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Orlando Hernandez
resurreccion

ARGUMENTO: JESUCRISTO, ¡EN VERDAD RESUCITÓ!

Al llegar al pueblo adonde se dirigían, Jesús hizo como que iba a seguir adelante. Pero ellos lo obligaron a quedarse, diciendo: —Quédate con nosotros, porque ya es tarde. Se está haciendo de noche. Jesús entró, pues, para quedarse con ellos. Cuando ya estaban sentados a la mesa, tomó en sus manos el pan, y habiendo dado gracias a Dios, lo partió y se lo dio. En ese momento se les abrieron los ojos y reconocieron a Jesús; pero él desapareció. Y se dijeron el uno al otro: —¿No es verdad que el corazón nos ardía en el pecho cuando nos venía hablando por el camino y nos explicaba las Escrituras? Sin esperar más, se pusieron en camino y volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los once apóstoles y a sus compañeros, que les dijeron: —De veras ha resucitado el Señor, y se le ha aparecido a Simón. Entonces ellos dos les contaron lo que les había pasado en el camino, y cómo reconocieron a Jesús cuando partió el pan.

Lucas 24,28-35

 

A mediados de los años 70, el por entonces célebre psíquico de origen israelí Uri Geller, visitó Colombia para hacer gala en un programa de televisión de sus poderes mentales. Recuerdo aun cuando todos en familia nos reunimos alrededor del televisor para presenciar como doblaba una cuchara frotándola con sus dedos pulgar e índice. No podía haber engaño alguno, todo estaba ocurriendo enfrente de nosotros. La cámara enfocó de cerca las manos de este poderoso mentalista y vi con mis propios ojos como el metal aparentaba fundirse. El momento cumbre llegaría cuando aseguró que podía arreglar los relojes dañados de los televidentes usando solamente el poder de su mente. Mi hermano corrió rápidamente a buscar uno y fue siguiendo paso a paso las instrucciones que iba dando. Las manecillas no se movieron. El consenso fue que seguramente nos faltó acercarlo más al televisor para haber captado con mayor fuerza la energía reparadora que Uri Geller estaba enviando. Al día siguiente muchos compañeros de colegio aseguraron que habían vuelto a la vida su viejo reloj descompuesto.

Por algunos años seguí pensando que este tipo de poderes realmente existían. Y como no creerlo si los había presenciado en vivo y en directo. El encanto desapareció cuando a finales de los 70, el ilusionista y escapista James Randi[1], famoso por su programa televisivo Wonderama, acusó a Uri Geller de no ser más que un charlatán que usaba los trucos que los magos conocían para hacerlos pasar como poderes mentales. Lo retó varias veces a demostrar sus habilidades en su presencia, pero éste nunca aceptó. Randi insistió en su reto en el libro La magia de Uri Geller en el que explicaba cada una de las supuestas demostraciones de fuerza mental, con los trucos y técnicas usados por los magos para lograr la misma presentación y resultado.

Con este antecedente y una discusión en radio con un parapsicólogo, James Randi creó en 1964 lo que hoy se conoce como el Reto del Millón de dólares de lo Paranormal[2], que consiste en recompensar con esa cantidad de dinero a cualquier persona que demuestre tener una habilidad supernatural o paranormal bajo las condiciones que imponga Randi. Desde el nacimiento del premio, que comenzó con diez mil dólares, hasta cuando concluyó en el 2015 con el millón, unas mil personas aplicaron en los 21 años de vida del desafío, sin que ninguna de ellas lograra reclamar el premio al fallar en sus pretendidos poderes, cuando los demostraban bajo las condiciones especificadas por la fundación que administraba el reto, y no por las del ejecutante. En la actualidad existen más de cien organizaciones[3] de este tipo a lo largo de todos los continentes que ofrecen premios de diferentes cantidades al que demuestre este tipo de habilidades. Las recompensas continúan sin entregarse.

Increíbles trucos de magia que se pueden hacer pasar por super poderes sobrenaturales han acompañado la historia de la humanidad desde tiempos muy remotos, como los efectuados por la corte de brujos del faraón de Egipto cuando Moisés y Aarón fueron a pedirle que liberara al pueblo[4] judío. El Señor les había dicho que, si el faraón les pedía una señal, arrojaran el bastón al suelo que se convertiría en serpiente. Así lo hicieron y éste se convirtió en el prometido reptil. Nos dicen las escrituras que el faraón, por su parte, mandó llamar a sus sabios y magos, los cuales con sus artes mágicas hicieron también lo mismo: cada uno de ellos arrojó su bastón al suelo, y todos se convirtieron en una serpiente, aunque la de Aarón se comió las otras. ¿Poseían los súbditos del monarca egipcio poderes especiales? Ciertamente que no, eran simplemente magos que sabían hacer buena magia.

Los hechiceros de Egipto desde hace mucho tiempo han sido reconocidos como expertos en la actividad de encantar culebras; y particularmente al presionar la nuca del cuello pueden guiarlas a una clase de catalepsia, lo cual las hace rígidas e inamovibles, pareciendo que se transforman en varas. Ellos disimulan el reptil alrededor suyo, y por medio de actos de juegos de manos la sacan de sus vestidos como una vara rígida y recta. El famoso mago Walter B. Gibson[5] en su libro Secretos de la Magia explica paso a paso como realizar el truco.

Ante la negativa del faraón en el primer intento, Moisés y Aarón regresaron una segunda vez, he hicieron el mismo pedido y volvieron a recibir un no como respuesta. Aarón extendió su vara sobre las aguas del rio Nilo y todas las aguas de Egipto se convirtieron en sangre. Esta seria conocida como la primera de las diez plagas que azotarían esta nación por la dureza de corazón del faraón ante el pedido de liberar al pueblo de Israel. Los magos egipcios también hicieron teñir de rojo otras fuentes de agua. El faraón pensó que, si sus hechiceros habían logrado reproducir la «magia» de los emisarios de Dios, quería decir que no había nada que temer de ese dios, así que se mantuvo en su negativa. La siguiente plaga fue la de la invasión de ranas. Los brujos reales también fueron capaces de imitar la súbita aparición de los batracios. Hasta ahora él no había visto nada que lo impresionara, como para tomar en serio las solicitudes de liberar a sus esclavos israelitas. Las plagas que sucedieron después, los magos de la corte no fueron capaces de imitarlos, pero con las que sí pudieron, fueron suficientes para que el faraón dudara que Moisés y Aarón fueran mensajeros de un dios poderoso. Era claro para él que eventualmente sus brujos llegarían a aprender esos trucos. Sin embargo, la última plaga fue definitiva. Ella hizo doblegar la terca voluntad del gobernante y finalmente accedió al pedido de los escogidos de Dios. La muerte de todos los primogénitos fue tan contundente porque el faraón sabía que ante ella no había nada que hacer. Era el fin de todos los fines. No existe magia que pueda volver a la normalidad ese evento. El muerto, muerto queda hasta hacerse cenizas.

Lawrence Alma-Tadema fue un pintor holandés neoclasicista de la época victoriana, formado en Bélgica y residenciado en Inglaterra desde 1870. Se hizo famoso por sus detallados y suntuosos cuadros inspirados en el mundo antiguo. Entre sus más célebres se encuentra uno titulado La muerte del primer hijo del faraón[6], exhibido en el museo Rijksmuseum en la ciudad de Ámsterdam, Holanda. Lawrence pintó al faraón de Egipto con el cuerpo de su hijo mayor, ya cadáver, sobre su regazo. La madre se aferra a él con desesperación y angustia. Los sirvientes hacen duelo y los bailarines están realizando la danza de la muerte. La iluminación tenebrosa de las velas acentúa el dramatismo de la escena. El Faraón ocupa la figura central, como corresponde a su rango. Aunque su porte es imponente y se encuentra con todos los atributos de su poder, la presencia del cadáver de su hijo nos muestra, en realidad, toda su fragilidad. Un cuerpo cianótico, especialmente en labios y uñas, que porta una cadena de oro con el escarabajo sagrado como amuleto protector (muy poco efectivo a juzgar por los resultados). Al fondo, a la izquierda, en medio de la penumbra, están los líderes israelitas Moisés y Aarón, cuya siniestra presencia viene a recordarle al faraón que se han cumplido sus vaticinios. Saben que de la boca del gobernante están a punto de brotar las palabras: «! Hebreos, se pueden largar de Egipto ¡» Pero, a la derecha del faraón, llama la atención la figura de un abatido médico. Se encuentra sentado sobre el suelo, con los ungüentos que constituyen su arsenal terapéutico a sus pies (tan poco efectivos, como el escarabajo), que muestra su impotencia y desolación ante lo que no comprende.

La muerte es lo único a lo que realmente le ha temido el hombre, ya que se lleva al hueco toda esperanza de un mañana. Ni los magos que retrató Lawrence en esta pintura, ni la ciencia más avanzada han logrado evitarla y mucho menos revertirla. Pero ¿es cierto que ante la muerte no hay nada que hacer? ¿El muerto, muerto queda? ¿Puede el dueño de la vida hacer alguna excepción a esta ley?

 

 

 

Argumento: Jesucristo, ¡en verdad resucitó!

Papá, mamá y sus dos hijos, uno de diez años y el otro de siete, se encontraban muy emocionados porque se acababan de mudar a su nueva casa. Apenas habían terminado de desempacar y poner en su lugar la mayoría de sus pertenencias, decidieron cambiar los colores del interior de la casa. Ya habían estado pensando en el asunto, así que compraron las pinturas y se pusieron manos a la obra. Comenzaron por la sala y se propusieron terminarla ese mismo día, sin importar la hora. Completamente distraídos en su labor, el padre mira su reloj y se da cuenta que ya es casi la medianoche y los dos pequeños no se han ido a la cama. Casualmente el menor entra en ese momento y el papá le pregunta por su hermano, a lo que éste le contesta que está viendo televisión. El padre le dice que por favor le diga que él manda a decir que apague inmediatamente la televisión y se vayan a acostar. Obediente el niño, va a donde él y le dice: «que manda a decir mi papá que apague inmediatamente la televisión y que se vaya a acostar». El mayor entra en una disyuntiva. Piensa que es posible que este inventando la historia, para que él, cuando haya apagado el aparato y se haya ido al cuarto, su hermano prenda de nuevo el televisor y se ponga a ver su programa favorito. De otro lado, si es cierto que su hermano está transmitiendo la orden de su padre y no la obedece, se estaría buscando un problema. ¿Cómo saber que el mensaje es verdadero? ¿Cómo saber que puede confiar en el mensajero?

El sentido común siempre nos ha indicado que, ante una orden, el dilema de obedecerla o no se resuelve fácilmente por la autoridad de quien la emite. Sin embargo, desde nuestro origen este no parece haber sido siempre el caso. Cuando Dios les dijo a nuestros primeros padres Adán y Eva —en el paraíso— que no podían comer del árbol del bien y del mal porque de hacerlo morirían, la serpiente le dijo a Eva que si podían comerlo. ¿A quién creerle? ¿A Dios o la serpiente? Parece que en principio la cuestión no tiene mucho que pensarle y que la opción correcta estaba dada, pero no fue así y ya sabemos que hicieron y las consecuencias que tuvo esa mala decisión.

Cuando Jesús fue arrestado en el monte de Getsemaní y llevado al sanedrín para ser supuestamente juzgado de acuerdo con las normas judías por el delito de blasfemia, ya que había afirmado ser el Hijo de Dios, sus acusadores lo declararon culpable y lo remitieron al gobernador romano Poncio Pilato para que llevara a cabo la sentencia de muerte. Éste le hace primero un breve interrogatorio en el pretorio[7]. «¿Eres tú el Rey de los judíos?» a lo cual Jesús le responde con otra pregunta «¿Eso lo preguntas tú por tu cuenta, o porque otros te lo han dicho de mí?» Pilato le responde «¿Acaso yo soy judío? Los de tu nación y los jefes de los sacerdotes son los que te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?» Jesús le contestó: «Mi reino no es de este mundo. Si lo fuera, mis propios guardias pelearían para impedir que los judíos me arrestaran. Pero mi reino no es de este mundo.»[8].

El tema de la blasfemia le tendría sin cuidado al gobernador, ya que el paganismo tenía infinidad de dioses, así que dicha acusación ostentaba un peso y connotación muy diferente a la de los judíos, era irrelevante para los romanos, hasta divertido. Pero el que Jesús hubiera hablado de un «reino», eso ya era otra cosa. Eso ya era pasar al campo político que si competía a su jurisdicción. Por eso Pilato quiere asegurarse que entendió correctamente y le pregunta «¿Así que tú eres rey?», y Jesús no solo le contesta afirmativamente, sino que le revela el propósito de su existencia: «Yo nací y vine al mundo para decir lo que es la verdad.»[9]

Tenemos a un hombre que dice ser el Hijo de Dios, que solo habla con la verdad, que todas las profecías que hablaban de la venida del Mesías se cumplieron en Él. ¿Cómo podemos comprobar su autoridad? ¿Cómo podemos estar seguros de que Él sí es el mensajero de Dios?

Como le dijo Dios a Moisés: o se es un verdadero profeta o no se es. No hay tal de profetas a medias. Si todas las profecías de Jesús se cumplieron, demostrando ser un verdadero profeta, ¿qué evidencia podemos aportar para descalificarlo como tal? Ciertamente sus milagros no fueron suficientes para demostrar su verdadera identidad, ya que cuando los fariseos y los saduceos le pidieron una señal Él no mencionó que había devuelto a Lázaro a la vida, ni les recordó que alimentó a miles con solo cinco panes y dos peces —en al menos dos oportunidades—, no dijo nada de todos los ciegos que les había restaurado la vista, ni de los paralíticos que ahora caminaban. No dijo una sola palabra de sus milagros. Dijo que la única señal que les daría sería la de «su resurrección», finalmente Él se distinguiría por algo que jamás profeta alguno había hecho en el pasado: volver de la tumba. El Antiguo Testamento registra prodigiosos milagros hechos por Dios a través de sus profetas, pero esto era inédito.

De manera que la única prueba que Jesús ofreció de que Él era quien decía ser, no fueron sus milagros, sino su resurrección, de ahí que sea el pilar del cristianismo. La resurrección del Mesías y el cristianismo se mantienen juntos de pie o se caen los dos al tiempo. En el instante que apareciese una prueba irrefutable que demostrará que la resurrección del Señor fue el montaje mejor planeado de la humanidad, nuestra religión se acabaría. En más de dos mil años no ha aparecido, todo lo contrario, se recopilan más y más evidencias que la soportan.

El significado de la resurrección cae en el campo de la teología, pero la desaparición del cadáver de Jesús cae en el campo de la historia. Para que un evento pueda ser llamado como histórico, requiere de dos condiciones: ha de conocerse el «dónde» y el «cuándo», es decir que tiene que haber ocurrido en un espacio y en un tiempo.

La resurrección de Jesús fue un hecho histórico. Él fue sepultado en una tumba que estaba cavada en la roca de una colina cercana a la ciudad de Jerusalén en la época en que el prefecto de la provincia romana de Judea era Poncio Pilato, quien gobernó entre los años 26 y 36 de nuestra era. Hay un «dónde» y un «cuándo». José de Arimatea fue un ser real, miembro del sanedrín, adinerado y de gran influencia en los ámbitos del gobierno local. Nicodemo, quien ayudó a sepultar a Jesús, aportó cien libras de mirra y áloe para el embalsamamiento, también fue miembro adinerado del sanedrín, y mencionado en varios libros apócrifos de la antigüedad. Su tumba fue encontrada junto a la del mártir Esteban en el año 415 d.C. José ben Caifás era el sumo sacerdote del sanedrín y terminó siendo el juez que condenó a muerte a Jesús, también fue un personaje real. Los restos de su casa pueden ser visitados en Jerusalén y su osario se encuentra expuesto actualmente en el museo de Israel en esta misma ciudad. Existen monedas de bronce que fueron acuñadas en Galilea entre el 26 y 36 d.C., para conmemorar el periodo de gobierno de Poncio Pilato. Todos los personajes que participaron, directa o indirectamente en la pasión y muerte de Jesús, fueron reales y tuvieron un lugar en la historia. Sabemos de ellos no solamente por las narraciones bíblicas, sino por muchas otras fuentes seculares, además de la gran cantidad de hallazgos arqueológicos que involucran a todos estos personajes.

Sabemos dónde están los huesos de Abraham, Mahoma, Buda, Confucio, Lao-Tzu y Zoroastro, pero ¿dónde están los de Jesús? La naturaleza del cuerpo de Jesús resucitado puede que sea todo un misterio, pero el hecho de que el cuerpo desapareció de la tumba es un asunto que debe ser decidido por la evidencia histórica, como la que presentaré más adelante.

Toda la evidencia que encontramos en el Nuevo Testamento y en la literatura de la iglesia primitiva muestra que la prédica de la buena noticia del evangelio no era «Siga las enseñanzas de ese Maestro y pórtese bien» sino «Jesucristo resucitó de entre los muertos». No se puede quitar la resurrección del cristianismo sin alterar radicalmente su carácter y destruir su verdadera identidad.

Mencionaba en el capítulo anterior que Dios le dijo al pueblo de Israel que el verdadero profeta se distinguía muy fácil (Deuteronomio 18,21-22): si sus profecías se cumplían era verdadero y sino; era pues un falso profeta. Jesús, al igual que otros profetas del Antiguo Testamento, profetizó su traición, pasión, muerte, resurrección, la persecución a los cristianos, la destrucción de Jerusalén y muchas otras cosas más:

A partir de entonces Jesús comenzó a explicar a sus discípulos que él tendría que ir a Jerusalén, y que los ancianos, los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley lo harían sufrir mucho. Les dijo que lo iban a matar, pero que al tercer día resucitaría. Mateo 16,21

Jesús, yendo ya de camino a Jerusalén, llamó aparte a sus doce discípulos y les dijo: —Como ustedes ven, ahora vamos a Jerusalén, donde el Hijo del hombre va a ser entregado a los jefes de los sacerdotes y a los maestros de la ley, que lo condenarán a muerte y lo entregarán a los extranjeros para que se burlen de él, lo golpeen y lo crucifiquen; pero al tercer día resucitará. Mateo 20,17-19

Después de decir esto, Jesús se estremeció y manifestó claramente: «Os aseguro que uno de ustedes me entregará» […] Jesús le respondió: «Es aquel al que daré el bocado que voy a mojar en el plato». Y mojando un bocado, se lo dio a Judas, hijo de Simón Iscariote. Juan 13,21-26

Jesús le dijo: —Te aseguro que esta misma noche, antes que cante el gallo, me negarás tres veces. Mateo 26,34

Cuídense ustedes mismos; porque los entregarán a las autoridades y los golpearán en las sinagogas. Los harán comparecer ante gobernadores y reyes por causa mía; así podrán dar testimonio de mí delante de ellos. Pues antes del fin, el evangelio tiene que anunciarse a todas las naciones. Marcos 13,9-10

Al salir Jesús del templo, uno de sus discípulos le dijo: —¡Maestro, mira qué piedras y qué edificios! Jesús le contestó: —¿Ves estos grandes edificios? Pues no va a quedar de ellos ni una piedra sobre otra. Todo será destruido. Marcos 13,1-2

Jesús como gran versado de las Escrituras, tenía que conocer las palabras que Dios dijo a través de Ezequiel con respecto a los falsos profetas «Por eso yo, el Señor, digo: Como ustedes dicen cosas falsas y sus visiones son mentira, yo estoy contra ustedes. Yo, el Señor, lo afirmo. Voy a levantar la mano para castigar a los profetas que tienen visiones falsas y cuyas profecías son mentira» (13,1-16). Todas las profecías que hizo Jesús se cumplieron, incluyendo la destrucción del templo de Jerusalén, una profecía que nadie hubiera creído posible ya que se trataba de una construcción extremadamente grande: quinientos metros de largo por trescientos de ancho, edificada con enormes bloques de piedra de toneladas de peso cada una. Era toda una fortaleza. Sin embargo, en el año 66 d.C., la población judía se rebeló en contra del Imperio romano y cuatro años después las legiones del emperador Vespasiano, bajo las órdenes de su hijo Tito, destruyeron la mayor parte de Jerusalén incluido el Gran Templo, después de un asedio de más de cinco meses. El arco de Tito, levantado en Roma para conmemorar la victoria en Judea, representa a los soldados romanos llevándose la Menorah del Templo.

Con su resurrección, Jesús demostró que Él no estaba loco, ni mintiendo cuando afirmaba ser el Hijo de Dios. Ciertamente era el mensajero del Padre que venía a darle un nuevo orden y significado a lo que los profetas habían escrito. Todas las Escrituras quedaban convalidadas ya que Él las mantenía muy presentes, las explicaba y las cumplía, un hombre que solo vino a decir la «verdad» no citaría las Escrituras a menos que también fueran verdad. Es más, hasta parecía obsesionado con ellas ya que las mencionaba constantemente y no perdía oportunidad de demostrar su aplicabilidad y sabiduría. Cuando el Señor se refugió por cuarenta días en el desierto y tuvo el encuentro con el diablo, a las peticiones de éste le responde con tres citas de la Biblia[10]. A la de que las piedras se conviertan en pan, el Señor respondió: «La Escritura dice: “No sólo de pan vivirá el hombre.”». A la oferta de riquezas, Jesús replicó: «La Escritura dice: “Adora al Señor tu Dios, y sírvele sólo a él.”». Cuando le propuso tirarse del templo, su respuesta fue: «También dice la Escritura: “No pongas a prueba al Señor tu Dios.”» Para Jesús, las preguntas o las dudas tienen respuesta en las Escrituras. Sobre si se puede trabajar en sábado, Él les dijo: «A ustedes les pregunto: ¿Qué permite hacer la Ley en día sábado: hacer el bien o hacer daño, salvar una vida o destruirla?»[11]. A la pregunta, ¿qué debo hacer para conseguir la vida eterna? Jesús respondió: «¿Qué está escrito en la Escritura? ¿Qué lees en ella?»[12]. Sobre el mandamiento más importante de la Ley, Jesús les cita el libro del Deuteronomio: «Amarás al Señor tu Dios»[13]. Jesús muestra su autoridad al presentar las Escrituras como guía. Incluso, en varias ocasiones el Señor reprende a los que no la leen. Cuando hecha a los vendedores del templo, aclara: «En la Escritura se dice, Mi casa es casa de oración»[14]. Al final de su parábola de los viñadores, Jesús les dice a las autoridades judías: «¿Nunca han leído ustedes las Escrituras? Dicen: “La piedra que los constructores despreciaron se ha convertido en la piedra principal.”»[15]. En muchas otras ocasiones Jesús hace referencia a las Escrituras, por ejemplo: «Ustedes estudian las Escrituras con mucho cuidado, porque esperan encontrar en ellas la vida eterna; sin embargo, aunque las Escrituras dan testimonio de mí, ustedes no quieren venir a mí para tener esa vida.»[16]. Los judíos lo admiraban por conocer las escrituras: «¿Cómo puede conocer las Escrituras sin haber tenido maestro?»[17]. Cuando invita a la gente a creer en Él: «Si alguien tiene sed, venga a mí, y el que cree en mí, que beba. Como dice la Escritura, del interior de aquél correrán ríos de agua viva.»[18].

¿Cómo habría Jesús usado las Escrituras para corregir al equivocado, reprendido al que obraba mal, guiar al perdido, educar al ignorante y defenderse de las tentaciones, utilizando las Sagradas Escrituras, si ellas no fueran realmente la Palabra de Dios? En ningún momento el Señor le restó autoridad a las Escrituras, todo lo contrario, Él vino a cumplir lo que estaba escrito hasta ese momento: «No piensen que he venido para poner fin a la Ley o a los Profetas; no he venido para poner fin, sino para cumplir. Porque en verdad les digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, no se perderá ni la letra más pequeña ni una tilde de la Ley hasta que toda se cumpla»[19].

Si se demuestra que Jesús murió y resucitó, que no permaneció en la tumba, sino que volvió a la vida, quiere decir que verdaderamente es el Hijo de Dios, que es el enviado del Padre para comunicarnos su voz, que todo lo que Él habló es «verdad», que podemos confiar en sus palabras, que imprime el sello de «verdaderos» a las Escrituras y que por lo tanto podemos decir con plena confianza que la Biblia es la Palabra de Dios y que podemos confiar plenamente en esa forma que Él escogió para comunicarse con nosotros.
muerte

PRIMERA TESIS: LA MUERTE EN LA ÉPOCA DE JESÚS

La forma de enfrentar la muerte de un ser querido en occidente es tan sorprendentemente distinta a la actitud y comportamiento de los orientales, que se hace necesario contar como eran las costumbres sobre este asunto en la región y época de Jesús, para tener un mejor contexto cuando hable del entierro del Maestro más adelante. Al ocurrir el deceso de una persona se expresaba un profundo lamento que ha llegado a ser descrito como «un chillido agudo que penetra las orejas». Este gemido de muerte era en conexión con el dolor causado por el fallecimiento de todos los primogénitos de Egipto en épocas de Moisés «El faraón, sus funcionarios, y todos los egipcios, se levantaron esa noche, y hubo grandes gritos de dolor en todo Egipto. No había una sola casa donde no hubiera algún muerto.» (Éxodo 12,30). Desde que se oía este lamento de muerte hasta que se realizaba el entierro, los parientes y amigos continuaban con el gemido. Estas lamentaciones eran escuchadas en la casa de Jairo, cuando Jesús entró en ella a resucitar a su hija «Al llegar a la casa del jefe de la sinagoga y ver el alboroto y la gente que lloraba y gritaba,» (Marcos 5,38). Algunos profetas mencionan a las lloronas de profesión o plañideras —generalmente eran mujeres—, quienes recibían un pago por emitir lamentaciones y llanto, tal y como lo señala Jeremías: «¡Atención! Manden llamar a las mujeres que tienen por oficio hacer lamentación. ¡Sí, que vengan pronto y que hagan lamentación por nosotros; que se nos llenen de lágrimas los ojos y nuestros párpados se inunden de llanto!» (9,17-18). En esos momentos también era común el uso del cilicio, tela rústica y de un color oscuro, hecha de pelo de camello o de cabra. Con este material se confeccionaban sacos o costales y desde luego los vestidos rústicos que la gente llevaba como única vestimenta o como un abrigo sobre su vestido, para indicar que estaban atravesando por un profundo dolor. De aquí viene la ropa negra del duelo en nuestro tiempo. Así lo hizo el rey David cuando murió su hijo Abner «Entonces dijo David a Joab, y a todo el pueblo que con él estaba: Rasgad vuestros vestidos, y ceñíos de cilicio, y haced duelo delante de Abner. Y el rey David iba detrás del féretro.» (2 Samuel 3,31). También era costumbre, como acabamos de ver, el rasgarse las vestiduras para expresar el máximo dolor, de ahí que Caifás lo hiciera con las suyas cuando Jesús le confirma que Él es el Cristo «Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras, diciendo: ¡Ha blasfemado! ¿Qué más necesidad tenemos de testigos? He aquí, ahora mismo habéis oído su blasfemia.» (Mateo 26,65). Los judíos enterraban rápidamente a sus muertos, por lo general el mismo día del fallecimiento. Dos eran las razones para actuar con tanta prisa. La primera, porque los cadáveres se descomponen pronto en el clima cálido de Oriente Medio. Y la segunda, porque dejar un cadáver sin sepultar durante varios días era —según el pensamiento de la época⁠— una deshonra para el difunto y su familia. Los Evangelios y el libro de los Hechos relatan al menos tres entierros que tuvieron lugar el mismo día de la muerte: el de Jesús (Mateo 27,57-60), el de Ananías —el que se guardó una parte del dinero recibido por la venta de su terreno— (Hechos 5,5-10) y el del diacono Esteban —quien murió apedreado— (Hechos 7,60–8:2). Siglos antes, la amada esposa de Jacob, Raquel, falleció mientras estaba de viaje con su esposo y su familia. En lugar de volverse para enterrarla en la tumba familiar, Jacob le dio sepultura «Así fue como Raquel murió, y la enterraron en el camino de Efrata, que ahora es Belén.» (Génesis 35,19). Adicional a estas consideraciones la Ley exigía que, si el muerto había fallecido a causa de una condena a morir colgado de un árbol por haber cometido delito grave, el cuerpo no podía dejarse exhibido toda la noche, sino que debería ser enterrado el mismo día , tal y como pasó con Jesús. La población de aquellas regiones tenía la idea de que el espíritu de la persona fallecida permanecía cerca de su cuerpo por tres días después de acontecida la muerte, para poder escuchar los lamentos. Por eso Marta, la hermana de Lázaro, piensa que ya no hay esperanza alguna para su hermano que cruzó esa barrera de tiempo y se lo menciona al Maestro «Marta, la hermana del muerto, le dijo: —Señor, ya huele mal, porque hace cuatro días que murió.» (Juan 11,39). Actualmente Siria mantiene la costumbre de envolver al muerto. Por lo general se le cubre la cara con un pañuelo, y luego se envuelven la cabeza, las manos y los pies con un lienzo de lino —si el difunto era alguien importante seguramente el lino había servido para envolver algún rollo de la ley—. De esta forma es llevado a la fosa para ser enterrado. Así fue como salió Lázaro de la tumba cuando Jesús lo llamó «Y el que había estado muerto salió, con las manos y los pies atados con vendas y la cara envuelta en un lienzo.» (Juan 11,44). Las especias eran opcionales ya que solo los pudientes lo hacían, por ser muy costosas. Su propósito era disimular el olor de la descomposición. Se empleaban inicialmente la mirra y áloes, y posteriormente el hisopo, aceite y agua de rosas. Al igual que era opcional la envoltura completa en lino, como lo fue la de Jesús. Las tumbas contaban con un banco (parte de la roca) donde descansaba el difunto hasta su desintegración. Cuando ésta llegaba, los restos mortales eran colocados en un recipiente parecido a un pequeño ataúd de arcilla o de piedra, denominado osario, que no ocupaba mucho espacio y que podía ser enterrado bajo tierra o colocado junto a otros osarios de miembros de la familia, en una tumba familiar. Así la tumba podía ser utilizada una y otra vez por las siguientes generaciones. Por eso, los sepulcros en las rocas necesitaban un acceso que pudiera ser abierto en todo momento, tal como la gran piedra que clausuraba la que fuera propiedad de José de Arimatea. Igualmente era costumbre blanquear la parte exterior de las sepulturas, durante la primavera, para que fuera bien notoria y nadie fuera a contaminarse inadvertidamente tocándola, de ahí la expresión de «sepulcros blanqueados» que utiliza Jesús al referirse a los fariseos hipócritas que cubrían sus vicios con un bello exterior. Si Jesús hubiese sido enterrado como cualquiera de los forasteros o peregrinos que morían en Jerusalén, sería en un sencillo sepulcro en la tierra, que no se volvería a abrir, y esa resurrección no hubiese sido tan físicamente clara ni fácil de comprobar. La piedra movida y la sábana, que aún estaba allí, daban testimonio de su resurrección. Profundizare en esto más adelante. Una de estas tumbas sencillas fue la que se empleó para dar sepultura a Débora, la servidora de Rebeca «También allí murió Débora, la mujer que había cuidado a Rebeca, y la enterraron debajo de una encina, cerca de Betel.» (Génesis 35,8). También las cuevas naturales eran muchas veces empleadas para este propósito, como la cueva de Macpelá, donde Abrahán, Isaac, Rebeca, Lía y Jacob fueron sepultados (Génesis 49,31). Solo los profetas y reyes eran enterrados dentro de los límites de la ciudad, como Samuel, que fue sepultado en su casa en Ramá (1 Samuel 25,1), y David (1 Reyes 2,10). Para la gente pobre existía un cementerio en las afueras de la ciudad de Jerusalén (2 Reyes 23,6). El entierro de Jesús fue como el de una persona adinerada. La sabana de lino, las cien libras romanas (33 kilos actuales) de la mezcla de mirra y áloe y la tumba cavada en la roca así lo sugiere. José de Arimatea aportó el sepulcro y seguramente Nicodemo daría el resto. Todos estos elementos no era algo que la gente del común tenía guardado en su casa. Eran muy costosas y como estaba al comenzar el sábado, no había como comprarlos. Es claro que quienes participaron de los rituales que se acostumbraba a practicar a un recién fallecido antes de colocarlo en su reposo final, lo siguieron al pie de la letra en el caso de Jesús. En la mente de ninguno de ellos estuvo la posibilidad de que fuera ser cierta la resurrección, tal y como había sido profetizada por el salmista y por el propio Maestro. Ellos ungieron, de acuerdo con todos los ritos, el cuerpo de un hombre que habría de descomponerse dentro de la tumba en la que descansaría por años. Esto hace más creíble todas las narraciones que nos cuentan lo que experimentaron las mujeres y los discípulos aquel primer día de la semana cuando vieron esa tumba vacía. ¿Por qué molestarse en hacer todo ese trabajo solo por tres días? ¿Por qué desperdiciar los valiosos aceites y linos, sí finalmente Él estaría nuevamente con ellos el primer día de la semana? Solo su madre lo creía, y aunque no hay registro bíblico de ninguna conversación entre ella y los que se ocuparon del entierro, ella les tuvo que haber repetido las palabras que el Maestro les había pronunciado en varias ocasiones de todo lo que habría de suceder en aquel fin de semana, pero al igual que a su hijo a ella tampoco le creyeron. Esto explicaría por qué ella no participó de ninguno de los rituales de costumbre, ni acompañó a las mujeres esa madrugada en que encontraron vacía la tumba.

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SEGUNDA TESIS: MÚLTIPLES TESTIGOS

l sargento retirado William Jordan del departamento de policía de la ciudad de Los Ángeles, California, fue uno de los asignados a la investigación del asesinato de Robert Francis Kennedy, mejor conocido como Bobby Kennedy, en la madrugada del 5 de junio de 1968 cuando terminó de dar su discurso de victoria al haber ganado las primarias por su partido en el estado de California. En entrevista al canal de televisión History Channel, decía el sargento Jordan que una de las cosas que complicó mucho la resolución de esta investigación fue la gran cantidad de testigos, cientos en este caso, ya que cada uno dio una versión distinta de lo que ocurrió. Todos oyeron los disparos que dieron por terminada la vida del senador por el estado de Nueva York, incluso muchos vieron al asesino, pero cada uno aportó su propia cantidad de pormenores que resultaban irrelevantes pero que, por la jerarquía del personaje en cuestión, había que darle la importancia que merecía y tocaba investigarlos. Diferentes versiones de un hecho no quieren decir que los testigos estén mintiendo, todo lo contrario, es lo que se espera. Un juez entraría en sospecha si todos los testigos declararan exactamente lo mismo, incluso los detalles, ya que cada ser humano registra diferente un evento y en especial si es de alto impacto emocional. Así que, si todos los testigos dicen lo mismo, sería una clara indicación de que se pusieron de acuerdo. Estarían básicamente mintiendo y engañando al juez. La resurrección de Jesús es narrada por los cuatro evangelistas, dando cada uno de ellos ciertos detalles que no ofrecen los otros, permitiéndonos enriquecer la imagen de tan magno evento. No se espera que los cuatro Evangelios sean idénticos en su narración, por las razones dadas anteriormente, pero los hechos más predominantes e importantes, coinciden en todos ellos. Esto nos da la confianza de saber que sus testimonios son legítimos. Los escritores de los Evangelios comienzan sus relatos de la resurrección cuando se hace rodar la piedra que cubría el sepulcro. Varias mujeres llegan temprano a la tumba el primer día de la semana para continuar con los rituales de la unción y la encuentran vacía. Cuando los ángeles, que están en la tumba, les dicen que Jesús ha resucitado de entre los muertos, las mujeres sienten temor y alegría al mismo tiempo. La cronología de los eventos que se suceden después, son algo confusos, pero al parecer María Magdalena corre más deprisa que las otras para buscar a Pedro y a Juan, y cuando los encuentra les informa de la desaparición del cuerpo del Maestro, a lo que ellos salen corriendo, junto con María, para confirmar con sus propios ojos la noticia que acaban de recibir. Los dos apóstoles le sacan bastante ventaja a María y comprueban, atónitos, que efectivamente la tumba se hallaba vacía y emprenden camino de regreso. Estando María nuevamente en el sepulcro, Jesús se le aparece y luego lo hace con el resto de las mujeres que se estaban devolviendo de la tumba para dar la noticia de la resurrección a los discípulos, los cuales no les creen ni una palabra. No hay un registro detallado en la Biblia de como fue el encuentro personal de Jesús con Pedro ese mismo día, ya que la única mención bíblica, que es la de Pablo, «y que se apareció a Cefas, y luego a los doce.» nos deja todo a nuestra imaginación. También los discípulos mencionan esa aparición, cuando están reunidos con Cleofás escuchando de su encuentro con el Maestro mientras iba de camino con otro discípulo a Emaús. Finalmente, en el día de la resurrección, Jesús se aparece a todos los demás apóstoles, excepto a Tomas, que no se encontraba presente en esos momentos. Combinando los cuatro relatos, se puede listar cronológicamente la secuencia de eventos de la resurrección del Señor como sigue: • La piedra es removida del sepulcro: Mateo 28,2-4. • Las mujeres llegan a la tumba: Marcos 16,1-4, Mateo 28,1, Lucas 24,1-3 y Juan 20,1. • Los ángeles les anuncian la resurrección: Marcos 16,5-7 y Mateo 28,5-7. • Ellos les recuerdan la profecía de la resurrección: Lucas 24,4-8. • Las mujeres se devuelven temerosas: Marcos 16,8. • Pedro y Juan son informados del suceso: Juan 20,2. • Pedro y Juan corren y entran al sepulcro: Juan 20,3-10 y Lucas 24,12. • Jesús tiene un encuentro con María Magdalena: Mateo 16,9 y Juan 20,11-17. • Jesús se aparece a las mujeres: Mateo 28,8-10. • Los sumos sacerdotes se enteran y ocultan lo ocurrido: Mateo 28,11-15. • Las mujeres cuentan su encuentro con el resucitado: Lucas 24,9-11, Marcos 16,10-11 y Juan 20,18. • Jesús se le aparece a Pedro: Lucas 24,34 • Jesús se le aparece a Cleofás, uno de los caminantes a Emaús: Lucas 24,13-27 y Marcos 16,12. • Se revela la identidad de Jesús al partir el pan: Lucas 24,28-32. • Cleofás cuenta a sus compañeros la aparición: Lucas 24,33-35, Juan 20,19 y Marcos 16,13. • Jesús se aparece por primera vez a sus discípulos: Lucas 24,36-44, Marcos 16,14 y Juan 20,20. Si bien es cierto que es de esperarse ciertas discrepancias en las narrativas que acabo de mencionar, un lector desprevenido podría pensar a priori que alguien está mintiendo. Se hace entonces necesario aclarar que dichas diferencias las podamos resolver satisfactoriamente usando la lógica. Una de las citadas discrepancias, por dar un ejemplo, es el del número de ángeles que anuncian la resurrección del Señor. En la narración de Mateo 28,2-7 hace referencia a un solo ángel, mientras que en Lucas 24,4-7 se mencionan a dos, pero el hecho que Mateo solo hable de uno no quiere decir que no hubiera habido el otro mencionado por Lucas. Tal vez Mateo decidió referirse solamente a uno porque quiso resaltarlo. Quizás solo ese ángel fue el que habló, como pareciera sugerirlo la narrativa de Lucas y por eso solo se refiere a éste y no al otro. Otra de las «supuestas» discrepancias es el que solo Mateo menciona el terremoto que se produjo cuando los ángeles remueven la piedra que tapaba el sepulcro. ¿Es esto una clara indicación de que está mintiendo? ¡Para nada! Nuevamente la supuesta discrepancia se puede resolver usando la lógica. El hecho que solo uno de los evangelistas mencione este evento, no quiere decir que se lo esté inventando, o que los otros estén mintiendo. Simplemente Mateo le dio tal importancia a ese hecho que quiso registrarlo en su narración, mientras que los otros no se la dieron. El periodista español Pepe Rodríguez, enemigo acérrimo de la iglesia Católica, publicó un libro en el 2012 titulado Mentiras fundamentales de la iglesia Católica, de gran éxito en ventas. En dicha obra el autor destroza la resurrección de Jesús describiendo todas y cada una de las «supuestas» contracciones en los evangelios, para concluir que todo fue una farsa. Muchos de sus lectores le creyeron. Pero siguiendo el mismo principio lógico con el que resolví dos de esas «supuestas» discrepancias, no se estaría hablando de mentiras, sino de una narración que se complementa con los detalles que aportaron cada uno de los evangelios. Otra de las razones que nos aumenta la confianza en la fidelidad de las narraciones que realizaron los evangelistas, es la misteriosa «transformación» del cuerpo del Señor resucitado. Me explico. Antes de su pasión y muerte, las Escrituras nos relatan tres resurrecciones hechas por Jesús estando en compañía de sus discípulos: • La de su amigo Lázaro: Juan 11,1-44 • La del hijo único de la viuda de Naín: Lucas 7,11-17 • La de la hija de Jairo, líder de una sinagoga local: Mateo 9,18-23 y Marcos 5,21-43 En todos esos casos, una vez volvía a la vida el muerto, seguía siendo la misma persona, como habría de esperarse. Las narraciones de lo que acontece después de las resurrecciones nos dejan ver que sus familiares y seres queridos reconocieron al que había fallecido. Es decir que la persona estaba viva, moría, Jesús la resucitaba y volvía a ser la misma persona que era antes de experimentar la muerte. ¿Por qué habría de cambiar de rostro o de cuerpo? Esto fue lo que los discípulos presenciaron. En sus mentes estaba que la resurrección consistía en eso, en que el dueño de la vida, Jesús, le daba la orden al muerto que se levantara y ese cuerpo recobraba milagrosamente la vida y volvía a sus actividades. ¿Si los evangelistas se hubieran «inventado» la resurrección del Señor, no era de esperarse que se la «inventaran» de la manera en que la conocían? Sin embargo, cuando nos narraron la resurrección de Jesús, ellos dicen que ¡no lo reconocían! Por alguna razón su rostro había cambiado. Claramente era su cuerpo, ya que no estaba en la tumba y seguía teniendo las heridas de su crucifixión, pero algo le había pasado a su rostro que no lo reconocen. En el encuentro que tuvo con María Magdalena al frente de su tumba ella no lo reconoce «Apenas dijo esto, volvió la cara y vio allí a Jesús, pero no sabía que era él.» . En el encuentro que tuvo el Maestro con los dos caminantes a Emaús tampoco lo reconocen «Pero, aunque lo veían, algo les impedía darse cuenta de quién era.» . Cuando se le apareció a siete de sus discípulos a orillas del Lago de Tiberias, hablaron con el Maestro sin reconocerlo «Jesús les preguntó: —Muchachos, ¿no tienen pescado? Ellos le contestaron: —No. Jesús les dijo: —Echen la red a la derecha de la barca, y pescarán. Así lo hicieron, y después no podían sacar la red por los muchos pescados que tenía. Entonces el discípulo a quien Jesús quería mucho le dijo a Pedro: —¡Es el Señor!» . El profeta Daniel en una de sus visiones que tiene con el Arcángel San Miguel en referencia al final de los tiempos escribió: «Muchos de los que duermen en la tumba, despertarán: unos para vivir eternamente, y otros para la vergüenza y el horror eternos. Los hombres sabios, los que guiaron a muchos por el camino recto, brillarán como la bóveda celeste; ¡brillarán por siempre, como las estrellas!» . Jesús conocía muy bien este pasaje ya que hace referencia a él cuándo les está explicando a sus discípulos su parábola de la cizaña: Así como la cizaña se recoge y se echa al fuego para quemarla, así sucederá también al fin del mundo. El Hijo del hombre mandará a sus ángeles a recoger de su reino a todos los que hacen pecar a otros, y a los que practican el mal. Los echarán en el horno encendido, y vendrán el llanto y la desesperación. Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre. Los que tienen oídos, oigan. (Mateo 13,40-43) Los discípulos habían visto con sus propios ojos a varios muertos resucitar. Ya sabían en que consistía el milagro, conocían el antes y el después. También estaban al tanto de cómo sería esa resurrección del final de los tiempos, pero por ningún lado tenían algo que les sugiriera una «transformación» de la carne tal y como le ocurrió a Jesús. Aun sin entender el porqué de dicho cambio , así lo registraron en los evangelios. Otro elemento que nos debe reforzar más aun la evidencia de la fidelidad de las narraciones bíblicas es el tema de las mujeres como las testigos de la resurrección del Mesías. A la mujer judía se le prohibía hablarles a los hombres en público, y debía cubrir su rostro con un velo cada vez que salía de la casa. Encontrar a una mujer sin velo en público era una causal de divorcio. Ellas cuidaban la casa y los niños; y servían según la voluntad de su esposo. Si un invitado de sexo masculino venía a casa para cenar, las mujeres debían hacerlo en otra habitación. Sus padres arreglaban la mayoría de sus matrimonios, así que raramente se cazaban con el hombre de sus sueños. Su mayor aspiración era que el marido las tratara mejor de lo que habían hecho sus padres. Eran relegadas a la parte externa de la sinagoga y no podían leer las Escrituras. Un rabino del siglo I llamado Eliezer dijo: «Mejor sería que las palabras de la Torá fuesen quemadas que confiadas a una mujer». No se les permitía recitar la Shemá , o la Plegaria Matutina, ni orar en las comidas. ¡Una mujer no podía ni siquiera ser testigo en un caso en los tribunales! . Creo que me quedaría corto si digo que era una sociedad machista. Si las narraciones que escribieron los evangelistas respecto a la resurrección del Mesías hubieran sido el fruto de su imaginación, o el deseo de dar por cumplida la profecía de que el Señor se levantaría de entre los muertos, escogieron a la peor testigo posible. Si toda la narración hubiera sido «inventada» no habrían escogido a María Magdalena como la testigo de la resurrección, ya que en primer lugar en su calidad de mujer no era válido su testimonio, como se indicó anteriormente, y en segundo lugar no era una persona que gozara de respeto dentro de su comunidad por su dudoso pasado. Recordemos que esta era la mujer a la cual Jesús le había sacado siete demonios y aunque generalmente en los evangelios la referencia a demonio se puede asociar a enfermedad, una detallada lectura de los evangelios nos hace ver que no necesariamente este sea el caso que aplica plenamente a María Magdalena: «Aconteció después, que Jesús iba por todas las ciudades y aldeas, predicando y anunciando el evangelio del reino de Dios, y los doce con él, y algunas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malos y de enfermedades: María, que se llamaba Magdalena, de la que habían salido siete demonios,». En este caso el evangelista Lucas está haciendo la distinción entre enfermedad y demonio, y en el caso de la Magdalena, dice que fue lo segundo. De todos los posibles candidatos a ser testigo de la resurrección del Señor, ciertamente María Magdalena era la menos indicada, sin embargo, así quedó consignado en los evangelios. Si los evangelistas se hubieran «inventado» la historia de la resurrección, seguramente habrían escogido a José de Arimatea o Nicodemo en lugar de la Magdalena. Ellos eran hombres, tenían dinero y eran miembros del sanedrín, ¡que mejores testigos! Pero no lo hicieron, ellos escribieron tal y como sucedieron las cosas, así a primera vista se pudiera pensar que no convenia. Como expliqué en la cuarta evidencia del segundo capítulo, los evangelistas cuando escribieron los evangelios, al hacer mención de algún suceso que era el cumplimiento de alguna profecía, ellos escribían cosas como: «Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura que dice […]», «Pero esto sucedió para cumplir la palabra que está escrita en la ley […]», «Entonces se cumplió lo que fue dicho por el profeta […], cuando dijo: […]», «[…] todo esto ha ocurrido para que se cumplan las Escrituras de los profetas», «[…] porque está escrito […]», etc. Nuevamente, si las narraciones bíblicas respecto a la resurrección del Señor hubieran sido un «invento» cuya intensión fuera la de convencer a los incrédulos, en el tema de la resurrección omitieron mención alguna a la correspondiente profecía. ¿Por qué lo hicieron? Difícil decirlo, pero lo qué si podemos sacar de dicha omisión, es que las narraciones demuestran franqueza, honestidad y transparencia. Contamos con cuatro puntos de vista de un mismo evento, sin una agenda en particular, sin acuerdos previos de lo que se debería escribir, sin pulir los detalles para transmitir un determinado mensaje. No hay héroes, ni valientes, ni sabios. No hay una lectura que favorezca una idea o que la perjudique, ni siquiera podemos hablar de esos términos. No les importó contar que fueron unos cobardes, que traicionaron a su maestro, que no entendieron lo de la pasión y muerte, y mucho menos lo de la resurrección. Destacan el papel tan importante de las mujeres en todos los acontecimientos de aquel fin de semana, y el tan vergonzoso de los hombres. Estas no son las narraciones que se hubieran inventado escritores que dieron sus vidas defendiendo la veracidad de sus palabras. Ellos escribieron lo que vieron, lo que sucedió. Sin alteraciones a la verdad como lo comprueba toda la evidencia presentada.

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TERCERA TESIS: JESÚS ¿HIJO DE DIOS, MALVADO O LOCO?

La historia cuenta con muchos personajes que entregaron sus vidas por una causa. Mahatma Gandhi la dio en la búsqueda de la liberación de la India de los británicos mediante la no violencia. Cayo Julio César tenía pretensiones de transformar la falsa democracia romana que tan sólo exprimía la riqueza de las provincias para beneficio de unos pocos, y construir un verdadero sistema democrático en el que todos se favorecieran. Martin Luther King encaminó la lucha afroamericana en los Estados Unidos hacia un discurso menos radical, retomando la resistencia pacífica de Gandhi, para lograr el reconocimiento de los derechos civiles de los afroamericanos. Esteban, diacono de la iglesia primitiva, fue apedreado por enseñar el evangelio. Todos ellos y miles más dieron sus vidas defendiendo una causa. Era tal el nivel de convencimiento de que sus razones y motivos harían una diferencia en su mundo, que llegaron a darlo todo con tal de hacer realidad sus ideales. Ellos fueron testarudos, decididos, valientes, luchadores, persistentes, líderes, etc. Ninguno vio sus obras materializarse en vida, aunque en muchos casos, sus sueños se hicieron realidad con el paso del tiempo. Jesús también se ajusta al perfil de estos personajes que han trascendido en la historia por haber derramado su sangre en favor de una buena causa, excepto que Él dio su vida por haberse adjudicado otra identidad: la de ser el Hijo de Dios. Ningún personaje de la historia que murió en la lucha de un ideal dijo ser alguien diferente. Ni siquiera Buda o Mahoma o Confucio pretendieron ser una divinidad u otra persona. Mahoma dijo que el arcángel Gabriel lo visitó durante años para revelarle el Corán. Se autoproclamó un escogido, pero no un dios. Buda transcribió el interrogatorio del que fue sujeto por varios hombres cuando vagaba por el nordeste de la India, poco después de su iluminación. Le preguntaron: — ¿Eres un dios? — No— respondió él. — ¿Eres la reencarnación de un dios? — No— repuso. — ¿Eres, pues, un hechicero? — No — ¿Eres un sabio? — No — Entonces ¿eres un hombre? — No — En ese caso, ¿qué eres? — preguntaron confusos. — Soy el que está despierto. En palabras de Thomas Schultz: Ninguno de los reconocidos líderes religiosos —ni Confucio, ni Moisés, no Mahoma, ni Buda, ni Pablo— ninguno de ellos ha declarado ser Dios; la excepción es Jesucristo. Cristo es el único líder religioso que ha alegado ser deidad y la única persona que ha convencido a gran porción del mundo de que lo es El judío era educado en la obediencia de la ley como la única forma de ir al cielo. No existía otra manera de lograrlo. No había otro camino. La obediencia total al Padre —a través de la ley— era la única forma de salvación. Pero un día Jesús soltó una bomba atómica entre aquella comunidad altamente religiosa, dijo «No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí […] Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí.» (Juan 14,1-6). ¿También podían salvarse creyendo en Jesús? ¿Era Jesús el camino al cielo? Ni siquiera trató de ser un poco más humilde y moderado diciendo que Él era «un» camino. Dijo que no había otro, ya la ley no era el camino, como lo habían aprendido por generaciones. Al leer los libros de los Macabeos, nos encontramos con una gran cantidad de mártires, que no dudaron en sufrir los peores castigos y torturas, con tal de cumplir la ley, y ahora Jesús les está diciendo que Él es el «único» camino al Padre. Todos los profetas y mártires del Antiguo Testamento habían predicado hasta el último de sus días la obediencia «única y exclusiva» a Dios. Gritaban en las plazas públicas que escucharan las palabras del Padre dadas a través de ellos, pero jamás pidieron que creyeran en ellos como camino de salvación. Tomemos, por ejemplo, las palabras del Bautista cuando le preguntaron quién era él «Y él confesó claramente: —Yo no soy el Mesías.» El pedía que se convirtieran, que cambiaran sus corazones, que aplicaran el espíritu de la ley, que no siguieran otros dioses, pero no se declaró una deidad que los podía salvar, y así hicieron todos los profetas que lo antecedieron. El Bautista sabía perfectamente que la gente estaba ansiosa por la llegada del Mesías, el que finalmente los iba a liberar de sus opresores, y si él hubiera querido ser un impostor habría contestado que él era al que estaban esperando. Pero era muy consiente del precio que se pagaba por semejante blasfemia, por tamaña mentira. En otras ocasiones Jesús se igualó a Dios Padre, al Creador «El Padre y yo somos uno solo.» (Juan 10,30). La palabra griega uno que utilizó el evangelista está en la forma neutra (hen) y no en la masculina (heis), lo que quiere decir que no está haciendo referencia a que son la misma persona sino la misma esencia o naturaleza. Los judíos que escucharon esa afirmación hecha por Jesús en un invierno en Jerusalén, cerca del Pórtico de Salomón, entendieron perfectamente que Él afirmó ser Dios. Esto hacia enardecer a los fariseos, tal y como lo describe el discípulo amado en otra ocasión cuando había sanado un paralitico en sábado «Por esto, los judíos tenían aún más deseos de matarlo, porque no solamente no observaba el mandato sobre el sábado, sino que además se hacía igual a Dios al decir que Dios era su propio Padre.» (Juan 5,18). No hay duda alguna que tanto Jesús como los judíos entendían sin equívocos lo que sus palabras significaban e implicaban. No se trataba de una parábola. Él afirmaba ser Dios. En otra ocasión dijo «De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, Yo Soy.» (Juan 8,58). Primero utilizó esa doble aseveración «de cierto» que era una forma más fuerte y categórica de afirmar algo y segundo se autodenomina «Yo Soy», se apropia del nombre incomunicable e impronunciable del Creador (ver apéndice A). Si alguien sabía lo que implicaba que alguna persona se autoproclamara «Yo Soy» eran los judíos, y Jesús lo era. Como si proclamarse el Mesías no fuera suficiente, les dejó saber que también le debían el mismo honor que ellos le expresaban al Padre, «Porque el Padre a nadie juzga, sino que todo el juicio dio al Hijo, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que le envió.» (Juan 5,22-23). Estaba afirmando el derecho de ser adorado como Dios. Antes de Jesús, nadie ni en el Antiguo Testamento ni en ningún otro registro histórico, se había atrevido a llamar a Dios Abba. Los judíos se referían a Él usando la palabra Abhinu al principio de sus oraciones, que significaba esencialmente un pedido de misericordia y perdón al Padre. Abba, no implicaba estas peticiones. Era una palabra usada dentro de las familias para dirigirse al padre de la forma más cariñosa posible, como decir papi, papo o daddy. Ni siquiera el rey David, con la cercanía tan grande que tuvo con el Padre, se atrevió a usar otro nombre. En el Salmo 103 escribió «El Señor [Abhinu] es, con los que lo honran, tan tierno como un padre con sus hijos;». Jesús llamaba a su Padre Abba como cuando lo hizo en la cruz «Abba, Padre, para ti todo es posible: líbrame de este trago amargo; pero que no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú». Jesús fue llevado ante la Junta Suprema para ser juzgado y durante todo el interrogatorio permaneció callado. Frustrado por el silencio del acusado, el sumo sacerdote se levantó de su silla y le preguntó: «¿Eres tú el Mesías, el Hijo del Dios bendito?» (Marcos 14,61). Jesús rompió su silencio y respondió: «Sí, yo soy. Y ustedes verán al Hijo del hombre sentado a la derecha del Todopoderoso» (Marcos 14,62). Mesías e Hijo del hombre eran títulos que habían dado los profetas cientos de años antes para referirse a Dios hecho carne. Ahora resulta más fácil comprender la reacción de Caifás cuando escuchó con sus propios oídos semejante afirmación «Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras, diciendo: “¡Ha blasfemado! ¿Qué necesidad tenemos de más testigos? Ahora mismo ustedes han oído la blasfemia.”» (Mateo 26,25) Si Jesús no era quien proclamaba ser, entonces los estaba engañando perversamente o estaba más loco que una cabra, porque le decía a la gente que debían creer en Él para alcanzar la salvación. Cuando perdonaba los pecados lo hacía como si la falta lo afectara exclusivamente a Él. No actuaba como un intermediario que buscaba al ofendido y al ofensor y emitía el perdón cuando el agraviado estuviera de acuerdo. Jesús no consultaba a nadie, Él actuaba con total autoridad y autonomía. Era de elemental conocimiento que solo Dios podía perdonar las ofensas, pero Él afirma tener la autoridad para hacerlo «Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados (dijo al paralítico): A ti te digo: Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.» (Lucas 5,24). En otra ocasión fue incluso más allá y no solo perdonó los pecados, sino que dictaminó la salvación de la «mujer de mala vida» le dijo «[…] a la mujer: —Tus pecados te son perdonados. Los otros invitados que estaban allí comenzaron a preguntarse: —¿Quién es éste, que hasta perdona pecados? Pero Jesús añadió, dirigiéndose a la mujer: —Por tu fe has sido salvada; vete tranquila.» (Lucas 7,48-50). Dijo el gran apologeta C.S. Lewis en su libro Mero Cristianismo: Intento con esto impedir que alguien diga la auténtica estupidez que algunos dicen acerca de Él: «Estoy dispuesto a aceptar a Jesús como un gran maestro moral, pero no acepto su afirmación de que era Dios». Eso es precisamente lo que no debemos decir. Un hombre que fue meramente un hombre y que dijo las cosas que dijo Jesús no sería un gran maestro moral. Sería un lunático —en el mismo nivel del hombre que dice ser un huevo escalfado—, o si no sería el mismísimo demonio. Tenéis que escoger. O ese hombre era, y es, el Hijo de Dios, o era un loco o algo mucho peor. Podéis hacerle callar por necio, podéis escupirle y matarle como si fuese un demonio, o podéis caer a sus pies y llamarlo Dios y Señor. Pero no salgamos ahora con insensateces paternalistas acerca de que fue un gran maestro moral. Él no nos dejó abierta esa posibilidad. No quiso hacerlo. En el mundo de los sistemas de información usamos mucho los llamados árboles de decisión, donde gráficamente diagramamos las acciones a tomar para una determinada pregunta y sus posibles respuestas. Ante la cuestión de que Jesús afirma ser Dios hay solo dos alternativas: La afirmación puede ser verdadera o falsa. Si es falsa hay ahora otras dos posibilidades: Él sabía que sus aseveraciones eran falsas o no lo sabía. Si no lo sabía entonces era un lunático, estaba loco. Si lo sabía quiere decir que engañaba deliberadamente a la gente, convirtiéndolo en un ser muy malvado, en un mentiroso e hipócrita ya que la honestidad era una de sus enseñanzas , y además sumamente necio, orgulloso, prepotente y narcisista ya que se hizo matar por sus palabras mentirosas y engañosas . Por el otro lado si sus afirmaciones eran verdaderas Él era quien decía ser: el Señor, el Hijo de Dios, el Mesías, Dios hecho carne. C.S. Lewis en el párrafo citado anteriormente dice que Jesús no dejo la posibilidad de escoger entre verlo a Él como a un maestro sabio o como a Dios. La evidencia está claramente en favor de Jesús como Señor. Sin embargo, hay personas que rechazan y rechazarán estas evidencias, no debido a una posible falla en las mismas, sino por las implicaciones morales que su aceptación conlleva. El título de este argumento presenta tres posibilidades, Jesús era un mentiroso y malvado, o estaba loco, o era el Hijo de Dios. Juzgue todas las evidencias y con honestidad moral adjudíquele uno de esos tres títulos a ese hombre que murió en la cruz por sostener que era Dios.

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CUARTA TESIS: LA ESCENA DE LOS HECHOS

El primer elemento de esta triste escena es un cadáver. Jesús murió en la cruz. Algunos detractores de la resurrección aseguran que el Maestro sobrevivió el martirio y que lo bajaron vivo del madero. Los doctores William Edwards, Wesley Gabel y Floyd Hosner, patólogos de la Clínica Mayo de Rochester, Massachusetts publicaron en la revista médica Journal of the American Medical Association en su edición del 21 de Marzo de 1986 el siguiente informe: Veamos en primer lugar, la salud de Jesús, pues los rigores de sus caminatas por toda la tierra de Israel hubieran sido imposibles si Él no hubiera gozado de una buena salud. Se asume pues, que Jesús estaba en perfectas condiciones físicas antes de su arresto en el Huerto de Getsemaní. Posteriormente, el estrés emocional, la falta de sueño y comida, los golpes que sufrió de manos de los soldados romanos y la larga caminata hacia el monte Calvario le hicieron vulnerable a los efectos fisiológicos adversos a la flagelación. En seguida la Biblia nos revela que en el Huerto de Getsemaní «sudó grandes gotas de sangre», fenómeno que a la luz de la ciencia es conocido como hematohidrósis (sudor sanguinolento: Mateo 26,36-38; Lucas 22,44). Esto suele ocurrir en estados altamente emocionales cuando la hemorragia de las glándulas sudoríparas ocasiona que la piel quede excesivamente frágil. Durante la flagelación que experimentó por parte de los soldados romanos sufrió laceraciones profundas, pues estos látigos estaban formados de cinco colas con puntas de plomo y huesos en sus puntas (Mateo 27,24-26). Estos látigos se enrollaban en el pecho y espalda de la víctima desgarrándole la mayor parte de los tejidos subcutáneos y por medio de este castigo los soldados pretendían debilitar a la víctima y llevarla a un estado muy cercano al colapso o a la misma muerte. El grado de pérdida sanguínea determinaba, generalmente, el tiempo que la víctima sobrevivía en la cruz. La pérdida de sangre de Jesús preparó el terreno para un estado de shock hipovolémico (estado donde existe una discrepancia entre la capacidad de los vasos sanguíneos y su contenido). La hipovolemia significa una disminución del volumen sanguíneo, ya sea por pérdida de sangre o por deshidratación, la cual reduce también la presión circulatoria de la sangre que regresa al corazón. A esto es a lo que se le llama estado de shock. Las heridas de los látigos en la espalda de Jesús fueron cubiertas con un manto de púrpura, el cual, al llegar al lugar de su crucifixión, le fue arrancado, reabriendo de esta manera sus heridas y arrancando su piel por toda la sangre que tenía coagulada (Mateo 27,27-31). Durante la crucifixión los brazos y las piernas de Jesús fueron totalmente estirados y colocados sobre la cruz juntamente con su espalda ensangrentada, pues los clavos eran colocados entre el hueso radio y los huesos del carpo. Aunque no producían fracturas, el daño al periostio (la membrana que cubre los huesos) era dolorosísima. Seguramente los clavos también le cortaron el nervio mediano, lo cual debió haberle ocasionado espasmos intensísimos de dolor en ambos brazos y piernas durante el procedimiento. Todo esto debió haberle producido una parálisis en parte de sus manos, pues los ligamentos son atrapados en el trayecto de los clavos ocasionando lo que se llama, una «mano de garra». Los clavos de los pies le atravesaron entre los huesos del tarso y, seguramente también, le ocasionaron lesiones profundas en los nervios. El mayor efecto fisiológico de la crucifixión fue la interferencia con la respiración normal, especialmente durante la exhalación, ya que el cuerpo tiende a fijar el tórax en estado de inhalación. Esto, junto con la fatiga muscular, le debió haber ocasionado calambres musculares y contracciones intermitentes. En el Evangelio de Juan se enfatiza la salida repentina de sangre y agua cuando uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza (Juan 19,34), lo cual, de acuerdo con la cardiología moderna, correspondió al líquido pericárdico que sale del pericardio (capa que envuelve al corazón). Indicaciones de que no solo perforó el pulmón derecho sino también el pericardio y el corazón, asegurando por lo tanto su muerte. De acuerdo con esto, las interpretaciones basadas en la presunción de que Jesús realmente no murió en la Cruz aparecen en desacuerdo con el conocimiento médico moderno. Los soldados romanos estaban tan familiarizados con la muerte que la sabían reconocer cuando la veían. Conocían muy bien como lucía un difunto y por eso el soldado romano, que se encontraba al frente de Jesús, exclamó al verlo morir «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios» . Seguramente es el mismo soldado que le informó a Pilato que ya había muerto y por lo tanto podía entregar el cadáver a José de Arimatea, cuando este fue a pedírselo: «Pilato, sorprendido de que ya hubiera muerto, llamó al capitán para preguntarle cuánto tiempo hacía de ello. Cuando el capitán lo hubo informado, Pilato entregó el cuerpo a José.» . El segundo elemento de la escena es la tumba donde se guardó ese viernes el cadáver de Jesús. La palabra tumba o sepulcro aparece treinta y dos veces en los relatos bíblicos de la resurrección, lo que demuestra la importancia que le dieron los apóstoles a este lugar. Eusebio de Cesárea —el padre de la historia de la iglesia— nos cuenta en su obra Teofanía, la descripción que le hizo la emperatriz Helena , primera protectora del Santo Sepulcro: La tumba misma era una cueva que había sido labrada; una cueva que había sido cortada en la roca y que no había sido usada por ninguna otra persona. Era necesario que la tumba, que en sí misma era una maravilla, cuidara sólo de un cadáver. En marzo de 2016, las seis órdenes que custodian el Santo Sepulcro (Iglesia Ortodoxa Griega, Católica Romana, Apostólica Armenia, y las Ortodoxas Siria de Antioquía, Copta y Etíope) dieron su aval para que un equipo de la Universidad Técnica Nacional de Atenas llevara a cabo una inspección y restauración del Edículo, la estructura que cubre el sepulcro. El costo de la obra, de más de cuatro millones de dólares, fue financiado principalmente por el rey Abdullah II de Jordania, y un obsequio de 1.3 millones de dólares de Mica Ertegun al Fondo Mundial de Monumentos. Los arqueólogos consideraron imposible afirmar fehacientemente, que en el sitio hoy venerado estuvo la efímera tumba de Cristo, pero sí pueden sostener que la actual Iglesia y el Santo Sepulcro están en la misma ubicación fijada en el siglo IV por Santa Helena y su hijo Constantino. Cuando la madre del emperador y su séquito llegaron a Jerusalén, alrededor del año 325, sus investigaciones los llevaron hacia un templo romano —pagano— construido unos doscientos años antes. Ese edificio fue demolido y debajo se halló una tumba tallada en una cueva de piedra caliza. Para exponer el interior del sepulcro, en el cual el cuerpo de Jesús había sido depositado sobre una cama labrada en la piedra, se talló la parte superior de la cueva. Y para preservarlo se construyó el Edículo, una suerte de templete que rodea la tumba y que se conserva hasta nuestros días. De este Edículo se extrajo unas muestras de argamasa que fueron analizadas por dos laboratorios diferentes para determinar su antigüedad. El resultado es que los materiales usados en la construcción datan del siglo IV d.C., evidenciando la continuidad en la ubicación del sitio en donde reposaron los restos de Jesús por tres días, a pesar de los muchos ataques y siniestros del que ha sido objeto este lugar sagrado por más de mil setecientos años. El tercer elemento en la escena es la sepultura. Sabemos más de ésta que de la de cualquier personaje famoso de la antigüedad, incluyendo faraones, reyes, emperadores y filósofos. Del entierro de Jesús sabemos quién tomó el cuerpo después de certificarse su muerte, conocemos el nombre de la persona que donó las especies para su embalsamamiento y de cuanta cantidad fue la donación. Está documentado el nombre de las personas que participaron de todos los preparativos necesarios que la costumbre dictaba para depositar el cadáver en su destino final. Se sabe quién era el dueño de la tumba, como también su lugar de nacimiento, filiación religiosa, posición económica y ocupación. Sabemos la ubicación de la tumba y el número de veces que había sido usada previamente, como también de qué estaba hecha. Quedó registrado el día y la hora aproximada en que se depositó el cuerpo dentro del sepulcro. Sabemos cómo fue cerrada la tumba y quien la custodió por tres días. No existen detalles de esta calidad del entierro de ningún personaje famoso de la antigüedad. El cuarto elemento de la escena es la piedra. Se sabe que era redonda, grande y sumamente pesada, de ahí la preocupación de las mujeres cuando se dirigían al sepulcro de quien la movería. A la tumba se podía entrar sin agacharse, lo que supone que la piedra tuviera un diámetro aproximado de un metro y medio o quizás un poco más, y por este tamaño su grosor debería ser de mínimo treinta centímetros. Esto la sitúa en el orden de más de dos toneladas de peso. Definitivamente era una piedra muy pesada. Coincide con la descripción que da Mateo «una piedra grande» y la de Marcos «que la piedra, aunque era sumamente grande» . El quinto elemento de la escena es el sello. Dedicare la siguiente sección exclusivamente a este tema por ser de suma importancia. El sexto elemento de la escena es la guardia. Las múltiples veces que Jesús había anunciado que resucitaría al tercer día de entre los muertos, hacía temer al sanedrín que sus discípulos intentaran robar el cadáver, de tal manera que una vez desaparecido, ellos clamarían como cierta la tan anunciada resurrección del que aseguraba ser el Hijo de Dios. Por esa razón lograron convencer a Pilato que dispusiera de una «tropa de guardia» para su vigilancia, es decir soldados romanos. El sanedrín pensaba que los doce apóstoles, o por lo menos once, eran los que intentarían realizar el hurto, así que el número de soldados debería ser proporcional a la amenaza. Si cuando el rey Herodes tuvo bajo arresto a Pedro lo vigiló con diez y seis soldados , cabe pensar que el número de los guardias destinados a cuidar la tumba ha debido estar por este orden. El manual del ejercito romano, el Strategikon, nos cuenta que el castigo que sufría un soldado que se durmiera durante su guardia era el denominado Animadversio Fustium, que consistía en azotar públicamente al infractor hasta que perdiera la conciencia, por eso el soldado que estaba cuidando a Pablo y Silas, quiso enterrarse la espada, cuando pensó que habían escapado de la cárcel, después de un terremoto tan violento que sacudió los cimientos de la cárcel y se abrieran las puertas de las celdas (Hechos 16,22-34). El historiador Polibio nos cuenta que una tropa de guardia consistía en cuatro a dieciséis hombres, que eran relevados por turnos de ocho horas. El sepulcro de Jesús fue vigilado durante los tres días por un grupo de soldados romanos, que sabían muy bien el terrible castigo que les esperaba donde se durmieran o descuidaran sus deberes. ¿cabe pensar que los todos se hayan podido haber dormido, sin que se hubieran despertado, mientras los discípulos movían una piedra de semejante tamaño y sacaran el cuerpo del Maestro? Toda la escena del lugar del entierro de Jesús tiene un enorme soporte histórico. Nunca un delincuente produjo tanta preocupación después de su ejecución. Sobre todo, jamás un condenado a muerte de cruz había contado con el honor de haber sido custodiado por una escuadra de soldados. Todas las medidas judiciales y policivas del momento, adicionales a las que la prudencia dictaba, fueron tomadas para evitar que el cadáver de Jesús se moviera un centímetro del lugar donde había sido depositado ese viernes, y aun así tres días después el cuerpo ya no estaba. Hoy podemos palpar con nuestras propias manos la roca donde Jesús fue amortajado y tocar la piedra donde reposó su cuerpo en esa tumba, que aún se encuentra vacía.

sello

QUINTA TESIS: EL SELLO

El evangelio de Mateo nos dice respecto al entierro de Jesús: «Y fueron y aseguraron el sepulcro; y además de poner la guardia, sellaron la piedra.» . La mayoría de las personas no prestan atención a este detalle de enorme importancia. Una lectura desprevenida hace pensar que ese «sellar» está haciendo referencia a que la tumba quedó sellada con la piedra, lo cual es cierto, pero no es eso a lo que se refiere el evangelista. Una lectura del libro del profeta Daniel nos puede ayudar a entender mejor lo que está diciendo el evangelista: En cuanto Daniel estuvo en el foso, trajeron una piedra y la pusieron sobre la boca del foso, y el rey la selló con su anillo real y con el anillo de las altas personalidades de su gobierno, para que también en el caso de Daniel se cumpliera estrictamente lo establecido por la ley. El sello consistía en una cuerda o cinta que atravesaba la piedra que obstruía la entrada del sepulcro, y se adhería a los extremos de la tumba con un trozo de arcilla fresco y luego un alto funcionario romano, Poncio Pilato en este caso, o una persona a la que él designaba estampaba el frente del anillo en la arcilla, quedando dibujado en alto relieve la cabeza de la argolla real. Esto implicaba que para mover la roca se tenía primero que «romper» el sello, y el que lo hiciese sin una autorización del mismo Pilato, estaría violando una orden del emperador romano. El problema no era con el sanedrín, ni con ninguna autoridad judía, era con Roma. Esta técnica de protección física estuvo vigente hasta finales del siglo XVII con el lacre y otras ceras, para sellar la correspondencia real —entre otros usos—. Generalmente de color rojo, el lacre es una pasta a base de colofonia, goma laca, trementina y bermellón. Una vez cerrado el documento, se derretía un poco de este material en el cierre del papel y luego se estampaba un sello gubernamental o el anillo del rey, y se dejaba secar. Una vez seco, la única forma de abrir el documento era rompiendo el sello, garantizando de esta manera su privacidad e integridad. ¿Por qué el gobernador Pilato se tomó la molestia de proteger con tanto celo esta tumba? Para responder la pregunta, debemos retroceder unas horas el reloj de los acontecimientos y ubicarnos cuando Jesús estaba siendo interrogado por Pilato. Dice el evangelio de Juan que, en medio del proceso, la muchedumbre le pidió al gobernador que crucificara a Jesús porque se había «hecho pasar por Hijo de Dios» y que cuando el prefecto escuchó esta declaración «tuvo más miedo» . Como la mayoría de los romanos, Pilato era extremadamente supersticioso. Pensar que Jesús fuera un hombre con poderes divinos, tal vez un dios o un familiar de algún dios en forma humana que había descendido , embargó de miedo al que fungía como juez. Si ese fuera el caso, acababa de mandar azotar y golpear a alguien que podía usar sus poderes sobrenaturales para vengarse. El sueño de su esposa sobre este carpintero y la advertencia que le hizo oportunamente , no hicieron más que alimentar el miedo supersticioso de que un dios pudiera emprender venganza contra él. Pilato quiso en privado despejar semejante duda, el temor lo estaba consumiendo. A solas, en el pretorio, Pilato le pregunta «¿De dónde eres tú?» . Él no quería saber el lugar de nacimiento de Jesús, ya que sabía que era galileo , le intrigaba conocer su «naturaleza», ahondar más en esas palabras que Jesús le había dicho momentos atrás «Mi reino no es de este mundo» ¿pertenecía al «reino» de los humanos o al de los dioses? Las pocas palabras del Maestro no ayudaron a apaciguar los temores del gobernante, así que Pilato optó por correr el riesgo de ordenar la muerte de un ser sobrenatural y complacer de esta manera a los judíos, que tener que lidiar con la furia de los que acusaban y pedían la muerte de ese extraño ser. No era el mejor fin de semana para molestar a la gente, ya que toda la ciudad se encontraba desbordada de fieles que habían venido a celebrar la pascua. Si a Pilato lo asustaron profundamente las palabras del Mesías, eso no sería nada comparado con las cosas que estaban a punto de suceder. Los evangelios sinópticos nos dicen «Desde el mediodía y hasta la media tarde toda la tierra quedó en oscuridad.» . ¿Fue esta oscuridad el producto de un eclipse solar, como algunos sugieren? La realidad es que un eclipse no puede ser la explicación a una oscuridad de más de tres horas, ya que matemáticamente la máxima duración de un fenómeno de estos es de siete minutos y treinta y un segundos, aunque algunas traducciones bíblicas así lo indican como la versión El libro del pueblo de Dios . La explicación que dieron los historiadores antiguos tales como: Sexto Julio Africano y Tertuliano entre otros, fue que se trató de un chamsin —tormenta de arena— o de pesadas nubes negras que presagiaban un fuerte aguacero. Como fuese que hubiere sido, esta oscuridad no hizo más que aumentar los temores supersticiosos de Pilato. Seguramente no hallaba la hora en que el día se diera por terminado y dejar atrás toda esa inquietante cadena de sucesos. Mientras que esperaba por el final de aquella jornada tan extraña, cerca de las tres de la tarde —justo cuando Jesús expiró—, Pilato experimentó un fuerte terremoto como nunca había sentido uno. «En ese momento la cortina del santuario del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. La tierra tembló y se partieron las rocas.» . El representante del Imperio Romano en aquella región despejó cualquier duda que hubiera podido tener y supo que había ordenado la muerte, no solo de un inocente, sino de alguien muy especial que contaba con el respaldo de un ser sobrenatural. Sexto Julio Africano también escribió sobre este movimiento de la Tierra. En su libro Crónica, obra en cinco tomos, escribió en el libro tercero «Se echó sobre todo el universo una oscuridad espantosa; un terremoto quebró las rocas; la mayor parte (de las casas) de Judea y del resto de la tierra quedaron arrasadas hasta los cimientos. Esta oscuridad, Thallus , en el tercer libro de sus Historias, la considera un eclipse de sol, pero, a mi parecer, sin razón.» Los geólogos Jefferson B. Williams, Markus J. Schwab y A. Brauer examinaron las perturbaciones de los depósitos de sedimentos en la región de galilea, cerca de la orilla del mar muerto, e identificaron dos terremotos: uno muy fuerte ocurrido alrededor del 31 a.C. y otro, menos intenso entre 26 y 36 D.C. El estudio completo fue publicado en la revista Geology Review, volumen 54 del 2012. Aunque ellos no parecen estar plenamente convencidos de que este segundo terremoto pudiera explicar la partida en dos de la cortina del santuario del templo, si dejan abierta la posibilidad de que sus márgenes de error en cuanto magnitud y fecha puedan necesitar ajustes. Después de todas las cosas tan extrañas que habían acontecido ese día, Pilato lo último que quería es que fuera a desaparecer el cuerpo de Jesús como se lo habían insinuado los judíos «—Señor —le dijeron—, nosotros recordamos que mientras ese engañador aún vivía, dijo: “A los tres días resucitaré”. Por eso, ordene usted que se selle el sepulcro hasta el tercer día, no sea que vengan sus discípulos, se roben el cuerpo y le digan al pueblo que ha resucitado. Ese último engaño sería peor que el primero.» . Por esta razón se tomaron todas las medidas policivas y judiciales para custodiar esa tumba y garantizar que nadie se atreviera a tocar ese cuerpo inerte durante esos largos tres días.

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SEXTA TESIS: LA TUMBA VACÍA

La clave para demostrar que la resurrección de Jesús fue un hecho real y verdadero en la historia es a través de descifrar el misterio de la tumba vacía y de las apariciones que se reportaron después de su muerte. Como reza el credo de los apóstoles «fue crucificado, muerto y sepultado», y tres días más tarde su cuerpo ya no estaba ahí. ¿Qué paso? ¿Dónde está el cuerpo? ¿Cómo explicar que a pesar de todas las medidas que tomaron las autoridades para garantizar la integridad de la tumba, su contenido haya desaparecido al tercer día? El Nuevo Testamento menciona varias apariciones del Señor después de haber abandonado su tumba. Algunas de ellas fueron encuentros personales como el que tuvo con Pedro, María Magdalena, Santiago y muy seguramente con su madre, y otros fueron a multitudes como cuando lo hizo ante un grupo de más de quinientos de sus seguidores . La Biblia no es la única fuente que nos habla de los testigos que vieron a Cristo vivo después de muerto, también lo hacen historiadores que vivieron en la época de Jesús como Josefo Flavio en su libro Antigüedades de los Judíos, o Cornelio Tácito en su obra Libros de anales desde la muerte del divino Augusto, o Cayo Plinio Cecilio Segundo en sus cartas al emperador Trajano, entre otros (en el capítulo anterior incluí la bibliografía correspondiente de estos historiadores y de otros más). Los testigos que afirmaron haber visto a Jesús vivo después de muerto hacen referencia a una persona de carne y hueso. Las apariciones no fueron simples «avistamientos», los que las atestiguaron hablan de «encuentros» donde hay una interacción, no simplemente que lo «vieron». En la primera aparición que fue a María Magdalena (Juan 20,11-18) ella sostiene una conversación con Él. En la segunda que fue a un grupo de mujeres (Mateo 28,8-10) ellas hablan con Él y hasta le abrazan los pies. En la tercera que fue a los caminantes de Emaús (Lucas 24,13-33), Él los acompaña en la jornada de once kilómetros de camino, les explica las escrituras y hasta come con ellos. En la cuarta que fue cuando estaban diez de los once apóstoles reunidos (Juan 20,19-22), Jesús les muestra sus heridas y también come con ellos. La quinta vuelve a ser con los apóstoles, pero esta vez estaba Tomás presente (Juan 20,26-29) y es cuando el Maestro le pide que meta el dedo en los agujeros que dejaron los clavos y la mano en la herida del costado. La sexta es a siete discípulos que estaban pescando en el mar de galilea y almuerza con ellos. A pesar de que todas estas apariciones de Jesús fueron en un cuerpo que había sufrido una «transformación» y que a los discípulos les tomó años entender (1 Corintios 15,38-57), seguía siendo el de una persona viva que se comunicaba, razonaba, caminaba y comía. A lo largo de la historia han surgido toda clase de teorías para tratar de explicar la tumba vacía, desde las más fantasiosas hasta las que podrían ser una explicación válida. Sin embargo, aquellos que han tratado de eludir el gran milagro, están enfrentados a la ardua tarea de adaptar «toda» la evidencia existente a cada una de ellas, de lo contrario deberán aceptar el hecho que no son consecuentes con los hechos. He resaltado la palabra «toda» ya que es importante señalar que la evidencia debe ser considerada como un todo. Una hipótesis cuyo soporte sea solo parte de los hechos, no puede ser nunca mejor a la que satisfaga todo el cúmulo de evidencias que se tiene. Veamos algunas de las teorías más populares que han tratado de explicar la tumba vacía como alternativa a la de la resurrección. • La teoría de la catalepsia: Esta posición —popularizada por un grupo heterodoxo de musulmanes llamado Comunidad Ahmadía — sostiene que Jesús no murió realmente en la cruz, sino que sufrió de catalepsia , y que despertó dentro de la tumba, pudiendo salir por sus propios medios para reunirse nuevamente con sus discípulos. La forma como encontró el discípulo amado las vendas (sudario) anula esta teoría (hablare en mayor profundidad respecto a este fundamental detalle más adelante), sumado a la imposibilidad que un solo hombre haya podido mover la pesada piedra, y peor aún, desde adentro. Igualmente, de haber sido esto lo que ocurrió, los soldados no habrían ido a donde los sumos sacerdotes a buscar una coartada que los pudiera librar del castigo que soportarían, si el gobernador se enteraba de la desaparición del cadáver. Adicionalmente a todo esto, en la cuarta evidencia de este capítulo presenté un informe médico que diagnostica la muerte del Jesús en la cruz. • La teoría de la alucinación: Esta teoría sostiene que todas las apariciones reportadas por los múltiples testigos del Maestro después de muerto se debieron a visiones producto del alto impacto emocional que significó su muerte para sus seguidores. Esta fue la propuesta presentada por el teólogo y orientalista francés Joseph Ernest Renan a finales del siglo XIX. Esta teoría se desvirtúa con el relato de los testigos mencionados anteriormente, donde queda claro que lo que los testigos reportaron fueron «encuentros» y no «avistamientos» del Maestro. • La teoría de la tumba equivocada: Esta teoría sostiene que las mujeres, quienes fueron las primeras en ir a visitar la tumba, se equivocaron y entraron a una cercana a la del Maestro que estaba vacía. Esta hipótesis fue muy difundida por el profesor del Nuevo Testamento Kirsopp Lake de la universidad de Oxford, a mediados del siglo pasado. Esta posición ignora completamente el hecho de las apariciones de Jesús después de muerto. Yo no soy de la clase de personas que explican experiencias «extrañas» como el producto de la actuación de un fantasma. Pero debo admitir que existen, ya que los apóstoles creyeron estar viendo uno, cuando en realidad era Jesús en otro de sus milagros: «Cuando los discípulos lo vieron andar sobre el agua, se asustaron, y gritaron llenos de miedo: —¡Es un fantasma!». En la Biblia el fantasma tiene una connotación negativa, asociado más a un demonio que a otra cosa . Si la tumba no hubiera estado vacía, significaría que las apariciones que atestiguaron quienes reclamaron haberlo visto vivo después de muerto, habrían sido las de un espíritu (fantasma), que es lo primero que pensaron los discípulos cuando el Maestro se les apareció por primera vez: «Estaban todavía hablando de estas cosas, cuando Jesús se puso en medio de ellos y los saludó diciendo: —Paz a ustedes. Ellos se asustaron mucho, pensando que estaban viendo un espíritu. Pero Jesús les dijo: —¿Por qué están asustados? ¿Por qué tienen esas dudas en su corazón? Miren mis manos y mis pies. Soy yo mismo. Tóquenme y vean: un espíritu no tiene carne ni huesos, como ustedes ven que tengo yo.» . Jesús quiso dejarles perfectamente claro que era Él en cuerpo, alma y divinidad, y por eso los invita a que lo toquen. Pero como seguían incrédulos a causa de la alegría y el asombro, el Maestro les pidió algo de comer y ellos le dieron un pedazo de pescado asado que se lo comió en su presencia. Es claro, entonces, que lo que ellos vieron no fue un espíritu, ni mucho menos un fantasma, ellos vieron a Jesús en cuerpo presente, todavía herido y con las lesiones que le causaron durante su flagelación y crucifixión. Otro argumento para desvirtuar esta hipótesis es que las mujeres conocían bien la tumba, ellas habían estado ahí por largo tiempo, tal y como lo narran los evangelios: «Las mujeres que habían acompañado a Jesús desde Galilea, fueron y vieron el sepulcro, y se fijaron en cómo habían puesto el cuerpo.» y «Pero María Magdalena y la otra María se quedaron sentadas frente al sepulcro.» . • La versión del Corán: El islam tiene su propia versión de la tumba vacía y por tener tantos fieles esta religión, su versión ha llegado hasta nosotros y algunos la han adoptado. El Corán habla extensamente de Jesús. Su nombre aparece como Isa ibn-e-Maryam, lo que significa Jesús hijo de María. Su historia la empiezan a contar a partir de su abuela, quien dedicó a su hija al servicio del templo desde antes de su nacimiento. Según este libro, María siempre mostró signos de tener una relación extraordinaria con Dios. Todavía virgen, fue visitada por un ángel, quién le dijo que daría a luz a un hijo. Así, ella tuvo a Jesús cuando aún era virgen y en Él se dio el cumplimiento de varias profecías. Jesús creció en sabiduría, y finalmente fue elegido profeta de Dios, siendo denominado el Mesías de los judíos. Jesús comenzó a predicar y hacer muchos milagros. Curaba a los enfermos físicos y espirituales, y luchaba contra los falsos conceptos de los eruditos judíos de su tiempo. Finalmente fue flagelado, condenado a morir en una cruz, pero sobrevivió el terrible castigo. Fue sanado por sus apóstoles en secreto, para más tarde dirigirse a escondidas, hacia las tribus perdidas de Israel. Tarea que le fue encomendada por Dios. Su viaje continuó durante muchos años con el nombre Yuz Asaf o Yuzasaf, hasta que finalmente llegó a Cachemira, India, donde murió y fue enterrado a la edad de 120 años. En la actualidad existe un lugar apartado en las montañas del norte de la India, en medio del casco antiguo de la ciudad de Srinagar, donde hay una casa de pobre apariencia en la que descansan los restos de un supuesto profeta de nombre Yuz Asaf. Para ellos esta es la tumba de Jesús de Nazaret. Es visitada por muy pocos turistas. Adicionalmente a las argumentaciones anteriores, que desvirtúan las otras teorías, podemos agregar que después de la resurrección, el cuerpo de Jesús no siguió siendo el mismo ya que puede atravesar paredes. Esto les llamó enormemente la atención a los apóstoles, como era de esperarse, y por eso lo mencionan en los evangelios: «Al llegar la noche de aquel mismo día, el primero de la semana, los discípulos se habían reunido con las puertas cerradas por miedo a las autoridades judías. Jesús entró y, poniéndose en medio de los discípulos, los saludó diciendo: —¡Paz a ustedes!» . Igualmente, no podemos olvidar que los discípulos lo vieron ascender a los cielos cuarenta días después de su resurrección: «Dicho esto, mientras ellos lo estaban mirando, Jesús fue levantado, y una nube lo envolvió y no lo volvieron a ver. Y mientras miraban fijamente al cielo, viendo cómo Jesús se alejaba, dos hombres vestidos de blanco se aparecieron junto a ellos y les dijeron: —Galileos, ¿por qué se han quedado mirando al cielo? Este mismo Jesús que estuvo entre ustedes y que ha sido llevado al cielo, vendrá otra vez de la misma manera que lo han visto irse allá.» . Sin haberme extendido en la refutación, estoy seguro de que es evidente cómo esas teorías encajan con «algunas» de las evidencias que existen, pero no con todas. A esta lista de posibles «alternativas» hace falta una que considero vale la pena rebatir en profundidad ya que se encuentra en los Evangelios: Mientras iban las mujeres, algunos soldados de la guardia llegaron a la ciudad y contaron a los jefes de los sacerdotes todo lo que había pasado. Estos jefes fueron a hablar con los ancianos, para ponerse de acuerdo con ellos. Y dieron mucho dinero a los soldados, a quienes advirtieron: —Ustedes digan que, durante la noche, mientras ustedes dormían, los discípulos de Jesús vinieron y robaron el cuerpo. Y si el gobernador se entera de esto, nosotros lo convenceremos, y a ustedes les evitaremos dificultades. Los soldados recibieron el dinero e hicieron lo que se les había dicho. Y ésta es la explicación que hasta el día de hoy circula entre los judíos. Mateo 28,11-15 (El énfasis es mío) Una tumba vacía no es prueba suficiente de una resurrección, pero si plantea un gran interrogante: ¿ese sepulcro vacío es una obra divina o humana? Jesús fue sepultado el viernes antes que oscureciera, ungido y amortajado, en la tumba que José de Arimatea facilitó, y cuando las mujeres fueron la mañana del domingo —a terminar los rituales que el afán del viernes no les permitió concluir— Él ya no estaba ahí. Esta realidad nos deja ante dos posibilidades: o alguien entró y sacó el cuerpo, o el salió por su propio poder. Si consideramos la primera posibilidad estamos ante un robo, es decir una obra humana, y si consideramos la segunda estamos ante una resurrección es decir una obra divina. Si fue un robo, entonces podemos preguntar ¿Quiénes entraron a esa tumba y sacaron el cuerpo? Como realmente podemos dividir en solo dos grupos a los posibles sospechosos: o fueron sus amigos o fueron sus enemigos La profanación de tumbas ha sido una mala práctica que ha existido desde siempre, llegando incluso hasta nuestros días. Recordemos que el terreno donde se hallaba la tumba de Jesús era para efectos prácticos territorio romano, sometido a sus leyes y caprichos, las cuales sancionaban severamente esas prácticas. La legislación de su época contemplaba la sanción de este delito con una multa entre cien mil y doscientos mil sestercios (moneda romana de bronce) . Para hacernos a la idea de cuánto dinero estamos hablando, los Anales de Tácito, libro I, capítulo 17.4 y 17.5, nos cuenta que, a los soldados del ejército del Rin, que se alzaron contra Tiberio, se les pagaban cuatro sestercios por día, de los cuales tenían que comprar, entre otras cosas, sus propios uniformes. También una tableta de escritura inglesa, fechada el año 75 d.C., registra la venta de un esclavo llamado Vegetus por la cantidad de dos mil cuatrocientos sestercios. Así que una multa de cien o doscientos mil sestercios era una suma exorbitante para quien se atreviera a profanar una sepultura. Ahora, nuevamente vale la pena recordar que no estamos ante una tumba cualquiera, ésta en particular tenía el sello del emperador que debía espantar a un malhechor que estuviera a la caza de objetos valiosos dentro de las tumbas. ¿Quién entonces se hubiera atrevido a tan siquiera acercarse a la piedra?

enemigos

SÉPTIMA TESIS: ¿LOS ENEMIGOS DE JESÚS ROBARON EL CUERPO?

El robo del cadáver por parte de los enemigos de Jesús fue la única posibilidad que se le cruzó por la cabeza a María Magdalena de semejante atrevimiento: «Y ellos le dijeron [los ángeles]: Mujer, ¿por qué lloras? Ella les dijo: Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto» . La lógica nos indica que los enemigos del Señor no pudieron ser los autores de tamaño sacrilegio, ya que ellos eran los menos interesados en que fuera a haber alguna razón que permitiera pensar que era cierto el rumor de que Jesús habría de resucitar al tercer día. Recordemos las palabras que le dirigieron los jefes de los sacerdotes a Pilato aquel viernes por la tarde «Por eso, mande usted asegurar el sepulcro hasta el tercer día, no sea que vengan sus discípulos y roben el cuerpo, y después digan a la gente que ha resucitado. En tal caso, la última mentira [que resucitaría] sería peor que la primera [su autoproclamación de ser el Mesías].» . Por eso, además de sellar la tumba con la cara de su anillo convencieron al gobernador que dispusiera de un escuadrón de soldados para custodiar la tumba. Los guardias no supieron dar una explicación a lo que había acontecido y les tocó acudir al sanedrín a pedir ayuda que los librara de las posibles consecuencias de haber fracasado en la facilísima tarea de cuidar que un muerto no se moviera de su lugar. Había una explicación que dar y ellos sencillamente no la tenían: «Ustedes digan que durante la noche, mientras ustedes dormían, los discípulos de Jesús vinieron y robaron el cuerpo.» . Esta lectura no nos debe sugerir que todos los soldados dormían a la misma hora, como si la labor de vigilancia solo tuviera vigencia durante el día. En su engaño ellos debían auto incriminarse de un grave delito: haberse quedado dormidos durante la guardia. Recordemos que el castigo era el de ser azotados en público hasta que desfallecieran (ver cuarta evidencia de este capítulo), así que el soborno tuvo que haber sido demasiado grande como para que justificara las consecuencias que podían sufrir si el gobernador se enteraba: «Y dieron mucho dinero a los soldados» . Si el gobernador se hubiera enterado y ellos daban la coartada por la que los sumos sacerdotes les habían pagado, la furia de Pilato se habría hecho sentir sobre ellos, ya que su versión no resistía la más mínima lógica. Si se habían quedado «todos» dormidos ¿cómo podían entonces culpar a los discípulos del robo del cadáver de Jesús? ¿Cómo podían señalar al ladrón? Y si no se habían quedado dormidos ¿cómo permitieron el robo? Con cualquier versión les iba tremendamente mal, su única salvación era que sus superiores nos les pidieran cuentas de su misión, y así conservar su salud para disfrutar del dinero mal habido. Varios días después de aquel domingo de resurrección, Pedro dio su primer discurso a los judíos y a los gentiles en una plaza pública y les explicó las Escrituras , les hizo referencia a las profecías que hablaban del Mesías y les recordó especialmente que estaba profetizado que el Mesías no se quedaría en el sepulcro ni su cuerpo se descompondría y les aseguró que él y los demás apóstoles eran testigos de la resurrección del Maestro. La respuesta a las palabras de Pedro fue abrumadora, nos dicen las Escrituras que ese mismo día se convirtieron y se hicieron bautizar «unas tres mil personas». Si los enemigos de Jesús tuvieran en su poder el cadáver del Maestro ¿no era este el lugar y momento perfecto para desmentir a los discípulos acerca de ésta supuesta resurrección? ¿No era esta una oportunidad de oro para desenmascarar a esos embusteros y haber arrojado el cadáver en medio de la plaza para dejarlos en ridículo y así exterminar de una vez y por siempre esa incipiente iglesia que se estaba empezando a formar? La resurrección del Mesías era la base de esa iglesia que por mandato de Jesús empezaron a edificar, así que, desmentida la resurrección, se acababa el cristianismo en ese mismo momento. Si los enemigos de Jesús se hubieran robado el cuerpo de esa tumba, ¿dónde lo pusieron? ¿Existiría mejor lugar para retener a un muerto que una tumba protegida por un escuadrón de guardias del ejército más poderoso del mundo de aquel entonces y que además había sido sellada por el representante del Cesar? Si lo sacaron de ese lugar para hacerles creer a sus discípulos que en verdad había resucitado solamente para luego burlarse de ellos y exhibir su cadáver en el mejor momento, ¿por qué eso nunca ocurrió? Es claro entonces que podemos eliminar de la lista a los enemigos; nada les hacía más daño que el cuerpo desapareciera.

amigos

OCTAVA TESIS: ¿LOS AMIGOS DE JESÚS ROBARON EL CUERPO?

Escribió en el año 56 de nuestra era, el filósofo, político, orador y escritor Lucio Anneo Séneca en su tragedia Medea: cui prodest scelus, is fecit (Aquel a quien aprovecha el crimen es quien lo ha cometido). Evidentemente el gran peso de la sospecha recae sobre los amigos de Jesús como los autores del supuesto robo del cadáver, pero ¿lo hicieron? Con todas las evidencias reales que tenemos más todas las circunstanciales que podemos agregar, ¿podemos, sin violar la lógica y la razón, señalarlos a ellos como los autores del posible hurto del cuerpo de Jesús? Tenemos dos bandos: los que condenaron a muerte a Jesús —el sanedrín— que tenían dinero, poder y un pacto tácito de colaboración con la gobernación romana, y los discípulos, que carecían de todo poder e influencia con sus superiores, tanto en lo político como en lo religioso. Con la muerte de Jesús, el sanedrín pensó que había acabado con la raíz del problema que representó las enseñanzas del que decía ser el Mesías, pero sabían que quedaban unas semillas que había que extinguir antes de que empezaran a germinar. ¿Tenían como deshacerse de los apóstoles? La respuesta es no. Recordemos que el único delito por el que condenaron a muerte a Jesús fue el de haberse auto proclamado ser Dios. Ninguno de los discípulos reclamó una identidad diferente. ¿Qué era lo que el sanedrín necesitaba para deshacerse de los ellos? ¿Con que delito podrían acusarlos para que Pilato ordenara sus ejecuciones? Si el sanedrín tuviera pruebas de que los apóstoles rompieron el sello de la tumba y la profanaron, el delito no era religioso, era judicial y correspondía al gobernador imponer la correspondiente sanción. Como expliqué anteriormente el delito de profanación de tumbas era severamente castigado en lo económico, y romper el sello del gobernador sin su autorización conllevaba al máximo castigo, así que lo único que el sanedrín hubiera tenido que hacer, era presentar las pruebas de que los apóstoles cometieron el delito contra el Cesar, y Pilato se hubiera encargado del resto. ¿Y porque esto no ocurrió? Porque sencillamente no tenían esas pruebas, y por ello tuvieron que sobornar a los guardias con una gran cantidad de dinero más la promesa de que no tendrían que vérselas con el gobernador romano.

cobardes

NOVENA TESIS: ¿DE COBARDES A VALIENTES?

Tal y como estaba profetizado por el profeta Zacarias , los apóstoles abandonaron al Maestro cuando fue capturado por oficiales del templo y soldados romanos guiados por Judas Iscariote y llevado a juicio —a todas luces ilegal— como a cualquier criminal. Pedro fue más valiente que los demás, y lo acompañó en la distancia. El resto del grupo huyó a esconderse, aunque Juan después de un tiempo recapacitó y terminó acompañando a su Maestro hasta su última respiración. Todos sabemos que la valentía de aquel que había sido designado como la roca sobre la cual se edificaría la naciente iglesia, no duró mucho y tras negar haber conocido jamás al acusado, buscó a sus compañeros y se unió a ellos, no sin antes haber llorado amargamente . El temor a correr la misma suerte que su maestro los mantuvo encerrados hasta ese primer día de la semana, cuando Jesús se les apareció en la habitación que mantenían bajo llave «por miedo a los judíos» . ¿Cabe pensar que de cobardes el viernes pasaron a tener el coraje de robar el cuerpo de su maestro, de su amigo, de su compañero, de su Señor? ¿Iban a tener fuerzas para enfrentarse a un escuadrón de guardias del ejercito romano? ¿Se atreverían a romper el sello que tenía estampada la cara del anillo del representante del Cesar? Aquel viernes habían asesinado de la forma más cruel al amigo con el que habían compartido más de tres años, por el que lo habían dejado todo para seguirlo y aprender de Él. Habían molido a golpes a ese hombre que admiraban y amaban entrañablemente, con el que habían vivido toda clase de experiencias y aventuras. Sus corazones se encontraban hechos añicos del dolor, sus almas desfallecían de angustia y desconcierto. ¿De dónde habrían sacado el valor de sobreponerse a semejante golpe, para emprender el gran reto de ir a esa tumba para hacerse del cuerpo del Maestro? Cuando arrestaron a Jesús lo llevaron ante el sumo sacerdote para enjuiciarlo. Mientras se desarrollaba esa farsa de juicio, Pedro se encontraba en el patio adjunto a la casa de Caifás. El escándalo del arresto había atraído a ese mismo lugar a una gran cantidad de curiosos e instigadores que clamaban por un castigo para el que se hacía llamar Hijo de Dios. De pronto una sirvienta se le acercó a Pedro y lo acusó de andar con Jesús, a lo que él le respondió «No sé de qué estás hablando.» . Si este hombre le tuvo miedo a una criada, ¿de dónde sacó el coraje y la valentía para enfrentarse a un pelotón de guardias del ejercito más despiadado del mundo? Estos soldados eran brutales, no les temblaba la mano clavar una puntilla en las manos de un ser vivo, no les importaba clavar una corona de espinas a un hombre que acababa de ser flagelado, sin pestañar obedecían la orden de propiciarle el número de latigazos que quisieran —mientras que no lo mataran— con el flagrum taxillatum a un pobre hombre indefenso que no puso ninguna resistencia. Eran a estos soldados los que tenían que eliminar los discípulos para acceder a la tumba y llevarse su contenido. ¿Lograron derrotar a los soldados? Ya sabemos que los guardias estaban vivos —sin ninguna indicación de haber tenido lucha— el día de la resurrección porque los vemos dejándose sobornar por los del sanedrín . Si los discípulos se hubieran enfrentado a estos guerreros y los hubieran derrotado, no habrían ido vacíos de explicación a donde los sumos sacerdotes cuando vieron la piedra removida de su lugar y constataron que el sepulcro estaba vacío.

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