Contáctame

¿Por qué Dios permite el mal y el sufrimiento?

Al finalizar la segunda guerra mundial, el presbiteriano Charles Templeton junto al evangélico Torrey Johnson fundaron la organización Youth for Christ International. Al poco tiempo, contrataron como predicador al joven William “Billy” Graham. Templeton y Graham se hicieron pronto amigos y juntos participaron en jornadas de evangelización llevando su mensaje a millones de jóvenes de Estados Unidos y Europa. Graham con el tiempo siguió su propio camino y llegó a ser el predicador más reconocido en la historia de los Estados Unidos.

Por su parte, Charles Templeton —famoso por llenar estadios de futbol con personas ansiosas por escuchar su prédica— fue el conductor por poco más de tres años de un programa norteamericano de televisión, transmitido a nivel nacional por la cadena CBS a comienzos de 1952, llamado Look Up and Live desde donde evangelizaba a su audiencia. A finales de 1957 Templeton hizo un anuncio público que conmocionó a millones de sus seguidores: renunciaba al cristianismo y se declaraba un agnóstico[1].

¿Qué causó que este hombre tan carismático, que había sido el instrumento para que millones de personas se convirtieran al cristianismo y aceptaran a Jesús como su salvador, negara todo y se declarara un agnóstico?

La principal razón fue que no encontró respuesta a esta pregunta: ¿Si Dios es amor, porqué permite el mal y el sufrimiento?

Esta es la pregunta teológica más dura, portentosa y desconcertante de todas. El sufrimiento en el hombre tiene connotaciones filosóficas, sociales, culturales, políticas, psicológicas y religiosas. Cada una de estas ciencias ha tratado de encontrar una respuesta que resuelva sus interrogantes. Por su parte, cada religión ha presentado su propia teoría sobre esta cuestión tan compleja e imposible de explicar de forma satisfactoria.

Todos quisiéramos que Dios —cualquiera que fuera la idea que tengamos de Él— nos protegiera de todo sufrimiento. Que si un loco nos dispara al pecho en la calle, nos quitáramos la bala estrellada y siguiéramos caminando como si nada hubiera pasado. Que si un camión pasara por encima de nosotros, nos levantáramos del suelo, nos sacudiéramos y siguiéramos como veníamos. Como los súper héroes de los cuentos infantiles.

Pero independiente de nuestra religión, creencias y valores, todos vamos a sufrir de una u otra manera. “No todos los ojos lloran en un día, pero todos lloran algún día“. Todos tendremos momentos en nuestras vidas donde buscaremos una respuesta que explique nuestro dolor, que muy seguramente lo encontraremos divorciado de todo sentido de “justicia divina”. Siempre nos parecerá injusto, desproporcionado, arbitrario e inmerecido.

En esta tierra el amor y el dolor van muy juntos. San Juan de la Cruz nos decía: “quien no sabe de penas no sabe de amores“. Y es por esto que Cristo en el Sermón de la Montaña nos dio como tercera bienaventuranza: “Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados” Mateo 5:5.

En una encuesta entre cristianos se les preguntó: ¿Sí tuvieran la certeza que Dios les respondería, qué pregunta le harían?; el 94% preguntarían ¿por qué Dios permite el sufrimiento?

Santo Tomás de Aquino abordó el tema del mal en su obra “Suma Teológica” haciendo una analogía con el calor. Decía que si hubiera calor infinito no podría existir el frío, igualmente si la bondad de Dios fuera infinita no podría existir el mal. ¡Pero la bondad de Dios es infinita y el mal si existe! ¿Cómo explicar esto?

Por eso es necesario aclarar que en estricto sentido el mal no existe, como tampoco en estricto sentido no existe la oscuridad, o el frío. La oscuridad no se puede producir, así que para obtenerla debo quitar la luz, que si se puede producir. El frío no se puede producir, así que para obtenerlo debo quitar el calor, que si se puede producir. La oscuridad es la ausencia de luz. El frío es la ausencia de calor. El mal es la ausencia de Dios.

El filósofo ingles del siglo XIX John Stuart Mill, planteó este tema diciendo que de acuerdo a la teología cristiana, el mal no debería existir[2]. Porque si Dios es omnisciente (que todo lo sabe) sabría que existe el mal, si es benevolente (que desea solo el bien) querría desaparecerlo y si es omnipotente (que todo lo puede) podría desaparecerlo. Pero el mal existe y las Escrituras nos revelan que Dios todo lo sabe (Salmo 139:1-16), que es Amor (1 de Juan 4:8) y que todo lo puede (Job 40:1). Así que estamos ante un verdadero misterio del que fuimos advertidos por Jesús:

“Les digo todo esto para que encuentren paz en su unión conmigo. En el mundo, ustedes habrán de sufrir; pero tengan valor: yo he vencido al mundo.” Juan 16:33

Un gran misterio

Misterio, en general, es una verdad que no podemos comprender por ir más allá de nuestro entendimiento. Así que lo primero que debemos decir es que éste es un misterio. Uno grande y angustioso, que se contrapone a ese otro misterio igualmente grande y maravilloso que es el de la misericordia de Dios[3].

De todos los misterios que Dios nos ha dejado, ciertamente éste del dolor es el más difícil de asimilar y entender. Si poco o nada podemos comprender del misterio de la Santísima Trinidad o del misterio de la consagración del pan y del vino, eso no va a afectar tanto nuestras vidas como que no podamos entender este misterio, y en especial cuando estamos siendo golpeados por él.

Constantemente nos amenazan el dolor físico causado por enfermedad o accidente, el dolor emocional causado por la pérdida de un ser querido, problemas familiares, el abandono, una dificultad económica, el desamor, una catástrofe natural, el temor a un futuro incierto, ofensas recibidas, etc. Ante estas situaciones nuestro corazón busca desesperadamente una respuesta que no nos deje desviar nuestra mirada de ese Dios de Amor que tantas veces hemos contemplado en tiempos de calma y sosiego, pero que ante la penuria, urge comprender. Sin embargo la vida es demasiado compleja como para encontrar respuestas sencillas. Los planes de Dios son a largo plazo, a muy largo plazo, a plazo de eternidad. Pero nuestra humanidad los quiere reducir a nuestro plazo, que es corto, muy corto, como un suspiro.

El hombre posee un inmenso deseo de encontrar la respuesta a cada pregunta que ha pasado por su mente. Percibe el mundo de una forma totalmente lógica y piensa que cada efecto es el resultado de una causa. Cuando afronta la injusticia del dolor, quiere encontrar su causa y generalmente termina por culpar a Dios o peor aún: negándolo.

Sin pretender minimizar algo tan inmenso como el mal, ni irrespetar algo tan serio como el dolor, trataré de aportar algunas ideas que nos puedan ayudar a entender algo que siendo misterio carece de entendimiento y comprensión. Quisiera dividir el planteamiento en dos: los sufrimientos causados por nuestros pecados y los sufrimientos causados por las leyes de la naturaleza.

Sufrimientos por nuestros pecados

Es tal vez es en la muerte donde encontramos el límite de la angustia y del dolor humano. Donde se sepulta la esperanza.

He asistido a muchos funerales y nunca se siente uno cómodo en ellos. No nos acostumbramos a la muerte ni al sufrimiento que trae consigo. La realidad es que no fuimos hechos para la muerte, sino para la vida eterna[4] y para vivir sin sufrimientos[5]. En la carta a los romanos 5:12 leemos: “Así pues, por medio de un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado entró la muerte, y así la muerte pasó a todos porque todos pecaron.“.

La soberbia, la avaricia, la envidia, la ira, la lujuria, la gula y la pereza del hombre a lo largo de toda su historia, han causado más muerte, dolor, angustia y sufrimiento que cualquier otra razón que podamos encontrar. No es necesario levantar nuestra mirada a Dios para encontrar una explicación, sino que la encontramos en el mismo hombre.

Por los años 60s, el cantautor argentino Leo Dan hizo muy famosa la versión en español de la canción llamada Last Kiss[6] (El último beso) que interpretaba el grupo Pearl Jam y que dice:

“E íbamos los dos, al atardecer.

Oscurecía y no podía ver.

Y yo manejaba, iba a más de cien.

Prendí las luces para leer.

Había un letrero de desviación.

El cual pasamos sin precaución.

Muy tarde fue, y al frenar.

El carro boto, y hasta el fondo fue a dar.

¿Por qué se fue y por qué murió?

¡Por qué el Señor me la quitó!

Se ha ido al cielo y para poder ir yo.

Debo también ser bueno para estar con mi amor.

Al vueltas dar, yo me salí.

Por un momento no supe de mí.

Al despertar, hacia el carro corrí.

Y aún con vida la pude hallar.

Al verme lloró, me dijo amor.

Allá te espero donde esta Dios.

Él ha querido separarnos hoy.

Abrázame fuerte porque me voy.

Al fin la abracé, y al besarla se sonrió.

Después de un suspiro en mis brazos quedó.”

El conductor va manejando distraído, sin luces y a alta velocidad, elementos necesarios para que ocurra un accidente, que es lo que finalmente ocurre. El accidente le cuesta la vida a su amante. Sin embargo ellos culpan a Dios de la tragedia. Él quiso llevársela, Él quiso separarlos. En palabras de Dios a Job: “¿Pretendes declararme injusto y culpable, a fin de que tú aparezcas inocente?” Job 40:8

De la historia reciente del hombre, tenemos todavía muy fresco los horrores del holocausto. Millones de judíos de todas las edades y condiciones fueron torturados de todas las formas posibles, para luego conducirlos a las cámaras de gas, la horca, el fusilamiento o cualquier otra forma de asesinato. Y como en la canción, tendemos a culpar a Dios de haber permitido esta tragedia, cuando su causa fue el vil abuso de nuestro libre albedrío.

“Cuando alguno se sienta tentado a hacer lo malo, no piense que es tentado por Dios, porque Dios ni siente la tentación de hacer lo malo, ni tienta a nadie para que lo haga. Al contrario, uno es tentado por sus propios malos deseos, que lo atraen y lo seducen. De estos malos deseos nace el pecado; y del pecado, cuando llega a su completo desarrollo, nace la muerte.” Santiago 1:13-15

Por nuestros pensamientos, palabras, obras u omisiones, todos tuvimos responsabilidad en ese trágico episodio de nuestra historia. Y la seguimos teniendo hoy en los millones y millones de holocaustos que siguen existiendo en nuestros días. Los hay que afectan miles de personas. Otros aquejan a una sola persona. Los hay en tierras muy lejanas. Los hay en nuestras propias casas. Algunos ocupan titulares de prensa y otros permanecen anónimos por siempre.

Cuando Dios estableció una nueva alianza con su pueblo (nosotros) en el país de Moab, le entregó a Moisés por segunda vez las tablas de los mandamientos y las demás leyes, y dijo:

“En este día pongo al cielo y a la tierra por testigos contra ustedes, de que les he dado a elegir entre la vida y la muerte, y entre la bendición y la maldición. Escojan, pues, la vida, para que vivan ustedes y sus descendientes; amen al Señor su Dios, obedézcanlo y séanle fieles, porque de ello depende la vida de ustedes y el que vivan muchos años en el país que el Señor juró dar a Abraham, Isaac y Jacob, antepasados de ustedes.” Deuteronomio 30:19-20

En todos esos holocaustos, muchos escogieron y siguen escogiendo la muerte y la maldición, y también muchos otros escogieron y siguen escogiendo la vida y la bendición. Como Dios mismo nos lo señala, podemos escoger. Así que cuando escogemos muerte y maldición, de una u otra forma alguien va a sufrir.

Estoy convencido que un padre tan amoroso como el que nos cuenta el evangelista Lucas en la parábola del hijo pródigo, tendría que haber sido un padre que conocía muy bien a sus hijos. ¿No sabría hoy en día un buen padre que haría su hijo adolecente con una fortuna en sus manos? Este padre sabía que su hijo se iba a trastornar con esa riqueza. Sin embargo no le retuvo el dinero. Le respetó su deseo y lo dejó marcharse. Él sabía que más pronto que tarde ese dinero se le acabaría, y su hijo tendría que regresar con una dura y costosa lección aprendida para el resto de su vida que lo haría un hombre más humilde, más sabio y más compasivo.

Dios creó el don de la libertad de elegir y nosotros realizamos actos de libertad. Dios hizo que el mal fuera posible, pero los hombres hicimos que el mal fuera real.

Cuando comprendemos esto, sentimos la tentación de preguntar ¿Por qué Dios no detuvo a Hitler?

Antes de contestar veamos otro caso. Un conductor en plena libertad de sus actos decide conducir un carro en estado de embriaguez y atropella a una niña que está jugando en la calle y ella muere. Los familiares de la niña y otro puñado de personas más, se harían la pregunta: ¿Por qué Dios no evitó que el conductor se embriagara?

¿Por qué pensamos que es válido exigir de Dios una respuesta a su no intervención en el holocausto judío y por qué no la exigimos en el caso del conductor? O si lo hacemos, ¿Por qué no lo hacemos con la misma indignación?

Podríamos contestar: porque en el primer caso fueron millones de personas las afectadas, mientras que en el segundo solo fue una.

¿Le dará consuelo a la madre de la niña el saber que Dios no detuvo al conductor, ya que solo su hija era el blanco de la extralimitación de la libertad de un hombre?

Dios no violenta la libertad que él nos dio, sino que nos la respeta. En palabras de Jesús:

“¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los mensajeros que Dios te envía! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus pollitos bajo las alas, pero no quisiste!” Mateo 23:37

¡No quisimos! Es claro que podemos tomar decisiones que van en contra de lo que Dios quiere para nosotros y aun así, Él lo va a respetar.

Ahora podríamos hacernos la siguiente pregunta: ¿Entonces por qué nos dio la libertad de elegir? Nada puedo aportar al “por qué” nos la dio, pero si puedo aportar algo al “para que” nos la dio.

Pero primero definamos esa libertad que va más allá de esa definición social según la cual es que podemos hacer lo que queramos.

El papa León XIII la definió en su “carta encíclica Libertas Praestantissimum”, como:

“La libertad, don excelente de la Naturaleza, propio y exclusivo de los seres racionales, confiere al hombre la dignidad de estar en manos de su albedrío (Eclesiastés 15: 14) y de ser dueño de sus acciones. Pero lo más importante en esta dignidad es el modo de su ejercicio, porque del uso de la libertad nacen los mayores bienes y los mayores males.”.

“La Constitución Pastoral Gaudium Et Spes”, numeral 17, nos ilumina con el “para que”:

“La verdadera libertad es signo eminente de la imagen divina en el hombre. Dios ha querido dejar al hombre en manos de su propia decisión (Eclesiastés 15: 14) para que así busque espontáneamente a su Creador y, adhiriéndose libremente a Este, alcance la plena y bienaventurada perfección.”

¿Y cómo buscamos a Dios? ¿Cómo nos adherimos a él? El evangelista Juan nos contesta estas preguntas “Dios es amor, y el que vive en el amor, vive en Dios y Dios en él.” (1 Juan 4:16). Y el amor solo se da en libertad. Sin libertad el hombre gana la condición de esclavo y el esclavo no tiene otra opción que amar a su dueño ya que no tiene la libertad de decidir no hacerlo[7]. Su amor es obligado.

Dios nos dio la capacidad de amar, crear y decidir (entre otras cosas) porque somos hechos a su imagen y semejanza. Amamos porque Él ama. Creamos porque Él crea. Decidimos porque Él decide.

“Ustedes, hermanos, han sido llamados a la libertad. Pero no usen esta libertad para dar rienda suelta a sus instintos. Más bien sírvanse los unos a los otros por amor. Porque toda la ley se resume en este solo mandato: «Ama a tu prójimo como a ti mismo.»” Gálatas 5:13-14

Sufrimientos por las leyes de la naturaleza

En agosto del 2005 el huracán Katrina causó la muerte de poco más de 1,836 personas en los Estados Unidos. La ciudad de New Orleans resultó ser la ciudad más afectada al fallar su sistema de diques que contenían las aguas del océano atlántico.

No faltó quien dijera que la tragedia había sido un castigo de Dios porque esa ciudad cuenta con una alta tasa de practicantes del vudú, hechicería y otras prácticas de este estilo. Comentarios similares se escucharon cuando Haití sufrió un devastador terremoto el 12 de enero del 2010 y que cobró la vida de más de 316,000 personas.

¿Puede Dios valerse de la fuerza de la naturaleza para expresar su indignación por nuestros pecados?

¡Claro que sí!

El diluvio universal en la época de Noé (Génesis 6 y 7), la destrucción de Sodoma y Gomorra (Génesis 19), el hueco que se abrió en la tierra cuando se dio la rebelión de Coré contra Moisés (Números 16:29-33), el terremoto que siguió después de la crucifixión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo (Mateo 27:51), son ejemplos de ello. Entonces, ¿es cada desastre natural una expresión de la indignación de Dios por nuestros pecados?

¡Claro que no!

Los geólogos han determinado que hace 300 millones de años la tierra estaba conformada por tres grandes continentes que en un período de 100 millones de años, se unieron y formaron uno solo. Tras otros 100 millones de años de relativa estabilidad, ese gran continente empezó a fracturarse hasta alcanzar la forma y número actual. ¿Cómo se juntaron y se volvieron a dividir esos continentes? A base de frecuentes y poderosos terremotos.

La sonda espacial Cassini despegó de la tierra el 15 de octubre de 1997 con destino a Saturno. Después de viajar siete años por el espacio, alcanzó su destino y dio comienzo a su misión. Desde entonces ha enviado a la tierra miles de fotografías de su superficie, de sus anillos y de sus lunas.

El 27 de noviembre del 2012 envió las fotografías de una tormenta con vientos sostenidos de más de 1,000 km/h y un diámetro de 2,000 kilómetros (El huracán Katrina tuvo en su punto máximo un diámetro de 160 kilómetros). La llamada “gran mancha roja” de Júpiter que por cientos de años intrigó a los astrónomos, resultó ser una mega tormenta con vientos sostenidos de 400 km/h y un ancho equivalente a dos veces el tamaño de la tierra. Claramente los huracanes no son exclusivos de nuestro planeta.

Dios creó todo: el cielo y la tierra, lo visible y lo invisible, la naturaleza entera y las leyes que la gobiernan[8]. Esas leyes en acción formaron nuestro planeta y lo siguen moldeando, al igual que el sistema solar, nuestra galaxia y todo el universo. Dios se ha servido de ellas para crear el mundo material que nos rige y nos rodea. Y al igual que Dios respeta todas y cada una de las decisiones que el hombre toma, independiente de las pequeñas o enormes consecuencias que ellas puedan tener con el resto de la humanidad, también respeta el accionar de la naturaleza que Él creó.

La naturaleza de las placas tectónicas que conforman el suelo de la tierra es moverse constantemente, por lo que tarde o temprano se encontrará con otra y entonces ocurrirá un terremoto. El 12 de enero del 2010 afectó el suelo donde estaba Haití. El 26 de enero de 1700 afectó el suelo donde esta California, Oregón y Columbia Británica. Hace miles y miles de años afectó el suelo donde hoy está ubicado New York. Y hace otros miles, donde hoy está ubicado el Vaticano.

En los millones y millones de años que tienen de existencia las placas tectónicas, cada pedazo de la tierra se ha visto afectado por un terremoto. Unos muy poderosos, otros no tanto. Algunas áreas se han visto más afectadas que otras. Pero todas se han visto afectadas.

La naturaleza de los volcanes es la de estallar de vez en cuando. Llevan millones y millones de años haciéndolo. En 1991 fue el Pinatubo en Filipinas, en 1883 fue el Krakatoa en Indonesia, mañana será otro. Si explota en un área desierta o bajo el mar probablemente nadie sufrirá las consecuencias, pero si el que explota está cerca de un área poblada alguien sufrirá consecuencias.

La naturaleza del tigre es comerse lo que se mueva, que tenga un tamaño que él pueda manejar y que esté a su alcance. Si es un conejo, se comerá al conejo, si es una cabra, se comerá a la cabra, pero si es un niño, se comerá al niño.

La naturaleza tiene su propia vida, en su accionar ha lastimado al hombre. Así seguirá ocurriendo hasta el final de los tiempos.

La historia de Job

La Iglesia católica acoge al Santo Job como modelo de santidad y celebramos su festividad el 10 de mayo de cada año. El libro de Job del Antiguo Testamento fue escrito con una rica decoración poética que no le resta valor histórico y teológico.

Job vivió mucho antes que Moisés, por lo que no conoció las leyes ni la alianza de Dios con el pueblo de Israel. Habitaba en la región de Us y era una de las personas más ricas e importantes de la comarca. “…vivía una vida recta y sin tacha, y que era un fiel servidor de Dios, cuidadoso de no hacer mal a nadie.”(Job 1:1). De repente Job sufre seis grandes golpes y pierde todo lo que tenía: hijos, trabajadores, animales, casas, riquezas y finalmente su cuerpo entero se cubre de úlceras. Con paciencia heroica soporta todo este sufrimiento sin el menor murmullo contra Dios.

Tres de sus amigos: Elifaz, Baldad y Sofat, vienen a consolarlo. Su visita se transforma en el séptimo y mayor de los golpes. Después de acompañarlo siete días sin pronunciar palabra por respeto a su dolor, cada uno le da una explicación de porqué cree que le ha pasado semejante desgracia. Los tres coinciden en decirle que todo ese padecimiento es el resultado de sus malas acciones.

Las repetidas palabras de inocencia que Job expresa a sus amigos, solo son tomadas como prueba de una gran hipocresía de su parte.

En todo este discurrir de acusaciones por parte de los amigos y de defensas de Job, se ha unido un cuarto amigo mucho más joven que los otros llamado Elihú, que se ha limitado a escuchar todo en silencio. Al terminar la discusión, Elihú dijo a Job que Dios es mucho más grande que el hombre y mucho más sabio; que en Dios no hay maldad ni injusticia, y que los hombres no alcanzan a conocer los planes del Omnipotente.

Esto tranquilizó a Job y le dio mucha esperanza. Elihú aportó también algo importantísimo, en lo que no había pensado ninguno de los presentes: Que Dios no manda las penas y sufrimientos de esta vida para castigar al hombre, sino que los permite –es decir que no los detiene– para purificarlo y, muchas veces, para evitar que se pierda su alma.

Job reclama insistentemente una respuesta. Finalmente Dios decide responderle diciéndole:

“¿Quién eres tú para dudar de mi providencia y mostrar con tus palabras tu ignorancia?

Muéstrame ahora tu valentía, y respóndeme a estas preguntas:

 ¿Dónde estabas cuando yo afirmé la tierra?

¡Dímelo, si de veras sabes tanto!

 ¿Sabes quién decidió cuánto habría de medir, y quién fue el arquitecto que la hizo?

 ¿Sobre qué descansan sus cimientos?

¿Quién le puso la piedra principal de apoyo, mientras cantaban a coro las estrellas de la aurora entre la alegría de mis servidores celestiales?

Cuando el mar brotó del seno de la tierra, ¿quién le puso compuertas para contenerlo?

Yo le di una nube por vestido y la niebla por pañales. Yo le puse un límite al mar y cerré con llave sus compuertas. Y le dije: «Llegarás hasta aquí, y de aquí no pasarás; aquí se romperán tus olas arrogantes.»” Job 38:2-11

En el resto de este capítulo y los siguientes tres, Dios continua formulándole preguntas a Job. ¿Puedes dar órdenes a las nubes de que te inunden con agua? ¿Cuál es el camino por donde se difunde la niebla? ¿Quién engendra las gotas de rocío? ¿Has enseñado tú a los cielos su ley y determinado su influjo sobre la tierra? ¿Das tú al caballo la fuerza? ¿Eres tu quien busca las presas a las leonas? ¿Eres tú quien saca a su hora al lucero de la mañana?

La respuesta que dio Job demuestra que las preguntas lo hicieron reflexionar y comprendió que el único camino, era confiar plenamente en el Señor:

“Yo sé que tú lo puedes todo y que no hay nada que no puedas realizar. ¿Quién soy yo para dudar de tu providencia, mostrando así mi ignorancia? Yo estaba hablando de cosas que no entiendo, cosas tan maravillosas que no las puedo comprender. Tú me dijiste: «Escucha, que quiero hablarte; respóndeme a estas preguntas.» Hasta ahora, sólo de oídas te conocía, pero ahora te veo con mis propios ojos. Por eso me retracto arrepentido, sentado en el polvo y la ceniza.” Job 42:1-6

Dios, el artista

Decir que Dios no detiene el mal no es lo mismo que decir que Él lo causa o lo genera. ¿Por qué no lo detiene y sí deja que siga su curso?

Cualquier respuesta que se dé, siempre será incompleta e insuficiente, pero se puede dar una guía que nos oriente el pensamiento.

La respuesta que dio Santo Tomás de Aquino a esta pregunta fue que Dios permite (que no lo detiene) el mal para poder obtener un bien mayor. Como lo dice el refrán popular “No hay mal que por bien no venga”.

El amor siempre triunfa. Fuimos creados a imagen de Dios, así que el potencial de amar del hombre es infinito. De una gran pena surgirá un gran acto de amor. No siempre nosotros lo veremos, pero otros sí lo verán.

“…Es saber con certeza que quien se ofrece y se entrega a Dios por amor seguramente será fecundo (cf. Juan 15,5). Tal fecundidad es muchas veces invisible, inaferrable, no puede ser contabilizada. Uno sabe bien que su vida dará frutos, pero sin pretender saber cómo, ni dónde, ni cuándo. Tiene la seguridad de que no se pierde ninguno de sus trabajos realizados con amor, no se pierde ninguna de sus preocupaciones sinceras por los demás, no se pierde ningún acto de amor a Dios, no se pierde ningún cansancio generoso, no se pierde ninguna dolorosa paciencia. Todo eso da vueltas por el mundo como una fuerza de vida. A veces nos parece que nuestra tarea no ha logrado ningún resultado, pero la misión no es un negocio ni un proyecto empresarial, no es tampoco una organización humanitaria, no es un espectáculo para contar cuánta gente asistió gracias a nuestra propaganda; es algo mucho más profundo, que escapa a toda medida. Quizás el Señor toma nuestra entrega para derramar bendiciones en otro lugar del mundo donde nosotros nunca iremos. El Espíritu Santo obra como quiere, cuando quiere y donde quiere; nosotros nos entregamos pero sin pretender ver resultados llamativos. Sólo sabemos que nuestra entrega es necesaria.” Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium del papa Francisco, numeral 279.

El holocausto no sólo dejo tras de sí víctimas, sino también héroes que hasta el presente continúan inspirando al hombre a realizar grandes actos de amor, que no hubieran sido posibles de otra forma.

Yad Vashem es la institución oficial israelí constituida en memoria de las víctimas del holocausto. Desde 1963 han reconocido a más de 21,000 Justos entre las Naciones[9].

Una de las que conforma la lista es Irena Sendler, conocida como “El Ángel del Gueto de Varsovia”. Católica, enfermera y trabajadora social polaca, que durante el holocausto ayudó y salvó a más de dos mil quinientos niños judíos. Ella siempre prefirió mantenerse en el anonimato, porque como decía: “Yo no hice nada especial, sólo hice lo que debía, nada más”. Recibió en el 2003 la más alta distinción civil de Polonia: la Orden del Águila Blanca y fue candidata al premio Nobel de la Paz en el 2007. “Podría haber hecho más, y este lamento me seguirá hasta el día en que yo muera” era una frase que repetía cada vez que revivía esos trágicos días.

Actos de heroísmo tan grandes, como los realizados por esta pequeña mujer, deslumbran en la vida no solo de esos más de 2,500 niños que salvó, sino en la de muchas otras personas que tratan de imitar sus actos de amor por los más necesitados.

Estados Unidos fue el primer país en implementar el sistema de alerta conocido como AMBER. Este sistema notifica a la ciudadanía que un menor ha sido secuestrado y que existe suficiente evidencia que su vida está en peligro.

Los expertos han indicado que las primeras horas son vitales, por ello la alerta se emite lo antes posible y es transmitida por diversos medios como televisión, radio, mensajes de texto, correo electrónico y pantallas electrónicas, entre otras; a fin de poder llegar al mayor número de personas posibles.

La implementación de este costoso sistema que ha permitido recuperar cientos de niños secuestrados, fue el resultado de una larga batalla con el gobierno de los Estados Unidos, por parte de Donna Whitson y Richard Hagerman, padres de Amber Rene Hagerman. Amber fue secuestrada el 13 de enero de 1996, cuando montaba bicicleta en su vecindario en Arlington, Texas. Cuatro días después su cadáver fue encontrado en una zanja de drenaje de aguas lluvia.

Rae Leigh Bradbury fue la primera niña en ser recuperada de mano de su secuestrador treinta minutos después de haberse emitido la alerta AMBER. Años más tarde, en declaraciones a la prensa local, Rae Leigh dijo: “Estoy muy agradecida con las alertas AMBER, Amber Hagerman no pudo regresar con su mamá. Yo rezo cada noche para que cada niño desaparecido pueda regresar a casa”.

El pintor francés Georges-Pierre Seurat[10] fue el fundador del Neoimpresionismo y creador de la técnica puntillismo. En esta técnica, el pintor no da pinceladas sino que plasma puntos de colores con su pincel. Su obra cumbre Tarde de domingo en la isla de la Grande Jatte[11] le tomó dos años completarla, después de haber plasmado cientos de miles de puntos de miles de colores.

Si miramos este hermoso cuadro con nuestra nariz pegada a él, solo veremos un manchón de colores sin sentido, ni unidad, ni forma. Pero en la medida en que nos empezamos a alejar de la pintura, poco a poco el cuadro empieza a tener sentido y comenzamos a distinguir patrones de colores que se definen y se componen entre ellos. Cuando nos alejamos más, esos patrones comienzan a organizarse formando figuras y grupos que podemos reconocer. De un momento a otro, cuando nos encontramos bastante alejados como para ver todo el cuadro, se revela ante nosotros la plenitud de la belleza de la obra. Vemos como el artista pintó cada punto de tal manera que forman una composición de sorprendente armonía, orden y belleza.

Dios es el más grande artista de todos los artistas y el universo y el tiempo son su lienzo. Pero ¿qué es lo que percibimos de la Creación de Dios cuando la vemos desde nuestra pequeña franja de tiempo y espacio? Sólo unas manchas. Tal vez logremos distinguir algunos patrones que se insinúan. Tal vez veremos más claros que oscuros, o lo contrario, más oscuros que claros.

Es sólo cuando tenemos una visión de conjunto de la Creación desde el punto de vista privilegiado de Dios mismo, que podemos ver como todos los puntos de la naturaleza en la historia, toda la obscuridad y toda la luz se han organizado formando una obra maravillosa. Bastante compleja, pero extraordinariamente hermosa.

La cruz

¿Todavía se encuentra confundido? ¿Todavía no logra reconciliar a un Dios amoroso con una realidad que algunas veces duele hasta en lo más profundo de nuestro ser? No está solo.

La propuesta cristiana a este dilema es la que propuso el mismo Dios con el sacrificio de su único hijo Jesucristo en la cruz.

En esa cruz, la máxima obscuridad de la condición humana se encontró con la luz infinita que emana de la plenitud del amor divino y se transfiguró en vida. “Pero fue traspasado a causa de nuestra rebeldía,fue atormentado a causa de nuestras maldades; el castigo que sufrió nos trajo la paz, por sus heridas alcanzamos la salud” Isaías 53:5.

En esa cruz, Dios llegó a los límites del abandono de Dios y convirtió a la propia muerte en un lugar de esperanza. “Pues Dios amó tanto al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo aquel que cree en él no muera, sino que tenga vida eterna.” Juan 3:16.

Fue en esa cruz donde el poder de Dios cambió la humillación en exaltación, la derrota en victoria, la muerte en vida y la oscuridad en luz. “En cuanto a mí, de nada quiero gloriarme sino de la cruz de nuestro Señor Jesucristo. Pues por medio de la cruz de Cristo, el mundo ha muerto para mí y yo he muerto para el mundo.” Gálatas 6:14.

Esa trágica muerte en la cruz es el recuerdo de tanto amor del Padre hacia nosotros y del amor mayor de Cristo, quien dio la vida por sus amigos. “El amor más grande que uno puede tener es dar su vida por sus amigos.” Juan 15:13.

El 14 de septiembre de 1998, el papa Juan Pablo II con motivo de la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, escribió “la carta encíclica Fides Et Ratio”. En el numeral 23 podemos leer:

“El Hijo de Dios crucificado es el acontecimiento histórico contra el cual se estrella todo intento de la mente de construir sobre argumentaciones solamente humanas una justificación suficiente del sentido de la existencia. El verdadero punto central, que desafía toda filosofía, es la muerte de Jesucristo en la cruz. En este punto todo intento de reducir el plan salvador del Padre a pura lógica humana está destinado al fracaso. […] El hombre no logra comprender cómo la muerte pueda ser fuente de vida y de amor, pero Dios ha elegido para revelar el misterio de su designio de salvación precisamente lo que la razón considera «locura» y «escándalo». […] La razón no puede vaciar el misterio de amor que la Cruz representa, mientras que ésta puede dar a la razón la respuesta última que busca. No es la sabiduría de las palabras, sino la Palabra de la Sabiduría lo que san Pablo pone como criterio de verdad, y a la vez, de salvación.”

 

 


[1] Un agnóstico es una persona que ni cree ni niega la existencia de Dios, en tanto que el ateo la niega.

[2] Este filosofo basa su planteamiento en lo que se conoce como la Paradoja de Epicuro. Epicuro fue un filósofo griego nacido aproximadamente en el 341 a.C., quien planteo por primera vez la incompatibilidad entre sus bondadosos dioses paganos y la existencia del mal.

[3] Ver Catecismo de la Iglesia Católica numeral 385.

[4] Ver Génesis 2:17 y 3:19.

[5] Ver Génesis 3:16-19.

[6] Canción escrita por Wayne Cochran e inspirada en un accidente automovilístico donde murieron varios adolecentes cuando su auto choco con un camión la semana antes de la navidad de 1962. La versión original en inglés aporta muchos más detalles del accidente.

[7] Dios no es nuestro dueño sino nuestro Padre que nos ama mucho más allá de lo que un buen padre terrenal puede amar a sus hijos: “Pues si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más su Padre que está en el cielo dará cosas buenas a quienes se las pidan!” Mateo 7:11

[8] “En él Dios creó todo lo que hay en el cielo y en la tierra, tanto lo visible como lo invisible, así como los seres espirituales que tienen dominio, autoridad y poder. Todo fue creado por medio de él y para él. Cristo existe antes que todas las cosas, y por él se mantiene todo en orden” Colosenses 1:16-17

[9] Una comisión bajo el nombre de Autoridad de Israel para el Recuerdo de los Héroes y Mártires del Holocausto, organizada por Yad Vashem y dirigida por la Corte Suprema de Israel, ha recibido el encargo de recompensar a las personas que ayudaron a los judíos y de honrarlos con el título de “Justos entre las naciones”.

[10] Nació en París en 2 de diciembre de 1859 y murió el 29 de marzo de 1891.

[11] Actualmente se encuentra exhibido en el Instituto de Arte de Chicago, Chicago, Estados Unidos.

 

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