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¿Solo en la misa se adora a Dios?

Con frecuencia escuchamos a católicos decir: “Yo no necesito ir a la misa para adorar a Dios” o “Yo puedo tener una buena relación con Dios sin ir a la misa”. Estas frases son un reflejo de la práctica que se está imponiendo de instituir nuestras propias normas de vida cristiana, aparte de las enseñanzas y costumbres de Jesús.

Alguien podría decir “Yo no necesito consumir vegetales para llevar una vida sana” o “Yo puedo tener una vida sana sin hacer ejercicio”. Frases contradictorias. Al corto plazo los efectos en la salud pueden no notarse. ¿Pero en el mediano y largo plazo?

Otros llegan a decir que ir a la misa no es importante, que lo importante es tener una buena comunicación con Dios y ayudar al prójimo. Que lo externo no es importante sino lo interno.

En primer lugar, si fuera cierto que no es importante asistir a la misa, Dios no lo hubiera incluido dentro de sus diez mandamientos (Éxodo 20:8-11). No sugerencia, ni recomendación, ni consejo. ¡Mandamiento! Así que lo único que ha hecho la Iglesia al recordarnos la obligación de asistir a la misa del domingo, es repetir la orden de Dios.

En segundo lugar, Jesús nos recuerda que tanto lo interno como lo externo importan.

“¡Ay de ustedes, fariseos!, que separan para Dios la décima parte de la menta, de la ruda y de toda clase de legumbres, pero no hacen caso de la justicia y el amor a Dios. Esto es lo que deben hacer, sin dejar de hacer lo otro.” Lucas 11: 42

En tercer lugar, si el templo como edificio no tuviera ninguna relevancia como sitio de encuentro con Dios, Jesús no hubiera purificado el templo como lo llegó hacer al expulsar a los mercaderes (Marcos 11:15-18).

En cuarto lugar, tampoco le hubiera dado la importancia que le dio al reprender fuertemente a los que pensaban que se podía prometer por el templo, sin que ello creara compromiso (Mateo 23:16-17).

En quinto lugar, no hubiera ordenado a Moisés que se construyera ese primer tabernáculo en el desierto (Éxodo 25:8), ni su gran templo al rey Salomón (1 Crónicas 22:10).

Algunos sostienen que no tiene efecto alguno el ir obligado o de mala gana. ¡Se equivocan! Al igual que la comida alimenta aunque sea ingérida obligada o de mala gana.

Pero apartémonos por un momento del carácter obligatorio de la asistencia a la misa.

Los evangelios nos cuentan que Jesús cumplía con su deber de asistir a la sinagoga como estaba prescrito por la ley.

“Jesús fue a Nazaret, el pueblo donde se había criado. El sábado entró en la sinagoga, como era su costumbre, y se puso de pie para leer las Escrituras.” Lucas 4:16.

Sus discípulos y los primeros cristianos imitaron su ejemplo de asistir al templo:

“Todos los días se reunían en el templo, y en las casas partían el pan y comían juntos con alegría y sencillez de corazón.” Hechos 2:46

“…, Pedro y Juan fueron al templo para la oración de las tres de la tarde.” Hechos 3:1

En nuestra búsqueda de imitar a Jesús debemos volver costumbre nuestra asistencia a la misa. Tomás de Kempis[1] comienza su magistral obra “La Imitación de Cristo” con estas palabras:

“El que me sigue no anda en tinieblas, mas tendrá lumbre de vida. Estas palabras son de Cristo, con las cuales somos amonestados, que imitemos su vida y costumbres, si queremos ser librados de la ceguedad del corazón, y alumbrados verdaderamente.”

Imitar a Cristo es el gran reto para todo cristiano. Pero para imitarlo debemos conocerlo primero y esto requiere tiempo.

Leonardo Da Vinci dijo una vez: “Es imposible amar algo ni odiar algo, sin empezar por conocerlo“. Es tal vez en el ejercicio de nuestra religión, donde veo con mayor frecuencia que las personas emiten juicios radicales con poco o nada de conocimiento.

Así que si queremos conocer a Jesús, la misa es el lugar por excelencia para comenzar. Veamos algunas razones:

  • Toda la labor apostólica de Jesús fue orientada a que el hombre viviera correctamente en comunidad. La misa nos ofrece ese espacio de vivencia comunitaria. “Les doy este mandamiento nuevo: Que se amen los unos a los otros. Así como yo los amo a ustedes, así deben amarse ustedes los unos a los otros.” Juan 13:34.
  • En la misa escuchamos la Palabra de Dios. “De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra y cree al que me envió tiene vida eterna…” Juan 5:24. Podemos ver los evangelios como biografías de Jesús. Así que en la misa profundizaremos en el conocimiento de la vida del Maestro, cuyas palabras siempre estarán vigentes aunque hayan sido escritas miles de años atrás.
  • Un día Giovanni di Pietro Bernardone[2], hijo de un acaudalado mercader de telas en Asís, entró a la iglesia en momentos en que no le encontraba sentido a su vida. El evangelio que escuchó fue: “Cuando Jesús iba a seguir su viaje, llegó un hombre corriendo, se puso de rodillas delante de él y le preguntó: —Maestro bueno, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna? Jesús le contestó: — ¿Por qué me llamas bueno? Bueno solamente hay uno: Dios. Ya sabes los mandamientos: “No mates, no cometas adulterio, no robes, no digas mentiras en perjuicio de nadie ni engañes; honra a tu padre y a tu madre.” El hombre le dijo: —Maestro, todo eso lo he cumplido desde joven. Jesús lo miró con cariño, y le contestó: —Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres. Así tendrás riqueza en el cielo. Luego ven y sígueme.” (Marcos 10:17-21). Giovanni supo que esas palabras no eran solamente para la gente que había vivido 1,200 años antes. Eran también para él, ahí en ese mismo momento. Así que salió de la iglesia e hizo exactamente lo que escuchó de la Palabra, dando comienzo a una revolución espiritual que ha perdurado hasta hoy.
  • El sacerdote en la homilía nos explica las escrituras como lo hizo Jesús con sus discípulos. “Luego se puso a explicarles todos los pasajes de las Escrituras que hablaban de él…” Lucas 24:27.
  • Jesús nos extiende una invitación para participar de su banquete, donde Él mismo se ofrece con su cuerpo y sangre para ser ingerida por nosotros. “Jesús les dijo: —Les aseguro que si ustedes no comen la carne del Hijo del hombre y beben su sangre, no tendrán vida.” Juan 6:53.
  • Es una excelente oportunidad de unir nuestras plegarias con las del resto de los fieles que asisten a la misa y mostrarnos como un solo cuerpo. “Pues bien, ustedes son el cuerpo de Cristo, y cada uno de ustedes es un miembro con su función particular.” 1 Corintios 12:27. Recuerde que tan pronto traspasamos las puertas de la iglesia, dejamos de ser individuos para pasar a ser miembros del cuerpo de Cristo.

La asistencia a la misa

En el 2008 el CONICET, organismo dedicado a la promoción de la ciencia y la tecnología en Argentina, llevó a cabo la primera encuesta sobre asuntos religiosos en su país. La encuesta mostró que solo el 23.8% de los católicos asistían con frecuencia a la misa. El 49.1% con poca frecuencia y el 26.8% nunca o casi nunca.

En octubre del 2010, el Centro de Investigaciones Sociológicas de España publicó su informe número 2847. En él se observan las siguientes estadísticas con respecto a la asistencia a la misa: solo el 15% lo hace semanalmente, el 9.8% lo hace alguna vez al mes, el 17.9% lo hace varias veces al año y el 56.5% nunca o casi nunca.

En el año 2012 la Pontificia Universidad Católica de Chile junto con Andimark GFK condujeron una encuesta en la que revelan que solo el 15% de los católicos chilenos asisten semanalmente a la misa, el 20% algunas veces al mes, el 28% solo lo hace en fiestas especiales religiosas y el 37% nunca o casi nunca lo hace.

En el 2012 el CARA, organización sin ánimo de lucro afiliada a la Universidad Georgetown de Washington, publicó una encuesta realizada entre los estadounidenses que revela las siguientes cifras: solo el 24% asiste semanalmente a la misa, el 43% lo hace al menos una vez al mes y el otro 33% nunca o casi nunca.

Actualmente en Francia hay más musulmanes asistiendo a una mezquita un viernes, que católicos asistiendo a misa en domingo.

La misa: la oración por excelencia

Cuando el Gran príncipe Vladimiro I de Kiev, decidió abandonar su paganismo y unirse a una de las tres religiones monoteístas que profesaban sus países vecinos en el 987 d.C., envió representantes a esos países para estudiar sus respectivas religiones. De los musulmanes le informaron que solo encontraron tristezas y que poseían un gran tabú por las bebidas alcohólicas y el cerdo. Rechazó el judaísmo por el hecho de que los judíos perdieran Jerusalén ante los musulmanes —para Vladimiro esto era evidencia que ese pueblo había sido abandonado por Dios—. Cuando sus emisarios regresaron de Constantinopla después de haber presenciado una misa en la catedral de Santa Sofía, le dijeron al príncipe: “No sabíamos si estábamos en el cielo o en la tierra. Tanta belleza, que no sabríamos como describirla”. Vladimiro I de Kiev se convirtió al cristianismo en 988 d.C.

El hombre desde sus orígenes ha expresado una necesidad de tener comunicación con su Creador. Sacrificios de animales o de personas, quemas de sus cosechas, construcción de grandes complejos, etc., son muestras de ello. Ya fuese para buscar su perdón o en señal de agradecimiento, ha querido establecer una línea de comunicación con Él. Jesús, que todo lo hace nuevo[3], cambió los sacrificios y las quemas como instrumentos de comunicación con Dios por la eucaristía. Por la misa.

El Génesis nos relata la creación del universo. Nos dice que después que Dios terminó su trabajo en seis días, descansó el séptimo. Pero este descanso no hace referencia a una inactividad o a un dejar de actuar, sino más bien a la contemplación de un trabajo “bien hecho” (Génesis 1:31) y en especial del hombre, vértice de la creación.

Shabbath o Sabbat es una palabra que tiene un sentido muy bello: descanso, reposo, contemplación, adoración, fiesta y disfrute. Este es el propósito del día Domingo o “día del Señor”. Es la celebración en comunidad de la fiesta en honor al que nos lo ha dado todo.

Es la celebración del último sacrificio humano que fue necesario para ganar la eterna comunicación con Dios. El sacrificio de su hijo único por la salvación de nosotros. Decía San Leonardo de Port Maurice: “Una misa antes de la muerte puede ser más provechosa que muchas después de ella”.

“La misa es aburrida”, “no me enseña nada”, “siempre se hace lo mismo”, “no voy porque no siento la necesidad, y para hacer una cosa que no siento mejor no hacerla”, etc., son frases que escuchamos con frecuencia. Preguntémosle al enamorado si encuentra aburrido ver a su amada, si no disfruta las mismas conversaciones repetidas con ella, si no hacer nada con ella le molesta. No hay rutina si hay amor.

La primera vez que fui a la catedral de Notre Dame en la ciudad de París, sus mosaicos en vidrio me parecieron hermosos. Los contemplé por bastante tiempo desde afuera y me encantaron. Pero su real belleza apareció cuando los observé desde adentro. Cuando la luz los atravesaba, esos cristales tomaban vida y llenaban de colores todo el recinto. Ver esos rosetones de luz multicolor estrellados contra el suelo fue todo un espectáculo. La misa es como esas vidrieras, que adquiere su real belleza a la luz del amor de Dios.

La Iglesia, es la familia de los hijos de Dios extendida por todo el mundo, y ésta familia tiene un hogar en el que se congregan todos, y como en todo hogar, hay una mesa donde se festeja la comida preparada y servida con amor. Faltar a esta comida es separarse de la vida familiar, pues esa comida es el acto familiar por excelencia, donde padres e hijos, hermanos entre ellos, reviven su mutuo afecto y tratan los asuntos de familia. Es buen momento para consejos y exhortaciones. Cuando falta un hijo por cualquier motivo, es en la mesa donde se nota su ausencia.

Se cuenta que en un pueblo había una pareja de enamorados. Un día el novio fue llamado a prestar el servicio militar. Con gran disciplina, el novio le escribía cartas todos los días a su amada y el cartero se las entregaba. Pero cuando le daban permiso de salida, el muchacho no corría a visitar a su novia, sino que se iba de fiesta con sus amigos. Cuando finalizó su tiempo en el servicio, fue a visitar a su novia y se llevó la gran sorpresa de encontrarla casada con el cartero. Cuando las personas dejan de verse, el amor se va apagando, y como a quien ella veía era al cartero, termino enamorándose de él. Cuando dejamos de ir a la misa, el amor por Dios se va apagando y terminamos casados con otros dioses.

Exhortemos a esos fieles que por una u otra razón han dejado se asistir a la misa, como lo hiciera san Pablo con esos primeros cristianos que habían empezado a desanimarse:

“No dejemos de asistir a nuestras reuniones, como hacen algunos, sino animémonos unos a otros; y tanto más cuanto que vemos que el día del Señor se acerca.” Hebreos 10:25

 

 


[1] Fraile católico del siglo XV.

[2] Más conocido como Francisco de Asís.

[3] “He aquí que todo lo hago Nuevo” Apocalipsis 21:5.

 

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