Contáctame
Orlando Hernandez
Dios

TERCERA TESIS: HECHOS CIENTÍFICOS EN LA BIBLIA

El apóstol Pablo conoció a Timoteo, durante su segundo viaje misionero a la ciudad de Listra (actualmente en Turquía), y se convirtió en su acompañante y amigo inseparable. Más tarde, Pablo le escribió dos de sus epístolas. En la segunda le dice: Tú, sigue firme en todo aquello que aprendiste, de lo cual estás convencido. Ya sabes quiénes te lo enseñaron. Recuerda que desde niño conoces las Sagradas Escrituras, que pueden instruirte y llevarte a la salvación por medio de la fe en Cristo Jesús. Toda Escritura está inspirada por Dios y es útil para enseñar y reprender, para corregir y educar en una vida de rectitud, para que el hombre de Dios esté capacitado y completamente preparado para hacer toda clase de bien. (2 Timoteo 3,14-17) Es claro entonces que el propósito de la Biblia no es revelarnos ningún conocimiento científico. Pero eso no impide que encontremos en ella ciertos hechos que la ciencia reveló siglos después que la Biblia lo hiciera. Los escritores bíblicos emplearon su propia voz, estilo y lenguaje, en un contexto cultural especifico, se dirigieron a su región y momento, con una audiencia definida en mente. Emplearon una gran cantidad de técnicas literarias para transmitir su mensaje, entre ellas ciertas figuras retóricas. Veamos un ejemplo: imagínese en el asiento del copiloto de un carro, disfrutando de un hermoso paisaje en un día soleado. Es tan placentero el viaje que de vez en cuando usted se duerme por segundos. De repente, el conductor frena, luego acelera rápidamente y da bruscos giros de un lado para el otro. Toda su atención se concentra en lo que está pasando en ese instante. Lo mismo sucede con las figuras retóricas. Algunas veces leemos algo que sigue un mismo hilo de narración, su lectura nos transmite serenidad y comodidad. De pronto, algo ocurre y toda nuestra atención se despierta y se concentra en lo que acaba de acontecer. Para eso se usan las figuras retóricas, para darle vitalidad a la lectura y llamar nuestra atención sobre algo en particular. Existen más de doscientas, pero entre las más utilizadas en la Biblia están el símil , la metáfora , la alegoría , la paradoja , la ironía , la personificación , el antropomorfismo , la antropopatía , la hipérbole , la sinécdoque y el eufemismo . Esto nos exige tener más cuidado cuando la leemos, porque hay que saber distinguir si en un cierto pasaje el autor está empleando figuras retóricas o no. Si no estamos atentos a la distinción, la interpretaremos de forma literal. En el siglo II d. C., Claudio Ptolomeo presentó su tratado astronómico conocido como Almagesto. En este, retomando el modelo del universo que Platón y Aristóteles habían detallado, describió un sistema geocéntrico. La Tierra permanecía inmóvil y ocupaba el centro de todo. El sol, la luna, los planetas y las estrellas giraban a su alrededor. Las autoridades religiosas de su época conectaron el planteamiento de este matemático con lo que dice el Salmo 93 (1-2): ¡El Señor es Rey! ¡El Señor se ha vestido de esplendor y se ha rodeado de poder! Él afirmó el mundo, para que no se mueva. Desde entonces, Señor, tu trono está firme. ¡Tú siempre has existido! Debido a una interpretación literal, esta idea se transmitió en las enseñanzas de la Iglesia hasta 1532, año en el que Nicolás Copérnico exhibió su modelo heliocéntrico. Según este modelo, era el sol el que permanecía estático y la Tierra la que se movía. La Biblia no se corrigió, sino la equivocada interpretación que se había hecho de este pasaje bíblico, el cual claramente usaba una figura retórica: la metáfora. El salmista estaba hablando del poder del Creador, que construyó un mundo firmemente establecido, el cual no se movería a menos que Él lo hiciera. No estaba hablando del movimiento físico de la Tierra. Teniendo esto en mente, y evitando interpretaciones literales cuando no corresponden, veamos ahora algunos ejemplos de los hechos científicos incluidos en las Sagradas Escrituras que llaman mucho la atención. Si, imitando a los habitantes del Israel en la época del rey David , usted mira hacia el firmamento en una noche estrellada sin usar ningún aparato óptico, ¿sería capaz de decir que cada estrella es única y diferente a todas las demás? ¿Qué le haría pensar que cada punto de luz, de los miles y miles que se pueden apreciar, es completamente diferente a los demás? Es cierto que algunos aparentan ser más grandes que otros, pero ¿puede decir que todos y cada uno de ellos son diferentes? El rey David supo que cada estrella del firmamento era única, diferente a todas las demás. «Él determina el número de las estrellas, y a cada una le pone nombre» (Salmos 147,4). Por esto Pablo dice: «El brillo del sol es diferente del brillo de la luna y del brillo de las estrellas; y aun entre las estrellas, el brillo de una es diferente del de otra» (1 Corintios 15,41). Esta afirmación se comprobó en 1814, cuando el astrónomo, óptico y físico alemán Joseph von Fraunhofer inventó el espectroscopio. Con dicho aparato se pudo determinar, por primera vez, que cada estrella producía una «firma» espectral única y diferente a todas las demás, una especie de huella digital estelar. Siguiendo con el tema de las estrellas, ¿usted se atrevería a decir que el número de ellas es infinito? Por más que sus ojos vean una gran cantidad, seguramente se aventuraría a dar un estimado. Tal vez diga que hay mil, o diez mil, o cien mil o incluso que hay un millón, pero ¿diría que son infinitas? El profeta Jeremías lo dijo poco más de dos mil quinientos años atrás: El Señor se dirigió a Jeremías, y le dijo: «Yo, el Señor, digo: […] Y a los descendientes de mi siervo David, y a mis ministros, los descendientes de Leví, los haré tan numerosos como las estrellas del cielo y los granos de arena del mar, que nadie puede contar». (Jeremías 33,19-22) Hasta el 20 de diciembre de 1923, se pensaba que nuestra vía láctea era todo el universo y que cada punto luminoso en el cielo era una estrella. En esa fecha, el astrónomo Edwin Powell Hubble observó desde el observatorio del monte Wilson, en el estado de California, que uno de los puntos que se pensaba que era una estrella, en realidad era otra galaxia con millones y millones de estrellas. Observó otro punto y comprobó lo mismo, y luego lo hizo con otro, y otro más. Súbitamente, y en el transcurso de los siguientes años de vida, la observación de Hubble expandió el tamaño del universo. Hoy sabemos que el universo tiene un número infinito de estrellas. Según el hinduismo, nuestro planeta es una enorme culebra que se muerde la cola, en clara alusión a que todo es un ciclo en la naturaleza. Esa serpiente está suspendida en el vacío y encierra en su interior un mar —de leche, en algunas versiones de sus libros—, llamado el Mar de la Tranquilidad, en el que nada una tortuga que encarna el poder creador. Sobre ella hay tres elefantes y cada uno de ellos porta un mundo. El mundo inferior corresponde a los demonios y el infierno; el superior es el de los dioses y la felicidad, y el intermedio es el de los hombres y representa nuestro planeta. Los antiguos griegos pensaban que la Tierra era un enorme cuerpo apoyado sobre columnas que reposaban en los hombros del titán Atlas. Según las creencias griegas, Atlas había liderado una rebelión de los titanes contra los dioses olímpicos que dio lugar a la guerra conocida como Titanomaquia. Después de su derrota, Atlas fue castigado por Zeus, quien lo condenó a soportar el peso de la Tierra sobre sus espaldas por toda la eternidad. Para los cheyenes, uno de los principales pueblos indígenas de América del Norte, el gran espíritu Maheo ordenó a la tortuga que cargara al mundo sobre su caparazón, debido a su fortaleza y longevidad . Según el libro de Job, escrito probablemente entre los siglos X y VIII a. C., la Tierra no descansa sobre ningún animal, sino que flota libremente en el espacio: Dios extendió el cielo sobre el vacío y colgó la tierra sobre la nada. Él encierra el agua en las nubes sin que las nubes revienten con el peso; oscurece la cara de la luna cubriéndola con una nube; ha puesto el horizonte del mar como límite entre la luz y las tinieblas. (Job 26,7-10) Cuando habla de la Creación, el profeta Isaías hace una clara referencia a la redondez del planeta: «Él es el que está sentado sobre la redondez de la Tierra» (Isaías 40,22). El evangelista Lucas lo repite, cuando describe la segunda venida de Jesús como un evento único e instantáneo. Allí afirma que al mismo tiempo es de noche y de día en algún lugar de nuestro planeta: Les digo que, en aquella noche, de dos que estén en una misma cama, uno será llevado y el otro será dejado. De dos mujeres que estén moliendo juntas, una será llevada y la otra será dejada. Estarán dos hombres en el campo: uno será llevado y el otro será dejado. (Lucas 17,34-36) Esto fue demostrado científicamente quince siglos después, cuando famosos navegantes como Cristóbal Colón, Vasco da Gama, Pedro Álvarez Cabral, Juan de la Cosa, Bartolomé Díaz, Juan Caboto, Diego García de Moguer, Fernando de Magallanes, Juan Sebastián Elcano, Andrés de Urdaneta, Diego de Almagro, García Jofre de Loaísa, Miguel López de Legazpi, Francisco Pizarro, Francisco de Orellana y Hernán Cortés, entre otros, circunnavegaron la Tierra y la cartografiaron. De esta forma demostraron su redondez y verificaron que se encontraba suspendida en el espacio. En el capítulo primero expliqué en qué consistía la segunda ley de la termodinámica, o ley de la entropía. Esta dice básicamente que toda la materia tiende a desgastarse con el tiempo. Esto quiere decir que en millones y millones de años toda la materia habrá desaparecido. Dicha ley se expresó por primera vez en 1824, cuando el ingeniero francés Nicolás Sadi Carnot publicó su obra, Reflexiones sobre la potencia motriz del fuego y sobre las máquinas adecuadas para desarrollar esta potencia. Este planteamiento maduró paulatinamente hasta que Albert Einstein presentó sus trabajos sobre la relatividad especial, a inicios del siglo pasado. El profeta Isaías y el rey David advirtieron claramente que la Tierra sufría un desgaste, algo que nos tomó más de veinte siglos entender: Alzad a los cielos vuestros ojos, y mirad abajo a la tierra; porque los cielos serán deshechos como humo, y la tierra se envejecerá como ropa de vestir, y de la misma manera perecerán sus moradores; pero mi salvación será para siempre, mi justicia no perecerá. (Isaías 51,4) Desde el principio tú fundaste la tierra, y los cielos son obra de tus manos. Ellos perecerán, más tú permanecerás; y todos ellos como una vestidura se envejecerán; como un vestido los mudarás, y serán mudados. (Salmos 102,25-26) En la década de 1930, el físico, matemático y astrónomo inglés James Jeans presentó la teoría del estado estacionario. En ella detalló una supuesta creación permanente de materia para resolver ciertos problemas cosmológicos que no se podían solucionar de otra manera. Esta teoría contravenía abiertamente la primera ley de la termodinámica, que sostiene que ni la materia ni la energía se crean. En el presente, esta teoría se toma como inválida por violar dicha ley; es decir, no existe una creación de materia en curso, tal y como lo establece la Biblia: «El cielo y la tierra, y todo lo que hay en ellos, quedaron terminados» (Génesis 2,1).

mesias

CUARTA TESIS: LAS PROFECÍAS QUE SE CUMPLIERON EN JESÚS

En el 2000, un amigo me dijo que iba a hacer una predicción para el futuro, y que yo la podría comprobar. Asumí que era un juego y con extremo pesimismo le pedí que la escribiera. Me entregó un sobre cerrado, con una frase en el frente que decía: «Abrir el 1 de enero del 2020». Siempre tuve muy presente esa fecha, así que llegada la hora abrí presuroso el sobre y leí su contenido. Decía: «En esta fecha, 1 de enero del 2020, en el hospital Monte Sinaí de la ciudad de Nueva York va a nacer un niño». Me pareció que esa profecía no tenía ningún mérito, porque en realidad cualquiera hubiera podido hacerla y ella se habría cumplido. Llamé al hospital y pude comprobar que efectivamente ese día había nacido un varón. ¿Merece mi amigo llamarse «profeta» por haber predicho, veinte años atrás, un hecho que efectivamente se dio? Ciertamente que no. Como dije, cualquiera hubiera podido hacer esa profecía. Pero supongamos que, en vez de haber escrito lo que escribió, mi amigo hubiera dicho: «En esta fecha, 1 de enero del 2020, en el hospital Monte Sinaí de la ciudad de Nueva York va a nacer un niño, y su madre se llama Rosalba». ¿Qué habría pasado si el hospital me hubiera confirmado que efectivamente una de las madres que había dado a luz a un niño se llamaba Rosalba? Habría tenido una buena impresión de mi amigo, pero, dadas las probabilidades de que algunas mujeres con ese nombre hubieran dado a luz en ese lugar, no lo habría reconocido como un profeta. Ahora supongamos que hubiera escrito: «En esta fecha, 1 de enero del 2020, en el hospital Monte Sinaí de la ciudad de Nueva York va a nacer un niño. Su madre se llama Rosalba Pérez y su padre, Carlos Martínez. Ella es ecuatoriana y él es venezolano. Es el primer hijo de esta pareja. Ella tiene veinticuatro años y él, treinta. El niño será bautizado Felipe». ¿Qué habría pasado si el hospital me hubiera confirmado que efectivamente ese día nació un niño al que le pusieron por nombre Felipe, que su madre ecuatoriana se llamaba Rosalba Pérez y su padre venezolano, Carlos Martínez, que era el primer hijo de la pareja y que efectivamente tenían las edades que decía la carta? Habría dos posibilidades para explicar esto. La primera: aceptar que efectivamente mi amigo podía ver el futuro. La segunda: que se aventuró a decir nombres, fechas, lugares y adivinó. ¡Adivinó! Pero ¿qué tan probable es que él hubiera inventado todos esos datos y hubiera adivinado? En el Apéndice B hago una pequeña introducción al fascinante mundo de las probabilidades. Pero no hace falta ser un gran matemático para entender lo extremadamente difícil que es adivinar todos esos datos. Mucha gente está familiarizada con las loterías. Supongamos que yo hago una rifa y únicamente imprimo nueve boletas. ¿Cree usted que es fácil o difícil ganarse esa rifa? Sería fácil, ¿cierto? Ahora supongamos que, en vez de imprimir nueve, imprimo noventa y nueve. ¿Seguiría pensando que es fácil ganarse la rifa? Si, en vez de noventa y nueve, fueran novecientas noventa y nueve mil novecientas noventa y nueve boletas, sería bastante difícil ganársela ¿verdad? De todas las ciudades del mundo, mi amigo escogió una; de todas las posibles fechas, él se aventuró a elegir una; de todos los nombres de mujeres y hombres, él se arriesgó a escoger uno para cada uno de los padres; hizo lo mismo con su nacionalidad, y de todas las posibles edades, él dijo unas. Matemáticamente, es casi imposible adivinar todos esos datos. Así que, de haber acertado, solo restaría pensar que efectivamente mi amigo era un profeta, que fue capaz de ver el futuro con veinte años de anticipación y poner por escrito ese acontecimiento particular. Esto fue lo que ocurrió con Jesús de Nazaret. Durante cientos de años, muchos profetas suministraron información que apuntaba a un solo hombre: el Mesías. Personas que nunca se conocieron entre ellas, que no vivieron en los mismos continentes, que ni siquiera hablaban el mismo idioma; todas ellas aportaron la información del lugar de nacimiento, del momento en que ocurriría, de sus padres, de varios eventos que viviría, de sus amigos y enemigos, de lo que haría, de sus milagros, de cómo ocurriría su muerte, de la traición de Judas, del abandono de sus apóstoles, de su resurrección y de muchos otros detalles de su vida. ¿Coincidencia? ¿Suerte? ¿O esto comprueba la verdadera autoría de la Biblia? Ser profeta en los tiempos del Antiguo Testamento era un asunto demasiado peligroso. El pueblo judío era consciente de la sentencia de muerte para todo profeta falso, pues así lo había advertido Dios. Los que profetizaban estaban advertidos: Les levantaré un profeta como tú, de entre sus hermanos. Yo pondré mis palabras en su boca, y él les hablará todo lo que yo le mande. Y al hombre que no escuche mis palabras que él hablará en mi nombre, yo le pediré cuentas. Pero el profeta que se atreva a hablar en mi nombre una palabra que yo no le haya mandado hablar, o que hable en nombre de otros dioses, ese profeta morirá. Puedes decir en tu corazón: «¿Cómo discerniremos la palabra que el Señor no ha hablado?». Cuando un profeta hable en el nombre del Señor y no se cumpla ni acontezca lo que dijo, esa es la palabra que el Señor no ha hablado. Con soberbia la habló aquel profeta; no tengas temor de él. (Deuteronomio 18,15-22) Al comienzo de este capítulo suministré suficientes pruebas de que la Biblia actual puede ser cotejada con papiros, o fragmentos de ellos, tan antiguos como del siglo VIII a. C. Así que, por lo menos, tenemos la certeza de que el Antiguo Testamento de nuestra Biblia es el mismo que existía ochocientos años antes del nacimiento de Jesús. ¿Por qué es importante esta aclaración? Porque voy a citar muchas de las profecías del Antiguo Testamento y describiré su cumplimiento. En el proceso, quiero evitar que por su mente pase la posibilidad de que se trata de un fraude , que lo que el profeta dijo fue escrito después de los acontecimientos para darle así a lo escrito el título de profecía y ratificar que Jesús era el Mesías. Ese no es el caso. Los escritos proféticos datan de cientos de años antes del nacimiento de Jesús, y usted mismo lo puede comprobar visitando los sitios de Internet que mencioné cuando traté el tema del soporte histórico de la Biblia. No hay ninguna indicación bíblica de que los apóstoles de Jesús fueran expertos conocedores de todas las escrituras (lo que nosotros llamamos Antiguo Testamento). Sin embargo, conocían sus primeros cinco libros (el Pentateuco o la Torá). Ellos se referían a estos como la Ley. De los doce apóstoles, solo dos escribieron evangelios: Juan y Mateo. Otros tres redactaron cartas: Pedro, Santiago y, nuevamente, Juan. En todos estos escritos se encargaron de reseñar la importancia de la Ley. El día de la resurrección del Señor, dos de los discípulos tuvieron un encuentro con el resucitado. Al final del encuentro, ellos se preguntaron: «¿No es verdad que el corazón nos ardía en el pecho cuando nos venía hablando por el camino y nos explicaba las Escrituras?» (Lucas 24,32). ¿Qué fue lo que Jesús les explicó para que, a ellos, al entender, les ardiera el corazón? ¿Qué fue eso tan maravilloso que les contó? Jesús tuvo que explicarles muchas de las profecías (¿tal vez todas?) que habían sido escritas antes de su nacimiento y que hablaban de Él, del Mesías. Por esta razón, cuando los evangelistas escribieron los Evangelios, se encargaron de transmitirnos ese conocimiento que Jesús mismo les compartió. De este modo, quien no fuera versado en la interpretación de las Escrituras podría confirmar que Jesús sí era el Mesías que los profetas habían anunciado. A continuación, voy a citar algunos pasajes bíblicos para sustentar el cumplimiento de las profecías. En la gran mayoría de ellos usted encontrará frases como «esto sucedió para que se cumpliera la Escritura que dice […]», «pero esto sucedió para cumplir la palabra que está escrita en la Ley […]», «entonces se cumplió lo que fue dicho por el profeta […], cuando dijo: […]», «todo esto ha ocurrido para que se cumplan las Escrituras de los profetas», «porque está escrito […]», etc. Los evangelistas usaron estas frases para ayudarnos a comprender lo que significaba el cumplimiento de los eventos preanunciados por los profetas. Profecía uno: el Mesías sería el hijo de Dios. Con esta profecía, el judaísmo sería la única religión que proclamaría a Dios hecho hombre. Profecía Cumplimiento Yo declararé el decreto. El Señor me ha dicho: «Tú eres mi hijo; yo te engendré hoy. Pídeme, y te daré por heredad las naciones, y por posesión tuya los confines de la Tierra. Tú los quebrantarás con vara de hierro; como a vasija de alfarero los desmenuzarás» (Salmos 2,7-9). Sucederá que cuando se cumplan tus días para que vayas a estar con tus padres, yo levantaré después de ti a un descendiente tuyo, que será uno de tus hijos, y afirmaré su reino. Él me edificará una casa, y yo estableceré su trono para siempre. Yo seré para él, padre; y él será para mí, hijo. Y no quitaré de él mi misericordia, como la quité de aquel que te antecedió. Lo estableceré en mi casa y en mi reino para siempre, y su trono será estable para siempre (1 Crónicas 17,11-14). Y cuando Jesús fue bautizado, enseguida subió del agua, y he aquí que los cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma y venía sobre él. Y he aquí, una voz de los cielos decía: «Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia» (Mateo 3,17). Profecía dos: nacería de una mujer; es decir que no iba simplemente a aparecer «por ahí», sin saberse nada de su procedencia. Sería tan humano en la carne como cualquiera de nosotros. La mujer de la profecía sería María y su descendiente, Jesús. Profecía Cumplimiento Entonces Dios el Señor dijo a la serpiente: —Por esto que has hecho, maldita serás entre todos los demás animales. De hoy en adelante caminarás arrastrándote y comerás tierra. Haré que tú y la mujer sean enemigas, lo mismo que tu descendencia y su descendencia. Su descendencia te aplastará la cabeza, y tú le morderás el talón (Génesis 3,14-15). El origen de Jesucristo fue este: María, su madre, estaba comprometida para casarse con José; pero antes que vivieran juntos, se encontró encinta por el poder del Espíritu Santo (Mateo 1,18). Profecía tres: nacería de una virgen; es decir que su embarazo no sería fruto de una relación con un hombre, ya que ella concebiría sin perder su virginidad. En mi primer libro, Lo que quiso saber de nuestra Iglesia católica y no se atrevió a preguntar, desarrollé todo un capítulo sobre este misterio. Profecía Cumplimiento Por tanto, el Señor mismo os dará señal: he aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel (Isaías 7,14). El nacimiento de Jesucristo fue así: estando desposada María su madre con José, antes que se juntasen, se halló que había concebido del Espíritu Santo (Mateo 1,18).   Profecía cuatro: sería un descendiente de Abraham. Profecía Cumplimiento Un día el Señor le dijo a Abram: «Deja tu tierra, tus parientes y la casa de tu padre, para ir a la tierra que yo te voy a mostrar. Con tus descendientes voy a formar una gran nación; voy a bendecirte y hacerte famoso, y serás una bendición para otros. Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré a los que te maldigan; por medio de ti bendeciré a todas las familias del mundo» (Génesis 12,1-3). Esta es una lista de los antepasados de Jesucristo, que fue descendiente de David y de Abraham (Mateo 1,1). Profecía cinco: de los hijos de Abraham se destacaron dos: Ismael e Isaac. Este último tuvo dos hijos mellizos: Esaú y Jacob. Jacob fue el padre de doce hijos; de allí provienen las doce tribus de Israel (Dios cambió el nombre de Jacob por Israel —Génesis 32,28—). El Mesías sería descendiente del cuarto de esos doce hijos, Judá. Profecía Cumplimiento Nadie le quitará el poder a Judá ni el cetro que tiene en las manos, hasta que venga el dueño del cetro, a quien los pueblos obedecerán (Génesis 49,10). Esta es una lista de los antepasados de Jesucristo, que fue descendiente de David y de Abraham: Abraham fue padre de Isaac, este lo fue de Jacob y este de Judá y sus hermanos. Judá fue padre de Fares y de Zérah, y su madre fue Tamar (Mateo 1,1-3). Profecía seis: sería descendiente de Jesé, el padre del rey David. Profecía Cumplimiento De ese tronco que es Jesé, sale un retoño; un retoño brota de sus raíces. El espíritu del Señor estará continuamente sobre él, y le dará sabiduría, inteligencia, prudencia, fuerza, conocimiento y temor del Señor (Isaías 11,1-2). Esta es una lista de los antepasados de Jesucristo, que fue descendiente de David y de Abraham: […] Obed fue padre de Jesé, y Jesé fue padre del rey David (Mateo 1,1-6). Profecía siete: sería descendiente del rey David. Estaba profetizado que el Mesías sería descendiente de David, el menor de los ocho hijos de Jesé. Profecía Cumplimiento El Señor afirma: «Vendrá un día en que haré que David tenga un descendiente legítimo, un rey que reine con sabiduría y que actúe con justicia y rectitud en el país» (Jeremías 23,5). Esta es una lista de los antepasados de Jesucristo, que fue descendiente de David y de Abraham (Mateo 1,1). Profecía ocho: nacería en la ciudad de Belén. Profecía Cumplimiento Pero tú, oh Belén Efrata, aunque eres pequeña entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será el gobernante de Israel, cuyo origen es antiguo desde los días de la eternidad (Miqueas 5,2). Jesús nació en Belén de Judea, en días del rey Herodes (Mateo 2,1). Profecía nueve: reyes de tierras lejanas viajarían a llevarle regalos al Mesías. Profecía Cumplimiento Los reyes de Tarsis y de las costas del mar le traerán presentes; los reyes de Saba y de Seba le presentarán tributo (Salmo 72,10). Una multitud de camellos te cubrirá, dromedarios de Madián y de Efa; todos ellos vendrán de Seba. Traerán oro e incienso, y proclamarán las alabanzas del Señor (Isaías 60,6). Jesús nació en Belén de Judea, en días del rey Herodes. Y he aquí unos magos vinieron del oriente a Jerusalén […] Y he aquí que la estrella que habían visto en el Oriente iba delante de ellos, hasta que llegó y se detuvo sobre donde estaba el niño […] Entonces abrieron sus tesoros y le ofrecieron presentes de oro, incienso y mirra (Mateo 2,1-11). Profecía diez: se daría una matanza de niños menores de dos años, cuando fuertes rumores sobre el nacimiento de quién sería rey de Israel, el Mesías, llegaran a oídos del rey Herodes. Profecía Cumplimiento Así ha dicho el Señor: «Voz fue oída en Ramá; lamento y llanto amargo. Raquel lloraba por sus hijos, y no quería ser consolada por sus hijos, porque perecieron» (Jeremías 31,15). Entonces Herodes, al verse burlado por los magos, se enojó sobremanera y mandó matar a todos los niños varones en Belén y en todos sus alrededores, de dos años para abajo, conforme al tiempo que había averiguado de los magos (Mateo 2,16). Profecía once: sería llamado el Señor. Profecía Cumplimiento El Señor dijo a mi señor: «Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos como estrado de tus pies» (Salmo 110,1). Pero el ángel les dijo: —No teman, porque he aquí les doy buenas noticias de gran gozo que serán para todo el pueblo: que hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es Cristo el Señor (Lucas 2,10). Profecía doce: sería llamado Emanuel, que quiere decir «Dios con nosotros»; es decir que sería de carne y hueso como nosotros. Profecía Cumplimiento Por tanto, el mismo Señor les dará la señal: he aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel (Isaías 7,14). El temor se apoderó de todos, y glorificaban a Dios diciendo: —¡Un gran profeta se ha levantado entre nosotros! ¡Dios ha visitado a su pueblo! (Lucas 7,16). Profecía trece: sería reconocido como profeta. Profecía Cumplimiento […] el Señor me dijo: «Está bien lo que han dicho. Les levantaré un profeta como tú, de entre sus hermanos. Yo pondré mis palabras en su boca, y él les hablará todo lo que yo le mande» (Deuteronomio 18,17-18). Cuando él entró en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió diciendo: —¿Quién es este? Y las multitudes decían: —Este es Jesús el profeta, de Nazaret de Galilea (Mateo 21,10-11). Profecía catorce: sería reconocido como sumo sacerdote. Profecía Cumplimiento El Señor juró y no se retractará: «Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec» (Salmo 110,4). Por tanto, hermanos santos, participantes del llamamiento celestial, consideren a Jesús, el apóstol y sumo sacerdote de nuestra confesión (Hebreos 3,1). Profecía quince: sería reconocido como rey. Profecía Cumplimiento ¡Yo he instalado a mi rey en Sion, mi monte santo! (Salmo 2,6). Pusieron sobre su cabeza su acusación escrita: «Este es Jesús, el rey de los judíos» (Mateo 27,37). Profecía dieciséis: un mensajero se encargaría de anunciar la llegada del Mesías. Este sería Juan el Bautista. Profecía Cumplimiento He aquí yo envío mi mensajero, el cual preparará el camino delante de mí. Y luego, repentinamente, vendrá a su templo el Señor a quien buscan, el ángel del pacto a quien ustedes desean. ¡He aquí que viene!, ha dicho el Señor de los Ejércitos (Malaquías 3,1). Una voz proclama: «¡En el desierto preparen el camino del Señor; enderecen calzada en la soledad para nuestro Dios!» (Isaías 40,4). En aquellos días apareció Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea y diciendo: «¡Arrepiéntanse, porque el Reino de los Cielos se ha acercado!» (Mateo 3,1). Profecía diecisiete: su ministerio comenzaría en la región de Galilea. Profecía Cumplimiento Sin embargo, no tendrá oscuridad la que estaba en angustia. En tiempos anteriores él humilló la tierra de Zabulón y la tierra de Neftalí; pero en tiempos posteriores traerá gloria a Galilea de los gentiles, camino del mar y el otro lado del Jordán (Isaías 9,1). Y cuando Jesús oyó que Juan había sido encarcelado, regresó a Galilea. Y, habiendo dejado Nazaret, fue y habitó en Capernaúm, ciudad junto al mar en la región de Zabulón y Neftalí […] Desde entonces Jesús comenzó a predicar y a decir: «¡Arrepiéntanse, porque el Reino de los Cielos se ha acercado!» (Mateo 4,12-17). Profecía dieciocho: haría muchos milagros, sanaría un sinnúmero de enfermedades. Profecía Cumplimiento Entonces serán abiertos los ojos de los ciegos, y los oídos de los sordos se destaparán. Entonces el cojo saltará como un venado, y cantará la lengua del mudo (Isaías 35,5-6). Jesús recorría todas las ciudades y las aldeas, enseñando en sus sinagogas, predicando el evangelio del reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia (Mateo 9,35). Profecía diecinueve: su prédica sería a modo de parábolas. Profecía Cumplimiento Abriré mi boca en parábolas; evocaré las cosas escondidas del pasado, las cuales hemos oído y entendido, porque nos las contaron nuestros padres (Salmo 78,2-3). Todo esto habló Jesús en parábolas a las multitudes y sin parábolas no les hablaba (Mateo 13,34). Profecía veinte: entraría a Jerusalén montado en un asno y sería proclamado rey. Profecía Cumplimiento ¡Alégrate mucho, oh hija de Sion! ¡Da voces de júbilo, oh hija de Jerusalén! He aquí tu Rey, viene a ti, justo y victorioso, humilde y montado sobre un asno, sobre un borriquillo, hijo de asna (Zacarías 9,9). Trajeron el borriquillo a Jesús y, echando sobre él sus mantos, hicieron que Jesús montara encima. Y mientras él avanzaba, tendían sus mantos por el camino. Cuando ya llegaba él cerca de la bajada del monte de los Olivos, toda la multitud de los discípulos, gozándose, comenzó a alabar a Dios a gran voz por todas las maravillas que habían visto (Lucas 19,35-37). Profecía veintiuno: no se quedaría muerto, sino que resucitaría. En mi primer libro, Lo que quiso saber de nuestra Iglesia católica y no se atrevió a preguntar, desarrollé todo un capítulo sobre este misterio. Más adelante, todo el tercer capítulo de la presente obra girará en torno a este tema tan crucial, pilar de nuestra religión. Profecía Cumplimiento Pues no dejarás mi alma en el Seol ni permitirás que tu santo vea corrupción (Salmo 16,10). Y respondiendo, el ángel dijo a las mujeres: —No teman, porque sé que buscan a Jesús, quien fue crucificado. No está aquí, porque ha resucitado, así como dijo. Vengan, vean el lugar donde estaba puesto (Mateo 28,5-6). Profecía veintidós: uno de sus más cercanos amigos, el apóstol Judas, sería quien lo traicionaría. Profecía Cumplimiento Aun mi amigo íntimo, en quien yo confiaba y quien comía de mi pan, ha levantado contra mí el talón (Salmo 41,9). Le preguntarán: «¿Qué heridas son estas en tus manos?». Y él responderá: «Con ellas fui herido en la casa de mis amigos» (Zacarías 13,6). Mientras él aún hablaba, vino Judas, que era uno de los doce, y con él mucha gente con espadas y palos de parte de los principales sacerdotes y de los ancianos del pueblo. El que le entregaba les había dado señal diciendo: «Al que yo bese, ese es. Préndanle». De inmediato se acercó a Jesús y dijo: —¡Te saludo, Rabí! Y lo besó (Mateo 26,47-49).   Profecía veintitrés: el traidor recibiría a cambio treinta monedas de plata. Profecía Cumplimiento En aquel día fue anulado; y los que comerciaban con ovejas y que me observaban, reconocieron que era Palabra del Señor. Y les dije: «Si les parece bien, denme mi salario; y si no, déjenlo». Y pesaron por salario mío treinta piezas de plata (Zacarías 11,11-12). […] y les dijo: —¿Qué me quieren dar? Y yo se los entregaré. Ellos le asignaron treinta piezas de plata; y desde entonces él buscaba la oportunidad para entregarlo (Mateo 26,15-16). Profecía veinticuatro: esa paga terminaría arrojada en el templo. Profecía Cumplimiento Entonces el Señor me dijo: «Échalo al tesoro. ¡Magnífico precio con que me han apreciado!». Yo tomé las treinta piezas de plata y las eché en el tesoro, en la casa del Señor (Zacarías 11,13). Entonces él, arrojando las piezas de plata dentro del santuario, se apartó, se fue y se ahorcó (Mateo 27,5). Profecía veinticinco: sus discípulos lo abandonarían durante su falso juicio, sentencia y ejecución. Profecía Cumplimiento Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas (Zacarías 13,7). En aquel día sucederá que todos los profetas se avergonzarán de su visión cuando profeticen. Nunca más se vestirán con manto de pelo para engañar. Y dirá uno de ellos: «Yo no soy profeta; soy labrador de la tierra, pues la tierra es mi ocupación desde mi juventud». Le preguntarán: «¿Qué heridas son estas en tus manos?». Y él responderá: «Con ellas fui herido en la casa de mis amigos» (Zacarías 13,4-6). Entonces todos los suyos lo abandonaron y huyeron (Marcos 14,50). Profecía veintiséis: sería acusado por falsos testigos en el aparente juicio. Profecía Cumplimiento Se han levantado testigos falsos, y me interrogan de lo que no sé (Salmo 35,11). Los principales sacerdotes, los ancianos y todo el Sanedrín buscaban falso testimonio contra Jesús, para que le entregaran a muerte (Mateo 26,59). Profecía veintisiete: durante el falso juicio, no se defendería, sino que permanecería en silencio. Profecía Cumplimiento Él fue oprimido y afligido, pero no abrió su boca. Como un cordero, fue llevado al matadero; y como una oveja que enmudece delante de sus esquiladores, tampoco él abrió su boca (Isaías 53,7). Él no le respondió ni una palabra, de manera que el procurador se maravillaba mucho (Mateo 27,14). Profecía veintiocho: sería escupido, fuertemente torturado y molido a golpes. Profecía Cumplimiento Entregué mis espaldas a los que me golpeaban, y mis mejillas a los que me arrancaban la barba. No escondí mi cara de las afrentas ni de los escupitajos (Isaías 50,6). Pero él fue herido por nuestras transgresiones, molido por nuestros pecados. El castigo que nos trajo paz fue sobre él, y por sus heridas fuimos nosotros sanados (Isaías 53,5). Mis rodillas están debilitadas a causa del ayuno, y mi carne está desfallecida por falta de alimento (Salmo 109,24). Entonces le escupieron en la cara y le dieron puñetazos, y otros le dieron bofetadas (Mateo 26,67). Y escupiendo en él, tomaron la caña y le golpeaban la cabeza (Mateo 27,30). Entonces les soltó a Barrabás y, después de haber azotado a Jesús, lo entregó para que fuera crucificado (Mateo 27,26).   Profecía veintinueve: muchos se burlarían de Él durante su pasión. Profecía Cumplimiento Todos los que me ven se burlan de mí. Estiran los labios y mueven la cabeza diciendo: «En el Señor confió; que él lo rescate. Que lo libre, ya que de él se agradó» (Salmo 22,7-8). Habiendo entretejido una corona de espinas, se la pusieron sobre su cabeza, y en su mano derecha pusieron una caña. Se arrodillaron delante de él y se burlaron de él, diciendo: —¡Viva, rey de los judíos! (Mateo 27,29). Los que pasaban lo insultaban, meneando sus cabezas y diciendo: —Tú que derribas el templo y en tres días lo edificas, ¡sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, y desciende de la cruz! (Mateo 27,39-40). Profecía treinta: sería crucificado, por lo que sus pies y manos serían atravesados. Profecía Cumplimiento Los perros me han rodeado; me ha cercado una pandilla de malhechores, y horadaron mis manos y mis pies (Salmo 22,16). Entonces los otros discípulos le decían: —¡Hemos visto al Señor! —. Pero él les dijo: —Si yo no veo en sus manos la marca de los clavos, y si no meto mi dedo en la marca de los clavos, y si no meto mi mano en su costado, no creeré jamás— (Juan 20,25). Profecía treinta y uno: sería crucificado acompañado de ladrones. Profecía Cumplimiento Porque derramó su vida hasta la muerte y fue contado entre los transgresores (Isaías 53,12). Entonces crucificaron con él a dos ladrones, uno a la derecha y otro a la izquierda (Mateo 27,38). Profecía treinta y dos: intercedería por sus transgresores durante su pasión. Profecía Cumplimiento Porque derramó su vida hasta la muerte y fue contado entre los transgresores, habiendo él llevado el pecado de muchos e intercedido por los transgresores (Isaías 53,12). Y Jesús decía: —Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen (Lucas 23,34). Profecía treinta y tres: sería rechazado por su propio pueblo. Profecía Cumplimiento Fue despreciado y desechado por los hombres, varón de dolores y experimentado en el sufrimiento. Y como escondimos de él el rostro, lo menospreciamos y no lo estimamos (Isaías 53,3). Pues ni aún sus hermanos creían en él (Juan 7,5).   Profecía treinta y cuatro: sería aborrecido sin ninguna razón. Profecía Cumplimiento Los que me aborrecen sin causa se han aumentado; son más que los cabellos de mi cabeza (Salmo 69,4). Si el mundo los aborrece, sepan que a mí me ha aborrecido antes que a ustedes […] El que me aborrece, también aborrece a mi Padre. Si yo no hubiera hecho entre ellos obras como ningún otro ha hecho, no tendrían pecado. Y ahora las han visto, y también han aborrecido tanto a mí como a mi Padre (Juan 15,18-24). Profecía treinta y cinco: sus amigos y conocidos se apartarían de Él y tomarían distancia. Profecía Cumplimiento Mis amigos y compañeros se han apartado de mi plaga; mis parientes se han mantenido alejados (Salmo 38,11). Pero todos sus conocidos, y las mujeres que lo habían seguido desde Galilea, se quedaron lejos mirando estas cosas (Lucas 23,49). Profecía treinta y seis: le quitarían su vestido y se lo jugarían a suertes. Profecía Cumplimiento Reparten entre sí mis vestidos, y sobre mi ropa echan suertes (Salmo 22,18). Cuando los soldados crucificaron a Jesús tomaron los vestidos de él e hicieron cuatro partes, una para cada soldado. Además, tomaron la túnica, pero la túnica no tenía costura; era tejida entera de arriba abajo. Por esto se dijeron uno al otro: —No la partamos; más bien echemos suertes sobre ella para ver de quién será (Juan 19,23-24). Profecía treinta y siete: durante su martirio sentiría mucha sed y en vez de darle agua le darían hiel con vinagre. Profecía Cumplimiento Además, me dieron hiel en lugar de alimento, y para mi sed me dieron de beber vinagre (Salmo 69,21). Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo se había consumado, para que se cumpliera la Escritura dijo: —Tengo sed—. Había allí una vasija llena de vinagre. Entonces pusieron en un hisopo una esponja empapada en vinagre y se la acercaron a la boca (Juan 19,28-29). Profecía treinta y ocho: una vez muerto, no le quebrarían los huesos (como se acostumbraba a hacer para garantizar la muerte en caso de que la víctima hubiera soportado el largo periodo de la crucifixión). Profecía Cumplimiento Él guardará todos sus huesos; ni uno de ellos será quebrantado (Salmo 34,20). Pero cuando llegaron a Jesús, como lo vieron ya muerto, no le quebraron las piernas (Juan 19,33). Profecía treinta y nueve: le atravesarían el costado. Profecía Cumplimiento Mirarán al que traspasaron y harán duelo por él con duelo como por hijo único, afligiéndose por él como quien se aflige por un primogénito. (Zacarías 12,10). Pero uno de los soldados le abrió el costado con una lanza y salió al instante sangre y agua (Juan 19,34). Profecía cuarenta: una gran oscuridad cubriría la tierra durante el martirio de Jesús. Profecía Cumplimiento Sucederá en aquel día, dice el Señor Dios, que haré que el sol se oculte al mediodía, y en pleno día haré que la tierra sea cubierta de tinieblas (Amos 8,9). Desde el mediodía descendió oscuridad sobre toda la tierra hasta las tres de la tarde (Mateo 27,45). Profecía cuarenta y uno: sería sepultado en una tumba de una persona adinerada. Profecía Cumplimiento Se dispuso con los impíos su sepultura, y con los ricos estuvo en su muerte (Isaías 53,9). Al atardecer, vino un hombre rico de Arimatea llamado José, quien también había sido discípulo de Jesús […] José tomó el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia y lo puso en su sepulcro nuevo que había labrado en la peña (Mateo 27,57-60). He mencionado el cumplimiento de tan solo cuarenta y una profecías (entre más de trescientas) de ocho profetas diferentes: Moisés, Isaías, Zacarías, el rey David, el rey Salomón, Jeremías, Amos y Miqueas. Estos profetas vivieron entre los siglos XIV a. C. y V a. C., hablaron en idiomas distintos, vivieron en territorios geográficos diferentes y cada uno dio detalles de la venida del Mesías. ¿Coincidencia? ¿Suerte? ¿O esto comprueba la verdadera autoría de la Biblia?

DADOS

QUINTA TESIS: PROBABILIDAD QUE SE CUMPLIERAN LAS PROFECÍAS

En el Apéndice B doy una simple explicación de la forma en que se calcula una probabilidad y hablo un poco de las probabilidades en general. Por ahora, basta con decir que, si la probabilidad de que una cosa pase es de uno entre M (o sea, «1/m»), y la de que otro evento independiente del primero ocurra es de uno entre N (o sea, «1/n»), entonces la probabilidad de que ocurran las dos a la vez es de uno entre M multiplicado por N —es decir, «1/(m x n)»—. Permítame ilustrar esto. Si uno de cada diez hombres mide más de 6 pies de altura, y uno de cada cien hombres pesa más de 300 libras, entonces uno de cada mil (diez multiplicado por cien) mide más de 6 pies y pesa más de 300 libras. Esta aseveración se puede demostrar haciendo el siguiente ejercicio. Imagine que cogemos al azar mil hombres y los ordenamos por estatura. Dado que uno de cada diez sobrepasa los 6 pies de altura, veremos que los primeros cien miden más de 6 pies. Los otros 900 estarán por debajo de esta altura. Por consiguiente, no pueden tener las dos características que buscamos (que excedan 6 pies de altura y que pesen más de 300 libras). Ahora, como dijimos que uno de cada cien pesa más de 300 libras, observaremos a los cien hombres que escogimos por medir más de 6 pies: solo uno de ellos tendrá el peso buscado. Es decir que, de los mil que seleccionamos al azar, solo uno medirá más de 6 pies y pesará más de 300 libras, como lo habíamos determinado con la fórmula. InterVarsity Christian Fellowship es una organización que por más de 75 años ha formado grupos de jóvenes universitarios en cientos de universidades de todo el mundo que se dedican al estudio bíblico. En la década de 1960, la organización patrocinó un ejercicio que duró cinco años en Pasadena City College, en el estado de California, Estados Unidos. En el ejercicio, se les pedía a los estudiantes que determinaran, de la forma más conservadora posible, la probabilidad de que se cumplieran en forma independiente una serie de profecías que hablaban de la llegada del Mesías (profecías como las presentadas en el argumento anterior) . Por ejemplo, ¿cuál es la probabilidad de que un hombre cualquiera entre a la ciudad de Jerusalén, pretendiendo tener autoridad, y lo haga montado sobre un asno? Semestre tras semestre, los jóvenes universitarios (más de seiscientos en total) discutieron entre ellos sus estimaciones, documentaron algunas de ellas y presentaron sus cálculos. ¿Cuántas personas que pretendieran tener cierta autoridad podrían haber entrado a Jerusalén montando un asno? ¿Qué tan comunes eran estos animales en ese entonces? Si solo las personas con dinero tenían asnos, ¿cuántos podrían tener uno? Una persona sin dinero que, pretendiendo cierta autoridad, requiriera un asno, tendría que ser amiga de alguien adinerado que simpatizara con ella para que le prestara el animal. ¿Cuántas podrían ser estas? Mediante preguntas de este estilo, los estudiantes fueron alcanzando consensos sobre las probabilidades de que este evento fuera realizado por una persona cualquiera. Las estimaciones que voy a utilizar son las que resultaron de dicho estudio. Usted puede estar de acuerdo con ellas o no; puede modificarlas a su criterio si así lo estima conveniente (si no está totalmente convencido por las estimaciones del estudio). El resultado al que pretendo llegar no se verá seriamente impactado por esos cambios. Para sustentar mi punto, voy a detallar el ejercicio con tan solo ocho de las cuarenta y una profecías que presenté en el argumento anterior. Profecía uno: el Mesías nacería en la ciudad de Belén, sería hijo de una virgen y descendiente del Rey David (profecías dos, seis y siete del argumento anterior). Los evangelios de Mateo y Lucas nos presentan las genealogías de los padres de Jesús. Mateo (1,1-17) presenta la genealogía de su padre y Lucas (3,23-38), la de su madre. La profecía solo indicaba que Jesús sería descendiente del rey David, así que debemos tener en cuenta el número de generaciones (25) entre los dos. Si en cada una de ellas había un promedio de ocho descendientes, y teniendo en cuenta que la proporción de hombres y mujeres era más o menos mitad y mitad, entonces desde el Rey David hasta la época en que nació Jesús hubo un número astronómico de potenciales padres. ¿Cómo se hace el cálculo? Tomemos los cuatro hombres de cada generación y los multiplicamos por las veinticinco generaciones. Es decir, 4 x 4 x 4 x 4 x 4 x … x 4, 25 veces. Eso es lo mismo que 425 = 1 125 899 906 842 624 (potenciales padres). Como el Mesías habría de ser el primer hijo de la pareja , entonces el número se reduciría a 281 474 976 710 656. Él debería nacer en Belén, que en esa época era una villa de unos trescientos habitantes , mientras que la población mundial era de unos trescientos millones . Es decir que una persona de cada cien millones habitaba en Belén. Dado que los posibles padres eran 281 474 976 710 656, podemos estimar que la probabilidad de que hubiera un descendiente del rey David, primogénito y nacido en Belén era de 1 en 281 474 (2.8×105). Profecía dos: un mensajero se encargaría de anunciar la llegada del Mesías. Este sería Juan el Bautista (profecía dieciséis del argumento anterior). De esos varones nacidos en Belén, descendientes del rey David y primogénitos, ¿uno de cada cuántos podría haber sido precedido por un profeta que anunciara su llegada? Los estudiantes consideraron que este mensajero debía ser una persona sumamente especial, que tuviera todas las características de los profetas de la Antigüedad. Hicieron un estimado conservador de 1 en 1 000 (103) personas. Profecía tres: entraría a Jerusalén montado en un asno y sería proclamado como rey (profecía veinte del argumento anterior). De esos varones nacidos en Belén, descendientes del rey David, primogénitos y cuya llegada hubiera sido anunciada por un mensajero, ¿uno de cada cuántos podría haber entrado a la ciudad montando un asno y ser proclamado rey? Es cierto que una persona podría conseguir un animal de estos y entrar a la ciudad por cualquiera de sus puertas para «forzar» el cumplimiento de esta profecía. Pero no estaría bajo su control que la multitud lo proclamara rey. Los estudiantes hicieron un estimado de 1 en 10 000 (104). Profecía cuatro: uno de sus más cercanos amigos, el apóstol Judas, sería el que lo traicionaría (profecía veintidós del argumento anterior), lo que le acarrearía las heridas en las manos que fueron profetizadas. Esta profecía no parece tener una relación directa con las consideradas anteriormente. Entonces, la pregunta es: ¿un hombre de cada cuántos podría haber sido traicionado por un amigo muy cercano, de modo que esa traición le representara graves heridas en sus manos? Los estudiantes no pensaron que fuera muy frecuente que un amigo cercano traicionara a su gran compañero; mucho menos frecuente habría sido que eso le representara ese tipo de heridas. Ofrecieron entonces un estimado de 1 en 1 000 (103). Profecía cinco: el traidor recibiría a cambio treinta monedas de plata (profecía veintitrés del argumento anterior). La pregunta en este caso es muy simple y directa: de las personas que hubieran sido traicionadas, ¿cuántas de ellas podrían haberlo sido por exactamente treinta monedas de plata? Los estudiantes estimaron que este evento habría sido muy raro, por lo que estimaron una probabilidad de 1 en 10 000 (104). Profecía seis: esa paga sería arrojada en el templo y se depositaría en su tesoro (profecía veinticuatro del argumento anterior). Esta profecía es muy específica, ya que no está hablando de devolver el valor de la traición, sino de que el dinero sería arrojado en el templo e iría a dar al tesoro de este. Recordemos que Judas trató de devolver las monedas (Mateo 27,3) y, como no se las recibieron, él las tiró en el templo y se fue. Luego, los jefes de los sacerdotes tomaron ese dinero y lo usaron para comprar el campo del alfarero, que habría de ser usado como cementerio para enterrar a los extranjeros que murieran en Jerusalén. Se les pidió a los estudiantes que estimaran de cuántos hombres uno podría haber recibido treinta monedas de plata por traicionar a un amigo cercano para luego tratar de devolver ese dinero (sin que este fuera recibido), arrojarlo al piso del templo, y que este fuera usado para comprar un cementerio. Los estudiantes dudaron que ese evento pudiera haber sucedido incluso más de una vez. Su estimado, bastante conservador, fue de 1 en 100 000 (105). Profecía siete: durante el falso juicio, Jesús no se defendería, sino que permanecería en silencio (profecía veintisiete del argumento anterior). ¿Uno de cuántos hombres, que hubiera cumplido las anteriores profecías, se habría encontrado en un juicio que le podría costar la vida y, a pesar de ser inocente, no se habría defendido? El estimado fue de 1 en 10 000 (104). Profecía ocho: sería crucificado (profecía treinta del argumento anterior). ¿Cuántos hombres, desde el rey David, autor de esta profecía, han muerto crucificados? Aunque ese método de castigo fue abolido hace muchos siglos, los estudiantes ofrecieron un estimado de 1 en 10 000 (104). Incluso si usted está en desacuerdo con algunos de los estimados que hicieron los seiscientos estudiantes, el cálculo total de la probabilidad de cumplimiento de estas ocho profecías no cambiaría notablemente. Como expliqué al comienzo de esta evidencia, para calcular la probabilidad que se den a la vez dos o más eventos independientes, se multiplican sus probabilidades individuales, así que multipliquemos las ocho probabilidades que propusieron los estudiantes: 2,8 x 105 x 103 x 104 x 103 x 104 x 105 x 104 x 104 = 2,8 x 1032. Esto quiere decir que una de cada 1032 personas podría haber cumplido esas ocho profecías. Recuerde que hay más de trescientas y que solo enumeré cuarenta y una en la evidencia anterior. Este número sería muchísimo más grande si continuara el ejercicio y agregara cada una de las otras treinta y tres restantes. Para que se haga una idea de la minúscula probabilidad de la que estamos hablando, 1 entre 1032 equivale a 1 en 100 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000. Igualmente, para poner este número en perspectiva, imagine que tenemos ese mismo número (1032) de monedas de un dólar. Ahora, imagine que marcamos una sola de ellas. Vamos a tratar de cubrir la superficie de nuestro planeta con esas monedas. Nos van a alcanzar para cubrir la totalidad de la superficie y podremos agregar más capas, que alcanzarán un grosor de treinta y seis metros. ¿Qué tan probable sería que una persona con los ojos vendados caminara por donde quisiera, se detuviera en algún lugar, excavara monedas y tomara una al azar, y que esa resultara ser la moneda marcada? Sería igual de probable a que varios profetas hubieran escrito esas ocho profecías y que un solo hombre, de todos los que han existido desde el momento en que las escribieron hasta el presente, las hubiera cumplido. Ya demostré que las profecías fueron escritas cientos de años antes del nacimiento de Jesús. En el cálculo de las estimaciones, tuve en cuenta que algunas de ellas hubieran podido estar bajo el control de la persona que pretendía ser el Mesías, como la profecía de la entrada a Jerusalén en un asno. Pero la inmensa mayoría no estaba bajo su control. Me explico: si alguien se hubiera querido hacer pasar por el Mesías, le habría resultado relativamente fácil conseguir un asno y entrar montado sobre él a la ciudad santa, pero ¿cómo hubiera conseguido nacer en Belén, ser descendiente del Rey David, ser traicionado por un amigo y haber muerto clavado en una cruz? ¿Cómo podemos explicar entonces que una sola persona haya cumplido todas las profecías? Solamente se me ocurren dos posibilidades. La primera, que fuera una gran coincidencia. Es decir que los profetas escribieron todas esas predicciones sin ningún fundamento, pretendiendo adivinar todos esos sucesos. La segunda, que una mente superior les hubiera comunicado todos esos eventos futuros para señalar al Mesías. El profesor Peter W. Stoner, director del Departamento de Matemáticas y Astronomía de Pasadena City College hasta 1953, adicionó ocho profecías a las ocho que expliqué anteriormente e hizo el cálculo de las probabilidades . La probabilidad de que una sola persona cumpliera las dieciséis profecías pasó a ser de 1 entre 1053 (mientras que con ocho profecías era de 1 entre 1032). Al hacer el cálculo con cuarenta y ocho, Stoner determinó que la probabilidad era de 1 entre 10181. Cuando ejemplifiqué el cálculo hecho con ocho profecías, dije que se podría cubrir todo el planeta con capas de monedas de un dólar hasta alcanzar un grosor de treinta y seis metros. Si hubiera ejemplificado el cálculo de las cuarenta y ocho, el espesor de las capas de monedas llegaría más allá del sol. Con una probabilidad tan ínfima, ¿es posible que los profetas se hubieran inventado esas profecías y todas se hubieran cumplido en Jesús? Si, como yo, no cree que esto sea posible, solo queda la segunda explicación: Dios comunicó esos eventos a sus profetas. Esto prueba la verdadera autoría de la Biblia. ¿Coincidencia? ¿Suerte?

daniel

SEXTA TESIS: EL PROFETA DANIEL

El Antiguo Testamento está dividid0 en Pentateuco, libros sapienciales, libros históricos y libros proféticos —este último incluye a profetas mayores y menores—. Los términos mayores y menores no denotan la importancia de los profetas, sino la extensión de sus escritos. Entre el grupo de libros de profetas mayores se encuentra el Libro del profeta Daniel. Después que Nabucodonosor II, rey de Babilonia, invadió Jerusalén, en el 587 a. C., y tomó cautiva a toda la nobleza, ordenó a Aspenaz, jefe de los eunucos, que escogiera algunos jóvenes israelitas sin defectos físicos, bien parecidos, expertos en sabiduría, cultos e inteligentes para que le sirvieran en la Corte. Los escogidos serían alimentados con la comida de la mesa del rey, y educados en literatura y el idioma de los caldeos durante tres años. Luego de ese tiempo, entrarían a formar parte de la corte real. Uno de los seleccionados fue Daniel, quien por fidelidad a sus creencias y costumbres no podía comer lo que Aspenaz le ofrecía. Daniel pidió que le dejara alimentarse solo con legumbres y agua por diez días. Una vez finalizado este tiempo, Aspenaz podría juzgar si su estado físico se había desmejorado o si, por el contrario, era mejor que el del resto de los jóvenes alimentados con la comida real. Cuando terminó la prueba de los diez días, su estado físico era superior al del resto de los israelitas cautivos. Esto le otorgó al joven Daniel el respeto y la admiración de sus tutores, quienes se dedicaron de manera especial a educarlo. Dicen las Escrituras que el rey vio en él diez veces más sabiduría e inteligencia que en todos los magos y adivinos de su reino. Dentro de las muchas virtudes de este joven profeta, la de la interpretación de visiones y sueños le aseguró un lugar muy importante en la historia; no solamente en la historia bíblica, sino también en la de su pueblo y en la de los caldeos. En los capítulos 10 y 11, Daniel tiene una visión en la que un ángel le revela lo que sucederá desde el reinado de Ciro II el Grande (559 al 530 a. C.) hasta Antíoco IV Epífanes (175 al 163 a. C.), reyes de Persia y Siria, respectivamente. La revelación tiene lugar «durante el tercer año del reinado de Ciro de Persia» (Daniel 10,1), es decir, en el año 536 a. C. El ángel le dice: Y ahora te voy a dar a conocer la verdad: «Todavía gobernarán en Persia tres reyes, después de los cuales ocupará el poder un cuarto rey que será más rico que los otros tres. Y cuando por medio de sus riquezas haya alcanzado gran poder, pondrá todo en movimiento contra el reino de Grecia» (Daniel 11,2) Cuando la profecía le fue comunicada, Ciro II era el rey del imperio persa, mientras que Darío el Medo (Gubaru) reinaba en Babilonia bajo la autoridad del primero. Los tres reyes a los que hacía referencia el ángel eran Cambises II (530 al 522 a. C.), hijo de Ciro II; Gautama o Seudo-Esmerdis (522 a. C.), hermano de su predecesor, y Darío I el Grande (522 al 486 a. C.), quien tomó el poder tras asesinar al anterior. Estos tres monarcas gobernaron sucesivamente después de la muerte de Ciro II el Grande. Darío I el Grande falleció en el año 486 a. C., a los 63 años, y fue sucedido por su hijo Jerjes I o el Grande (en la Biblia se le conoce como Asuero, uno de los personajes centrales del libro de Ester) que corresponde al cuarto rey que profetizó el ángel. En la primavera del año 480 a. C., Jerjes desencadenó la Segunda Guerra Médica contra la alianza griega entre Atenas y Esparta. Aunque al comienzo parecía que se trataba de una guerra rápida que se definiría a su favor, el ejército de Jerjes terminó replegado y buscó refugio en Asia. Según el historiador Heródoto , en su libro Historia , el ejército persa tenía más de un millón setecientos mil hombres. La cifra es bastante exagerada, pero nos habla de una tropa considerablemente numerosa, lo que explicaría la última frase del versículo 2: «pondrá todo en movimiento contra el reino de Grecia». Continúa el ángel: «Pero después gobernará un rey muy guerrero, que extenderá su dominio sobre un gran imperio y hará lo que se le antoje» (Daniel 11,3). Claramente, se está haciendo referencia a Alejandro III de Macedonia, más conocido como Alejandro Magno, uno de los mayores conquistadores de la Historia. Fue rey de Macedonia desde el 336 a. C., cuando tenía apenas 20 años. Cuando era joven, Alejandro estudió las lecciones militares que su padre, Filipo II, le enseñó. Pero también se cultivó en otros campos intelectuales de la mano de Aristóteles . En el año 334 a. C., comenzó una campaña militar que duró poco más de diez años y lo convirtió en el gobernante de uno de los imperios más grandes del mundo antiguo. Su imperio abarcó, entre otros, los actuales países de Egipto, Israel, Líbano, Jordania, Siria, Iraq, Irán, Afganistán, Pakistán, Tayikistán, Turquía, Bulgaria, Grecia, Serbia y Croacia. Su conquista, además de militar, fue cultural. Cada vez que él finalizaba la ocupación y dominio de un nuevo territorio, su antiguo maestro, Aristóteles, se encargaba de imponer la cultura griega. A esto se le conoce como el movimiento de «helenización». Prosigue el ángel: Sin embargo, una vez establecido, su imperio será deshecho y repartido en cuatro partes. El poder de este rey no pasará a sus descendientes, ni tampoco el imperio será tan poderoso como antes lo fue, ya que quedará dividido y otros gobernarán en su lugar (Daniel 11,4) Las circunstancias de la muerte de Alejandro Magno, ocurrida en la ciudad de Babilonia, siguen siendo un misterio. Tenía 33 años cuando aconteció. Ya que no tenía un heredero, su recién conformado imperio fue repartido entre sus cuatro generales: Antígono I Monóftalmos se quedó con Siria; Lisímaco de Tracia, con los Balcanes; Ptolomeo I Sóter, con Egipto, y Seleuco I Nicátor, con Babilonia. De ellos cuatro, los dos últimos desempeñaron un rol importante en la historia del pueblo de Israel, pues durante cientos de años sus reinos mantuvieron innumerables guerras por el control total de la región. Los libros bíblicos de los Macabeos narran la vida de los judíos durante esas interminables guerras y su resistencia a la helenización. Continúa el ángel: El rey del sur será muy poderoso, pero uno de sus generales llegará a ser más fuerte que él y extenderá su dominio sobre un gran imperio (Daniel 11,5) El rey al que hace referencia es Ptolomeo I Sóter, que gobernó Egipto hasta su muerte, en el año 285 a. C. El general mencionado es Seleuco I Nicátor, quien, después de largas batallas con sus antiguos compañeros de guerra, terminó anexando los territorios de Media y Siria a Babilonia, tal y como había sido profetizado. Prosigue el ángel: Al cabo de algunos años, los dos harán una alianza: el rey del sur dará a su hija en matrimonio al rey del norte, con el fin de asegurar la paz entre las dos naciones. Pero el plan fracasará, pues tanto ella como su hijo, su marido y sus criados, serán asesinados (Daniel 11,6) Tras su muerte, Ptolomeo I Sóter fue sucedido por su hijo Ptolomeo II Filadelfo. Este último gobernó hasta su muerte, en el 246 a. C. Bajo su mandato se ordenó la traducción de las Sagradas Escrituras al griego —lo que se conoce como la Septuaginta—. Seleuco I Nicátor falleció en el 281 a. C. y fue sucedido por su hijo Antíoco I Sóter, quien estuvo en el trono hasta el 261 a. C. Posteriormente, su hijo, Antíoco II Teos, estuvo en el trono hasta su muerte, acontecida en el 246 a. C. Tal y como lo describe la profecía, hubo una boda arreglada por conveniencia. En el 261 a. C., la hija de Ptolomeo II Filadelfo, llamada Berenice Sira, fue dada en matrimonio a Antíoco II Teos quien tuvo que divorciarse de su esposa, Laodice I, para acatar su parte del acuerdo de paz. Cuando el padre de Berenice murió, Antíoco la abandonó y regresó con su antigua pareja. En venganza, ella ordenó la muerte de Berenice y de Antíoco, con lo cual la profecía se cumplió literalmente. Continúa el ángel: Sin embargo, un miembro de su familia atacará al ejército del norte y ocupará la fortaleza real, y sus tropas dominarán la situación. (Daniel 11,7) El trono de Egipto fue ocupado desde el 246 hasta el 222 a. C. por Ptolomeo III Evergetes, hermano de Berenice. Siria era gobernada por Seleuco II Calinico, quien gobernó hasta su muerte en el 225 a. C. En cumplimiento a la promesa de vengar a su hermana, Ptolomeo III declaró la guerra a Siria, aunque no obtuvo la victoria deseada. Prosigue el ángel: Además, se llevará a Egipto a sus dioses, a sus imágenes hechas de metal fundido, junto con otros valiosos objetos de oro y plata. Después de algunos años sin guerra entre las dos naciones, el rey del norte tratará de invadir el sur, pero se verá obligado a retirarse (Daniel 11,8-9) Durante la fracasada invasión a Siria, Ptolomeo III Evergetes logró conseguir un botín que consistía en 40 000 talentos de plata y 2500 imágenes de dioses, muchas de ellas pertenecientes a Egipto, que habían sido robadas tras la invasión de Cambises II (525 a. C.) a Persia. Fue esta hazaña, la devolución de las imágenes, la que le valió el apodo de Evergetes, que quiere decir «benefactor». El periodo de calma de la profecía concordó perfectamente con el tratado de paz que Ptolomeo y Seleuco firmaron en el 241 a. C. Posteriormente, el rey sirio rompió el acuerdo y trató infructuosamente de conquistar Egipto. Regresó a su reino con menos dinero en los bolsillos del que tenía cuando partió. Continúa el ángel: Pero los hijos del rey del norte se prepararán para la guerra y organizarán un gran ejército. Uno de ellos se lanzará con sus tropas a la conquista del sur, destruyéndolo todo como si fuera un río desbordado; después volverá a atacar, llegando hasta la fortaleza del rey del sur. La invasión del ejército del norte enojará tanto al rey del sur, que este saldrá a luchar contra el gran ejército enemigo y lo derrotará por completo (Daniel 11,10-11) Los hijos de Seleuco II Calinico se apersonaron de los deseos de conquista de su padre. Cuando él murió, su hijo mayor, Seleuco III Sóter Cerauno, heredó el reino y gobernó entre el 225 y el 223 a. C. Tras su muerte, su hermano menor Antíoco III el Grande lo sucedió. Una de las primeras acciones bélicas de Antíoco III fue atacar a Ptolomeo IV Filopátor, rey de Egipto. El enfrentamiento se dio en la región del Líbano y fue un estruendoso fracaso para Antíoco. Más tarde logró anexar los territorios de Seleucia , Tiro y Tolomais. Una vez conquistadas estas ciudades, Palestina se convirtió en su objetivo. Palestina gozaba de la protección egipcia, de forma que el pueblo judío tuvo que soportar la embestida de dos poderosos ejércitos. Prosigue el ángel: El triunfo obtenido y el gran número de enemigos muertos lo llenará de orgullo, pero su poder no durará mucho tiempo. El rey del norte volverá a organizar un ejército, más grande que el anterior, y después de algunos años volverá a atacar al sur con un ejército numeroso y perfectamente armado (Daniel 11,12-13) Las guerras entre estos poderosos ejércitos continuaron en lo que se conoce como la Cuarta Guerra Siria. El ejército de Antíoco se presentó a las puertas de Egipto con 62 000 soldados de a pie, 6 000 jinetes y 102 elefantes. La milicia egipcia estaba formada por una falange de 20 000 nativos, mercenarios gálatas y tracios, y 73 elefantes africanos. El decisivo encuentro se produjo en Rafia (al sur de lo que actualmente se conoce como la Franja de Gaza). Allí, el ejército de Ptolomeo ganó la batalla. Tal y como lo describía la profecía, el derrotado Antíoco regresó a su reino catorce años después, cargado de riquezas producto de los saqueos. Continúa el ángel: Cuando esto suceda, muchos se rebelarán contra el rey del sur. Entre ellos habrá algunos hombres malvados de Israel, tal como fue mostrado en la visión, pero fracasarán. El rey del norte vendrá y construirá una rampa alrededor de una ciudad fortificada, y la conquistará. Ni los mejores soldados del sur podrán detener el avance de las tropas enemigas (Daniel 11,14-15) Antíoco III parecía haber restaurado el Imperio seléucida en el este, lo que le valió el título de el Grande. Entre el 205 y el 204 a. C., Ptolomeo V, de 5 años, accedió al trono de Egipto y Antíoco III concluyó un pacto secreto con Filipo V de Macedonia para repartir las posesiones ptolemaicas. Según los términos de la alianza, Macedonia recibiría los territorios próximos al mar Egeo y Cirene; por su parte, Antíoco III anexionaría Chipre y Egipto. La expresión «algunos hombres malvados de Israel» hace referencia a la organización de un cierto grupo de judíos que, cansado de estar en medio de la lucha entre estos dos poderes, se apartó de las tradiciones de sus padres y se unió al paganismo impuesto por Antíoco III . Prosigue el ángel: El invasor hará lo que se le antoje con los vencidos, sin que nadie pueda hacerle frente, y se quedará en la Tierra de la Hermosura destruyendo todo lo que encuentre a su paso. Además, se preparará para apoderarse de todo el territorio del sur; para ello, hará una alianza con ese rey y le dará a su hija como esposa, con el fin de destruir su reino, pero sus planes fracasarán. Después atacará a las ciudades de las costas, y muchas de ellas caerán en su poder; pero un general pondrá fin a esta vergüenza, poniendo a su vez en vergüenza al rey del norte. Desde allí, el rey se retirará a las fortalezas de su país; pero tropezará con una dificultad que le costará la vida, y nunca más se volverá a saber de él (Daniel 11,16-19) Antíoco III, apodado el Grande después de sus proezas, no solo se encargó de saquear todas las ciudades que había ganado en la pelea, sino que se apoderó de la «Tierra de la Hermosura», Palestina. Los habitantes de esta última celebraron el cambio de poder. Para tomar el control de Egipto, optó por dejar las armas a un lado, y pactó un convenio con Ptolomeo V Epífanes. Según el pacto, debía dar como esposa a su hija, Cleopatra I Sira, al joven faraón Ptolomeo V, quien para ese entonces tenía apenas 10 años. La boda se realizó cuando el rey cumplió los 14, en el 193 a. C. El pacto no le funcionó, entre otras, porque su hija se negó a colaborar con sus planes. Las islas del mar Egeo fueron su siguiente objetivo; allí obtuvo algunas victorias. El general que puso fin a la vergüenza, como lo señalaba la profecía, fue indudablemente el militar romano Publio Cornelio Escipión, el Africano, quien derrotó contundentemente a Antíoco III en la famosa batalla de Magnesia, en el 190 a. C. La derrota obligó a Antíoco a devolver una gran cantidad de territorio y a pagar un fuerte tributo al Gobierno romano. Después de firmar un armisticio en el que se comprometía a no atacar ninguna provincia romana ni de sus aliados, Antíoco III regresó a su tierra. Allí murió asesinado, cuando fue sorprendido robando los tesoros de un templo en el año 187 a. C. Continúa el ángel: Su lugar será ocupado por otro rey, que enviará un cobrador de tributos para enriquecer su reino; pero al cabo de pocos días lo matarán, aunque no en el campo de batalla (Daniel 11,20) El sucesor de Antíoco III el Grande fue su hijo Seleuco IV Filopátor. Durante su reinado de doce años, Seleuco tuvo enormes dificultades financieras, ya que debió abonar lo más que pudo a las deudas que había adquirido su padre, especialmente con Roma, durante la campaña conquistadora. En 176 a. C., Seleuco IV envió a su administrador Heliodoro a Jerusalén para apropiarse de los tesoros del Templo (2 Macabeos 3). A su regreso, Heliodoro asesinó a Seleuco IV, tal y como estaba profetizado. Prosigue el ángel: Después de él reinará un hombre despreciable, a quien no le correspondería ser rey, el cual ocultará sus malas intenciones y tomará el poder por medio de engaños (Daniel 11,21) Después de la muerte de Seleuco IV, le hubiera correspondido tomar el trono a su hijo, Demetrio I Sóter. Pero este estaba retenido en Roma como prenda de garantía a causa de la deuda adquirida por su abuelo. Así que fue el hermano de Seleuco, Antíoco IV Epífanes, quien se sentó en la silla real. Los engaños a los que se refiere la profecía corresponden a todas las maniobras y manipulaciones de Antíoco IV ante Roma para ser intercambiado con su sobrino en calidad de garantía de la deuda. Continúa el ángel: Destruirá por completo a las fuerzas que se le opongan, y además matará al jefe de la alianza. Engañará también a los que hayan hecho una alianza de amistad con él y, a pesar de disponer de poca gente, vencerá. Cuando nadie se lo espere, entrará en las tierras más ricas de la provincia y hará lo que no hizo ninguno de sus antepasados: repartirá entre sus soldados los bienes y riquezas obtenidas en la guerra. Planeará sus ataques contra las ciudades fortificadas, aunque solo por algún tiempo. Animado por su poder y su valor, atacará al rey del sur con el apoyo de un gran ejército. El rey del sur responderá con valor, y entrará en la guerra con un ejército grande y poderoso; pero será traicionado, y no podrá resistir los ataques del ejército enemigo. Los mismos que él invitaba a comer en su propia mesa, le prepararán la ruina, pues su ejército será derrotado y muchísimos de sus soldados morirán. Entonces los dos reyes, pensando solo en hacerse daño, se sentarán a comer en la misma mesa y se dirán mentiras el uno al otro, pero ninguno de los dos logrará su propósito porque todavía no será el momento (Daniel 11,22-27) Todas las guerras que habían luchado sus antepasados fueron nada en comparación con las que emprendió Antíoco IV, el «despiadado rey». Cuando se sentó en el trono, ofreció un pacto de amistad a su cuñado, el faraón egipcio, que duró muy poco ya que rápidamente atacó e invadió Egipto y conquistó casi todo el país (a excepción de su capital, Alejandría). Llegó a capturar al rey Ptolomeo VI Filométor, pero, para no alarmar a Roma, decidió regresarlo al trono, en respeto a los acuerdos que había hecho con su sobrino Ptolomeo VIII Evergetes («[…] entonces los dos reyes, pensando solo en hacerse daño, se sentarán a comer en la misma mesa y se dirán mentiras el uno al otro»). No obstante, Ptolomeo VI regresó a su imperio como una marioneta de su captor. Prosigue el ángel: El rey del norte regresará a su país con todas las riquezas capturadas en la guerra, y entonces se pondrá en contra de la santa alianza; llevará a cabo sus planes, y después volverá a su tierra (Daniel 11,28) Los romanos, en cabeza del cónsul Cayo Popilio Lenas, obligaron a Antíoco a abandonar Egipto, regresando a su natal Siria cargado de tesoros de aquellas tierras y de las que tomó en su paso por Jerusalén. Continúa el ángel: Cuando llegue el momento señalado, lanzará de nuevo sus tropas contra el sur; pero en esta invasión no triunfará como la primera vez. Su ejército será atacado por tropas del oeste traídas en barcos, y dominado por el pánico emprenderá la retirada. Entonces el rey del norte descargará su odio sobre la santa alianza, valiéndose de los que renegaron de la alianza para servirle a él (Daniel 11,29-30) Cuando Antíoco perdió a su marioneta (ya que los alejandrinos nombraron rey a Ptolomeo VIII Evergetes, hermano de Ptolomeo VI), decidió tratar de recuperar Egipto de nuevo y organizó un nuevo asalto en el año 168 a. C. Con este ataque logró conquistar brevemente a Chipre, pero los romanos intervinieron y lo hicieron retirarse de los territorios ocupados. Lleno de ira, en su camino de regreso, la emprendió contra los judíos en Tierra Santa. Su meta era destruir completamente las tradiciones judías, por lo que el 16 de diciembre del 167 a. C., el soberbio rey mandó a construir un altar a su dios Zeus en el mismo lugar donde se encontraba el altar de los holocaustos y ofreció un cerdo en sacrificio a su divinidad. El Primer Libro de los Macabeos narra lo que aconteció en aquellos días: El rey publicó entonces en todo su reino un decreto que ordenaba a todos formar un solo pueblo, abandonando cada uno sus costumbres propias. Todas las otras naciones obedecieron la orden del rey, y aun muchos israelitas aceptaron la religión del rey, ofrecieron sacrificios a los ídolos y profanaron el sábado. Por medio de mensajeros, el rey envió a Jerusalén y demás ciudades de Judea decretos que obligaban a seguir costumbres extrañas en el país y que prohibían ofrecer holocaustos, sacrificios y ofrendas en el santuario, que hacían profanar el sábado, las fiestas, el santuario y todo lo que era sagrado; que mandaban construir altares, templos y capillas para el culto idolátrico, así como sacrificar cerdos y otros animales impuros, dejar sin circuncidar a los niños y mancharse con toda clase de cosas impuras y profanas, olvidando la ley y cambiando todos los mandamientos. Aquel que no obedeciera las órdenes del rey sería condenado a muerte […] El día quince del mes de Quisleu del año ciento cuarenta y cinco, el rey cometió un horrible sacrilegio, pues construyó un altar pagano encima del altar de los holocaustos. Igualmente, se construyeron altares en las demás ciudades de Judea. En las puertas de las casas y en las calles se ofrecía incienso. Destrozaron y quemaron los libros de la Ley que encontraron, y si a alguien se le encontraba un libro de la alianza de Dios, o alguno simpatizaba con la ley, se le condenaba a muerte, según el decreto del rey. Así, usando la fuerza, procedía esa gente mes tras mes contra los israelitas que encontraban en las diversas ciudades. (1 Macabeos 1,41-58) Prosigue el ángel en su revelación de los acontecimientos futuros a Daniel: Sus soldados profanarán el templo y las fortificaciones, suspenderán el sacrificio diario y pondrán allí el horrible sacrilegio. El rey tratará de comprar con halagos a los que renieguen de la alianza, pero el pueblo que ama a su Dios se mantendrá firme y hará frente a la situación. Los sabios del pueblo instruirán a mucha gente, pero luego los matarán a ellos, y los quemarán, y les robarán todo lo que tengan, y los harán esclavos en tierras extranjeras. Esto durará algún tiempo (Daniel 11,31-33) Acudiendo nuevamente al Primer Libro de los Macabeos, podemos ver el cabal cumplimiento de este episodio profético que dio origen a lo que se conoce como «la guerra de los macabeos». Un anciano sacerdote llamado Matatías, padre de cinco hijos, fue el primero en revelarse contra el nuevo edicto del rey. Más allá de llamar a la sublevación, su indignación lo llevó a asesinar al emisario del rey encargado de hacer cumplir la ley y a destruir el nuevo altar. Huyó junto a sus hijos a las montañas para organizar una guerrilla que lucharía contra el ejército de Antíoco. El anciano sacerdote murió unos meses después y su hijo Judas tomó el liderazgo de la resistencia. Finalmente, en diciembre del 164 a. C., la milicia macabea entró triunfante a Jerusalén (1 Macabeos 2-4). Continúa el ángel: Cuando llegue el momento de las persecuciones, recibirán un poco de ayuda, aunque muchos se unirán a ellos solo por conveniencia propia. También serán perseguidos algunos de los que instruían al pueblo, para que, puestos a prueba, sean purificados y perfeccionados, hasta que llegue el momento final que ya ha sido señalado (Daniel 11,34-35) Durante el periodo de resistencia, mucha gente se unió a la guerrilla, pero no por la convicción religiosa de preservar el judaísmo, sino por salvar sus vidas: «[…] solo por conveniencia propia». Esta prolongada guerra sirvió para depurar la nación. El profeta Zacarías también había profetizado este periodo: Morirán dos terceras partes de los que habitan en este país: solo quedará con vida la tercera parte. Y a esa parte que quede la haré pasar por el fuego; la purificaré como se purifica la plata, la afinaré como se afina el oro. Entonces ellos me invocarán, y yo les contestaré. Los llamaré «pueblo mío», y ellos responderán: «El Señor es nuestro Dios». Yo, el Señor, doy mi palabra (Zacarías 13,8-9) Los versículos del 36 al 45 del Libro de Daniel siguen hablando de Antíoco IV Epífanes y de todo el mal que le causaría al pueblo judío. Algunos de los eventos de la profecía son difíciles de ubicar en la historia de este terrible personaje. Aunque la profecía no concuerda con el lugar de la muerte, que fue en Persia y no cerca de Jerusalén, sí coincide totalmente con la terrible muerte que sufrió. El Segundo Libro de los Macabeos la describe: En ese tiempo, el rey Antíoco se tuvo que retirar rápidamente de Persia. Había llegado a la ciudad de Persépolis, pensando en quedarse con lo que había en el templo y en la ciudad. Pero la gente de la ciudad tomó las armas y lo atacó. Antíoco y sus acompañantes sufrieron una humillante derrota, y tuvieron que escapar. Cuando estaba en la ciudad de Ecbatana, se enteró de lo que había sucedido a Nicanor y a los soldados de Timoteo. Fuera de sí por la rabia, decidió hacer pagar a los judíos la humillación que le habían causado los persas al ponerlo en fuga. Por este motivo ordenó al conductor del carro que avanzara sin descanso hasta terminar el viaje. Pero el juicio de Dios lo seguía. En su arrogancia, Antíoco había dicho: «Cuando llegue a Jerusalén, convertiré la ciudad en cementerio de los judíos». Pero el Señor Dios de Israel, que todo lo ve, lo castigó con un mal incurable e invisible: apenas había dicho estas palabras, le vino un dolor de vientre que con nada se le pasaba, y un fuerte cólico le atacó los intestinos. Esto fue un justo castigo para quien, con tantas y tan refinadas torturas, había atormentado en el vientre a los demás. A pesar de todo, Antíoco no abandonó en absoluto su arrogancia; lleno de orgullo y respirando llamas de odio contra los judíos, ordenó acelerar el viaje. Pero cayó del carro, que corría estrepitosamente, y en su aparatosa caída se le dislocaron todos los miembros del cuerpo. Así, el que hasta hacía poco, en su arrogancia sobrehumana, se imaginaba poder dar órdenes a las olas del mar y, como Dios, pesar las más altas montañas, cayó derribado al suelo y tuvo que ser llevado en una camilla, haciendo ver claramente a todos el poder de Dios. Los ojos del impío hervían de gusanos, y aún con vida, en medio de horribles dolores, la carne se le caía a pedazos; el cuerpo empezó a pudrírsele, y era tal su mal olor, que el ejército no podía soportarlo. Tan inaguantable era la hediondez, que nadie podía transportar al que poco antes pensaba poder alcanzar los astros del cielo. Entonces, todo malherido, bajo el castigo divino que por momentos se hacía más doloroso, comenzó a moderar su enorme arrogancia y a entrar en razón. Y como ni él mismo podía soportar su propio mal olor, exclamó: «Es justo someterse a Dios y, siendo mortal, no pretender ser igual a él». Entonces este criminal empezó a suplicar al Señor; pero Dios ya no tendría misericordia de él. Poco antes quería ir a toda prisa a la ciudad santa, para arrasarla y dejarla convertida en cementerio, y ahora prometía a Dios declararla libre; hacía poco juzgaba a los judíos indignos de sepultura, y buenos solo para servir de alimento a las aves de rapiña o para ser arrojados con sus hijos a las fieras, y ahora prometía darles los mismos derechos que a los ciudadanos de Atenas; antes había robado el santo templo, y ahora prometía adornarlo con las más bellas ofrendas, y devolver todos los utensilios sagrados y dar todavía muchos más, y atender con su propio dinero a los gastos de los sacrificios, y, finalmente, hacerse él mismo judío y recorrer todos los lugares habitados proclamando el poder de Dios. […] Así pues, este asesino, que injuriaba a Dios, terminó su vida con una muerte horrible, lejos de su patria y entre montañas, en medio de atroces sufrimientos, como los que él había hecho sufrir a otros. Filipo, su amigo íntimo, transportó el cadáver; pero, como no se fiaba del hijo de Antíoco, se refugió en Egipto, junto al rey Tolomeo Filométor (2 Macabeos 9) Todos los hechos históricos que he descrito en esta parte del capítulo pueden ser comprobados en cualquier fuente histórica. Así usted puede cerciorarse de que la profecía se cumplió de forma precisa y con un grado de detalle que es imposible de explicar sin acudir a la revelación divina. Profecías con este grado de exactitud y claridad abundan en el Antiguo Testamento, y con ellas se puede ratificar el título de «profeta» de los correspondientes autores. Las profecías sobre la venida del Mesías estaban revestidas de la misma autoridad otorgada a los profetas. ¿Coincidencia? ¿Suerte?

comunica

¿SE COMUNICA CON NOSOTROS? – CONCLUSIÓN

En los muchos años que llevo dictando conferencias sobre nuestra religión, con respecto a los temas bíblicos he encontrado el mayor número de mitos y leyendas. Una inmensa cantidad de creyentes desconoce el origen y la procedencia de la sagrada Biblia. Ignora que, de los libros de la Antigüedad, es el que tiene mejor soporte documental; supera en este ámbito, de lejos, a cualquier otra obra de su época. Con la información que he aportado en este capítulo, quien tenga una Biblia puede tener la confianza y tranquilidad de saber que esta obra tan especial contiene el mismo mensaje que escribieron sus autores desde un principio, sin adulteraciones ni manipulaciones. Los miles y miles de manuscritos de la Antigüedad que poseen los museos y las librerías de todo el mundo están disponibles al público para que usted pueda comparar todas las palabras con el respectivo papiro. Con esta comparación se puede demostrar la fidelidad del mensaje, a pesar del tiempo transcurrido.

Mostré igualmente la época de la que datan los manuscritos, según la mayoría de los técnicos en el asunto. Con estos datos podemos tener la certeza sobre el tiempo en que su autor vivió. Si el escritor profetizó un evento que habría de ocurrir en el futuro y este evento se cumplió, tenemos una prueba inequívoca de que es un verdadero profeta. La época en que fue escrita la profecía es muy importante, pues nos permite corroborar que ella es anterior a la época del hecho que habría de ocurrir. Todas las predicciones que he descrito en este capítulo hablan de sucesos que sucederían cientos de años después de haber sido anunciados, por lo que no es necesario conocer la fecha exacta en que se hizo la profecía; la época es suficiente. Se ha encontrado el libro del profeta Daniel en documentos que datan de su época, por lo que queda establecido que la predicción es anterior al evento.

Desde antes de que Moisés existiera, han existido personas que se han atrevido a hacer predicciones sobre sucesos futuros. Incluso en nuestros tiempos las sigue habiendo. Sin embargo, aventurarse a vaticinar lo que va a pasar no convierte a alguien automáticamente en un profeta. Como se puede apreciar con el desarrollo del capítulo, las profecías cumplen básicamente dos requisitos. El primero es que el vaticinio sea el resultado de una revelación, lo que prueba el grado de la relación del profeta con Dios. El segundo es que el vaticinio se haya cumplido. Toda la gente que conoció y que escuchó hablar en persona a los profetas bíblicos pudo corroborar lo primero, mas no lo segundo. En su momento, estos hombres dieron testimonio de ser escogidos por Dios mediante una serie de milagros[68], o derramando su propia sangre[69]. Mucho tiempo después, el pueblo elegido incorporó sus profecías a la lista de acontecimientos que esperaba pacientemente que sucediera. Cuando sucedían, se verificaba lo segundo.

Hoy somos testigos del cumplimiento de cientos de profecías. En retrospectiva, podemos ponerles fecha y hora a esos sucesos que fueron vaticinados incluso siglos antes que ocurrieran. La precisión de los detalles de las profecías que Daniel revela en gran parte del capítulo 11 es imposible de alcanzar mediante adivinanzas, o imaginando los hechos. Recordemos que sus profecías se refieren a los eventos más destacados de un periodo de 400 años de historia. Un periodo que comienza con el reinado de Ciro ii el Grande (559 al 530 a. C.) en Persia y que va hasta Antíoco iv Epífanes (175 al 163 a. C.) en Siria. Matrimonios, conquistas, derrotas, sucesiones, herencias, desfalcos, destierros, héroes, villanos, triunfadores y vencidos, ¿es posible hacer una historia completa, con todos esos detalles, fruto de la invención humana, con cientos de años de anterioridad a la ocurrencia de los eventos? ¿No es esta una prueba irrefutable de la comunicación del dueño y Señor de la historia con nosotros? ¿Cabe pensar que Daniel no es un elegido de Dios? Se puede preguntar lo mismo sobre el resto de los profetas.

Como se presentó en el desarrollo de este capítulo, hubo profecías de todo tipo, de las que podríamos llamar «buenas» y «de las otras». Sin lugar a duda, las que profetizaban que Dios se haría hombre al nacer de una virgen, y que su vida entre nosotros revolucionaría el orden mundial fueron las más importantes por las repercusiones que tuvieron para toda la humanidad.

Dios le había hecho una promesa sumamente trascendental a Abram:

Deja tu tierra, tus parientes y la casa de tu padre, para ir a la tierra que yo te voy a mostrar. Con tus descendientes voy a formar una gran nación; voy a bendecirte y hacerte famoso, y serás una bendición para otros. Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré a los que te maldigan; por medio de ti bendeciré a todas las familias del mundo (Génesis 12,1-3)

Toda la descendencia de Abram, llamada «el pueblo elegido de Dios», tenía esa promesa grabada en su corazón y en su mente. Desde niños la aprendían y morían sin perder la esperanza de que pronto sería una realidad. ¡Ser el pueblo escogido por Dios! ¿Existiría una promesa mejor? ¿Qué cosa mala le podría ocurrir a una descendencia a la que Él había seleccionado, entre miles de otras, para bendecir a través de ella a todas las familias del mundo? En los acontecimientos posteriores a ese encuentro entre Abram y el Creador, se aclaró explícitamente que lo único que se pedía a cambio era fidelidad. A pesar de todos los milagros y demostraciones de poder del hacedor de la promesa, los judíos no pudieron cumplir su parte. Como resultado, vivieron de cautiverio en cautiverio; primero bajo el poder de los egipcios, luego, de los babilonios, griegos, medos, persas y romanos, entre otros. Tuvieron tiempos de gloria, en especial con el rey David, en los que pensaron que finalmente podían regocijarse y gozar del tan anhelado momento. Pero sus pasiones humanas los traicionaron y volvieron a darle la espalda al Señor. Así que, cuando los profetas empezaron a vaticinar que Dios enviaría a su hijo para restaurar el pueblo de Israel (Lucas 2,25), los corazones judíos se llenaron de esperanza. La llegada del Mesías se convirtió en su mayor anhelo. Finalmente vivirían en libertad y serían una nación más rica, poderosa e importante que cualquiera otra de aquel momento.

Los profetas no hablaron en forma criptica, ni vaga, ni genérica. Dieron detalles muy específicos que permitirían identificar sin equívoco a ese redentor, al Mesías. Hice una lista de cuarenta y una profecías, las más fáciles de identificar, pero el número total de profecías pasa de las trescientas. ¿Qué explicación podemos dar a su cumplimiento? ¿Cómo es posible que docenas de personas que vivieron en tiempos y lugares diferentes, que nunca se comunicaron, dieran esa enorme cantidad de detalles que identificaran al Mesías? Mostré que la probabilidad de que esas predicciones fueran cumplidas por una sola persona era de 1 en 10181. Y… ¡ocurrió! Pensar que es una enorme coincidencia es exigirle a la suerte algo imposible de lograr. Este número debe ser una prueba contundente, sin lugar a duda; es una prueba de que los profetas hicieron esos anuncios porque Dios se los comunicó.

Las personas que en la actualidad ostentan el título de «videntes», porque supuestamente pueden ver el futuro, han hecho básicamente un análisis estadístico: recopilan la mayor cantidad de información posible sobre el tema y emiten la predicción. Estos «videntes» nos dicen quién va a ganar la copa del próximo mundial de fútbol, o quién será el ganador de las próximas elecciones presidenciales, o que ocurrirá un accidente aéreo en Europa, etc. Todas esas predicciones pueden explicarse satisfactoriamente mediante la teoría de las probabilidades, sumada a una buena cantidad de información. Si la persona no acierta, lo peor que le puede pasar es que pierda seguidores y eventualmente tenga que buscar otro oficio. Los profetas de la Antigüedad enfrentaban castigos mayores: el destierro, y hasta la muerte. Pretender una comunicación directa con el Creador era una falta gravísima. Uno de los regaños más severos que encontramos en el Antiguo Testamento es precisamente contra los falsos profetas:

Dios me dijo: «Hay profetas que anuncian a Israel mensajes que ellos mismos inventaron. Por eso, ve y diles de mi parte lo siguiente: “Pobres profetas, ¡qué tontos son ustedes! Yo no les he dado ningún mensaje. Ustedes inventan sus mensajes; son como los chacales cuando buscan alimento entre las ruinas. No han preparado a los israelitas para que puedan evitar el castigo que voy a darles. Todo lo que ustedes anuncian es mentira; es solo producto de su imaginación. Aseguran que hablan de mi parte, pero eso es mentira: yo nunca les he pedido que hablen por mí. ¿Y todavía esperan que se cumplan sus palabras? Yo soy el Dios de Israel, y les aseguro que me pondré en contra de ustedes, pues solo dicen mentiras y falsedades. Yo los castigaré por dar mensajes falsos. Borraré sus nombres de la lista de los israelitas, y no tendrán entre ellos arte ni parte. ¡Ni siquiera podrán volver a poner un pie en su tierra! Así reconocerán que yo soy el Dios de Israel. Todo esto les sucederá por haber engañado a mi pueblo; por haberle asegurado que todo estaba bien, cuando en realidad todo estaba mal. Sus mentiras son como una pared de piedras pegadas con yeso. ¡Y esa pared se vendrá abajo! Pues sepan, señores albañiles, que voy a lanzar una fuerte tempestad contra esa pared, y que la derribaré con lluvia, granizo y un viento muy fuerte. Entonces la gente dirá: ¡Y a quién se le ocurre confiar en mentiras! Yo soy el Dios de Israel, y estoy tan enojado que enviaré contra ustedes un viento huracanado, y abundante lluvia y granizo, y lo destruiré todo. Estoy tan enojado que derribaré esa pared de mentiras que ustedes construyeron. Entonces reconocerán que yo soy el Dios de Israel”. Cuando esto suceda, ustedes quedarán aplastados bajo el peso de sus mentiras. Entonces yo les preguntaré: ¿Qué pasó con sus profecías? ¿Qué pasó con esos tontos profetas? ¿Dónde están esos profetas de Israel que le daban falsos mensajes a Jerusalén? ¿Dónde están los que le aseguraban que todo estaba bien, cuando en realidad todo estaba mal? Yo soy el Dios de Israel, y cumpliré mi palabra”» (Ezequiel 13,1-16)

El cumplimiento cabal de todas las profecías que daban diversos detalles de la vida del Mesías es un indicador incuestionable de que Dios ha mantenido con nosotros, sus hijos, una comunicación. Él nos ha hablado y quiso darnos con estas señales la tranquilidad de reconocer a sus escogidos como verdaderos: su mensaje es real. ¿Habría razón para pensar que una de estas personas hubiera dicho la verdad respecto a los eventos futuros de la llegada del Mesías, pero que mintiera en relación con todo lo demás? ¿No es esto una evidencia contundente de que Dios se ha comunicado con nosotros a través de estas personas tan especiales? ¿Qué razón podría existir para asumir que nuestro Padre hubiera querido comunicarse solamente hasta la época en que vivieron los profetas y guardar silencio después? Como lo dije en la introducción de este capítulo, su Palabra, al igual que Él, son atemporales. Su Palabra tiene hoy la misma vigencia que la que tuvo cuando vivieron los profetas. Así que es correcto decir que nuestro Padre ha mantenido una comunicación con nosotros, sus hijos, no solo a través de la Creación y de nuestros sentimientos, sino que la ha mantenido, de manera más explícita, a través de la Biblia.

De los profetas escogidos por Dios, Moisés fue uno de los que disfrutó de una relación más estrecha con Él. En distintas ocasiones, tuvieron encuentros de varios días, como cuando Moisés escribió los diez mandamientos: «Y Moisés estuvo allí con el Señor cuarenta días y cuarenta noches» (Éxodo 34,28). Así que tuvieron la oportunidad de hablar de muchas cosas, entre otras, de la creación del universo. Moisés tuvo nuestra misma curiosidad: él también quiso saber cómo fue el comienzo, cuál fue el origen de todo. Quiero insistir en que, a pesar de que en la actualidad tenemos un desarrollo científico que ha logrado armar muchas partes del rompecabezas de la Creación (por lo que nos parece natural poseer ese conocimiento), hace cien años era una completa caja negra; y lo era mucho más hace tres mil setecientos años, cuando se escribió el Génesis. ¿Cómo explicar que este amigo de Dios haya podido describir todos y cada uno de los eventos de la Creación en total concordancia con lo que la ciencia ha determinado hoy? Descontando, por supuesto, que el lenguaje que empleó carece de tecnicismos (como resulta natural en un relato dirigido a cualquier persona en cualquier momento), que haya dicho que el universo tuvo un comienzo, que dijera que la vida emergió de la materia, que haya descrito la luz de la gran explosión y haber afirmado que la vida comenzó en el agua, etc. ¿no es evidencia suficiente de su íntima relación con el Creador?

La información revelada en el Génesis es un marcador empírico de la comunicación del Creador con nosotros. Nuevamente, pretender que quien escribió la historia simplemente tuvo suerte al acertar en todos y cada uno de los grandes eventos que sucedieron, con un alto nivel de detalle, es exigir demasiado a la ley de las probabilidades.

Otras religiones, como las que presenté en la argumentación, escogieron caminos más poéticos porque sus autores quisieron dar una respuesta a ese gran cuestionamiento sobre el origen del universo desde el fondo de su imaginación. De tal forma que no brindaron detalles que tan siquiera se asemejaran a los de la narrativa científica moderna. Estos detalles sí los ofrece nuestra Biblia. Este hecho, que escapa a cualquier explicación racional, es una evidencia más de que el verdadero autor del Génesis es el dueño de la Creación. Él era el único que poseía toda la información de los hechos que se narran. Claramente, tenemos el libro sagrado correcto. Digo esto para contestar las preguntas que se hacen muchos deístas: ¿Qué nos hace pensar que estamos con el dios verdadero? ¿Cómo estar tan seguros de que no estamos adorando al dios equivocado? ¿Por qué no puede ser el dios de los hinduistas el correcto? Si el de ellos fuera el verdadero, su narrativa de la Creación sería ajustada a la de la ciencia. Hoy sabemos que esas narraciones no concuerdan.

La Biblia nunca ha pretendido ser un libro que enseñe ciencia, geografía o astronomía. Pero tampoco se puede ignorar el hecho de que incluye información al respecto, información que sorprende y que era completamente desconocida en su época. Los autores de los libros de la Biblia hicieron referencia a una gran cantidad de hechos que desconocíamos hasta hace un par de siglos. ¿Pueden las referencias que enumeré en el desarrollo de este capítulo ser interpretadas como simple poesía? Admito que es ciertamente posible que los autores hayan hablado del infinito número de estrellas, o de la diferencia entre todas ellas, o de que la Tierra flota en el espacio, o de su redondez, o del ciclo del agua, o de la primera y la segunda ley de la termodinámica en forma poética porque estaban haciendo uso de algunas de las figuras retóricas mencionadas en la argumentación. Pero ¿por qué resultaron ser hechos ciertos, validados por la ciencia miles de años después? Y ¿por qué no se encuentra esta información, con la misma claridad, en los libros sagrados de otras religiones?

En toda la evidencia presentada en este capítulo subyace un factor común: por más imaginación que se emplee, la Biblia no pudo haber sido escrita usando solamente el intelecto humano. Docenas de autores que no se conocieron, que vivieron en lugares a miles de kilómetros los unos de los otros, en épocas tan distintas (desde el punto de vista cultural, social, político y religioso), que hablaban idiomas diferentes, de las más variadas procedencias y oficios (desde esclavos hasta reyes, pasando por asesinos y generales) escribieron setenta y tres libros consistentes, armoniosos y sin contradicciones. En el desarrollo de la pregunta de si Dios se comunica con nosotros, el lector debe sentir la enorme tranquilidad y confianza de saber que ciertamente Él transmitió su conocimiento y palabras a nosotros, sus hijos. Para ello, estableció un puente de comunicación seguro mientras esperamos nuestro encuentro con Él.

¿Se comunica Dios con nosotros? ¡No hay duda de ello!

 

 


[1] En mi libro, Lo que quiso saber de nuestra Iglesia católica y no se atrevió a preguntar, desarrollo todo un capítulo sobre este tema.

[2] Chumayel es una localidad del estado de Yucatán, México. Es la cabecera del municipio homónimo y está ubicada aproximadamente 70 kilómetros al sureste de la ciudad de Mérida, capital del estado, y 20 km al norte de la ciudad de Tekax.

[3] Catalina de Médici (Florencia, Italia, 13 de abril de 1519-Castillo de Blois, Francia, 5 de enero de 1589) fue una noble italiana, hija de Lorenzo ii de Médici y Magdalena de la Tour de Auvernia. Como esposa de Enrique ii de Francia, fue reina consorte de Francia desde 1547 hasta 1559. En dicho país es más conocida por la francofonización de su nombre, Catherine de Médicis.

[4] Tito Flavio Sabino Vespasiano, comúnmente conocido con el nombre de Tito (30 de diciembre de 39-13 de septiembre de 81), fue emperador del Imperio romano desde el año 79 hasta su muerte, en el año 81. Fue el segundo emperador de la dinastía Flavia, dinastía romana que gobernó el Imperio entre los años 69 y 96. Dicha estirpe comprende los reinados de su padre, Vespasiano (69-79), el suyo propio (79-81) y el de su hermano, Domiciano (81-96).

[5] Los Archivos Nacionales y Administración de Documentos (National Archives and Records Administration, también conocida por su acrónimo, nara, en inglés) es una agencia independiente, adscrita al gobierno federal de Estados Unidos, que protege y documenta los registros gubernamentales e históricos.

[6] Desde hace un siglo, dichas técnicas de conservación se han mejorado substancialmente, lo que ha alargado de forma notable la vida de estos documentos.

[7] Las técnicas para conservarlos se desarrollaron apenas hace un siglo.

[8] Homero fue un poeta de la antigua Grecia que nació y vivió en el siglo viii a. C. Fue el autor de dos de las principales obras de la antigüedad: los poemas épicos La Ilíada y La Odisea.

[9] Ciencia que estudia la historia.

[10] Ciencia que se encarga de descifrar las escrituras antiguas y estudiar su evolución, así como de datar, localizar y clasificar los diferentes testimonios gráficos que son su objeto de estudio.

[11] Miguel de Cervantes Saavedra (Alcalá de Henares, 29 de septiembre de 1547-Madrid, 22 de abril de 1616) fue un novelista, poeta, dramaturgo y soldado español. Es considerado como la máxima figura de la literatura española.

[12] La Vulgata es una traducción de la Biblia hebrea y griega al latín.

[13] Eusebio Hierónimo (Estridón, Dalmacia, hacia 340-Belén, 30 de septiembre de 420), conocido comúnmente como san Jerónimo, pero también como Jerónimo de Estridón o, simplemente, Jerónimo. Hizo la traducción de la Biblia al latín por encargo del papa Dámaso i (quien reunió los primeros libros de la Biblia en el Concilio de Roma en el año 382 d. C.). Es considerado Padre de la Iglesia, uno de los cuatro grandes Padres Latinos.

[14] Para la primera traducción al español se utilizó otra versión latina: Veteris et Novi Testamenti nova translatio, realizada por Sanctes Pagnino por encargo del papa León x y publicada en 1527.

[15] Primer obispo de Jerusalén, apedreado en el 62 d. C.

[16] Ver https://www.tandfonline.com/doi/full/10.1080/00206814.2011.639996

[17] Existen dos versiones conocidas del Talmud: el Talmud de Jerusalén (Talmud Yerushalmi), que se redactó en la provincia romana llamada Filistea, y el Talmud de Babilonia (Talmud Babli), que fue redactado en la región de Babilonia, en Mesopotamia. Ambas versiones fueron redactadas a lo largo de muchos siglos por generaciones de eruditos provenientes de muchas academias rabínicas establecidas desde la Antigüedad.

[18] Puede ver de manera digital y con una extraordinaria resolución estos rollos en http://dss.collections.imj.org.il/

[19] Ver The Dead Sea Scrolls of St. Mark’s Monastery, de Millar Burrows.

[20] Conocidos como judíos helenísticos.

[21] La honda es una de las armas más antiguas de la humanidad. Consiste básicamente en dos cuerdas o correas, a cuyos extremos se sujeta un receptáculo flexible desde el que se dispara un proyectil. Agarrado el artilugio por los dos extremos opuestos, se voltea, de manera que el proyectil adquiera velocidad, y después se suelta una de las cuerdas para liberarlo. El proyectil alcanza una gran distancia y poder de impacto. Los materiales empleados en la construcción de las hondas son muy diversos (tradicionalmente cuero, fibras textiles, tendones, crin, etc.). Los proyectiles pueden ser piedras naturales redondeadas o labradas con bastante precisión, arcilla cocida o secada al sol, plomo moldeado, etc.

[22] Segundo hijo de la unión del rey David con Betsabé.

[23] Su tumba puede ser visitada en la actualidad.

[24] Hijo y sucesor de Asurnasirpal ii.

[25] Ver La arqueología del antiguo Israel, de Amnon Ben-Tor.

[26] Georges Lemaître (Bélgica, 1894) fue un sacerdote católico de la orden de los jesuitas. Fue un científico y religioso que, en declaraciones al New York Times, explicó esta aparente dualidad: «Yo me interesaba por la verdad desde el punto de vista de la salvación y desde el punto de vista de la certeza científica. Me parecía que los dos caminos conducen a la verdad, y decidí seguir ambos. Nada en mi vida profesional, ni en lo que he encontrado en la ciencia y en la religión, me ha inducido jamás a cambiar de opinión».

[27] La famosa formula de Einstein, «e=mc2», demuestra la relación que existe entre masa y energía.

[28] Aleksandr Aleksándrovich Friedman (San Petersburgo, 16 de junio de 1888-Leningrado, 16 de septiembre de 1925) fue un matemático y meteorólogo ruso, especializado en cosmología relativista.

[29] Según lo dicho en Antigüedades judías, libro ii, capítulo 9, párrafo 5, de Josefo Flavio.

[30] En 1978, se otorga el premio Nobel de Física a Penzias y Wilson por el descubrimiento de la radiación de fondo de microondas.

[31] Descubierta a mediados del siglo xix gracias a los trabajos de Mayer, Joule, Helmholtz y otros.

[32] Puede ver los libros que cito en la página web https://www.sacred-texts.com/hin/index.htm (RigVeda, libro x, himnos 72, 81, 90, 121, 129, 181, 182 y 190).

[33] En sánscrito, Amrita (‘sin muerte’) es el nombre que recibe el néctar de la inmortalidad. Amrita está relacionada con la palabra «atlántica», que tiene los significados de «la que trasciende a través de lo inexplicable» o «aquella que tiene o sabe de la energía femenina».

[34] Para la geología, se trata de un periodo equivalente a mil millones de años.

[35] Ver https://universohindu.com

[36] Siddharta Gautama, más conocido como Buda Gautama, o simplemente el Buda, fue un monje, mendicante, filósofo y sabio, sobre cuyas enseñanzas se fundó el budismo. Nació en la desaparecida República Sakia, en las estribaciones del Himalaya. Enseñó principalmente en el noroeste de la India. Para evitar ciertas interpretaciones erróneas muy comunes, debe enfatizarse que Buda Gautama no es un dios ni el único, ni primer buda. En la cosmología budista, se hace esta distinción al afirmar que únicamente los humanos (pero no se limita a esta humanidad en particular) pueden lograr el estado de buda, pues en estos reside el mayor potencial para la iluminación.

[37] Detectada por primera vez en 1965 por los físicos estadounidenses Arno Penzias y Robert Woodrow Wilson en los laboratorios Bell de Crawford Hill, cerca de Holmdel Township (Nueva Jersey). Este descubrimiento los hizo merecedores del premio Nobel de Física en 1978.

[38] Consiste en comparar un término real con otro imaginario que se le asemeje en alguna cualidad. Ejemplos: Salmo 1,3; 1 de Pedro 2,25.

[39] Consiste en identificar un término real con otro imaginario cuando existe entre ambos una relación de semejanza. Ejemplos: Isaías 40,6; 1 de Pedro 1,24; Salmo 23,1; Mateo 5,13; Mateo 26,26.

[40] Consiste en una sucesión de metáforas que juntas evocan una idea compleja. Ejemplos: Gálatas 4; Salmo 80; Isaías 5; Mateo 12,43-45.

[41] Consiste en unir dos ideas opuestas que resultan contradictorias, pero que pueden encerrar una verdad oculta. Ejemplos: Mateo 16,25; 1 Timoteo 5,6.

[42] Consiste en dar a entender lo contrario de lo que se dice. Ejemplos: Job 12,2; 1 Reyes 18,27; Lucas 13,33.

[43] Consiste en atribuir cualidades o acciones propias de seres humanos a animales, objetos o ideas abstractas. Ejemplos: Mateo 6,24; Jueces 5,20.

[44] Consiste en atribuir la forma o cualidades humanas a Dios. Ejemplos: Éxodo 33,11; Job 34,21; Santiago 5,4; Isaías 30,27.

[45] Consiste en atribuir sentimientos humanos a Dios. Ejemplos: Génesis 6,6; Éxodo 20,5.

[46] Consiste en aumentar o disminuir de manera exagerada un aspecto o característica de una cosa. Ejemplos: Éxodo 8,17; Deuteronomio 1,28; Jueces 20,16.

[47] Consiste en designar la parte por el todo o viceversa. Ejemplos: Mateo 6,11; Proverbios 22,9.

[48] Consiste en sustituir una palabra o expresión desagradable por otra de connotaciones menos negativas. Ejemplos: Juan 3,16; Apocalipsis 22,18.

[49] Claudio Ptolomeo (Ptolemaida Hermia, 100 d. C.-Canopo, 170 d. C.; fechas estimadas) fue un astrónomo, astrólogo, químico, geógrafo y matemático griego.

[50] Vivió entre los años 1040 y 966 a. C.

[51] Joseph von Fraunhofer (Straubing, 6 de marzo de 1787-Múnich, 7 de junio de 1826) fue un astrónomo, óptico y físico alemán. Fue uno de los fundadores de la espectrometría como disciplina científica.

[52] La historia se encuentra en Leyendas de los indios de Norteamérica, de Francisco Caudet Yarza.

[53] Este es un personaje ficticio del que me sirvo para explicar mi punto.

[54] La idea del fraude es sostenida por Pepe Rodríguez, autor del libro Mentiras fundamentales de la Iglesia Católica. Omitiendo todas las pruebas, Rodríguez data erróneamente los manuscritos. Afirma que ellos fueron escritos cientos de años después de cuando fueron escritos en realidad. La evidencia aquí presentada, y muchísima otra, desmienten esta idea.

[55] Ver www.intervarsity.org

[56] Puede consultarse el libro Science Speaks, an Evaluation of Certain Christian Evidences de Peter W. Stoner (magíster en Ciencias y director del departamento de Matemáticas y Astronomía de Pasadena City College hasta 1953).

[57] Quiero simplemente notar que sería el primer hijo, sin entrar en el tema del dogma de la virginidad perpetua de María.

[58] Ver http://belenesdelmundo.com/wordpress/

[59] Ver https://magnet.xataka.com/un-mundo-fascinante/asi-ha-crecido-la-poblacion-humana-desde-el-ano-1-d-c-hasta-la-actualidad

[60] El cálculo se encuentra en su libro Science Speaks, an Evaluation of Certain Christian Evidences.

[61] La misión de Daniel comenzó en el 606 a. C., y la visión ocurrió en el año 70 de su ministerio.

[62] Heródoto de Halicarnaso fue un historiador y geógrafo griego que vivió entre el 484 y el 425 a. C. Es tradicionalmente considerado como el padre de la Historia en el mundo occidental. Fue la primera persona que compuso un relato razonado y estructurado de las acciones humanas.

[63] Volumen vii, 60, 1.

[64] Aristóteles (Estagira, 384 a. C.-Calcis, 322 a. C.) fue un filósofo, polímata y científico nacido en la ciudad de Estagira, al norte de Antigua Grecia. Es considerado, junto a Platón, el padre de la filosofía occidental. Sus ideas han ejercido una enorme influencia sobre la historia intelectual de Occidente por más de dos milenios.

[65] También conocida como Seleucia del Tigris. Fue una de las ciudades más grandes del mundo durante el período helenístico y romano. Se encontraba en Mesopotamia, en la orilla oeste del río Tigris, frente a la ciudad de Ctesifonte (en la actual gobernación de Babilonia, Irak).

[66] La falange fue una organización táctica para la guerra creada en la Antigua Grecia y luego imitada por varias civilizaciones mediterráneas. Por extensión, los autores antiguos suelen llamar «falange» a cualquier ejército que combate formando una única fila de combatientes muy próximos entre sí, al estilo de la falange clásica (compuesta por entre ocho y dieciséis guerreros).

[67] Palestina había permanecido bajo el control de los ptolomeos desde los tiempos de Alejandro Magno, época en la que empezaron a alejarse de todas sus tradiciones y observancia hacia la ley, tal y como lo narran los libros bíblicos de los Macabeos.

[68] Ver 1 Reyes 17,17-24; Éxodo 14,21-31; Números 20,7-11; Números 22,21-35; Josué 10,12-14; 1 Samuel 12,18; 2 Reyes 4,2-7; Daniel 6,16-23; Jonás 2,1-10, entre otros.

[69] El profeta Isaías fue asesinado por el rey Manasés. Los profetas Ezequiel y Jeremías fueron mártires según la tradición judía.

 

resurreccion

ARGUMENTO: JESUCRISTO, ¡EN VERDAD RESUCITÓ!

Al llegar al pueblo adonde se dirigían, Jesús hizo como que iba a seguir adelante. Pero ellos lo obligaron a quedarse, diciendo: —Quédate con nosotros, porque ya es tarde. Se está haciendo de noche. Jesús entró, pues, para quedarse con ellos. Cuando ya estaban sentados a la mesa, tomó en sus manos el pan, y habiendo dado gracias a Dios, lo partió y se lo dio. En ese momento se les abrieron los ojos y reconocieron a Jesús; pero él desapareció. Y se dijeron el uno al otro: —¿No es verdad que el corazón nos ardía en el pecho cuando nos venía hablando por el camino y nos explicaba las Escrituras? Sin esperar más, se pusieron en camino y volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los once apóstoles y a sus compañeros, que les dijeron: —De veras ha resucitado el Señor, y se le ha aparecido a Simón. Entonces ellos dos les contaron lo que les había pasado en el camino, y cómo reconocieron a Jesús cuando partió el pan.

Lucas 24,28-35

 

A mediados de los años 70, el por entonces célebre psíquico de origen israelí Uri Geller, visitó Colombia para hacer gala en un programa de televisión de sus poderes mentales. Recuerdo aun cuando todos en familia nos reunimos alrededor del televisor para presenciar como doblaba una cuchara frotándola con sus dedos pulgar e índice. No podía haber engaño alguno, todo estaba ocurriendo enfrente de nosotros. La cámara enfocó de cerca las manos de este poderoso mentalista y vi con mis propios ojos como el metal aparentaba fundirse. El momento cumbre llegaría cuando aseguró que podía arreglar los relojes dañados de los televidentes usando solamente el poder de su mente. Mi hermano corrió rápidamente a buscar uno y fue siguiendo paso a paso las instrucciones que iba dando. Las manecillas no se movieron. El consenso fue que seguramente nos faltó acercarlo más al televisor para haber captado con mayor fuerza la energía reparadora que Uri Geller estaba enviando. Al día siguiente muchos compañeros de colegio aseguraron que habían vuelto a la vida su viejo reloj descompuesto.

Por algunos años seguí pensando que este tipo de poderes realmente existían. Y como no creerlo si los había presenciado en vivo y en directo. El encanto desapareció cuando a finales de los 70, el ilusionista y escapista James Randi[1], famoso por su programa televisivo Wonderama, acusó a Uri Geller de no ser más que un charlatán que usaba los trucos que los magos conocían para hacerlos pasar como poderes mentales. Lo retó varias veces a demostrar sus habilidades en su presencia, pero éste nunca aceptó. Randi insistió en su reto en el libro La magia de Uri Geller en el que explicaba cada una de las supuestas demostraciones de fuerza mental, con los trucos y técnicas usados por los magos para lograr la misma presentación y resultado.

Con este antecedente y una discusión en radio con un parapsicólogo, James Randi creó en 1964 lo que hoy se conoce como el Reto del Millón de dólares de lo Paranormal[2], que consiste en recompensar con esa cantidad de dinero a cualquier persona que demuestre tener una habilidad supernatural o paranormal bajo las condiciones que imponga Randi. Desde el nacimiento del premio, que comenzó con diez mil dólares, hasta cuando concluyó en el 2015 con el millón, unas mil personas aplicaron en los 21 años de vida del desafío, sin que ninguna de ellas lograra reclamar el premio al fallar en sus pretendidos poderes, cuando los demostraban bajo las condiciones especificadas por la fundación que administraba el reto, y no por las del ejecutante. En la actualidad existen más de cien organizaciones[3] de este tipo a lo largo de todos los continentes que ofrecen premios de diferentes cantidades al que demuestre este tipo de habilidades. Las recompensas continúan sin entregarse.

Increíbles trucos de magia que se pueden hacer pasar por super poderes sobrenaturales han acompañado la historia de la humanidad desde tiempos muy remotos, como los efectuados por la corte de brujos del faraón de Egipto cuando Moisés y Aarón fueron a pedirle que liberara al pueblo[4] judío. El Señor les había dicho que, si el faraón les pedía una señal, arrojaran el bastón al suelo que se convertiría en serpiente. Así lo hicieron y éste se convirtió en el prometido reptil. Nos dicen las escrituras que el faraón, por su parte, mandó llamar a sus sabios y magos, los cuales con sus artes mágicas hicieron también lo mismo: cada uno de ellos arrojó su bastón al suelo, y todos se convirtieron en una serpiente, aunque la de Aarón se comió las otras. ¿Poseían los súbditos del monarca egipcio poderes especiales? Ciertamente que no, eran simplemente magos que sabían hacer buena magia.

Los hechiceros de Egipto desde hace mucho tiempo han sido reconocidos como expertos en la actividad de encantar culebras; y particularmente al presionar la nuca del cuello pueden guiarlas a una clase de catalepsia, lo cual las hace rígidas e inamovibles, pareciendo que se transforman en varas. Ellos disimulan el reptil alrededor suyo, y por medio de actos de juegos de manos la sacan de sus vestidos como una vara rígida y recta. El famoso mago Walter B. Gibson[5] en su libro Secretos de la Magia explica paso a paso como realizar el truco.

Ante la negativa del faraón en el primer intento, Moisés y Aarón regresaron una segunda vez, he hicieron el mismo pedido y volvieron a recibir un no como respuesta. Aarón extendió su vara sobre las aguas del rio Nilo y todas las aguas de Egipto se convirtieron en sangre. Esta seria conocida como la primera de las diez plagas que azotarían esta nación por la dureza de corazón del faraón ante el pedido de liberar al pueblo de Israel. Los magos egipcios también hicieron teñir de rojo otras fuentes de agua. El faraón pensó que, si sus hechiceros habían logrado reproducir la «magia» de los emisarios de Dios, quería decir que no había nada que temer de ese dios, así que se mantuvo en su negativa. La siguiente plaga fue la de la invasión de ranas. Los brujos reales también fueron capaces de imitar la súbita aparición de los batracios. Hasta ahora él no había visto nada que lo impresionara, como para tomar en serio las solicitudes de liberar a sus esclavos israelitas. Las plagas que sucedieron después, los magos de la corte no fueron capaces de imitarlos, pero con las que sí pudieron, fueron suficientes para que el faraón dudara que Moisés y Aarón fueran mensajeros de un dios poderoso. Era claro para él que eventualmente sus brujos llegarían a aprender esos trucos. Sin embargo, la última plaga fue definitiva. Ella hizo doblegar la terca voluntad del gobernante y finalmente accedió al pedido de los escogidos de Dios. La muerte de todos los primogénitos fue tan contundente porque el faraón sabía que ante ella no había nada que hacer. Era el fin de todos los fines. No existe magia que pueda volver a la normalidad ese evento. El muerto, muerto queda hasta hacerse cenizas.

Lawrence Alma-Tadema fue un pintor holandés neoclasicista de la época victoriana, formado en Bélgica y residenciado en Inglaterra desde 1870. Se hizo famoso por sus detallados y suntuosos cuadros inspirados en el mundo antiguo. Entre sus más célebres se encuentra uno titulado La muerte del primer hijo del faraón[6], exhibido en el museo Rijksmuseum en la ciudad de Ámsterdam, Holanda. Lawrence pintó al faraón de Egipto con el cuerpo de su hijo mayor, ya cadáver, sobre su regazo. La madre se aferra a él con desesperación y angustia. Los sirvientes hacen duelo y los bailarines están realizando la danza de la muerte. La iluminación tenebrosa de las velas acentúa el dramatismo de la escena. El Faraón ocupa la figura central, como corresponde a su rango. Aunque su porte es imponente y se encuentra con todos los atributos de su poder, la presencia del cadáver de su hijo nos muestra, en realidad, toda su fragilidad. Un cuerpo cianótico, especialmente en labios y uñas, que porta una cadena de oro con el escarabajo sagrado como amuleto protector (muy poco efectivo a juzgar por los resultados). Al fondo, a la izquierda, en medio de la penumbra, están los líderes israelitas Moisés y Aarón, cuya siniestra presencia viene a recordarle al faraón que se han cumplido sus vaticinios. Saben que de la boca del gobernante están a punto de brotar las palabras: «! Hebreos, se pueden largar de Egipto ¡» Pero, a la derecha del faraón, llama la atención la figura de un abatido médico. Se encuentra sentado sobre el suelo, con los ungüentos que constituyen su arsenal terapéutico a sus pies (tan poco efectivos, como el escarabajo), que muestra su impotencia y desolación ante lo que no comprende.

La muerte es lo único a lo que realmente le ha temido el hombre, ya que se lleva al hueco toda esperanza de un mañana. Ni los magos que retrató Lawrence en esta pintura, ni la ciencia más avanzada han logrado evitarla y mucho menos revertirla. Pero ¿es cierto que ante la muerte no hay nada que hacer? ¿El muerto, muerto queda? ¿Puede el dueño de la vida hacer alguna excepción a esta ley?

 

 

 

Argumento: Jesucristo, ¡en verdad resucitó!

Papá, mamá y sus dos hijos, uno de diez años y el otro de siete, se encontraban muy emocionados porque se acababan de mudar a su nueva casa. Apenas habían terminado de desempacar y poner en su lugar la mayoría de sus pertenencias, decidieron cambiar los colores del interior de la casa. Ya habían estado pensando en el asunto, así que compraron las pinturas y se pusieron manos a la obra. Comenzaron por la sala y se propusieron terminarla ese mismo día, sin importar la hora. Completamente distraídos en su labor, el padre mira su reloj y se da cuenta que ya es casi la medianoche y los dos pequeños no se han ido a la cama. Casualmente el menor entra en ese momento y el papá le pregunta por su hermano, a lo que éste le contesta que está viendo televisión. El padre le dice que por favor le diga que él manda a decir que apague inmediatamente la televisión y se vayan a acostar. Obediente el niño, va a donde él y le dice: «que manda a decir mi papá que apague inmediatamente la televisión y que se vaya a acostar». El mayor entra en una disyuntiva. Piensa que es posible que este inventando la historia, para que él, cuando haya apagado el aparato y se haya ido al cuarto, su hermano prenda de nuevo el televisor y se ponga a ver su programa favorito. De otro lado, si es cierto que su hermano está transmitiendo la orden de su padre y no la obedece, se estaría buscando un problema. ¿Cómo saber que el mensaje es verdadero? ¿Cómo saber que puede confiar en el mensajero?

El sentido común siempre nos ha indicado que, ante una orden, el dilema de obedecerla o no se resuelve fácilmente por la autoridad de quien la emite. Sin embargo, desde nuestro origen este no parece haber sido siempre el caso. Cuando Dios les dijo a nuestros primeros padres Adán y Eva —en el paraíso— que no podían comer del árbol del bien y del mal porque de hacerlo morirían, la serpiente le dijo a Eva que si podían comerlo. ¿A quién creerle? ¿A Dios o la serpiente? Parece que en principio la cuestión no tiene mucho que pensarle y que la opción correcta estaba dada, pero no fue así y ya sabemos que hicieron y las consecuencias que tuvo esa mala decisión.

Cuando Jesús fue arrestado en el monte de Getsemaní y llevado al sanedrín para ser supuestamente juzgado de acuerdo con las normas judías por el delito de blasfemia, ya que había afirmado ser el Hijo de Dios, sus acusadores lo declararon culpable y lo remitieron al gobernador romano Poncio Pilato para que llevara a cabo la sentencia de muerte. Éste le hace primero un breve interrogatorio en el pretorio[7]. «¿Eres tú el Rey de los judíos?» a lo cual Jesús le responde con otra pregunta «¿Eso lo preguntas tú por tu cuenta, o porque otros te lo han dicho de mí?» Pilato le responde «¿Acaso yo soy judío? Los de tu nación y los jefes de los sacerdotes son los que te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?» Jesús le contestó: «Mi reino no es de este mundo. Si lo fuera, mis propios guardias pelearían para impedir que los judíos me arrestaran. Pero mi reino no es de este mundo.»[8].

El tema de la blasfemia le tendría sin cuidado al gobernador, ya que el paganismo tenía infinidad de dioses, así que dicha acusación ostentaba un peso y connotación muy diferente a la de los judíos, era irrelevante para los romanos, hasta divertido. Pero el que Jesús hubiera hablado de un «reino», eso ya era otra cosa. Eso ya era pasar al campo político que si competía a su jurisdicción. Por eso Pilato quiere asegurarse que entendió correctamente y le pregunta «¿Así que tú eres rey?», y Jesús no solo le contesta afirmativamente, sino que le revela el propósito de su existencia: «Yo nací y vine al mundo para decir lo que es la verdad.»[9]

Tenemos a un hombre que dice ser el Hijo de Dios, que solo habla con la verdad, que todas las profecías que hablaban de la venida del Mesías se cumplieron en Él. ¿Cómo podemos comprobar su autoridad? ¿Cómo podemos estar seguros de que Él sí es el mensajero de Dios?

Como le dijo Dios a Moisés: o se es un verdadero profeta o no se es. No hay tal de profetas a medias. Si todas las profecías de Jesús se cumplieron, demostrando ser un verdadero profeta, ¿qué evidencia podemos aportar para descalificarlo como tal? Ciertamente sus milagros no fueron suficientes para demostrar su verdadera identidad, ya que cuando los fariseos y los saduceos le pidieron una señal Él no mencionó que había devuelto a Lázaro a la vida, ni les recordó que alimentó a miles con solo cinco panes y dos peces —en al menos dos oportunidades—, no dijo nada de todos los ciegos que les había restaurado la vista, ni de los paralíticos que ahora caminaban. No dijo una sola palabra de sus milagros. Dijo que la única señal que les daría sería la de «su resurrección», finalmente Él se distinguiría por algo que jamás profeta alguno había hecho en el pasado: volver de la tumba. El Antiguo Testamento registra prodigiosos milagros hechos por Dios a través de sus profetas, pero esto era inédito.

De manera que la única prueba que Jesús ofreció de que Él era quien decía ser, no fueron sus milagros, sino su resurrección, de ahí que sea el pilar del cristianismo. La resurrección del Mesías y el cristianismo se mantienen juntos de pie o se caen los dos al tiempo. En el instante que apareciese una prueba irrefutable que demostrará que la resurrección del Señor fue el montaje mejor planeado de la humanidad, nuestra religión se acabaría. En más de dos mil años no ha aparecido, todo lo contrario, se recopilan más y más evidencias que la soportan.

El significado de la resurrección cae en el campo de la teología, pero la desaparición del cadáver de Jesús cae en el campo de la historia. Para que un evento pueda ser llamado como histórico, requiere de dos condiciones: ha de conocerse el «dónde» y el «cuándo», es decir que tiene que haber ocurrido en un espacio y en un tiempo.

La resurrección de Jesús fue un hecho histórico. Él fue sepultado en una tumba que estaba cavada en la roca de una colina cercana a la ciudad de Jerusalén en la época en que el prefecto de la provincia romana de Judea era Poncio Pilato, quien gobernó entre los años 26 y 36 de nuestra era. Hay un «dónde» y un «cuándo». José de Arimatea fue un ser real, miembro del sanedrín, adinerado y de gran influencia en los ámbitos del gobierno local. Nicodemo, quien ayudó a sepultar a Jesús, aportó cien libras de mirra y áloe para el embalsamamiento, también fue miembro adinerado del sanedrín, y mencionado en varios libros apócrifos de la antigüedad. Su tumba fue encontrada junto a la del mártir Esteban en el año 415 d.C. José ben Caifás era el sumo sacerdote del sanedrín y terminó siendo el juez que condenó a muerte a Jesús, también fue un personaje real. Los restos de su casa pueden ser visitados en Jerusalén y su osario se encuentra expuesto actualmente en el museo de Israel en esta misma ciudad. Existen monedas de bronce que fueron acuñadas en Galilea entre el 26 y 36 d.C., para conmemorar el periodo de gobierno de Poncio Pilato. Todos los personajes que participaron, directa o indirectamente en la pasión y muerte de Jesús, fueron reales y tuvieron un lugar en la historia. Sabemos de ellos no solamente por las narraciones bíblicas, sino por muchas otras fuentes seculares, además de la gran cantidad de hallazgos arqueológicos que involucran a todos estos personajes.

Sabemos dónde están los huesos de Abraham, Mahoma, Buda, Confucio, Lao-Tzu y Zoroastro, pero ¿dónde están los de Jesús? La naturaleza del cuerpo de Jesús resucitado puede que sea todo un misterio, pero el hecho de que el cuerpo desapareció de la tumba es un asunto que debe ser decidido por la evidencia histórica, como la que presentaré más adelante.

Toda la evidencia que encontramos en el Nuevo Testamento y en la literatura de la iglesia primitiva muestra que la prédica de la buena noticia del evangelio no era «Siga las enseñanzas de ese Maestro y pórtese bien» sino «Jesucristo resucitó de entre los muertos». No se puede quitar la resurrección del cristianismo sin alterar radicalmente su carácter y destruir su verdadera identidad.

Mencionaba en el capítulo anterior que Dios le dijo al pueblo de Israel que el verdadero profeta se distinguía muy fácil (Deuteronomio 18,21-22): si sus profecías se cumplían era verdadero y sino; era pues un falso profeta. Jesús, al igual que otros profetas del Antiguo Testamento, profetizó su traición, pasión, muerte, resurrección, la persecución a los cristianos, la destrucción de Jerusalén y muchas otras cosas más:

A partir de entonces Jesús comenzó a explicar a sus discípulos que él tendría que ir a Jerusalén, y que los ancianos, los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley lo harían sufrir mucho. Les dijo que lo iban a matar, pero que al tercer día resucitaría. Mateo 16,21

Jesús, yendo ya de camino a Jerusalén, llamó aparte a sus doce discípulos y les dijo: —Como ustedes ven, ahora vamos a Jerusalén, donde el Hijo del hombre va a ser entregado a los jefes de los sacerdotes y a los maestros de la ley, que lo condenarán a muerte y lo entregarán a los extranjeros para que se burlen de él, lo golpeen y lo crucifiquen; pero al tercer día resucitará. Mateo 20,17-19

Después de decir esto, Jesús se estremeció y manifestó claramente: «Os aseguro que uno de ustedes me entregará» […] Jesús le respondió: «Es aquel al que daré el bocado que voy a mojar en el plato». Y mojando un bocado, se lo dio a Judas, hijo de Simón Iscariote. Juan 13,21-26

Jesús le dijo: —Te aseguro que esta misma noche, antes que cante el gallo, me negarás tres veces. Mateo 26,34

Cuídense ustedes mismos; porque los entregarán a las autoridades y los golpearán en las sinagogas. Los harán comparecer ante gobernadores y reyes por causa mía; así podrán dar testimonio de mí delante de ellos. Pues antes del fin, el evangelio tiene que anunciarse a todas las naciones. Marcos 13,9-10

Al salir Jesús del templo, uno de sus discípulos le dijo: —¡Maestro, mira qué piedras y qué edificios! Jesús le contestó: —¿Ves estos grandes edificios? Pues no va a quedar de ellos ni una piedra sobre otra. Todo será destruido. Marcos 13,1-2

Jesús como gran versado de las Escrituras, tenía que conocer las palabras que Dios dijo a través de Ezequiel con respecto a los falsos profetas «Por eso yo, el Señor, digo: Como ustedes dicen cosas falsas y sus visiones son mentira, yo estoy contra ustedes. Yo, el Señor, lo afirmo. Voy a levantar la mano para castigar a los profetas que tienen visiones falsas y cuyas profecías son mentira» (13,1-16). Todas las profecías que hizo Jesús se cumplieron, incluyendo la destrucción del templo de Jerusalén, una profecía que nadie hubiera creído posible ya que se trataba de una construcción extremadamente grande: quinientos metros de largo por trescientos de ancho, edificada con enormes bloques de piedra de toneladas de peso cada una. Era toda una fortaleza. Sin embargo, en el año 66 d.C., la población judía se rebeló en contra del Imperio romano y cuatro años después las legiones del emperador Vespasiano, bajo las órdenes de su hijo Tito, destruyeron la mayor parte de Jerusalén incluido el Gran Templo, después de un asedio de más de cinco meses. El arco de Tito, levantado en Roma para conmemorar la victoria en Judea, representa a los soldados romanos llevándose la Menorah del Templo.

Con su resurrección, Jesús demostró que Él no estaba loco, ni mintiendo cuando afirmaba ser el Hijo de Dios. Ciertamente era el mensajero del Padre que venía a darle un nuevo orden y significado a lo que los profetas habían escrito. Todas las Escrituras quedaban convalidadas ya que Él las mantenía muy presentes, las explicaba y las cumplía, un hombre que solo vino a decir la «verdad» no citaría las Escrituras a menos que también fueran verdad. Es más, hasta parecía obsesionado con ellas ya que las mencionaba constantemente y no perdía oportunidad de demostrar su aplicabilidad y sabiduría. Cuando el Señor se refugió por cuarenta días en el desierto y tuvo el encuentro con el diablo, a las peticiones de éste le responde con tres citas de la Biblia[10]. A la de que las piedras se conviertan en pan, el Señor respondió: «La Escritura dice: “No sólo de pan vivirá el hombre.”». A la oferta de riquezas, Jesús replicó: «La Escritura dice: “Adora al Señor tu Dios, y sírvele sólo a él.”». Cuando le propuso tirarse del templo, su respuesta fue: «También dice la Escritura: “No pongas a prueba al Señor tu Dios.”» Para Jesús, las preguntas o las dudas tienen respuesta en las Escrituras. Sobre si se puede trabajar en sábado, Él les dijo: «A ustedes les pregunto: ¿Qué permite hacer la Ley en día sábado: hacer el bien o hacer daño, salvar una vida o destruirla?»[11]. A la pregunta, ¿qué debo hacer para conseguir la vida eterna? Jesús respondió: «¿Qué está escrito en la Escritura? ¿Qué lees en ella?»[12]. Sobre el mandamiento más importante de la Ley, Jesús les cita el libro del Deuteronomio: «Amarás al Señor tu Dios»[13]. Jesús muestra su autoridad al presentar las Escrituras como guía. Incluso, en varias ocasiones el Señor reprende a los que no la leen. Cuando hecha a los vendedores del templo, aclara: «En la Escritura se dice, Mi casa es casa de oración»[14]. Al final de su parábola de los viñadores, Jesús les dice a las autoridades judías: «¿Nunca han leído ustedes las Escrituras? Dicen: “La piedra que los constructores despreciaron se ha convertido en la piedra principal.”»[15]. En muchas otras ocasiones Jesús hace referencia a las Escrituras, por ejemplo: «Ustedes estudian las Escrituras con mucho cuidado, porque esperan encontrar en ellas la vida eterna; sin embargo, aunque las Escrituras dan testimonio de mí, ustedes no quieren venir a mí para tener esa vida.»[16]. Los judíos lo admiraban por conocer las escrituras: «¿Cómo puede conocer las Escrituras sin haber tenido maestro?»[17]. Cuando invita a la gente a creer en Él: «Si alguien tiene sed, venga a mí, y el que cree en mí, que beba. Como dice la Escritura, del interior de aquél correrán ríos de agua viva.»[18].

¿Cómo habría Jesús usado las Escrituras para corregir al equivocado, reprendido al que obraba mal, guiar al perdido, educar al ignorante y defenderse de las tentaciones, utilizando las Sagradas Escrituras, si ellas no fueran realmente la Palabra de Dios? En ningún momento el Señor le restó autoridad a las Escrituras, todo lo contrario, Él vino a cumplir lo que estaba escrito hasta ese momento: «No piensen que he venido para poner fin a la Ley o a los Profetas; no he venido para poner fin, sino para cumplir. Porque en verdad les digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, no se perderá ni la letra más pequeña ni una tilde de la Ley hasta que toda se cumpla»[19].

Si se demuestra que Jesús murió y resucitó, que no permaneció en la tumba, sino que volvió a la vida, quiere decir que verdaderamente es el Hijo de Dios, que es el enviado del Padre para comunicarnos su voz, que todo lo que Él habló es «verdad», que podemos confiar en sus palabras, que imprime el sello de «verdaderos» a las Escrituras y que por lo tanto podemos decir con plena confianza que la Biblia es la Palabra de Dios y que podemos confiar plenamente en esa forma que Él escogió para comunicarse con nosotros.
muerte

PRIMERA TESIS: LA MUERTE EN LA ÉPOCA DE JESÚS

La forma de enfrentar la muerte de un ser querido en occidente es tan sorprendentemente distinta a la actitud y comportamiento de los orientales, que se hace necesario contar como eran las costumbres sobre este asunto en la región y época de Jesús, para tener un mejor contexto cuando hable del entierro del Maestro más adelante. Al ocurrir el deceso de una persona se expresaba un profundo lamento que ha llegado a ser descrito como «un chillido agudo que penetra las orejas». Este gemido de muerte era en conexión con el dolor causado por el fallecimiento de todos los primogénitos de Egipto en épocas de Moisés «El faraón, sus funcionarios, y todos los egipcios, se levantaron esa noche, y hubo grandes gritos de dolor en todo Egipto. No había una sola casa donde no hubiera algún muerto.» (Éxodo 12,30). Desde que se oía este lamento de muerte hasta que se realizaba el entierro, los parientes y amigos continuaban con el gemido. Estas lamentaciones eran escuchadas en la casa de Jairo, cuando Jesús entró en ella a resucitar a su hija «Al llegar a la casa del jefe de la sinagoga y ver el alboroto y la gente que lloraba y gritaba,» (Marcos 5,38). Algunos profetas mencionan a las lloronas de profesión o plañideras —generalmente eran mujeres—, quienes recibían un pago por emitir lamentaciones y llanto, tal y como lo señala Jeremías: «¡Atención! Manden llamar a las mujeres que tienen por oficio hacer lamentación. ¡Sí, que vengan pronto y que hagan lamentación por nosotros; que se nos llenen de lágrimas los ojos y nuestros párpados se inunden de llanto!» (9,17-18). En esos momentos también era común el uso del cilicio, tela rústica y de un color oscuro, hecha de pelo de camello o de cabra. Con este material se confeccionaban sacos o costales y desde luego los vestidos rústicos que la gente llevaba como única vestimenta o como un abrigo sobre su vestido, para indicar que estaban atravesando por un profundo dolor. De aquí viene la ropa negra del duelo en nuestro tiempo. Así lo hizo el rey David cuando murió su hijo Abner «Entonces dijo David a Joab, y a todo el pueblo que con él estaba: Rasgad vuestros vestidos, y ceñíos de cilicio, y haced duelo delante de Abner. Y el rey David iba detrás del féretro.» (2 Samuel 3,31). También era costumbre, como acabamos de ver, el rasgarse las vestiduras para expresar el máximo dolor, de ahí que Caifás lo hiciera con las suyas cuando Jesús le confirma que Él es el Cristo «Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras, diciendo: ¡Ha blasfemado! ¿Qué más necesidad tenemos de testigos? He aquí, ahora mismo habéis oído su blasfemia.» (Mateo 26,65). Los judíos enterraban rápidamente a sus muertos, por lo general el mismo día del fallecimiento. Dos eran las razones para actuar con tanta prisa. La primera, porque los cadáveres se descomponen pronto en el clima cálido de Oriente Medio. Y la segunda, porque dejar un cadáver sin sepultar durante varios días era —según el pensamiento de la época⁠— una deshonra para el difunto y su familia. Los Evangelios y el libro de los Hechos relatan al menos tres entierros que tuvieron lugar el mismo día de la muerte: el de Jesús (Mateo 27,57-60), el de Ananías —el que se guardó una parte del dinero recibido por la venta de su terreno— (Hechos 5,5-10) y el del diacono Esteban —quien murió apedreado— (Hechos 7,60–8:2). Siglos antes, la amada esposa de Jacob, Raquel, falleció mientras estaba de viaje con su esposo y su familia. En lugar de volverse para enterrarla en la tumba familiar, Jacob le dio sepultura «Así fue como Raquel murió, y la enterraron en el camino de Efrata, que ahora es Belén.» (Génesis 35,19). Adicional a estas consideraciones la Ley exigía que, si el muerto había fallecido a causa de una condena a morir colgado de un árbol por haber cometido delito grave, el cuerpo no podía dejarse exhibido toda la noche, sino que debería ser enterrado el mismo día , tal y como pasó con Jesús. La población de aquellas regiones tenía la idea de que el espíritu de la persona fallecida permanecía cerca de su cuerpo por tres días después de acontecida la muerte, para poder escuchar los lamentos. Por eso Marta, la hermana de Lázaro, piensa que ya no hay esperanza alguna para su hermano que cruzó esa barrera de tiempo y se lo menciona al Maestro «Marta, la hermana del muerto, le dijo: —Señor, ya huele mal, porque hace cuatro días que murió.» (Juan 11,39). Actualmente Siria mantiene la costumbre de envolver al muerto. Por lo general se le cubre la cara con un pañuelo, y luego se envuelven la cabeza, las manos y los pies con un lienzo de lino —si el difunto era alguien importante seguramente el lino había servido para envolver algún rollo de la ley—. De esta forma es llevado a la fosa para ser enterrado. Así fue como salió Lázaro de la tumba cuando Jesús lo llamó «Y el que había estado muerto salió, con las manos y los pies atados con vendas y la cara envuelta en un lienzo.» (Juan 11,44). Las especias eran opcionales ya que solo los pudientes lo hacían, por ser muy costosas. Su propósito era disimular el olor de la descomposición. Se empleaban inicialmente la mirra y áloes, y posteriormente el hisopo, aceite y agua de rosas. Al igual que era opcional la envoltura completa en lino, como lo fue la de Jesús. Las tumbas contaban con un banco (parte de la roca) donde descansaba el difunto hasta su desintegración. Cuando ésta llegaba, los restos mortales eran colocados en un recipiente parecido a un pequeño ataúd de arcilla o de piedra, denominado osario, que no ocupaba mucho espacio y que podía ser enterrado bajo tierra o colocado junto a otros osarios de miembros de la familia, en una tumba familiar. Así la tumba podía ser utilizada una y otra vez por las siguientes generaciones. Por eso, los sepulcros en las rocas necesitaban un acceso que pudiera ser abierto en todo momento, tal como la gran piedra que clausuraba la que fuera propiedad de José de Arimatea. Igualmente era costumbre blanquear la parte exterior de las sepulturas, durante la primavera, para que fuera bien notoria y nadie fuera a contaminarse inadvertidamente tocándola, de ahí la expresión de «sepulcros blanqueados» que utiliza Jesús al referirse a los fariseos hipócritas que cubrían sus vicios con un bello exterior. Si Jesús hubiese sido enterrado como cualquiera de los forasteros o peregrinos que morían en Jerusalén, sería en un sencillo sepulcro en la tierra, que no se volvería a abrir, y esa resurrección no hubiese sido tan físicamente clara ni fácil de comprobar. La piedra movida y la sábana, que aún estaba allí, daban testimonio de su resurrección. Profundizare en esto más adelante. Una de estas tumbas sencillas fue la que se empleó para dar sepultura a Débora, la servidora de Rebeca «También allí murió Débora, la mujer que había cuidado a Rebeca, y la enterraron debajo de una encina, cerca de Betel.» (Génesis 35,8). También las cuevas naturales eran muchas veces empleadas para este propósito, como la cueva de Macpelá, donde Abrahán, Isaac, Rebeca, Lía y Jacob fueron sepultados (Génesis 49,31). Solo los profetas y reyes eran enterrados dentro de los límites de la ciudad, como Samuel, que fue sepultado en su casa en Ramá (1 Samuel 25,1), y David (1 Reyes 2,10). Para la gente pobre existía un cementerio en las afueras de la ciudad de Jerusalén (2 Reyes 23,6). El entierro de Jesús fue como el de una persona adinerada. La sabana de lino, las cien libras romanas (33 kilos actuales) de la mezcla de mirra y áloe y la tumba cavada en la roca así lo sugiere. José de Arimatea aportó el sepulcro y seguramente Nicodemo daría el resto. Todos estos elementos no era algo que la gente del común tenía guardado en su casa. Eran muy costosas y como estaba al comenzar el sábado, no había como comprarlos. Es claro que quienes participaron de los rituales que se acostumbraba a practicar a un recién fallecido antes de colocarlo en su reposo final, lo siguieron al pie de la letra en el caso de Jesús. En la mente de ninguno de ellos estuvo la posibilidad de que fuera ser cierta la resurrección, tal y como había sido profetizada por el salmista y por el propio Maestro. Ellos ungieron, de acuerdo con todos los ritos, el cuerpo de un hombre que habría de descomponerse dentro de la tumba en la que descansaría por años. Esto hace más creíble todas las narraciones que nos cuentan lo que experimentaron las mujeres y los discípulos aquel primer día de la semana cuando vieron esa tumba vacía. ¿Por qué molestarse en hacer todo ese trabajo solo por tres días? ¿Por qué desperdiciar los valiosos aceites y linos, sí finalmente Él estaría nuevamente con ellos el primer día de la semana? Solo su madre lo creía, y aunque no hay registro bíblico de ninguna conversación entre ella y los que se ocuparon del entierro, ella les tuvo que haber repetido las palabras que el Maestro les había pronunciado en varias ocasiones de todo lo que habría de suceder en aquel fin de semana, pero al igual que a su hijo a ella tampoco le creyeron. Esto explicaría por qué ella no participó de ninguno de los rituales de costumbre, ni acompañó a las mujeres esa madrugada en que encontraron vacía la tumba.

testigo

SEGUNDA TESIS: MÚLTIPLES TESTIGOS

l sargento retirado William Jordan del departamento de policía de la ciudad de Los Ángeles, California, fue uno de los asignados a la investigación del asesinato de Robert Francis Kennedy, mejor conocido como Bobby Kennedy, en la madrugada del 5 de junio de 1968 cuando terminó de dar su discurso de victoria al haber ganado las primarias por su partido en el estado de California. En entrevista al canal de televisión History Channel, decía el sargento Jordan que una de las cosas que complicó mucho la resolución de esta investigación fue la gran cantidad de testigos, cientos en este caso, ya que cada uno dio una versión distinta de lo que ocurrió. Todos oyeron los disparos que dieron por terminada la vida del senador por el estado de Nueva York, incluso muchos vieron al asesino, pero cada uno aportó su propia cantidad de pormenores que resultaban irrelevantes pero que, por la jerarquía del personaje en cuestión, había que darle la importancia que merecía y tocaba investigarlos. Diferentes versiones de un hecho no quieren decir que los testigos estén mintiendo, todo lo contrario, es lo que se espera. Un juez entraría en sospecha si todos los testigos declararan exactamente lo mismo, incluso los detalles, ya que cada ser humano registra diferente un evento y en especial si es de alto impacto emocional. Así que, si todos los testigos dicen lo mismo, sería una clara indicación de que se pusieron de acuerdo. Estarían básicamente mintiendo y engañando al juez. La resurrección de Jesús es narrada por los cuatro evangelistas, dando cada uno de ellos ciertos detalles que no ofrecen los otros, permitiéndonos enriquecer la imagen de tan magno evento. No se espera que los cuatro Evangelios sean idénticos en su narración, por las razones dadas anteriormente, pero los hechos más predominantes e importantes, coinciden en todos ellos. Esto nos da la confianza de saber que sus testimonios son legítimos. Los escritores de los Evangelios comienzan sus relatos de la resurrección cuando se hace rodar la piedra que cubría el sepulcro. Varias mujeres llegan temprano a la tumba el primer día de la semana para continuar con los rituales de la unción y la encuentran vacía. Cuando los ángeles, que están en la tumba, les dicen que Jesús ha resucitado de entre los muertos, las mujeres sienten temor y alegría al mismo tiempo. La cronología de los eventos que se suceden después, son algo confusos, pero al parecer María Magdalena corre más deprisa que las otras para buscar a Pedro y a Juan, y cuando los encuentra les informa de la desaparición del cuerpo del Maestro, a lo que ellos salen corriendo, junto con María, para confirmar con sus propios ojos la noticia que acaban de recibir. Los dos apóstoles le sacan bastante ventaja a María y comprueban, atónitos, que efectivamente la tumba se hallaba vacía y emprenden camino de regreso. Estando María nuevamente en el sepulcro, Jesús se le aparece y luego lo hace con el resto de las mujeres que se estaban devolviendo de la tumba para dar la noticia de la resurrección a los discípulos, los cuales no les creen ni una palabra. No hay un registro detallado en la Biblia de como fue el encuentro personal de Jesús con Pedro ese mismo día, ya que la única mención bíblica, que es la de Pablo, «y que se apareció a Cefas, y luego a los doce.» nos deja todo a nuestra imaginación. También los discípulos mencionan esa aparición, cuando están reunidos con Cleofás escuchando de su encuentro con el Maestro mientras iba de camino con otro discípulo a Emaús. Finalmente, en el día de la resurrección, Jesús se aparece a todos los demás apóstoles, excepto a Tomas, que no se encontraba presente en esos momentos. Combinando los cuatro relatos, se puede listar cronológicamente la secuencia de eventos de la resurrección del Señor como sigue: • La piedra es removida del sepulcro: Mateo 28,2-4. • Las mujeres llegan a la tumba: Marcos 16,1-4, Mateo 28,1, Lucas 24,1-3 y Juan 20,1. • Los ángeles les anuncian la resurrección: Marcos 16,5-7 y Mateo 28,5-7. • Ellos les recuerdan la profecía de la resurrección: Lucas 24,4-8. • Las mujeres se devuelven temerosas: Marcos 16,8. • Pedro y Juan son informados del suceso: Juan 20,2. • Pedro y Juan corren y entran al sepulcro: Juan 20,3-10 y Lucas 24,12. • Jesús tiene un encuentro con María Magdalena: Mateo 16,9 y Juan 20,11-17. • Jesús se aparece a las mujeres: Mateo 28,8-10. • Los sumos sacerdotes se enteran y ocultan lo ocurrido: Mateo 28,11-15. • Las mujeres cuentan su encuentro con el resucitado: Lucas 24,9-11, Marcos 16,10-11 y Juan 20,18. • Jesús se le aparece a Pedro: Lucas 24,34 • Jesús se le aparece a Cleofás, uno de los caminantes a Emaús: Lucas 24,13-27 y Marcos 16,12. • Se revela la identidad de Jesús al partir el pan: Lucas 24,28-32. • Cleofás cuenta a sus compañeros la aparición: Lucas 24,33-35, Juan 20,19 y Marcos 16,13. • Jesús se aparece por primera vez a sus discípulos: Lucas 24,36-44, Marcos 16,14 y Juan 20,20. Si bien es cierto que es de esperarse ciertas discrepancias en las narrativas que acabo de mencionar, un lector desprevenido podría pensar a priori que alguien está mintiendo. Se hace entonces necesario aclarar que dichas diferencias las podamos resolver satisfactoriamente usando la lógica. Una de las citadas discrepancias, por dar un ejemplo, es el del número de ángeles que anuncian la resurrección del Señor. En la narración de Mateo 28,2-7 hace referencia a un solo ángel, mientras que en Lucas 24,4-7 se mencionan a dos, pero el hecho que Mateo solo hable de uno no quiere decir que no hubiera habido el otro mencionado por Lucas. Tal vez Mateo decidió referirse solamente a uno porque quiso resaltarlo. Quizás solo ese ángel fue el que habló, como pareciera sugerirlo la narrativa de Lucas y por eso solo se refiere a éste y no al otro. Otra de las «supuestas» discrepancias es el que solo Mateo menciona el terremoto que se produjo cuando los ángeles remueven la piedra que tapaba el sepulcro. ¿Es esto una clara indicación de que está mintiendo? ¡Para nada! Nuevamente la supuesta discrepancia se puede resolver usando la lógica. El hecho que solo uno de los evangelistas mencione este evento, no quiere decir que se lo esté inventando, o que los otros estén mintiendo. Simplemente Mateo le dio tal importancia a ese hecho que quiso registrarlo en su narración, mientras que los otros no se la dieron. El periodista español Pepe Rodríguez, enemigo acérrimo de la iglesia Católica, publicó un libro en el 2012 titulado Mentiras fundamentales de la iglesia Católica, de gran éxito en ventas. En dicha obra el autor destroza la resurrección de Jesús describiendo todas y cada una de las «supuestas» contracciones en los evangelios, para concluir que todo fue una farsa. Muchos de sus lectores le creyeron. Pero siguiendo el mismo principio lógico con el que resolví dos de esas «supuestas» discrepancias, no se estaría hablando de mentiras, sino de una narración que se complementa con los detalles que aportaron cada uno de los evangelios. Otra de las razones que nos aumenta la confianza en la fidelidad de las narraciones que realizaron los evangelistas, es la misteriosa «transformación» del cuerpo del Señor resucitado. Me explico. Antes de su pasión y muerte, las Escrituras nos relatan tres resurrecciones hechas por Jesús estando en compañía de sus discípulos: • La de su amigo Lázaro: Juan 11,1-44 • La del hijo único de la viuda de Naín: Lucas 7,11-17 • La de la hija de Jairo, líder de una sinagoga local: Mateo 9,18-23 y Marcos 5,21-43 En todos esos casos, una vez volvía a la vida el muerto, seguía siendo la misma persona, como habría de esperarse. Las narraciones de lo que acontece después de las resurrecciones nos dejan ver que sus familiares y seres queridos reconocieron al que había fallecido. Es decir que la persona estaba viva, moría, Jesús la resucitaba y volvía a ser la misma persona que era antes de experimentar la muerte. ¿Por qué habría de cambiar de rostro o de cuerpo? Esto fue lo que los discípulos presenciaron. En sus mentes estaba que la resurrección consistía en eso, en que el dueño de la vida, Jesús, le daba la orden al muerto que se levantara y ese cuerpo recobraba milagrosamente la vida y volvía a sus actividades. ¿Si los evangelistas se hubieran «inventado» la resurrección del Señor, no era de esperarse que se la «inventaran» de la manera en que la conocían? Sin embargo, cuando nos narraron la resurrección de Jesús, ellos dicen que ¡no lo reconocían! Por alguna razón su rostro había cambiado. Claramente era su cuerpo, ya que no estaba en la tumba y seguía teniendo las heridas de su crucifixión, pero algo le había pasado a su rostro que no lo reconocen. En el encuentro que tuvo con María Magdalena al frente de su tumba ella no lo reconoce «Apenas dijo esto, volvió la cara y vio allí a Jesús, pero no sabía que era él.» . En el encuentro que tuvo el Maestro con los dos caminantes a Emaús tampoco lo reconocen «Pero, aunque lo veían, algo les impedía darse cuenta de quién era.» . Cuando se le apareció a siete de sus discípulos a orillas del Lago de Tiberias, hablaron con el Maestro sin reconocerlo «Jesús les preguntó: —Muchachos, ¿no tienen pescado? Ellos le contestaron: —No. Jesús les dijo: —Echen la red a la derecha de la barca, y pescarán. Así lo hicieron, y después no podían sacar la red por los muchos pescados que tenía. Entonces el discípulo a quien Jesús quería mucho le dijo a Pedro: —¡Es el Señor!» . El profeta Daniel en una de sus visiones que tiene con el Arcángel San Miguel en referencia al final de los tiempos escribió: «Muchos de los que duermen en la tumba, despertarán: unos para vivir eternamente, y otros para la vergüenza y el horror eternos. Los hombres sabios, los que guiaron a muchos por el camino recto, brillarán como la bóveda celeste; ¡brillarán por siempre, como las estrellas!» . Jesús conocía muy bien este pasaje ya que hace referencia a él cuándo les está explicando a sus discípulos su parábola de la cizaña: Así como la cizaña se recoge y se echa al fuego para quemarla, así sucederá también al fin del mundo. El Hijo del hombre mandará a sus ángeles a recoger de su reino a todos los que hacen pecar a otros, y a los que practican el mal. Los echarán en el horno encendido, y vendrán el llanto y la desesperación. Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre. Los que tienen oídos, oigan. (Mateo 13,40-43) Los discípulos habían visto con sus propios ojos a varios muertos resucitar. Ya sabían en que consistía el milagro, conocían el antes y el después. También estaban al tanto de cómo sería esa resurrección del final de los tiempos, pero por ningún lado tenían algo que les sugiriera una «transformación» de la carne tal y como le ocurrió a Jesús. Aun sin entender el porqué de dicho cambio , así lo registraron en los evangelios. Otro elemento que nos debe reforzar más aun la evidencia de la fidelidad de las narraciones bíblicas es el tema de las mujeres como las testigos de la resurrección del Mesías. A la mujer judía se le prohibía hablarles a los hombres en público, y debía cubrir su rostro con un velo cada vez que salía de la casa. Encontrar a una mujer sin velo en público era una causal de divorcio. Ellas cuidaban la casa y los niños; y servían según la voluntad de su esposo. Si un invitado de sexo masculino venía a casa para cenar, las mujeres debían hacerlo en otra habitación. Sus padres arreglaban la mayoría de sus matrimonios, así que raramente se cazaban con el hombre de sus sueños. Su mayor aspiración era que el marido las tratara mejor de lo que habían hecho sus padres. Eran relegadas a la parte externa de la sinagoga y no podían leer las Escrituras. Un rabino del siglo I llamado Eliezer dijo: «Mejor sería que las palabras de la Torá fuesen quemadas que confiadas a una mujer». No se les permitía recitar la Shemá , o la Plegaria Matutina, ni orar en las comidas. ¡Una mujer no podía ni siquiera ser testigo en un caso en los tribunales! . Creo que me quedaría corto si digo que era una sociedad machista. Si las narraciones que escribieron los evangelistas respecto a la resurrección del Mesías hubieran sido el fruto de su imaginación, o el deseo de dar por cumplida la profecía de que el Señor se levantaría de entre los muertos, escogieron a la peor testigo posible. Si toda la narración hubiera sido «inventada» no habrían escogido a María Magdalena como la testigo de la resurrección, ya que en primer lugar en su calidad de mujer no era válido su testimonio, como se indicó anteriormente, y en segundo lugar no era una persona que gozara de respeto dentro de su comunidad por su dudoso pasado. Recordemos que esta era la mujer a la cual Jesús le había sacado siete demonios y aunque generalmente en los evangelios la referencia a demonio se puede asociar a enfermedad, una detallada lectura de los evangelios nos hace ver que no necesariamente este sea el caso que aplica plenamente a María Magdalena: «Aconteció después, que Jesús iba por todas las ciudades y aldeas, predicando y anunciando el evangelio del reino de Dios, y los doce con él, y algunas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malos y de enfermedades: María, que se llamaba Magdalena, de la que habían salido siete demonios,». En este caso el evangelista Lucas está haciendo la distinción entre enfermedad y demonio, y en el caso de la Magdalena, dice que fue lo segundo. De todos los posibles candidatos a ser testigo de la resurrección del Señor, ciertamente María Magdalena era la menos indicada, sin embargo, así quedó consignado en los evangelios. Si los evangelistas se hubieran «inventado» la historia de la resurrección, seguramente habrían escogido a José de Arimatea o Nicodemo en lugar de la Magdalena. Ellos eran hombres, tenían dinero y eran miembros del sanedrín, ¡que mejores testigos! Pero no lo hicieron, ellos escribieron tal y como sucedieron las cosas, así a primera vista se pudiera pensar que no convenia. Como expliqué en la cuarta evidencia del segundo capítulo, los evangelistas cuando escribieron los evangelios, al hacer mención de algún suceso que era el cumplimiento de alguna profecía, ellos escribían cosas como: «Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura que dice […]», «Pero esto sucedió para cumplir la palabra que está escrita en la ley […]», «Entonces se cumplió lo que fue dicho por el profeta […], cuando dijo: […]», «[…] todo esto ha ocurrido para que se cumplan las Escrituras de los profetas», «[…] porque está escrito […]», etc. Nuevamente, si las narraciones bíblicas respecto a la resurrección del Señor hubieran sido un «invento» cuya intensión fuera la de convencer a los incrédulos, en el tema de la resurrección omitieron mención alguna a la correspondiente profecía. ¿Por qué lo hicieron? Difícil decirlo, pero lo qué si podemos sacar de dicha omisión, es que las narraciones demuestran franqueza, honestidad y transparencia. Contamos con cuatro puntos de vista de un mismo evento, sin una agenda en particular, sin acuerdos previos de lo que se debería escribir, sin pulir los detalles para transmitir un determinado mensaje. No hay héroes, ni valientes, ni sabios. No hay una lectura que favorezca una idea o que la perjudique, ni siquiera podemos hablar de esos términos. No les importó contar que fueron unos cobardes, que traicionaron a su maestro, que no entendieron lo de la pasión y muerte, y mucho menos lo de la resurrección. Destacan el papel tan importante de las mujeres en todos los acontecimientos de aquel fin de semana, y el tan vergonzoso de los hombres. Estas no son las narraciones que se hubieran inventado escritores que dieron sus vidas defendiendo la veracidad de sus palabras. Ellos escribieron lo que vieron, lo que sucedió. Sin alteraciones a la verdad como lo comprueba toda la evidencia presentada.

jesus

TERCERA TESIS: JESÚS ¿HIJO DE DIOS, MALVADO O LOCO?

La historia cuenta con muchos personajes que entregaron sus vidas por una causa. Mahatma Gandhi la dio en la búsqueda de la liberación de la India de los británicos mediante la no violencia. Cayo Julio César tenía pretensiones de transformar la falsa democracia romana que tan sólo exprimía la riqueza de las provincias para beneficio de unos pocos, y construir un verdadero sistema democrático en el que todos se favorecieran. Martin Luther King encaminó la lucha afroamericana en los Estados Unidos hacia un discurso menos radical, retomando la resistencia pacífica de Gandhi, para lograr el reconocimiento de los derechos civiles de los afroamericanos. Esteban, diacono de la iglesia primitiva, fue apedreado por enseñar el evangelio. Todos ellos y miles más dieron sus vidas defendiendo una causa. Era tal el nivel de convencimiento de que sus razones y motivos harían una diferencia en su mundo, que llegaron a darlo todo con tal de hacer realidad sus ideales. Ellos fueron testarudos, decididos, valientes, luchadores, persistentes, líderes, etc. Ninguno vio sus obras materializarse en vida, aunque en muchos casos, sus sueños se hicieron realidad con el paso del tiempo. Jesús también se ajusta al perfil de estos personajes que han trascendido en la historia por haber derramado su sangre en favor de una buena causa, excepto que Él dio su vida por haberse adjudicado otra identidad: la de ser el Hijo de Dios. Ningún personaje de la historia que murió en la lucha de un ideal dijo ser alguien diferente. Ni siquiera Buda o Mahoma o Confucio pretendieron ser una divinidad u otra persona. Mahoma dijo que el arcángel Gabriel lo visitó durante años para revelarle el Corán. Se autoproclamó un escogido, pero no un dios. Buda transcribió el interrogatorio del que fue sujeto por varios hombres cuando vagaba por el nordeste de la India, poco después de su iluminación. Le preguntaron: — ¿Eres un dios? — No— respondió él. — ¿Eres la reencarnación de un dios? — No— repuso. — ¿Eres, pues, un hechicero? — No — ¿Eres un sabio? — No — Entonces ¿eres un hombre? — No — En ese caso, ¿qué eres? — preguntaron confusos. — Soy el que está despierto. En palabras de Thomas Schultz: Ninguno de los reconocidos líderes religiosos —ni Confucio, ni Moisés, no Mahoma, ni Buda, ni Pablo— ninguno de ellos ha declarado ser Dios; la excepción es Jesucristo. Cristo es el único líder religioso que ha alegado ser deidad y la única persona que ha convencido a gran porción del mundo de que lo es El judío era educado en la obediencia de la ley como la única forma de ir al cielo. No existía otra manera de lograrlo. No había otro camino. La obediencia total al Padre —a través de la ley— era la única forma de salvación. Pero un día Jesús soltó una bomba atómica entre aquella comunidad altamente religiosa, dijo «No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí […] Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí.» (Juan 14,1-6). ¿También podían salvarse creyendo en Jesús? ¿Era Jesús el camino al cielo? Ni siquiera trató de ser un poco más humilde y moderado diciendo que Él era «un» camino. Dijo que no había otro, ya la ley no era el camino, como lo habían aprendido por generaciones. Al leer los libros de los Macabeos, nos encontramos con una gran cantidad de mártires, que no dudaron en sufrir los peores castigos y torturas, con tal de cumplir la ley, y ahora Jesús les está diciendo que Él es el «único» camino al Padre. Todos los profetas y mártires del Antiguo Testamento habían predicado hasta el último de sus días la obediencia «única y exclusiva» a Dios. Gritaban en las plazas públicas que escucharan las palabras del Padre dadas a través de ellos, pero jamás pidieron que creyeran en ellos como camino de salvación. Tomemos, por ejemplo, las palabras del Bautista cuando le preguntaron quién era él «Y él confesó claramente: —Yo no soy el Mesías.» El pedía que se convirtieran, que cambiaran sus corazones, que aplicaran el espíritu de la ley, que no siguieran otros dioses, pero no se declaró una deidad que los podía salvar, y así hicieron todos los profetas que lo antecedieron. El Bautista sabía perfectamente que la gente estaba ansiosa por la llegada del Mesías, el que finalmente los iba a liberar de sus opresores, y si él hubiera querido ser un impostor habría contestado que él era al que estaban esperando. Pero era muy consiente del precio que se pagaba por semejante blasfemia, por tamaña mentira. En otras ocasiones Jesús se igualó a Dios Padre, al Creador «El Padre y yo somos uno solo.» (Juan 10,30). La palabra griega uno que utilizó el evangelista está en la forma neutra (hen) y no en la masculina (heis), lo que quiere decir que no está haciendo referencia a que son la misma persona sino la misma esencia o naturaleza. Los judíos que escucharon esa afirmación hecha por Jesús en un invierno en Jerusalén, cerca del Pórtico de Salomón, entendieron perfectamente que Él afirmó ser Dios. Esto hacia enardecer a los fariseos, tal y como lo describe el discípulo amado en otra ocasión cuando había sanado un paralitico en sábado «Por esto, los judíos tenían aún más deseos de matarlo, porque no solamente no observaba el mandato sobre el sábado, sino que además se hacía igual a Dios al decir que Dios era su propio Padre.» (Juan 5,18). No hay duda alguna que tanto Jesús como los judíos entendían sin equívocos lo que sus palabras significaban e implicaban. No se trataba de una parábola. Él afirmaba ser Dios. En otra ocasión dijo «De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, Yo Soy.» (Juan 8,58). Primero utilizó esa doble aseveración «de cierto» que era una forma más fuerte y categórica de afirmar algo y segundo se autodenomina «Yo Soy», se apropia del nombre incomunicable e impronunciable del Creador (ver apéndice A). Si alguien sabía lo que implicaba que alguna persona se autoproclamara «Yo Soy» eran los judíos, y Jesús lo era. Como si proclamarse el Mesías no fuera suficiente, les dejó saber que también le debían el mismo honor que ellos le expresaban al Padre, «Porque el Padre a nadie juzga, sino que todo el juicio dio al Hijo, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que le envió.» (Juan 5,22-23). Estaba afirmando el derecho de ser adorado como Dios. Antes de Jesús, nadie ni en el Antiguo Testamento ni en ningún otro registro histórico, se había atrevido a llamar a Dios Abba. Los judíos se referían a Él usando la palabra Abhinu al principio de sus oraciones, que significaba esencialmente un pedido de misericordia y perdón al Padre. Abba, no implicaba estas peticiones. Era una palabra usada dentro de las familias para dirigirse al padre de la forma más cariñosa posible, como decir papi, papo o daddy. Ni siquiera el rey David, con la cercanía tan grande que tuvo con el Padre, se atrevió a usar otro nombre. En el Salmo 103 escribió «El Señor [Abhinu] es, con los que lo honran, tan tierno como un padre con sus hijos;». Jesús llamaba a su Padre Abba como cuando lo hizo en la cruz «Abba, Padre, para ti todo es posible: líbrame de este trago amargo; pero que no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú». Jesús fue llevado ante la Junta Suprema para ser juzgado y durante todo el interrogatorio permaneció callado. Frustrado por el silencio del acusado, el sumo sacerdote se levantó de su silla y le preguntó: «¿Eres tú el Mesías, el Hijo del Dios bendito?» (Marcos 14,61). Jesús rompió su silencio y respondió: «Sí, yo soy. Y ustedes verán al Hijo del hombre sentado a la derecha del Todopoderoso» (Marcos 14,62). Mesías e Hijo del hombre eran títulos que habían dado los profetas cientos de años antes para referirse a Dios hecho carne. Ahora resulta más fácil comprender la reacción de Caifás cuando escuchó con sus propios oídos semejante afirmación «Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras, diciendo: “¡Ha blasfemado! ¿Qué necesidad tenemos de más testigos? Ahora mismo ustedes han oído la blasfemia.”» (Mateo 26,25) Si Jesús no era quien proclamaba ser, entonces los estaba engañando perversamente o estaba más loco que una cabra, porque le decía a la gente que debían creer en Él para alcanzar la salvación. Cuando perdonaba los pecados lo hacía como si la falta lo afectara exclusivamente a Él. No actuaba como un intermediario que buscaba al ofendido y al ofensor y emitía el perdón cuando el agraviado estuviera de acuerdo. Jesús no consultaba a nadie, Él actuaba con total autoridad y autonomía. Era de elemental conocimiento que solo Dios podía perdonar las ofensas, pero Él afirma tener la autoridad para hacerlo «Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados (dijo al paralítico): A ti te digo: Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.» (Lucas 5,24). En otra ocasión fue incluso más allá y no solo perdonó los pecados, sino que dictaminó la salvación de la «mujer de mala vida» le dijo «[…] a la mujer: —Tus pecados te son perdonados. Los otros invitados que estaban allí comenzaron a preguntarse: —¿Quién es éste, que hasta perdona pecados? Pero Jesús añadió, dirigiéndose a la mujer: —Por tu fe has sido salvada; vete tranquila.» (Lucas 7,48-50). Dijo el gran apologeta C.S. Lewis en su libro Mero Cristianismo: Intento con esto impedir que alguien diga la auténtica estupidez que algunos dicen acerca de Él: «Estoy dispuesto a aceptar a Jesús como un gran maestro moral, pero no acepto su afirmación de que era Dios». Eso es precisamente lo que no debemos decir. Un hombre que fue meramente un hombre y que dijo las cosas que dijo Jesús no sería un gran maestro moral. Sería un lunático —en el mismo nivel del hombre que dice ser un huevo escalfado—, o si no sería el mismísimo demonio. Tenéis que escoger. O ese hombre era, y es, el Hijo de Dios, o era un loco o algo mucho peor. Podéis hacerle callar por necio, podéis escupirle y matarle como si fuese un demonio, o podéis caer a sus pies y llamarlo Dios y Señor. Pero no salgamos ahora con insensateces paternalistas acerca de que fue un gran maestro moral. Él no nos dejó abierta esa posibilidad. No quiso hacerlo. En el mundo de los sistemas de información usamos mucho los llamados árboles de decisión, donde gráficamente diagramamos las acciones a tomar para una determinada pregunta y sus posibles respuestas. Ante la cuestión de que Jesús afirma ser Dios hay solo dos alternativas: La afirmación puede ser verdadera o falsa. Si es falsa hay ahora otras dos posibilidades: Él sabía que sus aseveraciones eran falsas o no lo sabía. Si no lo sabía entonces era un lunático, estaba loco. Si lo sabía quiere decir que engañaba deliberadamente a la gente, convirtiéndolo en un ser muy malvado, en un mentiroso e hipócrita ya que la honestidad era una de sus enseñanzas , y además sumamente necio, orgulloso, prepotente y narcisista ya que se hizo matar por sus palabras mentirosas y engañosas . Por el otro lado si sus afirmaciones eran verdaderas Él era quien decía ser: el Señor, el Hijo de Dios, el Mesías, Dios hecho carne. C.S. Lewis en el párrafo citado anteriormente dice que Jesús no dejo la posibilidad de escoger entre verlo a Él como a un maestro sabio o como a Dios. La evidencia está claramente en favor de Jesús como Señor. Sin embargo, hay personas que rechazan y rechazarán estas evidencias, no debido a una posible falla en las mismas, sino por las implicaciones morales que su aceptación conlleva. El título de este argumento presenta tres posibilidades, Jesús era un mentiroso y malvado, o estaba loco, o era el Hijo de Dios. Juzgue todas las evidencias y con honestidad moral adjudíquele uno de esos tres títulos a ese hombre que murió en la cruz por sostener que era Dios.

tumba

CUARTA TESIS: LA ESCENA DE LOS HECHOS

El primer elemento de esta triste escena es un cadáver. Jesús murió en la cruz. Algunos detractores de la resurrección aseguran que el Maestro sobrevivió el martirio y que lo bajaron vivo del madero. Los doctores William Edwards, Wesley Gabel y Floyd Hosner, patólogos de la Clínica Mayo de Rochester, Massachusetts publicaron en la revista médica Journal of the American Medical Association en su edición del 21 de Marzo de 1986 el siguiente informe: Veamos en primer lugar, la salud de Jesús, pues los rigores de sus caminatas por toda la tierra de Israel hubieran sido imposibles si Él no hubiera gozado de una buena salud. Se asume pues, que Jesús estaba en perfectas condiciones físicas antes de su arresto en el Huerto de Getsemaní. Posteriormente, el estrés emocional, la falta de sueño y comida, los golpes que sufrió de manos de los soldados romanos y la larga caminata hacia el monte Calvario le hicieron vulnerable a los efectos fisiológicos adversos a la flagelación. En seguida la Biblia nos revela que en el Huerto de Getsemaní «sudó grandes gotas de sangre», fenómeno que a la luz de la ciencia es conocido como hematohidrósis (sudor sanguinolento: Mateo 26,36-38; Lucas 22,44). Esto suele ocurrir en estados altamente emocionales cuando la hemorragia de las glándulas sudoríparas ocasiona que la piel quede excesivamente frágil. Durante la flagelación que experimentó por parte de los soldados romanos sufrió laceraciones profundas, pues estos látigos estaban formados de cinco colas con puntas de plomo y huesos en sus puntas (Mateo 27,24-26). Estos látigos se enrollaban en el pecho y espalda de la víctima desgarrándole la mayor parte de los tejidos subcutáneos y por medio de este castigo los soldados pretendían debilitar a la víctima y llevarla a un estado muy cercano al colapso o a la misma muerte. El grado de pérdida sanguínea determinaba, generalmente, el tiempo que la víctima sobrevivía en la cruz. La pérdida de sangre de Jesús preparó el terreno para un estado de shock hipovolémico (estado donde existe una discrepancia entre la capacidad de los vasos sanguíneos y su contenido). La hipovolemia significa una disminución del volumen sanguíneo, ya sea por pérdida de sangre o por deshidratación, la cual reduce también la presión circulatoria de la sangre que regresa al corazón. A esto es a lo que se le llama estado de shock. Las heridas de los látigos en la espalda de Jesús fueron cubiertas con un manto de púrpura, el cual, al llegar al lugar de su crucifixión, le fue arrancado, reabriendo de esta manera sus heridas y arrancando su piel por toda la sangre que tenía coagulada (Mateo 27,27-31). Durante la crucifixión los brazos y las piernas de Jesús fueron totalmente estirados y colocados sobre la cruz juntamente con su espalda ensangrentada, pues los clavos eran colocados entre el hueso radio y los huesos del carpo. Aunque no producían fracturas, el daño al periostio (la membrana que cubre los huesos) era dolorosísima. Seguramente los clavos también le cortaron el nervio mediano, lo cual debió haberle ocasionado espasmos intensísimos de dolor en ambos brazos y piernas durante el procedimiento. Todo esto debió haberle producido una parálisis en parte de sus manos, pues los ligamentos son atrapados en el trayecto de los clavos ocasionando lo que se llama, una «mano de garra». Los clavos de los pies le atravesaron entre los huesos del tarso y, seguramente también, le ocasionaron lesiones profundas en los nervios. El mayor efecto fisiológico de la crucifixión fue la interferencia con la respiración normal, especialmente durante la exhalación, ya que el cuerpo tiende a fijar el tórax en estado de inhalación. Esto, junto con la fatiga muscular, le debió haber ocasionado calambres musculares y contracciones intermitentes. En el Evangelio de Juan se enfatiza la salida repentina de sangre y agua cuando uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza (Juan 19,34), lo cual, de acuerdo con la cardiología moderna, correspondió al líquido pericárdico que sale del pericardio (capa que envuelve al corazón). Indicaciones de que no solo perforó el pulmón derecho sino también el pericardio y el corazón, asegurando por lo tanto su muerte. De acuerdo con esto, las interpretaciones basadas en la presunción de que Jesús realmente no murió en la Cruz aparecen en desacuerdo con el conocimiento médico moderno. Los soldados romanos estaban tan familiarizados con la muerte que la sabían reconocer cuando la veían. Conocían muy bien como lucía un difunto y por eso el soldado romano, que se encontraba al frente de Jesús, exclamó al verlo morir «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios» . Seguramente es el mismo soldado que le informó a Pilato que ya había muerto y por lo tanto podía entregar el cadáver a José de Arimatea, cuando este fue a pedírselo: «Pilato, sorprendido de que ya hubiera muerto, llamó al capitán para preguntarle cuánto tiempo hacía de ello. Cuando el capitán lo hubo informado, Pilato entregó el cuerpo a José.» . El segundo elemento de la escena es la tumba donde se guardó ese viernes el cadáver de Jesús. La palabra tumba o sepulcro aparece treinta y dos veces en los relatos bíblicos de la resurrección, lo que demuestra la importancia que le dieron los apóstoles a este lugar. Eusebio de Cesárea —el padre de la historia de la iglesia— nos cuenta en su obra Teofanía, la descripción que le hizo la emperatriz Helena , primera protectora del Santo Sepulcro: La tumba misma era una cueva que había sido labrada; una cueva que había sido cortada en la roca y que no había sido usada por ninguna otra persona. Era necesario que la tumba, que en sí misma era una maravilla, cuidara sólo de un cadáver. En marzo de 2016, las seis órdenes que custodian el Santo Sepulcro (Iglesia Ortodoxa Griega, Católica Romana, Apostólica Armenia, y las Ortodoxas Siria de Antioquía, Copta y Etíope) dieron su aval para que un equipo de la Universidad Técnica Nacional de Atenas llevara a cabo una inspección y restauración del Edículo, la estructura que cubre el sepulcro. El costo de la obra, de más de cuatro millones de dólares, fue financiado principalmente por el rey Abdullah II de Jordania, y un obsequio de 1.3 millones de dólares de Mica Ertegun al Fondo Mundial de Monumentos. Los arqueólogos consideraron imposible afirmar fehacientemente, que en el sitio hoy venerado estuvo la efímera tumba de Cristo, pero sí pueden sostener que la actual Iglesia y el Santo Sepulcro están en la misma ubicación fijada en el siglo IV por Santa Helena y su hijo Constantino. Cuando la madre del emperador y su séquito llegaron a Jerusalén, alrededor del año 325, sus investigaciones los llevaron hacia un templo romano —pagano— construido unos doscientos años antes. Ese edificio fue demolido y debajo se halló una tumba tallada en una cueva de piedra caliza. Para exponer el interior del sepulcro, en el cual el cuerpo de Jesús había sido depositado sobre una cama labrada en la piedra, se talló la parte superior de la cueva. Y para preservarlo se construyó el Edículo, una suerte de templete que rodea la tumba y que se conserva hasta nuestros días. De este Edículo se extrajo unas muestras de argamasa que fueron analizadas por dos laboratorios diferentes para determinar su antigüedad. El resultado es que los materiales usados en la construcción datan del siglo IV d.C., evidenciando la continuidad en la ubicación del sitio en donde reposaron los restos de Jesús por tres días, a pesar de los muchos ataques y siniestros del que ha sido objeto este lugar sagrado por más de mil setecientos años. El tercer elemento en la escena es la sepultura. Sabemos más de ésta que de la de cualquier personaje famoso de la antigüedad, incluyendo faraones, reyes, emperadores y filósofos. Del entierro de Jesús sabemos quién tomó el cuerpo después de certificarse su muerte, conocemos el nombre de la persona que donó las especies para su embalsamamiento y de cuanta cantidad fue la donación. Está documentado el nombre de las personas que participaron de todos los preparativos necesarios que la costumbre dictaba para depositar el cadáver en su destino final. Se sabe quién era el dueño de la tumba, como también su lugar de nacimiento, filiación religiosa, posición económica y ocupación. Sabemos la ubicación de la tumba y el número de veces que había sido usada previamente, como también de qué estaba hecha. Quedó registrado el día y la hora aproximada en que se depositó el cuerpo dentro del sepulcro. Sabemos cómo fue cerrada la tumba y quien la custodió por tres días. No existen detalles de esta calidad del entierro de ningún personaje famoso de la antigüedad. El cuarto elemento de la escena es la piedra. Se sabe que era redonda, grande y sumamente pesada, de ahí la preocupación de las mujeres cuando se dirigían al sepulcro de quien la movería. A la tumba se podía entrar sin agacharse, lo que supone que la piedra tuviera un diámetro aproximado de un metro y medio o quizás un poco más, y por este tamaño su grosor debería ser de mínimo treinta centímetros. Esto la sitúa en el orden de más de dos toneladas de peso. Definitivamente era una piedra muy pesada. Coincide con la descripción que da Mateo «una piedra grande» y la de Marcos «que la piedra, aunque era sumamente grande» . El quinto elemento de la escena es el sello. Dedicare la siguiente sección exclusivamente a este tema por ser de suma importancia. El sexto elemento de la escena es la guardia. Las múltiples veces que Jesús había anunciado que resucitaría al tercer día de entre los muertos, hacía temer al sanedrín que sus discípulos intentaran robar el cadáver, de tal manera que una vez desaparecido, ellos clamarían como cierta la tan anunciada resurrección del que aseguraba ser el Hijo de Dios. Por esa razón lograron convencer a Pilato que dispusiera de una «tropa de guardia» para su vigilancia, es decir soldados romanos. El sanedrín pensaba que los doce apóstoles, o por lo menos once, eran los que intentarían realizar el hurto, así que el número de soldados debería ser proporcional a la amenaza. Si cuando el rey Herodes tuvo bajo arresto a Pedro lo vigiló con diez y seis soldados , cabe pensar que el número de los guardias destinados a cuidar la tumba ha debido estar por este orden. El manual del ejercito romano, el Strategikon, nos cuenta que el castigo que sufría un soldado que se durmiera durante su guardia era el denominado Animadversio Fustium, que consistía en azotar públicamente al infractor hasta que perdiera la conciencia, por eso el soldado que estaba cuidando a Pablo y Silas, quiso enterrarse la espada, cuando pensó que habían escapado de la cárcel, después de un terremoto tan violento que sacudió los cimientos de la cárcel y se abrieran las puertas de las celdas (Hechos 16,22-34). El historiador Polibio nos cuenta que una tropa de guardia consistía en cuatro a dieciséis hombres, que eran relevados por turnos de ocho horas. El sepulcro de Jesús fue vigilado durante los tres días por un grupo de soldados romanos, que sabían muy bien el terrible castigo que les esperaba donde se durmieran o descuidaran sus deberes. ¿cabe pensar que los todos se hayan podido haber dormido, sin que se hubieran despertado, mientras los discípulos movían una piedra de semejante tamaño y sacaran el cuerpo del Maestro? Toda la escena del lugar del entierro de Jesús tiene un enorme soporte histórico. Nunca un delincuente produjo tanta preocupación después de su ejecución. Sobre todo, jamás un condenado a muerte de cruz había contado con el honor de haber sido custodiado por una escuadra de soldados. Todas las medidas judiciales y policivas del momento, adicionales a las que la prudencia dictaba, fueron tomadas para evitar que el cadáver de Jesús se moviera un centímetro del lugar donde había sido depositado ese viernes, y aun así tres días después el cuerpo ya no estaba. Hoy podemos palpar con nuestras propias manos la roca donde Jesús fue amortajado y tocar la piedra donde reposó su cuerpo en esa tumba, que aún se encuentra vacía.

1 2 3 4 5 6 7 8 9
Privacy Settings
We use cookies to enhance your experience while using our website. If you are using our Services via a browser you can restrict, block or remove cookies through your web browser settings. We also use content and scripts from third parties that may use tracking technologies. You can selectively provide your consent below to allow such third party embeds. For complete information about the cookies we use, data we collect and how we process them, please check our Privacy Policy
Youtube
Consent to display content from - Youtube
Vimeo
Consent to display content from - Vimeo
Google Maps
Consent to display content from - Google
Spotify
Consent to display content from - Spotify
Sound Cloud
Consent to display content from - Sound