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¿Por qué hay estatuas dentro de nuestras iglesias?

Para ayudar a desarrollar este tema, es necesario tener claro el significado de cinco palabras: adoración, veneración, idolatría, imagen e ídolo.

Adoración es la acción exclusiva para Dios, por medio de la cual reconocemos su potestad única creadora y como el único digno del honor supremo. La adoración es un acto de la mente y la voluntad que se expresa en oraciones, posturas, actos de reverencia, sacrificios y con la entrega de la vida entera.

Veneración es la acción por la cual expresamos respeto en sumo grado a alguien por su santidad, dignidad o grandes virtudes, o a algo por lo que representa o recuerda.

Idolatría es la adoración a otro dios que no sea Dios.

Imagen es cualquier tipo de figura o representación de alguien o algo.

Ídolo es un ser o una cosa considerada como dios, que se cree que tiene vida y poder (Isaías 44:9-10) y que se pone en el lugar de Dios. Puede estar representado en una imagen o no.

“Los ídolos de los paganos son oro y plata, objetos que el hombre fabrica con sus manos: tienen boca, pero no pueden hablar; tienen ojos, pero no pueden ver; tienen orejas, pero no pueden oír; tienen narices, pero no pueden oler; tienen manos, pero no pueden tocar; tienen pies, pero no pueden andar;¡ni un solo sonido sale de su garganta! Iguales a esos ídolos son quienes los fabrican y quienes en ellos creen.” Salmo 115:4-8

Para los protestantes, nosotros los católicos somos considerados idólatras por el hecho de tener dentro de nuestras iglesias estatuas de Cristo, de santos, de la Virgen María, o por los vitrales con imágenes de personajes bíblicos que adornan algunas de nuestras iglesias. Su principal argumento es que Dios las prohibió:

“No te hagas ningún ídolo ni figura de lo que hay arriba en el cielo, ni de lo que hay abajo en la tierra, ni de lo que hay en el mar debajo de la tierra. No te inclines delante de ellos ni les rindas culto” Éxodo 20:4-5.

Igualmente, los protestantes rechazan el uso del crucifijo que muchos católicos acostumbran llevar colgados en el cuello, o las estampitas de la Virgen María o de los santos, que algunos cargan en sus billeteras junto a las fotos de sus seres queridos.

Lo que enseña el Magisterio de la Iglesia

En la tercera tentación de Jesús en el desierto, satanás le pide que lo adore a cambio de entregarle todos los países del mundo, Jesús cita Deuteronomio 6:13 “Está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, sólo a él darás culto” (Mateo 4:8-10). Ésta ha sido la enseñanza de la Iglesia desde su origen.

El primer propósito del hombre ha de ser el de acoger a Dios con toda su voluntad y adorarlo. Es decir que la Iglesia nos enseña que solo a Dios debemos adorar. Con esta acción, reconocemos que Él es Dios, que Él es nuestro Creador y nuestro Salvador.

Muchos años antes de Jesús, en tiempo de Moisés, Dios comenzó a formar a su pueblo elegido: el pueblo de Israel. Era gente muy primitiva que Dios había sacado del politeísmo para llevarla al monoteísmo. Todos esos pueblos antiguos tenían infinidad de dioses que adoraban y representaban a través de imágenes. La gente de aquel tiempo pensaba que esas imágenes tenían un poder mágico o una fuerza milagrosa. Cuando Dios prohibió hacer imágenes de nada que este en el cielo ni en la tierra, hacía referencia a estas imágenes que ellos adoraban. Él hacía referencia, por ejemplo, a ese becerro de oro que hizo el pueblo de Israel mientras Moisés estaba en el monte Sinaí, al que proclamaron como dios y le construyeron un altar para ofrecerle holocaustos y sacrificios (Éxodo 32).

Dios no prohíbe el hacer imágenes, sino en querer hacer de esa imagen un dios. De hecho, Dios mismo ordenó que se bordaran ángeles en las cortinas de la tienda del encuentro (Éxodo 26:1) o que el arca de la alianza debiera llevar en la tapa la figura de dos ángeles con las alas extendidas (Éxodo 25:10-21), o le ordenó a Moisés que hiciera una serpiente de bronce y la colgara en el asta de una bandera (Números 21:8-9).

El templo de Jerusalén tenía en su interior esculturas y muchos adornos religiosos[1].

Así que cuando un protestante dice que nosotros adoramos a la Santísima Virgen o a los santos, está confundiendo el significado de las palabras veneración y adoración. Nosotros adoramos a Dios y veneramos a la Santísima Virgen o a los santos.

¿Es idolatría tener una foto de la novia, o de la mamá, o un cuadro pintado del bisabuelo? Es lo mismo que hacemos los católicos: las estatuas y las imágenes nos recuerdan a Jesucristo, a la Santísima Virgen María y a los santos.

Las imágenes las usamos como un recuerdo de aquéllos que no podemos ver. Y ese recuerdo puede alentarnos a orar, a entregarnos más y mejor a Dios.

El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice al respecto:

“El culto cristiano de las imágenes no es contrario al primer mandamiento que proscribe los ídolos. En efecto, “el honor dado a una imagen se remonta al modelo original”[2], “el que venera una imagen, venera al que en ella está representado”[3]. El honor tributado a las imágenes sagradas es una “veneración respetuosa”, no una adoración, que sólo corresponde a Dios:

«El culto de la religión no se dirige a las imágenes en sí mismas como realidades, sino que las mira bajo su aspecto propio de imágenes que nos conducen a Dios encarnado. Ahora bien, el movimiento que se dirige a la imagen en cuanto tal, no se detiene en ella, sino que tiende a la realidad de la que ella es imagen»[4]” Numeral 2132.

De las muchas reformas emanadas por el Concilio Vaticano II, estuvo el de la reforma a la sagrada liturgia, contenida en la “Constitución Sacrosanctum Concilium Sobre La Sagrada Liturgia”. En su séptimo capítulo titulado “El Arte y los Objetos Sagrados”, podemos leer:

“Manténgase firmemente la práctica de exponer imágenes sagradas a la veneración de los fieles; con todo, que sean pocas en número y guarden entre ellas el debido orden, a fin de que no causen extrañeza al pueblo cristiano ni favorezcan una devoción menos ortodoxa.” Numeral 125.

El evangelio de los pobres

Debido al alto nivel de analfabetismo que existió en la época medieval, el uso de los vitrales e imágenes de santos en las iglesias, ayudaban a que la gente recordara y mantuviera fresca en su memoria, los eventos más importantes narrados en las Escrituras. Los analfabetos podían mirar las escenas de los vitrales en las ventanas de las iglesias y comprendían la historia sagrada. De modo que las estatuas y las imágenes no solamente estaban ahí por belleza y reverencia sino también porque eran muy funcionales.

San Juan Damasceno[5], presbítero y doctor de la Iglesia, decía: “Lo que es un libro para los que saben leer, eso son las imágenes para los analfabetos. Lo que la palabra obra por el oído, lo obra la imagen por la vista. Las santas imágenes son un memorial de las obras divinas”.

Martín Lutero, el fundador del protestantismo y de las iglesias evangélicas nunca rechazó las imágenes, todo lo contrario, él dijo que las imágenes eran “el Evangelio de los pobres”.

En casi todas partes del mundo se construyeron iglesias que fueron bellamente adornadas con estatuas y vitrales. Ejemplo de ello es la hermosa capilla de Sainte Chapelle en pleno corazón de París que fue construida durante el reinado de san Luis IX de Francia en 1248. La característica más importante de esta capilla son sus 600 metros cuadrados de vitrales. Formando 16 secciones, cada una de ellas relata en pequeñas imágenes los libros del Génesis, Éxodo, Números, Josué, Jueces, Isaías, Daniel, Ezequiel, Jeremías y Tobías, Judit y Job, Ester, Reyes, la Pasión de Cristo, el Apocalipsis, la vida de Juan el Bautista y la historia de las reliquias de la pasión que alguna vez habitaron en esa capilla. Quien entrara a este lugar, solo le bastaba recorrer con su mirada sus bellos cristales, para darle un completo repaso de principio a fin, a lo que narran las Sagradas Escrituras.

Idolatría y superstición

Como ocurre en muchos campos de la vida del ser humano, no falta quien se exceda en la norma e incurra en actos que resultan inapropiados por ignorar los límites y resulte en un caso de idolatría.

Conozco personas que tratan las estatuas de los santos, de la Virgen María y los crucifijos con tal reverencia, que sobrepasando el debido respeto, demuestran una creencia mágica y poderosa sobre el objeto mismo.

He entrado a casas en la que se tiene la Biblia sobre un altar con velas y flores, a manera de “protección” de la casa. La Biblia no necesita de velas ni flores, sino de un corazón dispuesto a meditarla y a ponerla en práctica en su vida diaria.

Cuando mi sobrina hizo su primera comunión, le dimos de regalo un rosario muy lindo que había sido santificado por un sacerdote. Delante de varios invitados a la ceremonia, abrió el presente y lo exhibió muy emocionada. Unos le sugirieron que lo podía usar como collar, otros que lo envolviera en su muñeca, otros que lo colgara en su mesa de noche al lado de la cama. Yo le dije: “nada de eso, es para que lo reces”.

Muchas personas cuelgan un rosario en el espejo interior de sus vehículos a manera de amuleto para que los “proteja”. Hay personas que entran a una capilla y le rezan toda una novena a algún santo de su preferencia y no le rezan ni un Padre Nuestro al Santísimo que está expuesto. Los hay también que les cuelgan hierbas a las estatuas de los santos, o que les encienden velas de determinados colores, o que los ponen de cabeza a manera de “castigo” hasta que se les conceda el milagro por el que tanto piden[6]. Estos y otros ejemplos, son casos de idolatría y superstición.

La idolatría es un pecado grave, pues implica negar el carácter único de Dios, para atribuírselo a personas o cosas creadas por el hombre. Es comparar a la creatura con el Creador, comparación inaceptable bajo cualquier concepto.

La superstición también constituye un pecado grave, ya que desvía el verdadero sentimiento religioso de un determinado rito u oración, al atribuirle eficacia a la sola acción material y excluyendo la participación debida de un corazón abierto y orante. Quien porta un escapulario y piensa que por el solo hecho de llevarlo consigo será suficiente para su salvación, está actuando de manera supersticiosa.

Es muy común escuchar a personas decir que practican ciertos “rituales” para atraer la “buena suerte” o alejar la “mala suerte”. La suerte entendida como una energía o fuerza que puede ser atraída o alejada, constituye una superstición, ya que desconoce la Providencia Divina e ignora el precioso regalo del libre albedrío que siempre traerá consecuencias a nuestras vidas.

La astrología, el espiritismo o la adivinación son disciplinas supersticiosas que fueron expresamente prohibidos por Dios “No recurran a espíritus y adivinos. No se hagan impuros por consultarlos. Yo soy el Señor su Dios” Levítico 19:31, ya que desconocen a Dios como única fuente de vida y de conocimiento de nuestro futuro.

 

 


[1] Salmo 74:4-5, 1 Reyes 6:23-28

[2] San Basilio Magno, Liber de Spiritu Sancto, 18, 45

[3] Concilio de Nicea II: DS 601; Concilio de Trento: DS 1821-1825; Concilio Vaticano II: “Constitución Sacrosanvtum 125”; “Constitución Lumen Gentium 67”.

[4] Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, 2-2, q. 81, a. 3, ad 3.

[5] Nació en Damasco, Siria en el 675 d.C. y falleció en Jerusalén en el 749 d.C.

[6] Un ejemplo de esta costumbre que se practica en algunos países es la de San Antonio, que es puesto de cabeza hasta que le consiga novio a una mujer.

 

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