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¿Ciencia y religión deben ir por caminos separados?

La gente tiende a mirar la ciencia y la religión como dos boxeadores que se encuentran en esquinas opuestas de un ring de boxeo, sosteniendo una pelea sin fin que comenzó siglos atrás.

Estas personas visualizan a la ciencia como un gigante musculoso en muy buena forma, amparado por un desarrollo científico sin precedentes que acapara diariamente titulares; por otro lado a la religión, como un escuálido contrincante que con solo una historia vieja que contar, pretende derrotar a su adversario.

Al preguntarles a esas mismas personas por quien creen ellos que va ganando la pelea, la respuesta que escucharemos unánimemente será la ciencia.

Esa respuesta nos produce temor a nosotros los creyentes, ya que pensamos que día a día se desvela más y más los misterios de la vida y del mundo que nos rodea, y dejamos que se nos desvié la mirada del que creó las leyes que gobiernan esa naturaleza que nos envuelve y que la ciencia no puede alcanzar. Como dijera un sabio en una oportunidad, “No es un problema lo que no sabes, sino lo que no sabes que no sabes“.

Sí bien es cierto que ciencia y religión tienen dominios diferentes, no contradictorios, su objetivo no es así. La ciencia busca responder el cómo y la religión el por qué, pero ambas se complementan en su búsqueda de la verdad.

La religión nunca podrá explicar cómo se formó el sol y la ciencia nunca podrá explicar por qué existimos, o ¿Por qué hay algo en lugar de nada?[1].

 

En palabras del papa Juan Pablo II “Al mismo tiempo, la ciencia puede liberar a la religión del error y la superstición; y la religión puede purificar la ciencia de idolatría y falsos absolutos”.

La verdad religiosa se encuentra dentro de una clase diferente de la verdad científica. El propósito de la verdad religiosa no es comunicar información científica sino transformar lo que hay dentro de nuestros corazones.

Científicos y religiosos

El 9 de mayo de 1931 apareció publicado en la revista Nature, una de las publicaciones científicas más antiguas y respetadas del mundo, un artículo titulado “El comienzo del mundo desde el punto de vista de la teoría cuántica” firmado por Georges Lemaître; en el que contradice la teoría de un universo estático y sin origen como había planteado Albert Einstein y otros científicos de la época[2], y propone un universo en expansión. Dice en su artículo que si se devolviera el tiempo, tendríamos un universo más y más pequeño hasta concentrarse en lo que él llamo una especie de átomo primitivo. Este “átomo” contendría en forma de energía[3] toda la materia del universo actual y que a partir de un momento dado empezó a dividirse en átomos más y más pequeños, dando origen al tiempo y al espacio. A “Un día sin un ayer”.

Esta postulación fue el comienzo de una serie de hipótesis que con el paso de los años, desembocarían en la teoría conocida como la Gran Explosión (Big-Bang).

Georges Lemaître, nacido en Bélgica en 1894, era un sacerdote católico de la orden de los jesuitas. Científico y religioso que en declaraciones al New York Times explicó esta aparente dualidad: “Yo me interesaba por la verdad desde el punto de vista de la salvación y desde el punto de vista de la certeza científica. Me parecía que los dos caminos conducen a la verdad, y decidí seguir ambos. Nada en mi vida profesional, ni en lo que he encontrado en la ciencia y en la religión, me ha inducido jamás a cambiar de opinión.

El 12 de marzo del 2008 el sacerdote católico Michael Heller se hizo merecedor del premio Templeton[4], por su aportación de modelos físico-matemáticos sorprendentes y agudos sobre el origen y la causa del universo. En su discurso de agradecimiento por el premio que le había sido concedido dijo:

“Entre mis numerosas fascinaciones, dos se han impuesto a sí mismas sobre las otras: ciencia y religión… Yo siempre quise hacer las cosas más importantes, y ¿qué puede ser más importante que ciencia y religión? La ciencia nos da conocimiento y la religión nos da sentido. Ambos son requisitos para una existencia digna. La paradoja es que estos dos grandes valores muchas veces aparentan entrar en conflicto. Yo me pregunto frecuentemente cómo las puedo reconciliar. Cuando ésta pregunta la hace un científico o un filósofo, yo invariablemente me pregunto, ¿cómo la gente educada es tan ciega de no ver que la ciencia no hace otra cosa que explorar la creación de Dios? “

El gran científico francés Luis Pasteur[5], célebre por su descubrimiento de la pasteurización dijo una vez “Un poco de ciencia aleja de Dios, pero mucha ciencia devuelve a Él.” Esta frase resume la triste tendencia de nuestra sociedad de no profundizar en los conceptos, sino que se limita al facilismo de aceptar toda propuesta que le proporcione un elemento que alivie su existencia.

Pero para aquel gremio de personas que dedican su vida entera al estudio serio de la ciencia, la gran mayoría no tardan en aceptar un creador que dependiendo del momento y lugar, le darán un nombre diferente.

Grandes científicos de todos los tiempos, como Leonardo da Vinci, Isaac Newton, Galileo Galilei, Nicolás Copérnico, Blaise Pascal, Leonhard Euler, James Watt, Alessandro Volta, Michael Faraday, Samuel Morse, Gregor Mendel, Max Planck, Guglielmo Marconi, Alexander Fleming, Niels Bohr, Albert Einstein, etc., no han encontrado razón alguna para rechazar el concepto de un Dios creador y ordenador de la naturaleza. Muchos de ellos pertenecientes a órdenes religiosas cristianas, judías, protestantes o musulmanas, han hecho grandes aportes al mundo científico al igual que innumerables discursos, entrevistas, documentos y libros donde atestiguan lo fascinante que les ha resultado su labor científica con su profunda convicción religiosa de un ser supremo.

Contrario a lo que muchos piensan, la Iglesia ha sido el patrocinador número uno de la ciencia. Los aportes de la Iglesia al desarrollo de la ciencia han sido de una importancia para nada despreciables.

Veamos algunos de los más importantes.

El sistema numérico decimal

En la Europa del año 999 se utilizaba el sistema numérico romano, que se componía de los caracteres: I = 1, V = 5, X = 10, L = 50, C = 100, D = 500 y M = 1000 para representar los números. Qué operación resulta más fácil hacer: ¿MMMCMXCVIII cabezas de ganado por MMCCCLXXXIV dólares cada una? o ¿3,998 cabezas de ganado por 2,384 dólares cada una?

El sistema numérico romano por ser un sistema aditivo y no posicional, hacia extremadamente largo el proceso de sumar o restar dos números. Se requiere juntar los números, ordenarlos, sustituir los que puedan ser agrupados, y volver a repetir la operación tantas veces como sea necesario hasta obtener una respuesta que no viole sus reglas de notación. No se conocía el cero y no tiene una forma de representar números negativos ni decimales.

El 2 de abril del año 999 es nombrado el primer papa francés de la historia: Gerberto de Aurillac quien adoptaría el nombre de Silvestre II. Gran teólogo y filósofo que escribió varias obras sobre estos temas, sin embargo fue en el ámbito matemático donde más se destacó.

Introdujo en Francia el sistema numérico arábigo decimal y de ahí se extendió al resto del continente a través de los clérigos.

La ciencia pudo desarrollar sus necesarios cálculos matemáticos con un sistema preciso y fácil de usar, como lo es el numérico decimal.

Escuelas y universidades

Cuando el imperio romano occidental cae en el siglo IV ante los barbaros, tras un largo período de decadencia social y política, las únicas instituciones que sobrevivieron sólidamente fueron la Iglesia y el papado.

El papa, los obispos romanos y el clero romano en general, tuvieron que asumir muchas funciones políticas y gubernamentales. La educación fue una de ellas.

Sus viviendas, sus abadías, conventos y monasterios se convirtieron en escuelas, y sus monjes y sacerdotes; en maestros.

La educación dejó de ser exclusiva de los nobles y prontamente se impuso el modelo de educación cristiano. Este modelo dividía la formación en dos etapas: Trívium que comprendía la enseñanza de la retórica[6], gramática y dialéctica[7]; y Quadrivium que comprendía la aritmética, música, geometría y astronomía. Es decir, se impartía formación en lenguaje, filosofía y ciencias.

A finales del siglo VI la Iglesia comenzó a crear centros de estudios en los monasterios con la intención de formar a los jóvenes aspirantes a ser monjes y así dieron origen a lo que se llamó Escuelas Monásticas. En ellas se enseñaba lo necesario para poder llevar una vida dentro y fuera del claustro eclesial.

Con el paso de los años, estos centros de estudio fueron recopilando una gran cantidad de manuscritos sobre diversas ramas del conocimiento y pronto sus grandes bibliotecas alcanzaron gran reputación. Poco a poco, estas escuelas monásticas abrieron sus puertas a estudiantes que no deseaban seguir una vida religiosa y con ello se ampliaron los temas de estudio a otras ramas tales como leyes, medicina, cálculo, lenguas extranjeras, etc.

En 1079 el papa Gregorio VII ordenó la creación de centros de estudios bajo la jurisdicción de los obispos dando lugar a lo que se llamó Escuelas Episcopales. Estas fueron creadas en el corazón de las principales ciudades europeas, descentralizando la educación de los monjes en sus monasterios.

Los programas de educación se expandieron para satisfacer las necesidades de las ciudades y paulatinamente empezaron a atraer más estudiantes laicos.

Poco menos de un siglo después estos centros adquieren el nombre de universidades y con el apoyo de los gobernantes locales, comienzan a nacer las primeras que son desligadas de la Iglesia. Como dice A. Bride en su libro “Diccionario de Teología Católica”:

Hay pocas universidades en cuya partida de nacimiento no se encuentre un documento pontificio o por lo menos la intervención de un delegado de la Santa Sede

Calendario gregoriano

Para el año 1582 el mundo occidental utilizaba el calendario juliano que existía desde el año 46 a.C. y que había sido adoptado por la Iglesia en el año 325 d.C., este calendario usaba el movimiento de la tierra con respecto al sol y no el de la luna, como ocurría en muchas culturas orientales. El calendario consistía en un año de 365.25 días, cuando lo correcto es de 365.242189.

Astrónomos como el padre Christopher Clavius y matemáticos como el padre Pedro Chacón del vaticano fueron los encargados de determinar con precisión el año terrestre.

Así, mediante la bula INTER GRAVISSIMAS del 24 de febrero de 1582 el papa Gregorio XIII promulgó un nuevo calendario más exacto y ajustó los casi diez[8] días de desfase que se habían acumulado para ese entonces.

Debido a éste calendario gregoriano, vigente y usado en casi todo el mundo hasta nuestros días, la ciencia se vio altamente beneficiada al conocer con mayor exactitud el tiempo en el que estamos.

El método científico

En los albores del año 1200 los hombres de ciencia se regían por el llamado modelo escolástico como metodología para el desarrollo de sus investigaciones. Este modelo estaba soportado en dos pilares: toda nueva teoría debería ser aprobada por una autoridad superior y debía estar en concordancia con los textos antiguos, incluyendo las Sagradas Escrituras.

El franciscano Roger Bacon, ingles nacido en 1214, propuso un nuevo método que se basara exclusivamente en la experimentación. La formulación de toda nueva teoría debería ser soportada por experimentos que pudieran ser reproducidos por otra persona y en otro lugar. Esto implicaba una clara documentación que detallara la forma en que había sido llevada la investigación para poder ser refutada o confirmada por una tercera persona.

Este modelo maduró con el tiempo y llegó a conocerse como el método científico que es el usado hasta nuestros días.

Frases elocuentes

Algunas veces, los grandes genios de la humanidad, logran en pocas palabras transmitir un poderoso mensaje que resume todo un pensamiento. Veamos algunas frases de famosos hombres de ciencias que además fueron creyentes.

  • Razón y religión deben ir siempre unidas“, San Agustín.
  • Las matemáticas son el lenguaje con el que Dios ha escrito el universo“, Galileo Galilei.
  • El hombre encuentra a Dios detrás de cada puerta que la ciencia logra abrir“, Albert Einstein.
  • Para mí, personalmente, me resulta inconcebible la idea de una creación sin Dios. No podemos contemplar las leyes y el orden que rige el universo sin arribar a la conclusión de que hay una intención divina tras todo ello“, Wernher Von Braun[9].
  • Puedo de mi parte aseverar con toda decisión que la negación de la fe carece de toda base científica. A mi juicio jamás se encontrará una verdadera contradicción entre la fe y la ciencia“, Robert Millikan[10].
  • La religión sin la ciencia está ciega y la ciencia sin la religión está coja”, Albert Einstein.
  • Solo la gente boba dice que el estudio de la ciencia lleva al ateísmo“, Max Born[11].
  • No hay incompatibilidad alguna entre la ciencia y la religión. La ciencia demuestra la existencia de Dios“, Derek Barton[12].
  • Soy Científico y creyente. No encuentro conflicto entre estas dos visiones del mundo“, Francis Collins[13].

En un congreso científico efectuado pocos años después de la publicación de su artículo en la revista Nature, el padre Georges Lemaître dijo:

“El científico cristiano debe dominar y aplicar con sagacidad la técnica especial adecuada a su problema. Tiene los mismos medios que su colega no creyente… Sabe que todo ha sido hecho por Dios, pero sabe también que Dios no sustituye a sus creaturas… Por tanto, el científico cristiano va hacia adelante libremente, con la seguridad de que su investigación no puede entrar en conflicto con su fe. Incluso quizá tiene una cierta ventaja sobre su colega no creyente; en efecto, ambos se esfuerzan por descifrar la múltiple complejidad de la naturaleza en la que se encuentran sobrepuestas y confundidas las diversas etapas de la larga evolución del mundo, pero el creyente tiene la ventaja de saber que el enigma tiene solución, que la escritura subyacente es al fin y al cabo la obra de un Ser inteligente, y que por tanto el problema que plantea la naturaleza puede ser resuelto y su dificultad está sin duda proporcionada a la capacidad presente y futura de la humanidad.”

El proyecto STOQ

El 10 de enero de 2012 el entonces Secretario de Estado del Vaticano, Cardenal Tarcisio Bertone, hizo público el contenido de la audiencia en el curso de la cual el Santo Padre había constituido la “Fundación Ciencia y Fe–STOQ (Science, Theology and the Ontological Quest)[14].”, con sede en el Estado de la Ciudad del Vaticano, dotada de personalidad jurídica pública canónica y civil.

El objetivo de este comité es el de asegurar una relación constante entre la Iglesia y el mundo científico, entre la fe y la razón. Éste deberá, además, sostener los programas de enseñanza y de docencia en las Pontificias Universidades romanas; pero sobre todo, deberá ayudar al Consejo Pontificio de la Cultura a llevar adelante una reflexión en algunos sectores que representan un desafío teológico y pastoral para la Iglesia.

En primer lugar el campo de acción es ante todo el de la neurociencia, un terreno todavía en fase de ajustes, donde aún están en juego cuestiones que tocan directamente el corazón de la moral y del actuar humano. Hace preguntas sobre conciencia, mente, libertad, responsabilidad, la acción libre, el pecado, etc.

En segundo lugar, la teología de la creación y de la naturaleza, con una especial atención a la ecología. Un campo que en el ámbito teológico protestante ha sido objeto de reflexiones y de profundizaciones, pero que en la teología católica está todavía en estado incipiente.

En tercer lugar, desarrollar una correcta enseñanza de la relación entre la ciencia y la fe.

La Fundación espera convertirse en un sólido centro de referencia ante la Santa Sede para una “nueva evangelización” de los ambientes científicos, basada en la firme convicción de que entre ciencia y fe no sólo no existe una oposición, sino que puede haber un diálogo sereno y fecundo, y que la fe cristiana, correctamente entendida, es creadora de cultura y fuente de inspiración para las ciencias.

 

 


[1] Frase del filósofo y matemático Gottfried Leibniz (1646-1716).

[2] Einstein terminaría al final de sus días, por aceptar su equivoco al que llamo “El mayor error de mi vida”.

[3] La famosa formula de Einstein e=mc2 demuestra la relación que existe entre masa y energía.

[4] El premio Templeton se otorga cada año a una personalidad que haya hecho una contribución excepcional a la afirmación de la dimensión espiritual de la vida, ya sea a través de una idea, descubrimiento, o la práctica de determinadas obras. El premio consiste en la cantidad de un millón de libras esterlinas y siempre se ajusta para que sea superior al del premio nobel, convirtiéndolo en el mayor premio que se otorga a una persona por su mérito intelectual.

[5] Nació en 1822 y falleció en 1895.

[6] Disciplina que viene de la Grecia clásica que enseñaba técnicas para expresarse de manera adecuada para lograr la persuasión del destinatario.

[7] Área de la filosofía que viene de la Grecia clásica que enseñaba el arte de disputar y discurrir en forma dialogada.

[8] 365.25 – 365.242189 = 0.007811 de día por año o 11 minutos y 14 segundos por año. Entre el año 325 y el 1582 hay 1257 años. 1257 x 0.007811 = 9.818427 días.

[9] Inventor del cohete a propulsión.

[10] Ganador del premio nobel de física en 1923.

[11] Ganador del premio nobel de física en 1954.

[12] Ganador del premio nobel de química en 1969.

[13] Director del proyecto Genoma Humano.

[14] Ciencia, Teología e Investigación Ontológica. La ontología es una rama de la metafísica que estudia lo que hay, busca responder a preguntas tales como ¿Existe Dios? ¿Existen los pensamientos? ¿Existen los números?

 

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