo se creía manipulado o usurpado por diferentes dioses que lo obligaban a hacer cosas que él supuestamente no quería. El Judaísmo nos reveló a un Dios único y verdadero, que nos dio un libre albedrío y nos hizo responsables de nuestros actos y de lo que le pase al prójimo: “A cada hombre le pediré cuentas de la vida de su prójimo” Génesis 9:5. El hombre pasó a ser responsable de sus actos y como tal, debe asumir las consecuencias de sus acciones. El pecado entre ellas.

El Judaísmo enseñaba que solo Dios podía perdonar los pecados; “Entonces los maestros de la ley y los fariseos comenzaron a pensar: « ¿Quién es éste que se atreve a decir palabras ofensivas contra Dios? Sólo Dios puede perdonar pecados.»” (Lucas 5:21). Así que Jesús siendo Dios, como Él mismo lo afirmó “Yo y el Padre somos una sola cosa” (Juan 10:30), podía también perdonar los pecados[10], cosa que hizo durante todo su apostolado público, como por ejemplo cuando estaba en la casa de Pedro y descolgaron a un paralitico por el techo, Jesús dice a los escribas que estaban allí: “El Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar los pecados en la tierra” (Marcos 2:10).

Dado que todos somos pecadores, todos estamos en deuda con Dios[11]. Por eso Jesús incluyó en esa oración dirigida al Padre, “Perdónanos nuestras ofensas” (Mateo 6:12) que en la versión de Lucas se lee “Perdónanos nuestros pecados” (Lucas 11:1). Una vez más nos resalta la enseñanza que solo Dios puede perdonar los pecados (Marcos 2:7) tal y como nos lo mostró Jesús durante su paso por la tierra.

Jesús no se llevó ese poder consigo en su muerte y posterior ascensión al cielo, sino que lo delegó a los apóstoles para que a su vez lo transmitieran a sus sucesores en la Iglesia:

“Y sopló sobre ellos, y les dijo: —Reciban el Espíritu Santo. A quienes ustedes perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a quienes no se los perdonen, les quedarán sin perdonar” Juan 20:22-23

Esa sucesión ininterrumpida hasta hoy, se ha conservado únicamente en la Iglesia católica. Con la reforma protestante del siglo XVI por el alemán Martin Lutero, nació una nueva iglesia que rompió con esa cadena de sucesión, cerrando las puertas a ese perdón que Jesús delegó a sus apóstoles.

El artículo 1470 del Catecismo de la Iglesia Católica, correspondiente al capítulo del sacramento de la reconciliación, dice:

“En este sacramento, el pecador, confiándose al juicio misericordioso de Dios, anticipa en cierta manera el juicio al que será sometido al fin de esta vida terrena. Porque es ahora, en esta vida, cuando nos es ofrecida la elección entre la vida y la muerte, y solo por el camino de la conversión podemos entrar en el Reino del que el pecado grave nos aparta (cf 1 Co 5,11; Ga 5,19-21; Ap 22,15). Convirtiéndose a Cristo por la penitencia y la fe, el pecador pasa de la muerte a la vida “y no incurre en juicio” (Jn 5,24).”

Así que éste perdón, expresión del amor de Dios para con su Iglesia, solamente ha llegado a nuestros días en la forma en que Jesús lo dispuso: a través de la Iglesia católica.

La Eucaristía

Cuando Dios instituyó la pascua, narrada en el libro del Éxodo, reveló la forma en que el pueblo de Israel se libraría de la muerte:

“…cada uno de ustedes tomará un cordero…Tomarán luego la sangre del animal y la untarán por todo el marco de la puerta de la casa donde coman el animal. Esa noche comerán la carne…Y la sangre os será por señal en las casas donde vosotros estéis; y veré la sangre y pasaré de vosotros, y no habrá en vosotros plaga de mortandad cuando hiera la tierra de Egipto” Éxodo 12:2-13

Todas las religiones cristianas reconocen en esa sangre y en esa carne que salvaba de la muerte, una prefigura de Jesucristo que inmolado en la cruz, derramaría su sangre y entregaría su cuerpo para la salvación del mundo. Por esta razón el Nuevo Testamento se refiere a Cristo como el Cordero de Dios, ver Juan 1:29, Pedro 1:19, 1 Corintios 5:7, Apocalipsis 15:3 y Apocalipsis 22:1 entre otros.

Al igual que Dios pidió que se comiera la carne del cordero, Jesús condicionó la comida de su cuerpo y de su sangre[12] para poder participar en su reino:

“Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo. Entonces los judíos contendían entre sí, diciendo: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotrosEl que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postreroPorque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él. Como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por mí. Este es el pan que descendió del cielo; no como vuestros padres comieron el maná, y murieron; el que come de este pan, vivirá eternamente.” Juan 6:51-58

De todas las religiones cristianas, solamente la católica puede ofrecer a sus fieles la carne y la sangre de nuestro Señor Jesucristo, ya que es la única que cuenta con los sacerdotes debidamente ordenados para llevar a cabo la transustanciación del pan y del vino en la carne y en la sangre de Jesucristo, que nos mandó a comer y a beber.

Otras religiones

Los argumentos acá expuestos son extraídos de las palabras de Jesús, por eso se puede decir que este es el único camino ordinario conocido. Es lo único que podemos decir con certeza, ya que expresan los deseos de aquel que entregó su vida por la salvación de nosotros.

Seguramente Usted se estará preguntando ¿Entonces el que nació en la china budista —por poner un ejemplo—, nació condenado, ya que él no va a ser bautizado dentro de la Iglesia católica, ni se va a confesar con un sacerdote católico, ni va a ir jamás a una iglesia católica a recibir la comunión? ¿Puede ser éste el plan de un Dios justo y amoroso cómo el que nos describió Jesús? Estas preguntas, que son totalmente validas, nos ponen ante tres escenarios posibles:

  1. La persona conoce esta verdad e intenta con todas sus fuerzas, mantenerse fiel a ella.
  2. La persona conoce esta verdad y por múltiples razones, decide ignorarla.
  3. La persona no conoce esta verdad.

El camino ordinario de salvación revelado por Jesús aplica a las dos primeras personas, mientras que el extraordinario ha de cubrir a la tercera, tal y como lo aclara el apóstol san Pablo:

“De hecho, cuando los gentiles, que no tienen la ley, cumplen por naturaleza lo que la ley exige, ellos son ley para sí mismos, aunque no tengan la ley. Éstos muestran que llevan escrito en el corazón lo que la ley exige, como lo atestigua su conciencia, pues sus propios pensamientos algunas veces los acusan y otras veces los excusan. Así sucederá el día en que, por medio de Jesucristo, Dios juzgará los secretos de toda persona, como lo declara mi evangelio.” Romanos 2:14-16

El Concilio Vaticano II a través de la declaración “NOSTRA AETATE” sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas, expresó su posición respecto a otras religiones:

“Ya desde la antigüedad y hasta nuestros días se encuentra en los diversos pueblos una cierta percepción de aquella fuerza misteriosa que se halla presente en la marcha de las cosas y en los acontecimientos de la vida humana y a veces también el reconocimiento de la Suma Divinidad e incluso del Padre. Esta percepción y conocimiento penetra toda su vida con íntimo sentido religioso. Las religiones al tomar contacto con el progreso de la cultura, se esfuerzan por responder a dichos problemas con nociones más precisas y con un lenguaje más elaborado. … Así también las demás religiones que se encuentran en el mundo, se esfuerzan por responder de varias maneras a la inquietud del corazón humano, proponiendo caminos, es decir, doctrinas, normas de vida y ritos sagrados.

La Iglesia católica no rechaza nada de lo que en estas religiones hay de santo y verdadero. Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas que, por más que discrepen en mucho de lo que ella profesa y enseña, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres. Anuncia y tiene la obligación de anunciar constantemente a Cristo, que es “el Camino, la Verdad y la Vida” (Juan 14:6), en quien los hombres encuentran la plenitud de la vida religiosa y en quien Dios reconcilió consigo todas las cosas.

Por consiguiente, exhorta a sus hijos a que, con prudencia y caridad, mediante el diálogo y colaboración con los adeptos de otras religiones, dando testimonio de fe y vida cristiana, reconozcan, guarden y promuevan aquellos bienes espirituales y morales, así como los valores socio-culturales que en ellos existen.” Numeral 2.

Una cosa es el respeto por las otras religiones, el diálogo interreligioso, el reconocimiento de “lo santo y verdadero” presentes en otras religiones y el respeto por la conciencia ajena, y otra cosa es que cualquier religión salve a los hombres, porque solo en Jesús hay salvación; “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos.” Hechos de los Apóstoles 4:12.

 

 


[1] Obispo de Cartago entre el 249 hasta el 258.

[2] “Extra ecclesiam salus non est”. Epístola de Cipriano, ep 73,21.

[3] La fiesta de San Dimas se celebra el 25 de marzo.

[4] “Es uno de los capítulos principales de la doctrina católica, contenido en la Palabra de Dios y predicado constantemente por los Padres, que el hombre, al creer, debe responder voluntariamente a Dios, y que, por tanto, nadie debe ser forzado a abrazar la fe contra su voluntad. En efecto, el acto de fe es voluntario por su propia naturaleza […] El hombre no puede adherirse a Dios, que se revela a sí mismo, a menos que, atraído por el Padre, rinda a Dios el obsequio racional y libre de la fe” Dignitatis Humanae, Numeral 10.

[5] San Agustín.

[6] Ver Carta a los Romanos 3:21-30.

[7] “Esto vale no solamente para los cristianos, sino también para todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia de modo invisible. Cristo murió por todos, y la vocación suprema del hombre en realidad es una sola, es decir, la divina. En consecuencia, debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de sólo Dios conocida, se asocien a este misterio pascual.” Constitución Pastoral GAUDIUM ET SPES, Numeral 22.

[8] Ver el capítulo I de la presente obra.

[9] “…porque la salvación viene de los Judíos” Juan 4:22.

[10] Juan Bautista lo había profetizado en el desierto: “¡Miren, ése es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!” Juan 1:29

[11] En el capítulo XIV expliqué porque el pecado nos convierte en deudores de Dios.

[12] Ya en el capítulo XI de la presente obra, expliqué porque nos resulta claro que Jesús estaba hablando de su cuerpo y sangre físicos y no simbólicos.

 

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