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Orlando Hernandez
iglesia catolica

¿Solo a través de la Iglesia católica hay salvación?

Desde que San Cipriano[1] dijera en el siglo III “Fuera de la Iglesia no hay salvación”[2], cristianos y no cristianos han tenido problemas con dicha afirmación. Los primeros porque lo han tomado como un acto de arrogancia por parte de la Iglesia católica al afirmar algo que Jesús no dijo de forma explícita cuando fundó su Iglesia, y los segundos, porque piensan que ellos encontrarán el camino aún más allá con su dios a través de sus creencias, así que se debe ignorar lo que cualquiera otra religión pueda decir a ese respecto.

Hoy el malestar sigue vigente. Algunos piensan que la afirmación es excluyente, intolerante y totalitaria rayando en el fanatismo. Otros simplemente rechazan la idea de una estructura organizada de hombres que pueda atribuirse el derecho de dictar las leyes que gobiernan la entrada al cielo cuando eso solo le corresponde a Dios. Hay quienes no aceptan esta doctrina porque parten de la base que Cristo murió por el perdón de todos los hombres, así que no nos corresponde hacer nada más, sino creer en Él y, en el mejor de los casos “portarse bien” (Este es uno de los pilares del protestantismo: Sola fide. Consideran que sólo la fe es necesaria para salvarse y niegan la necesidad de las buenas obras).

Veamos la siguiente analogía: una persona que comienza a experimentar signos de una gran dolencia, acude a un médico quien le ordena una serie de exámenes que le ayuden a encontrar la causa de los síntomas. Estos arrojan como resultado la presencia de una grave enfermedad que requiere atención inmediata. El médico le dice que van a seguir un tratamiento que a pesar de seguirlo al pie de la letra no garantiza su recuperación, pero que vale la pena intentarlo. Acude a un segundo médico quien sugiere seguir un tratamiento distinto, pero que tampoco le garantiza su recuperación. Acude a un tercero que básicamente le dice lo mismo. Finalmente encuentra uno que le ofrece un tratamiento que de seguirlo al pie de la letra, le garantiza su recuperación.

¿En manos de que médico se pondría este enfermo? ¿En los que ofrecen su mayor esfuerzo pero que no garantizan su recuperación? o ¿En el que garantiza la recuperación?

Entonces, ¿Por qué el saber que existe una Iglesia que nos garantiza la salvación si seguimos sus enseñanzas no nos llena de un sentimiento de alegría, sino que por el contrario, lo ignoramos?

Claramente debe haber un malentendido.



Afortunadamente Jesús y sus apóstoles nos dejaron una serie de enseñanzas en el Nuevo Testamento que nos pueden ayudar a entender porque San Cipriano hizo ésta afirmación.

Lo que nos dicen las Sagradas Escrituras

Lo que nos dicen las Sagradas Escrituras es que en el cielo no hay solamente católicos. El “buen ladrón”[3] (Dimas) que estaba a un lado de Jesús en su crucifixión, ciertamente no era católico y sin embargo hoy está gozando de la vida eterna en el reino de Dios. Es más, San Dimas es considerado como el único santo canonizado por Jesús. Así que la afirmación que solo a través de la Iglesia hay salvación, no quiere decir que en el cielo solo hay católicos como muchos piensan.

Cuando rezamos el credo, decimos “…que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo,…”. Indudablemente Jesús ha muerto por todos los hombres para redimirnos, pero eso no implica que todos los hombres sean redimidos por Él, porque para salvarse hace falta otra condición además de la Gracia de Dios, a saber: que en ejercicio de nuestro libre albedrío aceptemos libremente esa Gracia. Jesús no se impuso ante nadie ni forzó a nadie a creer en Él, ni le impuso las manos a un incrédulo para que creyera en Él[4]. En Dios nada es mecánico ni automático.

Dios que te hizo sin ti, no te justifica sin ti[5]. Lo que la muerte de Cristo nos garantiza es que a todos los hombres[6] incluyendo al musulmán, al judío, al mahometano, al indio del amazonas y otros, en algún momento de su vida —desde la concepción hasta una fracción de segundo antes de la muerte— recibirán el ofrecimiento de su Gracia[7].

Jesús le dijo a Nicodemo “El que cree en el Hijo de Dios, no está condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado por no creer en el Hijo único de Dios” Juan 3:18. Así que ningún ser humano esta salvado ni condenado antes de su muerte. Como dijera el papa Pio IX “nadie es condenado más que por su propia voluntad y contra la voluntad de Dios”. Es contra la voluntad de Dios porque Él nos quiere salvos a todos “…pues él quiere que todos se salven y lleguen a conocer la verdad” 1 Timoteo 2:4.

En la última cena Jesús dijo: “Esto es mi sangre, con la que se confirma la alianza, sangre que es derramada en favor de muchos.” Marcos 14:24, “Beban todos ustedes de esta copa, porque esto es mi sangre, con la que se confirma la alianza, sangre que es derramada en favor de muchos para perdón de sus pecados.” Mateo 26:27-28. Este muchos ya había sido profetizado por Simeón en la entrada del templo, cuando le dijo a María la madre de Jesús “Mira, este niño está destinado a hacer que muchos en Israel caigan o se levanten.” Lucas 2:33. Jesús no murió por todos, sino por los muchos que aceptaron, aceptan y aceptarán su Gracia salvadora.

No basta con ser un buen budista, o un buen mahometano, o con ser un buen indio del amazonas para lograr la salvación, ya que si esto fuera cierto, la orden de Jesús “Vayan por todo el mundo y predicad a todos el evangelio. El que crea y sea bautizado, obtendrá la salvación; pero el que no crea, será condenado” (Marcos 16:15-16) sería superfluo, y lo peor: Irrelevante. Nuestra prédica sería: “Con lo que haces y sabes, estas salvado. Pero por si te interesa, te puedo contar de otra forma en la que también te puedes salvar, ¿te interesa?”.

¿Fue esto lo que nos enseñó Jesús? ¿Qué cada quien se quede en sus creencias y en sus religiones?

“Jesús vino a Galilea predicando el evangelio de Dios. «El tiempo se ha cumplido,» decía, «y el reino de Dios se ha acercado; arrepiéntanse y crean en el evangelio. »” (Marcos 1:14-15) ¿En que quedaría este mensaje? ¿Para quién estaría dirigido, si cada cual está bien en su propia creencia? Ese “arrepiéntanse y crean en el evangelio” que pregonaba Jesús¿no quiere decir que dejen de hacer lo que están haciendo y hagan lo que Yo les estoy diciendo?

Sí Jesús fuera cualquier Camino, sí la verdad fuera cualquier creencia y la vida fuera cualquier forma honesta y pacífica de vivir, su enseñanza no hubiera sido otra cosa que el indiferentismo. Nunca se hubiera molestado en hacerles ver los errores a los escribas y fariseos como tantas veces lo hizo. Los fariseos no eran lo que hoy llamaríamos unas personas “malas”, todo lo contrario, eran personas que hoy llamaríamos “buenas” que cumplían las leyes de su religión al pie de la letra.

La Iglesia

Jesús quiso que hubiera una Iglesia[8] y por eso la fundó “Yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia” (Mateo 16:18). Estando Él a la cabeza y actuando como salvador[9] “Porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, siendo Él mismo el Salvador del cuerpo” (Efesios 5:23), cuerpo que lo constituimos todos “Ahora bien, ustedes son el cuerpo de Cristo, y cada uno individualmente un miembro de él.”(1 Corintios 12:27). ¿Por qué molestarse en constituir una Iglesia sí por cualquier camino se obtuviera la salvación?

Cuando Jesús envió a sus apóstoles junto a otros setenta y dos discípulos a predicar su evangelio, dijo: “El que los escucha a ustedes, me escucha a mí; y el que los rechaza a ustedes, me rechaza a mí; y el que me rechaza a mí, rechaza al que me envió.” Lucas 10:16.

La Iglesia es la fuente y el camino ordinario para la salvación querida por Dios al entregarle la autoridad para la administración de los sacramentos que Jesús instituyó y condicionó para gozar de la eternidad. Sé que algunas personas encuentran esto difícil de aceptar y hasta de creer. Hay quien sostiene que cómo ha de ser esto posible, si en la Iglesia hay corrupción y pecado. Otras lo encuentran injusto y otras simplemente no creen que sea así. Pero independiente de las muchas o pocas manchas negras que pueda haber en la Iglesia e independiente de la mucha o poca santidad que pueda haber en su interior, fue Jesús quien así lo quiso y si Jesús es el que nos salva, nos tenemos que salvar a su manera y no a la nuestra, así no nos parezca.

El hablar de un camino ordinario implica también la existencia de un camino extraordinario, aplicable para aquellos que todavía no les ha llegado ese evangelio que Jesús les ordenó a sus discípulos predicar. Al respecto nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica en su numeral 847:

“Los que sin culpa suya no conocen el Evangelio de Cristo y su Iglesia, pero buscan a Dios con sincero corazón e intentan en su vida, con la ayuda de la gracia, hacer la voluntad de Dios, conocida a través de lo que les dice su conciencia, pueden conseguir la salvación eterna”.

Y en el numeral 1281 nos dice:

“Los que padecen la muerte a causa de la fe, los catecúmenos y todos los hombres que, bajo el impulso de la gracia, sin conocer la Iglesia, buscan sinceramente a Dios y se esfuerzan por cumplir su voluntad, pueden salvarse aunque no hayan recibido el Bautismo”

La existencia de ese camino extraordinario fruto de la inmensa misericordia de Dios y conocida solo por Él, no implica que cualquier religión o creencia sea un camino a la salvación.

Tampoco esto significa que la salvación del hombre queda reducida a la participación en estos sacramentos o a la simple vinculación de la persona a la Iglesia, ya que el mismo Jesús dijo: “No todo el que me dice Señor, Señor entrará en el Reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre del Cielo” Mateo 7:21-23.

Solo la Iglesia católica cuenta con los siete sacramentos, repito: Establecidos por Jesús, no por el hombre ni por la Iglesia, sino por Jesús mismo y que condicionó su recibimiento para su participación en su reino. Este es el camino que estableció Jesús y es el que la Iglesia enseña.

Veamos tres de ellos, que por su claridad en los evangelios nos pueden ayudar a entender por qué son condicionantes para la salvación y que su conjunto, solo lo podemos encontrar en la Iglesia católica. Ellos son: el bautismo, la reconciliación y la eucaristía.

El bautismo

Una noche se presentó ante Jesús un hombre llamado Nicodemo, perteneciente al sanedrín y que aceptó que Jesús venía de Dios para enseñar “porque nadie podría hacer los milagros que tú haces, si Dios no estuviera con él” (Juan 3:2). Jesús le reveló la condición necesaria del bautismo para la salvación: “Te aseguro que el que no nace de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios.” (Juan 3:5) Y por eso les ordenó a sus discípulos predicar su evangelio a todas las naciones y bautizarlos a todos: “Vayan por todo el mundo y anuncien a todos la buena noticia. El que crea y sea bautizado, obtendrá la salvación; pero el que no crea, será condenado.” (Marcos 16:15-16)

Ciertamente no solo la Iglesia católica ofrece este bautizo, la mayoría de iglesias cristianas lo ofrecen y así lo reconoce nuestra Iglesia, siempre y cuando se realice cómo Jesús lo enseñó: “bautícenlas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” (Mateo 28:19).

Es claro entonces que el bautizo es necesario para acceder a la salvación para aquellos a los que el evangelio les ha sido anunciado y hayan tenido la oportunidad de pedir el sacramento.

El encuentro del apóstol Felipe con el etíope narrado por el evangelista Lucas en el libro de Hechos de los apóstoles en su capítulo 8:26-40, nos resume esta doctrina:

“El Espíritu le dijo a Felipe: «Ve y acércate a ese carro.» Cuando Felipe se acercó, oyó que el etíope leía el libro de Isaías; entonces le preguntó: — ¿Entiende usted lo que está leyendo? El etíope le contestó: — ¿Cómo lo voy a entender, si no hay quien me lo explique? […] Entonces Felipe, tomando como punto de partida el lugar de la Escritura que el etíope leía, le anunció la buena noticia acerca de Jesús.” Se hizo el anuncio del evangelio.

“Más tarde, al pasar por un sitio donde había agua, el funcionario dijo: —Aquí hay agua; ¿hay algún inconveniente para que yo sea bautizado?” Se pidió el sacramento.

“Entonces mandó parar el carro; y los dos bajaron al agua, y Felipe lo bautizó.”

El perdón de los pecados

La quinta petición del Padrenuestro presupone un mundo en el que existe la ofensa. Ofensas entre los hombres y por consiguiente a Dios; “En verdad os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos hermanos míos, aun a los más pequeños, a mí lo hicisteis” Mateo 25:40.

Desde los inicios de la historia de la humanidad, el ser humano ha creado una serie de leyes y normas de conducta que le permiten vivir en un orden adecuado. Cuando no se cumplen estas normas, la consecuencia es la culpa y el remedio es el castigo. La capacidad de sentir culpa fruto de la ofensa ejercida es fundamentalmente humana y comienza a desarrollarse durante la infancia. La historia de las religiones gira en torno a la superación de la culpa. Si nuestros primeros padres (Adán y Eva) no hubiesen desobedecido, hoy no existiría ninguna religión en el mundo porque no serían necesarias ya que viviríamos en perfecta comunión con el Creador.

Uno de los grandes aportes sociales del Judaísmo fue la introducción del concepto de la responsabilidad individual. El hombre antiguo se creía manipulado o usurpado por diferentes dioses que lo obligaban a hacer cosas que él supuestamente no quería. El Judaísmo nos reveló a un Dios único y verdadero, que nos dio un libre albedrío y nos hizo responsables de nuestros actos y de lo que le pase al prójimo: “A cada hombre le pediré cuentas de la vida de su prójimo” Génesis 9:5. El hombre pasó a ser responsable de sus actos y como tal, debe asumir las consecuencias de sus acciones. El pecado entre ellas.

El Judaísmo enseñaba que solo Dios podía perdonar los pecados; “Entonces los maestros de la ley y los fariseos comenzaron a pensar: « ¿Quién es éste que se atreve a decir palabras ofensivas contra Dios? Sólo Dios puede perdonar pecados.»” (Lucas 5:21). Así que Jesús siendo Dios, como Él mismo lo afirmó “Yo y el Padre somos una sola cosa” (Juan 10:30), podía también perdonar los pecados[10], cosa que hizo durante todo su apostolado público, como por ejemplo cuando estaba en la casa de Pedro y descolgaron a un paralitico por el techo, Jesús dice a los escribas que estaban allí: “El Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar los pecados en la tierra” (Marcos 2:10).

Dado que todos somos pecadores, todos estamos en deuda con Dios[11]. Por eso Jesús incluyó en esa oración dirigida al Padre, “Perdónanos nuestras ofensas” (Mateo 6:12) que en la versión de Lucas se lee “Perdónanos nuestros pecados” (Lucas 11:1). Una vez más nos resalta la enseñanza que solo Dios puede perdonar los pecados (Marcos 2:7) tal y como nos lo mostró Jesús durante su paso por la tierra.

Jesús no se llevó ese poder consigo en su muerte y posterior ascensión al cielo, sino que lo delegó a los apóstoles para que a su vez lo transmitieran a sus sucesores en la Iglesia:

“Y sopló sobre ellos, y les dijo: —Reciban el Espíritu Santo. A quienes ustedes perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a quienes no se los perdonen, les quedarán sin perdonar” Juan 20:22-23

Esa sucesión ininterrumpida hasta hoy, se ha conservado únicamente en la Iglesia católica. Con la reforma protestante del siglo XVI por el alemán Martin Lutero, nació una nueva iglesia que rompió con esa cadena de sucesión, cerrando las puertas a ese perdón que Jesús delegó a sus apóstoles.

El artículo 1470 del Catecismo de la Iglesia Católica, correspondiente al capítulo del sacramento de la reconciliación, dice:

“En este sacramento, el pecador, confiándose al juicio misericordioso de Dios, anticipa en cierta manera el juicio al que será sometido al fin de esta vida terrena. Porque es ahora, en esta vida, cuando nos es ofrecida la elección entre la vida y la muerte, y solo por el camino de la conversión podemos entrar en el Reino del que el pecado grave nos aparta (cf 1 Co 5,11; Ga 5,19-21; Ap 22,15). Convirtiéndose a Cristo por la penitencia y la fe, el pecador pasa de la muerte a la vida “y no incurre en juicio” (Jn 5,24).”

Así que éste perdón, expresión del amor de Dios para con su Iglesia, solamente ha llegado a nuestros días en la forma en que Jesús lo dispuso: a través de la Iglesia católica.

La Eucaristía

Cuando Dios instituyó la pascua, narrada en el libro del Éxodo, reveló la forma en que el pueblo de Israel se libraría de la muerte:

“…cada uno de ustedes tomará un cordero…Tomarán luego la sangre del animal y la untarán por todo el marco de la puerta de la casa donde coman el animal. Esa noche comerán la carne…Y la sangre os será por señal en las casas donde vosotros estéis; y veré la sangre y pasaré de vosotros, y no habrá en vosotros plaga de mortandad cuando hiera la tierra de Egipto” Éxodo 12:2-13

Todas las religiones cristianas reconocen en esa sangre y en esa carne que salvaba de la muerte, una prefigura de Jesucristo que inmolado en la cruz, derramaría su sangre y entregaría su cuerpo para la salvación del mundo. Por esta razón el Nuevo Testamento se refiere a Cristo como el Cordero de Dios, ver Juan 1:29, Pedro 1:19, 1 Corintios 5:7, Apocalipsis 15:3 y Apocalipsis 22:1 entre otros.

Al igual que Dios pidió que se comiera la carne del cordero, Jesús condicionó la comida de su cuerpo y de su sangre[12] para poder participar en su reino:

“Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo. Entonces los judíos contendían entre sí, diciendo: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotrosEl que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postreroPorque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él. Como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por mí. Este es el pan que descendió del cielo; no como vuestros padres comieron el maná, y murieron; el que come de este pan, vivirá eternamente.” Juan 6:51-58

De todas las religiones cristianas, solamente la católica puede ofrecer a sus fieles la carne y la sangre de nuestro Señor Jesucristo, ya que es la única que cuenta con los sacerdotes debidamente ordenados para llevar a cabo la transustanciación del pan y del vino en la carne y en la sangre de Jesucristo, que nos mandó a comer y a beber.

Otras religiones

Los argumentos acá expuestos son extraídos de las palabras de Jesús, por eso se puede decir que este es el único camino ordinario conocido. Es lo único que podemos decir con certeza, ya que expresan los deseos de aquel que entregó su vida por la salvación de nosotros.

Seguramente Usted se estará preguntando ¿Entonces el que nació en la china budista —por poner un ejemplo—, nació condenado, ya que él no va a ser bautizado dentro de la Iglesia católica, ni se va a confesar con un sacerdote católico, ni va a ir jamás a una iglesia católica a recibir la comunión? ¿Puede ser éste el plan de un Dios justo y amoroso cómo el que nos describió Jesús? Estas preguntas, que son totalmente validas, nos ponen ante tres escenarios posibles:

  1. La persona conoce esta verdad e intenta con todas sus fuerzas, mantenerse fiel a ella.
  2. La persona conoce esta verdad y por múltiples razones, decide ignorarla.
  3. La persona no conoce esta verdad.

El camino ordinario de salvación revelado por Jesús aplica a las dos primeras personas, mientras que el extraordinario ha de cubrir a la tercera, tal y como lo aclara el apóstol san Pablo:

“De hecho, cuando los gentiles, que no tienen la ley, cumplen por naturaleza lo que la ley exige, ellos son ley para sí mismos, aunque no tengan la ley. Éstos muestran que llevan escrito en el corazón lo que la ley exige, como lo atestigua su conciencia, pues sus propios pensamientos algunas veces los acusan y otras veces los excusan. Así sucederá el día en que, por medio de Jesucristo, Dios juzgará los secretos de toda persona, como lo declara mi evangelio.” Romanos 2:14-16

El Concilio Vaticano II a través de la declaración “NOSTRA AETATE” sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas, expresó su posición respecto a otras religiones:

“Ya desde la antigüedad y hasta nuestros días se encuentra en los diversos pueblos una cierta percepción de aquella fuerza misteriosa que se halla presente en la marcha de las cosas y en los acontecimientos de la vida humana y a veces también el reconocimiento de la Suma Divinidad e incluso del Padre. Esta percepción y conocimiento penetra toda su vida con íntimo sentido religioso. Las religiones al tomar contacto con el progreso de la cultura, se esfuerzan por responder a dichos problemas con nociones más precisas y con un lenguaje más elaborado. … Así también las demás religiones que se encuentran en el mundo, se esfuerzan por responder de varias maneras a la inquietud del corazón humano, proponiendo caminos, es decir, doctrinas, normas de vida y ritos sagrados.

La Iglesia católica no rechaza nada de lo que en estas religiones hay de santo y verdadero. Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas que, por más que discrepen en mucho de lo que ella profesa y enseña, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres. Anuncia y tiene la obligación de anunciar constantemente a Cristo, que es “el Camino, la Verdad y la Vida” (Juan 14:6), en quien los hombres encuentran la plenitud de la vida religiosa y en quien Dios reconcilió consigo todas las cosas.

Por consiguiente, exhorta a sus hijos a que, con prudencia y caridad, mediante el diálogo y colaboración con los adeptos de otras religiones, dando testimonio de fe y vida cristiana, reconozcan, guarden y promuevan aquellos bienes espirituales y morales, así como los valores socio-culturales que en ellos existen.” Numeral 2.

Una cosa es el respeto por las otras religiones, el diálogo interreligioso, el reconocimiento de “lo santo y verdadero” presentes en otras religiones y el respeto por la conciencia ajena, y otra cosa es que cualquier religión salve a los hombres, porque solo en Jesús hay salvación; “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos.” Hechos de los Apóstoles 4:12.

 

 


[1] Obispo de Cartago entre el 249 hasta el 258.

[2] “Extra ecclesiam salus non est”. Epístola de Cipriano, ep 73,21.

[3] La fiesta de San Dimas se celebra el 25 de marzo.

[4] “Es uno de los capítulos principales de la doctrina católica, contenido en la Palabra de Dios y predicado constantemente por los Padres, que el hombre, al creer, debe responder voluntariamente a Dios, y que, por tanto, nadie debe ser forzado a abrazar la fe contra su voluntad. En efecto, el acto de fe es voluntario por su propia naturaleza […] El hombre no puede adherirse a Dios, que se revela a sí mismo, a menos que, atraído por el Padre, rinda a Dios el obsequio racional y libre de la fe” Dignitatis Humanae, Numeral 10.

[5] San Agustín.

[6] Ver Carta a los Romanos 3:21-30.

[7] “Esto vale no solamente para los cristianos, sino también para todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia de modo invisible. Cristo murió por todos, y la vocación suprema del hombre en realidad es una sola, es decir, la divina. En consecuencia, debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de sólo Dios conocida, se asocien a este misterio pascual.” Constitución Pastoral GAUDIUM ET SPES, Numeral 22.

[8] Ver el capítulo I de la presente obra.

[9] “…porque la salvación viene de los Judíos” Juan 4:22.

[10] Juan Bautista lo había profetizado en el desierto: “¡Miren, ése es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!” Juan 1:29

[11] En el capítulo XIV expliqué porque el pecado nos convierte en deudores de Dios.

[12] Ya en el capítulo XI de la presente obra, expliqué porque nos resulta claro que Jesús estaba hablando de su cuerpo y sangre físicos y no simbólicos.

 

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¿Por qué la Iglesia no evoluciona con los tiempos?

Cuando un católico con fuerte identidad cristiana discute con una persona que no la tiene, temas como el aborto, las relaciones homosexuales, los anticonceptivos, las relaciones prematrimoniales, etc., el argumento final empleado es que la Iglesia debe evolucionar con los tiempos y adaptarse al pensamiento, uso y costumbre de lo que ellos consideran universal y actual.

Los movimientos en favor del matrimonio entre homosexuales y en favor del aborto, han acuñado esta frase buscando disminuir la resistencia del que ha sido su mayor obstáculo: La Iglesia católica. Le piden a la Iglesia que modifique algo que la Iglesia no puede modificar. Se le pide una modernización que consistiría en hacerse propietaria de algo que no le pertenece. La Iglesia es solo custodia de una verdad revelada, que en cumplimiento de un mandato de Jesús, debe proclamar con fidelidad a todo el mundo en todos los tiempos, independiente del grado de popularidad o aceptación entre la gente.

Si hoy conocemos a Jesús y sus enseñanzas, es porque la Iglesia nos lo ha traído fielmente a lo largo de los siglos. La moral que la Iglesia ha defendido es la misma en toda su historia, porque forma parte de la revelación que Dios ha hecho al hombre para el hombre. El apóstol san Pablo afirma en su carta a los hebreos “Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre” (Hebreos 13:8). Las cosas que Dios nos ha revelado son válidas ayer, hoy y siempre. Cambiar sus mandamientos es pedirle a la Iglesia que se coloque por encima de Dios y reescriba su revelación porque nos parece más conveniente y/o agradable.

 

Sin embargo las palabras y metodología empleadas, si pueden cambiar con los tiempos y según las diferentes culturas que debe alcanzar. Pero cambiar su doctrina para complacer a un grupo de personas como lo pueden llegar a hacer las democracias más modernas, no es posible.

A lo largo de la historia, el mundo ha sido testigo de grandes cambios que se han dado en todos los rincones del mundo. Cambios que han afectado todos los aspectos que influyen en sus pueblos: política, economía, cultura, moda, estructura social, etc. Nuevos derechos y libertades han surgido en la medida en que el hombre se aparta más y más de las libertades que Dios estableció para nuestro beneficio, y se clama por una bendición del Vaticano a estas nuevas libertades y derechos, pero la Iglesia no puede decidir lo que proclama. Proclama lo que le fue entregado para proclamar.

Se piensa por ejemplo que el aborto es un asunto religioso y cae en el cúmulo de creencias que cada persona elige libremente haciendo uso de su libertad de conciencia. Por ello se pide a la Iglesia que cambie su postura respecto a este tema para estar en concordancia con sus costumbres e inclusive con sus leyes.

Una encuesta realizada entre marzo y mayo del 2013 en 39 países y en diciembre del mismo año en la India, por el Centro de Investigaciones PEW[1], preguntó a más de cuarenta mil adultos, sí consideraba moralmente aceptable, moralmente inaceptable o sino consideraba el tema preguntado como un asunto moral y por lo tanto lo aceptaba, los siguientes tópicos[2]:

Tema Inaceptable Aceptable No es asunto moral
Relaciones extramatrimoniales 78% 7% 10%
Prácticas homosexuales 59% 11% 13%
Aborto 56% 15% 12%
Relaciones prematrimoniales 46% 24% 16%
Divorcio 24% 36% 22%
Uso de anticonceptivos 14% 54% 21%

Interesante comparar esta estadística con el pensamiento de los estadounidenses:

Tema Inaceptable Aceptable No es asunto moral
Relaciones extramatrimoniales 84% 4% 10%
Prácticas homosexuales 37% 23% 35%
Aborto 49% 17% 23%
Relaciones prematrimoniales 30% 29% 36%
Divorcio 22% 33% 36%
Uso de anticonceptivos 7% 52% 36%

Con el correr del tiempo, el hombre ha hecho más y más relativo lo que Dios quiso que fuera absoluto. Una sola verdad y no la gran diversidad de verdades que nos rodean. Moral, valores y dignidades claramente establecidas desde la creación, hoy las consideramos temas religiosos que cada cual decide sí los cree, o sí los acepta, o sí los defiende, o sí los modifica y adapta a sus propios intereses, esperando que la Iglesia haga lo propio. Este fenómeno se conoce como relativismo.

El relativismo

René Descartes[3] fue un matemático, físico y filósofo francés, a quienes muchos acreditan ser el padre de lo que se conoció cómo la “Época de la Ilustración”. En 1641 postuló su teoría del dualismo de la mente (alma) y del cuerpo, separándolos en dos entidades diferentes e independientes. Esta teoría eventualmente condujo a la idea de que el cuerpo humano podía ser considerado como un objeto que la persona podía manipular según sus deseos. Dicho simplemente, usted es su mente y usted tiene un cuerpo, contradiciendo la doctrina tradicional cristiana de que somos al mismo tiempo cuerpo y alma[4]en una sola unidad.

En épocas más recientes, durante la llamada “revolución sexual” de los años 60, se dio un fenómeno similar cuando la gente separó la sexualidad de la persona, conduciendo a un pensamiento según el cual el cuerpo humano se podía manipular a su antojo en la búsqueda del placer. Todo estaba permitido con el fin de lograr la satisfacción personal.

Siguiendo esta línea de pensamiento, el hombre ha rechazado más la moral judeo-cristiana en favor de un relativismo sin Dios.

El relativismo sostiene que no se puede aceptar ninguna verdad absoluta, ni universal, ni necesaria, sino que la verdad proviene de la valoración que hace un determinado grupo social de un conjunto de elementos condicionantes que la harían particular y variable con el tiempo. Para el papa Benedicto XVI éste relativismo moral es la causa de la actual crisis del mundo: “Si la verdad no existe para el hombre, entonces tampoco éste puede distinguir entre el bien y el mal”.

Ya no queremos captar la realidad a través de nuestros sentidos para analizarla e interpretarla con nuestro intelecto, sino lo contrario; comenzando con nuestro intelecto en forma subjetiva formamos la realidad que perciben nuestros sentidos.

Cuando Eva le dijo a la serpiente lo que Dios le había ordenado, la serpiente le contesto: “No es cierto” (Génesis 3:4). Como quien dice: “Dios les mintió, así que no le hagan caso, háganme caso a mí, que yo sí les digo la verdad”. Y así hizo ella.

Que la Iglesia cambie su doctrina para acomodarse al relativismo moderno, como lo demandan ciertos grupos sociales sobre temas como el aborto, el matrimonio entre homosexuales, la eutanasia, las relaciones prematrimoniales, etc., sería hacerle caso nuevamente a la serpiente.

No es terquedad, es obediencia.

La evolución de la Iglesia

La historia nos muestra que la Iglesia siempre ha sido signo de contradicción. Motivo de escándalo entre los judíos y de locura entre los paganos. Perseguida y favorecida; calumniada por sabios y poderosos y en ocasiones aliada con el poder, pero de forma fidedigna, ha transmitido por más de veinte siglos el depósito sagrado de nuestros valores católicos en forma inalterable, a pesar que algunas veces nos ha llegado con las manchas propias de la debilidad humana.

La Iglesia ha entrado en la historia del hombre, siempre fiel a sí misma, procurando adaptarse al ambiente cultural y entendiendo la forma de pensar del hombre en cada etapa de nuestra historia. El modelo de Iglesia de hace cinco siglos experimentó variaciones importantes a partir del protestantismo, del advenimiento de la ciencia y de la técnica que llevaría a la Revolución Francesa, a la revolución industrial y a la nueva comprensión que; a partir de ese momento se fue teniendo del hombre. La Iglesia tuvo que cambiar para dialogar con un hombre más moderno y para entenderse a sí misma más como Iglesia misionera que como sociedad establecida y acomodada; con más interés de servir que de ganar poder.

El papa Francisco en su reciente Exhortación Apostólica “EVANGELII GAUDIUM”, hace un gran llamado al cambio de toda la Iglesia incluyendo el papado; “Me corresponde, como obispo de Roma, estar abierto a las sugerencias que se orienten a un ejercicio de mi ministerio que lo vuelva más fiel al sentido que Jesucristo quiso darle y a las necesidades actuales de la evangelización”. El papa defiende “la colegialidad” e invita a religiosos y sacerdotes a no temer “romper los esquemas”, a “ser audaces y creativos”, y a evitar transmitir “una multitud de doctrinas que se intentan imponer a fuerza de insistencia”.

Su Santidad propone en sustancia pasar de un modelo de iglesia burocrática y doctrinaria a una iglesia “misionera”, alegre, abierta a los laicos y a los jóvenes.

En concordancia con los tiempos, la Iglesia si ha evolucionado adaptándose al desarrollo social del hombre —en especial del menos favorecido— en aspectos tales como la justicia, la economía, la salud, los sistemas de gobierno, derechos individuales y colectivos, etc. Prueba de ello es que la Iglesia siempre ha sabido responder a los retos que el desarrollo le impone al hombre, a la familia y a la sociedad. Creciendo a la par del mundo y aprendiendo de sus propias vivencias y experiencias, la Iglesia se ha pronunciado, y actuando como faro de luz, ha participado de la mano de los gobiernos en el desarrollo de sociedades más justas, que respeten la dignidad e integridad del hombre.

Veamos algunos de estos ejemplos que nos muestran a una Iglesia actuando a la par de los tiempos.

El derecho internacional

Se le atribuye al fraile dominico español Francisco de Vitoria[5] el desarrollo del derecho internacional al establecer sus bases teóricas en su obra “De potestate civil” escrita en 1528. En ella propone la idea de una comunidad de todos los pueblos fundada en el derecho natural, y no en basar las relaciones entre los pueblos simplemente en el uso de la fuerza.

En contraposición al modelo de estado de Nicolás Maquiavelo en el que el estado era un conjunto moralmente autónomo, inmune a ser juzgado por normas externas, Vitoria establece una limitación moral para los estados como principio rector del derecho internacional.

Declara ilícita la guerra entre los pueblos por el simple hecho de aumentar sus territorios o por diferencias religiosas. Consideraba justa la guerra solo como respuesta a una ofensa grave.

Gran defensor de los derechos de los indios tras los excesos cometidos por los conquistadores de América. En su obra “De Indis” escrita en 1532, afirma que los indios no son seres inferiores, sino que poseen los mismos derechos que cualquier ser humano y que son dueños legítimos de sus tierras y de sus bienes.

Su obra logró detener por diez años la conquista en América por objeciones morales y teológicas, y sirvió de base para la redacción de las “Leyes Nuevas de Indias[6], dónde se establece que los indios son seres humanos libres con derecho a denunciar a sus amos, a poseer bienes, a recibir los sacramentos, a buscar su libertad y gozar de la protección directa de la corona española.

Con motivo de la evangelización del nuevo mundo, el 2 de junio de 1537 el papa Paulo III firmó la bula “SUBLIMIS DEUS” donde prohíbe la esclavización de los indios, declara firmemente que son hombres iguales a todos, por lo que se les debía respetar su libertad y posesiones. Tenían derecho a conocer a Cristo, predicado de forma pacífica y evitando todo tipo de crueldad.

La solidaridad

A lo largo de la historia, la Iglesia ha evolucionado el concepto de la solidaridad acorde con las necesidades del hombre en el tiempo. Dicha evolución se ve reflejada en dos aportes fundamentales: En el campo de las ideas, por cuanto declara que la solidaridad debe darse a cualquier hombre por el hecho de ser necesitado y no por pertenecer a determinado grupo, raza o religión, y en el campo de las acciones, por cuanto establece hospitales, orfanatos, asilos, leproserías y manicomios.

El concilio de Nicea celebrado en el 325 ordenó en su canon LXX a cada obispo establecer en sus diócesis un albergue o casa de acogida para extranjeros, pobres y enfermos.

La solidaridad fue adoptando formas muy diversas con el paso del tiempo y cada monasterio se convirtió en un centro de caridad. Los pobres eran protegidos, los enfermos atendidos, los viajeros acogidos, los prisioneros rescatados, los huérfanos educados y las viudas auxiliadas.

Esta asistencia tuvo importantes reformas durante los siglos XVI y XVII impulsadas por clérigos como San Juan de Dios, San Camilo de Lelis o San Vicente de Paul. En este período de particulares calamidades, por ejemplo, es interesante que la Orden de Clérigos Regulares Ministros de los Enfermos (Religiosos Camilos) asumiera el servicio a los enfermos como carisma específico, convirtiéndose en un cuarto voto solemne que compromete totalmente al clérigo con la atención de los enfermos, incluso si peligra su propia vida.

Después de la crisis que sobrevino a la Revolución Francesa para la asistencia sanitaria, fueron numerosas las congregaciones religiosas surgidas en el siglo XIX que se hicieron cargo de dicha necesidad.

Con el paso del tiempo han surgido nuevas enfermedades que suponen una adaptación y una respuesta múltiple de naturaleza moral, social, económica, jurídica y organizativa por parte de la Iglesia. Es así que cuando el sida se tornó en epidemia, la Iglesia respondió en tal sentido y entre otras cosas, destinó recursos en la construcción de centros para la atención de estos enfermos. En diciembre del 2005 la revista Dolentium Hominum, órgano del Pontificio Consejo para la Pastoral de la Salud, ofrecía los siguientes datos: El 26.7% de los centros para el cuidado del VIH/SIDA en el mundo son católicos. De las personas que se dedican a atender a estos enfermos a nivel mundial, el 24.5% son católicos, a razón de 9.4% en organismos eclesiales, y el 15.1% en organizaciones no gubernamentales católicas.

La esclavitud

Alex Haley[7] publicó su libro “Raíces: la saga de una familia estadounidense” en 1976, donde contaba la historia de su familia empezando con un ancestro muy lejano llamado Kunta Kinte que fue traído a América en 1767 para ser vendido como esclavo. Tanto el libro como la mini serie de televisión que se hizo basada en esta obra, alcanzaron records pocas veces antes vistos. La mini serie televisiva llegó a tener más de 130 millones de televidentes.

Para la mayoría de personas, cuando se les habla de esclavitud, imaginan la presentada por Alex Haley: Maltrato, látigo, humillación, hambre, abuso sexual, trabajo forzado, castigo, nada de afecto ni consideración, etc. Pero no siempre ni en todas partes fue así.

En África y en Asia, la esclavitud ya existía antes de la llegada de los europeos. A diferencia de la Grecia antigua, donde el esclavo era asimilado a la categoría de “cosa”, en estos continentes el esclavo poseía derechos civiles y derechos sobre sus propiedades, teniendo además, varias formas legales de lograr su libertad. La fuente principal del abastecimiento de esclavos, era lo que hoy conocemos cómo prisioneros de guerra. Los vencidos en una guerra no eran confinados a una celda, sino que pasaban a ser “propiedad” del vencedor, quien lo usaba para su propio servicio y con el tiempo y según la tribu, pasaban a integrarse a la familia. Al igual que hoy sabemos de empleadores que abusan de sus trabajadores, también habían “amos” que abusaban de estos esclavos.

La Iglesia primitiva conoció este tipo de esclavitud y desde sus comienzos pregonaron un discurso de unidad y de sin distinción entre los que tenían este estatus con los que no lo tenían. El apóstol san Pablo en su carta a los Gálatas lo expresó así: “Ya no importa el ser judío o griego, esclavo o libre, hombre o mujer; porque unidos a Cristo Jesús, todos ustedes son uno solo.” Gálatas 3:28.

Es después del descubrimiento de América que occidente conoció esa esclavitud brutal que describió Alex Haley en su libro. Todo el nuevo continente por explotar, requirió grandes cantidades de mano de obra especialmente en Brasil para sus diversos cultivos, en la zona del caribe para el mantenimiento de los ingenios de azúcar y en el sur de América del Norte para el cultivo del algodón.

Con las “Leyes Nuevas de Indias” de la corona española explicada anteriormente, el esclavo dejó de ser una cosa para ganar la condición de hombre. Los derechos concedidos por estas leyes, acabaron influyendo en Estados Unidos y Francia. Después de muchos altercados, acabaron marcando el camino de la abolición.

Dos frailes miembros de la orden capuchina del siglo XVII jugaron un papel importante en resaltar la gravedad de esa esclavitud: Francisco José de Jaca y Epifanio de Moirans. El fraile Francisco se ordenó en 1672 y seis años más tarde partió rumbo a Venezuela previa escala en Cartagena de Indias donde conoció la crudeza de dicho flagelo. En junio de 1681 dirigió al rey Carlos II de España una carta en la que le manifestó que los esclavos también son hijos redimidos por la sangre de Cristo, por lo que le recuerda que es su deber, como rey católico y misericordioso, actuar prontamente en la abolición de semejante barbarie.

El fraile Epifanio se ordenó en 1676 y se estableció en La Habana, Cuba, en 1681 donde conoció de primera mano las atrocidades del comercio de esclavos. En esta ciudad se encontró con el fraile Francisco quien fue su compañero de lucha por la eliminación de la esclavitud. Desde el púlpito denunciaron esta práctica anti cristiana, se negaron a dar la absolución a los amos que no se comprometieran a liberar a sus esclavos y continuaron la súplica escrita al rey buscando su apoyo en la misión.

Sus escritos “Resolución sobre la libertad de los negros” y “sus originarios en el estado de paganos y después ya Cristianos” del fraile Francisco dirigida el rey Carlos II y “Servi Liberi Seu Naturalis Mancipiorum Libertatis Justa Defensio” del fraile Epifanio, tuvieron grandes repercusiones en Europa, tanto en la corona española como en la cúpula romana, dando origen a fuertes movimientos abolicionistas.

Es claro que la institución de la esclavitud permanecía por los intereses comerciales, pero también porque los Estados la sostenían. La Revolución Francesa en 1789 dio el paso largamente esperado por la Iglesia, cuando en su “Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano”, establece que ningún hombre podía poseer a otro hombre. Cinco años más tarde se abolió la esclavitud, aunque esta disposición fue revocada varios años después por Napoleón. Pero ya los movimientos abolicionistas se habían fortalecido y poco a poco se fue extendiendo la abolición de la esclavitud.

Con los derechos de la mujer y los menores

La evolución de la economía agraria a la industrial de la segunda mitad del siglo XVIII, alteró totalmente la estructura de la familia existente hasta ese momento. La industrialización a gran escala modificó la tradicional distribución de roles al interior del núcleo familiar, en especial el de las mujeres y los niños.

Uno de los efectos más innovadores de la revolución industrial fue el desvío del trabajo clásico de la mujer en el hogar o en las labores agropecuarias familiares, para incorporarlas a los procesos de producción de las recién creadas fábricas que requerían de abundante mano de obra. Las familias obreras vieron una gran oportunidad de poder contar con un ingreso adicional que contribuyera a solventar su precaria situación financiera.

Desde un principio estas mujeres fueron explotadas ya que su remuneración era equivalente a la de los trabajadores menores, pero su jornada y labores eran las mismas que las de los demás trabajadores varones adultos.

Ante esta nueva realidad, la Iglesia creó la denominada Doctrina Social de la Iglesia (DSI). Esta enseñanza social es fruto de la búsqueda de la Iglesia a la denominada “cuestión social”, expresión que recoge el conjunto de la problemática que la nueva sociedad industrial trajo consigo.

El primer documento emanado de la DSI, la encíclica “RERUM NOVARUM” del papa León XIII fechada el 15 de mayo de 1891, centra su atención en la clase trabajadora que para ese entonces afrontaba condiciones difíciles, equiparables en algunos casos a los de la esclavitud:

“Hizo aumentar el mal la voraz usura, que, reiteradamente condenada por la autoridad de la Iglesia, es practicada, no obstante, por hombres codiciosos y avaros bajo una apariencia distinta. Añádase a esto que no sólo la contratación del trabajo, sino también las relaciones comerciales de toda índole, se hallan sometidas al poder de unos pocos, hasta el punto de que un número sumamente reducido de opulentos y adinerados ha impuesto poco menos que el yugo de la esclavitud a una muchedumbre infinita de proletarios.” Numeral 1.

Sumado a esta denuncia, el documento manifiesta la explotación de la mujer por parte de sus empleadores:

“Por lo que respecta a la tutela de los bienes del cuerpo y externos, lo primero que se ha de hacer es librar a los pobres obreros de la crueldad de los ambiciosos, que abusan de las personas sin moderación, como si fueran cosas para su medro personal. … Se ha de mirar por ello que la jornada diaria no se prolongue más horas de las que permitan las fuerzas. …. Finalmente, lo que puede hacer y soportar un hombre adulto y robusto no se le puede exigir a una mujer o a un niño.” Numeral 31.

Junto con la denuncia clara de la injusticia laboral, el numeral 31 muestra cómo, en la mente del papa, prevalece un modelo de sociedad y de familia, que limita a la mujer a las tareas domésticas y a los niños al desarrollo dentro del hogar:

“Y, en cuanto a los niños, se ha de evitar cuidadosamente y sobre todo que entren en talleres antes de que la edad haya dado el suficiente desarrollo a su cuerpo, a su inteligencia y a su alma. Puesto que la actividad precoz agosta, como a las hierbas tiernas, las fuerzas que brotan de la infancia, con lo que la constitución de la niñez vendría a destruirse por completo. Igualmente, hay oficios menos aptos para la mujer, nacida para las labores domésticas; labores estas que no sólo protegen sobremanera el decoro femenino, sino que responden por naturaleza a la educación de los hijos y a la prosperidad de la familia.” Numeral 31

El movimiento feminista surgido como consecuencia de la II Guerra Mundial cuando la mujer tuvo que asumir un sinnúmero de tareas propias de los varones hasta ése momento, adquirió notable influencia, reclamando igualdad de derechos y oportunidades en las áreas económicas, políticas y sociales.

Haciendo eco de esta nueva realidad, en su Alocución a las mujeres de las asociaciones cristianas de Italiadel 21 de octubre de 1945, su santidad Pio XII dijo: “mujeres y jóvenes católicas, vuestra hora ha llegado: la vida pública tiene necesidad de vosotras”. En una postura más de avanzada, siete años más tarde se expresaría de esta forma en la Convención de la Unión Mundial de las Organizaciones femeninas católicas: “A medida que maduran las nuevas necesidades sociales, también su misión benéfica se expande y la mujer cristiana deviene […] no menos que el hombre, un factor necesario de la civilización y del progreso”.

El papa Juan XXIII en su encíclica “PACEM IN TERRIS” del 11 de abril de 1963, señaló la presencia de la mujer en la vida pública como una de las características de su época, velando por la igualdad de derechos y deberes del varón y la mujer dentro de la familia: “Tienen los hombres pleno derecho a elegir el estado de vida que prefieran, y, por consiguiente, a fundar una familia, en cuya creación el varón y la mujer tengan iguales derechos y deberes. … Por lo que se refiere a la mujer, hay que darle la posibilidad de trabajar en condiciones adecuadas a las exigencias y los deberes de esposa y de madre”.

El 15 de agosto de 1988 su santidad Juan Pablo II proclamó la encíclica “Mulieris Dignitatem”, primer documento de la Iglesia dedicado en su totalidad a la mujer. Aboga por una igualdad sin afectar su propia identidad, que constituye su riqueza esencial:

“Los recursos personales de la femineidad no son ciertamente menores que los de la masculinidad; son sólo diferentes. Por consiguiente, la mujer -como por su parte también el hombre- debe entender su realización como persona, su dignidad y vocación, sobre la base de estos recursos, de acuerdo con la riqueza de la femineidad, que recibió el día de la creación y que hereda como expresión peculiar de la imagen y semejanza de Dios” Numeral 10.

Con motivo de la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer que se llevó a cabo en la ciudad de Pekín, su santidad el papa Juan Pablo II escribió el 29 junio de 1995 un documento denominado la “Carta del papa a las mujeres,[8]” donde expresa la gratitud que la humanidad debe a la mujer y resalta los diferentes roles de la mujer actual:

“Dar gracias al Señor por su designio sobre la vocación y la misión de la mujer en el mundo se convierte en un agradecimiento concreto y directo a las mujeres, a cada mujer, por lo que representan en la vida de la humanidad.

Te doy gracias, mujer-madre, que te conviertes en seno del ser humano con la alegría y los dolores de parto de una experiencia única, la cual te hace sonrisa de Dios para el niño que viene a la luz y te hace guía de sus primeros pasos, apoyo de su crecimiento, punto de referencia en el posterior camino de la vida.

Te doy gracias, mujer-esposa, que unes irrevocablemente tu destino al de un hombre, mediante una relación de recíproca entrega, al servicio de la comunión y de la vida.

Te doy gracias, mujer-hija y mujer-hermana, que aportas al núcleo familiar y también al conjunto de la vida social las riquezas de tu sensibilidad, intuición, generosidad y constancia.

Te doy gracias, mujer-trabajadora, que participas en todos los ámbitos de la vida social, económica, cultural, artística y política, mediante la indispensable aportación que das a la elaboración de una cultura capaz de conciliar razón y sentimiento, a una concepción de la vida siempre abierta al sentido del « misterio », a la edificación de estructuras económicas y políticas más ricas de humanidad.

Te doy gracias, mujer-consagrada, que a ejemplo de la más grande de las mujeres, la Madre de Cristo, Verbo encarnado, te abres con docilidad y fidelidad al amor de Dios, ayudando a la Iglesia y a toda la humanidad a vivir para Dios una respuesta “esponsal”, que expresa maravillosamente la comunión que Él quiere establecer con su criatura.

Te doy gracias, mujer, ¡por el hecho mismo de ser mujer! Con la intuición propia de tu femineidad enriqueces la comprensión del mundo y contribuyes a la plena verdad de las relaciones humanas.” Numeral 2.

Documentos Pontificios

Dentro del desarrollo cultural del hombre a través de los tiempos, el pecado también ha tenido una evolución. La pornografía, el alcoholismo, las drogas, el aborto, la eutanasia, la destrucción del medio ambiente, etc., han cambiado desde que Jesús fundó su Iglesia. El alcance, la difusión y el poder destructivo del pecado como se conoce hoy, es muy diferente al que conocieron los apóstoles cuando escribieron sus cartas en el Nuevo Testamento.

Desde la Iglesia primitiva hasta la Iglesia de hoy, en cabeza del sumo pontífice, la Iglesia se ha pronunciado sobre todas estas corrientes culturales que ponen en riesgo el alma del hombre a través de los llamados documentos pontificios, dejando de manifiesto una evolución de la Iglesia en su pensamiento y en su concepción del hombre de acuerdo con el plan divino de salvación revelado por Dios.

Estos documentos se clasifican por su contenido y alcance en Cartas Encíclicas, Epístola Encíclica, Constitución Apostólica, Exhortación Apostólica, Cartas Apostólicas, Bulas y Motu Proprio.

Buscan principalmente:

  • Enseñar sobre algún tema doctrinal o moral.
  • Estimular la devoción y ayudar a los católicos en su vida sacramental y devocional.
  • Identificar errores o clarificar opiniones teológicas erróneas.
  • Informar a los fieles sobre los peligros para la fe procedentes de corrientes culturales, actos de un gobierno, etc.
  • Exponer la doctrina social de la Iglesia en defensa de la persona humana.
  • Promulgar leyes que afectan a los fieles miembros de la Iglesia.

En estos documentos podemos leer en un lenguaje actualizado, el pensamiento de la Iglesia sobre diferentes problemáticas que van apareciendo con el paso del tiempo. Temas como la fertilización asistida, la manipulación genética, las relaciones laborales, el aborto, la eutanasia, el maltrato a nuestra madre tierra, nuevas corrientes espirituales, la participación del laico dentro de la Iglesia, el rol de la familia en la sociedad moderna, etc.

Los que piensan que las enseñanzas de la Iglesia se quedaron congeladas el mismo día en que se escribió la última página de la Santa Biblia siglos atrás, es porque seguramente no han leído estos documentos que pueden ser consultados en el portal del Vaticano: www.vatican.va.

 

 


[1] Institución sin ánimo de lucro fundada en 1948 con sede en Washington DC, USA.

[2] Ver la ficha técnica complete en: http://www.pewglobal.org/2014/04/15/global-morality/

[3] Nació en Francia en 1596 y falleció en Suecia en 1650.

[4] La unidad del alma y del cuerpo es tan profunda que se debe considerar al alma como la “forma” del cuerpo (cf. Concilio de Vienne, año 1312, DS 902); es decir, gracias al alma espiritual, la materia que integra el cuerpo es un cuerpo humano y viviente; en el hombre, el espíritu y la materia no son dos naturalezas unidas, sino que su unión constituye una única naturaleza. Artículo 365 del Catecismo de la Iglesia Católica.

[5] Nació en España en 1483 y falleció en 1546.

[6] Originalmente se tituló Leyes y ordenanzas nuevamente hechas por su Majestad para la gobernación de las Indias y buen tratamiento y conservación de los indios.

[7] Alexander Murray Palmer Haley nació el 11 de agosto de 1921 en Seattle, Washington, Estados Unidos y falleció el 10 de febrero de 1992. Su principal obra Raíces le mereció el premio Pulitzer en 1977.

[8] Ver la carta completa en http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/letters/documents/hf_jp-ii_let_29061995_women_sp.html.

 

cruzadas

¿Qué fueron las cruzadas?

El segundo punto en la lista de temas que se mencionan cuando se está atacando a la Iglesia es el de las cruzadas. Simplemente se enumera diciendo: “Las cruzadas”. Y al igual que en el tema de la Inquisición, pocos han sacado el tiempo para profundizar sobre ellas.

Si le pregunta a su interlocutor la explicación sobre las cruzadas, muy seguramente le contestaría que fueron las guerras que a nombre de Jesús, se llevaron a cabo en la edad media bajo las órdenes de la Iglesia para matar a los que no creían en Él.

A lo que la mayoría de personas se refieren como Las cruzadas, es a un período de la historia que empieza en 1095 y termina en 1291 d.C. Doscientos años que abarcan cuatro grandes campañas militares impulsadas por el papado en defensa de los cristianos, atacados principalmente por los musulmanes y seguidos por eslavos paganos, mongoles, cátaros, husitas, valdenses y prusianos.

Desde los comienzos del Islamismo, los musulmanes buscaron la expansión de su creencia a través de invasiones y conquistas de sus territorios vecinos, que para ese momento eran predominantemente cristianos, en obediencia al Corán:

“Más cuando hayan pasado los meses sagrados matad a los idólatras dondequiera les halléis, capturadles, cercadles y tendedles emboscadas en todo lugar, pero si se arrepienten y aceptan el Islam, cumplen con la oración prescrita y pagan el Zakât dejadles en paz. Ciertamente Alá es Absolvedor, Misericordioso.” Corán 9:5

 

En el año 622, cuando nace el islamismo, Egipto, Palestina, Siria, Asia Menor, el norte de África, España, Francia, Italia y las islas de Sicilia, Cerdeña y Córcega eran todos territorios cristianos. Estaban dentro de los límites del imperio Romano, que a pesar de estar en declive, todavía era completamente funcional en el Mediterráneo oriental. El cristianismo era la religión oficial de este imperio y claramente mayoritaria en el mundo conocido.

Un siglo después, los cristianos habían perdido la mayoría de esos territorios a manos de los musulmanes. Las comunidades cristianas de Arabia fueron completamente destruidas poco después del año 633, cuando judíos y cristianos por igual fueron expulsados de la península. Dos tercios del territorio que habían sido cristianos eran ahora regidos por musulmanes. Y no cualesquier territorios. Palestina: la tierra de Jesucristo, Egipto: el lugar del nacimiento de la vida monástica cristiana y Asia Menor: donde san Pablo plantó las semillas de las primeras comunidades cristianas, eran áreas geográficas que representaban la cuna de la cristiandad. Era el núcleo del cristianismo y ahora se practicaba el islamismo.

Después de este período de tantas guerras, las conquistas musulmanas amainaron pero no desaparecieron. En la medida en que el imperio romano se resquebrajaba y perdía poder e influencia, los antiguos territorios romanos en Europa se volvieron el objetivo de los ejércitos árabes. Durante los siglos VI, VII y VIII; Italia, Francia y Constantinopla fueron objeto de numerosos ataques, mientras que España entera fue conquistada por los musulmanes procedentes de África del Norte.

Alrededor del año 1000, Constantinopla era la capital del imperio Bizantino. Situada en medio de las más importantes rutas comerciales, supo sacar provecho de su posición geográfica al controlar toda la navegación entre Europa oriental y Asia, y así ganarse un rol protagónico en la política mundial. Su moneda circulaba por todo el mediterráneo y era reconocida como la ciudad más próspera y poderosa del mundo. Sin embargo, su gloria terminó en 1071 cuando los turcos que se habían convertido al islam, arrasaron a los ejércitos bizantinos en la batalla de Manzikert[1] y terminaron entregando a sus captores la mayor parte de Asia Menor. Ahora había fuerzas musulmanas apostadas a escasos kilómetros de Constantinopla.

Un año antes, los turcos habían entrado a la ciudad santa de Jerusalén, que estaba bajo control de los musulmanes árabes desde el 638, cuando el califa Omar la conquistó y la honró como una ciudad santa, pero no así para los nuevos invasores turcos que por no considerarla santa, prohibieron la entrada a la ciudad a los peregrinos que querían visitar los lugares sagrados.

Estos dos hechos conmocionaron a Europa occidental y oriental, ya que surgía la amenaza de la dominación turca sobre todos los territorios cristianos restantes que se resumían al continente europeo. Ante semejante amenaza, los cristianos del imperio romano de oriente (Bizancio) solicitaron la ayuda del papa y este accedió a dársela.

Podemos entonces claramente desmentir, el pensamiento popular que las cruzadas fueron la propagación de la fe a punta de espada. Fue la respuesta a siglos de ataques y la búsqueda de la reconquista de territorios, otrora cristianos, como Tierra Santa y otras regiones de interés especial para los creyentes.

En tiempos modernos esta lucha continua, aunque el rol occidental está en cabeza de los países más desarrollados como Estados Unidos, Inglaterra, Francia y otros países miembros de la OTAN. El conflicto palestino-israelí, la insurgencia chiita en Yemen, la guerra en el noroeste de Pakistán, las recientes guerras de Estados Unidos contra Irak y Afganistán, son muestras de ello.

Más recientemente, la lucha contra el Estado Islámico, de naturaleza yihadista[2], ha despertado en Occidente un sentimiento de “cruzada” contra ellos. Tomando la vocería, el presidente Barak Obama ha prometido no ahorrar esfuerzo alguno, hasta “degradar y destruir[3] la amenaza que plantea al mundo este grupo terrorista. Tarea que pretende ejecutar no en solitario, sino con la conformación de una “gran coalición” de países, especialmente de Oriente Próximo y Europa.

La primera cruzada

Tras la batalla de Manzikert en 1074, el papa Gregorio VII hizo un llamado a los Milites Christi (“Soldados de Cristo”) para que fuesen en ayuda del imperio bizantino. Su llamado fue completamente ignorado e incluso recibió bastante oposición, pero sirvió para que Europa pusiera toda su atención a los acontecimientos de oriente.

A pesar que la Iglesia Oriental había dejado de reconocer al obispo de Roma (el papa) como la máxima autoridad de la Iglesia en el llamado cisma de oriente[4], Alejo I Comneno emperador del imperio bizantino, le dirigió una carta en 1094 al entonces papa Urbano II solicitándole su apoyo y el envío de soldados para que lucharan contra los turcos.

El papa mostró una alta simpatía con la causa y vio una buena oportunidad para que Constantinopla, al brindarle la ayuda solicitada, reconsiderara su postura de separarse de la Iglesia de Roma, cosa que no llegó a ocurrir.

Un año más tarde en Francia, con la participación de eclesiásticos y laicos, se celebró el concilio de Clermont. En dicho concilio, el papa Urbano II pronunció un gran discurso en el que convocó a los cristianos a unirse en una cruzada militar que devolviera Jerusalén a los cristianos. Este discurso que terminó con las palabras “Dios así lo quiere[5], despertó un gran fervor religioso entre el pueblo y una parte de la nobleza.

Todos los clérigos de Francia, Alemania e Italia hicieron eco de las palabras del papa durante el siguiente año, logrando estimular a la gente al punto de conformar así el ejército de la primera cruzada. Según algunos historiadores, se unieron poco más de 40,000 personas con escasa o ninguna experiencia en las artes militares. Este ejército que incluía mujeres y niños no llegó a marchar juntos, ya que en realidad eran un conjunto de pequeños ejércitos que cada región de Europa aportaba para la causa, y donde cada uno de ellos obedecía a sus propios líderes e intereses.

Al no contar con una buena organización en su tránsito hacia Constantinopla, en especial el aprovisionamiento de comida, ni con un liderazgo claro, definido y único, estos ejércitos se auto abastecieron saqueando los pueblos a su paso, y aprovecharon la anarquía reinante para ajusticiar a los que ellos consideraban enemigos de Cristo, en especial a los judíos.

Si bien el antisemitismo había existido en Europa desde hacía siglos, esta primera cruzada exacerbó ese sentimiento. Ciertos líderes alemanes interpretaron que esa lucha no solo debería ser contra los musulmanes en Tierra Santa, sino contra los judíos que habitaban sus propias tierras.

Cuando los ejércitos cruzados alcanzaron Constantinopla en agosto de 1096, lo que habían ganado en reputación de forajidos y asesinos sin ley, lo habían perdido en hombres. Un cuarto de los cruzados fallecieron en el camino.

Al adentrarse en Asia Menor, pudo más la gran experiencia militar de los turcos que las motivaciones religiosas de los cruzados y prontamente estos últimos fueron masacrados y esclavizados.

Un segundo aire revitalizó la causa cruzada y entre noviembre de 1096 y mayo 1097, partieron de Europa cuatro grandes grupos de cruzados mucho más organizados, con mayor experiencia en las artes bélicas y mejor provisionados. En total 35,000 hombres y 5,000 caballeros marcharon hacia Constantinopla por diferentes rutas. Reabastecidos en esta ciudad, emprendieron su marcha hacia Jerusalén, recapturando territorios cristianos que estaban en manos turcas, tales como Edesa y Antioquía, conformándose de esta manera los dos primeros condados cruzados.

Finalmente el 15 de julio de 1099 la ciudad santa de Jerusalén retornaría a manos cristianas.

Con esta conquista finalizó la primera cruzada. Muchos cruzados volvieron a sus lugares de origen, aunque otros se quedaron a defender las tierras recién conquistadas.

La segunda cruzada

Esta segunda cruzada fue convocada en 1145 en respuesta a la retoma turca del que habría sido el primer estado cruzado fundado durante la primera cruzada: Edesa.

Al enterarse el entonces papa Eugenio III, convocó una nueva cruzada, que esta vez debería ser más organizada y centralizada que la anterior, y que a diferencia de la primera que no contó con ningún gobernante importante, contó con la participación del rey Luis VII de Francia (acompañado por su esposa Leonor de Aquitania), el emperador Conrado III de Alemania con la ayuda de numerosos nobles de diferentes países. Los ejércitos de ambos reyes atravesaron Europa por caminos separados hasta llegar a la región de Anatolia (Asia Menor) donde cada ejército, por separado, fue derrotado por los turcos.

Con sus ejércitos bastante mermados, Luis VII y Conrado III llegaron a Jerusalén motivados más por su deseo de cumplir su peregrinaje a Tierra Santa, que por motivaciones militares. La bienvenida estuvo a cargo del rey cristiano Balduino III de Jerusalén, quien los convenció de unir su precario ejército con los ya diezmados soldados reales y en 1148 participaron en un desacertado ataque sobre Damasco, que terminó por exterminar sus ejércitos.

Conrado III regresó inmediatamente a su región y Luis VII lo haría un año después separado de su esposa. Esta separación le significó la pérdida de dos terceras partes del territorio francés que le había sido dado como dote de matrimonio y que luego pasó a pertenecer a Inglaterra, cuando Leonor contrajo matrimonio con Enrique II, quien sería nombrado rey de Inglaterra entre 1154 y 1189.

La tercera cruzada

Convocada por el papa Urbano III cuando el sultán de Egipto y Siria, el musulmán Saladino, conquistó nuevamente la ciudad de Jerusalén el 2 de octubre de 1187. El papa falleció a los pocos días, por lo que su sucesor el papa Gregorio VIII firmó la convocatoria el 29 de octubre de 1187 a los cuatro días de haber sido electo como el sucesor de Pedro.

Dos años más tarde, Enrique II de Inglaterra y Felipe II de Francia, acordaron poner fin al conflicto que se había originado con el matrimonio entre Enrique II y Leonor de Aquitania, para unirse y dirigir esta nueva cruzada a la que también se le unió el entonces emperador alemán Federico I Barbarroja, quien tomó la delantera y partió hacia Tierra Santa el 27 de marzo de 1188.

Con muy pocas victorias a su favor, conseguidas en los dieciocho meses que llevaba de campaña, Federico I Barbarroja murió ahogado cuando atravesaba el rio Saleph (hoy Turquía), llegando a su fin ese brazo armado de la tercera cruzada.

Enrique II murió antes de partir y lo sucedió Ricardo I “Corazón de León” quien avanzó por tierra desde Marsella en julio de 1190. Felipe II lo hizo por mar y llegó al reino de Sicilia el 14 de septiembre de ese mismo año. Al año siguiente, el 7 de septiembre, se libró la batalla de Arsuf entre las fuerzas cristianas de Ricardo I y las musulmanas de Saladino. El ejército cruzado resultó victorioso y devolvió a control cristiano la región de Jaffa, facilitando la retoma de Jerusalén.

Finalmente, en junio de 1192, Ricardo I “Corazón de León” y Saladino firmaron un acuerdo de paz en el que los cruzados conservaban la franja costera entre Tiro y Jaffa; Chipre sería dado cómo feudo a Guido de Lusignan, el anterior rey cristiano de Jerusalén y Saladino permitiría el libre tránsito de peregrinos a la ciudad santa de Jerusalén, que seguiría bajo dominio musulmán.

La cuarta cruzada

El acuerdo de paz entre Ricardo I “Corazón de León” y Saladino, trajo unos pocos años de relativa paz, pero no dejó de ser una molestia para los cristianos europeos que Jerusalén continuara siendo territorio musulmán.

En 1199, el papa Inocencio III decidió convocar una nueva cruzada para aliviar la situación de los débiles Estados Cruzados de oriente. Esta cuarta cruzada debería ir dirigida específicamente contra Egipto, considerado el punto más débil de los estados musulmanes, lo que facilitaría la retoma de Tierra Santa.

Para este entonces, los alemanes se encontraban enfrentados al poder papal; y Francia e Inglaterra se encontraban combatiendo entre ellos. Esto hizo que la respuesta a esta cuarta cruzada tuviera muy poca aceptación, lográndose conformar un pequeño ejército de poco menos de 35.000 hombres dirigidos por el marqués Bonifacio de Montferrato.

Llegar a Egipto por tierra se descartó de inmediato, así que las tropas cruzadas se dirigieron hacia la ciudad italiana de Venecia en busca de transporte marítimo que los llevara a su destino final. Venecia se recobraba del bloqueo comercial impuesto por Constantinopla durante varios años, cuando le prohibió a sus barcos el uso de sus puertos y de sus aguas, permitiendo que otras ciudades portuarias como Génova y Pisa, se fortalecieran y desplazaran la prominente ciudad de Venecia a un papel secundario.

El entonces máximo dirigente veneciano Enrico Dandolo, vio en ese ejército cruzado una excelente oportunidad para buscar una alianza que le asegurara que Constantinopla no le volvería a cerrar sus puertos.

Desde años atrás uno de los herederos al trono de Bizancio, Alejo IV Ángelo, se encontraba exiliado en Alemania buscando la forma de recuperar el trono que le correspondía por herencia.

Mientras que el ejército cruzado se encontraba consiguiendo los 85.000 marcos de plata que exigía la ciudad de Venecia para cubrir los gastos del transporte, Alejo IV Ángelo logró convencer al Dux Enrico Dandolo y al Marques Bonifacio de Montferrato, de desviar el curso de la cruzada y ayudar primero a los Venecianos atacando Hungría para recuperar el territorio de Zara[6] y luego embestir a Constantinopla para instalarse en el poder.

Una vez instalado en el poder, Ángelo ayudaría a la cuarta cruzada con transporte, hombres y dinero para continuar su campaña libertadora, y a Venecia le restauraría sus tratados comerciales en plenitud y la favorecería sobre las otras ciudades rivales italianas.

A pesar de la desaprobación del papa sobre estos planes, la flota zarpó de Venecia el 8 de noviembre de 1202 y varios días después los cruzados estarían devolviendo a control veneciano la región de Zara. El papa optó por excomulgar a todos los expedicionarios, aunque más adelante rectificó y perdonó a los cruzados, manteniendo la excomunión solo para los líderes venecianos.

Meses después se les unió Alejo IV Ángelo y la flota zarpó con rumbo a la ciudad de Constantinopla. El 17 de julio de 1203 los cruzados tenían completamente dominada la ciudad y el entonces emperador Alejo III decidió huir. Los dignatarios imperiales, para resolver la situación, sacaron de la cárcel al depuesto emperador Isaac II Ángelo, padre de Alejo IV, y lo restauraron en el trono. Tras unos días de negociaciones, llegaron a un acuerdo con los cruzados por el cual Isaac y Alejo serían nombrados co-emperadores. Alejo IV fue coronado el 1 de agosto de 1203 en la iglesia de Santa Sofía.

Para intentar cumplir las promesas que había hecho a venecianos y cruzados, Alejo se vio obligado a recaudar nuevos impuestos. Se había comprometido también a conseguir que el clero ortodoxoaceptase la supremacía de Roma y adoptase el rito latino, pero se encontró con una fuerte resistencia. Durante el resto del año 1203, la situación fue volviéndose más y más tensa: por un lado, los cruzados estaban impacientes por ver cumplidas las promesas de Alejo; por otro, sus súbditos estaban cada vez más descontentos con el nuevo emperador. A esto se unían los frecuentes enfrentamientos callejeros entre cruzados y bizantinos.

Finalmente la impaciencia de los cruzados no aguantó más y el 6 de abril del 1204 atacaron la ciudad, la saquearon y se produjo una matanza que forjó la fama violenta de las cruzadas que ha persistido hasta nuestros días.

Constantinopla retornó a control romano y todas sus riquezas fueron repartidas entre los cruzados, los venecianos y una pequeña parte al designado emperador bizantino. Algunos años después, se perdió este control y retornó a control musulmán.

Cruzadas menores

Tras el fracaso de la cuarta cruzada, el espíritu cruzado se había apagado casi por completo, pese al interés de algunos papas y reyes por reavivarlo.

Entre 1213 y 1269 se organizaron otras cruzadas que buscaban recuperar los territorios orientales de manos musulmanas. Con pequeñas victorias y grandes derrotas, el espíritu cruzado terminó cuando se perdieron las últimas posesiones cristianas que aun mantenían en las regiones de Tiro, Sidón y Beirut en 1291.

En 1492 concluye el período de reconquista española, con la retoma del reino de Granada, último bastión musulmán de la península ibérica, por parte de los Reyes Católicos Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla.

El perdón de la Iglesia

Si bien se puede apreciar que estas cruzadas contaron con la bendición papal que buscaba frenar la expansión musulmana sobre Europa y recuperar Tierra Santa, también se aprecia que el control de tales cruzadas no estuvo en manos de la Iglesia, sino en manos de reyes y nobles europeos que amparados en la noble causa, se dejaron llevar siempre por sus propios intereses.

Durante la Edad Media cualquier cristiano europeo creía que las Cruzadas constituían un acto de máximo bien. Pero esta concepción cambió con la Reforma Protestante. Para Martín Lutero, las cruzadas no eran más que una maniobra de poder y avidez papal. De hecho, argumentó que combatir a los musulmanes significaba combatir a Cristo mismo, ya que fue Cristo quien envió a los turcos para que castigaran a los cristianos debido a sus faltas. Cuando el sultán Suleiman “el Magnífico” y sus ejércitos invadieron Austria, Lutero cambió de opinión acerca de la necesidad de combatirlos, pero continuó condenando a las Cruzadas. Para muchos protestantes, la idea de persistir en el espíritu de las cruzadas se transformó en algo impensable y anti bíblico. Esto dejó la responsabilidad de la lucha contra los voraces musulmanes exclusivamente en los hombros de la Iglesia católica. En 1571, la llamada Santa Liga[7] derrotó a la flota otomana en Lepanto, marcando el comienzo de la neutralización del peligro del islam sobre Europa, al menos a través de batallas fratricidas.

El 4 de mayo del 2001, el papa Juan Pablo II arribó a la ciudad de Atenas donde fue recibido por el patriarca de la Iglesia Ortodoxa de Grecia: el arzobispo Christodoulos. Era la primera visita de un pontífice católico a Grecia tras el gran Cisma de Oriente de 1054. Lo primero que hizo el sumo pontífice fue pedir perdón:

“Pesan sobre nosotros controversias pasadas y presentes y persistentes incomprensiones. Pueden y deben ser superadas. Es necesario un proceso de purificación de la memoria. Por las ocasiones pasadas y presentes en las que los hijos de la Iglesia católica han pecado con hechos y omisiones contra sus hermanos ortodoxos, pedimos el perdón de Dios”

El Pontífice recordó algunos casos “particularmente dolorosos, que han dejado heridas profundas en la mente y en el corazón de personas de ahora”. Entre ellos destacó el “desastroso saqueo” de Constantinopla, ocurrido en el 1204 a manos de los venecianos y cruzados.

“Es trágico que los saqueadores que tenían como cometido garantizar el libre acceso de los cristianos a Tierra Santa se volvieran contra sus propios hermanos. El hecho de que fuesen latinos[8] nos llena de amargura a los católicos”.

 

 


[1] La batalla de Manzikert fue luchada cerca de la ciudad de Mancicerta en agosto de 1071. El sultán selyúcida Alp Arslán derrotó y capturó al emperador romano Diógenes, co-emperador Bizantino. La victoria turca condujo a la transformación étnica y religiosa de Armenia y Anatolia, el establecimiento del sultanato selyúcida de Rum, y más tarde el Imperio Otomano y la República de Turquía directamente. Los selyúcidas saquearon Mancicerta, y se masacró a gran parte de su población, además de reducir la ciudad a cenizas.

[2] El yihadismo es un neologismo occidental utilizado para denominar a las ramas más violentas y radicales dentro del islam político, caracterizadas por la frecuente y brutal utilización del terrorismo, en nombre de una supuesta yihad, a la cual sus seguidores llaman una «guerra santa» en el nombre de Alá.

[3] Palabras pronunciadas en su discurso a la nación el 10 de septiembre de 2014.

[4] En el año 1054.

[5] Actualmente existen cinco versiones de este famoso discurso. Algunos de ellos incluyen la promesa del perdón de los pecados para aquellos que perdieran sus vidas en esta cruzada.

[6] Actual región de Dalmacia en Croacia. Esta región había sido disputada en diversas ocasiones entre venecianos y húngaros, entre los siglos X y XII.

[7] La unión de España con los Estados Pontificios, Republica de Venecia, la Orden de Malta, la Republica de Génova y el Ducado de Saboya.

[8] Acá la expresión Latinos, hace referencia al mundo occidental en contraposición a los ortodoxos que conforman la parte oriental.

 

inquisición

¿Qué fue la Santa Inquisición?

Siempre que alguien quiere atacar a la Iglesia católica, comienza a recitar su lista de quejas con dos palabras: la inquisición. Hecho histórico que ocurrió y que no se puede negar, pero que pocos se han tomado la molestia de investigar más a fondo. Si usted le solicita a esta persona que le explique a que se refiere cuando cita este evento, seguramente le contestará que fue ese episodio de la historia de la Iglesia en la cual se sentenció a la hoguera a las personas que reusaban arrepentirse de sus pecados o acatar las normas de la Iglesia. O algo parecido.

¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Dónde? ¿Quién acusaba? ¿Quién juzgaba? ¿Quién condenaba? ¿A cuántos? ¿Cómo empezó? ¿Cómo terminó?

Preguntas que no tendrán respuesta, porque todos esos detalles parecen totalmente irrelevantes ante el hecho que la Iglesia haya quemado o torturado a las personas que rehusaban arrepentirse de sus pecados o acatar sus normas.

Para los no católicos la Inquisición es un escándalo, para los católicos una vergüenza y para todos: una confusión.



Ciertamente, explicar un acontecimiento histórico que duró más de 600 años en la Europa medieval y renacentista, durante un período de inmensos cambios políticos, económicos, culturales, científicos y religiosos, no resulta fácil. Pero resumirlo en una sola frase, demuestra un desconocimiento total de lo que fue y no fue la Inquisición y por ende, un gravísimo error contra la historia.

En vísperas del gran jubileo[1] del año 2000, el papa Juan Pablo II constituyó la Comisión histórico-teológica para la preparación del gran jubileo, la cual promovió el Congreso Internacional de Estudio sobre la Inquisición. Con la participación de más de treinta historiadores y teólogos se buscó el esclarecimiento de la verdad sobre este histórico hecho, que la Iglesia ha cargado sobre sus hombros con un alto costo de su imagen.

En el discurso de clausura del congreso pronunciado el 31 de octubre de 1998, su santidad dijo:

“Amables señoras y señores, el problema de la Inquisición pertenece a un período difícil de la historia de la Iglesia, al que ya he invitado a los cristianos a volver con corazón sincero. …. Ciertamente, el Magisterio de la Iglesia no puede proponerse realizar un acto de naturaleza ética, como es la petición de perdón, sin antes informarse exactamente sobre la situación de ese tiempo. Pero tampoco puede apoyarse en las imágenes del pasado transmitidas por la opinión pública, ya que a menudo tienen una sobrecarga de emotividad pasional que impide un diagnóstico sereno y objetivo. Si no tuviera en cuenta esto, el Magisterio faltaría a su deber fundamental de respetar la verdad. Por eso, el primer paso consiste en interrogar a los historiadores, a los que no se les pide un juicio de naturaleza ética, que sobrepasaría el ámbito de sus competencias, sino que contribuyan a la reconstrucción lo más precisa posible de los acontecimientos, de las costumbres y de la mentalidad de entonces, a la luz del marco histórico de la época.

 Sólo cuando la ciencia histórica haya podido reconstruir la verdad de los hechos, los teólogos y el mismo Magisterio de la Iglesia estarán en condiciones de dar un juicio objetivamente fundado.”

Al igual que las sociedades buscan siempre actualizar sus criterios y juicios al desarrollo de los tiempos, y encuentran incorrecto juzgar los tiempos modernos con valores antiguos, lo contrario es igualmente inaceptable: juzgar el pasado con los valores actuales.

Creo que hoy poca gente atinaría a identificar a Abraham Lincoln, como al autor de la siguiente frase “No estoy ni he estado nunca a favor de la igualdad social y política de blancos y negros, ni de otorgar el voto a los negros, ni permitirles ocupar cargos públicos o casarse con blancos.”. Resulta difícil hoy en día imaginar a una figura que paso a la historia por ser el gran defensor de los derechos civiles, pronunciar estas palabras con tan alto tinte racista, pero el “espíritu del tiempo”, es decir el clima intelectual y cultural de esa época, lo permitía y lo favorecía. Aunque hoy ciertamente nos resulte ofensiva la frase.

Origen

“Inquisición” significa investigación. Pero ha sido tan extendida la crítica a la Inquisición, que en el léxico común se ha tomado esta palabra como sinónimo de intolerancia, fanatismo, crueldad, averiguación injusta, etc.

Imitando al antiguo pueblo de Israel, la sociedad del siglo XII retomó una de las prácticas consagradas en el Antiguo Testamento:

“«Si en alguna de las poblaciones que el Señor su Dios les da se descubre que algún hombre o mujer hace lo que al Señor le desagrada, y falta a su alianza adorando a otros dioses y arrodillándose ante ellos, ya sea ante el sol, la luna o las estrellas, que es algo que el Señor no ha mandado, y si llegan a saberlo, investiguen bien el asunto; y si resulta verdad que un acto tan repugnante se ha cometido en Israel, llevarán ante el tribunal de la ciudad a quien haya cometido esta mala acción y lo condenarán a morir apedreado.» La sentencia de muerte se dictará sólo cuando haya declaración de dos o tres testigos, pues por la declaración de un solo testigo nadie podrá ser condenado a muerte. Los testigos serán los primeros en arrojarle piedras al condenado, y después lo hará todo el pueblo. Así acabarán con el mal que haya en medio de ustedes.” Deuteronomio 17:2-7

A finales del siglo XII aparecieron en el sur de Francia y norte de Italia dos herejías: la albigense y la valdense.

Los albigenses o cátaros, proponían que el bien era sinónimo del mundo espiritual e invisible, en cambio el mal –criatura de Dios, representado por satanás– era quien había creado el mundo material y visible. Creían que Jesucristo había sido un ángel creado, cuya misión consistió en salvar los espíritus puros encerrados o encarcelados en los cuerpos materiales. Al considerar la materia un producto del mal, el cuerpo de Cristo no era real sino aparente, como aparente habría sido su vida y pasión. También rechazaron la existencia del infierno bajo el argumento de que todos los espíritus, al final de los tiempos, gozarían irremediablemente de la vida eterna.

Los valdenses rechazaron la misa, las ofrendas, las oraciones por los difuntos y el purgatorio. Para ellos toda mentira, constituía pecado grave. Reclamaron el derecho de las mujeres y de los laicos a predicar sin licencia. En aquella época éste era un derecho exclusivo de los sacerdotes o quien la Iglesia autorizara.

La libertad de conciencia, es decir la libertad que tiene el individuo de decidir en qué cree y en que no cree, no existía en esa época, así que la gente tenía que creer y no creer en lo que el rey o el emperador creyera y no creyera.

La herejía era causa de división y la división ponía en riesgo la unidad del imperio, por lo que la herejía era un delito comparable al de quien atentaba contra la vida del rey y ambos recibían el mismo castigo. Tristemente en aquella época la tortura era aceptable para lograr la declaración de los acusados.

Tampoco existía en esa época la división entre Iglesia y Estado que conocemos hoy en día. Ambos poderes se fundían en uno solo, en cabeza del rey o emperador de turno.

Buscando congraciarse con el entonces papa Honorio III, en 1220 el emperador alemán Federico II Hohenstaufen, que reinaba además en el sur de Italia y Sicilia, sintiéndose incapaz de discernir entre lo que era herético y lo que no, solicitó al papa la conformación de un ente investigador que ayudara a erradicar una serie de herejías, entre ellas la albigense y la valdense, que se estaban propagando por toda Europa atacando los pilares de la moral cristiana y la organización social.

El romano pontífice autorizó el ente investigador y exigió que el primer tribunal constituido en Sicilia estuviera formado por teólogos de las órdenes mendicantes (franciscanos y dominicos) para evitar que se desvirtuara su misión, como de hecho intentó Federico II, al utilizar el tribunal eclesiástico contra sus enemigos, conformándose de esta manera el primer tribunal de la inquisición.

Que no fue la inquisición

Muchos mitos y leyendas se han desprendido de este convulsionado período de la historia, que personas con pensamiento ligero han transmitido por generaciones y que se hace imposible borrar de la mente del público.

¿Hubo en realidad torturas y ejecuciones apoyadas por la Iglesia durante este período? Indudablemente que sí, pero no en la forma y número que muchos piensan.

La inquisición fue una realidad histórica demasiado compleja, y explicarla en su totalidad escapa el alcance y propósito de este escrito, así que haré énfasis en lo que no fue.

Lo primero que es necesario aclarar es que no hubo una inquisición y lo segundo es que no fue creada por la Iglesia. Los reyes y emperadores de diferentes partes de Europa y durante diferentes períodos de tiempo, crearon los comités inquisidores.

Algunos duraron mucho tiempo como la portuguesa que se extendió hasta 1821, otros poco, y algunos nunca llegaron a condenar a nadie, mientras que otros adquirieron gran fama de sanguinarias como la de España.

Tampoco fue una organización encargada de torturar o de quemar a las personas que pensaran diferente a lo que la Iglesia pensaba. La Inquisición Española, que fue la más destacada, luego de la expulsión de los musulmanes (moriscos) entre 1609 y 1613, jugó un papel fundamental en la conversión de los judíos de la península. Ciertamente hubo personajes que se extralimitaron y se excedieron, como el fraile Tomás de Torquemada[2] o el dominico Fray Alonso de Ojeda.

No todos los que pasaron por el tribunal, terminaron torturados o encarcelados. Varios santos pasaron por estos tribunales por traer nuevas ideas: San Ignacio de Loyola, fundador de la orden de los Jesuitas o Santa Teresa de Jesús por su libro “Moradas del Castillo Interior” o San Juan de la Cruz.

La caza de brujas

En la Europa medieval, la brujería fue catalogada como un delito por las leyes civiles. El francés Jean Bodin[3] fue el autor de la obra Démonomanie des sorciers publicada en 1580 cuando ejercía como miembro del Parlamento de París (tribunal superior de justicia). En ella describe una lista de quince crímenes[4] en que incurría la persona que ejerciera la brujería. Esta obra pretendía dar el marco jurídico de dicha práctica y corregir los desmanes aplicados por la justicia francesa, cuando en 1577, quemaron cuatrocientos supuestos brujos y brujas en la ciudad de Languedoc.

Los jueces civiles Nicolas Remy, quien ordenó la quema de novecientas personas acusadas de practicar la brujería en Lorena, entre 1576 y 1591, Henri Boguet conocido como el “gran juez de la ciudad de Saint Claude” y Pierre de Lancre quien mandó quemar ochenta brujas en el país vasco francés de Labourd en 1609, se destacaron como grandes cazadores de brujas. Sus libros tuvieron gran influencia entre los principales gobiernos europeos contribuyendo a agravar esta cacería. Nicolas Remy fue el autor del libro Daemonolatreiae libri tres (Demonolatría) constituyéndose en el más importante manual de los cazadores de brujas en gran parte de Europa.

Los padres de la Reforma Protestante: Martin Lutero, Ulrico Zuinglio y Juan Calvino que estaban convencidos de la posibilidad del pacto con el diablo, apoyaron la persecución judicial de magos y brujas que se fue sembrando en cada región donde se iba implantando el protestantismo. Incluso cruzó el océano y se implantó también en los Estados Unidos.

“Quienquiera que ahora a sabiendas y de buena gana contienda que es injusto que los herejes y blasfemos sean llevados a la muerte, incurre en la misma culpa. Esto no es impuesto por autoridad humana; es Dios que habla y prescribe una regla perpetua para su Iglesia.” Juan Calvino[5]

Esta cacería de brujas que según algunos historiadores dejó más muertes que los de la Inquisición, no tuvo nada que ver con la Inquisición, sin embargo en la mente de muchas personas este hecho histórico se mezcla con el de la Inquisición, por su coincidencia en fechas, lugares y métodos de castigo.

En épocas recientes, el estudio de la inquisición ha tomado vigencia y se han logrado realizar bastantes estudios de tipo político, religioso, social y estadístico por historiadores que se auto denominan no cristianos[6]. En este sentido, los datos estadísticos más completos de la actividad de los tribunales inquisidores, son los realizados por el historiador danés Gustav Henningsen y el español Jaime Contreras, basándose en las relaciones de causa (documentos que se le exigían llevar a dichos tribunales con el reporte detallado de todas sus actividades) que se enviaban al Consejo de la Suprema. Henningsen escribió el libro “The Database of the Spanish Inquisition” (La Base de Datos de la Inquisición Española), donde presenta los resultados del estudio de los 1,531 relaciones de causa entre los años 1540 y 1700. En total se describen 44,674 casos de un estimado de 87,000 que han debido existir. El total de casos que terminaron con la ejecución del acusado fue de 826, menos del 2 por ciento[7].

La Iglesia pide perdón

En el primer domingo de cuaresma del año 2000, el 12 de marzo, se llevó a cabo una Eucaristía que se conocería como la misa de la Jornada del Perdón, celebrada por el papa Juan Pablo II.

En uno de los apartes de su homilía podemos leer:

“Este primer domingo de Cuaresma me ha parecido la ocasión propicia para que la Iglesia, reunida espiritualmente en torno al Sucesor de Pedro, implore el perdón divino por las culpas de todos los creyentes. ¡Perdonemos y pidamos perdón!

Esta exhortación ha suscitado en la comunidad eclesial una profunda y provechosa reflexión, que ha llevado a la publicación, en días pasados, de un documento de la Comisión teológica internacional, titulado: “Memoria y reconciliación: la Iglesia y las culpas del pasado”[8]. Doy las gracias a todos los que han contribuido a la elaboración de este texto. Es muy útil para una comprensión y aplicación correctas de la auténtica petición de perdón, fundada en la responsabilidad objetiva que une a los cristianos, en cuanto miembros del Cuerpo místico, y que impulsa a los fieles de hoy a reconocer, además de sus culpas propias, las de los cristianos de ayer, a la luz de un cuidadoso discernimiento histórico y teológico.

¡Perdonemos y pidamos perdón! A la vez que alabamos a Dios, que, en su amor misericordioso, ha suscitado en la Iglesia una cosecha maravillosa de santidad, de celo misionero y de entrega total a Cristo y al prójimo, no podemos menos de reconocer las infidelidades al Evangelio que han cometido algunos de nuestros hermanos, especialmente durante el segundo milenio. Pidamos perdón por las divisiones que han surgido entre los cristianos, por el uso de la violencia que algunos de ellos hicieron al servicio de la verdad, y por las actitudes de desconfianza y hostilidad adoptadas a veces con respecto a los seguidores de otras religiones.
Confesemos, con mayor razón, nuestras responsabilidades de cristianos por los males actuales. Frente al ateísmo, a la indiferencia religiosa, al secularismo, al relativismo ético, a las violaciones del derecho a la vida, al desinterés por la pobreza de numerosos países, no podemos menos que preguntarnos cuáles son nuestras responsabilidades.

Por la parte que cada uno de nosotros, con sus comportamientos, ha tenido en estos males, contribuyendo a desfigurar el rostro de la Iglesia, pidamos humildemente perdón.”

¿Qué se busca con esta crítica?

Con este tema, los críticos de la Iglesia católica pretenden demostrar que nuestra Iglesia no es la verdadera Iglesia de Cristo, al patrocinar semejantes desmanes y crueldades, contrarias al evangelio de amor de Jesucristo.

¿Estamos los católicos, incluyendo a las jerarquías, libres de pecado?

De ninguna manera. De hecho nos confesamos pecadores.

¿Puede una persona católica, incluyendo a sus jerarquías, emitir un juicio erróneo?

Claro que sí.

¿Y qué pasa entonces, con el dogma de la infalibilidad pontificia?

La infalibilidad pontificia es un dogma de la Iglesia promulgado por el papa Pio IX el 18 de julio de 1870, según la cual el papa esta preservado de cometer un error cuando él define a la Iglesia una doctrina en materia de fe o de costumbre. Diferente a la infalibilidad del papa, es decir que el papa sí puede cometer errores cuando da su opinión particular sobre algún asunto, pero cuando se trata de promulgar un dogma de Fe, no. Desde 1870 solo se ha proclamado un dogma: el de la Asunción de la Virgen María.

¿Puede suceder que algunos católicos, incluyendo a sus jerarquías, pequen por exceso de celo y no mantener un equilibrio adecuado?

Claro que sí.

Ahora bien, ¿significan estos reconocimientos que la Iglesia católica no es la verdadera Iglesia de Cristo?

¿Acaso Jesús dijo en algún momento que los miembros de su Iglesia no pecarían?

¡Todo lo contrario! Si San Pedro, el primer papa, al ser nombrado como tal, Jesús tuvo que decirle: “Apártate de Mí, Satanás […] porque tu modo de pensar no es el de Dios, sino el de los hombres” (Mateo 16:23)

Así que lo primero que tenemos que tener claro cuando se nos presente el tema de la Inquisición, es que ningún relato de pecado, abuso, juicios equivocados o supuesta crueldad por parte de los católicos, puede dejar sin lugar la institución divina de la Iglesia católica como la única y verdadera Iglesia de Cristo.

En la Iglesia fundada por Jesucristo hay pecadores y santos; miembros malintencionados y bien intencionados; personas malas y buenas; porque la Iglesia está hecha del mismo barro de los hombres. Siempre afloraran las acciones de unos y de otros. Pero tenemos la promesa del Señor que Él estará con su Iglesia hasta el fin de los siglos a pesar de los pecados de sus miembros.

 

 


[1] El jubileo católico también llamado año santo, se celebra de manera ordinaria cada 25 años y conmemora un año sabático con indulgencias y gracias especiales para sus fieles. Su origen proviene del antiguo testamento: Levítico 25:10-13 e Isaías 61:1-2.

[2] Fraile dominico castellano, confesor de la reina Isabel la Católica y primer inquisidor General de Castilla y Aragón. Nació en Torquemada en 1420 y falleció en Ávila en 1498.

[3] Nació en la ciudad de Angers en 1529.

[4] Renegar de Dios; maldecir de Él y blasfemar; hacer homenaje al demonio, adorándole y sacrificando en su honor; dedicarle los hijos; matarlos antes de que reciban el bautismo; consagrarlos a satanás en el vientre de sus madres; hacer propaganda de la secta; jurar en nombre del diablo en signo de honor; cometer incesto; matar a sus semejantes y a los niños pequeños para hacer cocimiento; comer carne humana y beber sangre, desenterrando a los muertos; matar, por medio de venenos y sortilegios; matar ganado; causar la esterilidad en los campos y el hambre en los países; tener cópula carnal con el demonio.

[5] Historia de la Religión Cristiana, Schaff. Vol. VIII, p. 791

[6] La base de datos de la fundación Dialnet, de la Universidad de la Rioja en España, revela que antes de los 1978, solo se habían publicado 8 libros sobre la inquisición española, pero luego hubo una explosión de publicaciones: entre 1978 y 1982; 22, entre 1983 y 1987; 29, entre 1988 y 1992; 51, entre 1993 y 1997; 41, entre 1998 y 2002; 63 y entre 2003 y 2007; 27.

[7] The Database of the Spanish Inquisition, Henningsen, p. 58-84.

[8]http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/cti_documents/rc_con_cfaith_doc_20000307_memory-reconc-itc_sp.html

 

biblia

¿Cómo se formó y conformó la Biblia?

El catolicismo es una religión basada en dos fuentes: La palabra hablada; también llamada como la palabra no-escrita o la Sagrada Tradición y la palabra escrita; también llamada Sagradas Escrituras o la Biblia.

A través de la Biblia podemos apreciar que Dios no quiso permanecer oculto a los hombres sino que por el contrario, se dio a conocer de diferentes maneras:

  • A través de la perfección y belleza de la naturaleza.
  • A través de nuestras propias experiencias.
  • A través de personas escogidas por Él, conocidas como los profetas.
  • A través de Jesús de Nazaret.

Estas dos últimas son la palabra de Dios, que ciertamente parece haber preferido el lenguaje, como forma favorita de comunicación con el hombre; escrita por hombres elegidos, que usaron su propia voz, su propio idioma, y su propia forma de expresarse, para divulgar la palabra de Dios en la tierra.

“En tiempos antiguos Dios habló a nuestros antepasados muchas veces y de muchas maneras por medio de los profetas. Ahora, en estos tiempos últimos, nos ha hablado por su Hijo,..” Hebreos 1:1-2

La Constitución Dei Verbum del Concilio Vaticano II sobre la Revelación Divina, nos dice que:

“En la composición de los libros sagrados, Dios se valió de hombres elegidos, que usaban de todas sus facultades y talentos; de este modo, obrando Dios en ellos y por ellos, como verdaderos autores, pusieron por escrito todo y sólo lo que Dios quería” (DV 11).

Es claro que la Biblia no nos cayó del cielo, ni fue escrita y empastada en el cielo para ser entregada por un ángel a un desprevenido pastor o al gobierno de la que fuere la nación más poderosa de su época para avalar su origen. Con la guía de Dios, fue escrita del puño de seres humanos muy especiales, tan humanos como usted y como yo.

Esta constitución del Vaticano II agrega en referencia a esos libros sagrados:

“Como todo lo que afirman los hagiógrafos, o autores inspirados, lo afirma el Espíritu Santo, se sigue que los libros sagrados enseñan sólidamente, fielmente y sin error la verdad que Dios hizo consignar en dichos libros para salvación nuestra” (DV 11).

Hago énfasis en la frase “…sin error… para salvación nuestra”. Podemos encontrar errores (a los ojos del conocimiento del siglo XXI) de naturaleza geográfica, histórica, temporal o científica, pero no hay error en lo que respecta a la salvación de nuestra alma, por eso san Pablo afirma:

“Toda Escritura ha sido inspirada por Dios, y es útil para enseñar, para persuadir, para corregir, para educar en la rectitud, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y esté preparado para hacer el bien” 2 Timoteo 3,16-17.

La palabra biblia no aparece en la Biblia, pero se refieren a ella como Palabra de Dios o EscrituraBiblia es el plural de la palabra griega “biblion” que significa rollo para escribir o libro, así que su significado es el de los libros; del griego pasó al latín, ya no como plural sino como singular femenino, para denotar a la Biblia como el libro por excelencia.

Pero la Biblia es más que una colección ordinaria de libros, es un maravilloso cofre de tesoros sagrados que ha crecido con el paso del tiempo hasta llegar a tener la estatura actual.

Cuando decimos con certeza que la Biblia es la Palabra de Dios, no estamos limitando el sentido de “palabra” a una unidad fonética, que tiene una entrada en un diccionario, ¡No! Esta palabra aunque es naturalmente humana también lo es divina, y siendo divina también lo es humana.

Muchos libros han sido escritos para nuestra ilustración, pero la Biblia fue escrita para nuestra inspiración.

Origen del Antiguo Testamento

Es imposible decir cómo o cuándo y bajo cuales circunstancias tuvo origen la Biblia; pero para entender mejor su historia, tenemos que hacer un recorrido muy largo a través del tiempo y viajar al año 1800 a.C. En esta fecha se inició una tradición oral en el pueblo hebreo sobre la vida de Abraham y de como Dios se le reveló para dar comienzo a una historia de repercusiones incalculables.

En esa época los hebreos eran un conjunto de tribus nómadas que no tenían un sistema de escritura propia, todo era transmitido de padres a hijos a través de la palabra hablada.

Ya para ese entonces se pasaban de generación en generación las historias de Adán y Eva, Caín y Abel, la Torre de Babel y el Arca de Noé, entre otras; junto a estas historias se pasó la de Abraham a su siguiente generación a través de su hijo Isaac, él la pasó a la siguiente generación por medio de su hijo Jacob[1], para finalmente pasarlas a la siguiente generación en cabeza de sus doce hijos varones, conocidos como las doce tribus de Israel.

Varias de estas tribus se establecieron en Egipto con sus familias (José, Rubén, Simeón, Leví, Judá, Isacar, Zabulón, Benjamín, Dan, Neftalí, Gad y Aser) y se multiplicaron por varios cientos de años hasta llegar a ser esclavizados por sus anfitriones los egipcios.

Habrían de pasar entre 400 y 650 años para que hiciera su aparición Moisés a quien Dios le asigna la misión de liberar y conducir al pueblo hebreo (una población estimada entre los 2’500.000 y 5’000.000) hasta la tierra prometida.

Moisés fue una persona instruida por haber sido criado y educado en la corte del faraón egipcio, obedeciendo varias órdenes de Dios, escribió[2] los cinco primeros libros de la Biblia conocidos como el Pentateuco: el Génesis, el Éxodo, el Levítico, los Números y el Deuteronomio.

¿Cómo sabemos que sí fue Moisés el autor de estos libros?

Porque el mismo Jesús ratifica su autoría: Jesús les contestó: […] ¿no han leído ustedes en el libro de Moisés el pasaje de la zarza que ardía?” Marcos 12:24-26.

Con el registro escrito de esa revelación divina, era natural que se fueran adicionando otros eventos históricos y divinos. Josué, inmediato sucesor de Moisés, también escribió en el libro de la ley de Dios:

“Aquel mismo día Josué renovó el pacto con el pueblo de Israel. Allí mismo, en Siquén, les dio preceptos y normas, y los registró en el libro de la ley de Dios” Josué 24:25-26.

Esto se convirtió en la práctica de otros hombres escogidos por Dios que escribieron la historia de ese pueblo y las profecías que se les habían revelado:

“A continuación, Samuel le explicó al pueblo las leyes del reino y las escribió en un libro que depositó ante el Señor. Luego mandó que todos regresaran a sus casas.” 1 Samuel 10:25

También lo podemos apreciar en:

“Esta palabra del Señor vino a Jeremías en el año cuarto del rey Joacim hijo de Josías: «Toma un rollo y escribe en él todas las palabras que desde los tiempos de Josías, desde que comencé a hablarte hasta ahora, te he dicho acerca de Israel, de Judá y de las otras naciones…” Jeremías 36:1-2.

Origen del Nuevo Testamento

El Nuevo Testamento también llegó a formarse gradualmente, con menos autores involucrados y en un período de tiempo menor que el del Antiguo Testamento. Entre el año 50 y 100 d.C. aproximadamente.

Los libros eran en su mayor parte cartas escritas por hombres inspirados y dirigidas a diferentes iglesias y audiencias. Desde un principio fueron considerados como escritos inspirados por el Espíritu Santo, fueron recibidos con mucho respeto y leídos en las asambleas públicas:

 “Les encargo delante del Señor que lean esta carta a todos los hermanos.” 1 Tesalonicenses 5:27.

Pronto empezó el intercambio de cartas existentes entre las diversas iglesias que iban naciendo, beneficiándose de esta forma con un intercambio de instrucciones apostólicas:

“Una vez que se les haya leído a ustedes esta carta, que se lea también en la iglesia de Laodicea, y ustedes lean la carta dirigida a esa iglesia.” Colosenses 4:16

Lo siguiente fue la incorporación de los eventos centrales de la vida de Jesús de Nazaret y de sus enseñanzas.

Al principio el relato oral por muchos de los testigos oculares de su vida y obra, era suficiente para esa Iglesia primitiva. Al pasar los años y como se fuera extendiendo la Iglesia a otras regiones más distantes las unas de las otras, estos relatos orales comenzaron a ser insuficientes.

Se empezaron a necesitar unas narraciones escritas de gran autoridad, llevando a los cuatro evangelistas a escribir sus testimonios de la vida de Jesús. Así lo dejan saber los evangelistas Lucas y Juan:

“Muchos han intentado hacer un relato de las cosas que se han cumplido entre nosotros, tal y como nos las transmitieron los que desde el principio fueron testigos presenciales y servidores de la palabra. Por lo tanto, yo también, excelentísimo Teófilo, habiendo investigado todo esto con esmero desde su origen, he decidido escribírtelo ordenadamente, para que llegues a tener plena seguridad de lo que te enseñaron.” Lucas 1:1-4

“Jesús hizo muchas otras señales milagrosas en presencia de sus discípulos, las cuales no están registradas en este libro. Pero éstas se han escrito para que ustedes crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que al creer en su nombre tengan vida.” Juan 20:30-31.

Ya con esto escrito, resultaba natural la incorporación del libro de Hechos de los apóstoles, que narraba la historia de la formación de esa Iglesia primitiva, por último el gran final a manera de clímax, el libro del Apocalipsis que nos habla de ese cielo y esa tierra nueva que heredaremos al final de los tiempos.

Agrupación de la Biblia

Podemos encontrar varias clases de Biblias que son diferentes entre sí por dos razones fundamentales, por el número de libros que contiene y por las diferentes versiones o traducciones de ellas.

En referencia al número de los libros que ella contiene podemos hablar en términos muy generales de tres clases de Biblias, las católicas y ortodoxas, las protestantes y las hebreas.

Católicas y ortodoxas: Dividida en dos secciones mayores llamadas Antiguo y Nuevo Testamento, en este contexto, el significado de testamento es el de pacto, es decir que la estructura de la Biblia refleja los dos pactos importantes que hizo Dios con su pueblo[3].

El Antiguo Testamento tiene el siguiente contenido[4]:

  • Cinco libros de la Ley o el Pentateuco: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio.
  • Diez y seis libros de Historia: Josué, Jueces, Rut, Primero de Samuel, Segundo de Samuel, Primero de Reyes, Segundo de Reyes, Primero de Crónicas o Paralipómenos, Segundo de Crónicas o Paralipómenos, Esdras, Nehemías, Tobías, Judit, Ester, Primero de Macabeos y Segundo de Macabeos.
  • Siete libros Sapienciales o de Poesía: Job, Salmos, Proverbios, Eclesiastés, Cantar de los Cantares o de Salomón, Libro de la Sabiduría y Eclesiástico.
  • Diez y ocho libros de Profetas:
  1. Profetas Mayores: conocidos así no por su importancia sino por la extensión de sus escritos; Isaías, Jeremías, Lamentaciones, Baruc, Ezequiel y Daniel.
  2. Profetas Menores: Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahúm, Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías y Malaquías.

El Nuevo Testamento tiene el siguiente contenido:

  • Cuatro Evangelios: Mateo, Marcos, Lucas (conocidos como sinópticos) y Juan.
  • Hechos de los Apóstoles, que es una continuación del evangelio de Lucas.
  • Nueve Cartas de san Pablo: Romanos, Primera de Corintios, Segunda de Corintios, Gálatas, Efesios, Filipenses, Colosenses, Primera de Tesalonicenses, Segunda de Tesalonicenses.
  • Cinco Epístolas Pastorales: Primera de Timoteo, Segunda de Timoteo, Tito, Filemón y Hebreos.
  • Siete Epístolas Católicas: Santiago, Primera de Pedro, Segunda de Pedro, Primera de Juan, Segunda de Juan, Tercera de Juan y Judas.
  • El Apocalipsis.

Protestante

También está dividida en Antiguo y Nuevo Testamento o Pacto; el Antiguo Pacto tiene el siguiente contenido que lo describiré en términos de sus diferencias con respecto a la católica.

  • Cinco libros de la Ley o el Pentateuco; los mismos de la católica.
  • Doce libros de Historia; no contiene Tobías, Judith, finales del capítulo diez ni los capítulos once al dieciséis del libro de Ester, ni contienen los libros Primero y Segundo de Macabeos.
  • Cinco libros Sapienciales o de Poesía; no contiene el Libro de la Sabiduría ni Eclesiástico.
  • Diez y siete libros de Profetas:
  1. Profetas Mayores; no contiene capítulos trece ni catorce del libro de Daniel ni el libro de Baruc.
  2. Profetas Menores; contiene los mismos de la católica.

El Nuevo Pacto es igual al de la Biblia católica.

Hebrea

No contiene el Nuevo Pacto y el Antiguo Pacto está dividido de manera diferente.

  • Cinco libros de la Ley o el Pentateuco; los mismos de la católica.
  • Diez libros de Profetas:
  1. Profetas anteriores: Josué, Jueces, Primero de Samuel, Segundo de Samuel, Primero de Reyes y Segundo de Reyes.
  2. Profetas posteriores: Isaías, Jeremías, Ezequiel y el Libro de los Doce. Este libro de los doce es la agrupación de los profetas menores de la Biblia católica en un solo libro[5].
  • Trece libros de Escritos: Salmos, Proverbios, Job, Cantar de los Cantares o de Salomón, Rut, Lamentaciones, Eclesiastés, Ester, Daniel, Esdras, Nehemías, Primera de Crónicas y Segunda de Crónicas.

En resumen, con respecto al Antiguo Testamento podemos decir que las tres Biblias contienen los mismos libros, excepto que la católica contiene los llamados Deuterocanónicos que se explicaran más adelante en este mismo capítulo.

Con respecto al Nuevo Testamento las católicas y las protestantes contienen los mismos libros, aunque difieren en la traducción de ciertos pasajes.

Materiales empleados

Los hebreos emplearon muchos materiales para consignar la Palabra de Dios que se fue revelando a lo largo de los años, entre estos materiales encontramos los siguientes:

  • Piedra: “Y dio a Moisés, cuando acabó de hablar con él en el monte de Sinaí, dos tablas del testimonio, tablas de piedra escritas con el dedo de Dios.” Éxodo 31:18.
  • Arcilla: “Y Tu, hijo del hombre, tómate un adobe, y ponlo delante de ti, y diseña sobre él la ciudad de Jerusalén” Ezequiel 4:1.
  • Madera y cera: “Hijo de hombre, toma una vara y escribe sobre ella: ‘Para Judá y sus aliados los israelitas.’ Luego toma otra vara y escribe: ‘Para José, vara de Efraín, y todos sus aliados los israelitas.’” Ezequiel 37:16.
  • Metal: “Haz una placa de oro puro, y graba en ella, a manera de sello: Consagrado al Señor.” Éxodo 28:36.
  • Papiro“¿Puede crecer el papiro donde no hay pantano? ¿Pueden crecer los juncos donde no hay agua?” Job 8:11.
  • Cuero y pergamino (vitela): Cuando vengas, trae la capa que dejé en Troas, en casa de Carpo; trae también los libros, especialmente los pergaminos.” 2 Timoteo 4:13.

Idiomas empleados

Con respecto a los idiomas empleados para escribir la Biblia, podemos afirmar que fueron tres: el hebreo, el arameo y el griego.

Hebreo: La gran mayoría de los libros que conforman el Antiguo Testamento fueron escritos en este idioma, este lenguaje resulta bastante extraño a nosotros los occidentales, ya que no posee vocales y se escribe de derecha a izquierda, es muy semejante al árabe, el acadio y el sirio.

Arameo: Este es un idioma similar al hebreo (la apariencia de su escritura es muy similar). Poco tiempo después de la conquista de Nabucodonosor II rey de los babilonios sobre los hebreos en el año 586 a.C. y su correspondiente exilio, se convirtió en el idioma oficial de la Palestina de aquel entonces. Los Levitas[6] debían de traducir al pueblo las escrituras escritas en hebreo tal como lo podemos apreciar en el libro de Nehemías 8:7-8:

“Los levitas Jesúa, Baní, Serebías, Jamín, Acub, Sabetay, Hodías, Maseías, Quelitá, Azarías, Jozabed, Janán y Pelaías les explicaban la ley al pueblo, que no se movía de su sitio. Ellos leían con claridad el libro de la ley de Dios y lo interpretaban de modo que se comprendiera su lectura.”

En este idioma encontramos algunas palabras en el libro del Génesis, un versículo en el libro de Jeremías, casi seis capítulos del libro de Daniel y varios capítulos del libro de Esdras.

Los hallazgos de los Rollos del Mar Muerto han corroborado la mezcla del hebreo con el arameo en los libros de Daniel y Esdras.

El Nuevo Testamento preservó algunas expresiones en este idioma, tales como: “talita cumi” (niña levántate) en Marcos 5:41, “efata” (sé abierto) en Marcos 7:34 y “Eloi, Eloi, lama sabactani” (Dios mío, Dios mío, porque me has abandonado) en Marcos 15:34 y Mateo 27:46. Igualmente, vemos en varios pasajes como Jesús se refiere a su padre como “Abba”, palabra en arameo para referirse al Padre de una forma cariñosa.

Griego: A pesar de que Jesús hablaba en arameo, los libros del Nuevo Testamento fueron escritos en este idioma.

Algunos eruditos han expresado ciertas dudas a este respecto, ya que afirman que el evangelio de Mateo fue escrito en arameo originalmente, sin embargo no se ha podido encontrar mucha evidencia que confirme esta proposición.

Los autores de este Testamento tenían claro que se debía proclamar el evangelio a todas las naciones, por lo que emplearon el griego que era el idioma universal de la época, este idioma era un griego “de la calle” conocido como helenista o koine (común), que difiere enormemente del griego moderno.

Igualmente fueron escritos en este idioma los libros de Tobit, Judit, Sabiduría, Eclesiástico, Baruc, 1ª y 2ª de Macabeos, y algunas adiciones al libro de Daniel (3. 24-90) y los capítulos 13 y 14 completosy otras adiciones al libro de Esther, todos estos pertenecientes al Antiguo Testamento.

Las traducciones

Los idiomas no son inmunes a los tiempos, algunos evolucionan, otros se vuelven más populares y otros desaparecen. Aunque los libros de la Biblia fueron escritos en las lenguas más usadas en su momento, los éxodos, las migraciones y las invasiones introdujeron nuevas lenguas al pueblo judío, debilitando su idioma materno; así que las traducciones se han hecho necesarias para preservar la Palabra con el pasar de los tiempos y en la medida en que ha llegado a los diferentes rincones de la tierra donde se hablan otros idiomas.

Se le preguntó alguna vez al mexicano Alfredo Tepox Varela, consultor y traductor[7] de las Sociedades Bíblicas Unidas: “Si es verdad que la Biblia es la Palabra de Dios, ¿cuál de todas estas versiones es esa Palabra?”. Su respuesta fue: “Todas en conjunto, y ninguna de ellas en particular. Cada versión aporta algo, pero ninguna es perfecta, e inmune a la crítica o no está sujeta a ser mejorada.”.

A nadie le resulta sorprendente el hecho que las palabras tienen varios significados en un momento dado, o nos transmiten una idea diferente según el contexto en que se use.

El diccionario de la Real Academia Española nos dice acerca de la Rosa de Jericó:

“Planta herbácea anual, de la familia de las Crucíferas, con tallo delgado de uno a dos decímetros de altura y muy ramoso, hojas pecioladas, estrechas y blanquecinas, y flores pequeñas y blancas, en espigas terminales. Vive en los desiertos de Siria, y al secarse las ramas y hojas se contraen formando una pelota apretada, que se deshace y extiende cuando se pone en agua, y vuelve a cerrarse si se saca de ella.”

Y el poeta Abel nos dice acerca de la misma Rosa de Jericó:

“Me viene a la mente la Rosa de Jericó, ese fascinante vegetal, capaz de morir y mil veces resucitar, incansable errante de los desiertos de Arabia, el viento juega con ella, la balancea, la mece, la eleva, la hace rodar, la transporta, y como un vagabundo viaja sola, sin equipaje, y allá donde encuentra la paz del camino hace un alto, con ansia, esperará una gota de lluvia, un aire fresco, que le haga abrir sus brazos, esas hojas resecas, marchitas y arrugadas, que se abrazan a sí mismas como un asustado erizo, ante un rocío, sus ramas se entreabren y esperan el llanto de las nubes, y como magia deslumbrante exhiben su espléndido verdor, de nuevo la vida recupera y nos muestra una paradoja de la propia vida: “Para vivir, hay que rodar y sentirse morir”.”

Una misma palabra trae a nuestro pensamiento dos sentimientos muy distintos construyendo ideas muy diferentes de un mismo objeto.

Cuando vemos las palabras a través del tiempo, el problema del significado se torna mucho más complicado, palabras que hoy tienen un significado, al cabo de los años pueden adquirir uno diferente. La palabra sofisticar hasta hace cien años significaba falsificar o corromper algo, a finales del siglo XX la real academia aceptó un nuevo significado más cercano al del inglés, que es el de complejo o complicado. La palabra vicio que antiguamente significaba rico, fértil o vigoroso, hoy tiene uno distinto.

Sin entrar en demasiado detalle voy a referirme a las traducciones antiguas más importantes por su trascendencia en el desarrollo de la Biblia hasta nuestros días.

Griegas: Como vimos el Antiguo Testamento fue escrito en su gran mayoría en hebreo, el idioma oficial del pueblo judío en las épocas bíblicas.

Dado su exagerado celo porque sus hijos no se emparentaran con pueblos diferentes, por muchos siglos no se vio la necesidad de traducirlo ya que su audiencia era básicamente judía.

Poco después de la dispersión causada con la terminación de setenta años de cautiverio judío por parte del rey Nabucodonosor II en el año 586 a.C., el hebreo perdió fuerza entre sus hablantes originales, tomaría varios siglos una traducción de sus libros sagrados a otro idioma, más exactamente hasta el año 280 a.C. cuando el faraón Tolomeo II[8] ordenó a su bibliotecario Demetrio de Falero la traducción del Pentateuco al griego. El faraón quería anexarla a su ya gigante biblioteca de Alejandría y atender las necesidades de una muy numerosa población judía[9] que no hablaban el hebreo sino el griego.

Demetrio de Falero encargó esta labor a Aristeas, judío alejandrino, que se desplazó hasta Jerusalén para escoger setenta y dos ancianos que hicieran la traducción en Alejandría, este número es el resultado de seis por cada uno de las doce tribus de Israel.

Después de setenta y dos días de arduo trabajo terminaron el encargo y lo leyeron a los judíos congregados en la ciudad, quienes lo aprobaron como exacto. Esta traducción es conocida como “Según los setenta”, “LXX” o “Septuaginta”.

¿Cuándo y bajo qué circunstancias se lleva a cabo el resto de los libros del Antiguo Testamento?, no se sabe con exactitud, en varios de los rollos del mar muerto se han encontrado fragmentos de esta traducción y han sido fechados entre el siglo III y I antes de Cristo.

Siríacas: Tres traducciones a este idioma tuvieron cierta trascendencia en las regiones donde fueron usadas: El Diatessaron, La Antigua Siríaca y la Peshita.

El Diatessaron fue una traducción al sirio realizada por Taciano[10], nativo de Mesopotamia, quien vivió muchos años en Roma y que al final de su vida se convirtió en discípulo de Justino Mártir[11].

El sirio era muy popular en Siria y Mesopotamia, usado por los nativos de esta región y por los judíos que no conocían el griego.

La Antigua Siríaca se remonta al siglo IV d.C. y la Peshita es la versión estándar que ha estado en uso desde el siglo V d.C.

Cópticas: El cóptico es la última evolución del idioma egipcio antiguo que usa el alfabeto griego y seis caracteres adicionales tomados del alfabeto demótico egipcio.

De gran importancia la versión Sahídica cuyos orígenes se remontan al siglo III d.C. y la Bohárica del siglo IV d.C.

Latín: Con la persecución de la Iglesia primitiva, el cristianismo se fue expandiendo hacia el norte de África, Asia y el sur de Europa, ocupando regiones donde solo se hablaba latín.

Se han encontrado varios papiros de las Sagradas Escrituras en latín que se remontan al año 160 d.C., pero fue hasta el año 382 d.C. cuando el Obispo Damasus de Roma se propuso compilar las ya por entonces diferentes traducciones del latín que había hasta ese momento en una versión oficial. El encargo correspondió a Eusebius Hieronimus conocido como Jerónimo, experto en gramática latina y griega, y en los clásicos latinos.

Después de muchos años presentó una traducción oficial de ambos testamentos en este idioma, se le conoce hasta nuestros días como la Vulgata Latina o simplemente la Vulgata.

En el siglo XIII d.C. el teólogo francés Stephen Langton le introdujo la moderna división de capítulos y versículos que usamos hasta nuestros días.

Esta traducción de San Jerónimo fue la más usada en Europa durante más de mil años, y es de esta traducción que se empezaron a hacer traducciones a otras lenguas, incluyendo el español.

En el oriente Las Escrituras circularon en cóptico, griego, sirio, armenio y georgiano principalmente, mientras que en occidente se mantuvieron en su mayoría en latín, hasta casi mediados del siglo XV donde se hacen traducciones especialmente al alemán, inglés, francés, italiano y español.

En la actualidad existen disponibles múltiples traducciones que se derivan principalmente de la Septuaginta o de la Vulgata Latina. A manera de ilustración y mencionando algunas de las más populares en español, están:

Católicas y ortodoxas: la Biblia de Jerusalén, la Biblia Latinoamericana, Sagrada Biblia Guadalupana, la Biblia Nacar-Colunga, la Biblia Platense de Monseñor Juan Straubinger, Dios Habla Hoy Con Deuterocanónicos, Santa Biblia Versión Popular, Biblia del Peregrino o la Biblia Cantera-Iglesias. Estas versiones vienen con el sello Imprimátur (este sello indica que la obra ha sido aprobada para su impresión por el obispo de la diócesis u otra autoridad eclesiástica católica).

Protestante: La Reina Valera, la Nueva Versión Internacional, Traducción del Nuevo Mundo, la Biblia de las Américas, la Biblia Hispanoamericana o Nueva Biblia al Día.

Hebrea: También conocidas como Tana”j, tenemos: Biblia Hebraica de Rudolf Kittel, Biblia Hebraica Stuttgartensia o la Biblia Hebrea.

Formas de traducir

Existen muchas maneras de traducir la Biblia y cada versión ha optado por su propio camino. No se puede encasillar a cada versión dentro de un solo tipo, pero si se puede decir que cada versión tiene una mayor tendencia hacia una de las varias formas de traducir.

En general podemos distinguir claramente tres formas diferentes de hacer estas traducciones:

Formal o Literal: En esta forma de traducción se sacrifica la claridad por someterse a las estructuras gramaticales del griego y del hebreo.

Libre: En esta forma de traducción muchas veces se sacrifica la fidelidad de lo que dice el texto original, documentando lo que el traductor interpreta de lo que quiso decir el autor original.

Equivalencia dinámica: En esta forma de traducción, se toma las formas del idioma original para traducirlas en formas equivalentes al idioma en el que se está haciendo la traducción. Aquí se mantiene la precisión histórica de lo que se está traduciendo, pero se adapta el idioma, la gramática y el estilo.

En las tres maneras de traducción hay diferentes escalas, además que algunas de ellas combinan estos tres elementos, de acuerdo con las necesidades y con el género literario que están traduciendo.

Los papiros

La gran cantidad de papiros que se han encontrado hasta la fecha, han ayudado a los críticos literarios a convalidar la preservación de las Sagradas Escrituras a lo largo de los siglos.

De los más de cincuenta mil papiros[12] (algunos cálculos muy conservadores hablan de veinte mil) fechados desde el siglo VIII a.C. hasta el siglo XV d.C. (después del siglo XV d.C. encontramos versiones impresas), se destacan tres por su estado de preservación y antigüedad.

El Manuscrito o Códice Sinaítico: Encontrado en 1844 en el monasterio de Santa Catalina[13] al pie del monte Sinaí[14] por Constantin Von Tischendorf. Este es un manuscrito en griego que data del 350 d.C. y contiene gran parte del Antiguo Testamento (copia de la Septuaginta) y casi la totalidad del Nuevo Testamento. Actualmente en posesión de La Biblioteca Británica en Londres después de haberlo comprado al gobierno ruso en 100.000 libras esterlinas. Puede verse en línea en www.codexsinaiticus.org.

El Manuscrito o Códice Vaticano: Actualmente en poder de la Biblioteca Vaticana. Ya estaba registrado en 1475, cuando se realizó el primer gran inventario de obras. Este es un manuscrito en griego del siglo IV, que contiene casi la totalidad del Antiguo Testamento (copia de la Septuaginta) y casi la totalidad del Nuevo Testamento.

El Manuscrito o Códice Alejandrino: Entregado al Rey Carlos I de Inglaterra en 1627 por el patriarca de Constantinopla, se encuentra actualmente en la Biblioteca Británica en Londres. Es el más completo entre estos tres famosos manuscritos. Contiene una copia de la Septuaginta en griego y la totalidad del Nuevo Testamento. Data del siglo V de nuestra era.

No menos importantes que estos tres, vale la pena mencionar otros que si bien es cierto no están tan completos como los anteriores, sirven para que el lector pueda imaginar la cantidad de fuentes que tenemos hoy para comparar el texto de un papiro contra otro[15].

Los Papiros Bodmer: Más de una docena de papiros encontrados en la antigua ciudad de Tebas, en el alto (sur) Egipto, escritos en griego y cóptico. Hallados en 1952 y adquiridos por Martin Bodmer quien los exhibe actualmente en la Biblioteca Bodmeriana en Suiza[16]. Son de especial interés los escritos en griego del Antiguo y Nuevo Testamento que datan aproximadamente del año 175 de nuestra era. Incluyen completos los evangelios de Juan y Lucas, y la primera y segunda carta de Pedro. Este evangelio de Juan, es el más antiguo hasta ahora encontrado; estos evangelios coinciden casi en su totalidad con el Códice Vaticano.

Los Papiros de Fayum: Esta región de Egipto está situada a 113 km del El Cairo, allí fueron encontrados en 1896 por los arqueólogos B. P. Grenfell y A. S. Hunt, más de 280 cajas de papiros que datan aproximadamente desde el año 150 hasta el 300 de nuestra era.

Los Papiros de Qumrán: Esta región situada a orillas del Mar Muerto fue escenario del descubrimiento de más de mil manuscritos que datan del 150 a.C. hasta el 70 d.C. Escritos en hebreo y arameo[17]. Estos manuscritos, que causaron tanta especulación que harían tambalear el cristianismo, son en realidad una prueba palpable que las escrituras del Antiguo Testamento se han transmitido con fidelidad extraordinaria a lo largo de los siglos.

Los Papiros Oxyrhynchus: Miles de papiros descubiertos en 1896 en lo que hoy corresponde a la región egipcia de el-Bahnasa. Datan del siglo I hasta el VI de nuestra era, escritos en su mayoría en latín, griego y árabe, muchos de ellos pertenecen actualmente al Museo Ashmolean de la Universidad de Oxford.

Los Papiros Chester Beatty: Once manuscritos escritos en griego de los cuales ocho corresponden a escritos del Antiguo Testamento y los otros tres al Nuevo Testamento, datan del siglo III de nuestra era; actualmente unos se exhiben en la Biblioteca y Galería Chester Beatty de Arte Oriental en Dublín y el resto en la Biblioteca de la Universidad de Michigan.

Contrario a lo que muchas personas piensan que la Iglesia católica ha manipulado la Biblia agregando o quitando textos a su antojo, la inmensa mayoría de los más de cincuenta mil manuscritos hallados hasta nuestros días, no pertenecen ni han sido hallados por la Iglesia católica. La inmensa mayoría han sido encontrados por particulares o expediciones financiadas por universidades o museos alrededor del mundo.

Estos papiros son vendidos a coleccionistas privados, bibliotecas o museos dejándolos al alcance de cientos de especialistas literarios que no tienen ninguna vinculación con la Iglesia católica.

Estas manos ajenas a la Iglesia son las que han restaurado estos manuscritos para fecharlos, analizar su autoría y darle peso como fuente al cotejarlos contra otros de su misma clase. Así se enriquece el cúmulo de pruebas que ayudan a determinar la proximidad o lejanía de las actuales Biblias, de esos libros escritos por sus autores originales.

Algunas personas piensan erróneamente que tal cantidad de manuscritos podría ser fuente de confusión. Podríamos preguntarnos, ¿de qué sirve que se hayan encontrado tal cantidad de manuscritos?

Para responder a esta pregunta debemos hacer la siguiente suposición: Imaginemos por un momento que no contamos con ninguna edición moderna del texto de la Biblia. ¿Qué fuentes usaríamos para producir nuevamente una Biblia?

Manuscritos: La primera y más importante fuente de información serían los manuscritos en su idioma original: griego para el Nuevo Testamento, hebreo y arameo para el Antiguo Testamento, pero no todos los manuscritos tienen el mismo peso ya que a unos los podemos considerar buenos, otros como mejores y solo unos cuantos como los mejores.

Sí hacemos un estudio detallado con todos esos papiros escritos en un mismo idioma, y nos muestra que sus textos coinciden en la mayoría, evidentemente ellos se derivarían de un antepasado común, que son llamados “texto tipo”. Estos textos tipos han surgido en momentos diferentes y bajo condiciones variables. Con algunas limitaciones podemos rastrear su lugar de origen a alguna de estas tres fuentes: Alejandría (Egipto) conocidos como Alejandrinos, Antioquía de Siria, conocidos como Siríacos o Bizantinos y Europa Occidental conocidos como Occidentales.

Puesto que estos grupos representan la mayoría de las variantes textuales, es seguro concluir que siempre que varios textos importantes concuerdan en una lectura dada, esto equivale a una certeza textual.

Versiones: Como expliqué anteriormente las diferentes líneas de traducción han ocurrido en diferentes tiempos y se han basado en algún tipo de texto griego, hebreo o arameo. Encontrar de donde proviene una determinada versión nos provee una línea independiente de testigos.

Escritores cristianos primitivos: Los cristianos primitivos de finales del siglo I hasta finales del II de nuestra era, escribieron extensamente acerca de su religión y muy frecuentemente incluían citas textuales de las Sagradas Escrituras.

Estos padres de la Iglesia que escribieron cientos y cientos de volúmenes, poseían copias de las escrituras que naturalmente son más antiguas que nuestros manuscritos actuales. La manera en que sus muchas citas se leen, ciertamente nos dice mucho respecto de la Biblia antigua en la iglesia primitiva, de hecho, como el profesor Bruce Metzger[18] ha dicho:

“Esas citas son tan extensas que si todas las otras fuentes de nuestro conocimiento del texto del Nuevo Testamento fueran destruidas, ellas solas serían suficientes para la reconstrucción de prácticamente todo el Nuevo Testamento”.

Los Cánones

Ya se ha explicado cómo y bajo qué condiciones el texto de la Biblia ha llegado a nosotros, y cómo podemos estar seguros que tenemos las palabras exactas de su texto.

Desde la época de Abraham hasta un siglo después de la venida de Jesús se han escrito muchos libros religiosos. ¿Cuáles de estos libros legítimamente pertenecen a la Biblia y cuales deben estar excluidos de ella? ¿Sobre qué base algunos escritos son aceptados como Escritura y otros son rechazados?

La respuesta la podemos encontrar en el estudio de lo que se conoce como el canon de las Escrituras.

La palabra canon viene de la palabra griega kanon que significa caña. Puesto que antiguamente usaban la caña para medir, la palabra kanon llegó a significar una norma o regla. También se usaba para referirse a una lista o índice, y cuando se aplica a la Biblia se refiere a la lista de libros que son aceptados como Santa Escritura. Cuando se habla de los escritos canónicos se está hablando de aquellos libros que poseen autoridad divina y que comprenden la Biblia.

La canonicidad de un libro y la autoridad del mismo son diferentes; la canonicidad de un libro depende de su autoridad. En la primera carta a los Corintios, san Pablo escribe en el capítulo 14:38:

 “Si alguien se cree profeta, o cree estar inspirado por el Espíritu, reconocerá que esto que les estoy escribiendo es un mandato del Señor.”.

Esta carta tuvo autoridad desde el momento en que él la escribió, sin embargo solo fue considerada canónica hasta cuando fue incluida en una lista de libros aceptados muchos años después. Un libro tiene primero autoridad divina por su inspiración y después obtiene canonicidad debido a su aceptación general por el público cristiano como un producto divino.

Ningún concilio eclesiástico puede por decreto propio, hacer que los libros de la Biblia sean autoritativos, los libros de la Biblia poseen su propia autoridad y la tuvieron mucho antes que se hubiera realizado ningún concilio de la Iglesia.

Con respecto al canon, nuestro catecismo dice en su artículo 120:

“La Tradición apostólica hizo discernir a la Iglesia que escritos constituyen la lista de los Libros Santos (cf. DV 8,3). Esta lista integral es llamada «canon» de las Escrituras. Comprende para el Antiguo Testamento 46 escritos (45 si se cuentan Jeremías y Lamentaciones como uno solo), y 27 para el Nuevo (cf. Decretum Damasi: DS 179; Concilio de Florencia, año 1442: ibíd., 1334-1336; Concilio de Trento: ibíd., 1501-1504):

Génesis, Éxodo, Levítico, Números, Deuteronomio, Josué, Jueces, Rut, los dos libros de Samuel, los dos libros de los Reyes, los dos libros de las Crónicas, Esdras y Nehemías, Tobías, Judit, Ester, los dos libros de los Macabeos, Job, los Salmos, los Proverbios, el Eclesiastés, el Cantar de los Cantares, la Sabiduría, el Eclesiástico, Isaías, Jeremías, las Lamentaciones, Baruc, Ezequiel, Daniel, Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás Miqueas, Nahúm , Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías, Malaquías para el Antiguo Testamento; los Evangelios de Mateo, de Marcos, de Lucas y de Juan, los Hechos de los Apóstoles, las cartas de Pablo a los Romanos, la primera y segunda a los Corintios, a los Gálatas, a los Efesios, a los Filipenses, a los Colosenses, la primera y la segunda a los Tesalonicenses, la primera y la segunda a Timoteo, a Tito, a Filemón, la carta a los Hebreos, la carta de Santiago, la primera y la segunda de Pedro, las tres cartas de Juan, la carta de Judas y el Apocalipsis para el Nuevo Testamento.”

El canon del Antiguo Testamento

Existe mucha evidencia en el Nuevo Testamento que indica que para la época de Jesús, este canon ya estaba establecido. El mismo Jesús y sus apóstoles se refieren a las Escrituras de su momento —nuestro Antiguo Testamento actual—, como un libro cierto y reconocido. Ellos se refieren a ella como “la Escritura” (Juan 7:38, Hechos 8:32 y Romanos 4:3), “las Escrituras” (Mateo 21:42, Juan 5:39, Hechos 17:11), “las Sagradas Escrituras” (Romanos 1:2, 2 de Timoteo 3:15), etc. Otras veces ellos decían “está escrito” (Lucas 4:8, Juan 6:45, Mateo 21:13), o cuando Jesús es tentado por el diablo en el desierto se lleva a cabo un duelo de citas Bíblicas. Estamos seguros que Jesús conoció escrito nuestro actual Antiguo Testamento.

En este mismo capítulo se explicó cómo la Biblia Hebrea está dividida en tres secciones: la Ley, los Profetas y los Escritos (contiene los Salmos). Jesús corrobora la extensión del Antiguo Testamento cuando cita sus tres partes en el siguiente pasaje:

 “Luego les dijo: —Lo que me ha pasado es aquello que les anuncié cuando estaba todavía con ustedes: que había de cumplirse todo lo que está escrito de mí en la ley de Moisés, en los libros de los profetas y en los salmos.” Lucas 24:44.

Jesús confirma el contenido cuando en el siguiente pasaje menciona al primer y último mártir mencionado en la Biblia Hebrea:

“Pues a la gente de hoy Dios le va a pedir cuentas de la sangre de todos los profetas, que ha sido derramada desde que se hizo el mundo, desde la sangre de Abel hasta la de Zacarías,…” Lucas 11:50-51.

Abel fue el primer mártir del Antiguo Testamento (Génesis 4) y Zacarías fue el último (2 Crónicas 24), es como si Jesús hubiera dicho “de Génesis a Crónicas”. Hay que tener en cuenta que Crónicas es el último libro en el orden de la Biblia Hebrea.

El historiador Josefo Flavio escribió en su libro Contra Apión:

“Hemos dado pruebas prácticas de nuestra reverencia para nuestras propias Escrituras. Porque, aunque han pasado tan largas épocas, nadie se ha atrevido a añadir o a quitar, o a alterar una sílaba; y todo judío tiene desde el día de su nacimiento este instinto de considerar las Escrituras como decretos de Dios, sostenerse en ellas, y si es necesario, morir gozosamente por ellas”

El canon del Nuevo Testamento

A mediados del siglo II, Justino Mártir escribió en su libro “Primera Apología” en el capítulo La Asamblea Dominical lo siguiente:

“El día que se llama del sol se celebra una reunión de todos los que moran en las ciudades o en los campos; y allí se leen, en cuanto el tiempo lo permite, las ‘Memorias de los Apóstoles’ o los escritos de los profetas.”

Esto da una indicación que varios años después del fallecimiento de los apóstoles, ya era costumbre entre las iglesias la lectura de los libros del Nuevo Testamento. En su momento no se conocían con este nombre pero estaban considerados al mismo nivel que los libros del Antiguo Testamento.

Igualmente los mismos apóstoles hacen referencia a las cartas de san Pablo:

“Tengan en cuenta que la paciencia con que nuestro Señor nos trata es para nuestra salvación. Acerca de esto también les ha escrito a ustedes nuestro querido hermano Pablo, según la sabiduría que Dios le ha dado. En cada una de sus cartas él les ha hablado de esto, aunque hay en ellas puntos difíciles de entender que los ignorantes y los débiles en la fe tuercen, como tuercen las demás Escrituras, para su propia condenación.” 2 de Pedro 3:15-16.

Las iglesias líderes como Antioquía, Tesalónica, Alejandría, Corinto y Roma, fueron coleccionando con paciencia y dificultad las copias que se fueron produciendo de estos escritos apostólicos; comenzaron a mantener una lista de estos y de algunos otros no apostólicos.

Ya para la segunda mitad del siglo II hacen su aparición estas listas. Una de ellas es la Muratori, que a pesar de tener algunas diferencias con otras listas, es un gran testigo de lo que ya en esa época se consideraba canónico. Incluye algunas objeciones con respecto a algunos libros, diciendo: “alguna de nuestra gente, no quiere que sean leídos en las iglesias”.

En el siglo III el gran teólogo y Padre de la Iglesia griega, Orígenes[19], respalda en su inmensa mayoría esta misma lista.

Sería Eusebio de Cesarea, un gran historiador cristiano, quien sobre la base de los escritos de Orígenes llegó a la siguiente clasificación incluida en su gran obra “La Historia de la Iglesia” escrito alrededor del año 326:

  • Los reconocidos Universalmente: Los Cuatro evangelios, Hechos de los Apóstoles, 14 cartas de san Pablo, 1 Juan, 1 Pedro y el Apocalipsis.
  • Los libros en disputa, pero reconocidos por la mayoría: Santiago, Carta de Judas, 2 Carta de Pedro, y 2 y 3 Cartas de Juan.
  • Los rechazados: El pastor de Hermas, Epístola de Bernabé y Enseñanzas de los apóstoles o la Didaché.

En el 367 d.C. Atanasio de Alejandría publicó una lista de veintisiete libros del Nuevo Testamento, estos fueron aceptados en su tiempo y hasta hoy son reconocidos. El debate sobre esta lista seguiría por algún tiempo pero el consenso ya era muy grande.

No olvidemos que la Iglesia fue instruida para no creer en todo lo que se hablara de Dios y previniera sobre falsos profetas:

“Queridos hermanos, no crean ustedes a todos los que dicen estar inspirados por Dios, sino pónganlos a prueba, a ver si el espíritu que hay en ellos es de Dios o no. Porque el mundo está lleno de falsos profetas.” 1 de Juan 4:1.

Cuando el sínodo de Hipona en el año 393 d.C., y el sínodo de Cartago en el año 397 y 419 d.C.,redactaron la lista de los libros que habrían de usarse en las iglesias, lo que hicieron fue ratificar esa lista. Nótese la cantidad de años que duraron discerniendo el asunto.

¿Qué criterios se siguieron para su determinación?

Podemos decir que básicamente fueron cuatro:

  • El origen apostólico: Es decir, que un libro tuviera como autor seguro a un apóstol o alguno de sus discípulos.
  • Que fueran usados en la liturgia por las Iglesias importantes: Es decir que gozara de un reconocimiento y aprobación de ellas.
  • La coherencia: Que la enseñanza del libro fuera coherente con el Antiguo Testamento.
  • La ortodoxia: Que sus enseñanzas estuvieran en total alineamiento con las enseñanzas dadas en vida por los apóstoles.

Los Deuterocanónicos

La traducción del Antiguo Testamento que se hizo en el año 280 a.C. del idioma original al griego, conocida como la Septuaginta, incluyó unos libros que eran más recientes. Estos libros no estaban en los antiguos cánones, pero eran generalmente reconocidos como sagrados por los judíos; se trata de siete libros llamados Deuterocanónicos.

El canon de los Setenta (Septuagésima) contiene los textos originales de algunos de los Deuterocanónicos (Sabiduría y 2 Macabeos) y la base canónica de otros, ya sea en parte (Ester, Daniel y Sirac) o completa (Tobit, Judit, Baruc y 1 Macabeos).

El canon de alejandrino o de los Setenta, incluía los siete libros Deuterocanónicos y era el más usado por los judíos en la era apostólica, este canon es el utilizado por Jesús y los escritores del Nuevo Testamento. Trescientas de las trescientas cincuenta referencias al Antiguo Testamento que se hacen en el Nuevo Testamento son tomadas de la versión Alejandrina, por eso no hay duda que la Iglesia apostólica del primer siglo aceptó los libros Deuterocanónicos como parte de su canon.

Al final del primer siglo de la era cristiana, una escuela judía hizo un nuevo canon hebreo en la ciudad Palestina de Janina. Ellos querían cerrar el período de revelación siglos antes de la venida de Jesús, buscando así distanciarse del cristianismo, por eso cerraron el canon con los profetas Esdras (458 a.C.), Nehemías (445 a.C.), y Malaquías (433 a.C.), con este temprano cierre dejaron fuera del canon los últimos siete libros reconocidos por el canon de alejandrino.

Hoy poseemos evidencia histórica que el canon de los judíos alejandrinos comprendía los libros Deuterocanónicos, también existen pruebas que entre los judíos palestinos pudieron haber circulado los libros Deuterocanónicos pues entre los papiros de Qumrán (también conocidos como los rollos del mar muerto) han sido encontrados algunos fragmentos de tres libros Deuterocanónicos: del Eclesiástico (gruta 2), de Tobías (gruta 4) y de Baruc (gruta 7).

En los concilios ecuménicos de Florencia en 1442 y de Trento en 1546 se vuelven a ratificar como canónicos los siete libros que habían estado en discusión. En el siglo XVI Martin Lutero removió estos libros de la Biblia y de esta manera instituyó un nuevo canon (el canon protestante) como parte de su reforma. Así que no fue que estos concilios hubieran agregado libros a la Biblia, la realidad es que fueron removidos por Lutero.

Los términos Protocanónicos y Deuterocanónicos fueron utilizados por primera vez en el año 1566 por Sixto de Siena, teólogo católico de origen judío. Sixto consideró al canon Palestinense como la primera norma o canon (Protocanónicos) y a los textos propios del llamado canon Alejandrino de la Biblia Griega como la segunda norma o canon (Deuterocanónicos).

 

 


[1] Dios le cambiaría el nombre por el de Israel. Ver Génesis 35:9-11

[2] “El Señor le dijo a Moisés: Pon estas palabras por escrito, pues en ellas se basa el pacto que ahora hago contigo y con Israel” Éxodo 34:27. Ver también Éxodo 17:14, Éxodo 24:4, Números 33:2, Deuteronomio 31:9, Deuteronomio 31:22.

[3] El primer pacto de Dios con su pueblo lo encontramos descrito en el libro del Éxodo desde el capítulo 19 hasta el 24, donde encontramos su sello con sangre en el versículo 8. El segundo pacto de Jesús con nosotros lo encontramos en las narraciones de la ultima cena por ejemplo en Lucas 22:20.

[4] Las Biblias ortodoxas cópticas incluyen el Libro de Enoc.

[5] Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahum, Habacuc, Sofonías, Hageo, Zacarías y Malaquías.

[6] Los levitas es el pueblo descendiente de Leví; uno de los doce hijos varones de Jacob y únicos autorizados a cuidar y servir en el tabernáculo y más tarde en el templo.

[7] El doctor Alfredo Tepox hizo parte del equipo que tradujo la Biblia Dios Habla Hoy y la reciente Reina Valera Contemporánea.

[8] Gobernante Egipcio entre 285 y 246 a.C.

[9] Conocidos como Judíos Helenísticos.

[10] Escritor cristiano del siglo II, conocido por ser el autor del Discurso contra los griegos, documento base de la apología cristiana.

[11] Santo de la Iglesia del segundo siglo y considerado uno de los primeros apologistas cristianos.

[12] Vale la pena contrastar este impresionante número de manuscritos antiguos de las Escrituras frente a, por ejemplo, las 457 copias antiguas encontradas de la famosa Ilíada de Homero. Obra escrita en el siglo VIII a.C. y que llegó a ser la obra más nombrada en la Grecia Antigua. (Nuevo Testamento: Su transmisión, corrupción & restauración, Bruce Metzger)

[13] En este monasterio conservan viva, lo que por tradición se ha creído que es la zarza que se incendió y no se consumió, cuando el Señor se presentó por primera vez a Moisés.

[14] La tradición nos dice que en este monte Moisés recibió la Ley.

[15] Esta es la forma que la crítica textual pueda determinar la proximidad de un determinado texto a su original.

[16] El Vaticano adquirió en marzo de 2007 el pairo catalogado como XIV-XV (P75), el cual contiene el fragmento escrito más antiguo del Evangelio de Lucas, el Padre Nuestro más antiguo conocido, y uno de los fragmentos escritos más antiguos del Evangelio de Juan.

[17] Pueden verse en línea en el sitio de internet http://dss.collections.imj.org.il/

[18] Miembro de la Sociedad Bíblica Americana y profesor por muchos años del seminario teológico de Princeton. Nació en 1914 en la ciudad de Pensilvania y falleció en 2007.

[19] Nació en Alejandría en 185 y falleció en Tiro, actual Líbano, en 254.

 

resurrección

¿Podemos probar la resurrección de Jesús?

Podría decir que para la mayoría de los creyentes, esta es una pregunta que tal vez nunca se la hubieran formulado a sí mismos, ya que les basta saber que los evangelios nos cuentan que el Señor resucitó al tercer día de entre los muertos, que se apareció a los apóstoles al menos en una ocasión y se presentó ante un grupo de más de quinientas personas como nos lo relata san Pablo en su primera carta a los Corintios en el capítulo quince.

El diccionario de la Real Academia Española incluye entre sus definiciones de la palabra probar la siguiente:

“Justificar, manifestar y hacer patente la certeza de un hecho o la verdad de algo con razones, instrumentos o testigos.”

San Pablo nos dice:

“Y si Cristo no ha resucitado, nuestra predicación no sirve para nada, como tampoco la fe de ustedes.” 1 Corintios 15:14

Estas palabras nos hacen ver la importancia fundamental que representó este hecho para los primeros predicadores de la Iglesia primitiva.

La resurrección de Jesús constituyó el cimiento sobre el que se fundó la cristiandad, y que sucedió “… según las escrituras” como nos lo dice san Pablo en su Primera Carta a los Corintios en el capítulo quince.

Mucha gente piensa hoy en día, que la resurrección de Jesús fue una invención de los apóstoles para poder convertir a los judíos y no dejar que la naciente religión desapareciera con la muerte de su Maestro, de hecho, un evangelio nos cuenta el origen que dio base a esta versión que ha llegado hasta nuestros días:

“Mientras las mujeres iban de camino, algunos de los guardias entraron en la ciudad e informaron a los jefes de los sacerdotes de todo lo que había sucedido. Después de reunirse estos jefes con los ancianos y de trazar un plan, les dieron a los soldados una fuerte suma de dinero y les encargaron: «Digan que los discípulos de Jesús vinieron por la noche y que, mientras ustedes dormían, se robaron el cuerpo. Y si el gobernador llega a enterarse de esto, nosotros responderemos por ustedes y les evitaremos cualquier problema.» Así que los soldados tomaron el dinero e hicieron como se les había instruido. Esta es la versión de los sucesos que hasta el día de hoy ha circulado entre los judíos.” (Mat. 28, 11-14)

Pero veamos una serie de argumentos que nos ayudarán a confirmar nuestra creencia en la resurrección de nuestro Señor Jesucristo, tal y como nos lo cuentan las Sagradas Escrituras y que, por supuesto, trasciende más allá del simple acto de fe que nos enseñaron en nuestros primeros años de catequesis.

La tumba vacía

Los cuatro evangelistas nos cuentan que el sepulcro donde fue puesto el cadáver de Jesús estaba vacío al tercer día.

¿Qué pasó con el cuerpo de Jesús?

Tendríamos básicamente tres posibilidades: Los enemigos de Jesús se lo robaron y lo escondieron, los amigos de Jesús se lo robaron y lo escondieron o que Jesús resucitó.

Que los enemigos de Jesús se hubieran robado su cuerpo no tendría mucho sentido, porque precisamente la ausencia de su cuerpo era una gran evidencia de la resurrección que proclamaban sus discípulos, con las primeras conversiones en masa como la descrita en el capítulo dos del libro de los Hechos de los Apóstoles, los que tuvieran su cuerpo lo habrían exhibido para así acabar con ese nuevo movimiento que tanto les molestaba.

Que los amigos de Jesús se lo hubieran robado tampoco tendría mucho sentido. Los evangelistas nos cuentan como los discípulos huyeron del lado de Jesús cuando él fue apresado y crucificado por temor a correr la misma suerte; los evangelistas también nos cuentan que los apóstoles se encerraron y permanecieron escondidos por miedo a los judíos que los buscaban para matarlos. ¿Así que de donde habrían sacado la valentía para robar su cuerpo y salir a predicar su evangelio?

¿Cómo hubieran evitado que a donde quiera que lo hubieran sepultado, no se les hubiera convertido en el mayor centro de peregrinación y veneración de su época?

¿Qué hizo que este grupo de temerosos y asustados apóstoles, escondidos y tristes, pasaran a predicar con valor y alegría las enseñanzas de su maestro?

No cabe explicación diferente a la de haberlo visto vivo nuevamente, el haber visto personalmente a Jesús con las heridas de sus manos, de sus pies y de su costado todavía frescas, los convenció sin lugar a dudas que en verdad Jesús sí era el Mesías. El Emanuel. El Dios con nosotros.

Los evangelistas

¿Qué tan ajustada a la verdad es la narración que nos hacen los evangelistas de la resurrección de Jesús?

Veamos la narración que nos hace Lucas:

“Las mujeres que habían acompañado a Jesús desde Galilea, fueron y vieron el sepulcro, y se fijaron en cómo habían puesto el cuerpo. Cuando volvieron a casa, prepararon perfumes y ungüentos. Las mujeres descansaron el sábado, conforme al mandamiento, pero el primer día de la semana regresaron al sepulcro muy temprano, llevando los perfumes que habían preparado. Al llegar, se encontraron con que la piedra que tapaba el sepulcro no estaba en su lugar; y entraron, pero no encontraron el cuerpo del Señor Jesús. No sabían que pensar de esto, cuando de pronto vieron a dos hombres de pie junto a ellas, vestidos con ropas brillantes. Llenas de miedo, se inclinaron hasta el suelo; pero aquellos hombres les dijeron:

— ¿Por qué buscan ustedes entre los muertos al que está vivo? No está aquí, sino que ha resucitado. Acuérdense de lo que les dijo cuando todavía estaba en Galilea: que el Hijo del hombre tenía que ser entregado en manos de pecadores, que lo crucificarían y que al tercer día resucitaría.

Entonces ellas se acordaron de las palabras de Jesús, y al regresar del sepulcro contaron todo esto a los once apóstoles y a todos los demás. Las que llevaron la noticia a los apóstoles fueron María Magdalena, Juana, María madre de Santiago, y las otras mujeres. Pero a los apóstoles les pareció una locura lo que ellas decían, y no querían creerles.

Sin embargo, Pedro se fue corriendo al sepulcro; y cuando miró dentro, no vio más que las sábanas. Entonces volvió a casa, admirado de lo que había sucedido.” 23:56 y 24:1-12

Pensemos por un momento que fuera cierto que Jesús no resucitó, que por razones de supervivencia del legado del Maestro se hacía necesario inventar la historia de su resurrección, y así dar cumplimiento a lo que se había profetizado cientos de años atrás.

De ser cierta esta posibilidad, yo podría decir que además de mentirosos los apóstoles fueron torpes; para poder justificar esta afirmación, explicaré el rol de la mujer en la sociedad judía de la época y algunos detalles relevantes de dos personajes que conocieron a Jesús: Nicodemo y José de Arimatea.

El rol de la mujer

La mujer judía en tiempos de Jesús era considerada inferior al hombre por tener menos ventajas que él. Existía en aquel entonces una expresión que se repetía frecuentemente, y que decía: “mujeres, esclavos y niños”.

Como el esclavo y el niño menor de 13 años, la mujer se debía por completo a su dueño y señor: al padre si era soltera; al marido si era casada; al cuñado si era viuda sin hijos (Deuteronomio 25:5-10).

La mujer no recibía instrucción religiosa porque se suponía que era incapaz de comprenderla; las escuelas eran solamente para varones.

Las mujeres no podían ser testigos en un tribunal dado que su testimonio carecía de valor por su inclinación a la mentira[1].

¿Por qué poner en boca de un grupo de mujeres, la primicia de un evento tan importante como la resurrección del Señor?

¿Cómo consignar en los evangelios el anuncio de la buena nueva por parte de quienes ofrecían la menor credibilidad posible?

¿Cómo incluir entre el grupo de estas mujeres a María Magdalena que gozaba de muy mala reputación por los “demonios” que poseía y que Jesús había expulsado (Lucas 8:2)?

Es claro que los evangelistas se ajustaron a la verdad de los hechos, les era más conveniente omitir a las mujeres de la historia que divulgarlo. La noticia en boca de ellas restaba credibilidad cómo lo expresaron los dos caminantes de Emaús, que tuvieron que verificarlo con sus propios ojos ya que a ellas no les creyeron:

“Aunque algunas de las mujeres que están con nosotros nos han asustado, pues fueron de madrugada al sepulcro, y como no encontraron el cuerpo, volvieron a casa. Y cuentan que unos ángeles se les han aparecido y les han dicho que Jesús vive. Algunos de nuestros compañeros fueron después al sepulcro y lo encontraron tal como las mujeres habían dicho, pero a Jesús no lo vieron.” Lucas 24:22-23.

Nicodemo y José Arimatea

Nicodemo fue un fariseo adinerado, miembro del sanedrín que a tan solo seis meses después de haberse iniciado el ministerio de Jesús, reconoce que es un “Maestro que ha venido de Dios”.

Impresionado por sus milagros, lo visita de noche y le confiesa que cree en Él.

Gobernante de los judíos y maestro de Israel, posee un gran conocimiento de las escrituras, también evidencia un gran discernimiento pues reconoce que Jesús es un maestro enviado por Dios.

Le interesan los asuntos espirituales y hace gala de una humildad poco común, pues no es fácil que un miembro del más alto tribunal judío admita que el hijo de un carpintero sea un hombre enviado por Dios.

El interés que manifiesta Nicodemo en Jesús no pasa con el tiempo, Dos años y medio después, durante la fiesta de Las Tiendas, asiste a una sesión del sanedrín pues en aquel entonces todavía es “uno de ellos”.

Los miembros de ese sanedrín despachan oficiales para detener a Jesús y regresan con el siguiente informe: “Jamás ha hablado otro hombre así”. Los fariseos comienzan a menospreciarlos: “— ¿Así que también ustedes se han dejado engañar? —Replicaron los fariseos—. ¿Acaso ha creído en él alguno de los gobernantes o de los fariseos? ¡No! Pero esta gente, que no sabe nada de la ley, está bajo maldición.”.

Nicodemo tomó la palabra y dijo: “Nuestra ley no juzga a un hombre a menos que primero haya oído de parte de él y llegado a saber lo que hace, ¿verdad?”.

Con esto se convierte en el centro de las críticas de los demás fariseos: “Tú no eres también de Galilea, ¿verdad? Escudriña, y ve que de Galilea no ha de ser levantado ningún profeta” (Juan 7:1, 10, 32, 45-52).

Seis meses más tarde en la Pascua de ese año, Nicodemo contempló cuando bajaron el cuerpo de Jesús de la cruz junto a José de Arimatea, otro miembro ilustre del sanedrín y discípulo oculto de Jesús (Juan 19:38).

José de Arimatea estuvo en desacuerdo con su ejecución (Lucas 23:50) y preparó el cuerpo para el entierro. Para tal fin lleva “un rollo de mirra y áloes” que pesa 100 libras romanas (33 kilogramos), lo que representaba un considerable desembolso de dinero. Hombre de valor ya que no teme que lo relacionen con “ese impostor”, como llamaban a Jesús los demás fariseos.

San Agustín nos revela que el cadáver de Nicodemo fue encontrado junto al del mártir San Esteban en el año 415 d.C., lo que hace suponer que fue venerado por las primeras comunidades cristianas.

Volviendo a la hipótesis que lo narrado por los evangelistas no hubiera sido cierto, preguntémonos: ¿No hubiera sido más contundente la noticia de la resurrección, si en vez de haberla puesto en boca de María Magdalena (Juan 20:11-18) lo hubieran puesto en boca de Nicodemo y/o de José de Arimatea? ¿Qué judío hubiera puesto en duda la palabra de alguno de estos importantes hombres?

Es claro que a pesar de su “inconveniencia” narraron la historia tal y como sucedió, no la modificaron. No la adaptaron según sus propios intereses.

Las resurrecciones en la Biblia

Otra razón para confirmar que los apóstoles transmitieron este magno acontecimiento exactamente como lo vivieron, es un hecho curioso que paso a explicar.

De acuerdo con las Escrituras, durante el apostolado de Jesús los apóstoles presenciaron tres episodios de resurrección de algún muerto: La hija de Jairo (Marcos 5:21-42), el hijo de la viuda de Naín (Lucas 7:11-17) y finalmente la de su amigo Lázaro de Betania (Juan 11:1-43).

En todos estos casos, los que están alrededor del recién resucitado lo reconocen inmediatamente. El hecho de haber muerto y vuelto a la vida no hace mella en su apariencia física, permanecen iguales. Lázaro que permaneció muerto por varios días, resucitó sin cambiar su apariencia, todos lo reconocieron, era el mismo Lázaro que ellos conocían.

Inclusive en las resurrecciones practicadas por Pedro (Hechos 9:36-42) y por Pablo (Hechos 20:7-12) ocurre lo mismo, la apariencia del resucitado no se altera.

Para los discípulos, la resurrección, además de ser un hecho apoteósico no tenía efecto alguno sobre la presencia física, al menos en lo que sus ojos podían ver, la persona resucitada volvía tal y como era antes de acaecerle la muerte.

Sin embargo cuando ellos narran la resurrección de Jesús, algo curioso ha pasado con Él, no lo reconocen a primera vista. Lo confunden con otra persona. Les pasó a los dos discípulos del camino a Emaús (Lucas 24:13-35), le pasó a María Magdalena (Juan 20:11-18), y les pasó a varios de sus discípulos en el lago de Tiberíades (Juan 21:1-14).

De haber inventado esta historia, los discípulos la hubieran inventado en los términos en que ellos la comprendían, seguros que no podía ser de otra manera. No habría habido necesidad de agregar la idea extraña de no poderlo reconocer, para ellos el resucitado simplemente volvía a la vida y todo seguía como estaba antes. Y así no lo hicieron, ellos la narraron tal y como la vivieron, así en su momento no la hubieran entendido a plenitud.

Mártires

Otro hecho contundente que nos ayuda a confirmar la resurrección de nuestro Señor Jesucristo, es que para los discípulos este hecho constituyó la base de su predicación (1 Corintios 15:14) y dieron su vida defendiendo esta verdad.

Aunque la Biblia solo nos narra la muerte de dos de los discípulos, la de Judas el traidor que se ahorcó (Mateo 27:5) y la de Santiago[2] que muere decapitado por orden del rey Herodes (Hechos 12:2), la tradición nos ha dejado saber que todos los demás pasaron por el martirio.

Juan sobrevivió a una olla con aceite hirviendo y murió pacíficamente en la isla de Éfeso.

El martirio del apóstol Pedro fue profetizado por el mismo Jesús y el evangelista Juan lo consigna con su estilo alegórico al decir: “… Jesús estaba dando a entender de qué manera Pedro iba a morir y a glorificar con su muerte a Dios…” Juan 21:18-19. Pedro muere en Roma crucificado en una cruz invertida por orden del prefecto Agripa, funcionario del emperador Nerón.

Andrés el hermano de Pedro fue crucificado en una cruz en forma de X por orden del gobernador Aegeas en Patrae de Acaya, Grecia.

Mateo el evangelista murió martirizado al finalizar su sermón en la ciudad de Nadaver, Etiopía, por orden del rey Hitarco en el año 60.

Santiago el Menor, hijo de Alfeo, muere apedreado en Jerusalén después de haber sido arrojado al suelo desde el pináculo del templo por orden del sumo sacerdote Ananías miembro del sanedrín en el año 62.

Simón el Cananeo y Judas Tadeo, fueron martirizados en la ciudad de Suamir, Persia. Simón fue aserrado por la mitad y a Judas le aplastaron la cabeza con una maza.

Felipe fue crucificado en Escytia, Grecia.

Bartolomé fue martirizado en la ciudad de Albana en Armenia. Fue primero crucificado y antes de morir, lo descolgaron de la cruz, lo desollaron vivo y finalmente lo decapitaron.

Resulta extremadamente difícil creer que todos y cada uno de ellos hubieran dado sus vidas por defender una mentira, de no haber sido porque ellos vieron a su maestro resucitado.

 

 


[1] Esta tesis nació cuando Sara, la esposa de Abraham, le mintió al mismo Dios. Ver Génesis 18:15.

[2] Conocido como el Mayor, hermano del Apóstol Juan, hijos de Zebedeo. Algunas Biblias lo traducen como Jacobo.

 

misa

¿Por qué en otras iglesias católicas, la misa es diferente?

Les ha pasado a muchas personas, que al encontrarse un domingo en una ciudad diferente a la de su residencia, indagan por una iglesia católica para asistir a la misa. Cuando llegan, notan que todo es diferente a lo que están acostumbrados a ver en su parroquia local. Con mucha desconfianza entran pensando que se trata de una iglesia de otra religión. Sus sospechas parecen confirmarse cuando el sacerdote procede de una manera totalmente desconocida para ellos, y en especial, cuando no reconocen todas las cosas que dice el sacerdote ni la forma en que lo dice. Sin embargo, notan un altar, un cristo, un sagrario e inclusive una bandera del Vaticano dentro de la iglesia.

Esta es una Iglesia católica, apostólica, romana de un rito diferente al del rito romano ordinario, que es el más popular en occidente y al que muy seguramente es al que usted está acostumbrado.

Un Rito representa una tradición eclesiástica que indica cómo se deben celebrar los sacramentos[1]. Cada sacramento tiene una esencia única de origen divino que debe ser cumplida para que surta su propósito. Las Sagradas Escrituras y la Sagrada Tradición nos indican lo esencial de cada sacramento.

Cuando los apóstoles llevaron el Evangelio a las diferentes comunidades, los símbolos empleados en la ejecución de esos sacramentos, tuvieron una fuerte influencia cultural. Fue inevitable que las costumbres y tradiciones propias de cada región, no impregnaran las recién nacidas celebraciones sacramentales.

Así que el misterio sacramental que se celebra es uno solo, pero puede variar la forma en que se hace. “Por tanto, la celebración de la liturgia debe corresponder al genio y a la cultura de los diferentes pueblos[2].

La Iglesia católica tiene dos raíces: la occidental o romana, y la oriental. Dentro de esta segunda, cuatro han sido las sedes patriarcales que han marcado su historia: Jerusalén, Alejandría (Egipto), Antioquía de Siria y Constantinopla. De estas cinco regiones (cuatro orientales y una occidental) se derivan los más de 21 ritos litúrgicos presentes hoy en día en la Iglesia católica.

Cada Rito determina una gran cantidad de detalles, muchos de los cuales no nos resultan fácilmente perceptibles. Entre los muchos detalles que se pueden mencionar están: todas las normas que regulan la vida de sus consagrados, sus cuadros jerárquicos, su relación con el obispo de Roma, forma y lenguaje empleado en la celebración de los distintos sacramentos, la arquitectura y decoración de los templos, la música y los cantos que se emplean en las celebraciones de los distintos sacramentos, entre otros.

En cuanto a los templos, cada Rito define entre otras: la posición, forma y delimitación del presbiterio[3]; la ubicación del bautisterio, del coro y del ambón[4]; la ubicación, forma y material del altar[5]; ubicación de la sede[6] y la credenza[7]. Los colores, las imágenes y esculturas que adornan su interior y exterior.

También estos Ritos distinguen las vestimentas litúrgicas por sus colores, la secuencia con que se visten y las oraciones que se dicen por cada prenda que se colocan. La preparación del altar y las oraciones que se dicen durante el proceso. Los objetos que están en el altar. La posición del celebrante durante la celebración, sus movimientos, la colocación y posición de las manos y la altura en que las mantienen con respecto a su cuerpo. Hacia donde dirige la mirada. Los silencios. La forma en que manipula los objetos sobre el altar (antes y después de la consagración). Las inclinaciones y sus ángulos. El sentido en que se hacen los giros. La interacción con los demás ministros del altar y con la feligresía. Que cosas se besan del altar y la manera de hacerlo. La manipulación y orientación del misal. Que cosas toca y cómo las toca. Que oraciones se dicen, en que idioma se dicen y el orden en que se dicen. Todo ello tiene una razón de ser y posee un significado preciso.

Todos estos pequeños detalles son de suma importancia, como los resaltó el papa Pablo VI en una alocución realizada el 30 de mayo de 1967:

“Os podrá parecer quizá que la Liturgia está hecha de cosas pequeñas: actitud del cuerpo, genuflexiones, inclinaciones de cabeza, movimiento del incensario, del misal, de las vinajeras. Es entonces cuando hay que recordar las palabras de Cristo en el Evangelio: El que es fiel en lo poco, lo será en lo mucho (Lucas 16:16). Por otra parte, nada es pequeño en la Santa Liturgia, cuando se piensa en la grandeza de Aquel a quien se dirige”

Ritos latinos

Por ser sus fieles practicantes de mayoría occidental, algunas veces el conjunto de estos Ritos es llamado Iglesias Católicas Occidentales.

Cerca del 98% de los católicos del mundo entero pertenecen a estos Ritos. El más popular de ellos es el denominado romano ordinario (96% de esta porción), que fue el resultado de los cambios derivados por el Concilio Vaticano II. El rito romano extraordinario, que es la celebración de la misa tridentina[8], es la celebración de la liturgia como estaba antes de las reformas implantadas por este concilio y que todavía se celebra en muchos lugares del mundo.

Menos populares, pero que también pertenecen a este Rito se encuentran: el Rito Ambrosiano o milanés que presenta pequeñas diferencias con respecto al romano extraordinario, y que con el paso del tiempo se limitó a la ciudad de Milán, Italia y algunas zonas aledañas. El Rito Hispánico o Mozárabe cuya liturgia fue revisada después de los cambios introducidos por el Concilio Vaticano II, con bastantes similitudes a la del Rito romano ordinario, se celebra principalmente en la ciudad de Toledo, España y en otras provincias de la península ibérica.

En mayor extensión y variedad, se encuentran dentro de esta liturgia, las liturgias que las diversas órdenes religiosas desarrollaron y conservaron desde sus orígenes. Dentro de los más importantes cabe mencionar: El Bracarense —similar al romano extraordinario que se celebra principalmente en la ciudad portuguesa de Braga—, El Dominicano, El Carmelita y El Cartujo.

A manera de ejemplo de cómo cada uno de estos ritos tienen sus propias normativas, el Rito de los Cartujos no permite que sus monjes ejerzan su ministerio sacerdotal por fuera del monasterio donde viven, ya que ellos deben su vida entera a la contemplación.

Ritos orientales

Derivados de los cuatro grandes centros litúrgicos de la Iglesia primitiva (Jerusalén, Alejandría, Antioquía de Siria y Constantinopla), se les conocen como las Iglesias Católicas Orientales, sujetas todas ellas a la autoridad del Sumo Pontífice de Roma.

La división entre las Iglesias de oriente y occidente dio lugar a la existencia de comunidades de Ritos orientales que se mantuvieron o entraron en plena comunión con la Iglesia de Roma, conservando su liturgia, aunque en algunos casos se han latinizado en algún grado. Algunas nunca han estado en cisma[9] con la Iglesia de Roma y otras han surgido de divisiones de las Iglesias ortodoxas o de las antiguas Iglesias nacionales de oriente.

La rama de Constantinopla o Bizantina, es la que más fieles posee y la que más Ritos desarrolló: el Ucraniano, el Melquita, el Rumano, el Eslovaco, el Ruteno, el Húngaro, el Albanés, el Ítalo-Albanés, el Griego, el Krizevci, el Búlgaro y el Macedonio.

La sección Sirio-oriental desarrolló el Siro-malabar y el Caldeo.

La rama de Antioquía desarrolló el Siro-malankara —que entró en comunión con Roma en 1930—, el Maronita y el Sirio o Sirio-antioqueño. Las iglesias de esta rama ordenan como sacerdotes a hombres casados[10]. Sin embargo la posición de obispo está reservada exclusivamente a sacerdotes célibes.

La rama Alejandrina desarrolló el Copto y el Etíope.

Otra distinción importante de las Iglesias Orientales es que algunas de ellas pueden ser agrupadas en lo que se denomina Iglesias Sui Iuris, comúnmente escrito Sui Juris. Esta expresión latina significa “de Propio Derecho”, es decir que cuenta con la autonomía jurídica para manejar sus propios asuntos. Actualmente existen seis Iglesias (Ritos) que están dentro de este grupo: el Copto, el Sirio, el Melquita, el Maronita, el Caldeo y el Armenio.

Estas Iglesias Orientales católicas sui iuris, tienen un Patriarca que es elegido canónicamente por el Sínodo Patriarcal. El nuevo patriarca debe realizar una profesión de fe y una promesa de fidelidad y requerir la comunión eclesial del papa, sin la cual, ejerce válidamente su oficio pero no puede convocar al Sínodo ni ordenar obispos.

 

 


[1] Si desea conocer más profundamente la normatividad de la Iglesia alrededor del ejercicio de la Sagrada Liturgia, puede consultar la “Constitución Sacrosanctum Concilium sobre la Sagrada Liturgia” del 4 de diciembre de 1963.

[2] Catecismo de la Iglesia Católica #1204.

[3] Parte elevada dentro del templo donde se desarrolla toda la liturgia y está reservado solo para el sacerdote y sus ministros. Generalmente esta elevado con tres gradas.

[4] Pódium desde donde se lee el evangelio.

[5] Generalmente de piedra y antiguamente tenía un pequeño cuadro llamado Ara que contenía la reliquia de algún santo, en recordación a los primeros cristianos que celebraban la eucaristía sobre los restos de algún mártir.

[6] Lugar donde se sienta el sacerdote durante la celebración de la liturgia.

[7] Lugar donde se colocan todas las cosas que requiere el sacerdote para la celebración de la liturgia.

[8] También se le conoce como misa en latín o misa de San Pio V o misa preconciliar.

[9] Palabra que significa división, discordia o desavenencia entre los individuos de una misma comunidad.

[10] En la exhortación apostólica postsinodal “Amoris Laetitia” del Papa Francisco promulgada el 19 de marzo del 2016, en su numeral 202, su santidad resalta la importancia de incorporar a la pastoral familiar las experiencias que estos sacerdotes casados pueden brindar, como luz para los actuales matrimonios y los por contraerse.

 

estatuas

¿Por qué hay estatuas dentro de nuestras iglesias?

Para ayudar a desarrollar este tema, es necesario tener claro el significado de cinco palabras: adoración, veneración, idolatría, imagen e ídolo.

Adoración es la acción exclusiva para Dios, por medio de la cual reconocemos su potestad única creadora y como el único digno del honor supremo. La adoración es un acto de la mente y la voluntad que se expresa en oraciones, posturas, actos de reverencia, sacrificios y con la entrega de la vida entera.

Veneración es la acción por la cual expresamos respeto en sumo grado a alguien por su santidad, dignidad o grandes virtudes, o a algo por lo que representa o recuerda.

Idolatría es la adoración a otro dios que no sea Dios.

Imagen es cualquier tipo de figura o representación de alguien o algo.

Ídolo es un ser o una cosa considerada como dios, que se cree que tiene vida y poder (Isaías 44:9-10) y que se pone en el lugar de Dios. Puede estar representado en una imagen o no.

“Los ídolos de los paganos son oro y plata, objetos que el hombre fabrica con sus manos: tienen boca, pero no pueden hablar; tienen ojos, pero no pueden ver; tienen orejas, pero no pueden oír; tienen narices, pero no pueden oler; tienen manos, pero no pueden tocar; tienen pies, pero no pueden andar;¡ni un solo sonido sale de su garganta! Iguales a esos ídolos son quienes los fabrican y quienes en ellos creen.” Salmo 115:4-8

Para los protestantes, nosotros los católicos somos considerados idólatras por el hecho de tener dentro de nuestras iglesias estatuas de Cristo, de santos, de la Virgen María, o por los vitrales con imágenes de personajes bíblicos que adornan algunas de nuestras iglesias. Su principal argumento es que Dios las prohibió:

“No te hagas ningún ídolo ni figura de lo que hay arriba en el cielo, ni de lo que hay abajo en la tierra, ni de lo que hay en el mar debajo de la tierra. No te inclines delante de ellos ni les rindas culto” Éxodo 20:4-5.

Igualmente, los protestantes rechazan el uso del crucifijo que muchos católicos acostumbran llevar colgados en el cuello, o las estampitas de la Virgen María o de los santos, que algunos cargan en sus billeteras junto a las fotos de sus seres queridos.

Lo que enseña el Magisterio de la Iglesia

En la tercera tentación de Jesús en el desierto, satanás le pide que lo adore a cambio de entregarle todos los países del mundo, Jesús cita Deuteronomio 6:13 “Está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, sólo a él darás culto” (Mateo 4:8-10). Ésta ha sido la enseñanza de la Iglesia desde su origen.

El primer propósito del hombre ha de ser el de acoger a Dios con toda su voluntad y adorarlo. Es decir que la Iglesia nos enseña que solo a Dios debemos adorar. Con esta acción, reconocemos que Él es Dios, que Él es nuestro Creador y nuestro Salvador.

Muchos años antes de Jesús, en tiempo de Moisés, Dios comenzó a formar a su pueblo elegido: el pueblo de Israel. Era gente muy primitiva que Dios había sacado del politeísmo para llevarla al monoteísmo. Todos esos pueblos antiguos tenían infinidad de dioses que adoraban y representaban a través de imágenes. La gente de aquel tiempo pensaba que esas imágenes tenían un poder mágico o una fuerza milagrosa. Cuando Dios prohibió hacer imágenes de nada que este en el cielo ni en la tierra, hacía referencia a estas imágenes que ellos adoraban. Él hacía referencia, por ejemplo, a ese becerro de oro que hizo el pueblo de Israel mientras Moisés estaba en el monte Sinaí, al que proclamaron como dios y le construyeron un altar para ofrecerle holocaustos y sacrificios (Éxodo 32).

Dios no prohíbe el hacer imágenes, sino en querer hacer de esa imagen un dios. De hecho, Dios mismo ordenó que se bordaran ángeles en las cortinas de la tienda del encuentro (Éxodo 26:1) o que el arca de la alianza debiera llevar en la tapa la figura de dos ángeles con las alas extendidas (Éxodo 25:10-21), o le ordenó a Moisés que hiciera una serpiente de bronce y la colgara en el asta de una bandera (Números 21:8-9).

El templo de Jerusalén tenía en su interior esculturas y muchos adornos religiosos[1].

Así que cuando un protestante dice que nosotros adoramos a la Santísima Virgen o a los santos, está confundiendo el significado de las palabras veneración y adoración. Nosotros adoramos a Dios y veneramos a la Santísima Virgen o a los santos.

¿Es idolatría tener una foto de la novia, o de la mamá, o un cuadro pintado del bisabuelo? Es lo mismo que hacemos los católicos: las estatuas y las imágenes nos recuerdan a Jesucristo, a la Santísima Virgen María y a los santos.

Las imágenes las usamos como un recuerdo de aquéllos que no podemos ver. Y ese recuerdo puede alentarnos a orar, a entregarnos más y mejor a Dios.

El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice al respecto:

“El culto cristiano de las imágenes no es contrario al primer mandamiento que proscribe los ídolos. En efecto, “el honor dado a una imagen se remonta al modelo original”[2], “el que venera una imagen, venera al que en ella está representado”[3]. El honor tributado a las imágenes sagradas es una “veneración respetuosa”, no una adoración, que sólo corresponde a Dios:

«El culto de la religión no se dirige a las imágenes en sí mismas como realidades, sino que las mira bajo su aspecto propio de imágenes que nos conducen a Dios encarnado. Ahora bien, el movimiento que se dirige a la imagen en cuanto tal, no se detiene en ella, sino que tiende a la realidad de la que ella es imagen»[4]” Numeral 2132.

De las muchas reformas emanadas por el Concilio Vaticano II, estuvo el de la reforma a la sagrada liturgia, contenida en la “Constitución Sacrosanctum Concilium Sobre La Sagrada Liturgia”. En su séptimo capítulo titulado “El Arte y los Objetos Sagrados”, podemos leer:

“Manténgase firmemente la práctica de exponer imágenes sagradas a la veneración de los fieles; con todo, que sean pocas en número y guarden entre ellas el debido orden, a fin de que no causen extrañeza al pueblo cristiano ni favorezcan una devoción menos ortodoxa.” Numeral 125.

El evangelio de los pobres

Debido al alto nivel de analfabetismo que existió en la época medieval, el uso de los vitrales e imágenes de santos en las iglesias, ayudaban a que la gente recordara y mantuviera fresca en su memoria, los eventos más importantes narrados en las Escrituras. Los analfabetos podían mirar las escenas de los vitrales en las ventanas de las iglesias y comprendían la historia sagrada. De modo que las estatuas y las imágenes no solamente estaban ahí por belleza y reverencia sino también porque eran muy funcionales.

San Juan Damasceno[5], presbítero y doctor de la Iglesia, decía: “Lo que es un libro para los que saben leer, eso son las imágenes para los analfabetos. Lo que la palabra obra por el oído, lo obra la imagen por la vista. Las santas imágenes son un memorial de las obras divinas”.

Martín Lutero, el fundador del protestantismo y de las iglesias evangélicas nunca rechazó las imágenes, todo lo contrario, él dijo que las imágenes eran “el Evangelio de los pobres”.

En casi todas partes del mundo se construyeron iglesias que fueron bellamente adornadas con estatuas y vitrales. Ejemplo de ello es la hermosa capilla de Sainte Chapelle en pleno corazón de París que fue construida durante el reinado de san Luis IX de Francia en 1248. La característica más importante de esta capilla son sus 600 metros cuadrados de vitrales. Formando 16 secciones, cada una de ellas relata en pequeñas imágenes los libros del Génesis, Éxodo, Números, Josué, Jueces, Isaías, Daniel, Ezequiel, Jeremías y Tobías, Judit y Job, Ester, Reyes, la Pasión de Cristo, el Apocalipsis, la vida de Juan el Bautista y la historia de las reliquias de la pasión que alguna vez habitaron en esa capilla. Quien entrara a este lugar, solo le bastaba recorrer con su mirada sus bellos cristales, para darle un completo repaso de principio a fin, a lo que narran las Sagradas Escrituras.

Idolatría y superstición

Como ocurre en muchos campos de la vida del ser humano, no falta quien se exceda en la norma e incurra en actos que resultan inapropiados por ignorar los límites y resulte en un caso de idolatría.

Conozco personas que tratan las estatuas de los santos, de la Virgen María y los crucifijos con tal reverencia, que sobrepasando el debido respeto, demuestran una creencia mágica y poderosa sobre el objeto mismo.

He entrado a casas en la que se tiene la Biblia sobre un altar con velas y flores, a manera de “protección” de la casa. La Biblia no necesita de velas ni flores, sino de un corazón dispuesto a meditarla y a ponerla en práctica en su vida diaria.

Cuando mi sobrina hizo su primera comunión, le dimos de regalo un rosario muy lindo que había sido santificado por un sacerdote. Delante de varios invitados a la ceremonia, abrió el presente y lo exhibió muy emocionada. Unos le sugirieron que lo podía usar como collar, otros que lo envolviera en su muñeca, otros que lo colgara en su mesa de noche al lado de la cama. Yo le dije: “nada de eso, es para que lo reces”.

Muchas personas cuelgan un rosario en el espejo interior de sus vehículos a manera de amuleto para que los “proteja”. Hay personas que entran a una capilla y le rezan toda una novena a algún santo de su preferencia y no le rezan ni un Padre Nuestro al Santísimo que está expuesto. Los hay también que les cuelgan hierbas a las estatuas de los santos, o que les encienden velas de determinados colores, o que los ponen de cabeza a manera de “castigo” hasta que se les conceda el milagro por el que tanto piden[6]. Estos y otros ejemplos, son casos de idolatría y superstición.

La idolatría es un pecado grave, pues implica negar el carácter único de Dios, para atribuírselo a personas o cosas creadas por el hombre. Es comparar a la creatura con el Creador, comparación inaceptable bajo cualquier concepto.

La superstición también constituye un pecado grave, ya que desvía el verdadero sentimiento religioso de un determinado rito u oración, al atribuirle eficacia a la sola acción material y excluyendo la participación debida de un corazón abierto y orante. Quien porta un escapulario y piensa que por el solo hecho de llevarlo consigo será suficiente para su salvación, está actuando de manera supersticiosa.

Es muy común escuchar a personas decir que practican ciertos “rituales” para atraer la “buena suerte” o alejar la “mala suerte”. La suerte entendida como una energía o fuerza que puede ser atraída o alejada, constituye una superstición, ya que desconoce la Providencia Divina e ignora el precioso regalo del libre albedrío que siempre traerá consecuencias a nuestras vidas.

La astrología, el espiritismo o la adivinación son disciplinas supersticiosas que fueron expresamente prohibidos por Dios “No recurran a espíritus y adivinos. No se hagan impuros por consultarlos. Yo soy el Señor su Dios” Levítico 19:31, ya que desconocen a Dios como única fuente de vida y de conocimiento de nuestro futuro.

 

 


[1] Salmo 74:4-5, 1 Reyes 6:23-28

[2] San Basilio Magno, Liber de Spiritu Sancto, 18, 45

[3] Concilio de Nicea II: DS 601; Concilio de Trento: DS 1821-1825; Concilio Vaticano II: “Constitución Sacrosanvtum 125”; “Constitución Lumen Gentium 67”.

[4] Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, 2-2, q. 81, a. 3, ad 3.

[5] Nació en Damasco, Siria en el 675 d.C. y falleció en Jerusalén en el 749 d.C.

[6] Un ejemplo de esta costumbre que se practica en algunos países es la de San Antonio, que es puesto de cabeza hasta que le consiga novio a una mujer.

 

Angeles

¿Quiénes son los ángeles y los santos para la Iglesia?

San Juan XXIII[1], el llamado “papa bueno”, comentó en cierta ocasión: “Siempre que tengo que afrontar una entrevista difícil, le digo a mi ángel de la guarda: Ve tú primero, ponte de acuerdo con el ángel de la guarda de mi interlocutor y prepara el terreno. Es un medio extraordinario, aún en aquellos encuentros más temidos o inciertos.”.

La palabra “ángel” se deriva de la palabra griega aggelos, la cual significa “mensajero”. La palabra correspondiente en hebreo ma’lak también tiene el mismo significado.

San Agustín dice respecto a ellos: “El nombre de ángel indica su oficio, no su naturaleza. Si preguntas por su naturaleza, te diré que es un espíritu; si preguntas por lo que hace, te diré que es un ángel”.

El credo niceno comienza diciendo: “Creo en un solo Dios, Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible.”.

A este mundo invisible pertenecen estos seres espirituales que han sido creados por Dios (Colosenses 1:16-17) —antes de la creación del hombre (Job 38:4-7) —, inmortales, dotados de inteligencia y de voluntad, en el que Cristo es el centro de su mundo.

Los ángeles, al igual que el hombre, no siempre han obedecido la voluntad de Dios: “Porque si Dios no perdonó a los ángeles cuando pecaron, sino que los arrojó al infierno y los entregó a fosos de tinieblas,…” 2 Pedro 2:4.

Santo Tomás de Aquino sostenía que era válido pensar que de la misma forma en que la creación visible de Dios había sido tan prolífica y variada, igual debería serlo para ese mundo invisible.

Porque todos los ángeles son espíritus al servicio de Dios, enviados en ayuda de quienes han de recibir en herencia la salvación” Hebreos 1:14. Es decir que los ángeles son espíritus ministradores que no tienen cuerpo. El Señor Jesús afirmó “… un espíritu no tiene carne ni huesos, como ustedes ven que tengo yo” (Lucas 24:39). Sin embargo, en ciertos casos los ángeles pueden adquirir forma humana[2] “No se olviden de ser amables con los que lleguen a su casa, pues de esa manera, sin saberlo, algunos hospedaron ángeles.” Hebreos 13:2.

A lo largo de todas las Escrituras, los ángeles han desempeñado diferentes roles, como por ejemplo: cierran el paraíso terrenal (Génesis 3:24), protegen a Lot (Génesis 19), salvan a Agar y a su hijo (Génesis 21:17), detienen la mano de Abraham (Génesis 11), la ley es comunicada por su ministerio (Hechos 7:53), conducen el pueblo de Dios (Éxodo 23:20-23), anuncian nacimientos (Jueces 13; Lucas1:5-26) y vocaciones (Jueces 6:11-24; Isaías 6:6), asisten a los profetas (1 Romanos 19:5), protegen al niño Jesús de las manos de Herodes que lo quiere matar al advertirle a José en sueños que debe huir a Egipto (Mateo 2:13-14), etc.

La inmensa mayoría de los pasajes bíblicos que nos hablan de los ángeles no se les menciona con alas, sin embargo en los pocos pasajes que se hablan de seres especiales, que bien podrían asimilarse a los ángeles, sí se les menciona con alas[3], tal es el caso de Isaías 6:2 “Unos seres como de fuego estaban por encima de él. Cada uno tenía seis alas. Con dos alas se cubrían la cara, con otras dos se cubrían la parte inferior del cuerpo y con las otras dos volaban.”.

Aunque Hollywood ha hecho un gran daño personificando siempre los ángeles como seres de blancos ropajes y esplendorosas alas, lo cierto es que nunca la Biblia nos muestra a estos seres espirituales como esos niños regordetes con alitas y apenas una corta tela que cubre sus partes íntimas, que aparecen en innumerables iconografías, libros y esculturas.

Tampoco ocurre lo que muchas personas piensan, que al morir –en especial si es un niño– se convierte en un ángel en el cielo. Ciertamente esta figura nos sirve para dar consuelo a los que le sobreviven al difunto, pero Mateo 22:30 nos explica que los ángeles son diferentes a los humanos, y Hebreos 12:22-23 nos avanza que seremos recibidos en el Cielo por “muchos miles de ángeles”. Dos grupos de criaturas de Dios pero de diferente naturaleza.

La Biblia habla con nombre propio de tres ángeles, por lo que al tener nombre propio se les considera de mayor jerarquía, dándoles el título de arcángeles:

Arcángel Gabriel cuyo nombre significa “Fortaleza de Dios”, “Poder de Dios” o “Fuerza de Dios”, aparece por primera vez en el Libro de Daniel en los capítulos 8 y 9. Es Gabriel quien le anuncia a Zacarías que será el padre del Precursor (Lucas 1:5-20) y a María que será la madre del Salvador (Lucas 1:26-38).

Arcángel Miguel que significa “Quien como Dios” y es mencionado en los Libros de Josué y Daniel. Fue el protector del pueblo de Israel durante su marcha por el desierto.

Arcángel Rafael que significa “Dios sana”, “Dios ha sanado” o “medicina de Dios” y es el inseparable compañero de Tobías, hijo de Tobit, en su largo y peligroso viaje para conseguir a su piadosa esposa. Solo aparece en este Libro de Tobías.

El Ángel de la guarda

Dios ama infinitamente a cada uno de los hombres. Tanto nos ama que ha dispuesto un ángel especialmente para cada uno, independiente de su creencia o religión. Este ángel se llama el Ángel Custodio o el Ángel de la Guarda.

Así como un padre siempre quiere que sus hijos pequeños vayan acompañados por un adulto cuando van a ir a un lugar que les puede ofrecer algún tipo de peligro, de igual manera nuestro Padre Celestial nos da este ángel para que nos acompañe en este peregrinar por la tierra que ofrece muchos peligros a nuestra alma.

Los ángeles de la guarda están constantemente a nuestro lado, no se separan de nosotros ni un momento, aun cuando estamos durmiendo; y no nos ayudan solo cuando los necesitamos sino que siempre están para protegernos.

Santo Tomás de Aquino expone, que incluso el alma que ha de pasar por el Purgatorio antes de llegar al Cielo, sigue asistida por su ángel custodio para consolarla y animarla hasta su destino final.

Dice el Catecismo Romano en su Cuarta Parte, capítulo VII en el Preámbulo de la Oración Dominical, numeral 4-6:

“… que la Providencia divina ha designado a cada hombre, desde su nacimiento, un ángel custodio (Génesis 48:16; Tobías 5:21; Salmo 90:11) para que lo cuide, lo socorra y proteja de todo peligro grave (Mateo 18:10; Hechos 12:15; Hebreos 1:14.), y sea nuestro compañero de viaje. Cuán grande sea la utilidad que resulta a los hombres de la guarda de los ángeles, se desprende fácilmente de las Sagradas Escrituras, especialmente de la historia de Tobías, donde se nos cuentan los muchos bienes que concedió a Tobías el ángel San Rafael, y de la liberación de San Pedro de la prisión en que estaba (Hechos 5:22-24).”

Dice el Catecismo de la Iglesia Católica en su numeral 352 y 336 respectivamente:

“La Iglesia venera a los ángeles que la ayudan en su peregrinar terrestre y protegen a todo ser humano”

“Desde su comienzo (Mateo 18, 10) hasta la muerte (Lucas 16, 22), la vida humana está rodeada de su custodia (Salmos 34:8; 91:10-13) y de su intercesión (Job 33:23-24; Zacarías 1:12; Tobit 12:12). “Nadie podrá negar que cada fiel tiene a su lado un ángel como protector y pastor para conducir su vida” (San Basilio Magno, Adversus Eunomium, 3, 1: PG 29, 656B). Desde esta tierra, la vida cristiana participa, por la fe, en la sociedad bienaventurada de los ángeles y de los hombres, unidos en Dios.”

Los ángeles y la Nueva Era

El movimiento de la Nueva Era[4] mezcla en todo su conjunto de creencias a los ángeles, introduciendo una serie de ideas erróneas contrarias a la doctrina que nos enseña la Iglesia.

La gran proliferación de las diversas corrientes de la Nueva Era, tales como la cábala, el reiki, el tantra, etc., han popularizado palabras muy comunes en el cristianismo —con el propósito de “venderse” inofensivas entre los cristianos— tales como dios, espíritu, luz, milagros y ángeles, por mencionar algunas, pero con significados e ideas distantes a las que nos revelan las Sagradas Escrituras. El dios de ellos no es el Dios de Abraham, Isaac e Israel, el espíritu de ellos no es el que descendió sobre los apóstoles en Pentecostés (Hechos 2:3-4), la luz de ellos no es la luz a la que se refiere Jesús cuando dice “Yo soy la luz” (Juan 8:12), los milagros de ellos no son los milagros que Jesús operó en la tierra, y los ángeles de ellos no son los ángeles que le cantan sin cesar al Rey de reyes en su trono celestial (Apocalipsis 4:1-11).

Los seguidores de los movimientos de Nueva Era se han encargado de hacer una explosión publicitaria de los ángeles y de su supuesto poder para ayudarnos en el amor, en los negocios, en la salud, en mejorar los malos hábitos y hasta en el juego. Han llegado a ponerles colores a los ángeles según su especialidad. Las Sagradas Escrituras para nada nos revelan que los ángeles se especialicen en una determinada área de las actividades de los hombres, ni mucho menos que tengan asociados algún color particular, excepto el blanco “como la nieve” (Mateo 28:3).

Como se ha expuesto, las Sagradas Escrituras nos revelan que existen los ángeles y que cada uno de nosotros tiene un solo custodio que nos protege siempre. La Nueva Era proclama que estamos rodeados de muchos ángeles a nuestro servicio, lo cual riñe con la enseñanza de la Iglesia con respecto al Ángel de la Guarda.

 Nos comunicamos con ellos a través de la oración y no a través de cristales o de velas como usa la Nueva Era.

Los ángeles son parte importante de la Iglesia, y deben serlo también para nosotros, pero no los podemos igualar a Dios o la Santísima Virgen o a los santos. Están para ayudarnos, pero no es la única ayuda disponible. No son seres de “energía” ni de “luz”, ellos son criaturas de Dios, por lo que no los podemos adorar como si fueran dioses, ni poseen la capacidad de efectuar milagros, ya que eso solo lo puede hacer Dios, aunque si poseen la capacidad de interceder por nosotros.

Los santos

Una técnica muy usada por los entrenadores deportivos, es que sus estudiantes vean videos de aquellos astros que sobresalieron en sus respectivas disciplinas, para que intenten imitar sus movimientos, posturas, actuaciones, etc. “Ese es el modelo a seguir”. Tal vez los estudiantes nunca logren llegar al nivel de aquellos astros deportivos, como su entrenador pretende, pero ahí está el modelo a seguir.

La Iglesia nos pone a todos los santos, como modelos para ser imitados.

En la historia de la Iglesia, ha habido toda clase de modelos de santidad. Jóvenes como Santo Domingo Savio (1842-1857) que murió tres semanas antes de cumplir los 15 años de edad o José Luis Sánchez del Río (1913-1928) mártir a los 14 años de edad. Poseedores de inmensas fortunas que destinaron a los más necesitados como San Nicolás de Mira (270-343) o Santa Catalina María Drexel (1858-1955). Pobres como San Francisco de Asís (1181-1226). Casadas y con hijos como Santa Mónica (331-387) o Santa Rita de Casia (1381-1457). Reinas como Santa Isabel de Portugal (1271-1336) o reyes como San Esteban I de Hungría (975-1038). Esclavas como Santa Josefina Bakhita (1869-1947).

Algunas iglesias protestantes dicen que no se necesita otro modelo de santidad diferente al de Jesús, sin embargo el mismo san Pablo nos dice: “Así yo vine a ser ejemplo de los que habían de creer en él para obtener la vida eterna” (1 Timoteo 1:16) o, “Hermanos, sigan mi ejemplo y fíjense también en los que viven según el ejemplo que nosotros les hemos dado a ustedes.”(Filipenses 3:17). Así que cada santo logró desarrollar una o más virtudes en medio de sus propias circunstancias debido al lugar donde nació, a la época en que vivió y al entorno en que creció. De esta forma podemos buscar identificarnos con fragmentos de sus vidas, sirviéndonos de inspiración para imitarlos.

Todos estamos llamados a la santidad. No solo algunos. ¡Todos!. Tanto el Antiguo Testamento — “Sean ustedes santos, pues yo, el Señor su Dios, soy santo.” (Levítico 19:2) —, como el Nuevo Testamento — “Sean ustedes perfectos, como su Padre que está en el cielo es perfecto” (Mateo 5:48) — nos hacen un llamado a la santidad.

No nos debería dar pena expresar que queremos ser santos, ya que todos queremos estar en el cielo cuando dejemos la tierra, y tan pronto entremos en el cielo, lo haremos con el título de San Fulano de Tal, ya que todos los que están en el cielo son santos, incluyendo al “buen ladrón”[5] (Dimas) que murió junto a Jesús “Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lucas 23:43).

La santidad es obra del Espíritu Santo. Pero Él no se impone ante el hombre. Es necesaria la respuesta libre de nosotros. Quien ama a Dios desea corresponderle con todo el corazón y se esfuerza y persevera en hacer su voluntad.

Antes que el cardenal Joseph Ratzinger fuera nombrado papa el 19 de abril del 2005, siendo en ese entonces el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, escribió un artículo en L’Osservatore Romano el 6 de octubre del 2002 en referencia a la canonización de san Josemaría Escrivá de Balaguer fundador del Opus Dei, en el que se puede leer:

“…En esta perspectiva se comprende mejor qué significa santidad y vocación universal a la santidad. Conociendo un poco la historia de los santos, sabiendo que en los procesos de canonización se busca la virtud “heroica” podemos tener, casi inevitablemente, un concepto equivocado de la santidad porque tendemos a pensar: “esto no es para mí”; “yo no me siento capaz de practicar virtudes heroicas”; “es un ideal demasiado alto para mí”. En ese caso la santidad estaría reservada para algunos “grandes” de quienes vemos sus imágenes en los altares y que son muy diferentes a nosotros, normales pecadores. Esa sería una idea totalmente equivocada de la santidad, una concepción errónea que ha sido corregida — y esto me parece un punto central— precisamente por Josemaría Escrivá.

Virtud heroica no quiere decir que el santo sea una especie de “gimnasta” de la santidad, que realiza unos ejercicios inasequibles para las personas normales. Quiere decir, por el contrario, que en la vida de un hombre se revela la presencia de Dios, y queda más patente todo lo que el hombre no es capaz de hacer por sí mismo. Quizá, en el fondo, se trate de una cuestión terminológica, porque el adjetivo “heroico” ha sido con frecuencia mal interpretado. Virtud heroica no significa exactamente que uno hace cosas grandes por sí mismo, sino que en su vida aparecen realidades que no ha hecho él, porque él sólo ha estado disponible para dejar que Dios actuara. Con otras palabras, ser santo no es otra cosa que hablar con Dios como un amigo habla con el amigo. Esto es la santidad.

Ser santo no comporta ser superior a los demás; por el contrario, el santo puede ser muy débil, y contar con numerosos errores en su vida. La santidad es el contacto profundo con Dios: es hacerse amigo de Dios, dejar obrar al Otro, el Único que puede hacer realmente que este mundo sea bueno y feliz. Cuando Josemaría Escrivá habla de que todos los hombres estamos llamados a ser santos, me parece que en el fondo está refiriéndose a su personal experiencia, porque nunca hizo por sí mismo cosas increíbles, sino que se limitó a dejar obrar a Dios. Y por eso ha nacido una gran renovación, una fuerza de bien en el mundo, aunque permanezcan presentes todas las debilidades humanas.

Verdaderamente todos somos capaces, todos estamos llamados a abrirnos a esa amistad con Dios, a no soltarnos de sus manos, a no cansarnos de volver y retornar al Señor hablando con Él como se habla con un amigo sabiendo, con certeza, que el Señor es el verdadero amigo de todos, también de todos los que no son capaces de hacer por sí mismos cosas grandes.”

Proceso de beatificación y canonización

El proceso formal de canonización tuvo una larga etapa de formación que comenzó en 993 y termino en 1588 con la creación de la Congregación de Ritos, que es la antecesora de la actual Congregación para las Causas de los Santos, creada por el papa Pablo VI en 1969.

La beatificación es el primer paso para la canonización. Es declarada por la Congregación para las Causas de los Santos y certifica que la persona vivió ejerciendo en grado heroico las virtudes cristianas y/o tuvo muerte de mártir y está ahora en el cielo.

El proceso de beatificación por un difunto comienza cuando la feligresía le dice al obispo que esa persona “fue un(a) verdadero santo(a)”. Sí el obispo encuentra fundada la petición, nombra una comisión que por largo tiempo investiga a fondo la vida de la persona, para verificar su fama de santidad. La información recaudada es enviada al Vaticano, específicamente a la Congregación para las Causas de los Santos.

Cuando la Congregación recibe toda la documentación, historiadores y teólogos continúan documentando la vida de la persona poniendo especial interés en la parte espiritual, obediencia a las enseñanzas de la Iglesia y signos de heroísmo.

Al encontrarse en la persona estas “virtudes heroicas” se declara a la persona como “Venerable siervo de Dios”, certificándose de esta manera que la persona entra oficialmente en el proceso de una eventual beatificación.

Durante este trabajo o después de haberlo concluido, se espera por la ocurrencia de un milagro atribuible a la intercesión de la persona en cuestión —si se trata de un mártir, no es necesaria la prueba del milagro[6]. Cuando la feligresía que inició el proceso reporta el milagro, se convoca un comité médico formado por más de 60 expertos especialistas en diversos campos de la medicina. Ellos harán todo lo posible por explicar científicamente el supuesto milagro.

Cuando el comité médico no encuentra explicación científica, la Congregación para las Causas de los Santos emitirá el veredicto de milagro si la curación fue inmediata, completa y duradera. El milagro ocurrido por la intercesión de la persona, constituye una prueba que confirma que esa persona está en el cielo en comunión con Dios, permitiendo a la Congregación declarar a la persona Beato. Como tal, la persona puede ser venerada en su diócesis y se queda a la espera de un segundo milagro para su canonización.

Una vez canonizada la persona por su santidad el papa, se le cambia el nombre de Beato por el de Santo y puede ser venerado en todo el mundo.

La comunión de los santos

Cuando rezamos el credo de los apóstoles, en su último párrafo decimos “Creo en el Espíritu Santo, la santa Iglesia católica, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna”. San Nicetas de Remesiana[7] decía: “¿Qué es la Iglesia, sino la asamblea de todos los santos?”.

Entre los muchos documentos emanados por el Concilio Vaticano II, está la “Constitución Dogmática Sobre La Iglesia Lumen Gentium” del 21 de noviembre de 1964, en el que se puede leer:

“Así, pues, hasta que el Señor venga revestido de majestad y acompañado de sus ángeles (cf. Mt 25, 31) y, destruida la muerte, le sean sometidas todas las cosas (cf. 1 Co 15, 26-27), de sus discípulos, unos peregrinan en la tierra; otros, ya difuntos, se purifican; otros, finalmente, gozan de la gloria, contemplando «claramente a Dios mismo, Uno y Trino, tal como es»[8] Articulo 49.

Entonces podemos decir que la “comunión de los santos” es la unión común que tenemos con Jesucristo –cabeza de la Iglesia– los que estamos vivos en la tierra, con todos los santos en el cielo y con todas las almas del purgatorio, formando un solo cuerpo.

“Porque así como en un solo cuerpo tenemos muchos miembros, y no todos los miembros sirven para lo mismo, así también nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo en Cristo y estamos unidos unos a otros como miembros de un mismo cuerpo.” Romanos 12:4-5

La intercesión de los santos

Desde tiempos muy remotos, más allá del siglo II, ha existido la tradición de hacer nueve días de oración por un difunto. Este es un ejemplo de intercesión. Desde la tierra le pedimos a Dios que tenga misericordia del alma del difunto, que perdone sus pecados y que le permita gozar eternamente de su presencia en el cielo lo antes posible.

Cuando le pedimos a otra persona que por favor ore por la pronta recuperación de un ser querido que se encuentra enfermo, o por una necesidad específica, esa persona está mediando o intercediendo por nosotros ante Dios.

El ejemplo más antiguo de intercesión que tenemos en las Sagradas Escrituras se remonta a los tiempos de Abraham, cuando intercede por el pueblo de Sodoma y Gomorra.

“Dos de los visitantes se fueron de allí a Sodoma, pero Abraham se quedó todavía ante el Señor. Se acercó un poco más a él, y le preguntó:

— ¿Vas a destruir a los inocentes junto con los culpables? Tal vez haya cincuenta personas inocentes en la ciudad. A pesar de eso, ¿destruirás la ciudad y no la perdonarás por esos cincuenta? ¡No es posible que hagas eso de matar al inocente junto con el culpable, como si los dos hubieran cometido los mismos pecados! ¡No hagas eso! Tú, que eres el Juez supremo de todo el mundo, ¿no harás justicia?” Génesis 18:22-25

Esta famosa “negociación” entre Dios y Abraham, es la misma que podría hacer por nosotros algún santo que ya se encuentra en el cielo, al cual le pedimos que medie por nosotros ante nuestro Señor para que nos conceda alguna gracia en particular.

Los santos no pueden hacer milagros ni conceder estas gracias, ya que eso es solo potestad de nuestro Padre celestial, pero pueden ayudarnos a que se hagan realidad.

El problema de los protestantes con la Santa Virgen María, nuestra mediadora por excelencia, surge de su papel de intercesora con Dios por nosotros. En las bodas de Caná de Galilea (Juan 2:1-11), María intercede para que Jesús realice algo que aparentemente no quería hacer. La intervención de la Virgen María en el primer milagro de su Hijo no es accidental. El pasaje de las bodas de Caná pone de relieve el papel cooperador de María en la misión de Jesús.

La segunda parte del Ave María[9] (Santa María, madre de Dios ruega por nosotros…), fue adicionada en el siglo XV por san Pio V en 1568 y rechazada por los reformistas protestantes de la época, por su negación a la doctrina de la intercesión de los santos.

 

 


[1] Su pontificado empezó el 4 de noviembre de 1958 y terminó con su muerte el 3 de junio de 1963. Convocó el XXI Concilio Ecuménico, posteriormente llamado Concilio Vaticano II.

[2] En Génesis 18 y 19 vemos dos ángeles que adquieren forma de simples viajeros.

[3] En todo el capítulo 10 del profeta Ezequiel, se hace referencia repetidas veces a unos seres alados, que seguramente se refieren a ángeles.

[4] Para un mayor discernimiento sobre la pedagogía de la Iglesia con respecto a este movimiento, se puede leer el documento titulado JESUCRISTO PORTADOR DEL AGUA DE LA VIDA, Una reflexión cristiana sobre la “Nueva Era” en http://www.vatican.va/roman_curia/pontifical_councils/interelg/documents/rc_pc_interelg_doc_20030203_new-age_sp.html

[5] La fiesta de San Dimas se celebra el 25 de marzo.

[6] Es prerrogativa del Sumo Pontífice, omitir este requisito, como ocurrió con la canonización del Beato Juan XXIII por parte del papa Francisco el 5 de julio del 2013, o como hiciere el su momento el papa Juan XXIII con la canonización de San Gregorio Barbarigo (cardenal italiano del siglo XV).

[7] Obispo de Remesiana (actual Serbia) que nació en Grecia en el 335 y falleció en el 414 d.C.

[8] Concilio Florentino, Decretum pro Graecis: Denz. 693 (1305).

[9] La segunda parte de la oración ya era empleada en la Letanía de los Santos. En documentos del siglo XIII, pertenecientes a las Siervas de María del Convento de la Beata María Virgen Saludada por el Ángel, en Florencia, se lee esta oración: “Ave dulcísima e inmaculada Virgen María, llena de gracia, el Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, madre de la gracia y de la misericordia, ruega por nosotros ahora y en la hora de la muerte. Amén”.

 

Aborto

¿El aborto es aceptable en caso de una violación?

En agosto del 2008, la encuestadora CONICET[1] y cuatro universidades más, realizaron una gran encuesta a nivel nacional en Argentina sobre los aspectos religiosos de sus habitantes. El 68.6% se declararon católicos. El 43.8%[2] de los católicos consultados considera que el aborto “debe estar permitido solo en algunas circunstancias”. Aunque no lo dice, se infiere que entre esas circunstancias debe contarse por ejemplo, cuando el embarazo es producto de una violación. La aceptación sube en la capital federal y los grandes centros urbanos.

Este es otro de esos grandes temas en donde se demuestra esa incoherencia entre nuestra vida como católicos y el aceptar prácticas que le son contrarias a ella.

La Congregación para la Doctrina de la Fe, en su “Declaración Sobre el Aborto” del 18 de noviembre de 1974, dice en su capítulo III, numeral 12 y 13:

“[…] Desde el momento de la fecundación del óvulo, queda inaugurada una vida que no es ni la del padre ni la de la madre, sino la de un nuevo ser humano que se desarrolla por sí mismo. No llegará a ser nunca humano si no lo es ya entonces.

A esta evidencia de siempre, la ciencia genética moderna aporta preciosas confirmaciones. Ella ha demostrado que desde el primer instante queda fijado el programa de lo que será este ser viviente: un hombre, individual, con sus notas características ya bien determinadas. Con la fecundación ha comenzado la aventura de una vida humana, cada una de cuyas grandes capacidades exige tiempo, un largo tiempo, para ponerse a punto y estar en condiciones de actuar.”

Este pensamiento de la Iglesia ha estado presente desde el siglo I, afirmando que todo aborto provocado es contrario al quinto mandamiento de la Ley de Dios: “No mataras” (Éxodo 20:13). En el segundo capítulo de la Didajé[3] se lee: “No matarás el embrión mediante el aborto, no darás muerte al recién nacido”.

Medicamente se sabe que en el mismo instante que se une el esperma del hombre con el ovulo de la mujer, toda la información genética necesaria para desarrollar un ser humano está completa y que ese nuevo ser es totalmente independiente del de la madre.

El cuerpo de una mujer nunca va a rechazar a su nariz y expulsarla, ni a su oreja, ni a una pierna, porque esos miembros son parte de su cuerpo. Pero sí se dan casos en que el cuerpo de una mujer rechace al bebé que está gestando y se produzca un aborto natural o espontáneo. El cuerpo de la madre reconoce que ese bebé es otro ser y no siempre se aceptan mutuamente.

Falsas creencias

Según estadísticas de la Oficina de Drogas y Crímenes de las Naciones Unidas (UNODC por sus siglas en ingles), anualmente se reportan[4] unos 250.000 casos de asalto sexual a mujeres en los Estados Unidos, de los cuales terminan en embarazo entre el 7 y el 10%.

Se asume comúnmente que las víctimas de estas agresiones sexuales que han quedado en estado de embarazo, querrían naturalmente efectuarse un aborto. Pero en un estudio realizado por la Dra. Sandra Kathleen Mahkorn y el Dr. William V. Dolan mostró que más del 70% de estas mujeres, optó por dar a luz a sus bebés[5].

De las que abortaron, muchas lo hicieron por presiones familiares o por recomendación de los trabajadores de la salud que las atendieron después del incidente.

Muchas personas que aprueban el aborto en estas circunstancias, consideran que el procedimiento al menos le ayudará a la víctima a dejar atrás la agresión y continuar con su vida en forma normal. El estudio mostró evidencia que el aborto en estas mujeres, no actuó como una “mágica” cirugía que devolvía el tiempo y las retornaba a su estado anterior de no embarazadas.

No más violencia

En agosto del 2004 el Dr. David Reardon, Ph.D en ética biomédica, presentó a la comunidad médica un estudio titulado “Violación, incesto y aborto: Buscando más allá de los mitos”. Dicho estudio encontró varias razones por las cuales las mujeres embarazadas producto de un abuso sexual, se habían negado a realizar un aborto.

Muchas de ellas reportaron que un aborto solo les agregaría más recuerdos traumáticos a una experiencia de por si altamente traumática y dolorosa.

Mujeres que se han practicado un aborto, lo han llegado a llamar una “violación médica” por sus similitudes con la violación. El aborto generalmente es realizado con aparatos que son introducidos en la mujer por vía vaginal por un médico que tiene la cara cubierta. Una vez la paciente está en la mesa de operaciones, pierde control sobre su cuerpo y concentra su atención en sentir cómo le es violentamente extraído su hijo del vientre. Al igual que ellas fueron violentadas en estado de total indefensión, su hijo se encuentra en el mismo estado de indefensión cuando es brutalmente asesinado. De victimas pasarían a ser victimarias. Al igual que nadie la ayudó a ella a escapar de la agresión, ella tampoco está ayudando a su hijo a escapar de su trágico destino. En la violación le roban su pureza, en el aborto le roban su maternidad.

Es duro ser madre “a la fuerza”. Pero es más duro ser criminal por propia voluntad. La mujer que aborta al propio hijo, aunque haya sido concebido en un acto abusivo por parte de un hombre sin escrúpulos, entra a formar parte del mundo despiadado del individuo que la violentó. Entra en la lógica de la injusticia que quiere eliminar. En palabras del filósofo Sócrates[6]: “Es mejor sufrir la injusticia que cometerla”.

Mujeres que se han practicado un aborto y otras que han sido víctima de una agresión sexual, comparten muchos de los sentimientos post traumáticos. Ambas han reportado sentirse vacías, culpables, depresivas, se sienten “sucias”, bajas de autoestima y guardan resentimientos contra los hombres.

Varias mujeres que abortaron a sus bebés fruto de una agresión, han reportado que el recuerdo del aborto las ha perseguido toda la vida, mientras que el de la agresión lo logran superar con el tiempo.

En el estudio del Dr. Reardon se determinaron otras razones que llevaron a las madres a continuar con los embarazos.

  • Consideran el aborto una afrenta contra sus principios morales y religiosos.
  • Sus hijos pueden tener un significado intrínseco o un propósito que ellas en ese momento no entienden, pero que Dios o el destino puede “usar” a ese niño para un propósito más grande. Es una elección que saca algo bueno de lo que es malo.
  • Muchas de las mujeres que fueron agredidas, aumentaron el sentido del valor de la vida y el respeto por el prójimo. Al ellas haber sido victimizadas no toleran la idea de ellas volverse el verdugo de su propio hijo.
  • De forma inconsciente, ellas piensan que si superan el embarazo, ellas habrán conquistado la violación. Al dar a luz reclamarán algo de la autoestima perdida. Dar a luz, especialmente cuando la concepción no fue deseada, es un acto totalmente desinteresado y generoso, un despliegue de coraje, fuerza y honor. Es la prueba de que la abusada es mejor que el violador. Mientras él fue egoísta, ella puede ser generosa. Mientras él destruyó, ella puede dar cuidados.

Accidente

Entre los varios significados de la palabra “accidente”, el diccionario de la Real Academia Española tiene: “Suceso eventual que altera el orden regular de las cosas”.

Sin lugar a dudas, podemos decir que una violación es un accidente. Si produce un embarazo, es un efecto colateral de este accidente.

Imaginemos por un momento que una madre acompañada por su pequeño hijo de cuatro años va al banco a realizar una transacción. Estando dentro del banco, unos asaltantes entran a robar el banco. Inmediatamente se desarrolla una balacera entre los ladrones y el vigilante. Desafortunadamente el pequeño niño recibe una bala que le destroza una parte de la columna vertebral. El pequeño sobrevive, pero ha quedado cuadripléjico por el resto de su vida.

Tanto lo que le pasó a la madre del niño, como lo que le pasa a la mujer asaltada sexualmente constituyen un accidente. Un terrible accidente.

La mujer no quiere un hijo producto de una violación. La madre no quiere un hijo cuadripléjico. La mujer quiere retomar su vida tal y como estaba antes del ataque. La madre quiere volver a ser la madre de un hijo que se mueve por sí mismo. De la misma forma en que es impensable que la madre mate a su hijo porque ella no lo desea cuadripléjico, debería ser impensable que la mujer mate a su hijo por ser fruto de una relación que ella no deseaba.

Un testimonio

La señora Kay Zibolsky además de ser la fundadora de la liga “Life After Assault League” (Vida Después de un Asalto), es la autora de varios libros, entre ellos “Sanando Heridas Ocultas” donde narra la historia de su vida. Durante una conferencia televisada narró apartes de este libro:

“Fui violada a punta de cuchillo a menos de una cuadra de casa, cuando tenía solo 16 años.

Mi asaltante desconocido se perdió en la noche, dejándome herida después de haberme amenazado para que no lo dijera a nadie.

Por 27 años no lo conté nunca, excepto a mi esposo muchos años después.

Concebí y di a luz una niña después de la violación, ella era preciosa, y es lo único bueno que resultó de ésta experiencia.

Cuando Robín tenía 18 meses la di en adopción, pero Dios tenía un plan especial.

Después de mi propio proceso de sanación, me había preparado y nos conocimos cuando ella tenía 27 años.

Sus primeras palabras para mí fueron: «Caramba, me alegro muchísimo de que no te hayas hecho el aborto».

Robín resultó ser una parte importante del proceso de sanación y le doy gracias a Dios hoy en día, porque no hice nada en mi juventud por lo cual hubiera tenido que sufrir el resto de mi vida, ya que no le hubiera dado la oportunidad a mi niña de decirme aquellas conmovedoras palabras.

El mal llamado aborto «legal y seguro» la hubiera silenciado para siempre.

Hoy en día Robín tiene 33 años y está muy contenta de estar viva.

Ahora yo estoy trabajando para ayudar a otras víctimas, llevándoles la verdad y el poder de sanación que sólo Jesús da. Dios conoció a Robín cuando era formada en mi vientre y conoce a todos los demás que han sido concebidos a través de la violencia, de la violación y el incesto.

Aún en estas circunstancias son todos preciosos para Él y tienen un destino tan importante como el tuyo y el mío, si sólo les das la oportunidad de probarlo.

También tengo una hija concebida de mi matrimonio y nadie que no lo sepa, puede decirme cuál de mis hijas fue concebida en el acto de la violación.

El aborto es la segunda violación, pero más traumática aún porque es un pecado y la violación no lo es (para la víctima) y más tarde o más temprano tenemos que dar cuenta de nuestros pecados”

 

 


[1] Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. El CONICET es el principal organismo del gobierno dedicado a la promoción de la ciencia y la tecnología en Argentina.

[2] Aunque esta estadística es de un solo país latinoamericano, coincide con estadísticas similares de otros países dentro del mismo continente y de Europa, no incluidas en esta obra por no haber podido corroborarse las fuentes.

[3] Obra de la literatura cristiana primitiva que lleva como título Enseñanza de los doce apóstoles escrita antes de destrucción del Templo de Jerusalén en el 70 d.C. Encontrada en 1873 y publicada en 1883.

[4] El asalto sexual es uno de los delitos que mayormente no se reportan a las autoridades, estimándose entre el 70 y 80% de los casos que no se reportan.

[5] Sandra Mahkorn, “Pregnancy and Sexual Assault,” The Psychological Aspects of Abortion, eds. Mall & Watts, (Washington, D.C., University Publications of America, 1979) 55-69.

[6] Filósofo griego del siglo V a.C.

 

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