El 11 de septiembre del 2001 la historia moderna de los Estados Unidos quedó dividida en un antes y un después. Un ataque terrorista que dejó una huella no sólo en territorio americano, sino en el mundo entero. Muchas cosas cambiaron en la vida diaria de miles de millones de personas a raíz de este lamentable episodio. El mundo pudo ver en vivo y en directo todos los acontecimientos a través de las redes sociales, sus televisores y por internet.
Al día siguiente The Washington Post, uno de los periódicos de mayor prestigio en el mundo, reportó en su primera página: “Terroristas secuestraron 4 aviones; 2 destruyeron el World Trade Center, 1 impactó el Pentágono y el cuarto se estrelló”.
En su edición de ese mismo día el periódico londinense The Guardian dijo en un reportaje titulado “Todo apunta hacia el disidente Saudí Osama Bin Laden” que “A horas de los ataques a New York y Washington, los organismos de inteligencia de Estados Unidos y de otros países occidentales, colocan a Osama Bin Laden, el terrorista Saudí escondido en Afganistán, en el primer lugar de la lista de sospechosos”.
Dos días después el Secretario de Estado de los Estados Unidos, Colin Powell, en rueda de prensa señaló a Osama Bin Laden como el principal sospechoso de ser el autor intelectual de los ataques.
El 20 de septiembre de ese mismo año, el Presidente de los Estados Unidos George W. Bush en su discurso al congreso y a la nación dijo: “Nuestra guerra contra el terrorismo comienza con Al Qaeda, pero no termina ahí”.
Entre el día de los ataques y el día en que Estados Unidos le declaró la guerra a este grupo terrorista, los medios de comunicación fueron reportando diariamente los avances de la investigación y se mostraron todas las piezas del rompecabezas hasta que lo vimos terminado.
El diario madrileño El País en su edición de septiembre 20 del 2001 publicó en su primera página una noticia que tituló “Los ulemas ‘invitan’ a Bin Laden a salir del país” y en la que dice “En un giro inesperado, la asamblea de ulemas afganos pidió ayer a Osama Bin Laden que abandone Afganistán de forma voluntaria. Los clérigos intentan así evitar el anunciado ataque estadounidense sin ceder a las presiones de Washington.”.
La revista TIME en su edición de octubre 1 del 2001 colocó una foto de Osama Bin Laden acompañada de un titular que decía: “Objetivo: Bin Laden”.
Años más tarde, el lunes 2 de mayo del 2011 la agencia internacional de noticias Reuters contó al mundo entero la siguiente noticia:
“El líder de Al Qaeda, Osama Bin Laden, murió el domingo en un tiroteo con fuerzas estadounidenses en Pakistán y su cuerpo fue recuperado, anunció Barack Obama. “Se ha hecho justicia”, dijo Obama en un dramático mensaje transmitido al mundo desde la Casa Blanca, en el que confirmó la noticia que ya estaba dando vueltas al planeta: la muerte del cerebro de los ataques del 11 de septiembre del 2001 en Nueva York y Washington.”.
Este evento que quedó grabado en la memoria de millones de personas e insertó un nuevo capítulo en los libros de texto, fue extensamente cubierto por la prensa mundial, miles de horas de especiales de televisión fueron transmitidos, cientos de libros en varios idiomas fueron publicados, las revistas de todo el mundo dedicaron sus portadas a los momentos cumbres, muchos otros medios apoyaron el hecho que Osama Bin Laden fue el autor de estos atentados.
Los organismos de inteligencia del gobierno de los Estados Unidos ofrecieron innumerables pruebas que identificaban a Osama Bin Laden como el autor de los atentados.
Sin embargo, pocos meses después de la fatídica fecha empezaron a circular rumores de lo que se conoce como la Teoría de la Conspiración, esta teoría sostiene que fue el propio gobierno de los Estados Unidos quien perpetró dichos ataques con el fin de justificar, entre otras, una guerra contra Afganistán. Se pueden encontrar diferentes sitios en internet donde hablan extensamente de esta teoría e incluso varios libros han salido al mercado defendiéndola y muchos otros lo han hecho desvirtuándola.
Ahora lo invito a que se acomode en una cápsula del tiempo y viajemos al futuro, más exactamente al año 4000 y aterricemos en un lugar cercano a Chicago, Estados Unidos. Allí hay un grupo de arqueólogos que han estado trabajando en una excavación y van a anunciar un importante hallazgo: el encuentro de algunos libros en muy buen estado de conservación, que defienden esta teoría de la conspiración. Estos libros, según los arqueólogos, sostienen con gran acervo probatorio, que lo que por más de dos mil años se ha venido enseñando en los colegios de los ataques del famoso 11 de septiembre ¡es falso! Esos libros demuestran que fue el entonces presidente de los Estados Unidos, George W. Bush y no Osama Bin Laden, el verdadero cerebro y ejecutor de esos ataques.
Ahora yo le pregunto a éste viajero del tiempo: ¿Cree usted que por este hallazgo se va a reescribir la historia de los Estados Unidos? ¿Cree usted que a partir de ese momento en los colegios se va a enseñar a los estudiantes que no fue Osama Bin Laden sino George W. Bush el autor de esos ataques? ¿Cree usted que aunque sea, va a ser adicionado un nuevo capítulo en los libros de texto sobre esta teoría, para que el estudiante conozca las dos versiones? ¿Cree usted que en ese momento los cientos de miles de documentos, libros, videos, estudios y ensayos de fuentes que ellos tendrán como muy serios tales como The New York Times, la revista TIME, CNN, el diario El País, The Guardian, etc., van a quedar desvirtuados por la aparición de estos pocos libros y documentos?
A menos que usted sea una de esas personas a las que Cervantes se refiere en su Quijote como aquellos que le buscan tres pies al gato, habrá contestado negativamente a todas esas preguntas. Los ciudadanos de esa época al igual que los de nuestra época no son tontos y encontraran esa teoría tan equivocada y absurda que poca atención le prestarán.
No faltarán los medios que le gasten unas horas a transmitir varios especiales sobre ese nuevo hallazgo y serán anunciados como “La gran verdad de los ataques del 11 de septiembre del 2001” o “Conozca al verdadero autor de los ataques del 11 de septiembre del 2001”.
En el diccionario de la Real Academia Española encontramos como uno de los significados de apócrifo: Fabuloso, supuesto o fingido. Así que podremos decir que la historia de la Teoría de la Conspiración es apócrifa.
Igual ocurre con los evangelios apócrifos que nos cuentan historias de la vida de Jesús muy diferentes (como veremos más adelante) a las que encontramos en los cuatro evangelios canónicos. Historias que rayan en lo absurdo, en lo increíble y hasta en lo ofensivo. Tristemente la gente se deja llevar por los medios y piensan que el nuevo material encontrado en una excavación debería volverse la nueva “verdad revelada” y que por lo tanto ha de ser incluido inmediatamente en la Biblia y cambiar o adicionar lo que por más de dos mil años la Iglesia ha enseñado, por el solo hecho de llamarse “evangelio de…” y ser antiguo.
Jesús nos reveló simple y claramente la forma en la que hemos de vivir para ganarnos esa vida eterna a su lado, así que aun encontrándose hoy un evangelio nuevo que pudiera comprobarse que fue escrito por algún otro de sus apóstoles (es decir que contaría con esa autoridad que se requiere para otorgársele la canonicidad) este nuevo evangelio no contendría ninguna novedad en lo que a nuestra salvación se refiere, así que su inclusión (canonicidad) en la Biblia sería irrelevante. De Génesis a Apocalipsis, las Sagradas Escrituras nos revelan de forma extraordinariamente consistente, el plan de salvación que ofrece Dios a nosotros los hombres, su creación favorita.
Libros apócrifos
Hoy en día no se discute sobre la lista de los libros que conforman la Biblia. Su canon está plenamente establecido, sin embargo como vimos en el capítulo VII, existen diferencias entre la lista de libros incluidos en una Biblia católica y una protestante, por lo que un protestante consideraría como apócrifos aquellos libros incluidos en la Biblia católica y que están excluidos en la de él.
En este contexto la palabra apócrifo adquiere el significado de no canónico. Un católico no se referiría a ellos usando este término, como sí lo usaría un protestante, sino que emplearía la palabra deuterocanónicos. En lo que sí ambos coincidirían en llamar como apócrifos, es a una serie de escritos de los primeros siglos de la cristiandad que trataron de imitar la clase de libros del Nuevo Testamento; en estilos literarios tales como Evangelios, Hechos, Epístolas y Apocalipsis. Algunos de ellos gozaron de cierta popularidad en los primeros siglos, por lo que sabemos de su existencia desde entonces. Otros que solo supimos de ellos al haber salido a la luz después de un hallazgo arqueológico o fortuito.
Su número resulta muy difícil de precisar ya que permanentemente los arqueólogos descubren manuscritos o fragmentos de la Iglesia primitiva, pero según como se cuenten pueden ir desde el medio centenar hasta el millar. Fechados en el siglo II –ya para este período todos los apóstoles habían fallecido– y con el objetivo de ganar popularidad, fueron escritos con títulos tales como: Evangelio de Pedro, Protoevangelio (que significa “primer evangelio”) de Santiago, el Evangelio de Tomás, el Evangelio de Bernabé, la Historia de la Infancia de Jesús según Tomás, el Evangelio de Nicodemo, los Hechos de Pedro, los Hechos de Pablo, Evangelio de María y así sigue la lista.
No podemos desconocer que hoy en día los medios de comunicación han ejercido un papel importante en crear un manto de misterio y sensacionalismo a cada uno de esos hallazgos, en especial si el papiro pretende tener la autoría de uno de los apóstoles o de cualquiera que haya pertenecido al círculo más cercano de Jesús.
En el 2006 la organización National Geographic Society hizo un gran despliegue publicitario sobre los trabajos de restauración y traducción de un evangelio atribuido a Judas[1]. Dicho evangelio fue descubierto en la ciudad egipcia de Menia en 1978 por unos campesinos y posteriormente fue vendido a una fundación privada suiza. Este manuscrito es una traducción al copto realizada entre el siglo III y IV, correspondiente al original escrito en griego por algún miembro de la escuela gnóstica de los cainitas[2] hacia el año 150, poco más de cien años después de la muerte de Judas Iscariote.
Hago mención a este caso para resaltar el hecho que, contrario a como con gran sensación quiso presentar el programa de televisión, el hecho de que un papiro lleve el nombre de uno de los apóstoles o incluso de la misma madre de Jesús, no lo hace verídico. Tampoco le da la autoridad divina que expliqué en el capítulo VII.
Como documento de la antigüedad, pueden poseer un valor histórico y es gracias a ellos que hoy conocemos ciertos detalles de la vida y costumbres de Jesús y de sus más cercanos seguidores. Sabemos que los abuelos de Jesús por parte de María, se llamaban Joaquín y Ana; que los ladrones que acompañaron a Jesús en su pasión se llamaban Dimas y Gestas[3], pero en ningún momento estos libros nos pueden aportar doctrina teológica, como lo hacen los libros canónicos.
Hoy en día los libros apócrifos más conocidos provienen de los llamados papiros de Nag Hammadi.
Los papiros de Nag Hammadi
En diciembre de 1945, en un pueblo egipcio llamado Nag Hammadi un campesino encontró una jarra de barro de más o menos medio metro de altura. En su interior había una colección de 53 textos en papiro conformando trece manuscritos, que se remontan hacia el siglo IV d.C. Aunque algunas de esas páginas fueron quemadas por la madre del campesino para calentar la estufa, la mayoría de ellas fueron rescatadas y se encuentran actualmente exhibidas en el Museo Copto de El Cairo.
No fue sino hasta 1972 que se tradujeron y publicaron con un halo de misterio, como si por primera vez en la historia del cristianismo se diera a conocer un libro apócrifo. Estos son tan antiguos como la Biblia misma.
Hoy en día los libros apócrifos se encuentran disponibles en la mayoría de las grandes librerías y su lectura no está prohibida por la Iglesia como comúnmente se cree. Claro que si usted es una de esas personas que cree todo lo que está en un libro, no los lea porque se va a encontrar con un Jesús muy diferente al que nos narran los evangelios canónicos de la Biblia como veremos más adelante.
Poseen por supuesto un valor histórico, ya que de una u otra forma nos pueden aportar cierta información sobre nombres, lugares y otra clase de eventos de la época, pero por carecer de la autoridad divina necesaria, nada nos pueden aportar a lo que necesitamos saber para nuestra economía de la salvación.
Veamos algunos ejemplos de estos textos.
Evangelio del seudo-Mateo
Este evangelio viene presidido por una carta dirigida a Jerónimo –traductor de la vulgata latina– y a los obispos de Cromacio y Heliodoro que dice:
“Habiendo encontrado, en libros apócrifos, relatos del nacimiento y de la infancia de la Virgen María y de Nuestro Señor Jesucristo, y, considerando que dichos escritos contienen muchas cosas contrarias a nuestra fe, juzgamos prudente rechazarlos de plano, a fin de que, con ocasión del Cristo, no diésemos motivo de júbilo al Anticristo. Y, mientras nos entregábamos a estas reflexiones, sobrevinieron dos santos personajes, Parmenio y Virino, y nos informaron de que tu santidad había descubierto un volumen hebreo, redactado por el bienaventurado evangelista Mateo, y en el que se referían el nacimiento de la Virgen Madre y la niñez del Salvador. He aquí por qué, en nombre de Nuestro Señor Jesucristo, suplicamos de tu benevolencia seas servido de traducir aquel volumen de la lengua hebrea a la latina, no tanto para hacer valer los títulos del Cristo, cuanto para desvirtuar la astucia de los herejes. Porque éstos, con objeto de acreditar sus malvadas doctrinas, han mezclado sus mentiras funestas con la verdadera y pura historia de la natividad y de la infancia de Jesús, esperando ocultar la amargura de su muerte, al mostrar la dulzura de su vida. Harás, pues, una buena obra, acogiendo nuestro ruego, o enviando a tus obispos, en razón de este deber de caridad que tienes hacia ellos, la respuesta que juzgues más conveniente a la presente carta. Salud en el Señor, y ora por nosotros.”
Veamos unos apartes de este evangelio:
“Habiendo llegado a una gruta, y queriendo reposar allí, María descendió de su montura, y se sentó, teniendo a Jesús en sus rodillas. Tres muchachos hacían ruta con José, y una joven con María. Y he aquí que de pronto salió de la gruta una multitud de dragones, y, a su vista, los niños lanzaron gritos de espanto. Entonces Jesús, descendiendo de las rodillas de su madre, se puso en pie delante de los dragones, y éstos lo adoraron, y se fueron. Y así se cumplió la profecía de David: Alabad al Señor sobre la tierra, vosotros, los dragones y todos los abismos. Y el niño Jesús, andando delante de ellos, les ordenó no hacer mal a los hombres. Pero José y María temían que el niño fuese herido por los dragones. Y Jesús les dijo: No temáis, y no me miréis como un niño, porque yo he sido siempre un hombre hecho, y es preciso que todas las bestias de los bosques se amansen ante mí.” Capítulo 18.
“Después de su vuelta de Egipto, y estando en Galilea, Jesús, que entraba ya en el cuarto año de su edad, jugaba un día de sábado con los niños a la orilla del Jordán. Estando sentado, Jesús hizo con la azada siete pequeñas lagunas, a las que dirigió varios pequeños surcos, por los que el agua del río iba y venía. Entonces uno de los niños, hijo del diablo, obstruyó por envidia las salidas del agua, y destruyó lo que Jesús había hecho. Y Jesús le dijo: ¡Sea la desgracia sobre ti, hijo de la muerte, hijo de Satán! ¿Cómo te atreves a destruir las obras que yo hago? Y el que aquello había hecho murió.
Y los padres del difunto alzaron tumultuosamente la voz contra José y María, diciendo: Vuestro hijo ha maldecido al nuestro, y éste ha muerto. Y, cuando José y María los oyeron, fueron en seguida cerca de Jesús, a causa de las quejas de los padres, y de que se reunían los judíos. Pero José dijo en secreto a María: Yo no me atrevo a hablarle, pero tú adviértelo y dile: ¿Por qué has provocado contra nosotros el odio del pueblo y nos has abrumado con la cólera de los hombres? Y su madre fue a él, y le rogó, diciendo: Señor, ¿qué ha hecho ese niño para morir? Pero él respondió: Merecía la muerte, porque había destruido las obras que yo hice. Y su madre le insistía, diciendo: No permitas, Señor, que todos se levanten contra nosotros. Y él, no queriendo afligir a su madre, tocó con el pie derecho la pierna del muerto, y le dijo: Levántate, hijo de la iniquidad, que no eres digno de entrar en el reposo de mi Padre, porque has destruido las obras que yo he hecho. Entonces, el que estaba muerto, se levantó, y se fue. Y Jesús, por su potencia, condujo el agua por unos surcos a las pequeñas lagunas.” Capítulo 26.
Historia de la infancia de Jesús según Tomás
“Y, unos días después, yendo Jesús con José por la ciudad, un niño corrió ante ellos, y, tropezando intencionadamente con Jesús, lo lastimó mucho en un costado. Mas Jesús le dijo: No acabarás el camino que has comenzado a recorrer. Y el niño cayó a tierra, y murió.” Capítulo 5.
“Subiendo un día Jesús con unos niños a la azotea de una casa, se puso a jugar con ellos. Y uno cayó al patio y murió. Y todos los niños huyeron, más Jesús se quedó. Y, habiendo llegado los padres del niño muerto, decían a Jesús: Tú eres quien lo has tirado. Y lo amenazaban. Y Jesús, saliendo de la casa se puso en pie ante el niño muerto, y le dijo en voz alta: Simón, Simón, levántate y di si yo te he hecho caer. Y el niño se levantó, y dijo: No, Señor. Y viendo sus padres el gran milagro que había hecho Jesús, lo adoraron y glorificaron a Dios.” Capítulo 7.
El evangelio armenio de la infancia de Jesús
“Más tarde, Jesús fue un día al sitio en que los niños se habían reunido, y que estaba situado en lo alto de una casa, cuya elevación no era inferior a un tiro de piedra. Uno de los niños, que tenía tres años y cuatro meses, dormía sobre la balaustrada del muro, al borde del alero, y cayó de cabeza al suelo de aquella altura, rompiéndose el cráneo. Y su sangre saltó con sus sesos sobre la piedra y, en el mismo instante, su alma se separó de su cuerpo. Ante tal espectáculo, los niños que allí se encontraban, huyeron, despavoridos. Y los habitantes de la ciudad, congregándose en diferentes lugares y lanzando gritos, decían: ¿Quién ha producido la muerte de ese pequeñuelo, arrojándolo de tamaña altura? Los niños respondieron: Lo ignoramos. Y los padres del niño, advertidos de lo que ocurriera, llegaron al siniestro paraje, e hicieron grandes demostraciones de duelo sobre el cadáver de su hijo. Después, se pusieron a indagar, y a intentar saber cuál era el autor de tan mal golpe. Y los niños repitieron con juramento: Lo ignoramos. Mas los padres respondieron: No creemos en lo que decís. Luego, reunieron a viva fuerza a los niños, y los llevaron ante el tribunal donde comenzaron a interrogarlos, diciendo: Informadnos sobre el matador de nuestro hijo y sobre su caída de sitio tan elevado. Los niños, bajo la amenaza de muerte, se dijeron entre sí: ¿Qué hacer? Todos sabemos, por nuestro mutuo testimonio, que somos inocentes, y que nadie es el causante de esa catástrofe. Y se da crédito a nuestra palabra sincera. ¿Consentiremos que se nos condene a muerte a pesar de no ser culpables? Uno de ellos dijo: No lo somos, en efecto, mas no tenemos testigo de nuestra inculpabilidad, y nuestras declaraciones se juzgan mentirosas. Echemos, pues, la culpa a Jesús, puesto que con nosotros estaba. No es de los nuestros, sino un extranjero, hijo de un anciano transeúnte. Se lo condenará a muerte y nosotros seremos absueltos. Y sus compañeros gritaron a coro: ¡Bravo! ¡Bien dicho! Entonces la asamblea del pueblo hizo detener a los niños, les planteó la cuestión y les dijo: Declarad quién es el autor de tan mal golpe y el causante de la muerte prematura de este niño inocente. Y ellos contestaron, unánimes: Es un muchacho extranjero, llamado Jesús e hijo de cierto viejo. Y los jueces ordenaron que se lo citase. Mas cuando fueron en su busca, no lo encontraron, y, apoderándose de José, lo condujeron ante el tribunal, y le dijeron: ¿Dónde está tu hijo? José repuso: ¿Para qué lo queréis? Y ellos respondieron a una: ¿Es que no sabes lo que tu hijo ha hecho? Ha precipitado desde lo alto de una casa a uno de nuestros niños y lo ha matado. José dijo: Por la vida del Señor, que no sé nada de eso. Y llevaron a José ante el juez, que le preguntó de dónde venía y de qué país era. A lo que José respondió: Vengo de Judea y soy de la ciudad de Jerusalén. El juez añadió: Dinos dónde está tu hijo, que ha rematado por muerte cruel a uno de nuestros niños. José repuso: ¡Oh juez!, no me incriminéis con semejante injusticia, porque no soy responsable de la sangre de esa criatura. El juez dijo: Si no eres responsable, ¿por qué temes la muerte? José dijo: Ese niño que buscas es mi hijo según el espíritu, no según la carne. Si él quiere, tiene el poder de responderte. Y, aún no había acabado José de hablar así, cuando Jesús se presentó delante de las gentes que habían ido a buscarlo y les dijo: ¿A quién buscáis? Le respondieron: Al hijo de José. Les dijo Jesús: Yo soy. El juez entonces le dijo: Cuéntame cómo has dado tan mal golpe. Y Jesús repuso: ¡Oh juez, no pronuncies tu juicio con tal parcialidad, porque es un pecado y una sinrazón que haces a tu alma! Mas el juez le contestó: Yo no te condeno sin motivo, sino con buen derecho, ya que los compañeros de ese niño, que estaban contigo, han prestado testimonio contra ti. Jesús replicó: Y a ellos ¿quién les presta testimonio de que son sinceros? El juez dijo: Ellos han prestado entre sí testimonio mutuo de ser inocentes y tú digno de muerte. Jesús dijo: Si algún otro hubiese prestado testimonio en el asunto, habría merecido fe. Pero el testimonio mutuo que entre sí han prestado no cuenta, porque han procedido así por temor a la muerte, y tú dictarás sentencia de modo contrario a la justicia. El juez dijo: ¿Quién ha de prestar testimonio en favor tuyo, siendo como eres, digno de muerte? Jesús dijo: ¡Oh juez, no hay nada de lo que piensas! Ellos, y tú también, a lo que se me alcanza, consideráis tan sólo que yo no soy compatriota vuestro, sino extranjero e hijo de un pobre. He aquí por qué ellos han lanzado sobre mí un testimonio de mortales resultas. Y tú para complacerlos, supones que tienen razón, y me la quitas. El juez preguntó: ¿Qué debo hacer, pues? Jesús respondió: ¿Quieres obrar con justicia? Oye, de una y de otra parte, a testigos extraños al asunto y entonces se manifestará la verdad, y la mentira aparecerá al descubierto. El juez opuso: No entiendo lo que hablas. Yo pido testimonio lo mismo a ti que a ellos. Jesús repuso: Si yo doy testimonio de mí mismo, ¿me creerás? El juez dijo: Si juras sincera o engañosamente, no lo sé. Y los niños clamaron a gran voz: Nosotros sí sabemos quién es, pues ha ejercido todo género de vejaciones y de sevicias sobre nosotros y sobre los demás niños de la ciudad. Pero nosotros nada hemos hecho. El juez dijo: Notando estás cuántos testigos te desmienten, y no nos respondes. Jesús dijo: Repetidas veces he satisfecho a tus preguntas, y no has dado crédito a mis palabras. Pero ahora vas a presenciar algo que te sumirá en la admiración y en el estupor. Y el juez repuso: Veamos lo que quieres decir. Entonces Jesús, acercándose al muerto, clamó a gran voz: Abias, hijo de Thamar, levántate, abre los ojos, y cuéntanos cuál fue la causa de tu muerte. Y, en el mismo instante, el muerto se incorporó, como quien sale de un sueño y, sentándose, miró en derredor suyo, reconoció a cada uno de los presentes, y lo llamó por su nombre. Ante lo cual, sus padres lo tomaron en sus brazos, y lo apretaron contra su pecho, preguntándole: ¿Cómo te encuentras? ¿Qué te ha ocurrido? Y el niño respondió: Nada. Jesús repitió: Cuéntanos cuál fue la causa de tu muerte. Y el niño repuso: Señor, tú no eres responsable de mi sangre, ni tampoco los niños que estaban contigo. Pero éstos tuvieron miedo a la muerte y te cargaron la culpa. En realidad, me dormí, caí de lo alto de la casa y me maté. El juez y la multitud del pueblo, que tal vieron, exclamaron: Puesto que niño tan pequeño ha hecho tamaño prodigio, no es hijo de un hombre, sino que es un dios encarnado, que se muestra a la tierra. Y Jesús preguntó al juez: ¿Crees ya que soy inocente? Mas el juez, en su confusión, no respondía. Y todos se maravillaron de la tierna edad de Jesús y de las obras que realizaba. Y los que oían hablar de los milagros operados por él se llenaban de temor. Y el niño permaneció con vida durante tres horas, al cabo de las cuales, Jesús le dijo: Abias, duerme ahora, y descansa hasta el día de la resurrección general. Y, apenas acabó de hablar así, el niño inclinó su cabeza, y se adormeció. Ante cuyo espectáculo, los niños, presa de un miedo vivísimo, empezaron a temblar. Y el juez y toda la multitud, cayeron a los pies de Jesús y le suplicaron, diciéndole: Vuelve a ese muerto a la vida. Mas Jesús no consintió en ello y replicó al juez: Magistrado indigno e intérprete infiel de las leyes, ¿cómo pretendes imponerme la equidad y la justicia, cuando tú y toda esta ciudad, de común acuerdo, me condenabais sin razón, os negabais a dar crédito a mis palabras, y estimabais verdad las mentiras que sobre mí os decían? Puesto que no me habéis escuchado, yo tampoco atenderé a vuestro ruego. Y, esto dicho, Jesús se apartó de ellos precipitadamente, y se ocultó a sus miradas. Y, por mucho que lo buscaron, no consiguieron encontrarlo. Y, yendo a postrarse de hinojos ante José, le dijeron: ¿Dónde está Jesús, tu hijo, para que venga a resucitar a nuestro muerto? Mas José repuso: Lo ignoro, porque circula por donde bien le parece y sin mi permiso.” Capítulo 16:7-15
El evangelio de Pedro
“Empero, en la noche tras la cual se abría el domingo, mientras los soldados en facción montaban dos a dos la guardia, una gran voz se hizo oír en las alturas. Y vieron los cielos abiertos, y que dos hombres resplandecientes de luz se aproximaban al sepulcro. Y la enorme piedra que se había colocado a su puerta se movió por sí misma, poniéndose a un lado, y el sepulcro se abrió. Y los dos hombres penetraron en él. Y, no bien hubieron visto esto, los soldados despertaron al centurión y a los ancianos, porque ellos también hacían la guardia. Y, apenas los soldados refirieron lo que habían presenciado, de nuevo vieron salir de la tumba a tres hombres, y a dos de ellos sostener a uno, y a una cruz seguirlos. Y la cabeza de los sostenedores llegaba hasta el cielo, más la cabeza de aquel que conducían pasaba más allá de todos los cielos. Y oyeron una voz, que preguntaba en las alturas: ¿Has predicado a los que están dormidos? Y se escuchó venir de la cruz esta respuesta: Sí. Los circunstantes, pues, se preguntaban unos a otros si no sería necesario marchar de allí, y relatar a Pilatos aquellas cosas. Y, en tanto que deliberaban todavía, otra vez aparecieron los cielos abiertos, y un hombre que de ellos descendió y que entró en el sepulcro.” Capítulo 10.
Otros escritos de interés
Después de leer los apartes que he presentado, estoy seguro que usted volverá con gusto a leer los libros del Nuevo Testamento y los amará más, no sólo por lo que dicen sino también por lo que no dicen.
Existen sin embargo una gran cantidad de cartas, epístolas y documentos de los denominados Padres Apostólicos[4] escritos entre el 95 d.C. y el 155 d.C. que no deben ser considerados como apócrifos. Estos escritos no pretenden autoridad ni sabiduría apostólica. Son documentos edificantes que narran la vida de los primeros cristianos. Si pretendieran esa autoridad divina, sí se les considerarían como apócrifos.
Dentro de los que no pretenden autoridad divina esta la Epístola a Diogneto. Descubierta en 1436 en la ciudad de Constantinopla por Tomás de Arezzo en un códice que tenía 22 obras griegas. El documento original fue destruido por un incendio en Estrasburgo durante la guerra franco-prusiana. Afortunadamente se sacaron tres copias; una de ellas realizada en 1579 que actualmente se exhibe en la biblioteca de la Universidad de Tubinga, Alemania.
Esta Epístola ha servido de referencia en muchas homilías por su gran valor como ejemplo del ideal de una comunidad cristiana, veamos algunos de sus apartes:
“Los cristianos no se distinguen de los demás hombres, ni por el lugar en que viven, ni por su lenguaje, ni por sus costumbres. Ellos, en efecto, no tienen ciudades propias, ni utilizan un hablar insólito, ni llevan un género de vida distinto. Su sistema doctrinal no ha sido inventado gracias al talento y especulación de hombres estudiosos, ni profesan, como otros, una enseñanza basada en autoridad de hombres.
Viven en ciudades griegas y bárbaras, según les cupo en suerte, siguen las costumbres de los habitantes del país, tanto en el vestir como en todo su estilo de vida y, sin embargo, dan muestras de un tenor de vida admirable y, a juicio de todos, increíble. Habitan en su propia patria, pero como forasteros; toman parte en todo como ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña es patria para ellos, pero están en toda patria como en tierra extraña. Igual que todos, se casan y engendran hijos, pero no se deshacen de los hijos que conciben. Tienen la mesa en común, pero no el lecho.
Viven en la carne, pero no según la carne. Viven en la tierra, pero su ciudadanía está en el Cielo. Obedecen las leyes establecidas, y con su modo de vivir superan estas leyes. Aman a todos, y todos los persiguen. Se los condena sin conocerlos. Se les da muerte, y con ello reciben la vida. Son pobres, y enriquecen a muchos; carecen de todo, y abundan en todo. Sufren la deshonra, y ello les sirve de gloria; sufren detrimento en su fama, y ello atestigua su justicia. Son maldecidos, y bendicen; son tratados con ignominia, y ellos, a cambio, devuelven honor. Hacen el bien, y son castigados como malhechores; y, al ser castigados a muerte, se alegran como si se les diera la vida. Los judíos los combaten como a extraños y los gentiles los persiguen, y, sin embargo, los mismos que los aborrecen no saben explicar el motivo de su enemistad.”
[1] En el año 180 d.C. el obispo de Lyon, san Ireneo, clasificó este supuesto evangelio como un texto apócrifo perteneciente a una escuela gnóstica llamada cainita. Dice san Ireneo en su libro Contra los hereje: “Y dicen [los gnósticos de la escuela cainita] que Judas el traidor fue el único que conoció todas estas cosas exactamente, porque sólo él entre todos conoció la verdad para llevar a cabo el misterio de la traición, por la cual quedaron destruidos todos los seres terrenos y celestiales. Para ello muestran un libro de su invención, que llaman el Evangelio de Judas.”
[2] Los cainitas era una secta del siglo II de carácter gnóstico, que rendía veneración a todos los personajes bíblicos del Antiguo Testamento que habían sido rechazados por Dios, como Caín, Esaú, los habitantes de Sodoma, entre otros.
[3] En el siglo IV apareció un libro apócrifo llamado “Los Hechos de Pilato” que describía el juicio, muerte y resurrección de Cristo, visto a través de los ojos de Poncio Pilato. El libro destaca los acontecimientos que se encuentran en los cuatro evangelios y añade algunos detalles de índole histórico. La fiesta de San Dimas se celebra el 25 de marzo.
[4] Autores cristianos que tuvieron contacto con uno o varios de los apóstoles de Jesús.