Contáctame
Orlando Hernandez

¿Qué evidencia histórica hay de la existencia de Jesús?

Muchas personas, cristianas e incluso ateas, tienen la firme convicción que Jesús solo existe dentro de la Biblia, limitando su presencia a un contexto completamente religioso.

Le he preguntado a varias personas que se autodenominan ateas o agnósticas si creen en Jesús, y todas me han contestado que no. Luego les pregunto si creen en Cleopatra, y todas me han contestado que sí.

La pregunta que hago después que me responden afirmativamente a la “existencia” de Cleopatra, es: ¿Y por qué crees en su existencia?

Me responden que por la abundante evidencia histórica de su paso por la tierra, existen muchos papiros que nos hablan de sus obras, en las paredes de las pirámides de Egipto se encuentran varias referencias a su reinado, en documentos romanos de la época también se hace mención de su período de gobierno, y muchas otras pruebas documentarias que comprueban su existencia.

De igual forma, tenemos documentos históricos que avalan la existencia de Jesús.

En el año 67 d.C. el emperador Nerón envió al general Tito Flavio Vespasiano a Palestina para sofocar una larga rebelión judía, como resultado de esta campaña, muchas ciudades fueron arrasadas incluyendo Jerusalén, epicentro de la vida conocida de Jesús, perdiéndose para siempre mucha de la información histórica de la época; sin embargo nos sobrevive una gran cantidad de documentos escritos de fuentes no cristianas que nos dan cuenta de su existencia y de sus obras; y que a diferencia de la Biblia que nos habla de Jesús como el hijo de Dios y como hombre, estos documentos cuentan de Jesús como hombre, del Jesús histórico.

El registro histórico de los acontecimientos políticos, sociales y religiosos de una determinada época es tan remoto como la escritura misma.

Del antiguo Egipto se han encontrado registros históricos que datan del año 3000 a.C. y dan cuenta de acontecimientos políticos del momento; con el pasar del tiempo esta práctica fue haciéndose más común en todo el mundo civilizado, como lo demuestran la enorme cantidad de registros históricos hallados por los arqueólogos en sus excavaciones.

Jesús de Nazaret fue ciertamente un personaje que no pudo escapar a los ojos de los historiadores de su época, porque independiente de su aceptación de ser el hijo de Dios, generó una revolución que dividió la historia de la humanidad en dos: antes y después de su nacimiento.

Excluyendo la Biblia, actualmente contamos con una gran cantidad de escritos de la época que nos narran la historia de Jesús y que aportan aspectos de su vida, que incluso la Biblia carece. Podríamos reconstruir muchos de los hechos más destacados de su vida: su nacimiento, su apostolado, lo que sus seguidores llamaron milagros, su invitación a llevar una vida muy diferente a la que la jerarquía suprema judía proponía o a la que los romanos vivían, su pasión, su muerte, y de la cantidad de testigos que cuentan haberlo visto vivo, días después de su crucifixión.

Muchos de los autores de esos escritos, fueron personas abiertamente cristianas, pero otros no, al contrario, eran enemigos de ellos. Para reforzar el punto del que trata este capítulo, me limitaré a citar fuentes de estos últimos.

 

 

Josefo Flavio

Josefo Ben Matityahu, mejor conocido como Josefo Tito Flavio nació en Jerusalén en el año 37, procedente de una familia real judía perteneciente a la tribu de los asmoneos.

A muy temprana edad comenzó a ganar una gran reputación de erudito que lo acompañaría el resto de su vida. Podemos leer en su autobiografía “La vida de Josefo”:

“Alrededor de la edad de catorce años, logré una fama universal por mi amor a las letras, tanto que los principales de la ciudad acudían a mí con regularidad para tener una información exacta acerca de algunos particulares de nuestras leyes” (Vita, 9)

Este prolífico escritor es el autor de “Antigüedades de los Judíos” escrito en griego hacia los años 93 y 94. La obra pretende narrar en 20 libros toda la historia del pueblo judío, desde su origen en el paraíso hasta la revuelta anti-romana que se inició en el año 66.

El libro dieciocho contiene un testimonio de Jesús de Nazaret que ha llegado a llamarse Testimonio Flaviano, en los párrafos 63 y 64 del capítulo 3 podemos leer:

“Ahora, había alrededor de este tiempo un hombre sabio, Jesús, si es que es lícito llamarlo un hombre, pues era un hacedor de maravillas, un maestro tal que los hombres recibían con agrado la verdad que les enseñaba. Atrajo a sí a muchos de los judíos y de los gentiles. Él era el Cristo, y cuando Pilatos, a sugerencia de los principales entre nosotros, le condenó a ser crucificado, aquellos que le amaban desde un principio no le olvidaron, pues se volvió a aparecer vivo ante ellos al tercer día; exactamente como los profetas lo habían anticipado y cumpliendo otras diez mil cosas maravillosas respecto de su persona que también habían sido preanunciadas. Y la tribu de cristianos, llamados de este modo por causa de él, no ha sido extinguida hasta el presente.”

Cornelio Tácito

El historiador, senador, cónsul y gobernador romano Cornelio Tácito, nació al parecer en el año 55 d.C., dedicó sus últimos años a escribir diversas obras de carácter histórico.

En la obra “Libros de anales desde la muerte del divino Augusto”; en el capítulo quince, Cornelio Tácito da testimonio del incendio de Roma por parte del emperador Nerón en el año 64 d.C.:

“Nerón, para deshacer el rumor que le acusaba del incendio de Roma, inculpó e infringió refinadísimos tormentos a aquellos que por sus abominaciones eran odiados, y que la gente llamaba cristianos. Este nombre les viene de Cristo, a quien, bajo el imperio de Tiberio, el procurador Poncio Pilato había mandado al suplicio. Esta execrable superstición, reprimida de momento, se abría paso de nuevo, no sólo en Judea, donde el mal había tenido su origen, sino también en Roma, en donde todas las cosas abominables y vergonzosas de todos los lugares del mundo encuentran su centro y se popularizan”. Capítulo 44.

Cayo Plinio Cecilio Segundo

Cayo Plinio Cecilio Segundo nació en Bitinia, hoy territorio turco. En el año 62 d.C. perdió a sus padres siendo todavía un infante, quedando bajo la tutela de Virginio Rufo, influyente general del ejército romano, posteriormente fue adoptado por su tío materno Plinio el Viejo, quien lo envió a estudiar a Roma bajo la supervisión de profesores como Quintiliano, gran orador de la época y Nices Sacerdos.

A la temprana edad de 19 años, comenzó su carrera política y llegó a ocupar importantes cargos en el senado, como cuestor, pretor y cónsul; fue abogado, científico y escritor, codeándose con autores tan destacados como Marcial, Tácito o Suetonio.

Desde su ciudad natal entre los años 112 y 113 d.C. le escribió al emperador Trajano una carta en la que le pide la aprobación sobre su manera de lidiar con los llamados cristianos. En su escrito nos deja ver cómo algunas personas de esta naciente comunidad llegan a entregar sus vidas en la defensa de Cristo.

Describe cómo igualaban a Cristo a la categoría de un Dios y se reunían una vez por semana para adorarlo, después de esta reunión se congregaban a compartir unos alimentos[1], cuyo propósito era el de fortalecer su voluntad para llevar una vida alejada de las costumbres paganas de la época:

“Señor, es regla mía someter a tu arbitrio todas las cuestiones en las que tengo alguna duda. ¿Quién mejor para encauzar mi inseguridad o para instruir mi ignorancia? Nunca he llevado a cabo investigaciones sobre los cristianos: no sé, por tanto, que hechos ni en que medida deban ser castigados o perseguidos. Y harto confuso me he preguntado si no se debería hacer diferencias a causa de la edad, o si la tierna edad ha de ser tratada del mismo modo que la adulta; si se debe perdonar a quien se arrepiente, o bien si a quien haya sido cristiano le vale de algo el abjurar; si se ha de castigar por el mero nombre (de cristiano), aun cuando no hayan hecho actos delictivos, o los delitos que van unidos a dicho nombre. Entre tanto, así es como he actuado con quienes me han sido denunciados como cristianos. Les preguntaba a ellos mismos si eran cristianos. A los que respondían afirmativamente, les repetía dos o tres veces la pregunta, amenazando con suplicio; a quienes perseveraban, les hacía matar. Nunca he dudado, de hecho, fuera lo que fuese lo que confesaban, que tal contumacia y obstinación inflexible merece castigo al menos. A otros, convictos de la misma locura, he hecho trámites para enviarlos a Roma, puesto que eran ciudadanos romanos. Y muy pronto, como siempre sucede en estos casos, propagándose el crimen al igual que la indagación, se presentaron numerosos casos distintos. Me fue enviada una denuncia anónima que contenía el nombre de muchas personas. Quienes negaban haber sido cristianos, si invocaban a los dioses conforme a la fórmula que les impuse, y si hacían sacrificios con incienso y vino a tu imagen, que a tal efecto hice instalar, y maldecían además de Cristo –cosas todas ellas que, según me dicen, es imposible conseguir de quienes son verdaderamente cristianos– consideré que debían ser puestos en libertad. Otros, cuyo nombre me había sido denunciado, dijeron ser cristianos pero poco después lo negaron; lo habían sido, pero después habían dejado de serlo, algunos al pasar tres años, otros más, otros incluso tras veinte años. También todos estos han adorado tu imagen y las estatuas de nuestros dioses y han maldecido a Cristo. Por otro lado, ellos afirmaban que toda su culpa o error había consistido en la costumbre de reunirse un día fijo antes de salir el sol y cantar a coros sucesivos un himno a Cristo como a un dios, y en comprometerse bajo juramento no ya a perpetuar cualquier delito, sino a no cometer hurtos, fechorías o adulterios, a no faltar a nada prometido, ni a negarse, a hacer un préstamo del depósito. Terminados esos ritos, tienen por costumbre separarse y volverse a reunir para tomar alimento, por lo demás común e inocente. E incluso de estas prácticas habían desistido a causa de mi decreto por el que prohibí las asociaciones, siguiendo tus órdenes. He considerado necesario arrancar la verdad, incluso con torturas, a dos esclavas que se llamaban servidoras. Pero no conseguí descubrir más que una superstición irracional y desmesurada. Por eso, tras suspender las indagaciones, acudo a ti en busca de consejo. El asunto me ha parecido digno de consultar, sobre todo por el número de denunciados: Son, muchos, de hecho de toda edad, de toda clase social, de ambos sexos, los que están o estarán en peligro. Y no es sólo en las ciudades, también en las aldeas y en los campos donde se ha difundido el contagio de esta superstición. Por eso me parece necesario contenerla y hacerla acallar. Me consta, de hecho, que los templos, que habían quedado casi desiertos, comienzan de nuevo a ser frecuentados, y que las ceremonias rituales que hace tiempo habían sido interrumpidas, se retoman, y que se vende en todas partes la carne de las víctimas que hasta la fecha tenían escasos compradores. De donde puede deducir qué gran cantidad de hombres podría enmendarse si se aceptase su arrepentimiento”. (Epístolas 10: 96)

El Talmud

Se conoce por el Talmud a un conjunto de decretos escritos por los judíos después de la destrucción del templo de Jerusalén en un período de más de trescientos años, que recopila la forma en que las generaciones fueron interpretando todas y cada una de las leyes que se encuentran en la Tora (los cinco primeros libros de la Biblia).

El Talmud contiene el desarrollo oral de la evolución, ajuste y aplicabilidad de todo ese conjunto de leyes que Dios entregó a Moisés en el monte Sinaí.

Dos grandes divisiones de este libro han llegado hasta nuestra época: el Talmud de Jerusalén y el Babilónico, de este último encontramos en el libro del Sanedrín en la sección 43:

“La víspera de la Pascua ha sido colgado Jesús de Nazaret. Durante cuarenta días un pregonero ha ido gritando delante de él: […]. Debe ser apedreado, porque ha ejercido la magia, ha seducido a Israel y lo ha arrastrado a la apostasía. El que tenga algo que decir para justificarle, que venga a hacerlo constar. Pero nadie se presentó a justificarle, y se le colgó la víspera de Pascua”.

 

 

 


[1]El primer día de la semana nos reunimos para partir el pan. Como iba a salir al día siguiente, Pablo estuvo hablando a los creyentes, y prolongó su discurso hasta la medianoche.” Hechos de los Apóstoles 20:7

¿Cómo razonar el misterio de la encarnación de Jesús?

Este gran misterio, que toma forma en lo que conocemos como la Anunciación, es el comienzo de ese hermoso viaje del nacimiento de nuestro Salvador. Él tomó forma humana para habitar entre nosotros.

Los evangelios de Mateo y Lucas nos cuentan este grandioso suceso, sin embargo, este último lo hace con más detalles:

“Al sexto mes, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón que se llamaba José, de la casa de David; y el nombre de la virgen era María. Entrando el ángel a donde ella estaba, dijo:

— ¡Salve, llena de gracia! El Señor es contigo; bendita tú entre las mujeres.

Pero ella, cuando lo vio, se turbó por sus palabras, y pensaba qué salutación sería ésta. Entonces el ángel le dijo:

—María, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús. Éste será grande, y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su Reino no tendrá fin.

Entonces María preguntó al ángel:

— ¿Cómo será esto?, pues no conozco varón.

Respondiendo el ángel, le dijo:

—El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que va a nacer será llamado Hijo de Dios. Y he aquí también tu parienta Elizabeth, la que llamaban estéril, ha concebido hijo en su vejez y éste es el sexto mes para ella, pues nada hay imposible para Dios.

Entonces María dijo:

—Aquí está la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra.

Y el ángel se fue de su presencia.” Lucas 1:26-38

En este texto el evangelista utiliza una palabra clave y es preciso explicar su significado, en especial en el contexto histórico del autor; en el libro “Usos y costumbres de las tierras bíblicas” de Fred H. Wight, en el capítulo concerniente a las costumbres matrimoniales se aclara el significado de estar “desposado”:

“Los desposorios se celebraban de la siguiente manera: Las familias del novio y de la novia se reunían con algunas otras que servían de testigos. El joven daba a la joven ya un anillo de oro o algún otro artículo de valor, o simplemente un documento en el que le prometía casarse con ella. Entonces él le decía: “Veis por este anillo (o esta señal) que tú estás reservada para mí, de acuerdo con la ley de Moisés y de Israel”.

Respecto a la diferencia entre el desposorio y el matrimonio, este mismo libro nos lo esclarece:

“Los desposorios no eran lo mismo que el matrimonio. Por lo menos pasaba un año entre uno y otro. Estos dos eventos no deben confundirse. La ley dice: “¿Y quién se ha desposado con mujer y no la ha tomado?” (Deuteronomio. 20:7). Estos dos eventos se diferencian: desposar a una esposa, y tomarla, es decir, en matrimonio efectivo. Era durante este período de un año, entre el desposorio y el matrimonio, que María se halló haber concebido un hijo por el Espíritu Santo (Mateo. 1:18)”.

Hasta ahora tenemos claro que José y María eran lo que hoy día llamaríamos novios y que se encontraban bajo un contrato llamado desposorio —lo que hoy diríamos que es estar comprometidos— por eso los evangelistas dicen que María estaba “desposada con un varón que se llamaba José” Lucas. 1:26, que los obligaba a casarse en una fecha no mayor al año siguiente de haber celebrado dicho contrato.

Si bien es cierto que en aquella época la escogencia de la esposa era prerrogativa de los padres del futuro esposo, también es cierto que se daban los casos en que era el hombre el que escogía a su esposa, aun en contra de la voluntad de sus padres. (Génesis 26:34-35)

En el libro de Jan Dobraczynski, “La sombra del Padre”, el autor nos recrea de manera exquisita la forma en que José y María se conocieron y enamoraron, así que esta relación, fruto del amor y que contaba con la aprobación de sus padres, fue un poco fuera de lo común, aunque no extraña del todo, a la costumbre de la época, y no podría serlo de otra manera. En la primera carta de Juan 4:28, leemos: “… Dios es Amor”. Sería entonces inconcebible que el hijo de Dios hubiera nacido en un hogar que no fuera fruto del amor entre los esposos.

Una predicción

Asumamos por un momento que una familia tiene una hija bastante joven que no está en edad de casarse; yo le digo a sus padres que les voy a predecir el futuro: —“¡Pronto su hija quedará embarazada!”—. Seguramente ellos responderán algo así: — “Imposible, ella está muy joven y ni siquiera tiene novio” —.

Otra familia tiene una hija mucho mayor y después de un largo noviazgo ha decidido contraer nupcias en una fecha determinada. Ya sus familiares y amigos han recibido las invitaciones para la boda.

Haciendo la misma predicción a sus padres, les digo: —“¡Pronto su hija quedará embarazada!”—. Seguramente ellos dirán algo así: —“Naturalmente que sí, con el favor de Dios, eso es lo que todos esperamos que pase” —.

La situación de María era la misma que la de esta segunda pareja.

Podríamos hacernos las siguientes preguntas: ¿Por qué María se sorprende ante la predicción que le hace el ángel Gabriel de que quedará embarazada? ¿Por qué María no encontró natural esta profecía, si ya ella estaba desposada con José y en poco menos de un año estarían casados?

Siguiendo este mismo análisis ¿Por qué María no contestó: ¡Claro!, eso es lo que esperamos que pase, ya que estoy próxima a casarme con mi novio José?

Por el contrario, da a entender que eso no puede ser posible.

Las escrituras no nos dan en forma directa la respuesta a este interrogante tal y como estamos acostumbrados, pero es válido concluir que por alguna razón desconocida María[1] habría pactado con José un matrimonio célibe[2], un matrimonio sin relaciones sexuales entre ellos, ya en sus corazones y en sus mentes, había una firme decisión de no consumar esa unión.

La palabra “conocer” no traduce lo que la mayoría de personas podría pensar, “No conozco un buen restaurante cercano”, “No conozco a esa persona”; Génesis 4:1 nos ayuda a entender este significado: “Conoció Adán a su mujer Eva, la cual concibió y dio a luz a Caín”, conocer en la Biblia hace referencia al máximo conocimiento sobre una persona: la íntima, equivale a esa relación íntima de pareja, este es el “no conozco” de María, porque en una interpretación apurada, ella sí conocía a un varón llamado José, pero no lo conocía en esta interpretación de relación íntima que la condujera a recibir la noticia del ángel de forma natural y esperada.

De esta forma, las palabras de María “no conozco varón” es un presente que traspasa el futuro, es decir que expresa un hábito, un modo de vivir comenzando en el pasado, pero con la voluntad de conservarlo en el presente y de extenderlo hasta el futuro. Sería como cuando yo digo “no fumo”, “no bebo”, “no uso drogas”, son frases que expresan un hábito y transmiten mi estilo de vida.

Es por esa firme decisión[3] que había en su corazón, que ella se atreve a decirle al ángel que ese embarazo no puede ser posible, a lo que él le responde: “…El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra…” Lucas 1:35.

Es decir que podemos estar seguros de que los Evangelios nos narran la historia de la encarnación tal y como sucedió, porque de los evangelistas haberla “acomodado” para darle el carácter divino a la escena, la pregunta que hizo María no hubiera sido necesaria.

El voto de castidad en el pueblo judío

Algunas personas contra argumentan el voto de castidad de María, citando el mandato divino de “Creced y multiplicaos”, más que en varios pasajes del Antiguo Testamento encontramos que el no casarse era considerado una desgracia, como nos lo refiere el profeta Jeremías:

“«Tampoco entres en una casa donde haya un banquete, a sentarte con ellos a comer y beber. Porque yo, el Señor todopoderoso, el Dios de Israel, declaro: Yo haré que terminen en este país los cantos de fiesta y alegría, y los cantos de bodas. Esto pasará en sus propios días, y ustedes mismos lo verán.» Cuando comuniques al pueblo este mensaje, te van a preguntar: “¿Por qué ha ordenado el Señor contra nosotros este mal tan grande? ¿Qué mal hemos hecho? ¿Qué pecado hemos cometido contra el Señor nuestro Dios?”” 16:8-10.

Igualmente, otros pasajes nos dejan saber que la esterilidad era señal de desgracia ante Dios:

“Cuando Elcaná ofrecía el sacrificio, daba su ración correspondiente a Peniná y a todos los hijos e hijas de ella, pero a Ana le daba una ración especial, porque la amaba mucho, a pesar de que el Señor le había impedido tener hijos. Por esto Peniná, que era su rival, la molestaba y se burlaba de ella, humillándola porque el Señor la había hecho estéril.” 1 Samuel 1:4-6

Por estas razones y otras similares, encuentran imposible la posibilidad que una judía tomara la decisión de no unirse a hombre alguno, ya que con ello desobedecería la orden del Señor.

Pero la decisión de María, si bien es cierto no era muy común, tampoco era del todo una novedad para el pueblo judío. Al profeta Jeremías, Dios le manda que no se case ni que tenga hijos (Jeremías 16:1-2). En grandísima estima, el pueblo judío tuvo a Judith por sus obras y por su férrea disciplina en la oración y ayuno. Mujer hermosa, educada y adinerada, rechazó numerosos pretendientes y mantuvo su viudez hasta los ciento cinco años (Judith 8:1-8). La profetiza Ana que se encontró con María cuando fueron a presentar al niño Jesús en el templo, al igual que Judith que vivió pocos años casada y enviudó, conservó ese estado por ochenta y cuatro años, para dedicarse de lleno a la oración y al ayuno (Lucas 2:36-38).

Los esenios fueron un movimiento judío, establecido desde mediados del siglo II a.C. —tras la guerra de los macabeos contra los griegos— hasta el siglo I d.C. que se concentraron principalmente en la región de Judea. Varios historiadores antiguos escribieron sobre este pueblo: Filón de Alejandría (45 d.C.), Flavio Josefo (finales del siglo I d.C.) y Plinio el Viejo (77 d.C.), este último escribió una enciclopedia de 37 libros titulada “Naturalis Historia”. En el quinto volumen se puede leer una de las características de estos esenios:

“Es un pueblo único en su género y admirable en el mundo entero más que ningún otro: no tiene mujeres, ha renunciado enteramente al amor, carece de dinero, es amigo de las palmeras. Día tras día renace en número igual, gracias a la multitud de los recién llegados. En efecto, afluyen en gran número los que, cansados de las vicisitudes de la fortuna, orientan su vida a la adopción de sus costumbres. Y así, durante miles de siglos, hay un pueblo eterno en el cual no nace nadie: tan fecundo es para ellos el arrepentimiento que tienen los otros de la vida pasada […]” Numeral 15.73.

De los esenios se conformó otro movimiento llamado los terapeutas. Filón de Alejandría en la obra “Vida Contemplativa” habla sobre las mujeres que se unen al grupo:

“son vírgenes de edad avanzada, que no han observado la castidad por imposición, como cierto número de sacerdotisas griegas, sino por libre elección, atraídas por un deseo vehemente de la sabiduría, según la cual intentan modelar su vida. Han renunciado a los placeres del cuerpo, han perseguido no el deseo de una descendencia mortal, sino el de otra inmortal, que solamente el alma amada por Dios puede engendrar” Numeral 68.

Muy bien pudo María, “llena de gracia”, imitar alguno de los estilos de vida de estas comunidades, al encontrarlas ajustadas a las Sagradas Escrituras.

 

 


[1] El Concilio Vaticano II declara en su Lumen Gentium, 56: “(María fue) dotada por Dios con dones a la medida de una misión tan importante”, razón por la cual el ángel la llama “llena de gracia”.

[2] Ya en el Antiguo Testamento encontramos como Dios le había dado a Moisés normas que regían la vida de una persona que decidiera hacer un voto especial de consagración al Señor. Ver Números 6:1-21.

[3] Números 30:3-4 nos instruye de la manera en que una persona se obligaba a cumplir un voto que hubiera expresado a su padre, como el que hizo María de pequeña: “Cuando una joven, que todavía viva en casa de su padre, haga un voto al Señor y se comprometa en algo, si su padre se entera de su voto y de su compromiso pero no le dice nada, entonces ella estará obligada a cumplir con todos sus votos y promesas.”

¿Jesús tuvo hermanos?

Este tema ha sido la causa de interminables discusiones entre católicos y no católicos. Desafortunadamente la gran mayoría de los católicos solo han encontrado como argumentación la misma respuesta que usan para otros temas: “La Iglesia nos enseña que María no tuvo más hijos y punto”. Los no católicos responden: “Pero si la misma Biblia los menciona” y citan Mateo 12:47, Mateo 13:55, Marcos 3:31-35, Marcos 6:3, Lucas 8:20, Juan 2:12, Juan 7:3-10, Hechos 1:14, 1 Corintios 9:5 o Gálatas 1:19 donde se mencionan a unos hermanos de Jesús.

Este es un debate que no encontraría combustible entre dos judíos, ya que ellos tendrían claro el significado de la palabra hermano en los contextos señalados en los citados pasajes bíblicos. Pero como muy seguramente usted vive en occidente y los defensores de la afirmación que esos hermanos mencionados en la Biblia son familiares de sangre de Jesús, son igualmente occidentales, veamos algunas razones que nos ayudarán a establecer con certeza que María no tuvo más hijos.

No olvidemos que basados en la interpretación literal de las Sagradas Escrituras, que es donde se fundamenta dicho argumento, tampoco hay en ninguna parte que María hubiera tenido más hijos. En la Biblia no hay mención alguna a “los hijos de María”.

En el capítulo anterior expuse una serie de argumentos que nos permiten afirmar que María no tenía ningún deseo de tener relaciones con su futuro esposo, ellos habían acordado llevar un matrimonio célibe, no temporalmente sino permanentemente. Sabían que su unión estaba reservada para algo especial, así que nada nos permite pensar que hubo el advenimiento de un hijo posterior al de Jesús; adicionalmente podemos agregar otros argumentos que nos ayudan a sustentar este tema.

Jesús entrega su madre a Juan

El hecho que José, padre putativo de Jesús, nunca aparezca mencionado en los evangelios durante el apostolado de Jesús, es una indicación clara de que él ya había fallecido para ese momento. En el libro “La Sombra del Padre” Jan Dobraczynski ubica esta muerte al poco tiempo del episodio de la pérdida y hallazgo de Jesús en el templo cuando tenía doce años.

Fuera a esta corta edad o más adelante, lo cierto es que al momento del apostolado de Jesús y más específico, cuando ocurrió su muerte, José ya había fallecido, es decir que María era viuda al momento de la crucifixión de su hijo.

Las viudas pasaban en la mayoría de los casos a descender al rango más bajo de la escala social ya que por su incapacidad para trabajar, perdían rápidamente cualquier propiedad que tuvieran al no poder hacerse cargo de las deudas contraídas por su esposo.

En el libro del Deuteronomio 25:5-10, en el libro del Levítico 21:14 y en el libro de Ezequiel 44:22 están las normas que regulan el segundo matrimonio de una viuda, el libro del Deuteronomio 16:11, 24:19-22 y 26:12, establece que el sustento de ella debe depender de la caridad de la comunidad.

En Marcos 12:44 encontramos a Jesús haciendo referencia a la ofrenda de la viuda, como una proveniente de la más pobre de los pobres, por su condición de abandono, de ahí que encontremos legítima la preocupación de Jesús en sus últimas horas de vida, de dejar a su madre bajo la protección de su discípulo amado:

“Cuando Jesús vio a su madre, y junto a ella al discípulo a quien él quería mucho, dijo a su madre:

—Mujer, ahí tienes a tu hijo.

Luego le dijo al discípulo:

—Ahí tienes a tu madre.

Desde entonces, ese discípulo la recibió en su casa.” Juan 19:26-27.

En la sociedad judía de la época la mujer debía pertenecer a alguien. De pequeña era su padre quien ostentaba su “propiedad”, más tarde su esposo y si enviudaba sería alguno de sus hijos el que tomaría esa responsabilidad.

Es por esta razón que en numerosos pasajes bíblicos encontramos los nombres de las mujeres indicando que son esposas de tal persona[1]. En caso de extrema soltería se le “asociaba” con su ciudad natal como ocurre con María Magdalena, llamada así por ser oriunda de la región de Magdala, ciudad localizada al occidente del lago de Tiberíades.

Sí María hubiese tenido más hijos, Jesús no tendría necesidad de dejar a su madre encargada al discípulo Juan, sino que alguno de sus supuestos hijos se hubiera hecho cargo de ella, o si Jesús hubiera tenido más hermanos, cualquiera de ellos habría asumido esta responsabilidad y no una persona fuera de la familia, como lo era este discípulo que ciertamente no era hijo de José ni de María:

“Un poco más adelante, Jesús vio a Santiago y a su hermano Juan, hijos de Zebedeo, que estaban en una barca arreglando las redes.” Marcos 1:19.

“La madre de los hijos de Zebedeo, junto con sus hijos, se acercó a Jesús y se arrodilló delante de él para pedirle un favor.” Mateo 20:20

José no cometería adulterio

En el libro de Isaías 7:14 leemos:

“Por eso el Señor mismo os dará un signo. Mirad, la doncella quedará encinta y dará a luz un hijo, y lo llamará con el nombre de Emanuel.”.

El profeta Oseas en el capítulo segundo, nos narra en forma muy cruda cómo Dios hace de la idolatría un símil con el adulterio, y describe lo despreciable que era este pecado entre el pueblo judío, llama prostituta a esa mujer casada que tiene relaciones con otro hombre diferente a su marido.

Con un lenguaje no menos duro, el profeta Jeremías en el capítulo quinto, también hace la comparación de la adúltera con la prostituta.

En el capítulo veinte del libro del Levítico y en el veintidós del Deuteronomio encontramos toda una serie de castigos para los hombres y mujeres casados que cometieran el pecado del adulterio.

Nunca en la historia de nuestra salvación, se había dado una relación más profunda entre Dios y un ser humano, como lo fue con María la madre de Jesús, la relación de ella con la Santísima Trinidad, nos lleva a pronunciar las palabras de San Francisco de Asís:

“Santa María Virgen, no hay ninguna igual a ti, nacida en el mundo, entre las mujeres; hija y esclava del altísimo Rey, el Padre celeste, Madre del Santísimo Señor nuestro Jesucristo, esposa del Espíritu Santo; ruega por nosotros”.

Este concepto de María esposa del Espíritu Santo, de ninguna manera es una novedad traída por el santo de Asís, era ya del dominio de José, inmerso en una pesada tradición judía donde los hijos solo se tenían con el esposo.

Ese “hágase conmigo conforme a tu palabra.” la unió en una relación de entrega tan profunda con el Espíritu Santo que se hizo su “esclava”. Así que José, llamado por los evangelios un hombre justo, sabía que de llegar a tener relaciones con María, estaría cometiendo pecado de adulterio en contra del Espíritu Santo que había concebido a Jesús, haciéndolo su esposo.

Los parentescos en la Biblia

Los evangelistas Mateo y Lucas nos hacen una narración del nacimiento de Jesús; pero sobre todo, nos dejan claro que sus padres eran José y María[2]. Este hecho es corroborado en varios pasajes bíblicos donde la gente del pueblo lo identifica como el hijo del carpintero José[3] y María.

Si para los que conocían a Jesús era bien familiar el nombre de sus padres, ¿cómo es que en Mateo 9:27, Mateo 15:22, Mateo 20:30-31, Mateo 21:9-15, Marcos 10:47-48 y Lucas 18:38-39, la gente lo llama “hijo de David”? ¿Entonces interpretaremos de manera literal el término hermano, pero de manera figurativa el término hijo?

La respuesta a esta aparente contradicción la encontramos en el hecho que los judíos de esa época eran una sociedad tribal. Es decir, grupos de familias —en el término occidental— que se mantenían unidas por el fuerte vínculo de la sangre, uniendo sus esfuerzos en la búsqueda del bien común de todos sus miembros, asegurando su protección y seguridad. El miembro más relevante o más anciano tomaba el lugar del padre de la tribu, todos los demás eran vistos como sus hijos y por consiguiente, hermanos entre ellos.

En el caso que nos ocupa, donde Jesús es llamado hijo de David, es en referencia a esa tribu liderada por el rey David, todos los descendientes de su linaje eran considerados hermanos entre sí.

En el Antiguo Testamento podemos ver cómo el término “hermano” es usado para determinar una relación de parentesco entre los miembros de la tribu que expliqué en el punto anterior, ya que el hebreo al ser un lenguaje escaso de palabras descriptivas, no tiene “hermano” entre ellas. Cuándo querían describir a una persona como hermano de sangre, se referían a él en términos de “hijo de su madre” o “hijo de su padre”: “Y alzando José sus ojos vio a Benjamín su hermano, hijo de su madre, y dijo: ¿Es éste vuestro hermano menor, de quien me hablasteis?” Génesis 43:29, o “Y a la verdad también es mi hermana, hija de mi padre, mas no hija de mi madre, y la tomé por mujer.” Génesis 20:12.

En Génesis 12:5 dice “Al encaminarse hacia la tierra de Canaán, Abram se llevó a su esposa Saray, a su sobrino Lot,…” Y en Génesis 14:12 dice: “Y como Lot, el sobrino de Abram,…”. Sin embargo en ese mismo libro Abram llama a Lot su hermano, en referencia a ese vínculo de unión tribal entre ellos: “Abram le dijo entonces a Lot: No debe haber altercados entre nosotros dos, ni entre mis pastores y los tuyos, pues somos hermanos”. No estamos ante un aparente error o si acaso una contradicción, sino ante una realidad social del pueblo hebreo.

Igual sucede cuando leemos en la primera carta de Pedro 5:13: “Saludos de parte de la que está en Babilonia, escogida como ustedes, y también de mi hijo Marcos.”, acá el Apóstol Pedro está hablando de Marcos el evangelista. En el libro de los Hechos de los Apóstoles encontramos que no es su hijo:

“Entonces Pedro volvió en sí y se dijo: «Ahora estoy completamente seguro de que el Señor ha enviado a su ángel para librarme del poder de Herodes y de todo lo que el pueblo judío esperaba.» Cuando cayó en cuenta de esto, fue a casa de María, la madre de Juan, apodado Marcos, donde muchas personas estaban reunidas orando.” Hechos 12:11-12

Otro ejemplo lo encontramos entre Jacob y su tío Labán. En Génesis 29:10 queda claro que Labán era el tío de Jacob “Y sucedió que cuando Jacob vio a Raquel, hija de Labán hermano de su madre, y las ovejas de Labán el hermano de su madre, se acercó Jacob y removió la piedra de la boca del pozo, y abrevó el rebaño de Labán hermano de su madre.”, sin embargo más adelante Labán llama a Jacob su hermano “Entonces dijo Labán a Jacob: ¿Por ser tú mi hermano, me servirás de balde? Dime cuál será tu salario.” (Génesis 29:15)

Jesús hace una aclaración

En uno de esos pasajes que se menciona a los hermanos de Jesús, podemos leer:

“Todavía estaba Jesús hablando a la gente, cuando acudieron su madre y sus hermanos, que deseaban hablar con él. Como se quedaron fuera, alguien avisó a Jesús:

—Tu madre y tus hermanos están ahí fuera, y quieren hablar contigo.

Pero él contestó al que le llevó el aviso:

— ¿Quién es mi madre, y quiénes son mis hermanos?

Entonces, señalando a sus discípulos, dijo:

—Éstos son mi madre y mis hermanos. Porque cualquiera que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre.” Mateo 12:46-50

Sí estos hermanos a los que alude el pasaje, fueran familiares de sangre de Jesús, ¿No sería acaso ésta una escena totalmente normal en la vida de un hombre público como Jesús? ¿Por qué Jesús hubiera tenido que hacer aclaración alguna?

Es claro que Jesús está usando la palabra “hermano” en sentido figurado y no en un sentido carnal, por ello vemos que en Juan 20:17 Jesús llama a sus apóstoles “hermanos”.

Medio hermanos de Jesús

Desde hace muchos siglos se extendió la historia que los supuestos hermanos de Jesús, eran hijos de un matrimonio anterior de José, así que ellos eran en realidad medio hermanos. De esta forma explicaron el término “hermano” en los referidos pasajes bíblicos sin mancillar la virginidad de María.

En el evangelio de Marcos, en uno de los pasajes en los que se mencionan estos supuestos hermanos de Jesús, se lee:

“¿No es éste el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿Y no viven sus hermanas también aquí, entre nosotros? Y no tenían fe en él.” Marcos 6:3

En occidente ha sido común la práctica de darles a los hijos varones el mismo nombre de su padre, y para diferenciarlos agregan la palabra “junior”, o el ordinal “segundo” o “tercero” al final del nombre del menor.

Esto nunca, e incluso hasta nuestros días, ha sido una práctica judía. Al hijo le ponen el nombre de un antepasado de la familia que deseen honrar[4], en algunos casos le cambian una letra o le adicionan un acento, o le agregan otro nombre al nombre del padre, pero no usan exactamente el mismo nombre.

Así que este hermano de Jesús llamado José, no puede ser hijo de José el padre de Jesús, ya que llevan exactamente el mismo nombre.

Respecto a Santiago, san Pablo nos aclara que este hermano de Jesús es uno de los apóstoles “Pero no vi a ningún otro de los apóstoles, aunque sí a Santiago el hermano del Señor.”(Gálatas 1:19).

En la lista de los apóstoles según el evangelio de Mateo hay dos Santiagos:

“Éstos son los nombres de los doce apóstoles: primero Simón, llamado también Pedro, y su hermano Andrés; Santiago y su hermano Juan, hijos de Zebedeo; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo, el que cobraba impuestos para Roma; Santiago, hijo de Alfeo, y Tadeo; Simón el cananeo, y Judas Iscariote, que después traicionó a Jesús.” Mateo 10:2-4

Vemos que ninguno de los padres de los dos Santiagos es José, el de uno es Zebedeo y el del otro es Alfeo.

 

 


[1] Jueces 4:4, 2 Samuel 11:2-4, 1 Reyes 9:16, 2 Crónicas 32:22, Lucas 8:3, Juan 19:25, etc.

[2] Lucas 2:1-6. Mateo 1:18-25.

[3] Mateo 13:55. Marcos 6:3.

[4] Entre los judíos de origen europeos (Ashkenazim) el nombre del familiar ha de corresponder con el de un familiar ya fallecido, mientras que para los demás (Sefaradim) el familiar ha de estar vivo.

¿Los evangelios sí dicen lo que dijo Jesús?

En mi infancia era muy común jugar en las fiestas de cumpleaños y otras celebraciones al teléfono roto. El juego consistía en que nuestros padres se reunían y escogían una historia inventada entre ellos, en seguida se formaba una cadena de niños uno al lado del otro; a continuación uno de los padres se acercaba y le murmuraba al que estuviera en uno de los extremos la historia que ellos acababan de escoger. Una vez que se aseguraban que la había entendido claramente, este primer niño le susurraba al oído al que se encontraba a su lado la historia que acababa de escuchar. A su vez, este lo hacía con el que estaba a su lado y así sucesivamente hasta que era transmitida al último de la cadena.

Los espectadores escuchaban la historia final narrada por el último niño y luego contaban la versión original para arrancar más de una risa al escuchar como la historia se había tergiversado con el paso de una persona a la otra.

Así, no como juego, muchas veces en nuestras rutinas diarias nos hemos encontrado más de una vez ante un malentendido o de una situación equivocada, fruto de la tergiversación de una razón o de un mensaje que se transmitió de boca en boca. Esto nos ilustra la vulnerabilidad de la información que es comunicada de esta manera.

La poca información veraz que pareciera ser de dominio público con respecto a la formación de la Biblia y en especial a los evangelios del Nuevo Testamento, es que fueron escritos muchos años después de la muerte de Jesús, es decir que los autores se basaron en las historias que les habían contado. La mayoría de los expertos consideran que los cuatro evangelios fueron escritos entre los años 65 y 100 d.C.

Basados en esa vulnerabilidad de la que hice mención anteriormente, algunas personas llegan a la rápida conclusión que los evangelios no pueden ser tomados por ciertos al estar basados en esa transmisión oral que tergiversa las cosas.

Solamente a manera de información es necesario aclarar que de los cuatro evangelios solo los de Marcos y Lucas estarían dentro de esta categoría. Los otros dos evangelistas, Mateo y Juan, dos de los doce apóstoles, fueron testigos directos de la labor apostólica de Jesús, desde su comienzo hasta su final. Por lo tanto lo que ellos escribieron fue lo que ellos personalmente vieron y escucharon.

Caperucita Roja

El famoso cuento de la Caperucita Roja tiene sus orígenes en el folklore europeo del siglo trece.

Trescientos años después, lo retoma el autor de cuentos francés Charles Perrault en la obra “Cuentos de mamá ganso” publicada en 1683.

Más tarde los hermanos alemanes Jacob y Wilhelm Grimm, conocidos como los hermanos Grimm, tomaron esta historia y la modificaron para ajustarla a su estilo propio de cuento con final feliz, versión que rápidamente se popularizó hasta llegar a nuestros días.

Este cuento que casi todos conocen y que pocos han leído, es un clásico ejemplo de una historia que se ha transmitido por cientos de años de manera oral y que su esencia se ha conservado intacta a pesar de la inmensa cadena humana que por generaciones lo han transmitido de manera verbal.

Es muy posible que si usted le pide a cualquier persona que narre ese cuento, encontrará algunos detalles agregados a la historia, probablemente inventados por la persona que lo esté contando, pero que para nada la convierte en una historia diferente. Pueden agregar que el día del famoso encuentro entre la caperucita y el lobo, estaba lloviendo, o nevando, o que el bosque estaba lleno de pájaros, o que caperucita tuvo que atravesar un rio para llegar hasta donde su abuela. Algunos se aventuraran a determinar la lista de cosas que la pequeña llevaba en su cesta, en fin, miles de detalles secundarios a la historia; pero contarán la historia de una niña que por encargo de su madre fue a llevarle una comida a su abuela que vivía en el bosque, que se encontró con el lobo a medio camino y éste le averiguó el lugar de residencia de la anciana, que el lobo tomando ventaja llegó hasta donde ella y haciéndose pasar por su nieta se anunció para que le abrieran la puerta. Una vez dentro se traga de un solo bocado a la pobre vieja, se viste con sus ropas y se mete a la cama a esperar a la niña. Cuando ésta llega le pregunta a su abuela: ¿Por qué tienes esos ojos tan grandes? ¿Por qué tienes esas orejas tan grandes? ¿Por qué tienes esos dientes tan grandes?

¿Por qué la esencia de esta historia ha sobrevivido el paso de los siglos? Porque la “masa” de personas que se la saben, se ha encargado de corregir cualquier desviación que se le haya querido introducir a la esencia de la historia. Si alguien quisiera, por ejemplo, cambiar al personaje del lobo por un oso, la “masa” inmediatamente se va a encargar de hacer la corrección a su personaje original. Así la “masa” evitará que se desvíe la historia de cómo ella la ha conocido. Esta “masa” ha actuado como salvaguarda de la historia.

Siempre en mis conferencias al exponer este tema, pregunto a algunos padres de familia que me digan los números telefónicos de su esposa o de sus hijos. La gran mayoría de las veces no los recuerdan, ya que no necesitan memorizarlos porque los tienen guardados en las agendas de sus teléfonos móviles. Pero si esa misma pregunta se hiciera cuando no se contaba con estos dispositivos, las personas serían capaces de decirlos ya que era necesario memorizarlos.

Muchos recuerdan más de un número telefónico de su infancia. ¿Y por qué esto?, porque cuando somos conscientes que dependemos de nuestra memoria para preservar una información que nos resulta vital, la grabamos y la retenemos, en algunos casos, hasta por el resto de nuestros días.

Igual pasó con las historias que terminaron escritas en los evangelios. Jesús no tuvo lo que pudiéramos llamar una vida privada, toda su labor fue pública. Siempre estuvo rodeado de sus discípulos, o de sus amigos, o de las muchedumbres de sus seguidores e inclusive, estuvo rodeado de sus grandes detractores. Así que hubo muchas personas que escucharon directamente de sus labios las palabras que luego escribirían los evangelistas. Si ellos hubieran tergiversado el espíritu, el sentido o el propósito de las enseñanzas de Jesús, muchos testigos hubieran salido en defensa de la fidelidad del mensaje y el error no se propagaría, tal y como ha ocurrido con el cuento de la Caperucita Roja en sus ya más de cuatrocientos años de existencia.

Transmisión oral

La transmisión oral ha sido un instrumento vital en la historia de la humanidad. Con ella se le ha dejado saber a cada generación de los héroes de sus antepasados, de los hechos históricos que determinaron los giros en las vidas de sus comunidades, de los villanos que sus tatarabuelos combatieron, de sus fábulas y leyendas; de sus recetas de cocina, de sus medicinas, de sus costumbres, etc. Tan importante ha sido este instrumento que el derecho romano establece que a falta de una ley específica, la costumbre toma su lugar.

En cada hogar se hace uso de esa transmisión oral, pocas familias cuentan con un registro escrito de sus antepasados. No está escrito cómo se conocieron los abuelos y los abuelos de ellos, de los mayores logros y desventuras de la familia. Sin embargo las cuentan con el mismo lujo de detalles que la escucharon de sus padres, que a su vez la escucharon de los suyos.

Los indios Hopi son una tribu amerindia asentada en un pequeño grupo de poblados autónomos, ubicados en tres mesetas, o próximos a ellas, en el noreste de Arizona, USA. Ocuparon esta área hace más de ocho mil años atrás y han transmitido por todo este tiempo, todas sus creencias y costumbres hasta nuestros tiempos a través de la tradición oral. Por siglos adolecieron de un sistema de escritura.

He tenido la oportunidad de asistir a charlas, conferencias y simposios de crecimiento espiritual y siempre veo a la gente tomando notas de las ideas que encuentran más interesantes e importantes.

Jesús fue un gran predicador y no faltó la gente que consignó por escrito varias de sus palabras, obras y planteamientos del plan de vida que propuso. Conocido como “documento Q” o “Dichos de Jesús” y que gracias a la crítica literaria se ha podido reconstruir con bastante precisión, sabemos hoy que este documento sirvió de base para los evangelios sinópticos: Mateo, Marcos y Lucas. Así que, si bien es cierto que existe un componente de tradición oral en los evangelios, no están enteramente basados en la buena memoria de sus autores, sino que también se soportan en documentos existentes antes de que se escribieran los evangelios.

Para aquellas personas que usan la excusa de la tradición oral para cuestionar la validez de los evangelios, valdría la pena preguntarles cuál es exactamente la parte que dudan que sea cierta. ¿Las enseñanzas de Jesús? Puede que alguien las encuentre utópicas o románticas o poco realistas de poner en práctica, pero no las encontrará equivocadas.

Existe otro grupo de personas que aceptan en su mayoría el contenido de los evangelios, pero no su totalidad. ¿Basados en qué logran distinguir los pasajes que sí dan por ciertos de los que supuestamente no lo son?

¿Inconsistencias en la Biblia?

Hay personas que cuestionan la autenticidad de los evangelios al argumentar que existen divergencias de un hecho en particular entre un evangelio y otro, y por ello saltan rápidamente a la conclusión que existen errores entre ellos.

Veamos un ejemplo:

Curación del ciego de Jericó
Mateo 20:29-34 Marcos 10:46-52 Lucas 18:35-43
Una gran multitud seguía a Jesús cuando él salía de Jericó con sus discípulos. Dos ciegos que estaban sentados junto al camino, al oír que pasaba Jesús, gritaron: — ¡Señor, Hijo de David, ten compasión de nosotros!

La multitud los reprendía para que se callaran, pero ellos gritaban con más fuerza: — ¡Señor, Hijo de David, ten compasión de nosotros!

Jesús se detuvo y los llamó.

— ¿Qué quieren que haga por ustedes?

—Señor, queremos recibir la vista.

Jesús se compadeció de ellos y les tocó los ojos. Al instante recobraron la vista y lo siguieron.

 

Después llegaron a Jericó. Más tarde, salió Jesús de la ciudad acompañado de sus discípulos y de una gran multitud. Un mendigo ciego llamado Bartimeo (el hijo de Timeo) estaba sentado junto al camino. Al oír que el que venía era Jesús de Nazaret, se puso a gritar: — ¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí! Muchos lo reprendían para que se callara, pero él se puso a gritar aún más: — ¡Hijo de David, ten compasión de mí! Jesús se detuvo y dijo: —Llámenlo. Así que llamaron al ciego. — ¡Ánimo! —le dijeron—. ¡Levántate! Te llama. Él, arrojando la capa, dio un salto y se acercó a Jesús. — ¿Qué quieres que haga por ti? —le preguntó. —Rabí, quiero ver —respondió el ciego. —Puedes irte —le dijo Jesús—; tu fe te ha sanado. Al momento recobró la vista y empezó a seguir a Jesús por el camino. Sucedió que al acercarse Jesús a Jericó, estaba un ciego sentado junto al camino pidiendo limosna. Cuando oyó a la multitud que pasaba, preguntó qué acontecía. —Jesús de Nazaret está pasando por aquí —le respondieron. — ¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí! —gritó el ciego. Los que iban delante lo reprendían para que se callara, pero él se puso a gritar aún más fuerte: — ¡Hijo de David, ten compasión de mí! Jesús se detuvo y mandó que se lo trajeran. Cuando el ciego se acercó, le preguntó Jesús: — ¿Qué quieres que haga por ti? —Señor, quiero ver. — ¡Recibe la vista! — Le dijo Jesús—. Tu fe te ha sanado. Al instante recobró la vista. Entonces, glorificando a Dios, comenzó a seguir a Jesús, y todos los que lo vieron daban alabanza a Dios.

 

Mateo habla de dos personas, mientras que en los otros dos se hablan de una. Marcos nos da su nombre. Marcos y Lucas nos dicen que las personas eran unos mendigos, mientras que Mateo omite este detalle. En Marcos y en Lucas, Jesús usa algún intermediario para que le traigan al ciego, mientras que en la versión de Mateo Jesús habla siempre directamente con él. En Mateo y Marcos, Jesús está saliendo de Jericó cuando realiza la curación mientras que Lucas la ubica cuando Jesús está entrando a la ciudad.

¿Estamos ante un error? La equivocación no es la única respuesta aplicable. Puede ser una, pero definitivamente no es la única.

Otra explicación para esto puede ser que un evangelista está hablando de una curación y el otro evangelista está hablando de otra. Jesús estuvo varias veces en la ciudad de Jericó y pudo haber hecho muchas curaciones, entre otras, las aquí mencionadas. Las historias adolecen de fechas para poder asegurar que se trata del mismo episodio.

Otra explicación puede ser la de que un evangelista está resaltando un aspecto particular de la historia y el otro evangelista resalta otro aspecto de la misma, sin embargo los tres evangelistas narran la historia de una más de las muchas curaciones que realizó Jesús y en la que la fe que tenía la persona enferma, es la que le permite recobrar su salud.

Igual sucede con las bienaventuranzas narradas por dos de los evangelistas: Mateo (5:3-12) y Lucas (6:20-23). Si las comparamos encontraremos diferencias y semejanzas. Jesús fue un Maestro y un activo predicador, recorría pueblos hablando del Reino de Dios. Las bienaventuranzas eran una parte muy importante de su prédica, que seguramente tuvo que haberlas mencionado en muchos de los pueblos en los que predicaba. Cabe suponer que las diferencias y similitudes pueden explicarse en el hecho que cada evangelista narró uno de esos discursos pero no el mismo.

Así que no podemos emplear estas aparentes diferencias, como prueba de la inexactitud de los evangelios frente a los acontecimientos tal y como ocurrieron realmente, ya que pueden ser explicados de otra forma y no necesariamente a través del error.

 

 

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