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¿Dios existe?

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ARGUMENTO: NO EXISTE DISEÑO SIN DISEÑADOR

¡Qué tontos son aquellos que no toman en cuenta a Dios! Son tan tontos que no ven todo lo que Dios ha hecho, ni lo reconocen como el Dios creador. En cambio, reconocieron como dioses al fuego, al viento y a la suave brisa; a los mares, a los ríos y a las estrellas del cielo. Tan bellas les parecieron esas cosas que las consideraron dioses. Debieron haber sabido que más bello y hermoso es nuestro Dios, quien hizo todo lo que ellos adoran. ¡Dios es el creador de todo lo que es bello y hermoso! Si la energía y el poder de todo eso les causó tanta admiración, debieron darse cuenta que mucho más poderoso es el Dios de Israel quien los creó. Cuando vemos la grandeza y la belleza de todo lo creado, tenemos que reconocer el poder de nuestro Creador.

 Sabiduría 13,1-5

 

Durante siglos, la humanidad dio por cierto que el mundo era plano, a pesar de la enorme evidencia que mostraba lo contrario. Aristóteles (siglo iv a.C.) fue una de las primeras personas en hablar de la Tierra como una esfera y se atrevió incluso a calcular su circunferencia. Un par de siglos más tarde, el matemático griego Eratóstenes ofreció un mejor cálculo y habló por primera vez de la inclinación del planeta. Para el siglo xiii, el libro de astronomía más influyente, De sphaera mundi, del irlandés Johannes de Sacrobosco, libro de lectura obligada para los estudiantes de todas las universidades occidentales de la época, describía al mundo como una esfera. Sin embargo, no faltaron los «ateos» de la redondez de la Tierra que se negaban a aceptar todas las evidencias que la astronomía, la matemática y la geografía aportaban. Sus ojos veían un planeta plano y les parecía absurda cualquier sugerencia diferente.

La prueba reina de la redondez del planeta no llegaría sino hasta el siglo xx cuando, el 24 de octubre de 1946, un misil intercontinental alemán tomó la primera fotografía de la Tierra desde el espacio, comprobando sin lugar a duda lo que por tantos siglos la ciencia había demostrado: que efectivamente es redonda.

A pesar de toda esta evidencia, puede parecer sorprendente que en el presente existan personas que siguen negando la redondez de nuestro planeta. Samuel Shenton es una de ellas. Oriundo del Reino Unido y miembro de la Real Sociedad Astronómica[1] y de la Real Sociedad Geográfica[2], Shenton fundó en 1956 la Flat Earth Society[3] y fue su presidente y principal orador hasta su fallecimiento en 1971. Hizo cientos de apariciones en televisión, universidades y diferentes congresos científicos defendiendo su teoría y tratando de rebatir todas las pruebas contrarias —incluyendo las fotográficas, que explicaba como simples aberraciones ópticas producto de la curvatura de las lentes, en el mejor de los casos, o como manipulaciones, en el peor de ellos—. La Sociedad cuenta en la actualidad con miles de afiliados, incluyendo profesores universitarios y académicos de diversas áreas[4].

Así como hay personas que se niegan a reconocer la redondez de la Tierra a pesar de la evidencia existente, hay otras que niegan la existencia de Dios o de un creador, a pesar de la evidencia que disponemos. Gracias al enorme desarrollo científico de los últimos años, es más incuestionable que el mundo es la obra del Creador. La famosa frase de Albert Einstein, «el hombre encuentra a Dios detrás de cada puerta que la ciencia logra abrir», así lo afirma. A pesar de que Einstein no era creyente, sí quiso referirse a un «creador» como el artífice de todo. Esta idea contradice la afirmación de los ateos de que la simple fuerza de la aleatoriedad de la naturaleza es la causa de todo lo que existe.

Quiero hacer una aclaración con respecto a los ateos. Al igual que hay jugadores profesionales de fútbol que dedican toda su vida a ese deporte y buscan vivir de él, existen también los que una que otra tarde juega un rato en el jardín de sus casas con sus hijos y por eso se creen expertos del balón. Del mismo modo, hay ateos de muchas clases. Los hay intelectuales, que escudriñan información que pueda «demostrar» su creencia y gustan del debate y la argumentación. Los hay activistas, que buscan convencer a la mayor cantidad de personas posibles para que piensen como ellos. Los hay antiteístas, que, aunque creen que «algo» y no «alguien» creó las cosas de nuestro universo, ven la religión como sinónimo de ignorancia y consideran a cualquier persona o institución asociada a aquella como retrógrada y hasta perjudicial para la sociedad. Finalmente, están los no teístas, quienes simplemente no tienen ningún interés en aprender sobre estos temas, más por apatía y por sentimientos antirreligiosos que por convicción; no saben y no les interesa saber. A lo largo del libro, cuando me refiera a los ateos, me estaré refiriendo a todo este grupo de personas. El factor común entre ellas es la creencia en que no hay demostración de la existencia de Dios.

El común de los ateos, que es el que seguramente usted conoce, le va a decir «demuéstreme que Dios existe» o, mejor aún, «demuéstreme científicamente que Dios existe», ya que el calificativo «científicamente» garantiza cualquier demostración como verdadera. Aunque usted también le podría decir «demuéstreme que Dios no existe», estarían jugando el juego de los tontos que se creen astutos, pero ambos seguirían en la ignorancia. ¿Qué respuesta espera una persona que pregunta por la demostración científica de la existencia de Dios? Antes de contestar, permítame extenderme un poco en aquello de la «demostración científica».

Creo que el común de las personas no tiene problema alguno en aceptar la afirmación de que está probado científicamente que la aspirina es una medicina para aliviar el dolor de cabeza. ¿Cómo se llegó a esta afirmación? Básicamente, a través de ejercicios estadísticos. Se hace una serie de pruebas relacionadas con lo que se quiere demostrar y se observan los resultados. Estos resultados se tabulan para sacar conclusiones. En el caso de la aspirina, se selecciona una cantidad significativa de personas con diferentes características (de diferentes edades, sexos, razas, etc.). Cuando manifiestan tener dolor de cabeza, se les suministra la medicina —y en algunos casos un placebo[5]—, y se anota en un cuadro el número de personas que sintió mejoría, el número de las que no y el número de las que sintió que el dolor empeoraba. Imaginemos que el 70 % de las personas que tomó el medicamento mejoró, el 20 % no sintió ningún alivio y el 10 % restante empeoró; y de los que tomaron el placebo solo el 15 % mejoró mientras que el 65 % no sintió mejoría y el resto desmejoró. ¿Qué conclusión podemos sacar? ¿Sirvió la medicina? De este tipo de investigaciones viene la creencia popular de que está probado científicamente que la aspirina alivia el dolor de cabeza. Aunque, en el sentido estricto de la palabra, lo que podemos afirmar partiendo de la investigación es que existe una alta probabilidad de que la aspirina alivie el dolor. No puedo negar que el calificativo «científicamente» le da mayor estatus a la frase. Cuando usted escuche que está demostrado científicamente que el cigarrillo produce cáncer, ya sabe que lo que hay detrás de esta aseveración es un estudio estadístico y probabilístico (científico), en el que toda la evidencia recopilada así lo sugiere.

Volviendo al tema que nos ocupa, cuando una persona pregunta por la demostración de la existencia de un ser que no podemos ver, como Cleopatra o Dios, está preguntando por evidencia que sugiera que el ser existe o existió. Eso es precisamente lo que voy a aportar en este capítulo: evidencia científica de la existencia de Dios. Recurriré para ello a la astronomía, la física y la microbiología. He pedido mucho al Espíritu Santo que me dé el discernimiento de escoger la forma más sencilla de explicar los argumentos que trato en el desarrollo de esta pregunta. Aun así, es posible que usted se sienta perdido en algunos de ellos y se vea tentado a abandonar el libro, pero lo exhorto a que no lo haga. Continúe pacientemente la lectura, porque, aunque es probable que no haya entendido claramente los detalles de algunos temas, estoy seguro que va a captar la idea general y le producirá una enorme alegría saber que hay forma de demostrar aquello que siempre ha intuido como cierto: que Dios existe por lo menos en su rol de Creador. Si aun después de continuar con la lectura siente que no está entendiendo nada, pase a la siguiente evidencia, hasta que llegue a la conclusión de la pregunta.

En el resto del libro dejo a un lado la ciencia y acudo a la Biblia, aunque desde un punto de vista un poco diferente al que usted puede estar acostumbrado. Por esta razón, se sentirá mucho más cómodo continuando con la lectura, si los temas científicos no son de su pleno interés.

 

Argumento: No existe diseño sin diseñador

Si vamos caminando por la playa de una isla desierta y de pronto encontramos una especie de recipiente transparente, aparentemente de vidrio, de forma cilíndrica, con cuello alargado y estrecho, lo identificamos como una botella creada por el hombre, y no como un producto de la acción del mar sobre una pieza de silicio. ¿Por qué pensamos que es una creación humana y no el resultado de la acción del mar? Porque nuestra experiencia nos indica que solo el hombre, y no el ir y venir de las olas, tiene la capacidad de producir ese objeto claramente diseñado para un propósito. La intervención de una inteligencia es evidente, a pesar de tratarse de un objeto tan simple y sencillo.

Transportémonos un par de siglos al futuro. Alguien se encuentra caminando por un espeso bosque de lo que en la actualidad es el pueblo de Keystone, condado de Pennington, en el estado norteamericano de Dakota del Sur; más exactamente, se encuentra caminando en lo que hoy conocemos como el monumento nacional Monte Rushmore. De repente, nuestro caminante se encuentra ante la montaña de granito que tiene esculpidos los rostros perfectamente identificables de cuatro personas y los asocia inmediatamente con expresidentes de los Estados Unidos. Él no va a pensar que esas formas aparecieron ahí a causa de la erosión. ¿Por qué? Porque este caminante sabe por su experiencia que la erosión, si bien es cierto que tiene la capacidad de cambiar notablemente la geografía, no podría haber esculpido esos rostros con la perfección que sus ojos están viendo. Sabe que solamente las manos de un escultor que diseñó su obra son capaces de lograr dicha perfección. ¿Cuál sería la probabilidad de que la erosión, al cabo de millones de años, lograra esas formas? ¿Sería matemáticamente cero? Ciertamente que no. Podría ser una probabilidad de uno entre millones de millones de millones de millones de millones de millones de millones, pero ciertamente no sería cero. Aun así, ¿el hecho de que exista una ínfima probabilidad, que no es cero, es suficiente para quitarle a usted la plena seguridad de que esos rostros son producto de una inteligencia y no del fortuito azar del clima y del tiempo actuando sobre esa montaña? Estoy seguro que no, porque la evidencia de un diseño es tan obvia, tan inconfundible, tan clara que no nos permite aceptar ninguna otra explicación.

Cuando los pilotos peruanos avistaron por primera vez las famosas líneas de Nazca[6] a mediados del siglo xx, inmediatamente pensaron que una antigua civilización las había realizado. ¿Cómo? ¿Quién? ¿Cuándo? No tenían esas respuestas, pero jamás pensaron que hubiera sido producto de la fuerza de la naturaleza actuando sobre la tierra. ¿Por qué pensaron que la autora de dicha obra tuvo que haber sido una antigua civilización? Porque su experiencia les indicaba que la única fuerza capaz de realizarla era la del hombre, con su inteligencia y creatividad. Nadie estaría dispuesto a pensar en que el tiempo y el clima fueran los responsables de esas figuras, así como nuestro caminante no pensaría eso del Monte Rushmore. Nuevamente, el diseño de estas líneas es tan obvio, indiscutible e inconfundible que la única explicación que usted consideraría posible es que fueran el producto de una inteligencia.

William Paley[7] es el autor de Teología Natural, obra publicada en 1802; allí expone la famosa «analogía del relojero». Dice Paley en su obra que, si encontramos un reloj abandonado, la compleja configuración de sus partes nos llevaría a concluir que todas las piezas han sido diseñadas para un mismo propósito y dispuestas para un uso concreto. El diseñador en este caso habría sido un relojero. Análogamente, para Paley, la complejidad de un órgano como el ojo humano se equipara con la del reloj, lo cual evidencia un diseño y, por lo tanto, un diseñador. Los conocimientos en las áreas de la astronomía y la biología disponibles cuando Paley escribió su libro son insignificantes si los comparamos con los actuales —muy seguramente, un alumno de primaria posee ahora más conocimientos sobre estos temas que los grandes genios de esa época—. Aun así, en su momento fueron muy concluyentes como para ofrecer una argumentación científica, alejada de la fe, sobre la existencia de Dios y autor de toda la creación, a pesar de que el «como» y el «cuándo» hubieran seguido siendo un completo misterio.

Si existe un reloj, ha de existir un relojero. Si existe un edificio, ha de existir un arquitecto. Si existe una escultura, ha de existir un escultor. Si existe un diseño, ha de existir un diseñador.

La naturaleza —que incluye la vida, el universo, la materia, etc.— obedece a un diseño; por lo tanto, ha de existir un diseñador. En mi caso, ese diseñador se llama Dios. Usted le puede dar otro nombre por ahora, si tiene problemas asociando a este Dios con el cristianismo o con cualquier religión establecida. Lo importante es reconocer una «inteligencia» superior que ha diseñado las leyes de la naturaleza y las ha dotado de la «información» necesaria para dar vida y forma a todo lo que conocemos; y reconocer que dicha creación, que nos incluye a usted y a mí, tiene un propósito, como todo lo que ha sido diseñado.

 

celula

PRIMERA TESIS: UNA FÁBRICA DIGITAL DENTRO DE LA CÉLULA

Saber cómo comenzó la vida, cómo se dio el tránsito de algo sin vida a algo con ella, ha sido siempre una gran incógnita. Durante siglos, la única respuesta provenía de las concepciones religiosas. En el caso de Occidente, la respuesta tenía su origen indudablemente en la Biblia, más exactamente, en su primer libro, el Génesis. Dios lo había creado todo. Los creacionistas —como se nos ha denominado— creemos que este libro no contiene una verdad científica. El libro es la revelación de la acción creadora de Dios, de la cual partimos para explicar el origen de todo lo que podemos ver y de lo que no. A pesar de no presentarse como verdad científica, no hay contradicción entre lo dicho en el Génesis y lo que la ciencia ha descubierto hasta el momento.

Desde los comienzos de la cristiandad, ha habido innumerables interpretaciones que han fijado diversas posturas respecto al significado de este primer libro de la Biblia. Hay personas que lo han interpretado de un modo totalmente literal. Para ellos, los días descritos allí son días de veinticuatro horas. Según esto, el tránsito de la nada a un inmensurable universo material (con nosotros a bordo) tomó una semana de siete días calendario. Después de ese momento, se empiezan a desarrollar todas las historias que nos narra el Antiguo Testamento. Para ellos, la Tierra tiene apenas unos miles de años de antigüedad. Por tal razón se les conoce como «creacionistas de la Tierra joven». Otras personas interpretan esos días bíblicos como periodos de millones de años, en cada uno de los cuales Dios ha intervenido para hacer que la materia avance en la formación del universo y de la vida (siendo nosotros su obra maestra y especial). A este grupo, dentro del cual yo me encuentro, se le conoce como «creacionistas de la Tierra antigua». Gracias a esta forma de interpretar el Génesis, he podido compaginar mejor su narrativa con los descubrimientos científicos. Pero, independientemente de cómo se interprete, todos concuerdan en que lo fundamental, lo que realmente importa, es lo que nos revela el primer versículo: «En el comienzo de todo, Dios creó el cielo y la tierra». Los ateos siguen sin poder encontrar una respuesta a la pregunta por el origen de la materia prima del universo. Nosotros los creyentes la tenemos. Dios creó todo. Él proveyó a la materia de la información necesaria para organizarse tal y como lo ha hecho, formando el universo y la vida que conocemos.

La versión del Génesis era la aceptada por la mayoría de los biólogos del siglo xviii. Para ellos, que cada especie tuviera el complejo diseño que le permitía vivir en un ambiente especifico y de una determina forma —lo que denominaron «adaptación»— era la evidencia inequívoca de la autoría intelectual de Dios. Cada forma de vida llevaba consigo la firma de su creador y se podía leer en ella la palabra «diseño». Cada especie había sido diseñada para vivir en su respectivo ambiente. El pescado tiene branquias para vivir bajo el agua; las aves, alas para volar; las jirafas, cuellos largos para comer de las partes altas de los árboles, etc.

Esto cambió radicalmente luego de la publicación de El origen de las especies, del naturalista británico Charles Darwin[1], el 24 de noviembre de 1859. En esta obra, Darwin presentaba una explicación del origen de las diferentes y abundantes formas de vida. Según Darwin, todo comenzó con una forma básica y simple de vida que durante su reproducción cometía algunos errores (mutaciones): por ejemplo, un animal que trepaba a los árboles presentaba una cola más larga. Este «error» le permitía tener un mejor agarre cuando un depredador lo perseguía. De este modo, sus oportunidades de sobrevivir mejoraban en comparación con las de los que tenían la cola más corta. Ya que los que tenían la cola más larga subsistían en mayor número, eran ellos los que más se reproducían. Debido a su reproducción, esa nueva ventaja era transmitida a la siguiente generación. Con el tiempo, irían apareciendo otros «errores» que se seguirían pasando a generaciones descendientes, hasta el punto en el que las diferencias serían lo suficientemente visibles como para reconocer por separado a dos especies distintas. Este proceso, que tardaría millones de años, fue presentado por Darwin como la «teoría de la evolución». Según él, era la fuerza de la naturaleza, y no Dios, la encargada de guiar el proceso de selección de los cambios en la especie, que la diferenciarán de su antecesora. A dicho proceso se le denominó «selección natural».

Uno de los daños colaterales que dicha teoría causó fue quitar al hombre del pedestal en el que se encontraba al saberse un ser privilegiado en toda la creación. Al Creador le había parecido buena toda su obra —«Dios vio que todo lo que había hecho estaba muy bien»— (Génesis 1,12.18.21.25.30), pero quiso hacer algo muy especial con nosotros, algo que no hizo con nadie más: nos formó a su imagen y semejanza (Génesis 1,27). ¡Qué cosa tan hermosa! Pero Darwin anula esta revelación y nos deja al mismo nivel de cualquier otro ser viviente. Para Darwin, éramos simplemente producto del azar. Al contar con un poco más de suerte, terminamos con nuestra forma y capacidad actual mientras que otros, como el árbol de guayaba, terminaron con la suya. Nosotros tenemos inteligencia y el árbol tiene guayabas. Juegos del azar.

En los tiempos de Darwin, los ganaderos sabían bien cómo mejorar los animales que criaban. Al que estaba dedicado a la crianza de ovejas, le interesaba obtenerlas más lanudas. ¿Cómo podía mejorar su producción de lana? ¿Cómo podía obtenerlas más lanudas? Lo hacía cruzando el ovejo más lanudo con la oveja más lanuda y repitiendo ese proceso con las siguientes generaciones. Al cabo del tiempo, la descendencia era bastante más lanuda que sus ancestros. La inteligencia del ganadero era la que estaba guiando el proceso. Darwin decía en su obra que la selección natural era capaz de obtener el mismo resultado sin que interviniera ninguna inteligencia. ¿Qué pasaría, se preguntaba él, si en donde vivieran las ovejas se diera un invierno tan extremadamente crudo que causara la muerte por hipotermia de algunas de ellas? ¿Cuáles tendrían una mayor probabilidad de sobrevivir? Las más lanudas, por supuesto. Al solo quedar ellas, se reproducirían entre sí. En caso de sucederse una serie de crudos inviernos, el resultado final sería el mismo logrado por el ganadero. La selección natural, y no una inteligencia, sería la encargada de guiar el proceso, concluía Darwin.

Pero Darwin fue mucho más lejos. Si se diera otra serie de alteraciones importantes en el medio ambiente en el que vivían estas ovejas, eventualmente las más lanudas llegarían a presentar diferencias tan notables con sus remotos antepasados que serían reconocidas como una nueva especie. Cada una de estas nuevas especies, a su vez, continuaría cambiando con el paso del tiempo y daría lugar a otras nuevas. De esta manera se explicaba el origen de todas las especies. Sin embargo, hubo dos grandes interrogantes que Darwin no pudo contestar:

  • ¿Cómo se transmitía la información de los padres a los hijos?
  • Si se supone que cada nueva especie es mejor que su antepasado, ¿por qué el 99 % de todas ellas se ha extinguido?

Es necesario explicar dos términos clave para continuar con este tema: «microevolución» y «macroevolución». Por microevolución se entiende la serie de cambios evolutivos que se producen dentro de la especie y cuyos resultados se pueden notar rápidamente, en unas pocas generaciones. Dos ejemplos «comprobados» de esta microevolución son las ovejas lanudas que consideré anteriormente y las diferentes clases de picos que presentan los pinzones, aves que fueron encontradas por Darwin en la isla Galápagos. Por macroevolución se entiende la serie de cambios evolutivos a gran escala que rompe la barrera de la especie dando lugar a una nueva. Ejemplos «inferidos» por Darwin de esta macroevolución son la ballena actual y su pariente cercano, el hipopótamo, que supuestamente hace cincuenta y cinco millones de años[2] eran el mismo mamífero de cuatro patas y cola, similar a una comadreja y del tamaño de un gato actual, llamado «indohyus». Lo que la inmensa mayoría de personas asocia a la teoría de la evolución es la macroevolución. Volveré a este tema más adelante.

Darwin nunca tuvo la intención de dar una explicación sobre el origen de esa primera forma de vida que dio comienzo a todas las especies. Él solo quería encontrar el porqué de la inmensa variedad de formas de vida que existen, en todas sus expresiones y escalas. ¿Por qué Darwin pasó por alto el importantísimo detalle del origen de esa primera forma de vida? Los biólogos de aquella época contaban con microscopios ópticos que les permitían ver los objetos aumentados hasta unas dos mil veces. Este aumento es nada si lo comparamos con el de los actuales microscopios electrónicos, que pueden ofrecer imágenes aumentadas hasta diez millones de veces. Cuando aquellos biólogos observaron muestras de células en sus microscopios ópticos, vieron una especie de líquido gelatinoso envuelto por una fina membrana. Llamaron «protoplasma» a ese líquido y lo diferenciaron del «núcleo», que se encontraba en el centro y tenía una masa diferente. ¿De qué estaba formado aquel líquido gelatinoso? No lo sabían con exactitud. Pero sus incipientes investigaciones apuntaban a una «gelatina» química sin ninguna estructura ni componentes funcionales perceptibles. Por esta razón, el enigma de la primera célula no ofreció mayor dificultad. A los biólogos les resultó fácil conjeturar que la Tierra primitiva se encontraba llena de toda clase de materiales químicos («caldo primigenio» o «sopa primitiva»[3]). Gracias a los factores ambientales favorables, estos materiales químicos se agruparon al azar en las cantidades adecuadas y dieron así nacimiento a la célula, que supo alimentarse, sobrevivir y reproducirse. El tiempo se encargaría del resto.

La teoría de la evolución está tan arraigada en la mente de las personas que ellas no admiten ninguna revisión o aclaración. Su rechazo a las nuevas evidencias encontradas por paleontólogos y biólogos en épocas recientes es automático.

La extrema rareza de las formas transicionales halladas en el registro fósil persiste como secreto comercial de la paleontología. Los árboles evolutivos que adornan nuestros libros de texto tienen soporte fósil solamente de sus hojas y nodos de sus ramas; el resto es inferencia, por razonable que sea, pero no es por la evidencia fósil[4]. (El énfasis es mío).

Aunque el registro fósil no ha probado la teoría evolutiva de Darwin (macroevolución), pues no se han encontrado los fósiles transicionales entre una especie y la otra, voy a poner a un lado este grave hecho y voy a asumir que la teoría es cierta. Voy a aceptar la hipótesis de que, a través de pequeñas y sucesivas mutaciones, una especie es capaz de convertirse en otra totalmente diferente. A pesar de esto, queda un problema sumamente importante por resolver.

Toda la teoría de la evolución (macroevolución) se basa en la premisa de que la célula comete errores (mutaciones) en su proceso de reproducción. Si dicho cambio le favorece a su supervivencia (selección natural), dice la teoría, la mutación pasa a la siguiente generación. ¿Qué quiere decir que la célula es capaz de reproducirse? Quiere decir que posee la «información» necesaria para saber cómo hacer una copia de todas sus partes y crear un duplicado, proceso del cual resultan dos células iguales. Entonces, cabe preguntarse ¿cómo esa primera célula, que se formó por azar, adquirió la «información»necesaria para saber cómo reproducirse? ¿Cómo tomó la «decisión» de hacerlo? Esto es un problema sumamente complicado para los materialistas (ateos). No así para nosotros los creyentes.

Desde el punto de vista naturalista, a esa primera célula que contó con la información necesaria para «saber» cómo reproducirse y tomó la «decisión» de hacerlo le pasó lo mismo que al señor que iba distraído caminando por un despoblado bosque y cayó en un pozo de cincuenta metros de profundidad. Después de pensar por un largo rato sobre la forma de salir, al señor se le ocurrió una idea. Se dijo a sí mismo: «¡Fácil! Yo tengo en mi casa una escalera de cincuenta metros de largo. Así que lo único que tengo que hacer para salir de acá es traer la escalera y salir por ella». ¿Cuál es el problema con este planteamiento? Para poder traer la escalera que necesita para salir del pozo, el señor debe primero salir del pozo, que es precisamente el problema que pretende resolver trayendo la escalera. Toda la teoría de la evolución funciona una vez que la célula tiene la compleja «información» de cómo reproducirse, mantenerse viva y tomar «decisiones».

En el momento en que la célula adquiere «información», ella puede hacer muchísimas cosas. Esto es obvio, y tal vez mucho más en la era digital en la que estamos viviendo. Cuando usted le instala el sistema operativo Android o Windows o iOS a su teléfono celular y le instala aplicaciones, este puede hacer muchísimas cosas también. La célula, por su parte, necesita un «sistema operativo» y una gran cantidad de «aplicaciones» para poder, a partir de ahí, hacer muchísimas cosas: buscar la forma de alimentarse, de procesar nutrientes para mantenerse viva; de autorrepararse; de crear otras células con distintas funciones, y de reproducirse. ¿De dónde salió esa primera y enorme cantidad de información?

Aplicando el mismo método científico que utilizó Darwin para tratar de reconstruir el remoto pasado[5], podemos entonces preguntar ¿cuáles son las fuentes, conocidas por el hombre, capaces de producir esa información inicial? La única respuesta es la inteligencia.

Hasta mediados del siglo pasado, los biólogos sabían que las proteínas estaban formadas por cadenas de aminoácidos y que estas cadenas ejecutaban las funciones más críticas dentro de la célula para preservar la vida. Por ejemplo, las cadenas de aminoácidos le indican a la célula, durante la reproducción, cómo hacer para que la nueva célula sea de piel y no de hueso. Cuando hay una herida, las células que se encuentran alrededor de ella producen una proteína anticoagulante que se transforma en un sellante al entrar en contacto con el oxígeno. Simultáneamente, otras células están produciendo piel y músculo. De este modo, las células reparan la herida causada.

Una célula utiliza miles de proteínas para ejecutar todas sus funciones. Los biólogos pensaban que lo que diferenciaba a una proteína anticoagulante de, por ejemplo, una de colágeno era simplemente el número de aminoácidos. El total de aminoácidos en una célula varía dependiendo de su función. Así, la proteína de la levadura tiene unos 466 aminoácidos mientras que la proteína que le da flexibilidad a los tejidos (titina) tiene cerca de 27 000. Los biólogos pensaban que el azar era capaz de explicar el origen de las cadenas de aminoácidos. Si la cadena tiene un determinado número de cada aminoácido, ella constituye una proteína X y no una Y. Esa concepción quedó totalmente falseada en 1951, cuando Frederick Sanger[6] descubrió que las proteínas debían tener aminoácidos en un orden determinado para ser completamente funcionales. No bastaba con que tuvieran el número exacto de cada aminoácido; el orden era crucial. Es decir que las proteínas no solo eran complejas —por el gran número de aminoácidos— sino específicas —por el orden requerido—.

Permítame explicarle lo que esto quiere decir con un ejemplo que le pueda resultar más familiar. Asumamos que existen veintiséis aminoácidos que pueden formar proteínas[7]. Siendo veintiséis, puedo asociar cada uno de ellos con una letra distinta de nuestro alfabeto. Antes del descubrimiento de la especificidad de las proteínas, los biólogos habrían pensado que las siguientes dos cadenas de aminoácidos (representados en letras) eran la misma proteína:

  • «leazcitsoaeulle»
  • «clielaosualztee»

Las dos contaban con igual número de aminoácidos (representados aquí por letras): dos letras «a», ninguna «b», una «c», ninguna «d», etc.

Sanger descubrió que, para que esa proteína pudiera hacer su trabajo correctamente (ser funcional), los aminoácidos que la formaban deberían estar un orden determinado; es decir, que la cadena debía seguir una secuencia específica, por ejemplo: «El cielo está azul». Esta nueva cadena tiene el mismo número de cada una de las letras que las dos cadenas anteriores, pero tiene un orden inequívoco, exacto y preciso. Este orden entrega un mensaje inteligible que podemos entender y procesar con nuestra inteligencia. Cualquier alteración en el orden destruye el mensaje (la información) que se está entregando. Es lo mismo que ocurre en un lenguaje escrito: las letras del alfabeto deben ordenarse de una manera específica para transmitir la información que se desea. No sirve cualquier orden. Entonces, la pregunta que se hicieron los biólogos fue ¿cómo conoce la célula el orden exacto en que se deben organizar los aminoácidos para componer una determinada proteína?

Decía anteriormente que un organismo requiere de miles de diferentes clases de proteínas para poder funcionar. Una de las más pequeñas está compuesta por ciento cincuenta aminoácidos. Si solo existen veinte diferentes clases de aminoácidos que pueden formar parte de una proteína[8], ¿cuál sería la probabilidad de que esta se formara por puro azar? El total de posibles permutaciones es 20150 que equivale a 1 × 10195. Es decir que la probabilidad de que la proteína se hubiera formado por azar es solo una entre 1 × 10195 (Apéndice B). Sabemos que la vida apareció hace unos tres mil ochocientos millones de años (es decir, 1,9 × 1017 segundos). Si divido el total de tiempo de existencia de la vida en el planeta entre el total de permutaciones, obtendría el número de permutaciones por segundo que se tendrían que «ensayar» para obtener la correcta. El resultado es 1 × 10177. Es decir que, en este caso, la célula tendría que mantenerse viva por tres mil ochocientos millones de años y hacer 1 × 10177 intentos por segundo para que, por azar, se formara la proteína correcta. En caso de lograr estos dos imposibles (vivir esa cantidad de tiempo y hacer esos intentos cada segundo), tenga presente que hace falta generar miles más de otras proteínas cuyas cadenas de aminoácidos tienen en promedio unos dos mil quinientos aminoácidos. Así que el azar no es el camino, es la «información». Pasar de una célula primitiva a un humano requiere de mucha información, no de la acumulación de errores. ¿De dónde adquiere la célula esta información?

La respuesta llegaría dos años más tarde, en 1953, cuando los biólogos moleculares Francis Crick[9], James Watson[10] y Rosalind Franklin[11] descubrieron la estructura molecular del adn[12] y su papel en la transferencia de información en la materia viva a través de un código genético escrito en él. La famosa estructura de doble hélice —que parece una escalera enroscada— que todos conocemos por adncontiene las instrucciones genéticas necesarias para construir las proteínas.

Cada uno de esos «escalones» (bases) es en realidad una unidad básica de información. Cada base puede estar compuesta por uno de cuatro químicos diferentes: Adenina, Guanina, Timina y Citosina (A, G, T y C). Estas bases son el equivalente a los ceros («0») y los unos («1») en el código binario digital de los computadores. Tres «escalones» consecutivos equivalen a un determinado aminoácido[13]. Así que el adn es ciertamente el libro de instrucciones con todas las recetas necesarias para formar cada una de las miles de proteínas que necesita un organismo para su funcionamiento.

Cuando la célula debe generar una proteína coagulante porque usted sufrió una herida, ella «sabe» qué parte de la cadena de tres mil millones de «escalones»[14] en el adn (gen[15]) debe activar para crear una copia (arn[16]) de toda esa sección (transcripción). Luego, esa cadena se autocorrige (serie mensajera de arn) y sale del núcleo, a donde están los ribosomas. Los ribosomas están encargados de «leer» de tres en tres esos «escalones», buscar el respectivo aminoácido y pegarlo con el anterior. Así se forma la cadena exacta que le fue ordenada hacer.

Tres mil millones de letras en el adn humano es muchísima información. Esto equivale a una persona tecleando en un computador sesenta palabras por minuto, ocho horas al día… durante cincuenta años. El adn de una simple ameba unicelular contiene hasta cuatrocientos millones de bases de información genética, lo suficiente para escribir ochenta libros de quinientas páginas cada uno. Bill Gates, el fundador de Microsoft, dijo en una ocasión: «El adn es como un programa de computador, pero mucho, mucho más avanzado que cualquier software jamás creado». Le podríamos preguntar a Bill Gates, ¿un programa se crea solo? ¿Todas las aplicaciones instaladas en su teléfono celular, más el sistema operacional, pueden crearse a punta de producir millones de combinaciones de ceros y unos por segundo, al azar, hasta que formen una secuencia que su teléfono celular sea capaz de ejecutar para que usted pueda interactuar en Facebook o enviar mensajes por WhatsApp, o tomar fotos y editarlas, o hacer compras en línea, o jugar Solitario, o filmar videos, etc.?

Si bien es cierto que los protobiólogos[17] han propuesto una buena cantidad de teorías sobre el origen y la evolución de la primera célula —incluyendo la del origen extraterrestre—, ellos están resolviendo un acertijo químico. Pero el fondo de las preguntas que he formulado se refiere a cómo algo puede ser intrínsecamente un «buscador de un fin», cómo la materia es dirigida por el procesamiento de códigos, que solo es posible en un contexto inteligente. Dejar esa tarea a los protobiólogos es como querer explicar un libro describiendo los procesos químicos y físicos que intervienen en la elaboración del papel y de la tinta y en la adherencia de la tinta al papel, pero ignorando por completo que esa tinta forma símbolos reconocibles por la inteligencia y que tiene como finalidad entregar un mensaje que registramos como información. El premio nobel de medicina George Wald[18], siendo aún un ateo acérrimo, escribió en 1954 para la revista Scientific American:

La opinión generalizada era creer en la generación espontánea; la otra alternativa era creer en la creación sobrenatural. No hay una tercera posición.

La mayoría de los biólogos modernos, habiendo examinado con satisfacción la caída de la hipótesis de la generación espontánea, aún no están dispuestos a aceptar la creencia alternativa de la creación especial, quedándose sin nada… Cuando se trata del origen de la vida solo hay dos posibilidades: creación o generación espontánea. No hay una tercera opción.

La generación espontánea fue refutada hace cien años, pero eso solo nos lleva a una sola conclusión diferente: la de la creación sobrenatural.

No podemos aceptar eso por razones filosóficas, por lo tanto, escogemos creer lo imposible: ¡que la vida surgió espontáneamente por casualidad! (El énfasis es mío).

Cuatro años después, en un artículo titulado «Biología e innovación» publicado en la revista Scientific American, Wald repetía su argumento. De forma insensata, rechazaba la «única conclusión posible» (Dios) y aceptaba lo que es «científicamente imposible» porque no quería admitir la existencia de Dios:

La generación espontánea, [la idea de] que la vida surgió de la materia inerte, fue algo refutado científicamente, hace 120 años, por Louis Pasteur y otros. Eso nos deja con la única conclusión posible de que la vida surgió como un acto creativo sobrenatural de Dios.

No aceptaré eso filosóficamente, porque no quiero creer en Dios; por lo tanto, elijo creer en lo que yo sé es científicamente imposible; la generación espontánea como algo surgido de la evolución. (El énfasis es mío).

Durante la década de 1980, en su artículo «La vida y mente en el universo y en el discurso» —leído por Wald ante el Primer Congreso Mundial para la Síntesis de Ciencia y Religión (1986), celebrado en Bombay— señaló:

Llego al fin de mi vida como científico enfrentando dos grandes problemas. Ambos están arraigados en la ciencia, y me aproximo a ellos solo como científico. Sin embargo, creo que ambos están irrevocablemente —por siempre— inasimilables como ciencia, y eso es duramente extraño ya que uno implica la cosmología, el otro, [el origen de] la consciencia.

El problema de la conciencia era difícil de evitar por alguien que ha pasado la mayor parte de su vida estudiando los mecanismos de la visión. Hemos aprendido mucho, esperamos aprender mucho más, pero nada de eso trata, o ni si quiera apunta, al sentido de lo que significa ver.

Nuestras observaciones del ojo humano y del sistema nervioso y la de las ranas son básicamente parecidas. Yo sé que yo veo, pero ¿una rana ve? Reacciona a la luz, también lo hacen las cámaras, las puertas de garaje, cualquier número de dispositivos fotoeléctricos. Pero ¿ve? ¿Es consciente de que está reaccionando?

No hay nada que pueda hacer como científico para contestar a esa pregunta, no hay manera en que yo pueda identificar la presencia o la ausencia de consciencia. […]. La consciencia me parece completamente impenetrable para la ciencia.

El segundo problema está relacionado con las propiedades especiales de nuestro universo. […] Tenemos sobradas razones para creer que nos encontramos en un universo permeado por vida, en el que la vida surge inevitablemente, con el tiempo suficiente, cuando se dan todas las condiciones que la hacen posible. […] ¿Cómo es que, con tantas otras opciones aparentes, estamos en un universo que posee justo ese peculiar conjunto de propiedades que hacen posible la vida?

Se me ha ocurrido últimamente —debo confesar que, al principio, con cierto espanto de mi sensibilidad científica— que ambas cuestiones deben ser tratadas de forma hasta cierto punto congruentes. Es decir, mediante la suposición de que la inteligencia, en lugar de emerger como un subproducto tardío de la evolución de la vida, en realidad ha existido siempre como la matriz, la fuente, […]. Es la mente la que ha compuesto un universo físico capaz de desarrollar vida, capaz de producir evolutivamente criaturas que saben y crean: criaturas que hacen ciencia, arte y tecnología. (El énfasis es mío).

Si un ateo llegara a una isla que presume desierta y encuentra labrada en la arena la inscripción «bienvenido», por ningún motivo pensaría que esos símbolos aparecieron ahí por pura casualidad, que el ir y venir de las olas labró el mensaje en la arena. Claramente, esa secuencia de códigos fue el producto de una inteligencia que quiere transmitir una información. Ahora, podríamos hacerle a esa persona la siguiente pregunta: si reconoce sin lugar a duda que la única fuente capaz de generar esa pieza de información codificada de diez caracteres de longitud es la inteligencia, ¿por qué no aceptar lo mismo para una cadena de información codificada, no de diez caracteres, sino de tres mil millones, como la de nuestro adn?

 

 


[1] Charles Robert Darwin (Shrewsbury, 12 de febrero de 1809-Down House, 19 de abril de 1882) fue un naturalista inglés, reconocido por ser el científico más influyente de aquellos que plantearon la idea de la evolución biológica a través de la selección natural. Esta idea está justificada con numerosos ejemplos extraídos de la observación de la naturaleza en su obra El origen de las especies.

[2] Los esqueletos más antiguos de las ballenas que se han encontrado son de hace cincuenta millones de años, en lo que hoy es Pakistán; los de hipopótamos son de hace quince millones, encontrados en el sur de África.

[3] «Caldo primigenio», también llamado «primordial»; «caldo primitivo», «primario», «de la vida»; «sopa primitiva», «prebiótica» ​ o «nutricia», entre otras denominaciones. Se trata de una metáfora empleada para ilustrar una hipótesis sobre el origen de la vida en nuestro planeta.

[4] La cita proviene del libro Historia natural, de Stephen Jay Gould (1941-2002). Gould fue un destacado paleontólogo, biólogo evolutivo e historiador de la ciencia estadounidense. También fue uno de los escritores de ciencia popular más influyentes y leídos de su generación. Gould pasó la mayor parte de su carrera enseñando en la Universidad de Harvard y trabajando en el Museo Americano de Historia Natural de Nueva York.

[5] Consistía en buscar la causa (fuente) más lógica de explicar la existencia de un determinado fenómeno. Si excavando la tierra encontraba un extensa y profunda capa de ceniza, se preguntaba ¿qué fuente conocida por el hombre es capaz de generar tal capa? La respuesta más lógica era un volcán, ya que sabemos que solo un volcán es capaz de explicar esa capa de ceniza de esas características.

[6] Frederick Sanger (Rendcomb, Inglaterra, 13 de agosto de 1918-Cambridge, Inglaterra, 19 de noviembre de 2013) ​ fue un bioquímico británico laureado dos veces con el premio Nobel de Química.

[7] Los aminoácidos proteicos, canónicos o naturales son aquellos que están codificados en el genoma. Para la mayoría de los seres vivos son veinte: alanina, arginina, asparagina, aspartato, cisteína, fenilalanina, glicina, glutamato, glutamina, histidina, isoleucina, leucina, lisina, metionina, prolina, serina, tirosina, treonina, triptófano y valina.

[8] Véase dos notas arriba.

[9] Francis Harry Compton Crick (8 de junio de 1916-28 de julio de 2004) fue un físico, biólogo molecular y neurocientífico británico. Recibió, junto a James Dewey Watson y Maurice Wilkins el premio Nobel de Medicina en 1962 «por sus descubrimientos concernientes a la estructura molecular de los ácidos desoxirribonucleicos (adn) y su importancia para la transferencia de información en la materia viva».

[10] James Dewey Watson (Chicago, 6 de abril de 1928) es un biólogo estadounidense.

[11] Rosalind Elsie Franklin (Londres, 25 de julio de 1920-Londres, 16 de abril de 1958) fue una química y cristalógrafa inglesa. Contribuyó a la comprensión de la estructura del adn con las imágenes por difracción de rayos X que revelaron la forma de doble hélice de esta molécula. También contribuyó a la comprensión del arn, de los virus, del carbón y del grafito.

[12] El adn es la biomolécula que almacena la información genética de un organismo. Se trata de un ácido nucleico. Concretamente el ácido desoxirribonucleico. Consiste en una secuencia de nucleótidos, compuestos a su vez por un grupo trifosfato, una pentosa, conocida como desoxirribosa, y cuatro bases nitrogenadas (Adenina, Citosina, Guanina y Timina). La estructura del adn es una doble hélice, compuesta por dos cadenas complementarias y antiparalelas.

[13] Con una sola base podría escoger solo cuatro aminoácidos, con dos bases podría escoger dieciséis aminoácidos y con tres puede escoger hasta sesenta y cuatro.

[14] Cada célula del cuerpo humano (con la excepción de los glóbulos rojos) contiene una secuencia de adn de tres mil doscientos millones de letras de longitud; es decir, dos metros de adn (un trozo de adn de un milímetro de longitud contiene una secuencia de pares de bases de más de tres millones de letras).

[15] El gen es la unidad funcional de herencia. Tradicionalmente se ha considerado que un gen es un segmento de adn que contiene la información necesaria para la producción de una proteína que llevará a cabo una función específica en la célula.

[16] El arn es otro ácido nucleico; en concreto, el ácido ribonucleico.

[17] Los protobiólogos son los que estudian las estructuras biológicas más pequeñas.

[18] George Wald (Nueva York, 18 de noviembre de 1906-Cambridge, Massachusetts, 12 de abril de 1997) fue un científico estadounidense conocido por su trabajo con pigmentos de la retina. Ganó el premio Nobel de Fisiología o Medicina junto a Haldan Keffer Hartline y Ragnar Granit en 1967.

 

moleculares

SEGUNDA TESIS: MÁQUINAS MOLECULARES

Una letra del alfabeto es específica sin ser compleja. Miles de letras revueltas al azar encima de una mesa forman un conjunto complejo, sin ser específico. Un poema de Pablo Neruda[1] es complejo y específico. Como los poemas de Neruda, las proteínas son complejas y específicas, deben tener una secuencia determinada de aminoácidos para ser funcionales. Veamos ahora otro concepto igualmente fascinante, el de la complejidad irreducible.

Michael Behe[2], creador del concepto, define un sistema irreducible como un sistema individual compuesto de varias partes bien coordinadas que interactúan para desempeñar una función básica del sistema. De este modo, el sistema dejaría de funcionar si se eliminara cualquiera de sus partes. Por ejemplo, la maquinaria de un reloj es un sistema irreducible, ya que como unidad está compuesta de varias partes: piñones, ruedas dentadas, engranajes y resortes. Si elimináramos cualquiera de esas partes, el reloj dejaría de funcionar. Lo importante del concepto es que todas las piezas deben estar listas al mismo tiempo. Ninguna de esas piezas puede empezar a «evolucionar» gradualmente. No podemos pensar que un determinado piñón se formó solo con dos dientes y que «evolucionó» hasta tener los cuarenta y ocho que necesita para poder moverse, o pensar que el resto de las piezas esperan por su formación final y definitiva. ¿Cómo sabría ese piñón que son cuarenta y ocho los dientes que se necesitan? Si lo supiera, ¿no sería esta una prueba de una conciencia propia, de un «sentido de propósito»? Claramente, un «sentido de propósito» no puede nacer por procesos no guiados, sino que tiene que venir de un ente externo que infunde ese sentido. El reloj, para ser un reloj, necesita que todos sus componentes estén listos al mismo tiempo. No puede haber gradualidad. Otras partes, como su tapa o la pulsera, pueden haber «evolucionado» lenta y gradualmente, sin comprometer el propósito de la maquinaria: marcar la hora. Dicho de otra manera, un sistema irreducible está compuesto por el mínimo necesario de componentes con el que el sistema puede desempeñar su función.

En biología también hay ejemplos de sistemas irreducibles: el sistema del flagelo bacteriano, el del ojo, el del mecanismo de coagulación de la sangre, el de la fabricación de proteínas dentro de la célula, el del sistema inmunológico dentro de la célula, etc. La primera vez que vi la disección del flagelo bacteriano quedé maravillado. El flagelo es, por así decir, la «cola» de una bacteria, es el sistema por el que ella se moviliza[3].

Si yo le mostrara una gráfica de una disección del flagelo bacteriano y le preguntara qué piensa usted que es eso, muy seguramente me diría que es la gráfica del motor eléctrico de un barco. Ambos poseen un eje, un codo de eje, junturas, anillos, engranajes, rotor, estátor[4], balancines, balineras y, por supuesto, la hélice (que en el caso del flagelo es una especie de látigo o cola). El flagelo de la bacteria puede completar entre seis mil y diecisiete mil revoluciones (giros) por minuto, y alcanza la increíble velocidad de sesenta longitudes de cuerpo por segundo (el animal más veloz es el guepardo, que corre veinticinco longitudes de cuerpo por segundo). Igualmente, el flagelo puede invertir el sentido de la rotación del eje propulsor en menos de una cienmilésima de segundo. Veinte proteínas diferentes dan forma a la parte mecánica del motor y treinta más intervienen en su funcionamiento, bombeando un fluido a través de los anillos. Todo este prodigio de ingeniería viene empacado en un envoltorio de escasas veinte millonésimas de milímetro. Al igual que sucede con el motor del barco, si se elimina cualquiera de las partes del flagelo de la bacteria, esta no se podría mover. Todas sus partes tienen que estar listas para funcionar al mismo tiempo. ¿Cómo puede evolucionar un motor de éstos? ¿Cómo puede un engranaje evolucionar? ¿Es el azar la mejor explicación del origen de una máquina tan sofisticada como esta? ¿No es esta, al igual que el motor eléctrico del barco, el resultado de un «diseño» hecho por un diseñador con un propósito en mente?

El sistema de coagulación de la sangre es otro ejemplo de complejidad irreducible. Cuando un vaso sanguíneo se lesiona, sus paredes se contraen para limitar el flujo de sangre del área dañada. Entonces, pequeñas células llamadas plaquetas se adhieren al sitio de la lesión y se distribuyen a lo largo de la superficie del vaso sanguíneo. Al mismo tiempo, pequeños bolsos al interior de las plaquetas liberan señales químicas para atraer a otras compañeras al área y para lograr que todas se junten a fin de formar lo que se conoce como tapón plaquetario. En la superficie de estas plaquetas activadas, diferentes factores que propician la coagulación trabajan juntos en una serie de reacciones químicas complejas (esta serie es conocida como «cascada de la coagulación») que generan un coágulo de fibrina. El coágulo de fibrina actúa como una red para detener el sangrado. Los factores de la coagulación circulan en la sangre sin estar activados, pero están vigilantes para actuar en cualquier momento y en cualquier lugar.

En la cascada de la coagulación actúan diecisiete factores (proteínas). Estos se activan en un orden específico para dar lugar a la formación del coágulo. Su orquestación parece coordinada por un «computador» que toma en cuenta una gran cantidad de información para decidir cuándo activar el siguiente paso de la cascada de generación de proteínas. Toda esta información esta almacenada en eladn. ¿Cómo puede evolucionar un mecanismo de estos? ¿Cómo puede saber la secuencia de eventos que debe estar totalmente sincronizada para que pueda cumplir su función? ¿Es el azar la mejor explicación del origen de un sistema tan sofisticado como este? ¿No es esto el resultado de un «diseño» hecho por un diseñador con un propósito en mente?

Volviendo al ejemplo del reloj, los detractores de los sistemas irreducibles argumentan que si, por ejemplo, a uno de los piñones le faltara un diente, la caja tendría una función diferente; digamos, la función de pisapapeles. Pero eso destaca precisamente el argumento contrario: para que el reloj sea reloj y funcione como tal necesita ese piñón, pues sin él no puede marcar el tiempo. Si el reloj no cumple su función, deja de ser un reloj. ¿Qué «motivaría» a un piñón a continuar un proceso evolutivo para desarrollar el diente faltante para abandonar su rol de pisapapeles y convertirse en una máquina de dar la hora? Si el reloj iniciara ese proceso evolutivo, nuevamente, ¿no sería esta una prueba de una conciencia propia de un «sentido de propósito»?

Con el continuo desarrollo de los microscopios electrónicos —que permiten aumentos de hasta diez millones de veces—, hemos podido ver de primera mano los complejos sistemas que se encuentran en la célula; ya sean los de una bacteria o los de un hombre. Fábricas con líneas de ensamblaje, orquestadas milimétricamente por millones y millones de instrucciones codificadas en un alfabeto biológico molecular que despertaría la envidia de cualquier fabricante de computadores.

El azar no es el camino para construir un teléfono celular, que funciona con instrucciones escritas por el hombre mediante la comprensión y el procesamiento de esas instrucciones. Lo mismo ocurre al interior de la célula. Charles Darwin escribió:

Si se pudiese demostrar que existió un órgano complejo que no pudo haber sido formado por modificaciones pequeñas, numerosas y sucesivas, mi teoría se destruiría por completo; pero no puedo encontrar ningún caso de esta clase[5].

Hoy los hemos encontrado, y seguiremos encontrando más con el desarrollo de la biología molecular.

 

 


[1] Pablo Neruda, seudónimo de Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto (Parral, 12 de julio de 1904-Santiago de Chile, 23 de septiembre de 1973), premio Nobel de Literatura en 1971, fue un poeta chileno, considerado uno de los más destacados e influyentes artistas de su siglo. «El más grande poeta del siglo xx en cualquier idioma», según Gabriel García Márquez.

[2] Michael J. Behe (Altoona, Pensilvania, 18 de enero de 1952) es un bioquímico estadounidense defensor del diseño inteligente. Behe es profesor de bioquímica en la universidad Lehigh University en Pensilvania y es un senior fellow del Center for Science and Culture del Discovery Institute.

[3] En este video de YouTube puede apreciar una animación de su funcionamiento y de las más de cuarenta y seis partes diferentes interactuando para impulsarse: www.youtube.com/watch?v=5P6zO99ihOU

[4] El estátor es la parte fija de una máquina rotativa y uno de los dos elementos fundamentales para la transmisión de potencia (en el caso de motores eléctricos) o corriente eléctrica (en el caso de los generadores eléctricos). El rotor es la contraparte móvil del estátor.

[5] El origen de las especies, Capítulo vi.

 

 

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TERCERA TESIS: LA GRAN EXPLOSIÓN CÁMBRICA

Según Stephen Jay Gould (paleontólogo y profesor de la Universidad de Harvard y codirector del Museo de Historia Natural de Nueva York), «la explosión cámbrica fue el evento más transcendental y enigmático en la historia de la vida».

Empecemos por explicar qué es el Cámbrico. Así como los humanos tenemos algunos nombres distintivos para las etapas de la vida («primera infancia», entre cero y cinco años; «infancia», entre seis y once; «adolescencia», entre doce y dieciocho; etc.), nuestro planeta también tiene nombres para las etapas de su existencia. Estas etapas se denominan «eras» y cada una de ellas se divide en periodos. El Cámbrico es un periodo que empezó hace 550 millones de años y tuvo una duración aproximada de 55 millones de años.

En nuestro planeta, existen muchos lugares donde se pueden apreciar visualmente casi todas las eras y sus respectivos periodos. En los cortes verticales de las montañas del Gran Cañón del Colorado, por ejemplo, las capas de distintos colores y grosores muestran una gran cantidad de cambios geológicos (periodos). Al norte de Gales, en el Reino Unido, se encuentra otro de estos lugares. Fue allí donde, justo después de haberse graduado de la Universidad de Cambridge, Charles Darwin vio por primera vez fósiles de animales complejos (con sistema nervioso, digestivo, circulatorio, motriz, reproductivo, etc.) que vivieron en el periodo cámbrico. Lo acompañó su maestro, el profesor Adam Sedgwick[1]. Al igual que los demás paleontólogos de su tiempo, el profesor Sedgwick estaba bastante familiarizado con este periodo y su abundancia de fósiles.

Hasta ese momento no se habían encontrado fósiles de periodos anteriores al Cámbrico. Todos los fósiles que se habían documentado eran de este periodo o de periodos posteriores, pero no anteriores. Esto intrigó a la comunidad científica por largo tiempo y Darwin no era la excepción. Ya que su teoría predecía que toda especie provenía de una anterior e inferior a ella, surgían varias preguntas. ¿Dónde estaban los fósiles de los antecesores de esa inmensa cantidad de criaturas del Cámbrico? ¿Dónde estaban los fósiles de los «experimentos» fallidos de la selección natural, los fósiles de aquellos organismos que no prosperaron como nuevas especies? Darwin escribió lo siguiente en su famoso libro, El origen de las especies: «A la pregunta de por qué no encontramos registros de estos vastos periodos primordiales, no puedo dar una respuesta satisfactoria».

Darwin era perfectamente consciente del problema que representaba esta explosión de vida que se registró en el Cámbrico. El 90 % de todas las familias de criaturas que alguna vez han habitado nuestro planeta apareció en este periodo, de ahí el término «explosión». La vida comenzó hace 3800 millones de años, cuando aparecieron los primeros organismos unicelulares.

Si convertimos esos 3800 millones de años en un día de veinticuatro horas, a las 0:00 horas aparecen los primeros organismos unicelulares. A las 6:00 a. m. siguen existiendo solamente estos organismos. A la 1:00 p. m., lo mismo. A las 6:00 p. m., lo mismo. Transcurren tres cuartas partes del día y en nuestro planeta solo existen, y han existido, organismos unicelulares. De pronto, a las 8:50 p. m. y en solo dos minutos (que corresponden al periodo cámbrico), aparecen todas las criaturas con sistemas nervioso, circulatorio, digestivo, reproductivo y respiratorio; que tienen cerebro, esqueleto, visión, etc., y que han mantenido su forma y sistemas iguales hasta el presente, ¡no han cambiado!

Menos de dos minutos de un día de mil cuatrocientos cuarenta minutos: así de repentina fue la explosión cámbrica. El 75 % del tiempo en que ha habido vida en la Tierra solo existieron organismos unicelulares. Después de eso, la vida compleja surgió repentinamente, sin las transiciones moderadas ni incrementales de las que habla la teoría de la evolución de Charles Darwin. Esto es lo que nos dice el registro fósil actual. Los nueve sistemas biológicos conocidos y existentes actualmente (muscular, nervioso, excretor, inmunitario, linfático, óseo, tegumentario, endocrino y reproductor) están presentes en los fósiles del Cámbrico. Es decir que el supuesto proceso evolutivo no ha generado ningún sistema nuevo después de este periodo (tampoco había generado ninguno antes).

Algo similar ocurre en periodos posteriores al Cámbrico. En estos periodos aparece el otro 10 % de las familias de animales, las cuales también surgen repentinamente (no se han hallado fósiles de las especies anteriores e inferiores que supuestamente les preceden). Estos animales están igualmente equipados con los mismos nueve sistemas enumerados anteriormente. Hasta el día de hoy, el registro fósil no da cuenta del árbol de la vida que dibujó Darwin, que tan diligentemente se incluye en todo libro de biología para los alumnos de grados avanzados. El registro fósil solamente muestra la punta final de las ramas, pero no el tronco ni sus brazos, ni mucho menos sus raíces.

«Variedad» no es lo mismo que «macroevolución». Ciertamente, con el paso del tiempo, han existido más razas de perros (variedad) que se han adecuado a diferentes geografías y climas (adaptación), pero el registro fósil encontrado es el del perro[2]. Hipotéticamente, se ha relacionado al perro con otras especies inferiores. Pero, repito, no hay registro fósil que corrobore la hipótesis. Los hallazgos fósiles muestran la aparición súbita de la especie, su estructura y forma de la especie han permanecido iguales con el paso del tiempo. Estos hallazgos dan apoyo al creacionismo. Se han encontrado fósiles de muchos animales que existen en la actualidad (fósiles de hace cien millones de años, incluso) que muestran poca o casi ninguna diferencia con los animales actuales.

Los biólogos contemporáneos de Darwin creían que la microevolución explicaba las similitudes entre ciertas especies (como en el caso de la gran variedad de pinzones, encontrados por Darwin en la isla Galápagos, que presentaban algunas diferencias entre ellos, principalmente en sus picos). Lo novedoso de la teoría de Darwin fue decir que toda la vida provenía de un ancestro común. La selección natural y el ancestro común fueron los pilares de la biología moderna y el árbol de la vida de Darwin se convirtió en un ícono de dicha ciencia. Estas ideas mantienen su vigencia hasta nuestros días, a pesar de la enorme evidencia en su contra. Darwin escribió en su libro:

Se presenta aquí otra dificultad análoga mucho más grave. Me refiero a la manera en que las especies pertenecientes a varios de los principales grupos del reino animal aparecen súbitamente en las rocas fosilíferas inferiores que se conocen. La mayor parte de las razones que me han convencido de que todas las especies vivientes del mismo grupo descienden de un solo progenitor se aplican con igual fuerza a las especies más antiguas conocidas. Por ejemplo: es indudable que todos los trilobites cámbricos y silúricos descienden de algún crustáceo, que tuvo que haber vivido mucho antes de la edad cámbrica, y que probablemente difirió mucho de todos los animales conocidos. Algunos de los animales más antiguos, como los Nautilus, Lingula, etc., no difieren mucho de especies vivientes, y, según nuestra teoría, no puede suponerse que estas especies antiguas sean las progenitoras de todas las especies pertenecientes a los mismos grupos que han ido apareciendo luego, pues no tienen caracteres en ningún grado intermedios.

Por consiguiente, si la teoría es verdadera, es indiscutible que, antes que se depositase el estrato cámbrico inferior, transcurrieran largos periodos, tan largos, o probablemente mayores, que el espacio de tiempo que ha separado la edad cámbrica del día de hoy y, durante estos vastos periodos, los seres vivientes hormigueaban en el mundo. Nos encontramos aquí con una objeción formidable, pues parece dudoso que la Tierra, en estado adecuado para habitarla seres vivientes, haya tenido la duración suficiente.[3](El énfasis es mío)

Si tomamos uno de los trilobites cámbricos a los que se refiere Darwin en su libro, notamos que posee todos los sistemas enumerados anteriormente. Es claro entonces que, cuando existió, ya tenía un adncomplejo, con millones y millones de instrucciones, capaz de generar todas las proteínas requeridas para formar cada tipo de tejidos. La transformación de una bacteria, perteneciente al periodo precámbrico, que pasa a ser un trilobite con más de cincuenta diferentes tipos de tejidos (esqueleto, caparazón, ojos, cerebro, músculos, estómago, antenas, etc.) implica un gigantesco salto en complejidad que requiere una enorme cantidad de «información». ¿De dónde proviene esa información? ¿Es acaso el producto de una suerte extraordinaria? ¿O es producto de un diseño?

 

 


[1] Adam Sedgwick (22 de marzo de 1785, Dent-27 de enero de 1873, Cambridge) fue un geólogo británico. Sedgwick fue uno de los fundadores de la geología moderna. Estudió los estratos geológicos del Devónico y del Cámbrico.

[2] El fósil de perro más antiguo (encontrado en las montañas Altay, al suroeste de Siberia) tiene 33 000 años de antigüedad.

[3] El origen de las especies, capítulo x.

 

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CUARTA TESIS: EL UNIVERSO FINAMENTE AJUSTADO

La base de la pastelería es la torta o el ponqué: siempre presente en toda clase de celebraciones. Sus ingredientes son los siguientes: un billón de cuatrillones (un uno seguido de treinta y dos ceros) de partículas de harina de trigo, media taza de mantequilla, una taza y media de azúcar refinada, una taza de leche, tres cucharaditas y media de levadura, una cucharadita de sal, una cucharadita de extracto de vainilla y tres huevos. La receta es bastante simple: • Precalentar el horno a 180 °C (350 °F). Engrasar y enharinar un molde de aproximadamente 23×33 centímetros. Adicionar la levadura y sal a la harina. Reservar. • Batir la mantequilla junto con el azúcar en un tazón grande hasta que la mezcla se esponje. Agregar los huevos uno por uno, batiendo bien después de cada adición. Añadir lentamente el billón de cuatrillones de partículas de harina de trigo, alternando con la leche y batiendo hasta integrar. Incorporar la vainilla. • Verter la masa dentro del molde y hornear por 45 minutos. Asumiendo por un momento que usted tuvo la capacidad de contar ese enorme número de partículas de harina para seguir al pie de la letra la receta, permítame hacerle la siguiente pregunta: ¿usted cree que si en su conteo de las partículas de harina se equivoca y adiciona una de más, o si le quedó faltando una, no saldrá una torta después de tener la masa cuarenta y cinco minutos en el horno? ¿La partícula faltante, o la extra, tendría el efecto devastador de destruir toda la receta y malograr la anhelada torta al final? ¿Cierto que no? Resulta que, en la gran receta de la formación del átomo en los orígenes del universo, un error de esta magnitud sí hubiera resultado en fracaso: no se habría formado el átomo. Por consiguiente, no habría estrellas, lunas ni planetas. No existiríamos, de hecho. Ese era el grado de precisión necesario para la formación de la materia. Permítame explicar esto con mayor profundidad. Si cuando le mencionan la palabra «átomo» se imagina una serie de esferas aglomeradas en el centro y otras girando a su alrededor, describiendo circunferencias concéntricas, usted está imaginando el modelo atómico que postuló el físico danés Niels Bohr en 1913. Según este modelo, el átomo está compuesto de protones y neutrones en el centro y de electrones en el exterior, todos ellos en igual número. El protón tiene carga eléctrica positiva, el electrón tiene carga eléctrica negativa y el neutrón no tiene carga. El concepto de una unidad mínima primaria de la materia (átomo) ha existido desde la antigua Grecia, pero su origen se debe más a una necesidad filosófica que a la experimentación científica. Tuvieron que pasar muchos siglos antes que la ciencia empezara a conocer más de él. En 1804 se determinó que todos los átomos de un determinado elemento eran iguales entre sí y diferentes de cualquier otro . A partir de ese momento, empezó una carrera por descubrir las propiedades físicas y químicas de cada uno de los elementos. La primera lista de elementos ordenados según su masa (peso) atómica apareció en 1869 y fue la precursora de la tabla periódica que conocemos hoy. El siguiente gran paso para llegar a esta tabla fue «especular» cómo era un átomo. En ese momento surgieron diferentes modelos, entre ellos el de Bohr. Cada nuevo descubrimiento generaba una cantidad enorme de preguntas, muchas de las cuales siguen sin una respuesta clara en nuestros días. Algunas de las preguntas más importantes que captaron la atención de los primeros estudiosos fueron ¿qué le daba la estabilidad al átomo? ¿Qué hacía que los protones y neutrones se mantuvieran juntos para formar un núcleo? ¿Qué hacía que el electrón girara infinitamente y conservara la distancia que mantiene con el núcleo? Además de esto, si ya se sabía que los protones poseían carga eléctrica positiva, y por la ley del electromagnetismo se sabía también que dos cargas iguales se repelen y dos opuestas se atraen, ¿cómo se podían mantener unidos varios protones en el núcleo? ¿Por qué el electrón no se pegaba al protón si tenían cargas opuestas? A mediados del siglo XX se descubrió en el interior del núcleo lo que se denominó la «fuerza nuclear fuerte» . Esta, al ser mayor que la fuerza electromagnética que obliga a los protones a separarse entre sí por tener la misma carga eléctrica, la vence y hace que se mantengan juntos. ¿Qué pasaría si suprimiéramos la fuerza nuclear fuerte? El átomo dejaría de existir, ya que los protones se separarían entre ellos por poseer la misma carga y el núcleo se desintegraría. ¿Qué pasaría si esa fuerza fuera «ligeramente» más fuerte? El átomo dejaría de existir, ya que el electrón escaparía de su órbita y se uniría a los protones del núcleo, que tienen carga eléctrica positiva. ¿Qué pasaría si esa fuerza fuera «ligeramente» más débil? El átomo colapsaría, ya que la fuerza electromagnética ganaría y los protones se separarían. Al no haber átomos no habría moléculas. Al no haber moléculas no tendríamos ningún objeto más grande que un protón o un electrón y, por lo tanto, no habría planetas ni galaxias, ni química y, en consecuencia, no existiríamos. Afortunadamente, esa fuerza nuclear tiene el valor necesario para darle estabilidad al átomo. Ni muy fuerte ni muy débil; solo la cantidad precisa. Otra de las cuatro fuerzas fundamentales de la naturaleza es la de la gravedad o gravitación, que ejerce la atracción entre dos objetos. Cientos de miles de años después de la Gran Explosión (Big Bang), en el universo solamente había átomos de hidrógeno, que son los átomos más simples de todos (están formados por un protón, un neutrón y un electrón). Frente a la fuerza nuclear fuerte, la gravedad es prácticamente despreciable. Sin embargo, la gravedad es suficiente como para acercar dos átomos que se encuentren bastante cerca. Cuando un átomo atrae a otro, su masa aumenta y, por lo tanto, también su gravedad. De este modo, el átomo puede atraer más fácilmente a otros un poco más distantes. Si este proceso continúa por millones de años, se formará una inmensa «bola» de gas, que luego se transformará en una estrella. Cuando agotan su combustible, las estrellas explotan y arrojan generosamente al espacio material sólido que contiene todos los elementos de la tabla periódica. Luego de esto, por efecto de la gravedad, esos materiales vuelven a unirse y forman planetas rocosos como el nuestro. Otras estrellas más pequeñas no explotan, sino que quedan en su lugar como una bola pesada, fría e inerte. Esto es lo que le va a pasar a nuestro sol (apéndice C). Como podemos observar, la fuerza de la gravedad es la responsable de que haya planetas y estrellas. ¿Qué pasaría si esa fuerza fuera «ligeramente» más débil? Si así lo fuera, los átomos no se atraerían entre sí y no se formarían moléculas ni planetas, ni tampoco estrellas. ¿Qué pasaría si esa fuerza fuera «ligeramente» más fuerte? Los átomos se fusionarían entre ellos poco tiempo después de la Gran Explosión (Big Bang) y formarían una sola «bola» de materia. Así pues, no se formarían moléculas ni planetas, ni tampoco estrellas. ¿Sabe qué es un centímetro? Es un metro dividido en cien partes. ¿Sabe qué es un milímetro? Es un centímetro dividido en diez partes. ¿Sabe qué es un nanómetro? Es un milímetro dividido en un millón de partes. ¿Sabe qué es un yoctómetro? Es un nanómetro dividido en un millón de partes (es decir, 1 metro dividido en 1 000 000 000 000 000 000 000 000). Trate de imaginar esta fracción. Acá viene algo sorprendente. Cuando hablé de la gravedad y de la fuerza nuclear fuerte, hice la hipotética pregunta de qué pasaría si esas fuerzas se modificasen ligeramente. Pero ¿cuánto es ligeramente? Veamos el caso de la primera. La fórmula que calcula la fuerza de gravedad entre dos masas está dada por la distancia entre las dos masas y una constante . Pregunté anteriormente qué pasaría si modificáramos esa constante «ligeramente». Si la disminuyéramos (hiciéramos ligeramente menor el valor de la constante) en tan solo un yoctómetro, no se formaría el universo. Si la aumentáramos (hiciéramos ligeramente mayor el valor de la constante) en tan solo un yoctómetro, tampoco se formaría el universo. Aunque los valores de esas fracciones son tan pequeños, el más «ligero» cambio alteraría el resultado. De todos los posibles valores que puede tener esa constante, solo uno hace viable el universo. ¿Coincidencia? ¿Suerte? Con la fuerza nuclear fuerte ocurre lo mismo. A pesar de que su radio de influencia es sumamente pequeño (menor a una billonésima de milímetro), una mínima variación de su valor haría que no se formara nada. Volviendo al metro que dividimos anteriormente, tome un yoctómetro y divídalo en mil millones de partes. Si esa fuerza aumenta o disminuye en tan solo una de esas minúsculas fracciones, no habría universo. Este solo se puede formar con el valor que la fuerza nuclear fuerte posee. Nuevamente, así de dramático es ese «ligeramente». ¿Coincidencia? ¿Suerte? Al momento de escribir estas páginas, el hombre ha logrado identificar noventa y tres fuerzas, constantes, proporciones, velocidades, distancias, etc., que rigen la formación y preservación de toda la materia. Existimos gracias a lo preciso y exacto de los valores actuales de esas fuerzas. Con la más «ligera» variación, la materia no se comportaría de la manera en que lo hace y nada se habría formado. ¿Puede el azar causar exactamente los valores que se necesitaban para que todo existiera? Veamos de qué tipo de azar estamos hablando. Volviendo a la fuerza de la gravedad, de todos los 1×10279 posibles valores que puede tener la constante gravitacional , uno y solamente uno de ellos sirve para generar átomos estables que sean la base de nuestro universo y la vida. Es decir que, al hablar de azar, estamos hablando de una probabilidad de 1 entre 1×10279 (apéndice B). Veamos también el caso de la constante cosmológica de la velocidad de expansión del universo: de todos los posibles 1×1057 valores, uno y solamente uno de ellos sirve. En su obra Le Chaos et l’Harmonie, el astrofísico Trinh Xuan Thuan dice lo siguiente con respecto a esta probabilidad: Esa cifra es tan pequeña que corresponde a la probabilidad de que un arquero le atinara a un objetivo de 1 cm², situado en el otro extremo del universo, disparando a ciegas una única flecha desde la Tierra y sin saber en qué dirección está el objetivo. La probabilidad de que la fuerza nuclear fuerte tuviera el valor que de hecho tiene es de 1 entre 1×1032, según Barrow y Tipler . Es decir que la probabilidad de que las tres fuerzas adquirieran estos tres valores a la vez es de 1 entre 1×10368 (faltaría aún incluir en nuestro cálculo el resto de las noventa y tres variables conocidas). Permítame poner en perspectiva esta probabilidad. Powerball es una de las loterías más populares de los Estados Unidos. Para ganar el premio mayor, se deben adivinar cinco números de los sesenta y nueve que están en juego, y además adivinar el Powerball (que es un número de veintiséis posibles). Es decir que la probabilidad es de 1 entre 292 201 338, que equivale a 1 entre 2,92×108. Es una probabilidad muy pequeña. Sin embargo, es inmensa comparada a una probabilidad de 1 entre 1×10368 (y no olvide que esta última es solo la probabilidad de tres factores de los noventa y tres conocidos). Pensar en una extraordinaria coincidencia como explicación de que estas fuerzas posean los valores que poseen no es razonable. Ciertamente, la materia y las fuerzas que la afectan fueron diseñadas desde el principio para que adquirieran esos valores precisos. Así, ellas se ajustaron estrictamente a los planos que trazó el Diseñador para crear su obra. No podemos pretender que el azar es la explicación de este ajuste tan extremadamente preciso. Pretender eso sería el acto de fe más grande que cualquier hombre podría hacer. Cuando los científicos empezaron a descubrir que las fuerzas, constantes, proporciones, velocidades, distancias, etc. básicas del universo debían tener los valores que tenían (ya que la más pequeña variación hacía inviable el universo), la comunidad creyente comenzó a sentirse respaldada nada menos que por la ciencia. Según esos descubrimientos, solo una mente superior, un Creador, podía haber dictaminado unas leyes de la naturaleza armónicas y exactas, capaces de impregnarle a la materia las propiedades que la hacían apta para formar el universo y la vida. El azar quedó excluido de esta gran ecuación. Ni siquiera el célebre científico Stephen Hawking pudo ignorar semejantes descubrimientos. Por ello escribió en Historia breve del tiempo, publicado en 1988, lo siguiente: Las leyes de la ciencia, tal como las conocemos en la actualidad, contienen muchos números fundamentales, como el tamaño de la carga eléctrica del electrón y la relación de las masas del protón y el electrón […] El hecho notable es que los valores de estos números parecen haber sido ajustados finamente para hacer posible el desarrollo de la vida. También el matemático, astrónomo, físico y ateo inglés Fred Hoyle afirmó lo siguiente: Una interpretación juiciosa de los hechos nos induce a pensar que un superintelecto ha intervenido en la física, la química y la biología para hacer la vida posible. Ante esos descubrimientos, la reacción de los académicos ateos no se hizo esperar. Surgió, como sacada de un sombrero, la teoría de los multiversos . El concepto de «multiverso» había sido usado por algunos autores de ciencia ficción. Pero, al carecer de la más mínima prueba de la existencia de un multiverso, ni siquiera en la ciencia ficción el concepto ocupó el lugar que estos académicos le asignaron. Básicamente, la teoría de los multiversos sostiene que existe una «fábrica de universos» que produce trillones y trillones de ellos por segundo. En cada uno de estos universos, las fuerzas, constantes, proporciones, velocidades, distancias, etc., propias de la materia tienen valores diferentes. Debido a que estas fuerzas no tienen los valores correctos, los universos desaparecen en el instante mismo en que nacen. Esa fábrica, que según la teoría existe y sigue produciendo universos, es la que hace muchísimo tiempo produjo un universo con los valores correctos: el nuestro. ¿Qué pruebas hay de la existencia de esta «fábrica»? Ninguna. Pero los académicos ateos aseguran y siguen asegurando que existe, ya que para ellos es la «única» explicación de que nuestro universo esté finamente ajustado. Postular la existencia de esta «fábrica» no resuelve nada, sino que mueve un paso atrás el enigma del origen de todo. ¿Cómo fue creada esa fábrica? ¿Cómo adquirió las propiedades físicas necesarias para haber podido infundirle a la materia inicial unas ciertas propiedades que desembocaran en un universo fallido o acertado? ¿De dónde salió la materia prima para su funcionamiento? Y, lo más importante, ¿de dónde adquirió la «inteligencia» que era necesaria para que funcionara? Antes que se postulara esta teoría, el enigma era el origen de la materia prima de nuestro universo, es decir, la «bola» de energía que en algún momento explotó en esa Gran Explosión (Big Bang). Para la comunidad creyente ese enigma se resuelve con la existencia de un Creador que, en su calidad de Diseñador, creó la materia con las propiedades necesarias para que esas variables tuvieran los valores justos y exactos. Para la comunidad no creyente, esa «bola» de energía siempre había existido y el azar se encargó del resto. Al aparecer este «problema» de los valores exactos, la comunidad no creyente tuvo que quitar el azar como el hecho que condujo a la materia hasta el presente. Se inventaron entonces esto de la «fábrica» de hacer universos. Con esa teoría volvieron al mismo punto. Antes se les preguntaba a estos ateos académicos por el origen de la materia y no tenían una respuesta. Ahora sí la tienen: la materia fue producida por esta «fábrica». Pero, cuando se pregunta por el origen de esta «fábrica»—que, dicho sea de paso, lógicamente debe tener una complejidad que escapa a nuestro conocimiento, porque si encontrar explicaciones para un único universo ya nos causa dolores de cabeza, ¡qué sería ahora una «fábrica» de ellos! —, no tienen una respuesta.

tierra

QUINTA TESIS: UN PLANETA FUERA DE LO COMÚN

En los cuentos de ciencia ficción es muy común encontrar historias de seres de otros planetas que vienen a visitarnos, ya sea para destruirnos porque sí; o porque necesitan urgentemente algún recurso natural que es escaso y vital para ellos, pero abundante en nuestro planeta, y están dispuestos a obtenerlo a toda costa. También había los que, por su avanzado nivel evolutivo, deseaban estudiarnos cual ratón de laboratorio, para comprender cómo eran ellos millones de años atrás; y, bueno, también estaban las historias de los que simplemente quieren ser nuestros amigos y mezclarse con nosotros, casarse con terrícolas y establecer una sucursal extraterrestre en nuestro territorio. Con la aparición de estos cuentos empezó a forjarse en la mente de las personas la idea de que la vida debía ser tan abundante como abundantes eran los planetas y las estrellas. Marte fue uno de los primeros objetos de especulación. Se creía que era un planeta con seres mucho más avanzados que nosotros. Estos seres, para quienes se acuñó el término «marcianos», debían poseer supuestas naves capaces de viajar millones de kilómetros para venir a visitarnos. Este término fue recogido y explotado por el escritor inglés H. G. Wells en su obra La guerra de los mundos, publicada por primera vez en 1898. En esta obra, Wells describió una invasión marciana a la Tierra que fracasaba ya que los marcianos no tenían las defensas necesarias para resistir a algunas de las bacterias que abundan en nuestro ambiente. Debido al éxito de esta obra nació una subcultura interesada por los extraterrestres que existe incluso en nuestros días y que ha sido alimentada por los más recientes descubrimientos de la astrofísica. La nave Voyager 1 es una sonda espacial que fue lanzada el 5 de septiembre de 1977 desde Cabo Cañaveral, en el estado de Florida. A pesar de haber sido diseñada para tener una vida útil de unos veinte años, hoy continúa su viaje exploratorio hacia el centro de nuestra galaxia. De todas las fotografías que esta nave ha enviado a la Tierra, tal vez la más significativa e importante es a la que se le dio el nombre de «punto azul pálido» . Es una fotografía de nuestro planeta. Pero no se la imagine como una foto tomada desde la luna o desde la Estación Espacial Internacional, en la que se pueden observar los continentes, rodeados del azul de los océanos y cubiertos por inmensas masas de nubes. Esta fotografía no es así. De hecho, en ella, la Tierra es absolutamente imperceptible ya que su tamaño es el de la punta de un alfiler, escasamente visible. Esto se debe a que fue tomada a una distancia de seis mil millones de kilómetros (la distancia de la Tierra al sol es de ciento cincuenta millones de kilómetros) el 14 de febrero de 1990. Inspirado en esta fotografía, el astrónomo Carl Sagan publicó cuatro años más tarde una obra llamada Un punto azul pálido: una visión del futuro humano en el espacio. Uno de los apartados del libro dice: Mira ese punto. Eso es aquí. Eso es nuestro hogar. Eso somos nosotros. En él, todos los que amas, todos los que conoces, todos de los que alguna vez escuchaste, todos los seres humanos que han existido vivieron su vida. La suma de todas nuestras alegrías y sufrimientos, miles de religiones seguras de sí mismas, ideologías y doctrinas económicas, cada cazador y recolector, cada héroe y cobarde, cada creador y destructor de civilizaciones, cada rey y campesino, cada joven pareja enamorada, cada madre y padre, niño esperanzado, inventor y explorador, cada maestro de la moral, cada político corrupto, cada «superestrella», cada «líder supremo», cada santo y pecador en la historia de nuestra especie, vivió ahí —en una mota de polvo suspendida en un rayo de sol—. La Tierra es un escenario muy pequeño en la vasta arena cósmica. Piensa en los ríos de sangre vertida por todos esos generales y emperadores, para que, en su gloria y triunfo, pudieran convertirse en amos momentáneos de una fracción de un punto. Piensa en las interminables crueldades cometidas por los habitantes de una esquina del punto sobre los apenas distinguibles habitantes de alguna otra esquina. Cuán frecuentes sus malentendidos, cuán ávidos están de matarse los unos a los otros, qué tan fervientes son sus odios. Nuestras posturas, nuestra importancia imaginaria, la ilusión de que ocupamos una posición privilegiada en el Universo […] es desafiada por este punto de luz pálida. Nuestro planeta es una solitaria mancha en la gran y envolvente penumbra cósmica. En nuestra oscuridad —en toda esta vastedad—, no hay ni un indicio de que vaya a llegar ayuda desde algún otro lugar para salvarnos de nosotros mismos. La Tierra es el único mundo conocido hasta ahora que alberga vida. No hay ningún otro lugar, al menos en el futuro próximo, al cual nuestra especie pudiera migrar. Visitar, sí. Asentarnos, aún no. Nos guste o no, por el momento la Tierra es donde tenemos que quedarnos. Se ha dicho que la astronomía es una formadora de humildad y carácter. Tal vez no hay mejor demostración de la locura de los conceptos humanos que esta distante imagen de nuestro minúsculo mundo. Para mí, subraya nuestra responsabilidad de tratarnos mejor los unos a los otros y de preservar y querer ese punto azul pálido, el único hogar que siempre hemos conocido. Carl Sagan fue uno de los grandes promotores del proyecto SETI (acrónimo del inglés Search for Extra Terrestrial Intelligence —búsqueda de inteligencia extraterrestre, en español—). El proyecto trata de encontrar vida extraterrestre inteligente, ya sea por medio del análisis de señales electromagnéticas (el equivalente a nuestras ondas de radio, televisión, telefonía celular o de las luces incandescentes de las calles) capturadas por distintos radiotelescopios, o bien enviando mensajes de distinta naturaleza al espacio con la esperanza de que alguno de ellos sea contestado. Si en alguna parte de nuestra galaxia hay un planeta habitado por seres inteligentes que estén buscando las mismas señales que nosotros, ese planeta tendría que estar a una distancia de poco menos de cien años luz (que es la distancia estimada a la que deben estar, en este momento, las primeras señales de radio emitidas por la BBC de Londres, cuando inició sus transmisiones en 1922). Cien años luz (9,4×1014 km) es una distancia enorme (apéndice B), pero es insignificante si se le compara con el diámetro de nuestra galaxia, que es de cien mil años luz (9,4×1017 km). Así que, para que alguien nos encuentre, tiene que vivir muy pero muy cerca de nosotros; en la misma cuadra, por así decirlo. El proyecto SETI de Carl Sagan no es el único de esta naturaleza. Existen otros tantos en los Estados Unidos como en diversos países europeos. Hasta la fecha, no se ha detectado ninguna señal de origen inteligente. Pero, como sostiene la lógica, «la ausencia de prueba no es prueba de ausencia», por lo que, hasta el momento, no se puede afirmar que no exista vida inteligente extraterrestre —y tal vez nunca lo podamos hacer—. En 1950, el físico italiano Enrico Fermi (premio nobel de física y padre del reactor nuclear), acuñó la que se conoce como la «paradoja de Fermi». Esta paradoja se refiere a la supuesta contradicción que hay entre sostener que la vida inteligente ha de abundar en el universo conocido y la ausencia total de evidencia de su existencia. En los últimos setenta años, nuestro universo observable ha crecido de una manera exponencial, ya que hemos logrado superar el obstáculo de la gruesa capa atmosférica que actúa como una película semitransparente algo borrosa que nos impide mirar más allá de ella. Este obstáculo se ha superado con telescopios que orbitan el planeta, como el telescopio Hubble , puesto en órbita el 24 de abril de 1990. No es extraño que en 1950 se asumiera la abundancia de planetas como el nuestro, capaces de albergar vida compleja. Para poder determinar la probabilidad de que exista vida —no necesariamente inteligente— es necesario, primero, enumerar las características mínimas que debe tener un planeta para que pueda desarrollar vida y, segundo, determinar qué tan común o insólito sería encontrar un planeta con esas características en el espacio exterior. Durante siglos, el hombre pensó que la Tierra era el centro del universo. Según esta creencia, el sol, los planetas y los demás cuerpos celestes giraban a su alrededor. Pero la situación cambió cuando Nicolás Copérnico culminó su obra maestra, De revolutionibus orbium coelestium (Sobre las revoluciones de las esferas celestes, en español), después de veinticinco años de trabajo (1507-1532). En su obra, Copérnico demostró que el sol se encuentra en el centro y que la Tierra y los demás cuerpos se mueven a su alrededor. Este correcto entendimiento de la mecánica de nuestro sistema solar revolucionó el mundo académico del momento y nuestro planeta dejó de tener ese estatus especial y privilegiado: de ocupar el centro de todo el universo, la Tierra pasó a ser un planeta más que daba vueltas alrededor de una estrella. Con el pasar de los años, los hombres de ciencia hablaron de lo que llegó a conocerse como el «principio copernicano»: lo que ocurrió con nuestro planeta debió haber ocurrido con otros, ya que era claro que el universo no se había formado con nosotros como huéspedes de honor —nuestra posición en el universo no era especial—. El principio copernicano tomó mayor relevancia en 1921, cuando el astrónomo Edwin Hubble descubrió que la mayoría de lo que se pensaba que eran estrellas en el firmamento se trataba, en realidad, de otras galaxias compuestas de millones y millones de estrellas, planetas y demás cuerpos celestes. Hasta ese momento, se pensaba que nuestra galaxia era la totalidad del universo. Con este nuevo hallazgo, el tamaño del universo se expandió billones de billones de veces y, con esta expansión, se pensó que planetas como el nuestro, con complejas formas de vida, debían ser extremadamente comunes. Yo me imagino que el número de planetas habitados en nuestra galaxia es del orden de miles o cientos de miles. ¿Y por qué pienso que hay vida en otros planetas?, porque el universo es extremadamente grande, hay billones y billones de estrellas. Así que, a menos que nuestra Tierra tenga algo muy especial, sumamente especial, milagroso sí que quiere, lo que ha pasado acá en la Tierra debió haber pasado muchas veces en otros planetas. (Seth Shostak, astrónomo senior del SETI) La hipótesis de que hay vida afuera de la Tierra dio origen a la astrobiología, cuya misión es responder si los planetas habitados son raros en el universo o si, por el contrario, son abundantes. Guillermo González es un astrobiólogo y astrofísico de la Universidad Estatal de Iowa que trabaja en los programas de astrobiología de la NASA. Su trabajo es entender las características necesarias para sostener la vida y ver si esas características se cumplen en otros lugares del universo. Hay dos supuestos detrás de este trabajo. Por un lado, que hay millones y millones de estrellas con planetas orbitándolas; por otro lado, que se requiere una extensa cadena de eventos y condiciones muy precisas para que se pueda dar y sostener vida compleja. Una de esas condiciones es que haya agua en estado líquido. Para ello es necesario que haya una distancia muy específica entre el planeta y la estrella que este circunda. Si están muy cerca, el agua se evapora y si están muy lejos, se congela. Existe entonces una pequeña área («zona ricitos de oro» ), en la que cabe solamente un planeta donde puede haber agua líquida dentro de cada sistema solar. En el caso de la Tierra, si su distancia con respecto al sol fuera tan solo 5 % menor, nos pasaría lo que a Venus: la temperatura del planeta sería de 900 °F debido al efecto invernadero, lo cual anularía la posibilidad de que existiera agua líquida. Si, por el contrario, la distancia fuera 20 % mayor, nos pasaría lo que a Marte: nubes de dióxido de carbono la cubrirían y harían que fuera tan fría que toda el agua se congelaría. Dado que las leyes de la física y la química se cumplen en todo el universo conocido, los científicos se han concentrado principalmente en buscar planetas en la «zona ricitos de oro». El agua es fundamental, pero no es el único requisito. La receta para la vida es mucho más compleja. Se necesita que el planeta cumpla, entre otros, con los siguientes requisitos: • Estar en la zona habitable dentro de la galaxia. Las galaxias, al igual que los sistemas solares (que tienen su zona «ricitos de oro»), también tienen su propia zona «habitable». El centro de ellas es un lugar extremadamente peligroso por su enorme actividad. Es como si usted instalara su casa en un campo minado, rodeado de volcanes activos, en un área altamente propensa a los tornados y sobre la unión de dos placas tectónicas. • Orbitar una estrella enana tipo G2 (se estima que tan solo el 7,5 % de las estrellas de nuestra galaxia son de este tipo). Si el sol fuera más pequeño (del tamaño del 90 % de las estrellas de nuestra galaxia), el planeta tendría que estar más cerca de él. Pero, si se acercara más a la estrella, su gravedad aumentaría y su rotación se sincronizaría con la del sol. De este modo, el planeta daría siempre la misma cara al sol, por lo que la mitad de él sería un completo desierto y la otra mitad estaría congelada y totalmente oscura (esto es lo que sucede con la luna; solo podemos ver una de sus caras). • Estar protegido por gigantes planetas gaseosos para resguardarse de la gran cantidad de objetos letales que navegan sin dirección por el espacio. Estos gigantes actúan como imanes los atraen. • Estar en la zona habitable dentro del sistema solar («zona ricitos de oro»). • Su órbita tiene que ser casi circular. Los planetas con órbitas más elípticas sufren unas alteraciones climáticas violentas: pasan del congelamiento total a temperaturas cercanas a los 1000 °F. • Tener una atmósfera rica en oxígeno y nitrógeno. La nuestra es 78 % nitrógeno, 21 % oxígeno y 1 % dióxido de carbono, lo que permite una temperatura estable. Asimismo, esta composición actúa como escudo contra el destructivo viento solar. Es la combinación perfecta para generar agua y vida compleja. • La atmósfera debe ser casi transparente: tiene que permitir la entrada de luz para que se pueda generar el oxígeno mediante la fotosíntesis en las plantas. • Ser orbitado por una luna grande (25 % del tamaño del planeta). Sin la luna, nosotros no existiríamos . Ella estabiliza el ángulo de inclinación de la Tierra en los 23,5 grados actuales, lo que permite estaciones con cambios moderados de temperatura y mantiene la rotación de 24 horas. Sin la luna, esta inclinación fluctuaría periódicamente entre 0 y 90 grados y la rotación seria de apenas 6 horas. • Tener campos magnéticos generados por el núcleo de hierro líquido en el centro del planeta para protegernos de las mortales radiaciones solares. • Su masa debe ser la correcta. Si el planeta fuera muy pequeño, el campo magnético sería muy débil y no lo protegería del viento solar, que arrasaría con toda la atmósfera y lo convertiría en un desierto, como le pasó a Marte. • La proporción de agua y tierra debe ser cercana a dos partes de agua por cada parte de tierra (más o menos 70 % de agua y 30 % de tierra). • Su rotación debe ser moderada. Si la rotación es muy rápida, el planeta sería un completo horno; si es muy lenta, los cambios de temperatura serían demasiado drásticos para sostener la vida. • El grosor de la capa terrestre del planeta debe ser el correcto (el grosor de la nuestra varía de cuatro a treinta millas). Si la capa es muy gruesa, no habría reciclaje de las placas tectónicas , y si es muy delgada, no se formaría tierra firme. El reciclaje de las placas permite regularizar la temperatura de la Tierra, producir los nutrientes que sirven de alimento para todos los seres vivientes y generar las reacciones químicas que producen el átomo de carbón necesario para que se formen los ladrillos de la vida. Estas y otras condiciones tienen que estar dadas al mismo tiempo para que la vida compleja se desarrolle y mantenga. El número de factores que se consideran necesarios para tener un planeta habitable ha aumentado con el pasar de los años. En la actualidad, se estima que son veinte los requisitos mínimos e indispensables . Si tomamos un valor conservador de un 10 % (1/10) de probabilidad de que el requisito necesario esté presente en un determinado planeta, así como un número estimado de estrellas en nuestra galaxia de 10×1011, la probabilidad de que existiera un planeta con estos veinte requisitos sería de 1 entre 1×1015. Acá viene lo sorprendente. Dijimos que la cantidad de sistemas solares en nuestra galaxia es 1×1011 y también dijimos que, por la «zona ricitos de oro», solamente puede haber un planeta por sistema solar. Esto quiere decir que, de los potenciales 1×1011 planetas, solamente 1 de cada 1×1015 cumpliría con estos veinte requisitos. Pero, si observa cuidadosamente estas cifras, se dará cuenta de que la probabilidad es mayor al número de planetas disponible. Es como si la lotería Powerball se continuara jugando con los sesenta y nueve números, más los veintiséis del Powerball, pero se estableciera que no se va a vender el 90 % de las combinaciones disponibles. Si con esas condiciones alguien se la ganara, sería un verdadero milagro. Matemáticamente, es un milagro que existamos en esta galaxia. No somos la norma, como muchos piensan a la ligera; somos la excepción. ¿Contamos con suerte? ¿O todo estaba diseñado para que fuera así? En los últimos años, los astrónomos se han sorprendido al confirmar que es extremadamente difícil que un planeta cumpla con las características que le permiten tener eclipses totales y perfectos de sol. La teoría general de la relatividad de Einstein, que nos ha permitido una mejor comprensión de la mecánica del universo y de la materia, logró ser demostrada gracias a un eclipse total de sol. Casi todo lo que sabemos de nuestro astro rey y, por ende, de las estrellas, es debido a estos eclipses. ¿Qué es un eclipse total y perfecto de sol? Es cuando la luna tapa el 99,9 % del sol, dejando expuesta solamente la corona. Es esta corona la que emite luz, calor, rayos ultravioleta, radiaciones, vientos, etc. Gracias a esto podemos estudiar el sol y aprender de él y del resto de estrellas. ¿Qué se necesita para que se dé un eclipse total perfecto de sol? Guillermo González contesta esta pregunta en su libro Astronomía y geofísica. Para que se pueda apreciar un eclipse de esta naturaleza, el aparente tamaño del sol debe ser igual al aparente tamaño de la luna, vistos los dos desde la Tierra. El sol es cuatrocientas mil veces más grande que la luna, y la luna está cuatrocientas mil veces más lejos del sol que de la Tierra. Una mínima variación, de más del 2 % en esta relación, haría que la luna tapara completamente al sol, en cuyo caso no podríamos conocer nada de él. Una variación de menos del 2 % haría que la luna dejara expuesta algo más que la corona, lo que impediría que la pudiéramos estudiar debido a la gran cantidad de luz. De todos los planetas con lunas estudiados por Guillermo González, solo el nuestro cumple las condiciones para que se den eclipses de sol perfectos. ¿Contamos con suerte? ¿O todo estaba diseñado para que fuera así? En el libro Rare Earth, Why Complex Life is Uncommon in the Universe, de los profesores Peter Ward y Donald Brownlee, se expone uno de los estudios más completos y elaborados sobre este tema. El estudio establece que, si bien es cierto que es más probable encontrar vida microbiana en otros lugares, son extremadamente escasos los planetas capaces de sostener vida compleja como la de las plantas, los animales o el ser humano. Nuestro planeta es ciertamente un lugar muy privilegiado. Somos definitivamente un planeta fuera de lo común. ¿Contamos con suerte? ¿O todo estaba diseñado para que fuera así?

termodinamica

SEXTA TESIS: LAS LEYES DE LA TERMODINÁMICA

La termodinámica es la ciencia que estudia la energía. Sus orígenes se encuentran a mediados del siglo XIX (en aquella época, a la energía se le decía «fuerza»). Sus dos primeras leyes, que en su formulación hacen referencia a «sistemas cerrados», son las columnas de la ciencia moderna. ¿Qué es un sistema cerrado? Si estoy estudiando las propiedades de un líquido contenido en un recipiente herméticamente sellado, sin que lo afecten en lo absoluto las condiciones externas —tales como luz, aire y temperatura—, entonces diremos que ese recipiente constituye un sistema cerrado para el estudio del líquido. Si amplío el espacio donde se lleva a cabo el estudio, es decir, sello herméticamente las puertas y ventanas del laboratorio, y bloqueo cualquier entrada de luz, aire o sonido, etc., el laboratorio se convierte ahora en el sistema cerrado. La primera ley de la termodinámica —o ley de conservación de la energía— dice que en un «sistema cerrado» la energía no se crea, sino que se transforma. La energía permanece constante y solo cambia de una forma a otra. Este principio puede ser demostrado quemando un pedazo de madera. Cuando la madera se quema, pasa a un estado diferente (ceniza en este caso) y durante el proceso libera calor. La energía necesaria para la producción de calor es tomada del mismo sistema, no proviene de otra fuente. La cantidad de energía presente en ese «sistema cerrado» antes de la quema sigue siendo la misma después de ella (demostrar esta afirmación escapa al alcance y propósito de esta obra, pero en cualquier texto de física se puede encontrar su demostración). La segunda ley de la termodinámica —o ley de la entropía — a la cual Albert Einstein se refirió como la «máxima ley de todas las ciencias», afirma que la tendencia de la materia en un «sistema cerrado» es pasar del orden al desorden. ¿Ha notado qué les pasa a las cosas con el tiempo? Dejan de funcionar, se gastan, se deterioran, se dañan, se envejecen, se oxidan, se decoloran, se pudren, se desintegran, se dispersan, se disuelven, se desordenan, se mezclan, se ensucian, se acaban, se enferman, se mueren, etc. Eso es lo que predice esta ley, que la materia pasa de lo complejo a lo simple, de lo ordenado a lo desordenado. Piense en el cuerpo de un ser humano: es complejo y ordenado, ¿cierto? ¿Qué pasa con ese cuerpo después de doscientos años? Se convierte en cenizas, un elemento simple pero desordenado. ¿Puede este paso del orden al desorden detenerse o incluso revertirse? La respuesta es no, ya que, al tratarse de un «sistema cerrado», no tenemos cómo intervenir. Si ampliáramos el sistema, la respuesta sería diferente, pues podríamos «inyectarle» al sistema la energía necesaria para detener o invertir el proceso. Supongamos que usted cierra la puerta de su casa con llave y solo vuelve a entrar a ella muchos años después. ¿Cómo la encontrará? Derruida, llena de polvo. A lo mejor algunas paredes se habrán venido al piso, los electrodomésticos estarán totalmente oxidados, etc. ¿Podemos devolver la casa al estado en el que estaba cuando usted la cerró? La respuesta es no, porque la casa es un «sistema cerrado» y no puede arreglarse por sí misma. Pero si ampliamos ese sistema, sí podemos devolverla a su estado original. Para eso, tendríamos que «inyectarle» una gran cantidad de «energía», representada en mano de obra. Otra forma de expresar esta segunda ley es mediante la primera. Decíamos que la primera ley establece que en un «sistema cerrado» la energía permanece igual a pesar de las múltiples transformaciones que puede experimentar a lo largo del tiempo. Ahora, según la segunda ley, esa energía se va volviendo menos «utilizable». Volvamos al pedazo de madera que incendiamos anteriormente. Los resultados después de la quema (ceniza, calor y luz) se vuelven menos «reusables». Recuperar ese calor y esas cenizas para generar otra transformación es más difícil. Si juntáramos el material y lo incendiáramos, podría arder por poco tiempo y generar algo de calor, pero nunca podría producir una hoguera tan grande como la primera. Una siguiente «utilización» sería aún más difícil, y así sucesivamente hasta agotar la energía «usable». La propiedad de la entropía es una realidad en la naturaleza. Se puede minimizar la entropía, la pérdida de «usabilidad» de la materia, pero no erradicarla: no se puede hacer que la materia sea reutilizada indefinidamente. La ingeniería nos ayuda a buscar maneras de minimizar la pérdida de energía «utilizable» y maximizar su uso antes que se pierda para siempre. Cientos de miles de ingenieros trabajan en todo el mundo tratando de minimizar los efectos de esta ley. ¿Ha escuchado el término «eficiencia» o cosas como «este motor es más eficiente que aquel otro»? Lo que le están diciendo es que el primer motor desperdicia menos energía que el segundo. La meta, en este ejemplo, es llegar a un diseño en el que el 100 % de la energía se emplee exclusivamente en mover el motor con 0 % de desperdicio. Por la ley de la entropía, sin embargo, sabemos que eso es imposible: siempre se transformará un porcentaje de energía en calor, ruido, etc., (energía no «usable»). ¿Qué implicaciones tienen estas dos leyes en el debate de la existencia de Dios? Si no hay un Dios Creador, la presencia del universo debe poder explicarse sin Él. Como se expone en la narración de «la gran historia» (Apéndice C), el universo tiene su origen en una pequeñísima «bola» de energía que explotó. ¿Cuál es el origen de esa «bola»? Solo tenemos tres hipótesis posibles: surgió por generación espontánea, siempre ha existido o fue creada. La hipótesis de la generación espontánea viola abiertamente la primera ley de la termodinámica, que establece que, en un «sistema cerrado», la energía no se crea, sino que se transforma. Si no hay nada para ser transformado, no es posible obtener algo que dé comienzo a todo. Sería necesaria entonces una intervención por fuera del «sistema cerrado» para dar origen a algo. Para nosotros los creyentes, esa fuerza que interviene para crear la materia prima inicial no es otra que el Dios de la Biblia. La hipótesis de la eternidad del universo viola la segunda ley de la termodinámica. Si asumimos que el universo siempre ha existido, y esta ley nos dice que la cantidad de energía utilizable es limitada, entonces la Gran Explosión debió haber consumido toda esa energía utilizable, pero sigue existiendo energía aprovechable (el proceso de formación de estrellas, planetas, vida, etc. aún continua). Por lo tanto, la materia no puede haber existido eternamente. Habiendo descartado las dos primeras hipótesis, que son a las que acuden los ateos para explicar toda la existencia del universo y de la vida, queda la última opción, la de la creación por un Creador. En palabras del famoso astrónomo naturalista Robert Jastrow : Ahora vemos cómo la evidencia astronómica conduce a un punto de vista bíblico acerca del origen del mundo. Los detalles difieren, pero los elementos esenciales del relato astronómico y el relato bíblico del Génesis son iguales: la cadena de sucesos que culminaron en el hombre comenzó súbita y abruptamente en cierto momento definitivo en el tiempo, con un estallido de luz y energía […] Los teólogos están encantados con el hecho de que la evidencia astronómica conduce a una visión bíblica del Génesis […] Pero un hecho curioso es que los astrónomos están molestos […] Ante tal evidencia, la idea de que hay un Dios que ha creado el universo es, desde el punto de vista científico, tan plausible como muchas otras ideas. Considere la magnitud del problema. La ciencia ha demostrado que el universo nació por una explosión que tuvo lugar en un momento determinado. Pregunta: ¿Qué causa produjo este efecto? ¿Quién o qué puso materia y energía en el universo? Hay un cierto tipo de religión en la ciencia. Esta fe religiosa del científico es profanada por el descubrimiento de que el mundo tuvo un comienzo. La esencia de estos extraños descubrimientos es que el universo tenía, en cierto sentido, un principio […] que comenzó en un momento determinado. (El énfasis es mío) «La gran historia» (Apéndice C) ha despertado gran interés, no solo por lo atrayente que resulta conocer nuestra propia historia desde el origen más remoto, sino por la gran cantidad de preguntas que pretende resolver. Entre esas preguntas están las siguientes: si, como lo indica la segunda ley de la termodinámica, la tendencia del universo es pasar del orden y la estructura a la falta de ellas, ¿cómo es posible que se haya generado el universo que conocemos? ¿Cómo puede la vida haber invertido los efectos ineludibles de la tendencia al desorden que impone la materia? ¿Cómo puede la vida haberse organizado para abrir paso entre el desorden a todo su esplendor? ¿Cómo puede una enorme explosión haber desencadenado una secuencia ordenada de eventos que tienen como resultado final el que conocemos? Recordemos que la «bola» de energía inicial debió haber contenido toda la materia prima necesaria para formar el universo y todo lo que hay en él. Claramente se pasa del desorden (que es lo que produce una explosión) al orden (que es lo que se necesita para formar vida), lo cual contradice la segunda ley de la termodinámica. Para hacer una analogía, es como si alguien metiera tornillos, piñones, cristales, piezas de metal y un taco de dinamita encendido en un tarro, y el resultado de la explosión fuera un reloj funcionando. ¿Qué piensan los naturalistas? Ellos sostienen que la naturaleza es el único principio de la realidad y, por lo tanto, nada existe fuera de los límites naturales. Es decir que lo único que existe son fuerzas y causas medibles, cuantificables y susceptibles de ser analizadas en un laboratorio. En contraposición, el pensamiento teísta sostiene que, además de las realidades naturales, hay también realidades sobrenaturales, y el Creador es la fuente de esos dos tipos de realidades. ¿Qué respuesta trataría de dar un naturalista, con una alta formación académica en las ciencias, si se le pregunta sobre la incoherencia entre esta segunda ley y los hechos de la naturaleza que puede observar, medir, cuantificar y estudiar? Diría que la ciencia no ha encontrado una respuesta… ¡aún! Esta es la misma respuesta que dio el científico Michael Shermer , fundador de The Skeptics Society y editor en jefe de la revista Skeptic, en el programa de televisión Faith Under Fire, dirigido por Lee Strobel . Pero si la persona no posee ese alto nivel académico, repetiría lo que seguramente le enseñaron en el colegio: que la materia se fue organizando lenta y gradualmente por sí misma, sin seguir ningún libreto, hasta haber formado organismos simples; que luego, en el transcurso de millones de años, se fue volviendo más organizada y estructurada, y logró así la complejidad que tiene hoy, todo ello sin la intervención de ningún ente sobrenatural. Solo la guía y dirección de un Gran Diseñador que planeó su obra desde el principio, y que sabía exactamente cómo quería que luciera, pudo haber puesto en la materia las leyes que la gobiernan. Él ha guiado el proceso en cada uno de esos momentos cruciales, en cada uno de esos «puntos de inflexión» de «la gran historia» en los que la materia se comportó de manera especial para escalar un nuevo peldaño de la importante escalera de acontecimientos que nos condujeron al presente. Como dijo el evolucionista Jeremy Rifkin : «La ley de la entropía (o la segunda ley de la termodinámica) será el tema más paradójico del que se va a hablar en el siguiente periodo de nuestra historia».

universo

CONCLUSIÓN – ¿DIOS EXISTE?

En estos últimos tiempos el creyente se ha sentido abandonado cuando, apegado a sus convicciones religiosas, ha tratado de reconciliar la Biblia con los grandes descubrimientos de la ciencia. Rodeado por un ateísmo en aumento, se ha sentido incapaz de presentar argumentos racionales que le hagan sentir que sus creencias tienen bases razonables y científicas. Así, el creyente ha optado por callarse y acomodarse en el campo de la fe, donde no se le exigen pruebas ni demostraciones. Pero la estrategia del avestruz (esconder la cabeza en un hueco para sentirse a salvo de los depredadores, pensando que nadie lo va a ver) no contribuye al fortalecimiento de sus creencias. Las dudas hay que resolverlas, y se deben enfrentar sin temor. La verdad —visible o invisible— es siempre verdad, desde cualquier ángulo, dirección o campo del conocimiento del que se trate. «Todos los caminos conducen a Roma», dice un popular refrán. Pero no todos los caminos están pavimentados y van en línea recta. Los hay cortos y largos, con túneles y sin ellos, en piedra y en asfalto, planos y con montañas, anchos y angostos.

Básicamente, existen dos visiones del origen de todas las cosas: la naturalista, que atribuye todo a la fuerza de la prueba y el error repetidos durante periodos muy largos, y la de los creyentes, quienes en virtud de la Palabra revelada saben que todo empezó a existir por la acción del Creador —«En el principio creó Dios los cielos y la tierra» (Génesis 1; Éxodo 20,11; Hebreos 11,3)—.

El problema es que ni la evolución ni la creación son observables o repetibles, así como, por ejemplo, tampoco es observable ni repetible la formación de nuestra luna. La ciencia puede expresar teorías basadas en la evidencia que posee sobre el origen de nuestro satélite. Cada una de ellas está fundada en muchas evidencias y en una forma específica de interpretación de esas evidencias. Pero, en la medida que la ciencia hace nuevos descubrimientos, las hipótesis deben ser revisadas para ver si se mantienen o si deben cambiarse para ajustarse a los hechos. Si la hipótesis se comprueba como cierta, esta se mantiene y refuerza la teoría. Si, por el contrario, la hipótesis se falsea, debe eliminarse y, en consecuencia, debilita o anula la teoría. Las hipótesis naturalistas hicieron enormes suposiciones que hoy la ciencia ha catalogado como falsas. Desafortunadamente, estas pruebas y evidencias son todavía desconocidas para el ciudadano del común, y en especial para los creyentes. Por esta razón, los creyentes siguen pensando que no hay una alternativa distinta a evitar la argumentación. Los practicantes creen que no cuentan con un argumento diferente al de la enseñanza bíblica. Hubo una época en que eso era suficiente, pero hoy en día ya no lo es.

El argumento que he presentado para demostrar la existencia de Dios es que la materia y la vida obedecen a un diseño y, por lo tanto, debe existir un diseñador. Este diseñador, al que llamamos el Creador, es el mismo Dios de la Biblia. La película Contacto[64], con Jodie Foster en el papel de Ellie Arroway, tiene lugar en el observatorio de Arecibo, en Puerto Rico. La científica Arroway lleva muchos años en ese lugar escuchando «ruidos», aparentemente sin significado, provenientes del espacio exterior. Un buen día, ella descubre un patrón de pulsaciones y pausas que son interpretados como la secuencia de los números primos[65] del dos al ciento uno. Esto llama su atención e inmediatamente deduce que existe una inteligencia que diseña, que es la fuente de esos «ruidos». La secuencia empieza con dos pulsaciones, seguidas de una pausa; luego tres pulsaciones, seguidas de una pausa; luego cinco pulsaciones…, y continúa así, siguiendo toda la serie de números primos hasta el ciento uno. Al finalizar la secuencia, vuelve a comenzar con el número uno. Para la científica, es claro que está escuchando un mensaje producido por una inteligencia extraterrestre.

¿Por qué? ¿Dónde está escrito que una secuencia de señales con pausas que van seguidas por un número primo puede ser producida solamente por una inteligencia? Ninguna ley de la física establece que las señales de radio deban tomar una forma u otra. Pero en la mente de nadie cabe que una sucesión larga de números primos (del dos al ciento uno hay veinticinco números primos) pueda ser producto del azar. Su complejidad y especificidad son la marca o la firma característica de ser producto de una inteligencia. El diseño es un marcador empírico totalmente confiable de la inteligencia, de la misma manera que las huellas dactilares son un marcador de la presencia de una persona en la escena de un crimen.

He presentado una serie de hechos que van desde lo minúsculo de la célula hasta lo inmensurable del universo para mostrar esas marcas empíricas del diseño que se ajustan al relato bíblico en el que aparece el Gran Diseñador. Pero los naturalistas escogen creer lo increíble:

  • Que la nada produjo algo.
  • Que existe una máquina que fabrica millones de universos por segundo, cambiando los valores de las diferentes constantes que gobiernan la materia hasta que finalmente produce este universo (que posee los valores exactos que permiten que haya vida compleja).
  • Que la vida surgió por generación espontánea.

¿Qué evidencia tienen los naturalistas para estas teorías? La única evidencia es que este universo existe y que nosotros también, luego sus teorías son correctas. ¿Es esta realmente una solución científica? Solo existen dos alternativas: o la vida fue creada o se creó sola. Los naturalistas escogen la última, ya que admitir la primera los llevaría a aceptar que existe un Creador y esto tendría unas implicaciones filosóficas y teológicas que no estarían dispuestos a aceptar. Cualquier científico que escuchara una secuencia de veinticinco números primos proveniente del espacio no dudaría un momento y pensaría que solamente una inteligencia sería capaz de producirla. Seguramente, al escuchar el quinto o sexto número primo descartaría al azar como explicación del fenómeno. Cuando haya escuchado más de diez números, estaría seguro de la existencia de una inteligencia, y cuando haya escuchado todos los veinticinco tendría el convencimiento pleno y total. ¿Por qué una secuencia, no de veinticinco, sino de tres mil millones, como la secuencia de información de nuestro adn, es insuficiente para atestiguar la existencia de una inteligencia como la entidad que le dio su origen? ¿Por qué una probabilidad de 1 entre 1×10368 de que la fuerza de la gravedad, la fuerza nuclear fuerte y la velocidad de expansión del universo tengan los valores que actualmente tienen, que son los únicos que sirven, no es suficiente para atestiguar un Diseñador que así lo dispuso? ¿Por qué, si solo uno de cada 1×1015 planetas tiene el potencial de albergar vida compleja, no nos sentimos parte de un plan diseñado?

La biogénesis es la ley de la biología que establece que la vida solo puede provenir de la vida. Sin embargo, algunos científicos han sugerido, de vez en cuando, que la vida puede provenir exclusivamente de la materia inorgánica. En la Edad Media se creía que las larvas y las moscas provenían de la basura y desperdicios. Francesco Redi[66] demostró en 1668 que, si bien se reproducían en la basura, no provenían de ella[67]. Dos siglos después, algunos científicos pensaron de nuevo que era posible que la vida proviniera de la materia inorgánica (se referían a las bacterias y las algas). El científico Louis Pasteur[68] realizó una serie de experimentos a mediados del siglo xix. Colocó caldos estériles en matraces sellados o con extensos cuellos curvos y demostró que los microorganismos solo provenían de otros microorganismos. Un siglo después del experimento, se pensó que hace muchísimo tiempo la vida comenzó espontáneamente cuando los gases y algunas sustancias químicas cumplieron con ciertas condiciones especiales en la Tierra. Las sondas espaciales Viking i y Viking ii fueron lanzadas al planeta Marte, ya que este tenía (y sigue teniendo) las mismas características que el nuestro en sus orígenes. Las sondas fueron lanzadas el 20 de agosto de 1975 y el 9 de septiembre de ese mismo año, respectivamente. Si se hubieran encontrado signos de cualquier forma de vida, habría quedado demostrado de una vez y por siempre que la vida sí podía provenir de la materia inorgánica. Después de haber analizado todos los resultados, no se encontraron rastros de vida, ni presente ni pasada.

Algunos experimentos han logrado la producción de aminoácidos o moléculas orgánicas en el laboratorio. Otros han logrado generar secuencias de aminoácidos extrañamente estructuradas que han dado lugar a grandes titulares en los que se ha anunciado «haber resuelto el enigma de cómo comenzó la vida en la Tierra» (como lo anunció el popular sitio de ciencias www.phys.org en su edición del 1 de agosto de 2019). Pero unir unos cuantos aminoácidos, encontrar agua en Marte o material «orgánico» en meteoritos, o incluso fabricar numerosas moléculas a partir de una reacción, no es igual a crear vida. Ni siquiera está cerca de ello. La vida es un sistema de funcionamiento extraordinariamente complejo y sofisticado, no solamente un conjunto de moléculas orgánicas diversas. Se pueden colocar en un recipiente estéril todos los aminoácidos, las azúcares, los lípidos, todas las estructuras biológicas necesarias para la vida en condiciones ideales de luz, temperatura, alcalinidad, etc. Incluso se pueden remover todas las sustancias que inhiben las reacciones químicas que permiten la formación de una célula: así y todo, la vida no se originaría espontáneamente.

Pero, si algún día se pudiera generar vida en el laboratorio a partir de los componentes más elementales, no estaríamos hablando de una generación espontánea, sino de una creación a partir de un diseño, precedida de décadas y décadas de estudio, comprensión científica y planeación «inteligente». Si se lograra esto, se estaría plagiando una obra ya existente, lo que pondría de manifiesto que la formación de la vida es un proceso guiado por la inteligencia. Estaríamos suplantando al Creador, al Diseñador original.

Todas las investigaciones científicas, hasta el momento, no han hecho otra cosa que ratificar la ley de la biogénesis. Los naturalistas tienen que contradecir esa ley para explicar el origen espontáneo de una primera vida a partir de materia inorgánica. No sucede lo mismo con los creacionistas. Nosotros ratificamos que esa primera forma de vida provino de otra viva, que es el mismo Dios que, como Creador, pudo darle vida a la materia inorgánica. «Que produzca la tierra toda clase de plantas: hierbas que den semilla y árboles que den fruto». «Que produzca el agua toda clase de animales, y que haya también aves que vuelen sobre la tierra». «Que produzca la tierra toda clase de animales: domésticos y salvajes, y los que se arrastran por el suelo». «Entonces Dios el Señor formó al hombre de la tierra misma». La tierra y el agua, que son materia inorgánica, fueron capaces de producir vida, pero no espontáneamente, sino por la acción de la Palabra del Creador, del Gran Diseñador.

La explicación de la vida va mucho más allá de los procesos químicos que la hayan producido, por sencillos o complejos que puedan ser. Se han podido descifrar las composiciones químicas del adn, de los aminoácidos y de las proteínas. Se han logrado comprender algunas de las reacciones químicas que ocurren al interior de la célula. Se han identificado etapas clave en el complejo sistema de la reproducción celular. Se ha manipulado el átomo para formar material radioactivo. Hemos sido testigos del nacimiento de estrellas. Se tienen imágenes de agujeros negros y se han logrado cosas que eran impensables hace unos años. Pero persiste una pregunta: ¿cómo ha adquirido la materia la «información» necesaria para actuar y reaccionar de la manera en que lo hace?

¿Qué es la información? ¿Qué entendemos por ella? Podemos decir que es una entidad conceptual, no material, que transmite significado y que puede ser usada para crear o comunicar algo. También podemos decir que solo la «inteligencia» la puede producir.

En el curso de estos pensamientos, mientras traté de contestar esta pregunta, aporté elementos concretos y tangibles que nos permiten estimar la cantidad tan grande de información que se necesita para la formación de todo lo que existe. Estos elementos han sido revelados por los grandes descubrimientos científicos de los últimos cien años. ¿Cómo explicar el origen de esta enorme cantidad de información? Si la cantidad de información disponible en Internet lo maravilla tanto como a mí, ella no es nada en comparación con la cantidad que se requiere para crear un hombre. En nuestra cosmovisión cristiana no hay contradicciones ni violaciones de leyes, ni complejas teorías. Los ateos deben recurrir a esas contradicciones y violar todas las leyes fundamentales de la física, la biología y la lógica para explicar nuestra existencia.

El ateo que posee una cierta formación académica sigue apegado a los descubrimientos científicos sobre las estructuras de la célula, de la vida y de la materia, pero deja a un lado el tema de la información. Usted puede desarmar su teléfono celular hasta llegar a sus partes más básicas para entender de qué está hecho. Puede ver cada pieza en un microscopio electrónico y analizar cada uno de los componentes a nivel molecular. Puede también replicar ese mismo aparato. No obstante, sin la información de las aplicaciones, ese teléfono no es más que un montón de componentes eléctricos que no cumple ninguna función. Esa información (las aplicaciones) no puede ser detectada bajo el microscopio. De hecho, el peso del teléfono es el mismo sin aplicaciones que con cientos de ellas, porque las aplicaciones son inmateriales. Lo mismo ocurre con la célula: sin la información, no puede cumplir ninguna función.

Un usuario de computador sabe que sin los programas o aplicaciones su computador solo sirve de adorno. ¿Qué es una aplicación? Yo soy ingeniero de sistemas y trabajo diariamente desarrollando aplicaciones. Mi trabajo consiste en escoger y ordenar adecuadamente una serie exacta y extensa de instrucciones a través de un proceso de racionalización y discernimiento de la función que pretendo implementar. La base del proceso es que sé que el computador será capaz de ejecutar exactamente esas instrucciones en el orden que yo establecí. Cuando me equivoco y escribo una instrucción que el computador no conoce, todo se detiene. A pesar de que el computador es muy «inteligente», en realidad es extremadamente inútil y no sabe qué hacer con una instrucción que no conoce. Si altero el orden lógico de la secuencia de comandos, obtengo un resultado no lógico; es decir, no se da la función que quiero. Yo, como un agente inteligente, soy capaz de definir las instrucciones y el orden necesarios para que el computador ejecute una función específica. Lo mismo sucede con una célula. Necesita un programa (adn) para poderse alimentar, reproducir, para adaptarse y autorrepararse, etc. Solo un ente inteligente es capaz de escribir un programa que dé a la célula la información necesaria para hacer todas estas cosas. La evolución darwinista puede suponer todas las reacciones químicas que quiera para explicar las estructuras de los seres vivos, desde las más simples hasta las más complejas. Pero a pesar de ello, no puede explicar el origen «inmaterial» de la información en la vida y la materia.

La presencia innegable de «información» invisible en todo el mundo visible es una evidencia enorme que refuta la cosmovisión naturalista y materialista, y ratifica de manera sólida la cosmovisión cristiana que nos revela la Biblia. Toda la evidencia que subyace a cada descubrimiento científico apunta a un Creador. La famosa frase del científico y matemático Albert Einstein —«el hombre encuentra a Dios detrás de cada puerta que la ciencia logra abrir»—, pronunciada hace más de setenta años, tiene hoy mucha más relevancia. En estos últimos años, el campo de conocimiento se ha agrandado de manera exponencial y consistentemente apunta a la presencia de un factor de información y diseño.

Espero que, si usted era uno de los que había escogido el camino de creer lo imposible, tenga ahora la tranquilidad de contar con una serie de argumentos científicos y racionales que no riñen para nada con la enseñanza bíblica. Por el contrario, encuentra usted la más perfecta coherencia entre lo que sabía de la Palabra de Dios y los últimos descubrimientos científicos.

¿Dios existe? ¡No hay duda de ello!

 

 


[1] La Real Sociedad Astronómica comenzó como la Sociedad Astronómica de Londres en 1820 para apoyar la investigación astronómica. Cambió su nombre a Royal Astronomical Society en 1831, cuando fue declarada «Real» por Guillermo iv.

[2] La Real Sociedad Geográfica es una institución británica, fundada en 1830 con el nombre de Geographical Society of London, para el desarrollo de la ciencia geográfica bajo el patronazgo de Guillermo iv de Inglaterra.

[3] https://www.tfes.org

[4] Si desea conocer los miembros de la Sociedad, puede ver la taquillera película del director Daniel J. Clark, Behind the Curve, disponible en Netflix.

[5] Por ejemplo, una pastilla de azúcar con la misma apariencia de la del medicamento que se está probando.

[6] Las líneas de Nazca son una serie de caminos trazados en la superficie terrestre que ocupan una vasta extensión del desierto de Nazca, localizado en el departamento de Ica en Perú. Se trata de unos trescientos geoglifos (dibujos trazados en la tierra) con forma de figuras geométricas, antropomorfas, zoomorfas y fitomorfas, con longitudes de entre cincuenta y trescientos metros. Los geoglifos se extienden sobre una superficie de cuatrocientos cincuenta metros cuadrados. El ancho de las líneas oscila entre los cuarenta y los doscientos diez centímetros, y su profundidad nunca excede de los treinta centímetros. Fueron trazadas mediante el retiro de los materiales de la superficie terrestre (principalmente guijarros de un color rojizo causado por la oxidación), lo cual dejó a la vista una tierra más pálida, que es la que dibuja las formas que se pueden apreciar desde las alturas. La obra se ha conservado prácticamente intacta a lo largo de los siglos gracias a que en la zona apenas llueve.

[7] Filósofo y teólogo británico, nacido en 1743 y fallecido en 1805.

[8] Charles Robert Darwin (Shrewsbury, 12 de febrero de 1809-Down House, 19 de abril de 1882) fue un naturalista inglés, reconocido por ser el científico más influyente de aquellos que plantearon la idea de la evolución biológica a través de la selección natural. Esta idea está justificada con numerosos ejemplos extraídos de la observación de la naturaleza en su obra El origen de las especies.

[9] Los esqueletos más antiguos de las ballenas que se han encontrado son de hace cincuenta millones de años, en lo que hoy es Pakistán; los de hipopótamos son de hace quince millones, encontrados en el sur de África.

[10] «Caldo primigenio», también llamado «primordial»; «caldo primitivo», «primario», «de la vida»; «sopa primitiva», «prebiótica» ​ o «nutricia», entre otras denominaciones. Se trata de una metáfora empleada para ilustrar una hipótesis sobre el origen de la vida en nuestro planeta.

[11] La cita proviene del libro Historia natural, de Stephen Jay Gould (1941-2002). Gould fue un destacado paleontólogo, biólogo evolutivo e historiador de la ciencia estadounidense. También fue uno de los escritores de ciencia popular más influyentes y leídos de su generación. Gould pasó la mayor parte de su carrera enseñando en la Universidad de Harvard y trabajando en el Museo Americano de Historia Natural de Nueva York.

[12] Consistía en buscar la causa (fuente) más lógica de explicar la existencia de un determinado fenómeno. Si excavando la tierra encontraba un extensa y profunda capa de ceniza, se preguntaba ¿qué fuente conocida por el hombre es capaz de generar tal capa? La respuesta más lógica era un volcán, ya que sabemos que solo un volcán es capaz de explicar esa capa de ceniza de esas características.

[13] Frederick Sanger (Rendcomb, Inglaterra, 13 de agosto de 1918-Cambridge, Inglaterra, 19 de noviembre de 2013) ​ fue un bioquímico británico laureado dos veces con el premio Nobel de Química.

[14] Los aminoácidos proteicos, canónicos o naturales son aquellos que están codificados en el genoma. Para la mayoría de los seres vivos son veinte: alanina, arginina, asparagina, aspartato, cisteína, fenilalanina, glicina, glutamato, glutamina, histidina, isoleucina, leucina, lisina, metionina, prolina, serina, tirosina, treonina, triptófano y valina.

[15] Véase dos notas arriba.

[16] Francis Harry Compton Crick (8 de junio de 1916-28 de julio de 2004) fue un físico, biólogo molecular y neurocientífico británico. Recibió, junto a James Dewey Watson y Maurice Wilkins el premio Nobel de Medicina en 1962 «por sus descubrimientos concernientes a la estructura molecular de los ácidos desoxirribonucleicos (adn) y su importancia para la transferencia de información en la materia viva».

[17] James Dewey Watson (Chicago, 6 de abril de 1928) es un biólogo estadounidense.

[18] Rosalind Elsie Franklin (Londres, 25 de julio de 1920-Londres, 16 de abril de 1958) fue una química y cristalógrafa inglesa. Contribuyó a la comprensión de la estructura del adn con las imágenes por difracción de rayos X que revelaron la forma de doble hélice de esta molécula. También contribuyó a la comprensión del arn, de los virus, del carbón y del grafito.

[19] El adn es la biomolécula que almacena la información genética de un organismo. Se trata de un ácido nucleico. Concretamente el ácido desoxirribonucleico. Consiste en una secuencia de nucleótidos, compuestos a su vez por un grupo trifosfato, una pentosa, conocida como desoxirribosa, y cuatro bases nitrogenadas (Adenina, Citosina, Guanina y Timina). La estructura del adn es una doble hélice, compuesta por dos cadenas complementarias y antiparalelas.

[20] Con una sola base podría escoger solo cuatro aminoácidos, con dos bases podría escoger dieciséis aminoácidos y con tres puede escoger hasta sesenta y cuatro.

[21] Cada célula del cuerpo humano (con la excepción de los glóbulos rojos) contiene una secuencia de adn de tres mil doscientos millones de letras de longitud; es decir, dos metros de adn (un trozo de adn de un milímetro de longitud contiene una secuencia de pares de bases de más de tres millones de letras).

[22] El gen es la unidad funcional de herencia. Tradicionalmente se ha considerado que un gen es un segmento de adn que contiene la información necesaria para la producción de una proteína que llevará a cabo una función específica en la célula.

[23] El arn es otro ácido nucleico; en concreto, el ácido ribonucleico.

[24] Los protobiólogos son los que estudian las estructuras biológicas más pequeñas.

[25] George Wald (Nueva York, 18 de noviembre de 1906-Cambridge, Massachusetts, 12 de abril de 1997) fue un científico estadounidense conocido por su trabajo con pigmentos de la retina. Ganó el premio Nobel de Fisiología o Medicina junto a Haldan Keffer Hartline y Ragnar Granit en 1967.

[26] Pablo Neruda, seudónimo de Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto (Parral, 12 de julio de 1904-Santiago de Chile, 23 de septiembre de 1973), premio Nobel de Literatura en 1971, fue un poeta chileno, considerado uno de los más destacados e influyentes artistas de su siglo. «El más grande poeta del siglo xx en cualquier idioma», según Gabriel García Márquez.

[27] Michael J. Behe (Altoona, Pensilvania, 18 de enero de 1952) es un bioquímico estadounidense defensor del diseño inteligente. Behe es profesor de bioquímica en la universidad Lehigh University en Pensilvania y es un senior fellow del Center for Science and Culture del Discovery Institute.

[28] En este video de YouTube puede apreciar una animación de su funcionamiento y de las más de cuarenta y seis partes diferentes interactuando para impulsarse: www.youtube.com/watch?v=5P6zO99ihOU

[29] El estátor es la parte fija de una máquina rotativa y uno de los dos elementos fundamentales para la transmisión de potencia (en el caso de motores eléctricos) o corriente eléctrica (en el caso de los generadores eléctricos). El rotor es la contraparte móvil del estátor.

[30] El origen de las especies, Capítulo vi.

[31] Adam Sedgwick (22 de marzo de 1785, Dent-27 de enero de 1873, Cambridge) fue un geólogo británico. Sedgwick fue uno de los fundadores de la geología moderna. Estudió los estratos geológicos del Devónico y del Cámbrico.

[32] El fósil de perro más antiguo (encontrado en las montañas Altay, al suroeste de Siberia) tiene 33 000 años de antigüedad.

[33] El origen de las especies, capítulo x.

[34] Premio nobel de física en 1922. Bohr nació en Copenhague, Dinamarca, en 1885 y falleció en la misma ciudad en 1962. Trabajó en el proyecto Manhattan. Allí participó del desarrollo de la primera bomba atómica de los Estados Unidos. Compartió varias veces escenarios en los que debatía sus ideas con Albert Einstein.

[35] Este fue un postulado del químico, físico y matemático inglés John Dalton (1766-1844).

[36] Trabajo realizado por el químico ruso Dmitri Ivanovich Mendeleyev (1834-1907).

[37] Esta es una de las cuatro fuerzas fundamentales entre las partículas subatómicas. Las restantes son la fuerza electromagnética, la fuerza nuclear débil y la fuerza gravitatoria.

[38] La fuerza nuclear fuerte es 137 veces mayor que la fuerza electromagnética entre protones.

[39] La fuerza de la gravedad entre dos masas está dada por la siguiente fórmula: F = (G x m1 x m2) / d2, donde «m1» y «m2» son las masas (pesos) del primer y segundo, en kilogramos; «d2» es el cuadrado de la distancia entre los dos objetos, en metros, y «G» es la constante de la fuerza de gravitación universal.

[40] El dato viene del libro The Anthropic Cosmological Principle (1986), de John D. Barrow y Frank Tipler.

[41] Trinh Xuan Thuan (20 de agosto de 1948) es un astrofísico y escritor vietnamita-estadounidense, francófono, nacido en Hanoi. Ganó en el 2009 el premio Kalinga de la Unesco y en el 2012 el premio mundial Cino Del Duca. Publicó el libro Le Chaos et l’Harmonie, en el que presenta el soporte numérico de la cifra de posibles valores de la constante cosmológica de la velocidad de expansión del universo.

[42] The Anthropic Cosmological Principle.

[43] Stephen William Hawking (1942-2018) fue un físico teórico, cosmólogo y divulgador científico británico, célebre por sus estudios sobre el origen del universo y por sus demostraciones científicas de la inexistencia de Dios.

[44] Responsable de uno de los descubrimientos más importantes del siglo pasado: la nucleosíntesis del carbono. Hoyle fue miembro activo de la Royal Society y de la Academia Estadounidense de las Artes y las Ciencias. Falleció en el 2001.

[45] Puede ver al naturalista de fama mundial Richard Dawkins explicando esta teoría: https://www.youtube.com/watch?v=oO0QRUX4HGE

[46] https://voyager.jpl.nasa.gov/galleries/images-voyager-took/solar-system-portrait/

[47] Carl Edward Sagan (Nueva York, 9 de noviembre de 1934-Seattle, 20 de diciembre de 1996) fue un astrónomo, astrofísico, cosmólogo, astrobiólogo, escritor y divulgador científico estadounidense. Fue un defensor del pensamiento escéptico científico y del método científico, pionero de la exobiología y promotor de la búsqueda de inteligencia extraterrestre a través del proyecto seti (Search for Extra Terrestrial Intelligence).

[48] https://www.nasa.gov/mission_pages/hubble/main/index.html

[49] Nicolás Copérnico (19 de febrero de 1473-24 de mayo de 1543) fue un monje y astrónomo polaco del Renacimiento que formuló la teoría heliocéntrica del sistema solar —aunque esta fue concebida en primera instancia por Aristarco de Samos—. Su obra De revolutionibus orbium coelestium suele ser considerada como el libro fundacional de la astronomía moderna, además de ser una pieza clave en lo que se llamó la Revolución Científica en la época del Renacimiento. Dicha obra fue publicada póstumamente en 1543 por Andreas Osiander.

[50] Edwin Powell Hubble (Marshfield, Misuri, 20 de noviembre de 1889-San Marino, California, 28 de septiembre de 1953) fue uno de los más importantes astrónomos estadounidenses del siglo xx. Hubble es famoso principalmente porque se creyó que en 1929 había demostrado la expansión del universo. Hubble es considerado el padre de la cosmología observacional, aunque su influencia en astronomía y astrofísica toca muchos otros campos.

[51] Guillermo González (nacido en 1963 en La Habana, Cuba) es un astrofísico defensor del principio del diseño inteligente. González es profesor asistente en la Ball State University y en Muncie, Indiana. Es miembro principal del Centro de Ciencia y Cultura del Instituto Discovery (considerado el centro del movimiento del diseño inteligente) y miembro de la Sociedad Internacional de Complejidad, Información y Diseño (que también promueve el diseño inteligente).

[52] «Esta avena está demasiado caliente», exclamó Ricitos de Oro, así que probó la avena de la segunda taza. «Esta avena está demasiado fría», así que probó la última taza de avena. «¡Ah, esta avena está perfecta!», dijo alegremente, y se la comió toda (fragmento del cuento infantil Ricitos de Oro y los tres osos).

[53] Para la clasificación de las estrellas ver https://es.wikipedia.org/wiki/Clasificaci%C3%B3n_estelar#Clase_G

[54] Ver https://elpais.com/elpais/2015/12/15/ciencia/1450179769_533306.html

[55] Este reciclaje se produce con el movimiento de la capa más externa de la Tierra, que está fragmentada en piezas gigantes, como las piezas de un rompecabezas. Estas piezas se deslizan una encima una de la otra. Como resultado, una capa surge mientras que la otra se va al núcleo de la Tierra, donde empieza a derretirse. De este modo continúa el ciclo de formación de las placas.

[56] La ecuación de Drake, o fórmula de Drake, es una ecuación para estimar la cantidad de civilizaciones en nuestra galaxia (la Vía Láctea) que podrían emitir ondas de radio detectables por nosotros. La ecuación fue concebida por Frank Drake, radioastrónomo y presidente del instituto seti, en 1961 mientras trabajaba en el Observatorio Nacional de Radioastronomía en Green Bank, Virginia Occidental. La ecuación de Drake identifica los factores específicos que, se cree, tienen un papel importante en el desarrollo de las civilizaciones. Aunque en la actualidad no hay datos suficientes para resolver la ecuación, la comunidad científica ha aceptado su relevancia como primera aproximación teórica al problema y varios científicos la han utilizado como herramienta para plantear distintas hipótesis. Puede ver la fórmula y todo su desarrollo en https://es.wikipedia.org/wiki/Ecuaci%C3%B3n_de_Drake.

[57] La entropía es la medida del desorden que puede verse en las moléculas de un gas. Es sinónimo de aleatoriedad, desorden, caos.

[58] Albert Einstein (1879-1955) fue un físico alemán de origen judío. Einstein es considerado el científico más importante, conocido y popular del siglo xx. En 1921 obtuvo el Premio Nobel de Física.

[59] Robert Jastrow (1925- 2008) fue un científico estadounidense. Trabajó en los campos de la astronomía, la geología y la cosmología. Fue autor de numerosas obras de divulgación. Fundó en el año 1961 el Instituto Goddard para Estudios Espaciales de la nasa. Fue director emérito del Observatorio de Monte Wilson y profesor en la universidad de Columbia (en la que obtuvo el Doctorado en Física Teórica) hasta el final de su vida. Jastrow fue posiblemente el mejor astrofísico de su tiempo.

[60] God and the Astronomers.

[61] Michael Shermer tiene un doctorado en Historia de la Ciencia por Claremont Graduate University y es autor de numerosos libros de ciencias.

[62] Ver entrevista en https://www.youtube.com/watch?v=Y5tEAINU3wc

[63] Rifkin es un filósofo, científico, economista y politólogo norteamericano, autor de numerosos libros, entre ellos La civilización empática.

[64] Contacto es una película estadounidense de 1997 de ciencia ficción y drama, dirigida por Robert Zemeckis. Es una adaptación cinematográfica de la novela del mismo nombre escrita por Carl Sagan en 1985.

[65] Los números primos son los que solo pueden dividirse entre sí mismos y entre la unidad.

[66] Francesco Redi (Arezzo, 18 de febrero de 1626-Pisa, 1 de marzo de 1697) fue un médico, naturalista, fisiólogo, y literato italiano. Se le considera el fundador de la helmintología (el estudio de los gusanos).

[67] Para esto, Redi colocó un trozo de carne en tres jarras iguales. Dejó la primera jarra abierta, tapó la segunda con un corcho y cubrió la tercera con un trozo de tela bien atado. Después de unas semanas, Redi observó que en la primera jarra habían crecido larvas. El contenido de las segunda y tercera jarras estaba podrido y olía mal, pero no había crecido ninguna larva. De allí se concluía que la carne de los animales muertos no puede engendrar gusanos a menos de que sean depositados en ella huevos de animales. Redi pensó que la entrada de aire en los frascos pudo haber influido en su experimento, por lo que llevó a cabo otra prueba. Esta vez puso carne y pescado en un frasco cubierto con una gasa. Después de haber vigilado el frasco por un largo tiempo, descubrió que las moscas no dejaban sus huevos en el frasco, sino en la gasa. Los resultados fueron exactamente los mismos que los del primer experimento. A pesar de los resultados obtenidos, y los de otros autores, la creencia en la generación espontánea siguió siendo común y Francesco Redi se vio obligado a admitir que en ciertas ocasiones sí se podía dar la generación espontánea. Suya es la frase «omne vivum ex ovum, ex vivo» que se traduce como «todo lo vivo procede de un huevo, y este de lo vivo».

[68] Louis Pasteur (Dole, Francia, 27 de diciembre de 1822-Marnes-la-Coquette, Francia, 28 de septiembre de 1895) fue un químico y bacteriólogo francés, cuyos descubrimientos tuvieron enorme importancia en diversos campos de las ciencias naturales, sobre todo en la química y microbiología.

 

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