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¿Quiénes son los ángeles y los santos para la Iglesia?

San Juan XXIII[1], el llamado “papa bueno”, comentó en cierta ocasión: “Siempre que tengo que afrontar una entrevista difícil, le digo a mi ángel de la guarda: Ve tú primero, ponte de acuerdo con el ángel de la guarda de mi interlocutor y prepara el terreno. Es un medio extraordinario, aún en aquellos encuentros más temidos o inciertos.”.

La palabra “ángel” se deriva de la palabra griega aggelos, la cual significa “mensajero”. La palabra correspondiente en hebreo ma’lak también tiene el mismo significado.

San Agustín dice respecto a ellos: “El nombre de ángel indica su oficio, no su naturaleza. Si preguntas por su naturaleza, te diré que es un espíritu; si preguntas por lo que hace, te diré que es un ángel”.

El credo niceno comienza diciendo: “Creo en un solo Dios, Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible.”.

A este mundo invisible pertenecen estos seres espirituales que han sido creados por Dios (Colosenses 1:16-17) —antes de la creación del hombre (Job 38:4-7) —, inmortales, dotados de inteligencia y de voluntad, en el que Cristo es el centro de su mundo.

Los ángeles, al igual que el hombre, no siempre han obedecido la voluntad de Dios: “Porque si Dios no perdonó a los ángeles cuando pecaron, sino que los arrojó al infierno y los entregó a fosos de tinieblas,…” 2 Pedro 2:4.

Santo Tomás de Aquino sostenía que era válido pensar que de la misma forma en que la creación visible de Dios había sido tan prolífica y variada, igual debería serlo para ese mundo invisible.

Porque todos los ángeles son espíritus al servicio de Dios, enviados en ayuda de quienes han de recibir en herencia la salvación” Hebreos 1:14. Es decir que los ángeles son espíritus ministradores que no tienen cuerpo. El Señor Jesús afirmó “… un espíritu no tiene carne ni huesos, como ustedes ven que tengo yo” (Lucas 24:39). Sin embargo, en ciertos casos los ángeles pueden adquirir forma humana[2] “No se olviden de ser amables con los que lleguen a su casa, pues de esa manera, sin saberlo, algunos hospedaron ángeles.” Hebreos 13:2.

A lo largo de todas las Escrituras, los ángeles han desempeñado diferentes roles, como por ejemplo: cierran el paraíso terrenal (Génesis 3:24), protegen a Lot (Génesis 19), salvan a Agar y a su hijo (Génesis 21:17), detienen la mano de Abraham (Génesis 11), la ley es comunicada por su ministerio (Hechos 7:53), conducen el pueblo de Dios (Éxodo 23:20-23), anuncian nacimientos (Jueces 13; Lucas1:5-26) y vocaciones (Jueces 6:11-24; Isaías 6:6), asisten a los profetas (1 Romanos 19:5), protegen al niño Jesús de las manos de Herodes que lo quiere matar al advertirle a José en sueños que debe huir a Egipto (Mateo 2:13-14), etc.

La inmensa mayoría de los pasajes bíblicos que nos hablan de los ángeles no se les menciona con alas, sin embargo en los pocos pasajes que se hablan de seres especiales, que bien podrían asimilarse a los ángeles, sí se les menciona con alas[3], tal es el caso de Isaías 6:2 “Unos seres como de fuego estaban por encima de él. Cada uno tenía seis alas. Con dos alas se cubrían la cara, con otras dos se cubrían la parte inferior del cuerpo y con las otras dos volaban.”.

Aunque Hollywood ha hecho un gran daño personificando siempre los ángeles como seres de blancos ropajes y esplendorosas alas, lo cierto es que nunca la Biblia nos muestra a estos seres espirituales como esos niños regordetes con alitas y apenas una corta tela que cubre sus partes íntimas, que aparecen en innumerables iconografías, libros y esculturas.

Tampoco ocurre lo que muchas personas piensan, que al morir –en especial si es un niño– se convierte en un ángel en el cielo. Ciertamente esta figura nos sirve para dar consuelo a los que le sobreviven al difunto, pero Mateo 22:30 nos explica que los ángeles son diferentes a los humanos, y Hebreos 12:22-23 nos avanza que seremos recibidos en el Cielo por “muchos miles de ángeles”. Dos grupos de criaturas de Dios pero de diferente naturaleza.

La Biblia habla con nombre propio de tres ángeles, por lo que al tener nombre propio se les considera de mayor jerarquía, dándoles el título de arcángeles:

Arcángel Gabriel cuyo nombre significa “Fortaleza de Dios”, “Poder de Dios” o “Fuerza de Dios”, aparece por primera vez en el Libro de Daniel en los capítulos 8 y 9. Es Gabriel quien le anuncia a Zacarías que será el padre del Precursor (Lucas 1:5-20) y a María que será la madre del Salvador (Lucas 1:26-38).

Arcángel Miguel que significa “Quien como Dios” y es mencionado en los Libros de Josué y Daniel. Fue el protector del pueblo de Israel durante su marcha por el desierto.

Arcángel Rafael que significa “Dios sana”, “Dios ha sanado” o “medicina de Dios” y es el inseparable compañero de Tobías, hijo de Tobit, en su largo y peligroso viaje para conseguir a su piadosa esposa. Solo aparece en este Libro de Tobías.

El Ángel de la guarda

Dios ama infinitamente a cada uno de los hombres. Tanto nos ama que ha dispuesto un ángel especialmente para cada uno, independiente de su creencia o religión. Este ángel se llama el Ángel Custodio o el Ángel de la Guarda.

Así como un padre siempre quiere que sus hijos pequeños vayan acompañados por un adulto cuando van a ir a un lugar que les puede ofrecer algún tipo de peligro, de igual manera nuestro Padre Celestial nos da este ángel para que nos acompañe en este peregrinar por la tierra que ofrece muchos peligros a nuestra alma.

Los ángeles de la guarda están constantemente a nuestro lado, no se separan de nosotros ni un momento, aun cuando estamos durmiendo; y no nos ayudan solo cuando los necesitamos sino que siempre están para protegernos.

Santo Tomás de Aquino expone, que incluso el alma que ha de pasar por el Purgatorio antes de llegar al Cielo, sigue asistida por su ángel custodio para consolarla y animarla hasta su destino final.

Dice el Catecismo Romano en su Cuarta Parte, capítulo VII en el Preámbulo de la Oración Dominical, numeral 4-6:

“… que la Providencia divina ha designado a cada hombre, desde su nacimiento, un ángel custodio (Génesis 48:16; Tobías 5:21; Salmo 90:11) para que lo cuide, lo socorra y proteja de todo peligro grave (Mateo 18:10; Hechos 12:15; Hebreos 1:14.), y sea nuestro compañero de viaje. Cuán grande sea la utilidad que resulta a los hombres de la guarda de los ángeles, se desprende fácilmente de las Sagradas Escrituras, especialmente de la historia de Tobías, donde se nos cuentan los muchos bienes que concedió a Tobías el ángel San Rafael, y de la liberación de San Pedro de la prisión en que estaba (Hechos 5:22-24).”

Dice el Catecismo de la Iglesia Católica en su numeral 352 y 336 respectivamente:

“La Iglesia venera a los ángeles que la ayudan en su peregrinar terrestre y protegen a todo ser humano”

“Desde su comienzo (Mateo 18, 10) hasta la muerte (Lucas 16, 22), la vida humana está rodeada de su custodia (Salmos 34:8; 91:10-13) y de su intercesión (Job 33:23-24; Zacarías 1:12; Tobit 12:12). “Nadie podrá negar que cada fiel tiene a su lado un ángel como protector y pastor para conducir su vida” (San Basilio Magno, Adversus Eunomium, 3, 1: PG 29, 656B). Desde esta tierra, la vida cristiana participa, por la fe, en la sociedad bienaventurada de los ángeles y de los hombres, unidos en Dios.”

Los ángeles y la Nueva Era

El movimiento de la Nueva Era[4] mezcla en todo su conjunto de creencias a los ángeles, introduciendo una serie de ideas erróneas contrarias a la doctrina que nos enseña la Iglesia.

La gran proliferación de las diversas corrientes de la Nueva Era, tales como la cábala, el reiki, el tantra, etc., han popularizado palabras muy comunes en el cristianismo —con el propósito de “venderse” inofensivas entre los cristianos— tales como dios, espíritu, luz, milagros y ángeles, por mencionar algunas, pero con significados e ideas distantes a las que nos revelan las Sagradas Escrituras. El dios de ellos no es el Dios de Abraham, Isaac e Israel, el espíritu de ellos no es el que descendió sobre los apóstoles en Pentecostés (Hechos 2:3-4), la luz de ellos no es la luz a la que se refiere Jesús cuando dice “Yo soy la luz” (Juan 8:12), los milagros de ellos no son los milagros que Jesús operó en la tierra, y los ángeles de ellos no son los ángeles que le cantan sin cesar al Rey de reyes en su trono celestial (Apocalipsis 4:1-11).

Los seguidores de los movimientos de Nueva Era se han encargado de hacer una explosión publicitaria de los ángeles y de su supuesto poder para ayudarnos en el amor, en los negocios, en la salud, en mejorar los malos hábitos y hasta en el juego. Han llegado a ponerles colores a los ángeles según su especialidad. Las Sagradas Escrituras para nada nos revelan que los ángeles se especialicen en una determinada área de las actividades de los hombres, ni mucho menos que tengan asociados algún color particular, excepto el blanco “como la nieve” (Mateo 28:3).

Como se ha expuesto, las Sagradas Escrituras nos revelan que existen los ángeles y que cada uno de nosotros tiene un solo custodio que nos protege siempre. La Nueva Era proclama que estamos rodeados de muchos ángeles a nuestro servicio, lo cual riñe con la enseñanza de la Iglesia con respecto al Ángel de la Guarda.

 Nos comunicamos con ellos a través de la oración y no a través de cristales o de velas como usa la Nueva Era.

Los ángeles son parte importante de la Iglesia, y deben serlo también para nosotros, pero no los podemos igualar a Dios o la Santísima Virgen o a los santos. Están para ayudarnos, pero no es la única ayuda disponible. No son seres de “energía” ni de “luz”, ellos son criaturas de Dios, por lo que no los podemos adorar como si fueran dioses, ni poseen la capacidad de efectuar milagros, ya que eso solo lo puede hacer Dios, aunque si poseen la capacidad de interceder por nosotros.

Los santos

Una técnica muy usada por los entrenadores deportivos, es que sus estudiantes vean videos de aquellos astros que sobresalieron en sus respectivas disciplinas, para que intenten imitar sus movimientos, posturas, actuaciones, etc. “Ese es el modelo a seguir”. Tal vez los estudiantes nunca logren llegar al nivel de aquellos astros deportivos, como su entrenador pretende, pero ahí está el modelo a seguir.

La Iglesia nos pone a todos los santos, como modelos para ser imitados.

En la historia de la Iglesia, ha habido toda clase de modelos de santidad. Jóvenes como Santo Domingo Savio (1842-1857) que murió tres semanas antes de cumplir los 15 años de edad o José Luis Sánchez del Río (1913-1928) mártir a los 14 años de edad. Poseedores de inmensas fortunas que destinaron a los más necesitados como San Nicolás de Mira (270-343) o Santa Catalina María Drexel (1858-1955). Pobres como San Francisco de Asís (1181-1226). Casadas y con hijos como Santa Mónica (331-387) o Santa Rita de Casia (1381-1457). Reinas como Santa Isabel de Portugal (1271-1336) o reyes como San Esteban I de Hungría (975-1038). Esclavas como Santa Josefina Bakhita (1869-1947).

Algunas iglesias protestantes dicen que no se necesita otro modelo de santidad diferente al de Jesús, sin embargo el mismo san Pablo nos dice: “Así yo vine a ser ejemplo de los que habían de creer en él para obtener la vida eterna” (1 Timoteo 1:16) o, “Hermanos, sigan mi ejemplo y fíjense también en los que viven según el ejemplo que nosotros les hemos dado a ustedes.”(Filipenses 3:17). Así que cada santo logró desarrollar una o más virtudes en medio de sus propias circunstancias debido al lugar donde nació, a la época en que vivió y al entorno en que creció. De esta forma podemos buscar identificarnos con fragmentos de sus vidas, sirviéndonos de inspiración para imitarlos.

Todos estamos llamados a la santidad. No solo algunos. ¡Todos!. Tanto el Antiguo Testamento — “Sean ustedes santos, pues yo, el Señor su Dios, soy santo.” (Levítico 19:2) —, como el Nuevo Testamento — “Sean ustedes perfectos, como su Padre que está en el cielo es perfecto” (Mateo 5:48) — nos hacen un llamado a la santidad.

No nos debería dar pena expresar que queremos ser santos, ya que todos queremos estar en el cielo cuando dejemos la tierra, y tan pronto entremos en el cielo, lo haremos con el título de San Fulano de Tal, ya que todos los que están en el cielo son santos, incluyendo al “buen ladrón”[5] (Dimas) que murió junto a Jesús “Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lucas 23:43).

La santidad es obra del Espíritu Santo. Pero Él no se impone ante el hombre. Es necesaria la respuesta libre de nosotros. Quien ama a Dios desea corresponderle con todo el corazón y se esfuerza y persevera en hacer su voluntad.

Antes que el cardenal Joseph Ratzinger fuera nombrado papa el 19 de abril del 2005, siendo en ese entonces el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, escribió un artículo en L’Osservatore Romano el 6 de octubre del 2002 en referencia a la canonización de san Josemaría Escrivá de Balaguer fundador del Opus Dei, en el que se puede leer:

“…En esta perspectiva se comprende mejor qué significa santidad y vocación universal a la santidad. Conociendo un poco la historia de los santos, sabiendo que en los procesos de canonización se busca la virtud “heroica” podemos tener, casi inevitablemente, un concepto equivocado de la santidad porque tendemos a pensar: “esto no es para mí”; “yo no me siento capaz de practicar virtudes heroicas”; “es un ideal demasiado alto para mí”. En ese caso la santidad estaría reservada para algunos “grandes” de quienes vemos sus imágenes en los altares y que son muy diferentes a nosotros, normales pecadores. Esa sería una idea totalmente equivocada de la santidad, una concepción errónea que ha sido corregida — y esto me parece un punto central— precisamente por Josemaría Escrivá.

Virtud heroica no quiere decir que el santo sea una especie de “gimnasta” de la santidad, que realiza unos ejercicios inasequibles para las personas normales. Quiere decir, por el contrario, que en la vida de un hombre se revela la presencia de Dios, y queda más patente todo lo que el hombre no es capaz de hacer por sí mismo. Quizá, en el fondo, se trate de una cuestión terminológica, porque el adjetivo “heroico” ha sido con frecuencia mal interpretado. Virtud heroica no significa exactamente que uno hace cosas grandes por sí mismo, sino que en su vida aparecen realidades que no ha hecho él, porque él sólo ha estado disponible para dejar que Dios actuara. Con otras palabras, ser santo no es otra cosa que hablar con Dios como un amigo habla con el amigo. Esto es la santidad.

Ser santo no comporta ser superior a los demás; por el contrario, el santo puede ser muy débil, y contar con numerosos errores en su vida. La santidad es el contacto profundo con Dios: es hacerse amigo de Dios, dejar obrar al Otro, el Único que puede hacer realmente que este mundo sea bueno y feliz. Cuando Josemaría Escrivá habla de que todos los hombres estamos llamados a ser santos, me parece que en el fondo está refiriéndose a su personal experiencia, porque nunca hizo por sí mismo cosas increíbles, sino que se limitó a dejar obrar a Dios. Y por eso ha nacido una gran renovación, una fuerza de bien en el mundo, aunque permanezcan presentes todas las debilidades humanas.

Verdaderamente todos somos capaces, todos estamos llamados a abrirnos a esa amistad con Dios, a no soltarnos de sus manos, a no cansarnos de volver y retornar al Señor hablando con Él como se habla con un amigo sabiendo, con certeza, que el Señor es el verdadero amigo de todos, también de todos los que no son capaces de hacer por sí mismos cosas grandes.”

Proceso de beatificación y canonización

El proceso formal de canonización tuvo una larga etapa de formación que comenzó en 993 y termino en 1588 con la creación de la Congregación de Ritos, que es la antecesora de la actual Congregación para las Causas de los Santos, creada por el papa Pablo VI en 1969.

La beatificación es el primer paso para la canonización. Es declarada por la Congregación para las Causas de los Santos y certifica que la persona vivió ejerciendo en grado heroico las virtudes cristianas y/o tuvo muerte de mártir y está ahora en el cielo.

El proceso de beatificación por un difunto comienza cuando la feligresía le dice al obispo que esa persona “fue un(a) verdadero santo(a)”. Sí el obispo encuentra fundada la petición, nombra una comisión que por largo tiempo investiga a fondo la vida de la persona, para verificar su fama de santidad. La información recaudada es enviada al Vaticano, específicamente a la Congregación para las Causas de los Santos.

Cuando la Congregación recibe toda la documentación, historiadores y teólogos continúan documentando la vida de la persona poniendo especial interés en la parte espiritual, obediencia a las enseñanzas de la Iglesia y signos de heroísmo.

Al encontrarse en la persona estas “virtudes heroicas” se declara a la persona como “Venerable siervo de Dios”, certificándose de esta manera que la persona entra oficialmente en el proceso de una eventual beatificación.

Durante este trabajo o después de haberlo concluido, se espera por la ocurrencia de un milagro atribuible a la intercesión de la persona en cuestión —si se trata de un mártir, no es necesaria la prueba del milagro[6]. Cuando la feligresía que inició el proceso reporta el milagro, se convoca un comité médico formado por más de 60 expertos especialistas en diversos campos de la medicina. Ellos harán todo lo posible por explicar científicamente el supuesto milagro.

Cuando el comité médico no encuentra explicación científica, la Congregación para las Causas de los Santos emitirá el veredicto de milagro si la curación fue inmediata, completa y duradera. El milagro ocurrido por la intercesión de la persona, constituye una prueba que confirma que esa persona está en el cielo en comunión con Dios, permitiendo a la Congregación declarar a la persona Beato. Como tal, la persona puede ser venerada en su diócesis y se queda a la espera de un segundo milagro para su canonización.

Una vez canonizada la persona por su santidad el papa, se le cambia el nombre de Beato por el de Santo y puede ser venerado en todo el mundo.

La comunión de los santos

Cuando rezamos el credo de los apóstoles, en su último párrafo decimos “Creo en el Espíritu Santo, la santa Iglesia católica, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna”. San Nicetas de Remesiana[7] decía: “¿Qué es la Iglesia, sino la asamblea de todos los santos?”.

Entre los muchos documentos emanados por el Concilio Vaticano II, está la “Constitución Dogmática Sobre La Iglesia Lumen Gentium” del 21 de noviembre de 1964, en el que se puede leer:

“Así, pues, hasta que el Señor venga revestido de majestad y acompañado de sus ángeles (cf. Mt 25, 31) y, destruida la muerte, le sean sometidas todas las cosas (cf. 1 Co 15, 26-27), de sus discípulos, unos peregrinan en la tierra; otros, ya difuntos, se purifican; otros, finalmente, gozan de la gloria, contemplando «claramente a Dios mismo, Uno y Trino, tal como es»[8] Articulo 49.

Entonces podemos decir que la “comunión de los santos” es la unión común que tenemos con Jesucristo –cabeza de la Iglesia– los que estamos vivos en la tierra, con todos los santos en el cielo y con todas las almas del purgatorio, formando un solo cuerpo.

“Porque así como en un solo cuerpo tenemos muchos miembros, y no todos los miembros sirven para lo mismo, así también nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo en Cristo y estamos unidos unos a otros como miembros de un mismo cuerpo.” Romanos 12:4-5

La intercesión de los santos

Desde tiempos muy remotos, más allá del siglo II, ha existido la tradición de hacer nueve días de oración por un difunto. Este es un ejemplo de intercesión. Desde la tierra le pedimos a Dios que tenga misericordia del alma del difunto, que perdone sus pecados y que le permita gozar eternamente de su presencia en el cielo lo antes posible.

Cuando le pedimos a otra persona que por favor ore por la pronta recuperación de un ser querido que se encuentra enfermo, o por una necesidad específica, esa persona está mediando o intercediendo por nosotros ante Dios.

El ejemplo más antiguo de intercesión que tenemos en las Sagradas Escrituras se remonta a los tiempos de Abraham, cuando intercede por el pueblo de Sodoma y Gomorra.

“Dos de los visitantes se fueron de allí a Sodoma, pero Abraham se quedó todavía ante el Señor. Se acercó un poco más a él, y le preguntó:

— ¿Vas a destruir a los inocentes junto con los culpables? Tal vez haya cincuenta personas inocentes en la ciudad. A pesar de eso, ¿destruirás la ciudad y no la perdonarás por esos cincuenta? ¡No es posible que hagas eso de matar al inocente junto con el culpable, como si los dos hubieran cometido los mismos pecados! ¡No hagas eso! Tú, que eres el Juez supremo de todo el mundo, ¿no harás justicia?” Génesis 18:22-25

Esta famosa “negociación” entre Dios y Abraham, es la misma que podría hacer por nosotros algún santo que ya se encuentra en el cielo, al cual le pedimos que medie por nosotros ante nuestro Señor para que nos conceda alguna gracia en particular.

Los santos no pueden hacer milagros ni conceder estas gracias, ya que eso es solo potestad de nuestro Padre celestial, pero pueden ayudarnos a que se hagan realidad.

El problema de los protestantes con la Santa Virgen María, nuestra mediadora por excelencia, surge de su papel de intercesora con Dios por nosotros. En las bodas de Caná de Galilea (Juan 2:1-11), María intercede para que Jesús realice algo que aparentemente no quería hacer. La intervención de la Virgen María en el primer milagro de su Hijo no es accidental. El pasaje de las bodas de Caná pone de relieve el papel cooperador de María en la misión de Jesús.

La segunda parte del Ave María[9] (Santa María, madre de Dios ruega por nosotros…), fue adicionada en el siglo XV por san Pio V en 1568 y rechazada por los reformistas protestantes de la época, por su negación a la doctrina de la intercesión de los santos.

 

 


[1] Su pontificado empezó el 4 de noviembre de 1958 y terminó con su muerte el 3 de junio de 1963. Convocó el XXI Concilio Ecuménico, posteriormente llamado Concilio Vaticano II.

[2] En Génesis 18 y 19 vemos dos ángeles que adquieren forma de simples viajeros.

[3] En todo el capítulo 10 del profeta Ezequiel, se hace referencia repetidas veces a unos seres alados, que seguramente se refieren a ángeles.

[4] Para un mayor discernimiento sobre la pedagogía de la Iglesia con respecto a este movimiento, se puede leer el documento titulado JESUCRISTO PORTADOR DEL AGUA DE LA VIDA, Una reflexión cristiana sobre la “Nueva Era” en http://www.vatican.va/roman_curia/pontifical_councils/interelg/documents/rc_pc_interelg_doc_20030203_new-age_sp.html

[5] La fiesta de San Dimas se celebra el 25 de marzo.

[6] Es prerrogativa del Sumo Pontífice, omitir este requisito, como ocurrió con la canonización del Beato Juan XXIII por parte del papa Francisco el 5 de julio del 2013, o como hiciere el su momento el papa Juan XXIII con la canonización de San Gregorio Barbarigo (cardenal italiano del siglo XV).

[7] Obispo de Remesiana (actual Serbia) que nació en Grecia en el 335 y falleció en el 414 d.C.

[8] Concilio Florentino, Decretum pro Graecis: Denz. 693 (1305).

[9] La segunda parte de la oración ya era empleada en la Letanía de los Santos. En documentos del siglo XIII, pertenecientes a las Siervas de María del Convento de la Beata María Virgen Saludada por el Ángel, en Florencia, se lee esta oración: “Ave dulcísima e inmaculada Virgen María, llena de gracia, el Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, madre de la gracia y de la misericordia, ruega por nosotros ahora y en la hora de la muerte. Amén”.

 

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