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¿Siempre el sacerdote habla en nombre de la Iglesia?

En una pequeña parroquia, el sacerdote un poco molesto dijo que era una falta de respeto ir al baño durante la celebración de la misa. Algunos feligreses salieron a decir que la Iglesia prohíbe ir al baño durante la celebración de la misa.

Uno de los miembros del ministerio de música de mi parroquia me comentó con cierta tristeza, que se había enterado que la Iglesia había prohibido el uso de la guitarra eléctrica durante la celebración de la misa[1]. Cuando pregunté por la fuente; me dijo que el sacerdote de otra parroquia las había prohibido.

Lo único que le pude decir a este confundido parroquiano, era que de pronto el sacerdote había expresado su gusto personal y mi amigo lo tomó como una prohibición de la Iglesia.

Con frecuencia escuchamos a otros católicos decir que esto o aquello está prohibido por la Iglesia. Cuando con mucho asombro preguntamos por el origen de dicha aseveración responden que fue un sacerdote quien se los dijo.

Sin la menor indagación de nuestra parte, repetimos el comentario a otros que a su vez harán lo mismo, otorgándole a la Madre Iglesia unas prohibiciones y creencias que no son ciertas.

Los sacerdotes son conscientes de esta realidad y tratan de ser cuidadosos en lo que dicen y hacen. Pero como humanos que son, cargan como cualquier otro, con su maleta de gustos y preferencias. No todos esos gustos constituyen enseñanzas o doctrinas de la Iglesia.

Un determinado médico puede tener más preferencia por las frutas que por las verduras, por lo que seguramente recomendará a sus pacientes más la ingesta de frutas que de vegetales, lo cual no contradice en nada los pilares que tiene la medicina como criterio de una buena alimentación. No por eso el paciente puede decir que la medicina está en contra de los vegetales en la dieta de las personas. Lo que nunca escucharemos es que un médico recomiende grasas, alcohol y tabaco como base de una vida saludable.

Igual nos pasa con el sacerdote. Él puede decir algo relacionado con la Iglesia o con nuestra religión que no necesariamente constituye dogma o enseñanza. Lo que nunca le oiremos decir por ejemplo: es que la virgen María nació con el mismo pecado original de todos nosotros ya que es contrario a un dogma de nuestra Iglesia. O que el purgatorio no existe. O que la confesión de los pecados no es necesaria hacerla con un sacerdote.

Algunos sacerdotes se han apartado considerablemente de las enseñanzas, prácticas y tradiciones de la Iglesia, obligando al magisterio a hacer un llamado de atención severo como el ocurrido en 1907 que motivó la “encíclica Pascendi” del papa Pio X. Dice en uno de sus apartes:

“Hablamos, venerables hermanos, de un gran número de católicos seglares y, lo que es aún más deplorable, hasta de sacerdotes, los cuales, so pretexto de amor a la Iglesia, faltos en absoluto de conocimientos serios en filosofía y teología, e impregnados, por lo contrario, hasta la médula de los huesos, con venenosos errores bebidos en los escritos de los adversarios del catolicismo, se presentan, con desprecio de toda modestia, como restauradores de la Iglesia, y en apretada falange asaltan con audacia todo cuanto hay de más sagrado en la obra de Jesucristo, sin respetar ni aun la propia persona del divino Redentor, que con sacrílega temeridad rebajan a la categoría de puro y simple hombre.”

El sacerdote es la cara visible de la Iglesia pero no es el magisterio de la Iglesia. Ellos son servidores y no legisladores.

Debemos aprender a distinguir entre las opiniones y gustos personales de un sacerdote con las enseñanzas de la Iglesia. ¿Cómo podemos saber cuáles son las enseñanzas de la Iglesia?

De muchas maneras, pero para los católicos de “kínder” yo diría que básicamente con el catecismo.

Cuando una persona está comprando un computador y tiene dos alternativas para escoger, debería pedir al vendedor los manuales de las máquinas. Manuales en mano, procedería a comparar cada una de las diferentes especificaciones de uno contra el otro. La velocidad de uno contra la del otro. La memoria de uno contra la del otro. Las funciones especiales de uno contra las del otro. Con el entendimiento de las diferencias entre las dos máquinas, poseería la información necesaria para tomar la decisión de compra basado en un criterio técnico y no uno subjetivo como el empaque o el color.

Una persona adulta que no pertenece a ninguna iglesia y quiere buscar una a la cual adherirse, debería pedir a cada una de ellas su catecismo. Catecismo en mano, puede determinar qué es lo que enseña cada una de ellas. Que es lo que cada iglesia cree y no cree. En que se hace diferente una de la otra. En ese momento tendría la información necesaria para tomar una decisión. El tipo de música, la decoración del templo, el tipo de personas que atienden los templos, etc., no deberían ser los criterios que determinen a que iglesia vincularse.

Una iglesia que no posea un catecismo escrito, siguiendo nuestro ejemplo, debería darnos la misma confianza que nos daría un computador que no posea un manual.

 

Del Catecismo Romano al actual

El día 13 de abril de 1546 se propuso a los Padres del Concilio Tridentino[2] un proyecto de decreto sobre la publicación de un catecismo en latín y en lengua vernácula, para la instrucción de los niños y de los que ignoraban las enseñanzas de la Iglesia.

Estas enseñanzas son los pilares sobre los que se fundamenta nuestra Iglesia. Aprobada esta moción por la mayoría de los padres, se decretó que se redactará y que sólo se consignaran en él los temas considerados como fundamentos de nuestra Iglesia.

Así nació nuestro primer catecismo oficial de la Iglesia, publicado en 1566 bajo el papado de Pio V y llevó el nombre de Catecismo Romano.

En su introducción expone los motivos y razones que dieron a su encargo:

“Aunque es cierto que muchos, animados de gran piedad y con gran copia de doctrina se dedicaron a este género de escritos, creyeron los Padres sería muy conveniente que por autoridad del Santo Concilio se publicara un libro con el cual los Párrocos, y todos los demás que tienen el cargo de enseñar, pudiesen presentar ciertos y determinados preceptos para la instrucción y edificación de los fieles, a fin de que, como es uno el Señor, y una la fe, así también sea uno para todos el método y regla de instruir al pueblo cristiano en los rudimentos de la fe, y en todas las prácticas de la piedad.

Siendo, pues, muchas las cosas pertenecientes a este objeto, no se ha de creer que el Santo Concilio se haya propuesto explicar con sutileza en solo este libro todos los dogmas de la fe cristiana, lo cual suelen hacer aquellos que se dedican al magisterio y enseñanza de toda la religión, porque esto, es evidente que sería obra de inmenso trabajo, y nada conducente a su intento, sino que proponiéndose el Santo Concilio instruir a los Párrocos, y demás sacerdotes que tienen cura de almas en el conocimiento de aquello que es más propio de su ministerio y más acomodado a la capacidad de los fieles, sólo quiso se propusieran las que pudiesen ayudar en esto al piadoso estudio de aquellos pastores que están menos versados en las controversias dificultosas de las verdades reveladas.”

Como vemos, su objetivo es condensar en un lenguaje comprensible para todas las edades, que es lo que creemos y porque creemos en lo que creemos. Por muchos siglos fue utilizado como única guía para la enseñanza de nuestra religión, con el paso del tiempo y buscando actualizarse a los tiempos, otros catecismos hicieron su aparición, como el Butler publicado en 1775, o el de San Pio X de 1905 que resumía y actualizaba el lenguaje del Romano, o el Holandés publicado en 1966.

Una de las tareas fundamentales del Concilio Vaticano II[3] era la de hacer más accesible la doctrina de la Iglesia “con toda su fuerza y belleza” a todos los hombres y mujeres de nuestro tiempo. En él se empieza a plantear la posibilidad de escribir un nuevo catecismo.

No sería sino hasta el sínodo de 1985 cuando se analizaban los primeros 20 años del Vaticano II, que se ordenó la redacción de un nuevo catecismo Universal que respondiera al grave diagnostico al que había llegado el sínodo: “Por todas partes en el mundo, la transmisión de la fe y de los valores morales que proceden del evangelio a la generación próxima (a los jóvenes) está hoy en peligro. El conocimiento de la fe y el reconocimiento del orden moral se reducen frecuentemente a un mínimo. Se requiere, por tanto, un nuevo esfuerzo en la evangelización y en la catequesis integral y sistemática”.

El 11 de octubre de 1992 se publicó el nuevo catecismo en francés y después de una profunda revisión, el 15 de agosto de 1997 ve la luz el catecismo en latín, con el nombre de Catecismo de la Iglesia Católica[4] y que sería la fuente para las traducciones a los diferentes idiomas tal y como lo conocemos hoy.

Contenido del catecismo

Para los que les resulta novedosa la existencia de este material tan importante en nuestra vida como católicos, voy a enumerar en términos generales su contenido.

En la primera parte se desglosa lo que se denomina La Profesión de la Fe. En él se desarrollan las diferentes formas que tienen los hombres de conocer a Dios, de como Dios se ha revelado y de las fuentes de revelación tales como la Sagrada Tradición y las Sagradas Escrituras. Luego desglosa frase por frase el credo de los apóstoles, profundizando en el origen de cada una de las creencias que en él se enumeran.

En la segunda parte trata Los Sacramentos de la Fe. Expone en detalle la liturgia en cuanto a su fuente y finalidad. Desarrolla el quién, cómo, cuándo y dónde se celebra la liturgia. Luego describe con bastante profundidad los siete sacramentos de nuestra fe.

La tercera parte presenta La Vida de la Fe. Trata de la dignidad del hombre y de la moralidad de sus actos. Habla sobre las virtudes humanas, el pecado y su distinción entre mortal y venial, de su participación en la vida comunitaria y la justicia social. Luego lista y desarrolla los diez mandamientos de la ley de Dios.

En la cuarta parte se desarrolla La Oración en la Vida de la Fe. Expone las diferentes formas de orar y las diferentes clases de oración. Nos habla sobre los obstáculos a vencer en nuestra oración y de la importancia en su perseverancia. Luego desglosa frase por frase el padre nuestro, profundizando en cada una de ellas.

En resumen, cada parte presenta una introducción a manera de soporte del tema central a desarrollar y luego ahonda en el credo, los sacramentos, los diez mandamientos y el padre nuestro.

Todos y cada uno de los temas que son tratados en este catecismo tienen su origen en las Sagradas Escrituras y en la Sagrada Tradición. Así que contrario a cómo piensan algunas personas, el catecismo no es una adición “humana” a la revelación Divina de las Escrituras, sino más bien su interpretación y desarrollo usando la razón y la guía del Espíritu Santo.

Los católicos contamos con una gran herramienta escrita y al alcance de todos, que nos permite discernir y distinguir entre una opinión o gusto personal de un sacerdote y las verdades fundamentales que nos enseña nuestra Santa Madre Iglesia, en ejercicio del mandato que dejó nuestro Señor Jesucristo a sus apóstoles: “Vayan por todo el mundo y anuncien a todos el evangelio” Marcos 16:15.

 

 


[1] La Carta Encíclica MUSICAE SACRAE del 25 de diciembre de 1955 busca poner orden al tema de la música dentro de la Iglesia. Posteriormente la constitución SACROSANCTUM CONCILIUM sobre la Sagrada Liturgia promulgada en Roma el 4 de diciembre de 1963 en su artículo 120, detalla las pautas de los instrumentos musicales usados durante la celebración de la Sagrada Liturgia.

[2] El Concilio de Trento fue un concilio ecuménico de la Iglesia católica romana desarrollado en períodos discontinuos durante 25 sesiones, entre el año 1545 y el 1563. Tuvo lugar en Trento, una ciudad del norte de la Italia actual.

[3] XXI concilio ecuménico. Fue convocado por el papa Juan XXIII en 1962 y clausurado por el papa Paulo VI en 1965.

[4] En latín “Catechismus Catholicae Ecclesiae”, representado como “CCE” en las citas bibliográficas.

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