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PRIMERA TESIS: SOPORTE HISTÓRICO DE LA BIBLIA

Cuando doy conferencias sobre temas bíblicos, no faltan las preguntas de personas que buscan satisfacer la curiosidad, que quieren saber sobre el paradero de los «originales» de las Sagradas Escrituras. El pergamino de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, firmado por el presidente del Congreso John Hancock, se conserva en la actualidad en el edificio de los Archivos Nacionales , más exactamente en la Rotonda de las Cartas de la Libertad. Junto a la firma de Hancock, aparecen las firmas de quienes serían los futuros presidentes, Thomas Jefferson y John Adams, y las de otras personas, como Benjamín Franklin, que pasaron a la historia por los eventos que precedieron y sucedieron a dicha declaración. A pesar del tiempo transcurrido desde el momento en que estas personas firmaron con tinta, el 4 de julio de 1776, hasta la fecha, todavía se pueden apreciar muy tenuemente las firmas, que se han desvanecido debido a las rudimentarias técnicas de conservación . Este es un ejemplo de un documento antiguo que podemos llamar «original». ¿Por qué podemos referirnos a él como «original»? Porque la cadena de custodia del pergamino ha estado bien salvaguardada y documentada. Existe un registro minucioso y detallado del lugar donde se redactó el documento, de quién lo ha tenido, dónde se ha guardado, qué restauraciones se le han hecho, etc. Ese rigor nos permite hablar del «original» de un documento de esta importancia. En el caso de los manuscritos de la Biblia, si bien es cierto que también revisten gran importancia, no contamos con esa cadena de custodia que nos permita afirmar que, por ejemplo, cierto documento es el original del Génesis, escrito del puño y letra de Moisés. En primer lugar, los materiales más comunes que emplearon los autores (el pergamino y la vitela) tienen una vida útil muy corta (debido a que son sumamente vulnerables a la luz, la humedad y el uso permanente) si no son conservados debidamente . En segundo lugar, no tenemos una copia notariada de la caligrafía de Moisés para poder cotejar esta con el supuesto manuscrito, del cual queremos comprobar su originalidad. Estos «problemas» no son exclusivos de los manuscritos bíblicos. Cualquier documento literario de la Antigüedad sufre esos mismos inconvenientes. ¿Cómo saber que un determinado papiro de la Ilíada de Homero es un original o no? Suponiendo que existiese un manuscrito de la obra, y que se hubiera determinado por los medios comúnmente aceptados que data de la fecha en la que Homero debió haber escrito su obra, todavía faltaría comprobar que la caligrafía del manuscrito proviene del puño y letra de Homero. ¿Se invalida entonces la Biblia porque no tenemos sus manuscritos originales? De ninguna manera. Si ese fuera el caso, entonces no solo se invalidaría la Biblia, sino todo el soporte documental del pensamiento y conocimiento de la humanidad, que reúne más de cinco mil años de historia escrita. Chauncey Sanders es el autor del libro Introducción a la investigación en la historia de la literatura inglesa, considerado la guía de la investigación documental actual. En él, Sanders explica los tres principios básicos de la historiografía y, en especial, de la paleografía : • La prueba bibliográfica. Consiste en establecer la exactitud de las copias de un determinado documento de la Antigüedad. Para esto, el documento se compara incluso con traducciones en otros idiomas. (Aunque Dios inspiró a los escritores del Nuevo y del Antiguo Testamento, no guio milagrosamente las manos de los miles de copistas para eximir las copias de errores). Cuanto mayor es el número de copias, mejor, porque se tiene así más material para comparar entre sí. Con esto se puede determinar qué documento fue fuente de qué otro. Cuanto más cercano se encuentre un documento de la fecha en la que se cree que se escribió el pergamino por vez primera, mucho mejor (por estar más cerca de la fuente original). • La prueba de la evidencia interna. Consiste en determinar las causas de las discrepancias entre las diferentes copias. Es decir, determinar si las discrepancias se deben a errores gramaticales inadvertidos o intencionales, o si se trata de evoluciones del lenguaje. • La prueba de la evidencia externa. Consiste en analizar otros documentos, de diferentes procedencias, o hallazgos arqueológicos que den prueba de los hechos narrados en el pergamino que se está analizando. Voy a aplicar estos tres criterios, primero al Nuevo Testamento y luego al Antiguo, para demostrar que la Biblia contiene las palabras que escribieron los profetas por primera vez, sin importar que hayan transcurrido miles de años desde su escritura hasta el presente. Solo cabría hacer dos salvedades: en primer lugar, la Biblia ha sido traducida al español y, en segundo lugar, está escrita en un lenguaje actual. Como ejemplo, si compara la obra maestra del español Miguel de Cervantes Saavedra , El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, publicada por primera vez en 1605, con una versión actual, se dará cuenta de la evolución del lenguaje en el tiempo: Español original Español actual En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lantejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. El resto della concluían sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas, con sus pantuflos de lo mesmo, y los días de entresemana se honraba con su vellorí de lo más fino. En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, vivía no hace mucho un hidalgo de los de lanza ya olvidada, escudo antiguo, rocín flaco y galgo corredor. Consumían tres partes de su hacienda una olla con algo más de vaca que carnero, ropa vieja casi todas las noches, huevos con torreznos los sábados, lentejas los viernes y algún palomino de añadidura los domingos. El resto de ella lo concluían un sayo de velarte negro y, para las fiestas, calzas de terciopelo con sus pantuflos a juego, y se honraba entre semana con un traje pardo de lo más fino. La prueba bibliográfica del Nuevo Testamento. Francis Edward Peters, profesor emérito de Historia de la Universidad de New York (NYU), afirma en su libro La cosecha del helenismo: una historia del Cercano Oriente desde Alejandro Magno hasta el triunfo del cristianismo: Solo sobre la base de la tradición de manuscritos, las obras que forman el Nuevo Testamento cristiano fueron los libros de la antigüedad más frecuentemente copiados y con circulación más amplia. Es decir que la autenticidad del Nuevo Testamento reposa en la gran cantidad de manuscritos que se copiaron y que sirven ahora como testigos inalterables de las fuentes originales. Solo contando las reproducciones en griego, el Nuevo Testamento cuenta con un respaldo de poco más de 5686 manuscritos, parciales o completos, que fueron copiados manualmente desde finales del siglo I hasta el siglo XV, momento de la invención de la imprenta. A partir del siglo III d. C., se empezaron a hacer traducciones de las Sagradas Escrituras a otras lenguas como el cóptico, el siriaco y el latín. Este último fue el que tuvo mayor relevancia, pues fue el idioma predominante en el Occidente de aquel tiempo. La traducción al latín que se conoce como la Vulgata Latina o simplemente la Vulgata , hecha por san Jerónimo en el 382 d. C., fue la versión que se utilizó para traducir la Biblia a la gran mayoría de idiomas . En la actualidad, existen más de 10 000 reproducciones de la Vulgata en su idioma original. En otras lenguas, existen por lo menos otras 9300 reproducciones de la obra. Es decir que, sumando todos estos manuscritos, hay más de 20 000 copias, parciales o completas, del Nuevo Testamento que sobreviven. Podemos comparar este número con el de otros códices de la Antigüedad, como La Ilíada de Homero, la obra clásica más popular y conocida de su época. De ese libro contamos en el presente con tan solo 643 pergaminos. El fragmento más antiguo de esta obra es de alrededor del 150 d. C., y consta de 16 páginas manuscritas en griego. El fragmento está actualmente en exhibición en la Biblioteca Británica. Por su parte, el pergamino de La Ilíada más antiguo, que está completo, es del siglo XIII d. C. Otra de las versiones de la Biblia que tuvo mucha popularidad fue la que se tradujo al siriaco, y que se conoce como la Peshitta. Esta fue una traducción directa del hebreo, realizada hacia el siglo II d. C. De ella existen más de 350 manuscritos que datan del siglo V d. C., y de siglos posteriores. El siguiente cuadro muestra en mayor detalle la suerte que han corrido varias obras de la Antigüedad, incluyendo los manuscritos del Antiguo y Nuevo Testamento (las fechas y edades son aproximados): Autor: Libro Año de redacción Copia más antigua Diferencia en años Número de copias Homero: La Ilíada 800 a. C. 400 a. C. 400 643 Julio Cesar: Comentario a las guerras gálicas 100 a. C. 900 d. C. 1000 10 Tácito: Anales 100 d. C. 1100 d. C. 1000 20 Plinio el Joven: Historia natural 100 d. C. 850 d. C. 750 7 Platón: Diálogos 400 a. C. 900 d. C. 1300 7 Tucídides: Historia de la guerra del Peloponeso 460 a. C. 900 d. C. 1300 8 Antiguo Testamento 1445-135 a. C. 625 a. C. (fragmento) 135 a. C. (casi todo el AT) 820-0 5 686 (2 600 000 páginas en total) en idioma original 45 000 en otros idiomas Nuevo Testamento 50-100 d. C. 114 d. C. (fragmento) 200 d. C. (libros) 250 d. C. (casi todo NT) 325 d. C. (todo el NT) 39 100 150 225 Claramente, no todos los pergaminos son igualmente importantes. No sería correcto poner al mismo nivel un fragmento y un texto completo. Para determinar la edad de un documento de la Antigüedad se tienen en cuenta diversos factores, entre otros el color de la tinta y del pergamino, la textura del pergamino, la ornamentación, el tamaño y la forma de las letras, los materiales usados, la puntuación y las divisiones presentes dentro del texto. Veamos algunos de los pergaminos de mayor relevancia, ya sea por su antigüedad o por su grado de conservación física y qué tan completo estaba cuando se encontró. • Papiro Biblioteca Rylands. También llamado «El fragmento de san Juan», es el trozo de manuscrito escrito en papiro más antiguo del Nuevo Testamento encontrado hasta el momento. Está expuesto en la biblioteca John Rylands, Mánchester, en el Reino Unido. Contiene un texto del Evangelio de Juan escrito hacia el 125 d. C. Se acepta generalmente que es el extracto más antiguo de un Evangelio canónico. Así pues, cronológicamente, es el primer documento cristiano que se refiere a la figura de Jesús de Nazaret. La parte delantera del pergamino (anverso) contiene los versículos 31 al 33 del capítulo 18 en griego, y la parte trasera (reverso), los versículos 37 y 38. • Códice Sinaítico. Fue encontrado en 1844 en el monasterio de Santa Catalina, al pie del monte Sinaí, por Constantin Von Tischendorf. Este es un manuscrito en griego que data del 350 d. C., y que contiene gran parte del Antiguo Testamento (copia de la Septuaginta) y casi la totalidad del Nuevo. Actualmente, está en posesión de la Biblioteca Británica en Londres, entidad que compró el códice al Gobierno ruso por 100 000 libras esterlinas. Puede verse en línea en www.codexsinaiticus.org. • Códice Vaticano. Actualmente, está en poder de la Biblioteca Vaticana. Ya estaba registrado en ella en 1475, cuando se realizó el primer gran inventario de obras. Este es un manuscrito en griego del siglo IV d. C., que contiene casi la totalidad del Antiguo Testamento (copia de la Septuaginta) y del Nuevo. • Códice Alejandrino. Entregado al Rey Carlos I de Inglaterra en 1627 por el patriarca de Constantinopla, el códice se encuentra actualmente en la Biblioteca Británica en Londres. Es el más completo de estos tres famosos manuscritos. Contiene una copia casi completa del Antiguo Testamento (copia de la Septuaginta) en griego y la totalidad del Nuevo. Data del siglo V d. C. La prueba de la evidencia externa del Nuevo Testamento. Se conoce al obispo Eusebio de Cesarea como el padre de la historia de la Iglesia porque entre sus escritos se encuentran los primeros relatos del cristianismo primitivo. En su obra Historia eclesiástica, redactada probablemente a comienzos del 300 d. C., Cesarea cita unas cartas del obispo Papías de Hierápolis, Padre Apostólico, fechadas en el 130 d. C.: El anciano [el apóstol Juan] decía también lo siguiente: Marcos, que fue el intérprete de Pedro, puso puntualmente por escrito, aunque no con orden, cuantas cosas recordó referentes a los dichos y hechos del Señor. Porque ni había oído al Señor ni le había seguido, sino que más tarde, como dije, siguió a Pedro, quien daba sus instrucciones según sus necesidades, pero no como quien compone una ordenación de las sentencias del Señor. De suerte que en nada faltó Marcos, poniendo por escrito algunas de aquellas cosas, tal como las recordaba. Porque en una sola cosa puso cuidado: en no omitir nada de lo que había oído y en no mentir absolutamente en ellas. (Libro III:XXXIX,15) Ireneo de Lyon, conocido como san Irineo, escribió: Porque, así como existen cuatro rincones del mundo en que vivimos, y cuatro vientos universales […] el arquitecto de todas las cosas […] nos ha dado el evangelio en una forma cuádruple, pero unida por un Espíritu. Mateo público su Evangelio entre los hebreos [es decir, los judíos] en su propio idioma, cuando Pedro y Pablo estaban predicando el evangelio en Roma y fundando la Iglesia allí. Después de la partida de ellos [es decir, de su muerte, ubicada por una fuerte tradición en la época de la persecución de Nerón, en el 64 d. C.), Marcos, el discípulo e intérprete de ellos, nos puso por escrito la sustancia de la predicación de Pedro. Lucas, el seguidor de Pablo, escribiendo en un libro el evangelio que predicaba su maestro. Luego Juan, el discípulo del Señor, quien también se inclinó cerca de su pecho, produjo también un evangelio mientras estaba viviendo en Éfeso, en Asia. Contra las Herejías. Otras fuentes externas a las que podemos acudir son los historiadores de la época de Jesús. Cornelio Tácito nació en la Galicia Narbonense, que para ese entonces era dominada por el Imperio romano, en una fecha cercana al 55 d. C. Tácito llegó a ocupar el puesto de cónsul y gobernador del Imperio romano y es considerado uno de los más importantes historiadores de su época. Escribió varias obras históricas, biográficas y etnográficas. Entre ellas se destacan los Anales y las Historias. Dice en esta última: En consecuencia, para deshacerse de los rumores, Nerón culpó e infligió las torturas más exquisitas a una clase odiada por sus abominaciones, quienes eran llamados cristianos por el populacho. Cristo, de quien el nombre tuvo su origen, sufrió la pena máxima durante el reinado de Tiberio a manos de uno de nuestros procuradores, Poncio Pilato, y la superstición muy maliciosa, de este modo sofocada por el momento, de nuevo estalló no solamente en Judea, la primera fuente del mal, sino incluso en Roma, donde todas las cosas espantosas y vergonzosas de todas partes del mundo confluyen y se popularizan. (Libro 15:44). La «superstición muy maliciosa» es una posible referencia a la resurrección de Jesús. Cayo Suetonio Tranquilo, más conocido como Suetonio, fue un historiador y biógrafo romano de los reinados de los emperadores Trajano y Adriano. Formó parte del círculo de amigos de Plinio el Joven y, al final, del círculo del mismo emperador Adriano, hasta que cayó en desgracia por una serie de discusiones. Su obra más importante es Vitae Caesarum, en la que narra las vidas de los gobernantes de Roma desde Julio César hasta Domiciano. En el libro dedicado al emperador Claudio, Suetonio ratifica lo que narra el libro de los Hechos de los Apóstoles (12,2): «Mientras los judíos tenían disturbios constantes a instigación de Cresto, él [Claudio] los expulsó de Roma». En referencia a las consecuencias del gran incendio de Roma, dice en el libro dedicado al emperador Nerón: «Se impuso el castigo sobre los cristianos, un grupo de gente adicta a una superstición nueva y engañosa». Nuevamente, «superstición nueva y engañosa» es una posible referencia a la resurrección de Jesús. Josefo Ben Matityahu, mejor conocido como Josefo Tito Flavio, nació en Jerusalén en el 37 d. C. Procedía de una familia real judía perteneciente a la tribu de los asmoneos. Este prolífico escritor es el autor de Antigüedades de los judíos, obra redactada en griego hacia los años 93 d. C. y 94 d. C. En ella, Josefo pretendía narrar toda la historia del pueblo judío, desde su origen en el Paraíso hasta la revuelta anti-romana que se inició en el año 66 d. C., en veinte libros. De las muchas referencias a acontecimientos narrados en el Nuevo Testamento, hay tres que vale la pena resaltar. La primera es la mención de Santiago, el hijo de Alfeo (no debe confundirse con Santiago, el hijo de Zebedeo, hermano de Juan), también llamado Jacobo el Justo. Santiago es el autor de la epístola que lleva su nombre (Epístola de Santiago, libro canónico del Nuevo Testamento). Dice Josefo: Siendo Ananías de este carácter, aprovechándose de la oportunidad, pues Festo había fallecido y Albino todavía estaba en camino, reunió al Sanedrín. Llamó a juicio al hermano de Jesús, quien era llamado Cristo, cuyo nombre era Santiago, y con él hizo comparecer a varios otros. Los acusó de ser infractores a la ley y los condenó a ser apedreados. (Libro 20:9) La segunda mención es la de Juan el Bautista: Algunos judíos creyeron que el ejército de Herodes había perecido por la ira de Dios, sufriendo el condigno castigo por haber muerto a Juan, llamado el Bautista. Herodes lo hizo matar, a pesar de ser un hombre justo que predicaba la práctica de la virtud, incitando a vivir con justicia mutua y con piedad hacia Dios, para así poder recibir el bautismo. […] Hombres de todos lados se habían reunido con él, pues se entusiasmaban al oírlo hablar. Sin embargo, Herodes, temeroso de que su gran autoridad indujera a los súbditos a rebelarse, pues el pueblo parecía estar dispuesto a seguir sus consejos, consideró más seguro, antes que surgiera alguna novedad, quitarlo de en medio, de lo contrario quizá tendría que arrepentirse más tarde, si se produjera alguna conjuración. Es así como por estas sospechas de Herodes fue encarcelado y enviado a la fortaleza de Maqueronte, de la que hemos hablado antes, y allí fue muerto. (Libro 18:5) Y la última mención es la del mismo Jesús: Ahora, había alrededor de este tiempo un hombre sabio, Jesús, si es que es lícito llamarlo un hombre, pues era un hacedor de maravillas, un maestro tal que los hombres recibían con agrado la verdad que les enseñaba. Atrajo a sí a muchos de los judíos y de los gentiles. Él era el Cristo, y cuando Pilatos, a sugerencia de los principales entre nosotros, le condenó a ser crucificado, aquellos que le amaban desde un principio no le olvidaron, pues se volvió a aparecer vivo ante ellos al tercer día; exactamente como los profetas lo habían anticipado y cumpliendo otras diez mil cosas maravillosas respecto de su persona que también habían sido preanunciadas. Y la tribu de cristianos, llamados de este modo por causa de él, no ha sido extinguida hasta el presente. (Libro 18:3) De acuerdo con la revista International Geology Review, volumen 54, edición 15, del 2012 , el geólogo Jefferson Williams, del Supersonic Geophysical, y sus colegas Markus Schwab y Achim Brauer, del Centro de Investigación Alemán de Geociencias, estudiaron el subsuelo de la playa de Ein Gedi, en la orilla oeste del mar Muerto. Allí encontraron sedimentos deformes que revelaban que, en el pasado, al menos dos grandes terremotos habían afectado las distintas capas del lugar: un movimiento telúrico, ocurrido el 31 a. C., y otro que tuvo lugar en algún momento entre el 26 d. C. y el 36 d. C. Este segundo movimiento telúrico sería el terremoto que reporta el Evangelio de san Mateo en su capítulo 27. La prueba bibliográfica del Antiguo Testamento. El número de manuscritos que existen del Antiguo Testamento es solo una fracción si se lo compara con el número de manuscritos del Nuevo. Pero, en relación con cualquier otro documento de la Antigüedad, los manuscritos del Antiguo Testamento son extremadamente abundantes. Hay básicamente dos razones detrás de la relativa escasez de pergaminos del Antiguo Testamento. La primera es que los materiales en que se escribieron no podían soportar el peso de dos o tres mil años de existencia. La segunda, que los escribas destruían los manuscritos que servían como documento fuente cuando el motivo de la copia era reemplazar el original (que por razones de edad se encontraba bastante deteriorado). No tenemos ningún Antiguo Testamento completo escrito en el idioma original (aunque sí lo tenemos en otros idiomas). Solo conservamos miles de fragmentos, pero ninguno completo, a diferencia del Nuevo Testamento. La ausencia de manuscritos en el idioma original y cercanos a la fecha de origen no impide que determinemos si los fragmentos que poseemos contienen las palabras originales que plasmaron los autores. La primera columna sobre la que se apoya la prueba bibliográfica es el celo y el respeto tan profundos que sentían las personas en la Antigüedad por los libros sagrados. El Talmud es la compilación de toda la tradición oral judía, desde la época de Moisés hasta el momento en que empezó su redacción, en el siglo II de nuestra era. En él encontramos las instrucciones detalladas que debían seguir los escribas cuando emprendían la tarea de hacer una copia de los libros sagrados. El siguiente aparte nos muestra la reverencia hacia sus textos: Un rollo de la sinagoga debe estar escrito sobre las pieles de animales limpios, preparadas para el uso particular de la sinagoga por un judío. Estas deben estar unidas mediante tiras sacadas de animales limpios. Cada piel debe contener un cierto número de columnas, igual a través de todo el códice. La longitud de cada columna no debe ser menor de 48 ni mayor de 60 líneas; y el ancho debe consistir de treinta letras. La copia entera debe ser rayada con anticipación; y si se escriben tres palabras sin una línea, no tiene valor. La tinta debe ser negra, ni roja, verde, ni de ningún otro color, y debe ser preparada de acuerdo con una receta definida. Una copia auténtica debe ser el modelo, de la cual el transcriptor no debiera desviarse en lo más mínimo. Ninguna palabra o letra, ni aún una jota, debe escribirse de memoria, sin que el escriba haya mirado al códice que está frente a él […] Entre cada consonante debe intervenir el espacio de un pelo o de un hilo […] Entre cada nueva parashah, o sección, debe haber el espacio de nueve consonantes; entre cada libro, tres líneas. El quinto libro de Moisés debe terminar exactamente con una línea; aun cuando no rige la misma exigencia para el resto. Además de esto, el copista debe sentarse con vestimenta judía completa, lavar su cuerpo entero, no comenzar a escribir el nombre de Dios con una pluma que acaba de untarse en tinta y si un rey le dirigiera la palabra mientras está escribiendo ese nombre, no debe prestarle atención. Estas eran las normas que se debían seguir para copiar cada una de las 304 805 letras del Pentateuco (los primeros cinco libros del Antiguo Testamento escrito por Moisés). De la gran cantidad de manuscritos del Antiguo Testamento, podemos destacar algunos por su grado de conservación y qué tan completos fueron encontrados: • Rollos del mar Muerto. Antes que se encontraran estos pergaminos, la copia completa más vieja del Antiguo Testamento en hebreo que poseíamos era del 900 d. C. (Códice Aleppo). Por su parte, la copia completa más antigua en griego era del 350 d. C. (Códice Sinaítico). De fechas anteriores a estas, solo poseíamos fragmentos en hebreo y otros idiomas. ¿Cómo saber qué tan fidedignas eran estas copias en hebreo y griego con respecto a sus originales? Los Rollos del mar Muerto (también conocidos como Rollos de Qumrán) ayudaron a contestar esta pregunta. Los rollos fueron encontrados entre 1947 y 2017, en diferentes cuevas de la ciudad de Qumrán, localizada en el valle del desierto de Judea, sobre la costa occidental del mar Muerto. Los rollos son una colección de cerca de 40 000 fragmentos, que se suman a algunas docenas de rollos completos . De los libros incompletos, se han podido reconstruir cerca de 500, muchos de los cuales no son bíblicos. De los completos, uno es el libro del profeta Isaías (también conocido como 1QIsa), que data del 125 a. C. Cuando se comparó su contenido con el del 900 d. C., se encontraron tan solo pequeñas diferencias. Por ejemplo, de las ciento sesenta y seis palabras del capítulo 53, solamente se encontraron discrepancias en diecisiete letras. Diez discrepancias tienen que ver con problemas ortográficos (que no alteran el significado de las palabras), cuatro son cuestiones de estilo y las otras tres corresponden a la palabra «luz», que fue agregada al versículo 11 y no altera significativamente su idea. Esa palabra aparece, sin embargo, en algunos manuscritos griegos fechados cien años antes que este rollo . El hecho de que el texto sufriera tan pocas variaciones en un periodo de mil años apoya enormemente la fidelidad de las copias de los manuscritos del Antiguo Testamento desde sus orígenes. • Códice Aleppo. Es el manuscrito más antiguo del Tanaj (Antiguo Testamento o Biblia hebrea). Está escrito en hebreo y data del 930 d. C. Es considerado como el manuscrito de máxima autoridad masoreta. Los masoretas fueron judíos que trabajaron como sucesores de los escribas entre los siglos VII y X de nuestra era en las ciudades de Tiberíades y Jerusalén. Su responsabilidad era hacer copias fidedignas de las Sagradas Escrituras. El término hebreo masoret significa ‘tradición’. Desafortunadamente, el manuscrito de Aleppo ya no está completo. Grandes secciones de él fueron destruidas en los disturbios del 2 de diciembre de 1947, cuando turbas árabes destruyeron todas las sinagogas de Aleppo (incluyendo la sinagoga Mustaribah, de 1500 años de antigüedad, que custodiaba este códice). • Códice de Leningrado. Este códice está en la misma categoría que el anterior. Es ahora el manuscrito más completo de la Biblia hebrea. Fue escrito en El Cairo cerca de 1010 d. C. Actualmente, está en exhibición en la Biblioteca Nacional de San Petersburgo, Rusia. Este códice, así como el anterior, fue escrito con vocales (mientras que en la época de los profetas se escribía solo las consonantes), ya que entre los siglos IV y V entró en desuso el hebreo antiguo. Los masoretas, para evitar una mala lectura de las escrituras, agregaron las vocales. Eso sí, a cada vocal le adicionaron un punto encima, en señal de que esa letra había sido añadida y no formaba parte de la copia original. Cuando Nabucodonosor II invadió el Reino de Judá en el 587 a. C., destruyó el templo que había construido el rey Salomón y se llevó cautivas a todas las familias (tribus) de los líderes políticos, religiosos y culturales. Las tuvo en el exilio por cerca de cincuenta años. Finalmente, las familias fueron liberadas gracias al edicto del rey persa Ciro, en el 538 a. C. Este destierro de la sociedad culta de Judea tuvo como consecuencia que el pueblo se dispersara hacia otras tierras de habla griega y aramea. El griego fue finalmente el lenguaje que predominó y se popularizó con el tiempo. Esto obligó a que se hiciera una traducción de las Sagradas Escrituras a este idioma. Dicha labor se logró gracias a Demetrio de Falero, bibliotecario del faraón Ptolomeo II Filadelfo. El faraón quería anexar la traducción a la gigante biblioteca de Alejandría y atender así las necesidades de una numerosa población judía que solo hablaba griego. Él le encargó esta labor a Demetrio de Falero quien a su vez se la encargó a Aristeas, un judío alejandrino que se desplazó hasta Jerusalén para escoger setenta y dos ancianos que hicieran la traducción en Alejandría. Demetrio escogió a seis traductores por cada una de las doce tribus de Israel. De allí el número total de traductores. Después de setenta y dos días de ardua labor, los ancianos terminaron el trabajo encargado y leyeron la traducción a los judíos congregados en la ciudad, quienes la aprobaron como exacta. Con el tiempo, esta se llegó a conocer como Según los setenta, LXX o Septuaginta. Las más de 250 citas del Antiguo Testamento que encontramos en el Nuevo, incluyendo las dichas por Jesús, provienen de esta versión. Todos los libros del Antiguo Testamento (incluidos en los códices Alejandrino, Sinaítico y Vaticano) son copias provenientes de esta traducción. Lo mismo sucede con la mayoría de las copias del Antiguo Testamento que poseemos en la actualidad. Cuando se analiza cómo los escribas copiaron tan meticulosamente el texto hebreo y se considera el gran número de manuscritos que existen y el intervalo de tiempo entre el texto original y las copias más antiguas, el Antiguo Testamento pasa sin problemas la prueba bibliográfica. La prueba de la evidencia externa del Antiguo Testamento. La arqueología es una ciencia que ha hecho un aporte invaluable a la hora de brindar evidencias externas que demuestran la veracidad de las narraciones bíblicas. Las más recientes excavaciones en el extremo sur del mar Muerto, cerca del llamado valle de Sidim, han revelado el lugar donde existieron las ciudades de Sodoma y Gomorra. La zona coincide justamente con el sitio mencionado en las Escrituras. La evidencia apunta a que una actividad sísmica fuerte destruyó estas ciudades y varios estratos de tierra fueron afectados y arrojados al aire. La brea bituminosa es abundante en esta zona, lo que hace pensar que la descripción bíblica del fuego cayendo sobre la ciudad sería correcta (Génesis 19). John Garstang fue uno de los arqueólogos más importantes que participó en el desentierro, desde 1930 hasta 1937, de las antiguas ruinas de Jericó. Garstang documentó todos sus descubrimientos en el libro The Foundations of Bible History: Joshua, Judges. En referencia a lo más sorprendente de sus hallazgos, dice: Sobre el hecho principal, entonces, no hay duda: los muros cayeron hacia afuera, y en una forma tan completa que los que atacaban podían trepar por las ruinas y entrar en la ciudad. ¿Por qué [es esto] tan inusual? Porque los muros de las ciudades normalmente no caen para afuera, sino para adentro. Pero en Josué 6,20 leemos: […] ¡Y el muro se derrumbó! [… se vino abajo…] Entonces el pueblo subió a la ciudad, cada uno directamente delante de él; y la tomaron. Evidentemente, a los muros se les hizo caer hacia afuera. La fortaleza de Gabaa, en la región montañosa de Judá, al sudeste de Hebrón, fue el lugar de nacimiento de Saúl, el primer rey de Israel. Con las excavaciones realizadas en esta área geográfica se ha determinado que las hondas (caucheras o resorteras) eran unas de las armas más importantes de la región en su época. Dicho descubrimiento no solo se relaciona con la victoria de David sobre Goliat, tal y como lo narra el Primer Libro de Samuel (17,49), sino también con la referencia de Jueces 20,16 («Entre todos estos hombres había setecientos zurdos que manejaban tan bien la honda que podían darle con la piedra a un cabello, sin fallar nunca»). En medio de las actuales ciudades de Jerusalén y Tel Aviv, se encuentra Tell Gézer, que en las épocas de Salomón se llamaba simplemente Guézer. En las excavaciones realizadas allí en 1969, se encontró un estrato de ceniza que cubría la mayor parte del montículo sobre el que se asienta la ciudad. Al examinar los hallazgos, se descubrieron artefactos hebreos, egipcios y palestinos, lo que significa que las tres culturas estuvieron presentes al mismo tiempo, tal y como lo señala la Biblia en el Primer Libro de los Reyes (9,16): El faraón, rey de Egipto, había llegado y conquistado la ciudad de Guézer; después la quemó, y mató a todos los cananeos que vivían en la ciudad, y luego la entregó como dote a su hija, la esposa de Salomón. En el 2015, durante la campaña arqueológica en la ciudad de Khirbet Queifaya, que comenzó en el 2012, se encontró una vasija de cerámica en la que había una rara inscripción que data de hace 3000 años. En ella se menciona a Eshba’al Ben Saul, quien gobernó en Israel en la primera mitad del siglo X a. C. La historia del que fuera el primer rey de Israel aparece en el Segundo Libro de Samuel, capítulos 3 y 4. Siquem (actual Naplusa, en Cisjordania) fue una ciudad de Canaán, construida hace 4000 años. La urbe se convirtió en una zona israelita de la tribu de Manasés y en la primera capital del reino de Israel. Sus ruinas están situadas dos kilómetros al este de la actual Nablus. Estudios arqueológicos evidencian que la ciudad fue demolida y reconstruida hasta veintidós veces antes de su fundación definitiva, en el 200 a. C. Debido a su ubicación, Siquem fue un importante centro comercial en la región, en el que se comercializaban uvas, aceitunas y trigo. Dice el Génesis (12,6): «Y Abram atravesó el país hasta el lugar sagrado de Siquem, hasta la encina de Moré. Por entonces estaban los cananeos en el país». Igualmente, dice el Génesis (35,4): «Ellos entregaron a Jacob todos los dioses extraños que había en su poder, y los anillos de sus orejas, y Jacob los escondió debajo de la encina que hay al pie de Siquem». De acuerdo con el Nuevo Testamento, Esteban, primer mártir cristiano, afirma en su discurso: «Jacob bajó a Egipto, donde murió él y también nuestros padres; y fueron trasladados a Siquem y depositados en el sepulcro que había comprado Abraham a precio de plata a los hijos de Jamor, padre de Siquem» (Hechos 7,15-16). La ciudad de Siquem se menciona cuarenta y ocho veces en la Biblia y se relaciona con la historia bíblica desde Abraham hasta Cristo. De acuerdo con el libro de Josué (24,32): Los huesos de José, que los hijos de Israel habían subido de Egipto, fueron sepultados en Siquem, en la parcela de campo que había comprado Jacob a los hijos de Jamor, padre de Siquem, por cien pesos, y que pasó a ser heredad de los hijos de José. El Obelisco negro de Salmanasar III es un monumento que data del 827 a. C., y fue erigido en la época del Imperio asirio. Fue hallado en 1846 por el arqueólogo Austen Henry Layard en Nimrud, antigua capital asiria, situada junto al río Tigris, a unos 30 km al sudeste de Mosul, en el actual Irak. En los relieves del obelisco se enumeran los logros del gobierno del rey Salmanasar III , quien rigió Asiria entre el 858 a. C. y el 824 a. C. Entre estos logros se cuentan los tributos que recibió de otros reinos sometidos por él (camellos, monos, elefantes, un rinoceronte, metales, madera y marfil). En uno de sus relieves se ve la imagen más antigua de un israelita: el rey Jehú. En el Segundo Libro de los Reyes (9,1-3), se lee: El profeta Eliseo llamó a uno del grupo de los profetas, y le dijo: —Prepárate para salir. Toma este recipiente con aceite y ve a Ramot de Galaad; cuando llegues allá, ve en busca de Jehú, hijo de Josafat y nieto de Nimsí. Entra en donde él se encuentre, apártalo de sus compañeros y llévalo a otra habitación; toma entonces el recipiente con aceite y derrámalo sobre su cabeza, diciendo: «Así dice el Señor: Yo te consagro como rey de Israel»—. En otras excavaciones, se ha encontrado en diferentes lugares un sinfín de objetos de distintas épocas. En estos objetos se hace referencia a una gran cantidad de personajes, lugares y acontecimientos que se mencionan en el Antiguo Testamento , tales como el profeta Balaam (Números 22); el patriarca Heber (Génesis 11,15-17); la ciudad de Gat, lugar de nacimiento de Goliat (2 Reyes 2; 12,18); el soldado filisteo Goliat (1 Samuel 17,4-23; 21,9); el profeta Hananías (Jeremías 28); el hijo del cronista Safán, Guemarías (Jeremías 36,10); el capitán del ejército en Jaazaniah (2 Reyes 25); las últimas dos ciudades que conquistó el rey Nabucodonosor, Laquis y Azecá (Jeremías 34,7); la ciudad de Nínive (Jonás 1,1); el último rey de Babilonia, Baltasar (Daniel 5), etc. La prueba de la evidencia interna del Antiguo y del Nuevo Testamento. Ciertamente, existen discrepancias entre los manuscritos. No olvidemos que estos eran hechos a mano. Por lo tanto, se cometían errores en el copiado que se propagaban a su vez en las reproducciones subsiguientes y se mezclaban así con el texto puro. Actualmente, es muy común encontrar fallos en los textos impresos, que son corregidos en ediciones posteriores. Por esta razón, se desarrolló una ciencia sumamente avanzada conocida como «crítica textual». Esta ciencia procura, por medio de la comparación y el estudio de la evidencia disponible, recuperar las palabras exactas de la composición original del autor. Según el número y grado de los errores, se le da un mayor o menor valor literario al manuscrito. Los errores sin intención son tal vez los más recurrentes, como cuando los copistas confundían una palabra con otra que tenía un sonido muy parecido (como pasa con «afecto» y «efecto»). En griego (el idioma en el que se escribió el Nuevo Testamento), al igual que en español, hay palabras que se pronuncian igual, pero se escriben diferente. Por ejemplo, echoomen (‘tengamos’) se pronuncia igual que echomen (‘tenemos’). Las omisiones, aunque poco comunes, generalmente se daban cuando el copista se saltaba un(os) renglón(es) debido a que la misma palabra aparecía en lugares similares con referencia a la margen. En cuanto a las adiciones, eran por lo general repeticiones del texto que se estaba copiando. Otro tipo de errores que se repetían en los diferentes manuscritos y que hacían más difícil la comprensión del texto se debía a la costumbre que tenían algunos copistas de adicionar notas al margen. Como reproducían esas notas, con el tiempo, estas terminaban formando parte del texto. Con esto, podemos decir que, aunque los fallos sin intención eran muy frecuentes entre las distintas copias, estos no representan mayor dificultad, ya que ahora contamos con una abundante cantidad de reproducciones que nos permite identificarlos y aislarlos sin tener que cuestionar el contenido del texto. Los errores que se pueden catalogar como intencionales representan una mayor dificultad para los críticos textuales, pues se debe valorar y determinar la intención que tenía el escriba al alterar el texto que estaba escribiendo. En la mayoría de los casos relacionados con errores intencionales, la intención del copista era simplemente «corregir» lo que él pensaba que era un error en el texto fuente; es decir, consideraba que su deber era hacer la corrección. Tal es el caso de Juan 7,39: en los tres códices mencionados anteriormente (Alejandrino, Vaticano y Sinaítico) se lee «pues todavía no era el Espíritu». El escriba podía pensar que dicha frase daba lugar a la interpretación de que el Espíritu no existía en ese momento, por lo que agregaba la palabra «dado» para que se leyera «pues todavía no había sido dado el Espíritu». Otros escribas fueron un poco más lejos con su aclaración y agregaron la palabra «Santo» para que se leyera «Espíritu Santo». En resumen, a pesar del tiempo transcurrido entre los escritos originales de la Biblia y los miles de copias que existen, el mensaje no se ha adulterado, contrario a lo que muchos piensan. Podemos comprobar que el Antiguo Testamento que tenemos hoy es el mismo que ha existido desde, al menos, el siglo VII a. C., y que el Nuevo Testamento es igual al que existía en el año 80 d. C. No existe algún manuscrito de la antigüedad que tenga mejor respaldo documental que nuestra Biblia.

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