Contáctame
Orlando Hernandez

¿Qué son los evangelios apócrifos?

El 11 de septiembre del 2001 la historia moderna de los Estados Unidos quedó dividida en un antes y un después. Un ataque terrorista que dejó una huella no sólo en territorio americano, sino en el mundo entero. Muchas cosas cambiaron en la vida diaria de miles de millones de personas a raíz de este lamentable episodio. El mundo pudo ver en vivo y en directo todos los acontecimientos a través de las redes sociales, sus televisores y por internet.

Al día siguiente The Washington Post, uno de los periódicos de mayor prestigio en el mundo, reportó en su primera página: “Terroristas secuestraron 4 aviones; 2 destruyeron el World Trade Center, 1 impactó el Pentágono y el cuarto se estrelló”.

En su edición de ese mismo día el periódico londinense The Guardian dijo en un reportaje titulado “Todo apunta hacia el disidente Saudí Osama Bin Laden” que “A horas de los ataques a New York y Washington, los organismos de inteligencia de Estados Unidos y de otros países occidentales, colocan a Osama Bin Laden, el terrorista Saudí escondido en Afganistán, en el primer lugar de la lista de sospechosos”.

Dos días después el Secretario de Estado de los Estados Unidos, Colin Powell, en rueda de prensa señaló a Osama Bin Laden como el principal sospechoso de ser el autor intelectual de los ataques.

El 20 de septiembre de ese mismo año, el Presidente de los Estados Unidos George W. Bush en su discurso al congreso y a la nación dijo: “Nuestra guerra contra el terrorismo comienza con Al Qaeda, pero no termina ahí”.

Entre el día de los ataques y el día en que Estados Unidos le declaró la guerra a este grupo terrorista, los medios de comunicación fueron reportando diariamente los avances de la investigación y se mostraron todas las piezas del rompecabezas hasta que lo vimos terminado.

El diario madrileño El País en su edición de septiembre 20 del 2001 publicó en su primera página una noticia que tituló “Los ulemas ‘invitan’ a Bin Laden a salir del país” y en la que dice “En un giro inesperado, la asamblea de ulemas afganos pidió ayer a Osama Bin Laden que abandone Afganistán de forma voluntaria. Los clérigos intentan así evitar el anunciado ataque estadounidense sin ceder a las presiones de Washington.”.

La revista TIME en su edición de octubre 1 del 2001 colocó una foto de Osama Bin Laden acompañada de un titular que decía: “Objetivo: Bin Laden”.

Años más tarde, el lunes 2 de mayo del 2011 la agencia internacional de noticias Reuters contó al mundo entero la siguiente noticia:

“El líder de Al Qaeda, Osama Bin Laden, murió el domingo en un tiroteo con fuerzas estadounidenses en Pakistán y su cuerpo fue recuperado, anunció Barack Obama. “Se ha hecho justicia”, dijo Obama en un dramático mensaje transmitido al mundo desde la Casa Blanca, en el que confirmó la noticia que ya estaba dando vueltas al planeta: la muerte del cerebro de los ataques del 11 de septiembre del 2001 en Nueva York y Washington.”.

Este evento que quedó grabado en la memoria de millones de personas e insertó un nuevo capítulo en los libros de texto, fue extensamente cubierto por la prensa mundial, miles de horas de especiales de televisión fueron transmitidos, cientos de libros en varios idiomas fueron publicados, las revistas de todo el mundo dedicaron sus portadas a los momentos cumbres, muchos otros medios apoyaron el hecho que Osama Bin Laden fue el autor de estos atentados.

Los organismos de inteligencia del gobierno de los Estados Unidos ofrecieron innumerables pruebas que identificaban a Osama Bin Laden como el autor de los atentados.

Sin embargo, pocos meses después de la fatídica fecha empezaron a circular rumores de lo que se conoce como la Teoría de la Conspiración, esta teoría sostiene que fue el propio gobierno de los Estados Unidos quien perpetró dichos ataques con el fin de justificar, entre otras, una guerra contra Afganistán. Se pueden encontrar diferentes sitios en internet donde hablan extensamente de esta teoría e incluso varios libros han salido al mercado defendiéndola y muchos otros lo han hecho desvirtuándola.

Ahora lo invito a que se acomode en una cápsula del tiempo y viajemos al futuro, más exactamente al año 4000 y aterricemos en un lugar cercano a Chicago, Estados Unidos. Allí hay un grupo de arqueólogos que han estado trabajando en una excavación y van a anunciar un importante hallazgo: el encuentro de algunos libros en muy buen estado de conservación, que defienden esta teoría de la conspiración. Estos libros, según los arqueólogos, sostienen con gran acervo probatorio, que lo que por más de dos mil años se ha venido enseñando en los colegios de los ataques del famoso 11 de septiembre ¡es falso! Esos libros demuestran que fue el entonces presidente de los Estados Unidos, George W. Bush y no Osama Bin Laden, el verdadero cerebro y ejecutor de esos ataques.

Ahora yo le pregunto a éste viajero del tiempo: ¿Cree usted que por este hallazgo se va a reescribir la historia de los Estados Unidos? ¿Cree usted que a partir de ese momento en los colegios se va a enseñar a los estudiantes que no fue Osama Bin Laden sino George W. Bush el autor de esos ataques? ¿Cree usted que aunque sea, va a ser adicionado un nuevo capítulo en los libros de texto sobre esta teoría, para que el estudiante conozca las dos versiones? ¿Cree usted que en ese momento los cientos de miles de documentos, libros, videos, estudios y ensayos de fuentes que ellos tendrán como muy serios tales como The New York Times, la revista TIME, CNN, el diario El País, The Guardian, etc., van a quedar desvirtuados por la aparición de estos pocos libros y documentos?

A menos que usted sea una de esas personas a las que Cervantes se refiere en su Quijote como aquellos que le buscan tres pies al gato, habrá contestado negativamente a todas esas preguntas. Los ciudadanos de esa época al igual que los de nuestra época no son tontos y encontraran esa teoría tan equivocada y absurda que poca atención le prestarán.

No faltarán los medios que le gasten unas horas a transmitir varios especiales sobre ese nuevo hallazgo y serán anunciados como “La gran verdad de los ataques del 11 de septiembre del 2001” o “Conozca al verdadero autor de los ataques del 11 de septiembre del 2001”.

En el diccionario de la Real Academia Española encontramos como uno de los significados de apócrifo: Fabuloso, supuesto o fingido. Así que podremos decir que la historia de la Teoría de la Conspiración es apócrifa.

Igual ocurre con los evangelios apócrifos que nos cuentan historias de la vida de Jesús muy diferentes (como veremos más adelante) a las que encontramos en los cuatro evangelios canónicos. Historias que rayan en lo absurdo, en lo increíble y hasta en lo ofensivo. Tristemente la gente se deja llevar por los medios y piensan que el nuevo material encontrado en una excavación debería volverse la nueva “verdad revelada” y que por lo tanto ha de ser incluido inmediatamente en la Biblia y cambiar o adicionar lo que por más de dos mil años la Iglesia ha enseñado, por el solo hecho de llamarse “evangelio de…” y ser antiguo.

Jesús nos reveló simple y claramente la forma en la que hemos de vivir para ganarnos esa vida eterna a su lado, así que aun encontrándose hoy un evangelio nuevo que pudiera comprobarse que fue escrito por algún otro de sus apóstoles (es decir que contaría con esa autoridad que se requiere para otorgársele la canonicidad) este nuevo evangelio no contendría ninguna novedad en lo que a nuestra salvación se refiere, así que su inclusión (canonicidad) en la Biblia sería irrelevante. De Génesis a Apocalipsis, las Sagradas Escrituras nos revelan de forma extraordinariamente consistente, el plan de salvación que ofrece Dios a nosotros los hombres, su creación favorita.

Libros apócrifos

Hoy en día no se discute sobre la lista de los libros que conforman la Biblia. Su canon está plenamente establecido, sin embargo como vimos en el capítulo VII, existen diferencias entre la lista de libros incluidos en una Biblia católica y una protestante, por lo que un protestante consideraría como apócrifos aquellos libros incluidos en la Biblia católica y que están excluidos en la de él.

En este contexto la palabra apócrifo adquiere el significado de no canónico. Un católico no se referiría a ellos usando este término, como sí lo usaría un protestante, sino que emplearía la palabra deuterocanónicos. En lo que sí ambos coincidirían en llamar como apócrifos, es a una serie de escritos de los primeros siglos de la cristiandad que trataron de imitar la clase de libros del Nuevo Testamento; en estilos literarios tales como Evangelios, Hechos, Epístolas y Apocalipsis. Algunos de ellos gozaron de cierta popularidad en los primeros siglos, por lo que sabemos de su existencia desde entonces. Otros que solo supimos de ellos al haber salido a la luz después de un hallazgo arqueológico o fortuito.

Su número resulta muy difícil de precisar ya que permanentemente los arqueólogos descubren manuscritos o fragmentos de la Iglesia primitiva, pero según como se cuenten pueden ir desde el medio centenar hasta el millar. Fechados en el siglo II –ya para este período todos los apóstoles habían fallecido– y con el objetivo de ganar popularidad, fueron escritos con títulos tales como: Evangelio de Pedro, Protoevangelio (que significa “primer evangelio”) de Santiago, el Evangelio de Tomás, el Evangelio de Bernabé, la Historia de la Infancia de Jesús según Tomás, el Evangelio de Nicodemo, los Hechos de Pedro, los Hechos de Pablo, Evangelio de María y así sigue la lista.

No podemos desconocer que hoy en día los medios de comunicación han ejercido un papel importante en crear un manto de misterio y sensacionalismo a cada uno de esos hallazgos, en especial si el papiro pretende tener la autoría de uno de los apóstoles o de cualquiera que haya pertenecido al círculo más cercano de Jesús.

En el 2006 la organización National Geographic Society hizo un gran despliegue publicitario sobre los trabajos de restauración y traducción de un evangelio atribuido a Judas[1]. Dicho evangelio fue descubierto en la ciudad egipcia de Menia en 1978 por unos campesinos y posteriormente fue vendido a una fundación privada suiza. Este manuscrito es una traducción al copto realizada entre el siglo III y IV, correspondiente al original escrito en griego por algún miembro de la escuela gnóstica de los cainitas[2] hacia el año 150, poco más de cien años después de la muerte de Judas Iscariote.

Hago mención a este caso para resaltar el hecho que, contrario a como con gran sensación quiso presentar el programa de televisión, el hecho de que un papiro lleve el nombre de uno de los apóstoles o incluso de la misma madre de Jesús, no lo hace verídico. Tampoco le da la autoridad divina que expliqué en el capítulo VII.

Como documento de la antigüedad, pueden poseer un valor histórico y es gracias a ellos que hoy conocemos ciertos detalles de la vida y costumbres de Jesús y de sus más cercanos seguidores. Sabemos que los abuelos de Jesús por parte de María, se llamaban Joaquín y Ana; que los ladrones que acompañaron a Jesús en su pasión se llamaban Dimas y Gestas[3], pero en ningún momento estos libros nos pueden aportar doctrina teológica, como lo hacen los libros canónicos.

Hoy en día los libros apócrifos más conocidos provienen de los llamados papiros de Nag Hammadi.

Los papiros de Nag Hammadi

En diciembre de 1945, en un pueblo egipcio llamado Nag Hammadi un campesino encontró una jarra de barro de más o menos medio metro de altura. En su interior había una colección de 53 textos en papiro conformando trece manuscritos, que se remontan hacia el siglo IV d.C. Aunque algunas de esas páginas fueron quemadas por la madre del campesino para calentar la estufa, la mayoría de ellas fueron rescatadas y se encuentran actualmente exhibidas en el Museo Copto de El Cairo.

No fue sino hasta 1972 que se tradujeron y publicaron con un halo de misterio, como si por primera vez en la historia del cristianismo se diera a conocer un libro apócrifo. Estos son tan antiguos como la Biblia misma.

Hoy en día los libros apócrifos se encuentran disponibles en la mayoría de las grandes librerías y su lectura no está prohibida por la Iglesia como comúnmente se cree. Claro que si usted es una de esas personas que cree todo lo que está en un libro, no los lea porque se va a encontrar con un Jesús muy diferente al que nos narran los evangelios canónicos de la Biblia como veremos más adelante.

Poseen por supuesto un valor histórico, ya que de una u otra forma nos pueden aportar cierta información sobre nombres, lugares y otra clase de eventos de la época, pero por carecer de la autoridad divina necesaria, nada nos pueden aportar a lo que necesitamos saber para nuestra economía de la salvación.

Veamos algunos ejemplos de estos textos.

Evangelio del seudo-Mateo

Este evangelio viene presidido por una carta dirigida a Jerónimo –traductor de la vulgata latina– y a los obispos de Cromacio y Heliodoro que dice:

“Habiendo encontrado, en libros apócrifos, relatos del nacimiento y de la infancia de la Virgen María y de Nuestro Señor Jesucristo, y, considerando que dichos escritos contienen muchas cosas contrarias a nuestra fe, juzgamos prudente rechazarlos de plano, a fin de que, con ocasión del Cristo, no diésemos motivo de júbilo al Anticristo. Y, mientras nos entregábamos a estas reflexiones, sobrevinieron dos santos personajes, Parmenio y Virino, y nos informaron de que tu santidad había descubierto un volumen hebreo, redactado por el bienaventurado evangelista Mateo, y en el que se referían el nacimiento de la Virgen Madre y la niñez del Salvador. He aquí por qué, en nombre de Nuestro Señor Jesucristo, suplicamos de tu benevolencia seas servido de traducir aquel volumen de la lengua hebrea a la latina, no tanto para hacer valer los títulos del Cristo, cuanto para desvirtuar la astucia de los herejes. Porque éstos, con objeto de acreditar sus malvadas doctrinas, han mezclado sus mentiras funestas con la verdadera y pura historia de la natividad y de la infancia de Jesús, esperando ocultar la amargura de su muerte, al mostrar la dulzura de su vida. Harás, pues, una buena obra, acogiendo nuestro ruego, o enviando a tus obispos, en razón de este deber de caridad que tienes hacia ellos, la respuesta que juzgues más conveniente a la presente carta. Salud en el Señor, y ora por nosotros.”

Veamos unos apartes de este evangelio:

“Habiendo llegado a una gruta, y queriendo reposar allí, María descendió de su montura, y se sentó, teniendo a Jesús en sus rodillas. Tres muchachos hacían ruta con José, y una joven con María. Y he aquí que de pronto salió de la gruta una multitud de dragones, y, a su vista, los niños lanzaron gritos de espanto. Entonces Jesús, descendiendo de las rodillas de su madre, se puso en pie delante de los dragones, y éstos lo adoraron, y se fueron. Y así se cumplió la profecía de David: Alabad al Señor sobre la tierra, vosotros, los dragones y todos los abismos. Y el niño Jesús, andando delante de ellos, les ordenó no hacer mal a los hombres. Pero José y María temían que el niño fuese herido por los dragones. Y Jesús les dijo: No temáis, y no me miréis como un niño, porque yo he sido siempre un hombre hecho, y es preciso que todas las bestias de los bosques se amansen ante mí.” Capítulo 18.

 

“Después de su vuelta de Egipto, y estando en Galilea, Jesús, que entraba ya en el cuarto año de su edad, jugaba un día de sábado con los niños a la orilla del Jordán. Estando sentado, Jesús hizo con la azada siete pequeñas lagunas, a las que dirigió varios pequeños surcos, por los que el agua del río iba y venía. Entonces uno de los niños, hijo del diablo, obstruyó por envidia las salidas del agua, y destruyó lo que Jesús había hecho. Y Jesús le dijo: ¡Sea la desgracia sobre ti, hijo de la muerte, hijo de Satán! ¿Cómo te atreves a destruir las obras que yo hago? Y el que aquello había hecho murió.

Y los padres del difunto alzaron tumultuosamente la voz contra José y María, diciendo: Vuestro hijo ha maldecido al nuestro, y éste ha muerto. Y, cuando José y María los oyeron, fueron en seguida cerca de Jesús, a causa de las quejas de los padres, y de que se reunían los judíos. Pero José dijo en secreto a María: Yo no me atrevo a hablarle, pero tú adviértelo y dile: ¿Por qué has provocado contra nosotros el odio del pueblo y nos has abrumado con la cólera de los hombres? Y su madre fue a él, y le rogó, diciendo: Señor, ¿qué ha hecho ese niño para morir? Pero él respondió: Merecía la muerte, porque había destruido las obras que yo hice. Y su madre le insistía, diciendo: No permitas, Señor, que todos se levanten contra nosotros. Y él, no queriendo afligir a su madre, tocó con el pie derecho la pierna del muerto, y le dijo: Levántate, hijo de la iniquidad, que no eres digno de entrar en el reposo de mi Padre, porque has destruido las obras que yo he hecho. Entonces, el que estaba muerto, se levantó, y se fue. Y Jesús, por su potencia, condujo el agua por unos surcos a las pequeñas lagunas.” Capítulo 26.

Historia de la infancia de Jesús según Tomás

“Y, unos días después, yendo Jesús con José por la ciudad, un niño corrió ante ellos, y, tropezando intencionadamente con Jesús, lo lastimó mucho en un costado. Mas Jesús le dijo: No acabarás el camino que has comenzado a recorrer. Y el niño cayó a tierra, y murió.” Capítulo 5.

 

“Subiendo un día Jesús con unos niños a la azotea de una casa, se puso a jugar con ellos. Y uno cayó al patio y murió. Y todos los niños huyeron, más Jesús se quedó. Y, habiendo llegado los padres del niño muerto, decían a Jesús: Tú eres quien lo has tirado. Y lo amenazaban. Y Jesús, saliendo de la casa se puso en pie ante el niño muerto, y le dijo en voz alta: Simón, Simón, levántate y di si yo te he hecho caer. Y el niño se levantó, y dijo: No, Señor. Y viendo sus padres el gran milagro que había hecho Jesús, lo adoraron y glorificaron a Dios.” Capítulo 7.

El evangelio armenio de la infancia de Jesús

“Más tarde, Jesús fue un día al sitio en que los niños se habían reunido, y que estaba situado en lo alto de una casa, cuya elevación no era inferior a un tiro de piedra. Uno de los niños, que tenía tres años y cuatro meses, dormía sobre la balaustrada del muro, al borde del alero, y cayó de cabeza al suelo de aquella altura, rompiéndose el cráneo. Y su sangre saltó con sus sesos sobre la piedra y, en el mismo instante, su alma se separó de su cuerpo. Ante tal espectáculo, los niños que allí se encontraban, huyeron, despavoridos. Y los habitantes de la ciudad, congregándose en diferentes lugares y lanzando gritos, decían: ¿Quién ha producido la muerte de ese pequeñuelo, arrojándolo de tamaña altura? Los niños respondieron: Lo ignoramos. Y los padres del niño, advertidos de lo que ocurriera, llegaron al siniestro paraje, e hicieron grandes demostraciones de duelo sobre el cadáver de su hijo. Después, se pusieron a indagar, y a intentar saber cuál era el autor de tan mal golpe. Y los niños repitieron con juramento: Lo ignoramos. Mas los padres respondieron: No creemos en lo que decís. Luego, reunieron a viva fuerza a los niños, y los llevaron ante el tribunal donde comenzaron a interrogarlos, diciendo: Informadnos sobre el matador de nuestro hijo y sobre su caída de sitio tan elevado. Los niños, bajo la amenaza de muerte, se dijeron entre sí: ¿Qué hacer? Todos sabemos, por nuestro mutuo testimonio, que somos inocentes, y que nadie es el causante de esa catástrofe. Y se da crédito a nuestra palabra sincera. ¿Consentiremos que se nos condene a muerte a pesar de no ser culpables? Uno de ellos dijo: No lo somos, en efecto, mas no tenemos testigo de nuestra inculpabilidad, y nuestras declaraciones se juzgan mentirosas. Echemos, pues, la culpa a Jesús, puesto que con nosotros estaba. No es de los nuestros, sino un extranjero, hijo de un anciano transeúnte. Se lo condenará a muerte y nosotros seremos absueltos. Y sus compañeros gritaron a coro: ¡Bravo! ¡Bien dicho! Entonces la asamblea del pueblo hizo detener a los niños, les planteó la cuestión y les dijo: Declarad quién es el autor de tan mal golpe y el causante de la muerte prematura de este niño inocente. Y ellos contestaron, unánimes: Es un muchacho extranjero, llamado Jesús e hijo de cierto viejo. Y los jueces ordenaron que se lo citase. Mas cuando fueron en su busca, no lo encontraron, y, apoderándose de José, lo condujeron ante el tribunal, y le dijeron: ¿Dónde está tu hijo? José repuso: ¿Para qué lo queréis? Y ellos respondieron a una: ¿Es que no sabes lo que tu hijo ha hecho? Ha precipitado desde lo alto de una casa a uno de nuestros niños y lo ha matado. José dijo: Por la vida del Señor, que no sé nada de eso. Y llevaron a José ante el juez, que le preguntó de dónde venía y de qué país era. A lo que José respondió: Vengo de Judea y soy de la ciudad de Jerusalén. El juez añadió: Dinos dónde está tu hijo, que ha rematado por muerte cruel a uno de nuestros niños. José repuso: ¡Oh juez!, no me incriminéis con semejante injusticia, porque no soy responsable de la sangre de esa criatura. El juez dijo: Si no eres responsable, ¿por qué temes la muerte? José dijo: Ese niño que buscas es mi hijo según el espíritu, no según la carne. Si él quiere, tiene el poder de responderte. Y, aún no había acabado José de hablar así, cuando Jesús se presentó delante de las gentes que habían ido a buscarlo y les dijo: ¿A quién buscáis? Le respondieron: Al hijo de José. Les dijo Jesús: Yo soy. El juez entonces le dijo: Cuéntame cómo has dado tan mal golpe. Y Jesús repuso: ¡Oh juez, no pronuncies tu juicio con tal parcialidad, porque es un pecado y una sinrazón que haces a tu alma! Mas el juez le contestó: Yo no te condeno sin motivo, sino con buen derecho, ya que los compañeros de ese niño, que estaban contigo, han prestado testimonio contra ti. Jesús replicó: Y a ellos ¿quién les presta testimonio de que son sinceros? El juez dijo: Ellos han prestado entre sí testimonio mutuo de ser inocentes y tú digno de muerte. Jesús dijo: Si algún otro hubiese prestado testimonio en el asunto, habría merecido fe. Pero el testimonio mutuo que entre sí han prestado no cuenta, porque han procedido así por temor a la muerte, y tú dictarás sentencia de modo contrario a la justicia. El juez dijo: ¿Quién ha de prestar testimonio en favor tuyo, siendo como eres, digno de muerte? Jesús dijo: ¡Oh juez, no hay nada de lo que piensas! Ellos, y tú también, a lo que se me alcanza, consideráis tan sólo que yo no soy compatriota vuestro, sino extranjero e hijo de un pobre. He aquí por qué ellos han lanzado sobre mí un testimonio de mortales resultas. Y tú para complacerlos, supones que tienen razón, y me la quitas. El juez preguntó: ¿Qué debo hacer, pues? Jesús respondió: ¿Quieres obrar con justicia? Oye, de una y de otra parte, a testigos extraños al asunto y entonces se manifestará la verdad, y la mentira aparecerá al descubierto. El juez opuso: No entiendo lo que hablas. Yo pido testimonio lo mismo a ti que a ellos. Jesús repuso: Si yo doy testimonio de mí mismo, ¿me creerás? El juez dijo: Si juras sincera o engañosamente, no lo sé. Y los niños clamaron a gran voz: Nosotros sí sabemos quién es, pues ha ejercido todo género de vejaciones y de sevicias sobre nosotros y sobre los demás niños de la ciudad. Pero nosotros nada hemos hecho. El juez dijo: Notando estás cuántos testigos te desmienten, y no nos respondes. Jesús dijo: Repetidas veces he satisfecho a tus preguntas, y no has dado crédito a mis palabras. Pero ahora vas a presenciar algo que te sumirá en la admiración y en el estupor. Y el juez repuso: Veamos lo que quieres decir. Entonces Jesús, acercándose al muerto, clamó a gran voz: Abias, hijo de Thamar, levántate, abre los ojos, y cuéntanos cuál fue la causa de tu muerte. Y, en el mismo instante, el muerto se incorporó, como quien sale de un sueño y, sentándose, miró en derredor suyo, reconoció a cada uno de los presentes, y lo llamó por su nombre. Ante lo cual, sus padres lo tomaron en sus brazos, y lo apretaron contra su pecho, preguntándole: ¿Cómo te encuentras? ¿Qué te ha ocurrido? Y el niño respondió: Nada. Jesús repitió: Cuéntanos cuál fue la causa de tu muerte. Y el niño repuso: Señor, tú no eres responsable de mi sangre, ni tampoco los niños que estaban contigo. Pero éstos tuvieron miedo a la muerte y te cargaron la culpa. En realidad, me dormí, caí de lo alto de la casa y me maté. El juez y la multitud del pueblo, que tal vieron, exclamaron: Puesto que niño tan pequeño ha hecho tamaño prodigio, no es hijo de un hombre, sino que es un dios encarnado, que se muestra a la tierra. Y Jesús preguntó al juez: ¿Crees ya que soy inocente? Mas el juez, en su confusión, no respondía. Y todos se maravillaron de la tierna edad de Jesús y de las obras que realizaba. Y los que oían hablar de los milagros operados por él se llenaban de temor. Y el niño permaneció con vida durante tres horas, al cabo de las cuales, Jesús le dijo: Abias, duerme ahora, y descansa hasta el día de la resurrección general. Y, apenas acabó de hablar así, el niño inclinó su cabeza, y se adormeció. Ante cuyo espectáculo, los niños, presa de un miedo vivísimo, empezaron a temblar. Y el juez y toda la multitud, cayeron a los pies de Jesús y le suplicaron, diciéndole: Vuelve a ese muerto a la vida. Mas Jesús no consintió en ello y replicó al juez: Magistrado indigno e intérprete infiel de las leyes, ¿cómo pretendes imponerme la equidad y la justicia, cuando tú y toda esta ciudad, de común acuerdo, me condenabais sin razón, os negabais a dar crédito a mis palabras, y estimabais verdad las mentiras que sobre mí os decían? Puesto que no me habéis escuchado, yo tampoco atenderé a vuestro ruego. Y, esto dicho, Jesús se apartó de ellos precipitadamente, y se ocultó a sus miradas. Y, por mucho que lo buscaron, no consiguieron encontrarlo. Y, yendo a postrarse de hinojos ante José, le dijeron: ¿Dónde está Jesús, tu hijo, para que venga a resucitar a nuestro muerto? Mas José repuso: Lo ignoro, porque circula por donde bien le parece y sin mi permiso.” Capítulo 16:7-15

El evangelio de Pedro

“Empero, en la noche tras la cual se abría el domingo, mientras los soldados en facción montaban dos a dos la guardia, una gran voz se hizo oír en las alturas. Y vieron los cielos abiertos, y que dos hombres resplandecientes de luz se aproximaban al sepulcro. Y la enorme piedra que se había colocado a su puerta se movió por sí misma, poniéndose a un lado, y el sepulcro se abrió. Y los dos hombres penetraron en él. Y, no bien hubieron visto esto, los soldados despertaron al centurión y a los ancianos, porque ellos también hacían la guardia. Y, apenas los soldados refirieron lo que habían presenciado, de nuevo vieron salir de la tumba a tres hombres, y a dos de ellos sostener a uno, y a una cruz seguirlos. Y la cabeza de los sostenedores llegaba hasta el cielo, más la cabeza de aquel que conducían pasaba más allá de todos los cielos. Y oyeron una voz, que preguntaba en las alturas: ¿Has predicado a los que están dormidos? Y se escuchó venir de la cruz esta respuesta: Sí. Los circunstantes, pues, se preguntaban unos a otros si no sería necesario marchar de allí, y relatar a Pilatos aquellas cosas. Y, en tanto que deliberaban todavía, otra vez aparecieron los cielos abiertos, y un hombre que de ellos descendió y que entró en el sepulcro.” Capítulo 10.

Otros escritos de interés

Después de leer los apartes que he presentado, estoy seguro que usted volverá con gusto a leer los libros del Nuevo Testamento y los amará más, no sólo por lo que dicen sino también por lo que no dicen.

Existen sin embargo una gran cantidad de cartas, epístolas y documentos de los denominados Padres Apostólicos[4] escritos entre el 95 d.C. y el 155 d.C. que no deben ser considerados como apócrifos. Estos escritos no pretenden autoridad ni sabiduría apostólica. Son documentos edificantes que narran la vida de los primeros cristianos. Si pretendieran esa autoridad divina, sí se les considerarían como apócrifos.

Dentro de los que no pretenden autoridad divina esta la Epístola a Diogneto. Descubierta en 1436 en la ciudad de Constantinopla por Tomás de Arezzo en un códice que tenía 22 obras griegas. El documento original fue destruido por un incendio en Estrasburgo durante la guerra franco-prusiana. Afortunadamente se sacaron tres copias; una de ellas realizada en 1579 que actualmente se exhibe en la biblioteca de la Universidad de Tubinga, Alemania.

Esta Epístola ha servido de referencia en muchas homilías por su gran valor como ejemplo del ideal de una comunidad cristiana, veamos algunos de sus apartes:

“Los cristianos no se distinguen de los demás hombres, ni por el lugar en que viven, ni por su lenguaje, ni por sus costumbres. Ellos, en efecto, no tienen ciudades propias, ni utilizan un hablar insólito, ni llevan un género de vida distinto. Su sistema doctrinal no ha sido inventado gracias al talento y especulación de hombres estudiosos, ni profesan, como otros, una enseñanza basada en autoridad de hombres.

Viven en ciudades griegas y bárbaras, según les cupo en suerte, siguen las costumbres de los habitantes del país, tanto en el vestir como en todo su estilo de vida y, sin embargo, dan muestras de un tenor de vida admirable y, a juicio de todos, increíble. Habitan en su propia patria, pero como forasteros; toman parte en todo como ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña es patria para ellos, pero están en toda patria como en tierra extraña. Igual que todos, se casan y engendran hijos, pero no se deshacen de los hijos que conciben. Tienen la mesa en común, pero no el lecho.

Viven en la carne, pero no según la carne. Viven en la tierra, pero su ciudadanía está en el Cielo. Obedecen las leyes establecidas, y con su modo de vivir superan estas leyes. Aman a todos, y todos los persiguen. Se los condena sin conocerlos. Se les da muerte, y con ello reciben la vida. Son pobres, y enriquecen a muchos; carecen de todo, y abundan en todo. Sufren la deshonra, y ello les sirve de gloria; sufren detrimento en su fama, y ello atestigua su justicia. Son maldecidos, y bendicen; son tratados con ignominia, y ellos, a cambio, devuelven honor. Hacen el bien, y son castigados como malhechores; y, al ser castigados a muerte, se alegran como si se les diera la vida. Los judíos los combaten como a extraños y los gentiles los persiguen, y, sin embargo, los mismos que los aborrecen no saben explicar el motivo de su enemistad.”

 

 

 


[1] En el año 180 d.C. el obispo de Lyon, san Ireneo, clasificó este supuesto evangelio como un texto apócrifo perteneciente a una escuela gnóstica llamada cainita. Dice san Ireneo en su libro Contra los hereje: “Y dicen [los gnósticos de la escuela cainita] que Judas el traidor fue el único que conoció todas estas cosas exactamente, porque sólo él entre todos conoció la verdad para llevar a cabo el misterio de la traición, por la cual quedaron destruidos todos los seres terrenos y celestiales. Para ello muestran un libro de su invención, que llaman el Evangelio de Judas.”

[2] Los cainitas era una secta del siglo II de carácter gnóstico, que rendía veneración a todos los personajes bíblicos del Antiguo Testamento que habían sido rechazados por Dios, como Caín, Esaú, los habitantes de Sodoma, entre otros.

[3] En el siglo IV apareció un libro apócrifo llamado “Los Hechos de Pilato” que describía el juicio, muerte y resurrección de Cristo, visto a través de los ojos de Poncio Pilato. El libro destaca los acontecimientos que se encuentran en los cuatro evangelios y añade algunos detalles de índole histórico. La fiesta de San Dimas se celebra el 25 de marzo.

[4] Autores cristianos que tuvieron contacto con uno o varios de los apóstoles de Jesús.

¿La Iglesia ocultó la Biblia, para limitar el acceso a ella?

La obra del escritor italiano Umberto Eco: El nombre de la rosa[1] se desarrolla en una abadía benedictina en 1327. El personaje principal Guillermo de Baskerville debe resolver una serie de misteriosos asesinatos.

Al ir avanzando en la trama, se va descubriendo que las muertes están relacionadas con una sección escondida de la biblioteca, en la que se guardan unos libros que el Abad considera debe mantener ocultos.

En uno de sus párrafos se puede leer:

“Mirad, fray Guillermo -dijo el Abad-, para poder realizar la inmensa y santa obra que atesoran aquellos muros -y señaló hacia la mole del Edificio, que en parte se divisaba por la ventana de la celda, más alta incluso que la iglesia abacial- hombres devotos han trabajado durante siglos, observando unas reglas de hierro. La biblioteca se construyó según un plano que ha permanecido oculto durante siglos, y que ninguno de los monjes está llamado a conocer. Sólo posee ese secreto el bibliotecario, que lo ha recibido del bibliotecario anterior, y que, a su vez, lo transmitirá a su ayudante, con suficiente antelación como para que la muerte no lo sorprenda y la comunidad no se vea privada de ese saber. Y los labios de ambos están sellados por el juramento de no divulgarlo. Sólo el bibliotecario, además de saber, está autorizado a moverse por el laberinto de los libros, sólo él sabe dónde encontrarlos y dónde guardarlos, sólo él es responsable de su conservación. Los otros monjes trabajan en el scriptorium y pueden conocer la lista de los volúmenes que contiene la biblioteca. Pero una lista de títulos no suele decir demasiado: sólo el bibliotecario sabe, por la colocación del volumen, por su grado de inaccesibilidad, qué tipo de secretos, de verdades o de mentiras encierra cada libro. Sólo él decide cómo, cuándo, y si conviene, suministrarlo al monje que lo solicita, a veces no sin antes haber consultado conmigo. Porque no todas las verdades son para todos los oídos, ni todas las mentiras pueden ser reconocidas como tales por cualquier alma piadosa, y, por último, los monjes están en el scriptorium para realizar una tarea determinada, que requiere la lectura de ciertos libros y no de otros, y no para satisfacer la necia curiosidad que puedan sentir, ya sea por flaqueza de sus mentes, por soberbia o por sugestión diabólica.”

El autor de este libro logró recoger muy bien el pensamiento generalizado de muchas personas en torno a la pregunta de este capítulo.

Durante siglos y aun en nuestros días, gran cantidad de personas han pensado que la Iglesia ha tenido el poder de controlar los cientos, miles e inclusive millones de ejemplares de la Santa Biblia y decidir a su antojo quién sí o quién no puede tener acceso a la misma.

No pongo en duda que personajes como este Abad usado por Umberto Eco no hayan existido en realidad, pero su comportamiento no obedece a una política o norma emanada del Código del Derecho Canónico, sino a su criterio particular y movido por su propio entender.

El numeral 86 del Catecismo de la Iglesia Católica dice:

“El Magisterio no está por encima de la palabra de Dios, sino a su servicio, para enseñar puramente lo transmitido, pues por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo, lo escucha devotamente, lo custodia celosamente, lo explica fielmente; y de este único depósito de la fe saca todo lo que propone como revelado por Dios para ser creído”.

Así que no debemos confundir ese enorme celo que la Iglesia ha ejercido sobre la Palabra de Dios, con manipulación u ocultamiento como escandalosamente se ha querido presentar; este celo ha sido más ferviente en unas épocas que en otras.

La labor de custodiar intacta la preservación de esa palabra es una labor que la Iglesia ha ejercido, ejerce y ejercerá hasta el fin de los tiempos. Es el mismo caso de cualquier obra literaria que sea publicada, en la cual la casa editorial que lo hace, cela que nadie copie, ni mucho menos tergiverse cualquiera de sus obras.

A diferencia de la casa editorial que ante una violación a los derechos de autor puede llegar a acudir a los tribunales de justicia para alcanzar una compensación o sacar de circulación la obra plagiada, la Iglesia no cuenta con este poderoso instrumento.

La Biblia en su esencia carece de unos derechos de autor que la protejan.

Hoy en día vemos como una persona puede tomar una Biblia y hacer un supuesto trabajo de traducción como a él bien le parezca, imprimirla y venderla bajo el título de Biblia de XYZ.

Así es como vemos hoy en las librerías, biblias empleadas por ciertos grupos religiosos que han introducido una serie de interpretaciones que van en total contravía con la teología católica y con una correcta traducción e interpretación de los textos originales.

En la constitución dogmática Dei Verbum del concilio vaticano II, en su capítulo VI versículo 21 dice:

“La Iglesia ha venerado siempre las Sagradas Escrituras al igual que el mismo Cuerpo del Señor…”

Esta veneración a las Sagradas Escrituras se hace más evidente en algunas Iglesias orientales, en donde la adoración al Santísimo se hace con la Biblia en vez de hacerlo con el cuerpo de Cristo en la hostia consagrada.

Al igual que la Iglesia cuida con extremo celo que en las celebraciones eucarísticas nadie vaya a salir con una hostia consagrada sin la debida aprobación del sacerdote, ha celado con el mismo rigor hasta donde le ha sido posible que las Sagradas Escrituras no caigan en manos indebidas.

No se puede negar que dicho control ha sido más y más difícil de ejercer en proporción al número de copias antes de la aparición de la imprenta y por supuesto, después de ella.

La edad media, donde nace el mito

Es la caída del imperio romano a mano de los bárbaros en el siglo V la que da comienzo a la edad media, extendiéndose hasta el siglo XV.

Durante este período nace y toma fuerza la falsa idea de la manipulación, aduciendo entre otras razones que la Iglesia se aprovechó del analfabetismo de la gente y a la falta de traducciones a lenguas vernáculas[2].

La parte occidental de ese antiguo imperio romano hablaba el latín. Es en este lenguaje en el que estaba la traducción conocida como La Vulgata Latina. La parte oriental hablaba entre otros el griego. Es en este lenguaje en el que estaba la traducción conocida como la Septuaginta. Es claro que el idioma no fue un impedimento para que los que supieran leer tuvieran acceso a las Sagradas Escrituras.

Pese a esto, conocemos de algunas traducciones que se hicieron a lenguas vernáculas durante la alborada de este período. Veamos algunos ejemplos:

  • Los santos católicos Cirilio y Metodio tradujeron la Biblia al búlgaro antiguo en el siglo IX.
  • El obispo Ulfilas, evangelizador de los godos de Dacia y Tracia, tradujo la Biblia al gótico pocos años antes que San Jerónimo acabará La Vulgata Latina.
  • El monje católico Beda el Venerable tradujo al anglosajón o inglés antiguo el Evangelio de San Juan poco antes de su muerte, acaecida en el año 735.
  • El gran historiador Giuseppe Ricciotti (1890–1964), nos informa en su introducción a la Sagrada Biblia que en Italia “la Biblia en lengua vulgar era popularísima en los siglos XV y XVI“, y que “desde el siglo XIII se poseen” traducciones italianas de la Biblia aunque “se trata de traducciones parciales“.
  • Guyart Desmoulins hizo una traducción al francés a finales del siglo XIII.
  • En el siglo XIV se hizo en Baviera una traducción total que el impresor alsaciano Juan Mentelin hizo estampar en Estrasburgo en 1466, y que con algunas modificaciones fue reimpresa trece veces antes que apareciese la de Lutero, llegando a ser como una Vulgata alemana.
  • En 1280 por orden del rey Alfonso el Sabio, vio la luz la traducción al español de la que llegará a conocerse como la Biblia Alfonsina.

El dinero ciertamente fue una gran limitación en la divulgación de la Palabra entre más miembros de la Iglesia. Copiar una Biblia era un proceso extremadamente dispendioso y costoso que involucraba muchas manos, materiales y tiempo. Antes de la imprenta, e inclusive varios siglos después, los papiros eran copiados a mano tras un gravoso trabajo manual de transcripción, revisión e ilustración. Un monje debía prepararse por muchos años antes que se le permitiera participar en las labores de copiado en los scriptoriums.

“El que no sepa escribir puede pensar que esto no es una gran hazaña. Basta con intentarlo para comprender cuán ardua es la tarea del amanuense[3]. Cansa la vista, produce dolor de espalda y comprime el pecho y el estómago: es un auténtico suplicio para el cuerpo” Prior Petrus, Monasterio Español, Siglo XII.

El costo físico de los materiales empleados era sumamente elevado, y la Biblia no era el único libro que se copiaba en los monasterios, aunque era el que tenía mayor preferencia, también se copiaban los libros litúrgicos, los libros de los Padres de la Iglesia, obras de teología dogmática o moral, crónicas, anales, vidas de los santos, historias de la iglesia o monasterios y, finalmente, autores profanos. Las copias de la Biblias disponibles para los laicos eran escasas ya que el principal objetivo al hacerlas, era el de difundirlos entre la comunidad clerical, y no se acostumbraba hacer copias completas de la Biblia. Generalmente quien poseyera una Biblia completa era porque había obtenido sus diversos libros en diferentes épocas y lugares.

Para producir un libro de 340 páginas, como la obra maestra del arte celta, el Libro de Kells (siglo VIII), se requerían unas 200 pieles de ternera. Un catálogo Urbino (siglo XV) menciona un manuscrito tan grande que se necesitaba de tres hombres para su traslado[4]; y en Estocolmo se conserva una Biblia gigantesca escrita en piel de burro del siglo XIII, cuyas dimensiones le han dado el nombre de “Codex Gigas”[5].

Índice Romano

En 1934 la Asociación de Productores Cinematográficos de Estados Unidos —actualmente la Motion Picture Association of America MPAA— publicó un código conocido como el “Código Hays” en donde se determinaba qué era lo que se podía y lo que no se podía proyectar en las salas de cine de los Estados Unidos. Este sistema de censura se abandonó en 1967 para darle paso a la clasificación por edades que existe hasta nuestros días.

El Departamento de Estado de los Estados Unidos en su portal IIP DIGITAL, publicó en su boletín del 7 de mayo del 2013 un artículo titulado “Una mirada a la libertad de expresión” en el que dice:

“Si bien la Primera Enmienda dispone protecciones muy amplias para la libertad de expresión en Estados Unidos, esta libertad no es absoluta. Por lo general, el gobierno tiene mayor arbitrio para imponer restricciones neutras en cuanto al contenido que restricciones en función del contenido…Aunque las restricciones en función del contenido generalmente son inadmisibles, existen algunas excepciones muy específicas. De conformidad con la Primera Enmienda, entre las categorías de expresión que pueden restringirse figuran la incitación a actos violentos inminentes, amenazas reales, expresiones difamatorias y obscenidad…En Estados Unidos, las expresiones difamatorias consisten en declaraciones falsas que vulneran el carácter, la fama o la reputación de una persona…Las obscenidades se pueden restringir de conformidad con la Primera Enmienda, pero se ha producido un prolongado debate sobre qué se considera obscenidad y cómo se debe regular.”

Con esto he querido mostrar que, siendo Estados Unidos el país que ostenta el título del “País de las libertades”, cuenta con una política de censura. Igualmente nuestra Iglesia ha censurado cierto material.

Cuando san Pablo logró a través de sus prédicas la conversión de muchos paganos en Éfeso, ellos hicieron una quema de libros de brujería.

“También muchos de los que creyeron llegaban confesando públicamente todo lo malo que antes habían hecho, y muchos que habían practicado la brujería trajeron sus libros y los quemaron en presencia de todos. Cuando se calculó el precio de aquellos libros, resultó que valían como cincuenta mil monedas de plata.” Hechos 19:18-19

En el año 325 d.C. el emperador Constantino ordenó, por determinación del primer concilio ecuménico de Nicea, la quema de todas las copias del libro titulado Thalia del presbítero de Alejandría llamado Arrio. En su obra sostenía que Dios había creado a su Hijo de la nada, lo que implicaba que hubo un tiempo en el que el Hijo no existía. Esto dio nacimiento a la doctrina herética conocida como arrianismo.

El papa Inocencio I redactó en el 405 la primera lista de libros prohibidos que por su contenido eran condenados por la santa sede. Esta lista se conoce como el “Índice Romano” o “Index librorum prohibitorum et expurgatorum”. Nunca existió una prohibición general, sino solamente la de las obras que se incluyeran en esta lista.

No fue sino hasta 1897 que el papa León XIII volvió a abordar este tema de una forma más profunda y extensa. Antes de eso y en términos generales, la santa sede solo se había limitado a mantener actualizada esta lista.

En la bula[6] conocida como “Officiorum Ac Munerum” el papa incluye libros heréticos, supersticiosos, inmorales, escritos insultantes contra Dios, la Virgen María, los santos o la Iglesia. Igualmente incluye todas las ediciones y versiones de las Sagradas Escrituras, del misal y de los breviarios que no han sido aprobadas por las autoridades eclesiásticas competentes. Se incluyen también libros y escritos que contengan nuevas apariciones, revelaciones, visiones, milagros o los que tratan de introducir devociones nuevas, públicas o privadas, que carezcan de aprobación eclesiástica legítima.

La encíclica de Pío X “Pascendi Dominici Gregis” publicada en 1907, no sólo confirma los decretos generales de León XIII sino que pone especial énfasis en los párrafos que tratan de la censura previa que debe hacerse antes que una publicación vea la luz pública.

Jamás la Iglesia ha prohibido o censurado la lectura de las Sagradas Escrituras a los laicos, todo lo contrario, la ha fomentado y exhortado como veremos a continuación.

El Concilio Vaticano Segundo

En épocas más recientes la Iglesia ha emitido una serie de documentos exhortando a su feligresía a la lectura de las Sagradas Escrituras y encargando a la cúpula eclesiástica la vigilancia de las traducciones. Nuevamente citando la constitución dogmática “Dei Verbum” del Concilio Vaticano II, en su capítulo VI versículo 22 titulado “Se recomiendan las traducciones bien cuidadas” se lee:

“Es conveniente que los cristianos tengan amplio acceso a la Sagrada Escritura… Pero como la palabra de Dios debe estar siempre disponible, la Iglesia procura, con solicitud materna, que se redacten traducciones aptas y fieles en varias lenguas, sobre todo de los textos primitivos de los sagrados libros.”

Y en su versículo 25 titulado “Se recomienda la lectura asidua de la Sagrada Escritura” dice:

“De igual forma el Santo Concilio exhorta con vehemencia a todos los cristianos en particular a los religiosos, a que aprendan “el sublime conocimiento de Jesucristo”, con la lectura frecuente de las divinas Escrituras. “Porque el desconocimiento de las Escrituras es desconocimiento de Cristo”. Lléguense, pues, gustosamente, al mismo sagrado texto, ya por la Sagrada Liturgia, llena del lenguaje de Dios, ya por la lectura espiritual, ya por instituciones aptas para ello, y por otros medios, que con la aprobación o el cuidado de los Pastores de la Iglesia se difunden ahora laudablemente por todas partes. Pero no olviden que deben acompañar la oración a la lectura de la Sagrada Escritura para que se entable diálogo entre Dios y el hombre; porque: a El hablamos cuando oramos, y a El oímos cuando leemos las palabras divinas.

Incumbe a los prelados, “en quienes está la doctrina apostólica”, instruir oportunamente a los fieles a ellos confiados, para que usen rectamente los libros sagrados, sobre todo el Nuevo Testamento, y especialmente los Evangelios por medio de traducciones de los sagrados textos, que estén provistas de las explicaciones necesarias y suficientes para que los hijos de la Iglesia se familiaricen sin peligro y provechosamente con las Sagradas Escrituras y se penetren de su espíritu.

Háganse, además, ediciones de la Sagrada Escritura, provistas de notas convenientes, para uso también de los no cristianos, y acomodadas a sus condiciones, y procuren los pastores de las almas y los cristianos de cualquier estado divulgarlas como puedan con toda habilidad.”

Exhortaciones

A continuación expongo algunas exhortaciones hechas por prominentes figuras de nuestra Iglesia a través de los años, en dónde desvirtuando la falsa creencia de una política de mantener a los fieles alejados de las Sagradas Escrituras, invitan a los fieles a leerlas, conocerlas, profundizarlas y meditarlas.

 

Siglo Autor Exhortación
II San Ireneo Leed con mayor empeño el Evangelio que nos ha sido transmitido por los apóstoles.
III San Cipriano de Cartago El cristiano que tiene fe se dedica a la lectura de las Sagradas Escrituras.
IV San Ambrosio de Milán No deje nuestra alma de dedicarse a la lectura de las Letras Sagradas, a la meditación y a la oración, para que la Palabra de Aquel que está presente, sea siempre eficaz en nosotros.
V San Jerónimo Cultivemos nuestra inteligencia mediante la lectura de los Libros santos: que nuestra alma encuentre allí su alimento de cada día.
VI San Benito de Nursia ¿Qué página o qué sentencias hay en el Antiguo y Nuevo Testamento, que no sean una perfectísima norma para la vida humana?
VII San Gregorio Magno ¿Cómo te descuidas de leerlas y no manifiestas ardor y prontitud en saber lo que en ellas se contiene? Por lo cual, te encargo que te apliques a ese estudio con la mayor afición y que medites cada día las palabras de tu Creador.
VIII San Beda Te ruego encarecidamente que te dediques en primer lugar a la lectura de los Libros Sagrados, en los cuales creemos encontrar la vida eterna.
IX San Nicolás Exhorta a los fieles al descanso dominical para que el cristiano pueda dedicarse a la oración y ocuparse de la Sagrada Escritura.
XI San Pedro Damián Siempre dedícate a la lectura de la Sagrada Escritura. A esto entrégate enteramente y persevera y vive con ella.
XII San Bernardo Tenemos necesidad de leer la Sagrada Escritura, puesto que por ella aprendemos lo que debemos hacer, lo que hay que dejar y lo que es de apetecer.
XIII Gregorio IX Siendo probado, como lo es, que la ignorancia de la Escritura ha originado muchos errores, todos tienen que leerla o escucharla.
XV Tomás de Kempis Así me diste, oh Señor, como a enfermo, tu sagrado Cuerpo para recreación del ánima y del cuerpo, y pusiste para guiar mis pasos una candela que es tu Palabra. Sin estas dos cosas ya no podría yo vivir bien, porque la Palabra de tu boca, luz es de mi alma, y tu Sacramento es pan de vida.
XVI Adriano VI Todo hombre peca…si estima más las ciencias profanas que las divinas, y lee más los libros mundanos que los sagrados.
XVII San Francisco de Sales De la misma manera que el apetito es una de las mejores pruebas de salud corporal, al gustar de la Palabra de Dios, que es un apetito espiritual, es también señal bastante segura de la salud espiritual del alma.
XVIII Pío VI Es muy loable tu prudencia, con la que has querido excitar en gran manera a los fieles a la lectura de las Santas Escrituras, por ser ellas fuentes que deben estar abiertas para todos, a fin de que puedan sacar de allí la santidad de las costumbres y de la doctrina.
XIX Gregorio XVI Son muchos los testimonios de la más absoluta claridad que demuestran el singular empeño que los Romanos Pontífices y por mandato suyo los demás obispos de la cristiandad, han puesto en los últimos tiempos para que los católicos de todos los países traten de posesionarse con afán de la palabra divina.
XX Benedicto XV ¿Quién no ve las ventajas y goces que reserva a los espíritus bien dispuestos la lectura piadosa de los Libros santos? Jamás cesaremos de exhortar a todos los cristianos a que hagan su lectura cotidiana de la Biblia.
XXI Francisco Y con esto nosotros hacemos crecer la esperanza, porque tenemos fija la mirada sobre Jesús. Hagan esta oración de contemplación. ‘¡Pero tengo tanto que hacer!’; ‘pero en tu casa, 15 minutos, toma el Evangelio, un pasaje pequeño, imagina qué cosa ha sucedido y habla con Jesús de aquello. Así tu mirada estará fija sobre Jesús, y no tanto sobre la telenovela, por ejemplo; tu oído estará fijo sobre las palabras de Jesús, y no tanto sobre las charlas del vecino, de la vecina…

 

 

 


[1] Premio Strega en 1981 y Editors’ Choice de 1983 del New York Times.

[2] Traducciones en el lenguaje propio de cada país o región.

[3] Persona que tiene por oficio escribir a mano, copiando o poniendo en limpio escritos ajenos, o escribiendo lo que se le dicta.

[4] Edmond Henri Joseph Reusens, “Paléographie”, P. 457.

[5] Su tamaño es de 92 x 50,5 x 22 cm, contiene 624 páginas y pesa 75kg.

[6] Una bula es un documento sellado con plomo sobre asuntos religiosos expedidos por la Cancillería Apostólica papal sobre determinados asuntos de importancia dentro de la administración clerical e incluso civil.

 

¿Por qué la Iglesia no nos enseña más de la Biblia?

Esta pregunta que está en la mente de muchos católicos, nace básicamente del sentimiento generalizado de ver que personas de otras religiones cristianas citan de memoria pasajes enteros de la Biblia cuando estamos argumentando sobre un determinado tema. Nuestro hermano cristiano apoya su argumento en la Biblia, dice: “En Mateo capítulo 4, versículos del 6 al 10 dice tal y tal cosa, y en el libro del Éxodo, capítulo 12, versículos del 11 al 17 dice tal y tal otra cosa” y recitan de memoria los mencionados pasajes bíblicos, pero nuestros argumentos tienden a ser débiles, poco profundos y dejan al descubierto nuestra ignorancia. Sentimos que a ellos su Iglesia si les enseña de la Biblia y a nosotros no.

Pregunto: ¿Alguien está impidiendo a estos católicos que lean la Biblia y se memoricen algunos pasajes de ella?

Los testigos de Jehová tienen por obligación asistir como mínimo dos veces por semana a lo que ellos llaman El Salón del Reino. Una vez durante el fin de semana que dura entre dos y tres horas y la otra entre semana, que dura poco más de dos horas. En ambas reuniones emplean más de la mitad del tiempo en la lectura y estudio de la Biblia.

Por mi parte, conozco muchos católicos que escasamente asisten a la misa los domingos y se molestan si el sacerdote se extiende por más de una hora en ella. Imagino la deserción tan grande que habría donde el sacerdote decida emplear una hora o más, solo a la profundización de la Biblia durante la misa en vez de los cinco minutos que emplean actualmente.

Según el departamento de estadísticas laborales de los Estados Unidos, un americano entre los 25 y 54 años de edad con hijos gasta en promedio: 54 horas a la semana durmiendo, 44 trabajando, 34 practicando alguna actividad recreativa (deportes, ver televisión, etc.) o al descanso, 11 interactuando con la familia y amigos, 10 transportándose, 9 alimentándose y 7 haciendo tareas domésticas.

En una misa dominical se emplean 45 minutos en los ritos, 10 minutos en la homilía y cinco minutos a la lectura de la Biblia. ¿Ósea que con tan solo esos cinco minutos semanales queremos aprender mucho de las Sagradas Escrituras? ¿Pretendemos adquirir el mismo o mayor nivel de conocimiento, empleando tan solo cinco minutos semanales frente al que emplea tres horas o más?

Algunas personas tienen la falsa idea de pensar que porque una persona diga de memoria un pasaje bíblico, es porque sabe mucho de la Biblia. Alguien que recita pasajes de la Biblia, solo indica que tiene buena memoria; otras personas dicen haber leído la Biblia desde la primera página hasta la última, eso indica que son muy buenos lectores.

Acá estoy hablando de conocer en profundidad la Palabra de Dios, de meditarla, de grabarla en el corazón, de entender su propósito y significado y finalmente de hacer viva esa palabra en todas nuestras actividades del día.

El Leccionario

El Leccionario es el libro que contiene las lecturas bíblicas que han de ser leídas durante la misa de cada día del año según el calendario litúrgico. A diferencia de las iglesias cristianas en que es el pastor quien decide autónomamente las lecturas para cada servicio religioso, en la Iglesia católica es la jerarquía romana quien lo determina y se consigna en este libro.

Esta podría ser una de las razones por las cuales hay personas que encuentran tan atractivas estas iglesias, porque obviamente el pastor selecciona aquellas lecturas que nos muestran el lado amoroso y misericordioso de nuestro Señor Jesucristo, pero no escogen aquellas que nos hablan de una cruz que hay que cargar para poder seguir a Jesús[1].

No tenemos una fecha exacta de cuándo se escribió por primera vez un leccionario.

San Juan Crisóstomo, doctor de la Iglesia nacido en Antioquía en el año 347 d.C. en una homilía[2] pronunciada en su ciudad natal, exhortó a sus oyentes a que lean con anterioridad los pasajes de la Escritura que van a ser leídos y comentados en la misa del día siguiente. Es decir que ya para esa época existía una referencia escrita y de conocimiento público de lo que sería un leccionario primitivo.

El Leccionario solo contiene lecturas bíblicas pero ordenadas de una forma diferente a las de la Biblia. Al principio de ella nos encontramos con el Génesis y al final con el Apocalipsis. El Leccionario comienza con las lecturas: una del Antiguo Testamento, un salmo, una Epístola del Nuevo Testamento y un Evangelio para el primer día del año litúrgico del primer ciclo y termina con las del último día del año litúrgico del último ciclo.

Estos ciclos que son tres y que duran un año cada uno: A, B y C, son la forma en que el Concilio Vaticano II escogió para dividir la lectura de la Biblia en la misa dominical durante tres años. En el ciclo A, la mayoría de las lecturas son del evangelio de Mateo, en el B son de las de Marcos y en el C son las de Lucas. El de Juan se utiliza a lo largo del año en las fechas y fiestas especiales de la Iglesia tales como la cuaresma, pascua, navidad, etc.

Para la misa entre semana solo hay dos ciclos: I (uno en números romanos) para los años impares y II (dos en números romanos) para los años pares, cubriendo los tres evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas).

Es decir que si una persona asiste a misa todos los domingos, en tres años habrá escuchado aproximadamente toda la Biblia. Y si una persona asiste a misa entre semana la habrá escuchado casi toda en dos años. Así que contrario a la falsa creencia que la Iglesia no nos enseña la Biblia, lo hace leyéndonosla en su totalidad en la Santa misa y nos la explica a través de las homilías del sacerdote.

Cursos bíblicos

Uno de los recursos que tiene un católico para conocer y aprender más de la Biblia, son los cursos bíblicos. Hoy en día prácticamente en todas las parroquias se ofrecen cursos y talleres de Biblia; algunas ofrecen clases bíblicas para niños, adolescentes, mujeres, para toda la familia y para diversos grupos con perfiles diferentes.

En internet las posibilidades se multiplican por cientos. Se pueden encontrar una variedad de cursos para todas las audiencias, en diversos niveles y en diferentes idiomas. Puede en algunos casos inscribirse en las clases y recibir en su correo electrónico las lecciones que debe estudiar y los cuestionarios que debe llenar.

En las librerías católicas también se pueden encontrar una gran variedad de estos cursos.

Audiolibros y videos son otra fuente grande de posibilidades para aquellos que quieren aprender y dominar la Biblia como lo hacen otras personas de otras religiones. Haciendo énfasis en el dominio más que en la memoria, porque para memorizar solo se necesita tener el pasaje Bíblico y repetirlo hasta aprendérselo.

Según una encuesta realizada en junio del 2010 por el CARA[3] –organización sin ánimo de lucro afiliada a la Universidad Georgetown de Washington– entre los católicos nacidos después de 1981 solamente el 1% había leído un libro de carácter religioso durante el último año.

El problema no es que la Iglesia no nos enseñe sobre la Biblia –que sí lo hace–, sino que no queremos hacer un esfuerzo adicional por aprender más de ella.

Espero en este punto del libro haber despertado un poco más su interés y que empiece lo más pronto posible a buscar la mejor alternativa para conocer y meditar más sobre la Palabra de Dios.

 


[1]Luego Jesús dijo a sus discípulos: —Si alguno quiere ser discípulo mío, olvídese de sí mismo, cargue con su cruz y sígame” Mateo 16:24

[2] Esta homilía se conoce como la Homilía de Lázaro.

[3] Center for applied research in the apostolate.

¿Por qué los sacerdotes no se pueden casar?

Por qué los sacerdotes no se casan? Es la pregunta que muchos católicos y no católicos se hacen, más con el propósito de una crítica que con real deseo de conocer una respuesta seria.

La frecuencia con que formulan esta pregunta, depende de si recientemente ha habido algún tipo de escándalo sexual en el que esté involucrado un sacerdote católico.

Les he preguntado a algunas personas mayores si recuerdan en su juventud que la gente hiciera esta consulta; muchos me han contestado que sí. Esto me hace pensar que esta inquietud no es nueva, que ha debido de estar en las mentes de los laicos por muchos años o siglos, y digo en la mente de los laicos y no de los sacerdotes, ya que ellos no hacen este cuestionamiento. Ellos han tenido años para meditarla y madurarla durante su permanencia en el seminario y han escogido y aceptado libremente ser sacerdotes con todas las condiciones que la Iglesia requiere para esa vocación. El celibato es una de ellas, pero no la única.

El celibato según el diccionario de la Real Academia Española es sinónimo de soltería, sin embargo el término es más asociado a una opción de vida que al hecho de no estar casado.

En las personas del mundo occidental, esta palabra ha estado vinculada a la Iglesia católica romana y en las personas del mundo oriental, lo ha estado mucho más a través del Hinduismo y del Budismo entre otras religiones.

La Iglesia ha tenido desde sus orígenes en una muy alta estima el celibato eclesial, no como un desprecio hacia el matrimonio, sino como exaltación a ese profundo deseo de imitar a Jesús que fue célibe. Decía en una ocasión Monseñor Héctor Aguer, Arzobispo de La Plata: “El celibato sacerdotal es una verdadera perla preciosa que la Iglesia custodia desde hace siglos“. Un sacerdote que vive su vocación es un tesoro de Dios para el mundo. Por ello, Gandhi decía: “El nervio de la Iglesia católica, aquello que le da vigor y cubre todas sus manchas, es el celibato de sus sacerdotes.“. Ambas vocaciones: celibato y matrimonio, fueron temas tratados por Jesús y registrados en los evangelios.

Empecemos por aclarar que la pregunta como la hace el común de la gente, está mal formulada. ¿Por qué los sacerdotes no se casan? ¿Por qué Roberto no se casa? ¿Por qué Carlos y Helena no se casan?, la respuesta en los tres casos es la misma: porque no quieren. La pregunta correcta sería ¿Por qué la Iglesia del rito latino no ordena como sacerdotes a hombres casados?

Si el sacerdote Luis se enamora de Carmen que es tan buena mujer y es muy cristiana ¿se pueden casar?

La respuesta es sí, solo que hay un largo camino para lograrlo. Luis tiene primero que solicitar la reducción al estado laical[1] con la dispensa de las obligaciones sacerdotales a la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, como lo establece el Código de Derecho Canónico y si el papa la concede, se pueden casar[2]. Igual que el laico Jaime, que habiendo estado casado por lo civil con Luz y quiere casarse con Adriana, debe solicitar la separación de Luz a una corte civil y si esta la concede pueden contraer nupcias nuevamente.

¿Si el papa concede la dispensa a un sacerdote, le puede seguir sirviendo a la Iglesia como sacerdote?

No como sacerdote. De muchas otras formas, pero no como sacerdote. Igual que Juan que es colombiano de nacimiento le puede servir de muchas formas a los Estados Unidos, pero no como presidente del país, ya que ese es un servicio solo posible para los nacidos en territorio estadounidense.

Si Enrique que después de muchos años de noviazgo con Constanza se quiere casar, ha sentido un fortísimo llamado del Señor para servirle, ¿le puede servir al Señor como hombre casado?

Si lo puede hacer; ordenándose como diácono dentro de la Iglesia católica romana u ordenándose como sacerdote dentro de la Iglesia católica ortodoxa en uno de los varios ritos que ordenan hombres casados como presbíteros. En esta segunda opción nunca podría llegar a ser obispo ya que este cargo es reservado para los sacerdotes célibes.

Hace unos años en la ciudad de Miami, un popular sacerdote católico fue fotografiado besándose con una mujer en la playa. Cuando estalló el escándalo, muchas personas católicas y no católicas, se congregaron al frente de varias Iglesias para demandar la abolición del celibato. Se apropiaron de esta causa que consideraban injusta y antinatural. Según ellos, estaban velando por el bienestar de sus sacerdotes.

Me gustaría algún día ver la misma preocupación de esas personas para pedir por ejemplo que el gobierno estadounidense les quite el régimen tributario más oneroso que les imponen a los sacerdotes, o para pedir por una mejor retribución económica para ellos.

Tampoco se escucha mucho de personas que demanden por la abolición del celibato para las monjas, como si las razones que invocan para los hombres no fueran extensivas también para las mujeres.

¿Deberían las mujeres protestar porque la Federación Internacional de Futbol Asociado (FIFA) no permite equipos mixtos en sus mundiales de futbol? ¿Deberíamos protestar porque en las bibliotecas públicas de los Estados Unidos, no permiten el ingreso de las personas en vestido de baño?

Todas las instituciones tienen sus normas y sus miembros las aceptan voluntariamente. Si no les parece o no están de acuerdo, pues no se vinculan a esa institución y buscan otra que si se acomode a sus gustos y preferencias.

Pero, Pedro era casado

Pero si Pedro, que fue el primer papa que hubo en la tierra, escogido por Jesús era casado, ¿por qué no pueden serlo los sacerdotes de hoy en día?

“Jesús fue a casa de Pedro, donde encontró a la suegra de éste en cama y con fiebre. Jesús tocó entonces la mano de ella, y la fiebre se le quitó, así que ella se levantó y comenzó a atenderlo.” Mateo 8:14-15

La Biblia nos permite asegurar que ciertamente Pedro era casado, y aunque es el único de los apóstoles al que se le comprueba su estado civil, es válido pensar que él no era el único.

Sin embargo en su deseo de imitar a Jesús, dejaron a sus esposas, a sus hijos y a sus familias para entregarse de lleno a su misión evangelizadora.

“Y Pedro dijo: He aquí, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. Entonces Él les dijo: En verdad os digo: no hay nadie que haya dejado casa, o mujer, o hermanos, o padres o hijos por la causa del reino de Dios, que no reciba muchas veces más en este tiempo, y en el siglo venidero, la vida eterna.” Lucas 18:28-30

Jesucristo respaldó y exhortó esta disciplina que tomó muchos años entenderla, madurarla y adoptarla en plenitud:

“Hay diferentes razones que impiden a los hombres casarse: unos ya nacen incapacitados para el matrimonio, a otros los incapacitan los hombres, y otros viven como incapacitados por causa del reino de los cielos. El que pueda entender esto, que lo entienda.” Mateo 19:12

Toda la prédica de Jesús giró en torno a lo que hay que hacer y dejar de hacer por causa del reino de los cielos, y aquí nos esta mencionando esta otra. Esta disciplina no está dirigida a todos los hombres sino sólo a aquellos que la puedan entender, es decir los que tengan esta vocación.

Si existe un grupo que sí lo puede entender, también hay un grupo que no lo puede hacer, que son los que demandan la abolición de esta práctica. Ser sacerdote exige una serie de renuncias, sacrificios y entregas que no todos pueden comprender.

Les he preguntado a varios sacerdotes cuál de los votos de obediencia, castidad y pobreza les ha resultado más difícil de cumplir y todos me han contestado lo mismo: el de la obediencia. Esto no todos lo entienden. Dice el padre Jordi Rivero, sacerdote católico de la Arquidiócesis de Miami, “Soy célibe, no por una imposición arbitraria sino por una llamada de Dios a la cual asiento con todo mi corazón y con profundo agradecimiento y alegría.

San Pablo, que nunca se casó, se extiende un poco más en este tema al explicar la razón detrás de esta vocación:

“Yo quisiera librarlos a ustedes de preocupaciones. El que está soltero se preocupa por las cosas del Señor, y por agradarle; pero el que está casado se preocupa por las cosas del mundo y por agradar a su esposa, y así está dividido. Igualmente, la mujer que ya no tiene esposo y la joven soltera se preocupan por las cosas del Señor, por ser santas tanto en el cuerpo como en el espíritu; pero la casada se preocupa por las cosas del mundo y por agradar a su esposo. Les digo esto, no para ponerles restricciones, sino en bien de ustedes y para que vivan de una manera digna, sirviendo al Señor sin distracciones.” 1 Corintios 7:32-35

En el libro del Apocalipsis (14:1-5) se hace mención de un grupo de ciento cuarenta y cuatro mil[3] personas[4] que tenían escrito el nombre del Cordero en sus frentes, y que habían permanecido célibes. En ese mismo capítulo se cuenta del premio que ellos recibieron.

Ya desde la antigüedad varios historiadores cristianos y algunos padres de la Iglesia, nos cuentan como el celibato fue ganando popularidad dentro de las comunidades cristianas, extendiéndose entre las Iglesias Orientales y Occidentales.

El padre de la Iglesia Quinto Septimio Florente Tertuliano, más conocido como Tertuliano, escribe una carta en el año 208 que tituló De exhortatione castitatis[5] en la que hace una exposición de argumentos en favor de esta práctica y como había sido adoptada por muchas de las Iglesias.

 

 

Historia del celibato eclesial

El celibato sacerdotal nunca ha sido parte de los dogmas[6] de la Iglesia, sino una disciplina eclesiástica que ha tenido modificaciones a lo largo de la historia y que teóricamente podría seguir teniéndolos. De darse estos cambios, ello no constituiría una variación en las posturas dogmáticas de nuestra Iglesia. En su Teología del Cuerpo de 1983, el papa Juan Pablo II afirmaba:

“El don recibido por las personas que viven en el matrimonio es diferente del que reciben las personas que viven en virginidad y han elegido la continencia por el bien del reino de Dios. De todos modos, es un verdadero regalo de Dios, un regalo del propio, destinado a personas concretas. Es específico, es decir, adecuada a su vocación en la vida. Por lo tanto, se puede decir que el Apóstol subraya también la acción de la gracia en cada persona —en el que vive en el matrimonio no menos que en el que voluntariamente elige la continencia—.”

Tomó poco más de un siglo perfeccionar el celibato sacerdotal al nivel que lo conocemos hoy, pero desde el origen mismo de la Iglesia, ésta fue una disciplina muy valorada que conjugaba bien con la labor sacerdotal.

Haciendo un resumen se puede ver la evolución del celibato en tres grandes períodos:

Desde el principio hasta el siglo IV: Para Moisés la abstinencia fue un requisito para poder participar en la rendición de culto que el pueblo de Israel le iba a ofrecer a Dios pocos meses después de haber salido de Egipto: “Moisés bajó del monte a preparar al pueblo para que rindiera culto a Dios. La gente se lavó la ropa y Moisés les dijo: —Prepárense para pasado mañana, y mientras tanto no tengan relaciones sexuales.” Éxodo 19:14-15.

El profeta Jeremías fue célibe por mandato de Dios “El Señor se dirigió a mí, y me dijo: «No te cases ni tengas hijos en este país.” Jeremías 16:1-2.

Los sacerdotes del pueblo de Israel tenían por costumbre el abstenerse de tener relaciones sexuales con sus esposas cuando les correspondía hacer el servicio en el santuario.

San Pablo, el gran arquitecto de nuestra Iglesia fue una persona célibe que recomendaba, más no imponía, que aquellos que se entregaran al servicio del Señor, imitaran su ejemplo:

“Personalmente, quisiera que todos fueran como yo; pero Dios ha dado a cada uno diferentes dones, a unos de una clase y a otros de otra. A los solteros y a las viudas les digo que es preferible quedarse sin casar, como yo.” 1 Corintios 7:7-8

El judío de la época tenía muy arraigado el mandato: “Creced y multiplicaos y poblad la tierra”. Así que no abundaban en número la cantidad de personas célibes, por lo que los apóstoles limitaron sus criterios de selección para el sacerdocio a una conducta irreprochable[7]. Si eran casados: hombres de una sola mujer, a la que amarían como Cristo nos amó. Si eran solteros: que honraran su estado.

El celibato fue muy valorado y admirado durante estos primeros siglos. Muchos de los obispos, diáconos y otros servidores, fueron célibes y propagaron su ejemplo dentro de sus comunidades.

Tertuliano en su carta De exhortatione castitatis y Orígenes en su escrito In Leviticum dan testimonio de este hecho.

Del siglo IV al XII: La más antigua prueba documentaria que se tiene de la posición de la Iglesia con respecto al celibato, data del año 305. En ese año el concilio de Elvira decretó en su canon 33:

“Se ha decidido por completo la siguiente prohibición a los obispos, presbíteros y diáconos o a todos los clérigos puestos en ministerio: que se abstengan de sus mujeres y no engendren hijos; y quien quiera lo hiciere, sea apartado del honor de la clerecía”

Es importante recordar que cuando la Iglesia emite un pronunciamiento en un concilio es porque durante muchos años, incluso cientos, hay unanimidad entre sus miembros sobre la materia. La legislación solo cumple el requisito de formalizar lo que ya viene siendo norma y costumbre en las iglesias de tiempo atrás[8].

Hacia finales del siglo IV, tiempos del papa Dámaso I (366-384) o del papa Siricio (384-399), Inocencio I y León I, ordenaron el celibato al clero. Otros concilios locales en África, Francia e Italia publicaron decretos haciendo obligatoria esta práctica.

Concilios del siglo VI y VII reglamentaron explícitamente que los obispos deben dejar a sus esposas una vez ordenados, mientras que para los sacerdotes y diáconos parecería no exigirse la separación.

En el siglo VIII el papa Zacarías no quería aplicar a todas las iglesias locales las costumbres de otras Iglesias orientales, de modo que cada una podía legislar como le pareciera más conveniente.

Lo que nunca se aceptó fue que un ordenado pudiese casarse.

En el primer concilio de Letrán del año 1123, bajo el papa Calixto II, se decretó de forma implícita la ley del celibato. En el segundo concilio de esta ciudad, bajo el papa Alejandro II, se hace de forma explícita al redactarse los cánones 6 y 7.

Mientras el primer concilio sólo habla de la disolución matrimonial de los clérigos mayores, el segundo decretó la invalidez en estos términos: “los matrimonios de subdiáconos, diáconos y sacerdotes después de la ordenación son inválidos: y los candidatos al sacerdocio que ya están casados, no pueden ser ordenados”. Esta decisión fue confirmada por los papas Alejandro III en el año 1180 y Celestino II en 1198.

Del siglo XII hasta nuestros días: Con estas disposiciones formando parte del canon de la Iglesia, el celibato comienza a extenderse y aplicarse en el occidente conocido. La Iglesia oriental, ya en este momento apartada de Roma, continúa con su tradición de ordenar a hombres casados, pero nombrando obispos solo a los célibes.

Esto no implica que la Iglesia vea el sexo como algo malo o “sucio”. La Iglesia santifica el celibato precisamente por el gran valor de lo que se está sacrificando. Nadie intentaría poner basura sobre el altar para ser santificado. El sacerdote ofrece al Señor algo que es bueno para recibir algo que es mejor.

Varios papas redactaron encíclicas tratando el tema, profundizando en su conveniencia y aumentando el convencimiento para justificar esta disciplina.

Encíclica Sacerdotalis Caelibatus

Una encíclica es el documento más importante que escribe un papa, dirigido a los obispos, sacerdotes y a toda su feligresía donde trata un tema específico de la Iglesia o sobre su doctrina. Podemos asimilar una encíclica con las cartas que escribía san Pablo a los romanos, a los tesalonicenses, a los gálatas, a los efesios, etc.

Se han escrito muchas encíclicas que abordan el tema del celibato. Entre las más recientes se encuentran:

  • “Ad Catholici Sacerdotii” sobre el Sacerdocio Católico, papa Pio XI, 1935.
  • “Sacra Virginitas” sobre la Sagrada Virginidad, papa Pio XII, 1954.
  • “Sacerdotalis Caelibatus” sobre el Celibato Sacerdotal, papa Pablo VI, 1967.

En esta última, fruto del Concilio Vaticano II, el papa aborda el tema del celibato sacerdotal analizando todos y cada uno de los aspectos que pudieran considerarse a favor y en contra. En su considerando se puede leer:

“Pero en el clima de los nuevos fermentos, se ha manifestado también la tendencia, más aún, la expresa voluntad de solicitar de la Iglesia que reexamine esta institución suya característica, cuya observancia, según algunos, llegaría a ser ahora problemática y casi imposible en nuestro tiempo y en nuestro mundo.”

“¿Debe todavía hoy subsistir la severa y sublimadora obligación para los que pretenden acercarse a las sagradas órdenes mayores? ¿Es hoy posible, es hoy conveniente la observancia de semejante obligación? ¿No será ya llegado el momento para abolir el vínculo que en la Iglesia une el sacerdocio con el celibato? ¿No podría ser facultativa esta difícil observancia? ¿No saldría favorecido el ministerio sacerdotal, facilitada la aproximación ecuménica? ¿Y si la áurea ley del sagrado celibato debe todavía subsistir con qué razones ha de probarse hoy que es santa conveniente? ¿Y con qué medios puede observarse y cómo convertirse de carga en ayuda para la vida sacerdotal?”

Ciertamente la Iglesia no es sorda ni desentendida como muchos pueden llegar a pensar. Todo lo contrario. En esta encíclica la Iglesia recopiló todas esas razones que el común de las personas invoca como razones para su abolición y nos permite apreciar una Iglesia que escucha la voz de sus feligreses. Entre otras muchas consideraciones, tuvo en cuenta:

  • No existe una orden expresa por parte de Jesús a esta disciplina cuando seleccionó a sus discípulos.
  • Si resulta justo apartar del sacerdocio a aquellos que cuentan con esta vocación, pero que también tienen una fuerte disposición a la conformación de una familia propia.
  • Esta disciplina influye en la cada vez mayor escasez de hombres que quieran sumarse a las filas sacerdotales.
  • Esta disciplina puede ser la causa de las infidelidades de los sacerdotes, causando heridas y escándalos al cuerpo de la Iglesia.
  • Puede llegar a ser un grandísimo testimonio para nuestras comunidades, un sacerdote que además lleve una vida de esposo.
  • Es posible que esta práctica violente la naturaleza humana en lo físico y en lo psicológico.
  • En el cumplimiento de esta disciplina, el sacerdote acumula en el tiempo una soledad fuente de amargura y desaliento.

Después de estos considerandos, veamos algunas de las razones más relevantes que la llevaron en su momento a ratificar esta disposición, que ayer y hoy, un innumerable grupo de ministros sagrados —subdiáconos, diáconos, presbíteros y obispos— viven con valiente austeridad, con gozosa espiritualidad y con ejemplar integridad.

  • Jesucristo constituido como sacerdote eterno, en plena armonía con su misión, permaneció toda la vida en el estado de virginidad, en total dedicación al servicio de Dios y de los hombres. En nuestro tiempo actual el sacerdote es Cristo presente, de ahí la suma conveniencia que en todo reproduzca su imagen y en particular que siga su ejemplo en su vida íntima lo mismo que en su ministerio.
  • Jesucristo prometió una recompensa superabundante a todo el que hubiera abandonado casa, familia, mujer e hijos por el reino de Dios (Lucas 18:29-30).
  • La sagrada virginidad es un don especial que el Espíritu otorgará a los que participan del sacerdocio de Cristo.
  • Precisamente por vivir en un mundo en crisis de valores, se hace más necesario el testimonio de vidas consagradas a los más altos valores del alma, a fin de que a este tiempo nuestro, no le falte el ejemplo de estos grandes regalos a Dios.
  • Nuestro Señor Jesucristo no vaciló en confiar a un puñado de hombres que cualquiera hubiera juzgado insuficientes por número y calidad, la misión formidable de la evangelización del mundo. A este «pequeño rebaño» le advirtió que no se desalentase (Lucas 12:32), porque con Él y por Él, gracias a su constante asistencia (Mateo 28:20), conseguirían la victoria sobre el mundo (Juan 16: 33). La mies del reino de los cielos es mucha y los obreros, hoy lo mismo que ayer, son pocos y no han llegado jamás a un número tal, que el juicio humano lo haya podido considerar suficiente.
  • No se puede confirmar fácilmente la idea de que con la abolición del celibato eclesiástico crecerían, por el mero hecho y de modo considerable, las vocaciones sagradas. La experiencia contemporánea de la Iglesia y de las comunidades eclesiales que permiten el matrimonio a sus ministros, parece testificar lo contrario.
  • No es justo repetir que el celibato es contra la naturaleza por contrariar a exigencias físicas, psicológicas y afectivas legítimas. El hombre no es solamente carne, ni el instinto sexual le es todo. El hombre es también y sobre todo inteligencia, voluntad y libertad. Gracias a estas facultades le hacen dominador de los propios apetitos físicos, psicológicos y afectivos.
  • El deseo natural y legítimo del hombre de amar a una mujer y de formar una familia son ciertamente superados en el celibato; pero no se prueba que el matrimonio y la familia sean la única vía para el crecimiento integral de la persona. En el corazón del sacerdote no se ha apagado el amor. La caridad, ejercida a imitación de Dios y de Cristo, no menos que cualquier auténtico amor, es exigente y concreta (1 Juan 3:16-18).
  • La carrera del joven aspirante al sacerdocio ha sido guiada con total franqueza y sin ningún tipo de ocultamiento de los compromisos y responsabilidades que se adquieren, dejándole pasar largos períodos de tiempo entre cada una de las etapas, con el fin de ir poniendo a prueba su madurez antes de la ordenación.
  • La castidad sacerdotal se incrementa, protege y defiende también con una forma de vida, con un ambiente y con una actividad propia de un ministro de Dios.

Sacerdotes católicos casados

A finales de 1970 un grupo de clérigos de la iglesia Anglicana de los Estados Unidos, pidieron ser admitidos como sacerdotes católicos al papa Pablo VI. Ellos estaban casados y con hijos.

En 1980, el papa Juan Pablo II estableció un procedimiento por medio del cual los clérigos episcopalianos casados y con familia, podían ser ordenados como sacerdotes católicos.

Desde 1983 y hasta el 2013, unos 75 antiguos clérigos episcopalianos casados se han ordenado como sacerdotes católicos en EEUU.

Según un artículo de Dwight Longenecker en CrisisMagazine.com, en el Reino Unido desde 1990 son unos 600 los clérigos anglicanos que han sido ordenados como presbíteros católicos, de los cuales 150 eran casados. Estos sacerdotes se encuentran al frente de sus también convertidas parroquias, o como capellanes en las fuerzas militares o en labores administrativas.

Sin embargo, no es frecuente verlos como párrocos de alguna Iglesia de total tradición católica.

 

 


[1] Ver las Normas para Proceder a la Reducción al Estado Laical en las Curias Diocesanas y Religiosas de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, del 13 de enero de 1971.

[2] En 1985 se estimaba en 5,800 los casos en espera de ser aprobados, según revelaciones del encuentro de sacerdotes casados, llevado a cabo en la ciudad de Ariccia Italia.

[3] 144,000 = 12 Patriarcas de Israel (A.T.) x 12 Apóstoles (N.T.) x 1000 (Inmensidad o totalidad).

[4] Los servidores del Señor.

[5] Una Exhortación a la Castidad.

[6] Proposiciones emanadas por la cúpula de la Iglesia que se dan por ciertas.

[7] Ver 1 Timoteo 3:1-13. Tito 1:6-9.

[8] En el capítulo XXV se explica en mayor profundidad esta práctica de la Iglesia.

¿El celibato, origen de los sacerdotes pederastas?

La pederastia es un cáncer que tiene nuestra sociedad y tristemente no es exclusivo de nuestra Iglesia, como la prensa y otros medios pretenden mostrarlo.

En muchas otras instituciones religiosas y no religiosas, conformadas por personas casadas se presenta esta tragedia, por lo que el celibato puede descartarse de esta terrible problemática.

Que exista un solo niño abusado por un religioso o por un laico es una vergüenza, así que no pretendo en ningún momento justificar este comportamiento o disminuir el tamaño del problema, como tampoco ignorar la estela de dolor que una conducta de éstas deja en su camino, al grado que en la mayoría de los países occidentales lo han incluido dentro de los delitos de lesa humanidad.

Solo quiero aportar información que muestra que este problema no es exclusivo de nuestros sacerdotes, que no es un problema endémico dentro de la Iglesia, que el celibato no es la razón detrás de esta conducta y finalmente, que no podemos dejarnos llevar por los medios de comunicación y centrar nuestra mirada en el punto negro dentro de la inmensa hoja blanca.

Los escándalos que han salido a luz pública pertenecen en su mayoría a la categoría de efebofilia homosexual y no de pederastia.

La efebofilia es la atracción sexual (homosexual en este caso) de un adulto hacia una persona que ya ha pasado la pubertad. La pederastia es la actividad sexual de un pedófilo con un menor de 13 años.

En palabras del arzobispo Silvano Tomasi, representante permanente del Vaticano en Naciones Unidas:

“no se debería hablar de pedofilia sino de homosexuales atraídos por adolescentes. De todos los sacerdotes implicados en casos de este tipo, entre el 80% y el 90% pertenecen a la minoría sexual que practica la efebofilia, es decir, los que tienen relaciones con varones de los 11 años a los 17″[1]

Los Boy Scouts de América

El 23 de abril del 2010 un jurado del estado de Oregón (USA), ordenó a los Boy Scouts de América que indemnizara con US$18,500,000 a Kerry Lewis de 38 años, por los abusos sexuales que había sufrido a los 11 años por parte de su líder de tropa el señor Timur Dykes.

Seis víctimas más de este guía entablaron demandas contra esta organización.

Esta no era la primera vez que esta entidad indemnizaba a alguna de las víctimas por esta causa, pero este caso sí llegó a ser el más cuantioso y publicitado. Durante el juicio se presentaron más de 1,200 informes de los archivos de los Scouts, autodenominados “perversión”, comprendidos entre 1965 y 1985. Cada registro representaba un caso reportado por un menor abusado o por sus padres. Haciendo uso de estos archivos, la defensa logró demostrar que el acusado había confesado a sus superiores de los abusos cometidos contra Kerry Lewis y a 17 menores más, sin embargo se le permitió seguir trabajando dentro de la institución.

El 18 de octubre del 2012 y por orden del mismo juez que actuó en este juicio, estos archivos junto con los comprendidos entre 1985 y 2005, se publicaron en internet eliminando solamente el nombre de la víctima y el de la persona que denunció el incidente. La lista contiene cerca de 5,000 nombres, hombres en su mayoría y en edades que van desde los 18 años hasta la tercera edad. La mayoría de los que aparecen en esta lista, tienen una profesión establecida que incluye médicos, empresarios, pilotos, contadores, ganaderos y profesores entre otros. Muchos de ellos se encontraban casados e inclusive con hijos dentro de la misma organización cuando ocurrieron los hechos.

La política manejada por los Scouts fue la de amonestar, trasladar y en algunos pocos casos (menos de 50), de expulsar al atacante pero siempre se abstuvieron de reportarlo a las autoridades. En varios casos, personas que conformaban esta lista, terminaron enfrentando la justicia por abuso a menores fuera de los Scouts.

Con la publicación de esta lista de agresores, las victimas se han unido para entablar demandas contra la institución. Muchas de ellas están en espera de ser falladas y otras se encuentran en proceso de ser presentadas.

La institución ha adquirido pólizas de seguro que los proteja de los costos financieros de estas demandas y ha constituido una reserva de US$85,000,000 para los correspondientes deducibles.

Los colegios de Estados Unidos

Bajo el primer período de gobierno del Presidente George Bush se aprobó en el 2001 la ley denominada: Que ningún niño se quede atrás (en Ingles: No Child Left Behind Act) que modificaba la ley orgánica de 1965 que creó el sistema escolar público de primaria y secundaria de los Estados Unidos. Esta ley ordenó la realización de un estudio sobre el abuso sexual en los colegios.

Concluido el estudio, el departamento de educación contrató a la doctora Charol Shakeshaft de la Universidad Hofstra para que presentara un informe de la literatura disponible sobre ese tema hasta el momento[2]. Una forma de resumir sus conclusiones después de finalizado su informe son las palabras que pronunció a la prensa el 24 de agosto del 2006:

“¿Piensan que la Iglesia católica tiene un problema? El abuso físico sexual a los estudiantes en los colegios es 100 veces mayor que el abuso por parte de los sacerdotes”

Más adelante criticó a la prensa por querer restarle importancia a este grave problema en los colegios públicos de Estados Unidos diciendo:

“…durante la primera mitad del 2002, los 61 periódicos más importantes de California presentaron casi 2000 historias acerca del abuso sexual en instituciones católicas, en su mayoría sobre hechos ocurridos en el pasado. Durante este mismo período, esos mismos periódicos, solo presentaron cuatro historias acerca de los recientes descubrimientos por parte del gobierno federal de un problema mucho mayor y creciendo, de abusos sexuales a estudiantes en los colegios públicos.”

El estudio arrojó las siguientes estadísticas:

  • Entre estudiantes de bachillerato medio: 9.6% han sufrido algún tipo de conducta inapropiada de índole sexual. 8.7% fue sin contacto físico mientras que un 6.7% si lo fue. El 21% de estos ataques provenían de parte de profesores y el otro 79% de parte de otros estudiantes.
  • Entre estudiantes de bachillerato alto: 17.5% sufrió un ataque físico no deseado por parte de un profesor. 13.5% tuvo relaciones sexuales con uno de ellos.

La estadística final del estudio indica con un margen de error menor al 4%, que el 5% de los profesores del sistema público escolar de los Estados Unidos molestará sexualmente con contacto físico a un estudiante y 9.6% de ellos sufrirán un ataque físico de naturaleza sexual no deseado en su paso por el sistema escolar[3].

La revista The Economist en su edición del 4 de abril del 2002 en un artículo titulado “Pasando la basura” cita un estudio realizado en 1995 sobre 225 casos de alumnos que fueron abusados sexualmente por un profesor o por algún miembro de la institución escolar y se encontró que solo en el 1% de los casos, el gobierno intentó revocar la licencia profesional del atacante.

Los Cascos Azules

Este es el nombre con el que se conocen a las fuerzas de paz de la Organización de Naciones Unidas ONU. Este cuerpo militar es el encargado de mantener la armonía en áreas de conflicto, monitorear y observar los acuerdos de paz, y brindar asistencia a ex-combatientes en la implementación de tratados con fines pacíficos. Actúan por mandato directo del Consejo de Seguridad de la ONU y sus soldados son integrantes de los respectivos ejércitos de los países miembros de las Naciones Unidas, constituyéndose así en una fuerza multinacional.

En 1988 ganaron el premio nobel de paz por sus grandes contribuciones en este sentido.

El Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados y la ONG Save the Children han presentado 1,500 declaraciones que detallan recientes abusos sexuales por parte de los cascos azules y cooperantes de hasta 40 ONG en Guinea, Liberia y Sierra Leona. Las víctimas son niñas de 13 a 17 años que viven en los campos de refugiados, de preferencia vírgenes para evitar el sida, coaccionadas a cambio de comida, albergue, medicinas, etc.

En el informe presentado por el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia UNICEF en abril del 2009 al cumplirse 10 años del informe Machel, se resalta que a pesar de los avances logrados en la protección de los menores, aún queda mucho por hacer incluyendo a las Naciones Unidas: “El Secretario General Adjunto para operaciones de mantenimiento de la paz ha reconocido la naturaleza endémica y las dimensiones explotadoras del problema.

En el libro Sexo en las Operaciones de Paz de la periodista Gabrielle Simm, se cuenta como fue necesario que la ONU desarrollara toda una normatividad de “cero tolerancia”, debido al abrumante incremento de abusos sexuales a menores en las zonas de conflicto por parte de sus fuerzas militares y otros agentes encargados de proteger a la población civil en estas zonas.

Casos como el de Camboya y Somalia al comienzo de los 90, el de Liberia y Sierra Leona en el 2002 y el de la República Democrática del Congo en el 2004, involucraban principalmente miembros de los cascos azules.

Los familiares

En noviembre del 2008 el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia UNICEF presentó un informe según el cual cada día 5,472 niños sufren de un abuso sexual en América Latina y el Caribe.

Las niñas representan el blanco más frecuente: entre el 70% y el 80% de los casos. El 50% de los casos se tratan de ataques perpetrados por un adulto que vive bajo el mismo techo de la víctima y en tres cuartas partes el agresor es un familiar directo del menor.

Según el Instituto de la mujer de España, con datos de 1999, el 20% de las mujeres han sufrido un abuso durante su infancia. El 69% de ellas lo ha padecido dentro de su familia. El 75% de ellos es de padre a hija, el 10% de madre a hijo y el 15% restante son de hermano a hermana. Según el investigador norteamericano David Finkelhor, el 72% de los abusos sexuales son producidos por los propios padres de los menores.

Los pastores

El obispo episcopal William Persell de Chicago, el viernes santo de 2002 manifestó en su homilía:

“Seríamos ingenuos y deshonestos, si decimos que el problema [de abuso sexual de menores] es sólo de la Iglesia católica y que nosotros no tenemos nada que ver en ello, por el hecho de que tenemos ministros mujeres y casados. Este pecado no conoce Iglesias ni fronteras.”

En una encuesta realizada por Christian Ministry Resources[4] en el 2001, estimó en 70 casos semanales los abusos sexuales contra un menor en las iglesias protestantes. Entre las conclusiones de la encuesta dadas por su director el señor James Cobble dice:

“Los católicos han acaparado toda la atención por parte de los medios de comunicación, pero el problema es aún mayor en el interior de las iglesias protestantes, simplemente a causa de su número mucho mayor”

A pesar que ya para el 2011 el porcentaje de católicos en los Estados Unidos superaba en 10% al de los protestantes: 35% contra 25%, el número de las iglesias protestantes seguía siendo absolutamente desproporcionado: 350,000 de ellas contra 19,500 católicas.

Desde 1993 un promedio del 1% de las iglesias protestantes encuestadas reportó anualmente casos de abuso sexual contra un menor, es decir 3,500 acusaciones al año o 70 semanales, de estas solo el 21% prosperaron en un juicio o en arreglos fuera de la corte.

En el periódico Los Angeles Times del 25 de marzo del 2002 se habla de una encuesta realizada entre los bautistas en 1993. Dicho estudio descubrió que el 14% de los ministros habían tenido alguna conducta sexual impropia y el 70% dijo conocer a algún de ellos que la tuvo.

El profesor de historia de la Universidad de Pensilvania, Philip Jenkins y miembro de la iglesia Episcopal, en su libro “The New Anti-Catholicism: The Last Acceptable Prejudice” (El nuevo anticatolicismo: El último prejuicio aceptable) dice:

“La diferencia entre la actitud de los medios (contra la Iglesia católica) hace difícil comparar los abusos con otras denominaciones protestantes. Pero no es difícil encontrar numerosos escándalos en todo el espectro de las denominaciones protestantes que con frecuencia involucran a altos miembros de su iglesia.

Algunos de los peores casos de abuso repetido por clérigos se han referido a ministros bautistas y pentecostales, en vez de sacerdotes católicos. Cada denominación cristiana ha tenido su lista de abusos. Esta pesadilla, además de afectar a los católicos, ha afectado a protestantes, judíos, mormones, testigos de Jehová, budistas y hasta devotos de Hare Krisna.”

Como se puede apreciar, el matrimonio no es la cura para esta problemática. Una persona adicta a tener relaciones sexuales con un menor, las mantendrá aun teniendo una pareja. Una persona con este tipo de enfermedad tendrá muy bajas probabilidades de mantener un matrimonio estable.

El Profesor Philip Jenkins[5] dice en su libro “Pedofilia y sacerdotes: anatomía de una crisis contemporánea”:

“Mi investigación de los casos reportados durante los últimos 20 años no revelan evidencias de que el clero católico o cualquier otro clero célibe sea más propenso a involucrarse en conductas inapropiadas o en abusos que el clero de cualquier otra denominación, o incluso que los laicos. Sin embargo, ciertos medios de noticias ven el asunto como una crisis del celibato, aseveración que sencillamente no tiene fundamento“.

Los sacerdotes católicos

“A cualquiera que haga caer en pecado a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que lo hundieran en lo profundo del mar con una gran piedra de molino atada al cuello. ¡Qué malo es para el mundo que haya tantas incitaciones al pecado! Tiene que haberlas, pero ¡ay del hombre que haga pecar a los demás!” Mateo 18:6-7

En el periódico italiano Avvenire del 13 de marzo de 2010, hay una entrevista con Monseñor Charles Scicluna, promotor de justicia de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Según monseñor Scicluna entre los años 2001-2010, se han analizado en todo el mundo 3,000 casos de sacerdotes y religiosos referentes a delitos de abusos sexuales contra menores cometidos en los últimos 50 años.

Suponiendo que todos fueran culpables y dividiéramos entre los aproximadamente 800.000[6] sacerdotes que han servido en esos 50 años, daría un 0.37% de ellos que se perdieron en su misión y violaron las leyes básicas de moralidad y decencia más elementales.

¿Qué ha pasado con el otro 99.63% que han honrado su vocación al evangelio de Cristo? ¿También ocupan los titulares de la prensa?

El 60% de estos 3,000 casos se refería a efebofilia (con adolescentes del mismo sexo), un 10% de pedofilia con niños menores de 11 años y el 30% de relaciones heterosexuales con adolescentes. El doctor Philip Jenkins estima que el 90% de los abusadores eran homosexuales, otras fuentes igualmente serias calculan este porcentaje entre el 80% y 90%.

En un 60% de todos los casos, debido a la avanzada edad y al precario estado de salud de los acusados, no hubo un proceso regular pero se dieron normas administrativas y disciplinarias tales como la obligación de no celebrar misa con fieles, ni ejercer el sacramento de la reconciliación y llevar una vida retirada y de oración. En el 20% de los casos se hizo un proceso penal y administrativo, en otro 10% de ellos, el papa los degradó y los redujo al estado laical. El restante 10% pidieron ellos mismos su retirada del sacerdocio, la cual fue aceptada inmediatamente.

Estos últimos casos, poco más de cien con acusaciones muy graves, fueron condenados por las autoridades civiles cumpliendo prisión de entre 3 y 30 años; pero hubo muchos otros casos en que los sacerdotes fueron considerados inocentes por falta de pruebas.

En enero del 2014 la Santa Sede presentó un informe a miembros de la comisión de Naciones Unidas, en calidad de miembro signatario de la Convención de las Naciones Unidas sobre los Derechos del Niño, donde se registraba la expulsión y juzgamiento por tribunales eclesiásticos o administrativos de 171 sacerdotes entre el 2008 y 2009, y de 400 entre 2011 y 2012.

Muchos obispos y arzobispos no estuvieron a la altura de su misión y no supieron manejar esta situación ni se aseguraron que esos hechos no volvieran a repetirse. Varios de ellos fueron informados sobre estos abusos y no los apartaron del ministerio público ni los reportaron a la policía. En varias diócesis los obispos mandaron a los sacerdotes a tratamiento sicológico o siquiátrico pensando que así se curarían, y cuando obtenían el certificado de curación, los enviaban a otra parroquia donde seguían con sus abusos. Algunos obispos trataron de arreglar las cosas con la familia de la víctima para evitar los escándalos y para que no acudieran a la policía.

Se estima que la Iglesia católica de Estados Unidos ha pagado más de tres mil millones de dólares por estos abusos.

La respuesta de la Iglesia

El 23 de abril del 2002 el papa Juan Pablo II convocó de urgencia al Vaticano a los cardenales y obispos de los Estados Unidos, para buscar soluciones a este escándalo que recién comenzaba.

Con palabras rotundas y gesto severo, el papa Juan Pablo II advirtió a los cardenales norteamericanos y al mundo que “no hay lugar en el sacerdocio ni en la vida religiosa para quienes dañan a los jóvenes” y les pidió “reforzar las medidas para que esos errores no se repitan”. Con profundo dolor expresó: “también a mí me ha dolido profundamente el hecho de que algunos sacerdotes y religiosos hayan causado tanto sufrimiento y escándalo a los jóvenes. Debido a ese gran daño hay desconfianza en la Iglesia, y muchos se sienten ofendidos por el modo en que han actuado los responsables eclesiásticos… los abusos que han causado esta crisis son inicuos desde todo punto de vista y, con justicia, la sociedad los considera delito. Son también un pecado horrendo ante Dios. Quiero expresar a las víctimas y sus familias mi profundo sentimiento de solidaridad y mi preocupación

En respuesta, el 17 de junio del 2002 la Conferencia Episcopal Católica Estadounidense publicó una serie de normas para el manejo de sacerdotes que sean acusados de este delito. Entre su articulado podemos leer:

“Artículo 4.- Las diócesis o eparquías notificarán cualquier alegación de abuso sexual de una persona menor a las autoridades correspondientes y cooperarán en la investigación de acuerdo a las leyes de la jurisdicción local.

Artículo 5.- […] Incluso en el caso de un solo acto de abuso sexual de un menor (pasado, presente o futuro) el sacerdote o diácono ofensor será removido permanentemente del ministerio y se le ofrecerá asistencia profesional para su propia sanación”

Estas normas fueron adoptadas por la cúpula romana y se hicieron extensivas a todos los países del mundo. Todas las normas dadas por la Iglesia para responder a los abusos sexuales de menores se pueden encontrar en la página web que se ha abierto a este propósito: www.resources.va.

En la celebración eucarística de clausura del año sacerdotal, celebrada en la plaza de San Pedro el 6 de diciembre del 2010 ante unos 15,000 sacerdotes de 91 países, el papa Benedicto XVI pidió explícitamente perdón por este escándalo. Pronunció en su homilía:

“Precisamente en este año de alegría por el sacramento del sacerdocio, han salido a la luz los pecados de los sacerdotes, sobre todo el abuso a los pequeños, en el cual el sacerdocio, que lleva a cabo la solicitud de Dios por el bien del hombre, se convierte en lo contrario… Pedimos perdón insistentemente a Dios y a las personas afectadas, mientras prometemos que queremos hacer todo lo posible para que semejante abuso no vuelva a suceder jamás.”

El 7 de julio del 2014, el papa Francisco celebró una misa en su residencia del Vaticano donde asistieron seis víctimas de estos abusos. En su homilía se expresó de esta manera:

“La imagen de Pedro viendo salir a Jesús de esa sesión de terrible interrogatorio, de Pedro que se cruza la mirada con Jesús y llora. Me viene hoy al corazón en la mirada de ustedes, de tantos hombres y mujeres, niños y niñas, siento la mirada de Jesús y pido la gracia de su orar. La gracia de que la Iglesia llore y repare por sus hijos e hijas que han traicionado su misión, que han abusado de personas inocentes. Y hoy estoy agradecido a ustedes por haber venido hasta aquí. …Esta es mi angustia y el dolor por el hecho de que algunos sacerdotes y obispos hayan violado la inocencia de menores y su propia vocación sacerdotal al abusar sexualmente de ellos. Es algo más que actos reprobables. Es como un culto sacrílego porque esos chicos y esas chicas le fueron confiados al carisma sacerdotal para llevarlos a Dios, y ellos los sacrificaron al ídolo de su concupiscencia. Profanan la imagen misma de Dios a cuya imagen hemos sido creados. La infancia, sabemos todos es un tesoro. … Hoy el corazón de la Iglesia mira los ojos de Jesús en esos niños y niñas y quiere llorar. Pide la gracia de llorar ante los execrables actos de abuso perpetrados contra menores. Actos que han dejado cicatrices para toda la vida. … Para estas familias ofrezco mis sentimientos de amor y de dolor. … Los pecados de abuso sexual contra menores por parte del clero tienen un efecto virulento en la fe y en la esperanza en Dios. …Ante Dios y su pueblo expreso mi dolor por los pecados y crímenes graves de abusos sexuales cometidos por el clero contra ustedes y humildemente pido perdón. También les pido perdón por los pecados de omisión por partes de líderes de la Iglesia que no han respondido adecuadamente a las denuncias de abuso presentadas por familiares y por aquellos que fueron víctimas del abuso, esto lleva todavía a un sufrimiento adicional a quienes habían sido abusados y puso en peligro a otros menores que estaban en situación de riesgo… No hay lugar en el ministerio de la Iglesia para aquellos que cometen estos abusos, y me comprometo a no tolerar el daño infligido a un menor por parte de nadie, independientemente de su estado clerical. Todos los obispos deben ejercer sus oficios de pastores con sumo cuidado para salvaguardar la protección de menores y rendirán cuentas de esta responsabilidad”

El 10 de junio del 2015, el papa Francisco introdujo el delito de ‘abuso de oficio episcopal’ en el Código de Derecho Canónico, que se refiere al comportamiento de los obispos que hayan ignorado o que no hayan dado un seguimiento adecuado a las denuncias de abusos sexuales por parte de los religiosos, y creó un tribunal específico para juzgar a miembros de la Iglesia que hayan incurrido en este delito. A partir de este momento, estos religiosos serán juzgados por una sección paralela y especializada pero que dependerá de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el dicasterio[7] que se encarga, entre otras cosas, de juzgar también los delitos de pedofilia.

Es innegable que los papas Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco han actuado de una u otra manera para evitar que se repitan estos lamentables actos. ¿Puede la jerarquía católica hacer más por combatir este flagelo? Siempre habrá espacio para hacer más. Aunque todas las medidas serán insuficientes para erradicar este mal, porque en últimas siempre estará de por medio el libre albedrío del sacerdote. El hecho que la prensa continúe sacando a la luz casos de hace treinta o cuarenta años, no desvirtúa la acción de la Iglesia en el combate de este problema.

Nosotros los católicos debemos orar mucho por nuestros sacerdotes para que su debilidad humana no engruese el grupo de aquellos que como Judas, traicionan al Señor con sus decisiones equivocadas.

“Por aquellos días, Jesús se fue a un cerro a orar, y pasó toda la noche orando a Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, y escogió a doce de ellos, a quienes llamó apóstoles.” Lucas 6:12-13

Si Jesús, siendo quien era, después de orar toda la noche escogió a los que quiso, y uno de ellos lo traicionó, no nos debería sorprender que sigan habiendo “Judas” entre las filas de Cristo, siempre los han habido y los habrá. Esta problemática no vicia el propósito de la Iglesia ni la razón por la cual Jesús la fundó. Solo resalta el hecho de que cualquier institución conformada por hombres, sea de carácter religioso o no, se impregnará de una u otra forma de la fragilidad del hombre que la conforma.

La carta del padre Martin Lasarte

Hasta ahora la Iglesia de forma oficial, nunca le ha pedido a los medios un balance informativo ni que corrija su visión del problema: el de hacerle creer a su público que estos abusos son exclusivos de la Iglesia católica y que es lo único que vale la pena mencionar de ella.

En un intento por lograr que la prensa destaque las labores de esa otra inmensa mayoría de sacerdotes que se han mantenido fieles a su voto de amor al Señor, el padre uruguayo Martin Lasarte de la orden salesiana, envió una carta en abril del 2010 al diario New York Times que dice lo siguiente[8]:

“Querido hermano y hermana periodista:

Soy un simple sacerdote católico. Me siento feliz y orgulloso de mi vocación. Hace veinte años que vivo en Angola como misionero.

Me da un gran dolor por el profundo mal que personas que deberían de ser señales del amor de Dios, sean un puñal en la vida de inocentes. No hay palabra que justifique tales actos. No hay duda que la Iglesia no puede estar, sino del lado de los débiles, de los más indefensos. Por lo tanto todas las medidas que sean tomadas para la protección, prevención de la dignidad de los niños será siempre una prioridad absoluta.

Veo en muchos medios de información, sobre todo en vuestro periódico la ampliación del tema en forma morbosa, investigando en detalles la vida de algún sacerdote pedófilo. Así aparece uno de una ciudad de USA, de la década del 70, otro en Australia de los años 80 y así de frente, otros casos recientes… Ciertamente ¡todo condenable! Se ven algunas presentaciones periodísticas ponderadas y equilibradas, otras amplificadas, llenas de preconceptos y hasta odio.

¡Es curiosa la poca noticia y desinterés por miles y miles de sacerdotes que se consumen por millones de niños, por los adolescentes y los más desfavorecidos en los cuatro ángulos del mundo! Pienso que a vuestro medio de información no le interesa que yo haya tenido que transportar, por caminos minados en el año 2002, a muchos niños desnutridos desde Cangumbe a Lwena (Angola), pues ni el gobierno se disponía y las ONG’s no estaban autorizadas; que haya tenido que enterrar decenas de pequeños fallecidos entre los desplazados de guerra y los que han retornado; que le hayamos salvado la vida a miles de personas en Moxico mediante el único puesto médico en 90,000 km2, así como con la distribución de alimentos y semillas; que hayamos dado la oportunidad de educación en estos 10 años y escuelas a más de 110,000 niños […]No es de interés que con otros sacerdotes hayamos tenido que socorrer la crisis humanitaria de cerca de 15,000 personas en los acuartelamientos de la guerrilla, después de su rendición, porque no llegaban los alimentos del Gobierno y la ONU. No es noticia que un sacerdote de 75 años, el P. Roberto, por las noches recorra las ciudad de Luanda curando a los chicos de la calle, llevándolos a una casa de acogida, para que se desintoxiquen de la gasolina, que alfabeticen cientos de presos; que otros sacerdotes, como P. Stefano, tengan casas de pasaje para los chicos que son golpeados, maltratados y hasta violentados y buscan un refugio. Tampoco que Fray Maiato con sus 80 años, pase casa por casa confortando los enfermos y desesperados. No es noticia que más de 60,000 de los 400,000 sacerdotes, y religiosos hayan dejado su tierra y su familia para servir a sus hermanos en una leprosería, en hospitales, campos de refugiados, orfanatos para niños acusados de hechiceros o huérfanos de padres que fallecieron con Sida, en escuelas para los más pobres, en centros de formación profesional, en centros de atención a seropositivos… o sobre todo, en parroquias y misiones dando motivaciones a la gente para vivir y amar.

No es noticia que mi amigo, el P. Marcos Aurelio, por salvar a unos jóvenes durante la guerra en Angola, los haya transportado de Kalulo a Dondo y volviendo a su misión haya sido ametrallado en el camino; que el hermano Francisco, con cinco señoras catequistas, por ir a ayudar a las áreas rurales más recónditas hayan muerto en un accidente en la calle; que decenas de misioneros en Angola hayan muerto por falta de socorro sanitario, por una simple malaria; que otros hayan saltado por los aires, a causa de una mina, visitando a su gente. En el cementerio de Kalulo están las tumbas de los primeros sacerdotes que llegaron a la región… Ninguno pasa los 40 años.

No es noticia acompañar la vida de un Sacerdote “normal” en su día a día, en sus dificultades y alegrías consumiendo sin ruido su vida a favor de la comunidad que sirve. La verdad es que no procuramos ser noticia, sino simplemente llevar la Buena Noticia, esa noticia que sin ruido comenzó en la noche de Pascua. Hace más ruido un árbol que cae que un bosque que crece.

No pretendo hacer una apología de la Iglesia y de los sacerdotes. El sacerdote no es ni un héroe ni un neurótico. Es un simple hombre, que con su humanidad busca seguir a Jesús y servir sus hermanos. Hay miserias, pobrezas y fragilidades como en cada ser humano; y también belleza y bondad como en cada criatura…

Insistir en forma obsesionada y persecutoria en un tema perdiendo la visión de conjunto crea verdaderamente caricaturas ofensivas del sacerdocio católico en la cual me siento ofendido.

Sólo le pido amigo periodista, busque la Verdad, el Bien y la Belleza. Eso lo hará noble en su profesión.

En Cristo,

  1. Martín Lasarte sdb”

La carta no fue publicada ni contestada por el periódico, sin embargo tuvo una alta circulación por las redes sociales, lo que permitió que muchas personas de diferentes partes del mundo la leyeran y le dejaran saber al padre Lasarte su respaldo a la misiva.

Como el mismo padre Lasarte dice en entrevista concedida a la revista Enfoques Positivos, del grupo universitario San Ignacio de Loyola en Argentina: “…quizás ya desde los tiempos de Jesús, se manifiestan situaciones que la Iglesia va a tratar de mejorar, hay muchos elementos verdaderos para mejorar. Pero lo cierto es que si bien existen esas situaciones, se olvida que frente a un elemento negativo, objetivo y verdadero que hay que mejorar, hay una inmensidad de cosas que en los cuatro puntos de la tierra, está haciendo la Iglesia, a través de laicos y voluntarios y sacerdotes, y que parece que no es noticia.”. Unamos nuestra posición a la de este sacerdote que nos ofrece una visión más equilibrada, en la que no podemos negar ni ocultar los problemas que causan algunos miembros de nuestra Iglesia, pero tampoco ignorando las obras buenas y constructivas de la inmensa mayoría de sus integrantes.

 

 

 


[1] Reunión del Consejo de Derechos humanos de la ONU en Ginebra el 30 de setiembre del 2009.

[2]http://www2.ed.gov/rschstat/research/pubs/misconductreview/report.pdf

[3] En el año 2000 se realizó el estudio más grande en Inglaterra sobre este tema por los doctores Pat Cawson, Corinne Wattam, Sue Brooker y Graham Kelly y concluyen que el 0.3% de los jóvenes entre los 18 y 24 años de edad habían sufrido un ataque físico sexual no deseado de parte de algún sacerdote, líder religioso, profesor o superior de trabajo. (http://www.nspcc.org.uk/Inform/publications/downloads/childmaltreatmentintheukexecsummary_wdf48006.pdf)

[4] Editorial especializada en asesoría impositiva y legal que trabaja al servicio de más de 75,000 congregaciones y 1,000 agencias religiosas en los Estados Unidos.

[5] Profesor de Historia y Estudios Religiosos de la Universidad de Pensilvania.

[6] Consultar la tabla “El Clero y sus Ministros” en el capítulo XVII.

[7] Denominación que se utiliza para referirse a los organismos especializados de la Curia Romana.

[8] Esta carta fue publicada en muchos portales de internet y fue incluida en el libro La Iglesia Católica y el Abuso Sexual de Menores del padre Ángel Peña O.A.R., Nihil Obstat y el padre Ignacio Reinares, Vicario Provincial del Perú, con Imprimátur de Monseñor José Carmelo Martínez.

¿Por qué debo confesarme ante un pecador?

Esta es tal vez la razón más frecuente que aducen los fieles católicos que prefieren una confesión directa con Dios, que hacerlo a través de un sacerdote. Alegan la naturaleza pecadora del presbítero, que según su propio criterio, puede llegar a ser más grande que la de ellos mismos.

La Enciclopedia Católica incluye en su definición del Sacramento de la Penitencia y de la Reconciliación (llamada comúnmente cómo la confesión):

“…la confesión no es realizada en el secreto del corazón del penitente, tampoco a un seglar como amigo y defensor, tampoco a un representante de la autoridad humana, sino a un sacerdote debidamente ordenado con la jurisdicción requerida y con el “poder de llaves” es decir, el poder de perdonar pecados que Cristo otorgó a Su Iglesia.”

Supongamos que un muchacho que asiste al colegio golpea a un compañero de clase en la nariz. Ciertamente el joven va a tener un problema y recibirá un castigo por su falta. Ahora supongamos que ese mismo joven le da el golpe con la misma fuerza y en la misma parte, no a su compañero sino a su profesor, el problema y el castigo serán mucho mayor. Ahora supongamos que le da el golpe con la misma fuerza y en la misma parte, no a su profesor sino al rector, el problema y el castigo serán todavía peor. ¿Qué pasaría si lo hiciera con el alcalde de la ciudad? O ¿con el presidente del país? Es claro entonces que el problema y el castigo son proporcionales no a la acción en sí misma, sino a la dignidad del ofendido. A mayor dignidad, mayor es la ofensa.

“En verdad os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos hermanos míos, aun a los más pequeños, a mí lo hicisteis.” Mateo 25:40.

Así que cuando ofendemos al prójimo estamos ofendiendo a Dios. Esta idea ha estado en la conciencia del hombre desde tiempos muy lejanos, mucho antes que Dios se le manifestara a Abraham. El hombre antiguo atribuía las sequías, las inundaciones y otros desastres naturales a una manifestación de disgusto de los dioses por las ofensas recibidas. Sacrificios, construcciones, rituales, etc., buscaban congraciarse nuevamente con su dios ofendido.

En el Antiguo Testamento encontramos las prácticas estipuladas por Dios para el perdón de los pecados (Levítico 4 y 5). Los procedimientos variaban según la condición del pecador. Este es uno de esos casos:

“Si una persona de clase humilde peca involuntariamente, resultando culpable de haber hecho algo que está en contra de los mandamientos del Señor, en cuanto se dé cuenta del pecado que cometió, deberá llevar una cabra sin ningún defecto como ofrenda por el pecado cometido. Pondrá la mano sobre la cabeza del animal que ofrece por el pecado, y luego lo degollará en el lugar de los holocaustos. Entonces el sacerdote tomará con el dedo un poco de sangre y la untará en los cuernos del altar de los holocaustos, y toda la sangre restante la derramará al pie del altar. También deberá quitarle toda la grasa, tal como se le quita al animal que se ofrece como sacrificio de reconciliación, y quemarla en el altar como aroma agradable al Señor. Así el sacerdote obtendrá el perdón por el pecado de esa persona, y el pecado se le perdonará.” Levítico 4:27-31

La persona confesaba su falta al sacerdote y reconocía que merecía morir por su transgresión. ¡Había ofendido a Dios! Se había agraviado a la mayor dignidad existente. ¿Cuál debería ser el castigo por haber atentado contra la mayor dignidad posible? La muerte. Pero en vez de morir el agresor, lo hacia la cabra. Acá nace la expresión de “chivo expiatorio”. El chivo expiaba los pecados de la persona que lo ofrecía. La expiación es la remoción del pecado a través de un tercero que en este caso es el chivo o la cabra.

En el Nuevo Testamento encontramos dos citas donde Jesús anticipa a sus apóstoles que ellos ejercerán el perdón de los pecados. La primera se la dirige a Pedro en particular y la segunda a sus apóstoles en general.

“Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que tú ates aquí en la tierra, también quedará atado en el cielo, y lo que tú desates aquí en la tierra, también quedará desatado en el cielo.” Mateo 16:19

“Les aseguro que lo que ustedes aten aquí en la tierra, también quedará atado en el cielo, y lo que ustedes desaten aquí en la tierra, también quedará desatado en el cielo.” Mateo 19:19

Y en el primer día de su resurrección, les encomienda lo que les había anticipado:

“Luego Jesús les dijo otra vez: — ¡Paz a ustedes! Como el Padre me envió a mí, así yo los envío a ustedes. Y sopló sobre ellos, y les dijo: —Reciban el Espíritu Santo. A quienes ustedes perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a quienes no se los perdonen, les quedarán sin perdonar.” Juan 20:21-23

No debemos confundir la administración con la potestad. Solo Dios tiene la potestad de perdonar los pecados[1]. Jesús posee esa autoridad en la tierra: “Pues voy a demostrarles que el Hijo del hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados…” (Lucas 5:24). Pero en su ausencia temporal encargó la administración de ese perdón de los pecados a sus apóstoles, que a su vez lo delegaron a los presbíteros con quienes nos confesamos actualmente. Ellos no perdonan los pecados. Dios se sirve de ellos para hacerlo.

¿Qué podemos decir respecto a la acción de confesar los pecados?

Ya en el pueblo judío existía la práctica de confesar los pecados a otro hombre. Ellos no confesaban sus faltas con la almohada. Cuando la gente acudía a Juan el Bautista, los textos bíblicos dicen que lo hacían para ser bautizados y que “…Confesaban sus pecados.” (Mateo 3:6).

O cuando la gente se convertía al cristianismo confesaban sus pecados: “También muchos de los que creyeron llegaban confesando públicamente todo lo malo que antes habían hecho” (Hechos 19:18). Incluso era conocida la práctica de hacerlo, no a una sola persona, sino a su comunidad: “Por eso, confiésense unos a otros sus pecados, y oren unos por otros para ser sanados…” (Santiago 5:16).

Hay quienes interpretan esta confesión, como una pedida de perdón a la persona que ha ofendido. Si volvemos a leer Mateo 3:6 no parece lógico que esas personas que buscaban al Bautista lo hubieran ofendido y por eso iban por su perdón.

Todos hemos caído

Por naturaleza al hombre no le gusta reconocer sus faltas. Nuestro gran ego nos impide aceptar que nos equivocamos. Las primeras mentiras que dice un niño buscan negar las faltas que ha cometido. Pero la realidad es que a través de las equivocaciones que se reconocen y se aceptan es que el hombre crece y madura.

Cuando estábamos aprendiendo a caminar, nos caímos muchas veces, nuestros padres nos ayudaban a levantarnos y continuábamos practicando el paso, hasta que fuimos ganando el equilibrio necesario que nos permitió caminar y luego correr.

Cuando aprendimos a manejar, muchas veces el carro se nos apagaba en la arrancada, o ésta era demasiado brusca, o frenábamos muy fuerte. Cuantas veces no estuvimos a punto de chocar o chocamos. Poco a poco esos errores nos fueron convirtiendo en expertos conductores.

Todos hemos pasado en la vida por estos procesos de prueba y error. Todos hemos cometido faltas que nos han aportado lecciones valiosas que nos han guiado en nuestro caminar por la vida.

Algunos consideran solamente faltas dignas de ser confesadas el matar y el robar. Pero como humanos caemos fácilmente en errores y situaciones que ni siquiera pensamos que las viviríamos o que fuéramos capaces de propiciarlas, y cada vez que las cometemos se crea una herida en nuestro corazón o en el de un ser querido.

Las heridas grandes cuando no son atendidas adecuadamente se infectan y con ello se agrava el problema. Y aun las pequeñas, si se hacen muchas en la misma área, terminan igual.

La confesión es esa medicina que sana las heridas que nos hemos infligido con nuestras faltas o que nos las han causado otros con sus faltas. La confesión es el gran regalo que Dios nos dejó para aliviar esas heridas que desangran y que van afectando otras áreas de nuestro cuerpo.

Cuando Jesús estaba sentado a la mesa en casa de un fariseo, contó la siguiente parábola:

“Jesús siguió: —Dos hombres le debían dinero a un prestamista. Uno le debía quinientos denarios, y el otro cincuenta; y como no le podían pagar, el prestamista les perdonó la deuda a los dos. Ahora dime, ¿cuál de ellos le amará más? Simón le contestó: —Me parece que el hombre a quien más le perdonó. Jesús le dijo: —Tienes razón.” Lucas 7:41-43.

Existe una complicada relación psicológica entre el acreedor y el deudor al momento de concederse la exoneración de la deuda. El amor que se expresa en perdón y el perdón que genera nuevo amor. La severidad de exigir el monto adeudado y el despilfarro de generosidad en la exoneración de esta. La cadena sin fin de amor que genera la grandeza del que perdona sin medida. Del que perdona “setenta veces siete”.

He experimentado muchas veces esa sensación de alivio, de sanidad, de limpieza, de un nuevo comenzar que nos ofrece la confesión. De un borrón y cuenta nueva. “Pero yo, por ser tu Dios, borro tus crímenes y no me acordaré más de tus pecados.” (Isaías 43:25). También he acompañado a numerosas personas adultas a que practiquen una confesión después de muchos años de no haber hecho una, y me deleito con ellos de ese sentimiento que da el haber dejado en ese confesionario el edificio que por años habían cargado sobre sus hombros.

A través de ciertas dinámicas que hacemos entre los hombres del ministerio de Emaús en mi parroquia, compartimos abiertamente nuestras vidas incluyendo nuestros errores y aciertos. Siempre me ha resultado interesante ver como cuando terminan de contar sus faltas, algunas veces con mucha vergüenza, otras personas dicen haber cometido las mismas equivocaciones y que el pedir perdón fue el primer paso que los ayudó a sanar sus heridas. El no sentirse exclusivos, les ayuda a experimentar un sentimiento de humildad ante la fragilidad humana que ataca a todos de una u otra forma.

El perdón restablece el equilibrio que se rompe cuando se produce una falta. Equilibrio que restaura la paz, la salud y la alegría de sabernos perdonados después de haber mostrado un sincero arrepentimiento y la intención de no volver a cometer la falta.

 

Sacerdote psicólogo

Decía el escritor argentino Gustavo Adolfo Martínez Zuviría, mejor conocido como Hugo Wast, en su escrito Cuando se Piensa[2]:

“Cuando se piensa que un sacerdote hace más falta que un rey, más que un militar, más que un banquero, más que un médico, más que un maestro, porque él puede reemplazar a todos y ninguno puede reemplazarlo a él.”

La vocación al sacerdocio es una llamada y una respuesta de amor al Amor. Es un diálogo de corazón a corazón, en el que Dios llama al sacerdote a ser otro Cristo, dispuesto a dar su vida por los demás y a servirles sin condiciones.

Así como cualquier hombre que se entrega por completo al cuidado de su familia, el sacerdote lo hace con su rebaño de fieles que constituye su familia.

En su búsqueda de imitar a Cristo, él se entrega por completo al servicio de su comunidad. No hay horarios ni límites. En cualquier momento del día, de la noche o de la madrugada, debe asistir a un moribundo que quiere confesarse antes de morir. No hay distinción entre horas de trabajo y horas de descanso. Es como el médico que está de guardia durante un fin de semana. A cualquier hora lo pueden necesitar. La diferencia está en que el sacerdote esta de “guardia” veinticuatro horas al día, trescientos sesenta y cinco días al año.

Aunque varía según el país y la universidad, un futuro sacerdote estudia mínimo dos años materias tales como: psicología, pedagogía, sociología, sexualidad y moral entre otras.

En su ejercicio profesional utilizan este conocimiento todo el tiempo. Pasan sus vidas escuchando los problemas de las personas. Ellos lidian con sus alegrías, éxitos, abundancias y riquezas. También bregan con sus penas, preocupaciones, miedos, ignorancias, carencias, complejos, debilidades y lutos.

La gente no les miente, les abren sus corazones y exponen sus sentimientos y preocupaciones con la certeza que nunca serán divulgados por el sacerdote. Esto les permite con los años, cultivar una gran experiencia en la guía y consejería del drama humano.

Usted habrá escuchado de un sacerdote que abusó de un menor, o de otro que robó, o de otro que asesinó a una persona, pero nunca habrá escuchado de un sacerdote que haya violado el secreto de confesión. Santo Tomás de Aquino decía “Lo que se sabe bajo confesión es como no sabido, porque no se sabe en cuanto hombre, sino en cuanto Dios”.

Los psicólogos, como cualquier otro profesional, son personas que tienen una vida personal y profesional muy bien delimitada. Su vida personal demanda tiempo. Al terminar su jornada laboral, típicamente de ocho horas diarias y de lunes a viernes, dedican el resto del día a la atención de sus asuntos personales.

No así el sacerdote, que aún en sus horas privadas de oración, está pidiendo por todo su rebaño y por las necesidades particulares de algunos de sus feligreses.

Así que una persona que no acude al sacramento de la confesión, desconociendo o queriendo ignorar su origen divino, porque prefiere hacerlo consigo misma, la podemos invitar a hacer esta reflexión:

  • Si se confiesa consigo misma, es porque reconoce que hizo algo malo.
  • Si reconoce que hizo algo malo, suponemos que no quiere volverlo hacer.
  • Si no quiere volverlo hacer, debe haber algún tipo de cambio en su comportamiento.
  • Un buen consejo es muy bienvenido a la hora de hacer cambios.
  • ¿Quién mejor para emitir un consejo, que una persona que durante años y años ha acumulado una enorme experiencia en ayudar a las personas a superar sus problemas; que un sacerdote? Un sacerdote no sólo se limita a conceder el perdón, sino que guía a la persona a no incurrir en sus faltas o recomienda como superar esas dificultades en nuestras relaciones con el mundo y con los que nos rodean.

Es la falta de amor lo que hay detrás de cada falta que se quiere confesar. Pecamos no porque seamos intrínsecamente malos, sino porque nuestra visión es muy corta y no vemos lo que hay más allá de lo que nos muestran los sentidos. Así que invitemos a esos católicos con ese pensamiento a que se acerquen al sacerdote y lo miren, no con la novedad de saberlo pecador, sino como una persona que por su conocimiento, iluminación, estudio, experiencia y con la facultad de administrar el perdón de Dios; sabe más del amor que cualquier pareja de enamorados. Si logramos nuestro cometido, seguramente con el tiempo acabará por pedir ese perdón que alivia y sana.

 

 


[1] Ver Marcos 2:7 y Lucas 5:2.

[2] Ver el escrito completo en http://www.iglesia.org/videos/item/626-cuando-se-piensa.

¿Siempre el sacerdote habla en nombre de la Iglesia?

En una pequeña parroquia, el sacerdote un poco molesto dijo que era una falta de respeto ir al baño durante la celebración de la misa. Algunos feligreses salieron a decir que la Iglesia prohíbe ir al baño durante la celebración de la misa.

Uno de los miembros del ministerio de música de mi parroquia me comentó con cierta tristeza, que se había enterado que la Iglesia había prohibido el uso de la guitarra eléctrica durante la celebración de la misa[1]. Cuando pregunté por la fuente; me dijo que el sacerdote de otra parroquia las había prohibido.

Lo único que le pude decir a este confundido parroquiano, era que de pronto el sacerdote había expresado su gusto personal y mi amigo lo tomó como una prohibición de la Iglesia.

Con frecuencia escuchamos a otros católicos decir que esto o aquello está prohibido por la Iglesia. Cuando con mucho asombro preguntamos por el origen de dicha aseveración responden que fue un sacerdote quien se los dijo.

Sin la menor indagación de nuestra parte, repetimos el comentario a otros que a su vez harán lo mismo, otorgándole a la Madre Iglesia unas prohibiciones y creencias que no son ciertas.

Los sacerdotes son conscientes de esta realidad y tratan de ser cuidadosos en lo que dicen y hacen. Pero como humanos que son, cargan como cualquier otro, con su maleta de gustos y preferencias. No todos esos gustos constituyen enseñanzas o doctrinas de la Iglesia.

Un determinado médico puede tener más preferencia por las frutas que por las verduras, por lo que seguramente recomendará a sus pacientes más la ingesta de frutas que de vegetales, lo cual no contradice en nada los pilares que tiene la medicina como criterio de una buena alimentación. No por eso el paciente puede decir que la medicina está en contra de los vegetales en la dieta de las personas. Lo que nunca escucharemos es que un médico recomiende grasas, alcohol y tabaco como base de una vida saludable.

Igual nos pasa con el sacerdote. Él puede decir algo relacionado con la Iglesia o con nuestra religión que no necesariamente constituye dogma o enseñanza. Lo que nunca le oiremos decir por ejemplo: es que la virgen María nació con el mismo pecado original de todos nosotros ya que es contrario a un dogma de nuestra Iglesia. O que el purgatorio no existe. O que la confesión de los pecados no es necesaria hacerla con un sacerdote.

Algunos sacerdotes se han apartado considerablemente de las enseñanzas, prácticas y tradiciones de la Iglesia, obligando al magisterio a hacer un llamado de atención severo como el ocurrido en 1907 que motivó la “encíclica Pascendi” del papa Pio X. Dice en uno de sus apartes:

“Hablamos, venerables hermanos, de un gran número de católicos seglares y, lo que es aún más deplorable, hasta de sacerdotes, los cuales, so pretexto de amor a la Iglesia, faltos en absoluto de conocimientos serios en filosofía y teología, e impregnados, por lo contrario, hasta la médula de los huesos, con venenosos errores bebidos en los escritos de los adversarios del catolicismo, se presentan, con desprecio de toda modestia, como restauradores de la Iglesia, y en apretada falange asaltan con audacia todo cuanto hay de más sagrado en la obra de Jesucristo, sin respetar ni aun la propia persona del divino Redentor, que con sacrílega temeridad rebajan a la categoría de puro y simple hombre.”

El sacerdote es la cara visible de la Iglesia pero no es el magisterio de la Iglesia. Ellos son servidores y no legisladores.

Debemos aprender a distinguir entre las opiniones y gustos personales de un sacerdote con las enseñanzas de la Iglesia. ¿Cómo podemos saber cuáles son las enseñanzas de la Iglesia?

De muchas maneras, pero para los católicos de “kínder” yo diría que básicamente con el catecismo.

Cuando una persona está comprando un computador y tiene dos alternativas para escoger, debería pedir al vendedor los manuales de las máquinas. Manuales en mano, procedería a comparar cada una de las diferentes especificaciones de uno contra el otro. La velocidad de uno contra la del otro. La memoria de uno contra la del otro. Las funciones especiales de uno contra las del otro. Con el entendimiento de las diferencias entre las dos máquinas, poseería la información necesaria para tomar la decisión de compra basado en un criterio técnico y no uno subjetivo como el empaque o el color.

Una persona adulta que no pertenece a ninguna iglesia y quiere buscar una a la cual adherirse, debería pedir a cada una de ellas su catecismo. Catecismo en mano, puede determinar qué es lo que enseña cada una de ellas. Que es lo que cada iglesia cree y no cree. En que se hace diferente una de la otra. En ese momento tendría la información necesaria para tomar una decisión. El tipo de música, la decoración del templo, el tipo de personas que atienden los templos, etc., no deberían ser los criterios que determinen a que iglesia vincularse.

Una iglesia que no posea un catecismo escrito, siguiendo nuestro ejemplo, debería darnos la misma confianza que nos daría un computador que no posea un manual.

 

Del Catecismo Romano al actual

El día 13 de abril de 1546 se propuso a los Padres del Concilio Tridentino[2] un proyecto de decreto sobre la publicación de un catecismo en latín y en lengua vernácula, para la instrucción de los niños y de los que ignoraban las enseñanzas de la Iglesia.

Estas enseñanzas son los pilares sobre los que se fundamenta nuestra Iglesia. Aprobada esta moción por la mayoría de los padres, se decretó que se redactará y que sólo se consignaran en él los temas considerados como fundamentos de nuestra Iglesia.

Así nació nuestro primer catecismo oficial de la Iglesia, publicado en 1566 bajo el papado de Pio V y llevó el nombre de Catecismo Romano.

En su introducción expone los motivos y razones que dieron a su encargo:

“Aunque es cierto que muchos, animados de gran piedad y con gran copia de doctrina se dedicaron a este género de escritos, creyeron los Padres sería muy conveniente que por autoridad del Santo Concilio se publicara un libro con el cual los Párrocos, y todos los demás que tienen el cargo de enseñar, pudiesen presentar ciertos y determinados preceptos para la instrucción y edificación de los fieles, a fin de que, como es uno el Señor, y una la fe, así también sea uno para todos el método y regla de instruir al pueblo cristiano en los rudimentos de la fe, y en todas las prácticas de la piedad.

Siendo, pues, muchas las cosas pertenecientes a este objeto, no se ha de creer que el Santo Concilio se haya propuesto explicar con sutileza en solo este libro todos los dogmas de la fe cristiana, lo cual suelen hacer aquellos que se dedican al magisterio y enseñanza de toda la religión, porque esto, es evidente que sería obra de inmenso trabajo, y nada conducente a su intento, sino que proponiéndose el Santo Concilio instruir a los Párrocos, y demás sacerdotes que tienen cura de almas en el conocimiento de aquello que es más propio de su ministerio y más acomodado a la capacidad de los fieles, sólo quiso se propusieran las que pudiesen ayudar en esto al piadoso estudio de aquellos pastores que están menos versados en las controversias dificultosas de las verdades reveladas.”

Como vemos, su objetivo es condensar en un lenguaje comprensible para todas las edades, que es lo que creemos y porque creemos en lo que creemos. Por muchos siglos fue utilizado como única guía para la enseñanza de nuestra religión, con el paso del tiempo y buscando actualizarse a los tiempos, otros catecismos hicieron su aparición, como el Butler publicado en 1775, o el de San Pio X de 1905 que resumía y actualizaba el lenguaje del Romano, o el Holandés publicado en 1966.

Una de las tareas fundamentales del Concilio Vaticano II[3] era la de hacer más accesible la doctrina de la Iglesia “con toda su fuerza y belleza” a todos los hombres y mujeres de nuestro tiempo. En él se empieza a plantear la posibilidad de escribir un nuevo catecismo.

No sería sino hasta el sínodo de 1985 cuando se analizaban los primeros 20 años del Vaticano II, que se ordenó la redacción de un nuevo catecismo Universal que respondiera al grave diagnostico al que había llegado el sínodo: “Por todas partes en el mundo, la transmisión de la fe y de los valores morales que proceden del evangelio a la generación próxima (a los jóvenes) está hoy en peligro. El conocimiento de la fe y el reconocimiento del orden moral se reducen frecuentemente a un mínimo. Se requiere, por tanto, un nuevo esfuerzo en la evangelización y en la catequesis integral y sistemática”.

El 11 de octubre de 1992 se publicó el nuevo catecismo en francés y después de una profunda revisión, el 15 de agosto de 1997 ve la luz el catecismo en latín, con el nombre de Catecismo de la Iglesia Católica[4] y que sería la fuente para las traducciones a los diferentes idiomas tal y como lo conocemos hoy.

Contenido del catecismo

Para los que les resulta novedosa la existencia de este material tan importante en nuestra vida como católicos, voy a enumerar en términos generales su contenido.

En la primera parte se desglosa lo que se denomina La Profesión de la Fe. En él se desarrollan las diferentes formas que tienen los hombres de conocer a Dios, de como Dios se ha revelado y de las fuentes de revelación tales como la Sagrada Tradición y las Sagradas Escrituras. Luego desglosa frase por frase el credo de los apóstoles, profundizando en el origen de cada una de las creencias que en él se enumeran.

En la segunda parte trata Los Sacramentos de la Fe. Expone en detalle la liturgia en cuanto a su fuente y finalidad. Desarrolla el quién, cómo, cuándo y dónde se celebra la liturgia. Luego describe con bastante profundidad los siete sacramentos de nuestra fe.

La tercera parte presenta La Vida de la Fe. Trata de la dignidad del hombre y de la moralidad de sus actos. Habla sobre las virtudes humanas, el pecado y su distinción entre mortal y venial, de su participación en la vida comunitaria y la justicia social. Luego lista y desarrolla los diez mandamientos de la ley de Dios.

En la cuarta parte se desarrolla La Oración en la Vida de la Fe. Expone las diferentes formas de orar y las diferentes clases de oración. Nos habla sobre los obstáculos a vencer en nuestra oración y de la importancia en su perseverancia. Luego desglosa frase por frase el padre nuestro, profundizando en cada una de ellas.

En resumen, cada parte presenta una introducción a manera de soporte del tema central a desarrollar y luego ahonda en el credo, los sacramentos, los diez mandamientos y el padre nuestro.

Todos y cada uno de los temas que son tratados en este catecismo tienen su origen en las Sagradas Escrituras y en la Sagrada Tradición. Así que contrario a cómo piensan algunas personas, el catecismo no es una adición “humana” a la revelación Divina de las Escrituras, sino más bien su interpretación y desarrollo usando la razón y la guía del Espíritu Santo.

Los católicos contamos con una gran herramienta escrita y al alcance de todos, que nos permite discernir y distinguir entre una opinión o gusto personal de un sacerdote y las verdades fundamentales que nos enseña nuestra Santa Madre Iglesia, en ejercicio del mandato que dejó nuestro Señor Jesucristo a sus apóstoles: “Vayan por todo el mundo y anuncien a todos el evangelio” Marcos 16:15.

 

 


[1] La Carta Encíclica MUSICAE SACRAE del 25 de diciembre de 1955 busca poner orden al tema de la música dentro de la Iglesia. Posteriormente la constitución SACROSANCTUM CONCILIUM sobre la Sagrada Liturgia promulgada en Roma el 4 de diciembre de 1963 en su artículo 120, detalla las pautas de los instrumentos musicales usados durante la celebración de la Sagrada Liturgia.

[2] El Concilio de Trento fue un concilio ecuménico de la Iglesia católica romana desarrollado en períodos discontinuos durante 25 sesiones, entre el año 1545 y el 1563. Tuvo lugar en Trento, una ciudad del norte de la Italia actual.

[3] XXI concilio ecuménico. Fue convocado por el papa Juan XXIII en 1962 y clausurado por el papa Paulo VI en 1965.

[4] En latín “Catechismus Catholicae Ecclesiae”, representado como “CCE” en las citas bibliográficas.

galaxia

APÉNDICE A – Quién es Dios y quién no es Dios

Una de las primeras oraciones que aprendí en mi infancia fue el credo de los apóstoles. Uno de sus apartes dice: «[…] al tercer día resucitó de entre los muertos, subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios Padre, todopoderoso […]». Recuerdo que siempre que la repetía, me imaginaba la escena de dos personajes —Padre e Hijo—, vestidos cada uno con túnica blanca y cinturón dorado, barba blanca, una nube muy grande a sus pies y otras a su alrededor, rodeados de ángeles regordetes que tocaban un instrumento parecido a un arpa pequeña; sentados en una silla de oro con incrustaciones de piedras preciosas, mirando hacia abajo todo el día. Ellos, arriba en el espacio azul y nosotros, en la Tierra. Al Padre lo imaginaba como a Santa Claus, algo gordo, de ojos azules, pelo cano, siempre sonriente, del tamaño de un gran gigante y definitivamente, de tez blanca. Su silla la imaginaba más grande e imponente que la del hijo. Y al hijo, sentado a su derecha, lo imaginaba como al actor inglés Robert Powell, quien interpretó a Jesús en 1977 en la famosa película de Franco Zeffirelli[1]Jesús de Nazareth. Lo imaginaba, por alguna razón, de pelo cano, aunque en la película lo tenía castaño.

Ya en mi edad adulta, después de hablar con la gente, he venido a descubrir que muchos tienen esa misma imagen de Dios y de su Hijo después de su ascensión a los cielos. Así como sucede con la radio, que deja a la imaginación la tarea de darle un rostro y un cuerpo a la voz que sale del aparato, tendemos a hacer lo mismo con Dios, queremos darle un rostro y un cuerpo. El Evangelio de Mateo (3,17) dice: «Se oyó entonces una voz del cielo que decía: “Este es mi Hijo amado, a quien he elegido”». ¿Cómo son el rostro y el cuerpo de Dios? ¿Cómo es? ¿Quién es?

En su libro La cabaña, Paul Young recrea el encuentro sanador entre un hombre cuya pequeña hija murió a manos de un asesino en serie y la Santísima Trinidad. Entre las novedades del libro está la forma que el autor le dio a cada una de las personas de la Trinidad: al Padre lo caracterizó como una mujer afroamericana, al Espíritu Santo, como una asiática y al Hijo, como un judío varón. El libro fue llevado al cine en el 2017. Octavia Spencer[2] interpretó al Padre (en la película es llamada cariñosamente «papa»). Tener una imagen de Dios ha inquietado a la mente humana desde que tenemos registros de su existencia.

A la pregunta «¿quién es Gabriel García Márquez?» se contesta que fue un escritor colombiano, premio nobel de literatura en 1982, autor de importantes novelas como Cien años de soledadCrónica de una muerte anunciada y La mala hora, entre otras; autor de cuentos como La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada y Los funerales de la Mamá Grande, entre muchos otros. Vivió hasta los ochenta y siete años. Murió en la ciudad de México, lugar que lo albergó durante sus últimos años de vida, a causa de un cáncer linfático. Cuando se pregunta cómo era Gabriel García Márquez, se puede contestar que era una persona muy talentosa, de gran humor, que siempre hacía sonreír a sus amigos, un buscador incansable de la concordia y la armonía, alguien que, sin ocultar sus ideas socialistas, se mantuvo alejado de la política. Fiel y leal a sus principios, consideraba la amistad como uno de los grandes regalos de la vida, que había que conservar a toda costa. ¿Cómo era físicamente? Tenía pelo crespo, de cara redonda, pómulos sobresalientes, cejas muy pobladas y un bigote bastante tupido que resaltaba aún más su permanente sonrisa. Tenía una frente ancha y despejada, nariz corva, y una piel clara que contrastaba con sus ojos marrones.

Esas son las preguntas clásicas que formulamos cuando nos interesa conocer a una persona. Queremos conocer su nombre, origen, principales rasgos físicos, carácter e intelecto, obras y legado. Es natural que queramos saber lo mismo con respecto a Dios.

yhwh

APÉNDICE A – ¿Cuál es el nombre de Dios?

Después que Moisés dejó atrás a su familia real adoptiva y abandonó la tierra de Egipto, se refugió en la región de Madián. Allí conoció a quien sería su esposa, Zipora, hija de Jetro. En esa región aprendió y ejerció el oficio de pastor de ovejas y se hizo cargo de los rebaños de su suegro. Cuarenta años después, mientras cuidaba las ovejas en la montaña de Horeb, se percató de un arbusto en llamas que no se quemaba. Al acercarse, una voz lo llamó por su nombre y le ordenó que se quitara las sandalias, ya que la tierra que él pisaba era santa. La voz se presentó como el Dios de sus antepasados, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, y luego le encomendó la misión de sacar al pueblo israelita de Egipto para llevarlo a tierras de libertad. Al finalizar, y como quien se pone a pensar qué más necesita saber antes de comenzar la misión, Moisés cayó en la cuenta de un asunto importante y le dijo: «[…] El problema es que si yo voy y les digo a los israelitas: “El Dios de sus antepasados me ha enviado a ustedes”, ellos me van a preguntar: “¿Cómo se llama?”. Y entonces, ¿qué les voy a decir?» (Éxodo 3,13). Moisés, que vivía en un lugar donde se adoraba a los dioses del sol, el fuego, la luna, la muerte, etc., quería saber, de entre tantos, quien era él, a lo que Él le contestó: «[…] Yo Soy el que Soy[3]. Y dirás a los israelitas: Yo Soy me ha enviado a ustedes» (Éxodo 3,14). Otras traducciones dicen «[…] Yo Soy el que Soy. De este modo, dijo, dirás a los hijos de Israel: El que Es me ha enviado a vosotros».

Dios se abstuvo de decirle a Moisés un nombre como el que poseen todas las cosas que conocemos (silla, mesa, luna, tigre, Carlos, etc.), o como el que tenían los dioses que él conocía (Rá, dios del sol; Ámon, dios de todos los dioses; Toth, dios de la luna; Hathor, diosa del amor y la alegría). «Yo Soy el que Soy» no era su nombre, era más bien una indicación de su naturaleza: Él Es.

Entonces, ¿cómo nos vamos a referir a Él si no quiso dar su nombre? En el hebreo antiguo no se usaban las vocales en la escritura, por lo que las consonantes que se escribieron en el Pentateuco fueron yod-hei-vav-hei que se pronunciaba iajuéj. Al traducirse al latín, las letras que quedaron fueron yhwh, y en español se tradujeron como Yahvé. En la Edad Media, los judíos masoretas (quienes reemplazaron a los escribas de la época de Jesús) tomaron las vocales de las palabras Elohin, que significa «Dios fuerte», y Edonay, que significa «El Señor», y las mezclaron con Yahvé. Así, obtuvieron la palabra «YeHoWiH», que dio lugar al vocablo «Jehová», nombre adoptado por la mayoría de las biblias protestantes para referirse a Dios. No olvidemos que estos son nombres que creamos los humanos, y no nombres revelados.

cuadro

APÉNDICE A – ¿Quién creó a Dios?

Esta pregunta la ha pensado, la está pensando o la pensará la mayoría de las personas que cree en la existencia de Dios o del Creador. ¿Quién creó al Creador? ¿Quién creó a Dios? Esta pregunta puede parecer válida, y gramaticalmente, desde el punto de vista sintáctico, está bien formulada. Pero la verdad es que no tiene sentido. No todas las preguntas, por más que estén expresadas correctamente, tienen sentido. «¿Te acuerdas de lo que comiste ayer?» es gramaticalmente correcta y tiene lógica, pero «¿te acuerdas de lo que moriste ayer?» no la tiene. Las dos preguntas conservan la misma estructura sintáctica, ya que solamente estoy cambiando la palabra «comiste» por «moriste». Pero la segunda pregunta es ilógica. «Lo que comiste» tiene un sentido claro y se puede referir específicamente a una cosa, por ejemplo, una ensalada, pero «lo que moriste» no tiene sentido. Veamos otros ejemplos como «¿Cuántos metros tiene un litro de agua?». Nuevamente, esta pregunta es correcta sintácticamente, pero es absurda, ya que los volúmenes no tienen la propiedad lineal que nos permitiría medirlos con un metro. «¿Cómo hago para no olvidar esos lugares donde nunca he estado?», «¿cómo es un triángulo con cuatro ángulos?» son también preguntas ilógicas, ya que implican una contradicción.

Si alguien pregunta «¿quién creó a Dios?», realmente está preguntando «¿quién creó a dios[4]?». La respuesta pertinente sería que a dios lo creó Dios, porque, si ese dios fue creado, quien lo creó es Dios (el que crea tiene mayor potestad que lo creado). ¿Qué quiero decir con este juego de minúsculas y mayúsculas? Que, al Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, al Dios al que Jesús se refiere como su Padre, al Dios del Génesis que crea el universo y todo lo que hay en él nadie lo creó, porque precisamente ese es el significado de Dios, con mayúscula; Él simplemente es. Por eso nos referimos a Él como Dios. Ya que no fue creado, Él es la causa de todo, es la causa de todas las causas. Él es eterno. Allí está precisamente la contradicción de la pregunta, en suponer que fue creado.

Todas, absolutamente todas las cosas que existieron, existen y existirán poseen una propiedad que se llama la «contingencia». Esta es la propiedad que tienen las cosas de existir o no. Yo soy un ser contingente porque existo, pero también podría no haber existido, en cuyo caso usted no estaría leyendo este libro, sino otro. La puerta de su casa es contingente, ya que existe, pero también podría no haber existido. En ese caso, usted tendría otra. El sol es una estrella contingente porque existe, pero podría no haber existido, en cuyo caso nosotros tampoco existiríamos, pero el resto del universo sí. Dios no posee esta propiedad porque Él siempre ha existido: Él es «necesario», que es lo opuesto a «contingente». Si lo «contingente» es lo que «podría» o no existir, lo «necesario» es lo que sabemos que «tiene que» existir. En su exposición de las cinco vías para demostrar la existencia de Dios, Santo Tomás de Aquino se refiere a Dios como la primera causa[5]. Tiene que haber un ser no contingente que sea causa de todo lo contingente. Es decir que, si existimos nosotros (o porque existimos) —lo contingente—, Dios —que es necesario— no puede no existir.

Así que cuando alguien pregunta «¿quién creó a Dios?», está suponiendo que Dios es contingente, y eso es una contradicción, ya que Él es necesario. Qué contestaría si alguien le pregunta «¿cuál es la comida más rica que nunca ha probado?». Esa pregunta no tiene respuesta porque contiene una contradicción. Lo mismo ocurre con «¿quién creó a Dios?».

Hay que tener mucho cuidado con las preguntas que llevan en sí mismas una contradicción, porque conozco a varios cristianos que cuestionan sus creencias después de escuchar ese tipo de interrogaciones. ¿Recuerda la famosa pregunta «¿puede Dios crear una piedra tan pesada que ni Él mismo pueda levantarla?»? El principal error de esa pregunta está en la manera de entender la omnipotencia. La omnipotencia no se define como la capacidad de hacer cualquier cosa, incluido lo que es lógicamente absurdo. Es como pedirle a Dios que cree un cuadrado de tres ángulos[6] o a un muerto vivo. Un cuadrado de tres ángulos y un muerto vivo son conceptos contradictorios en sí mismos, que no deben poner en duda el poder de Dios. Lo mismo ocurre con la piedra inamovible. Esto es un absurdo en sí mismo. Ser conscientes de ello destruye el malicioso propósito que busca quien formula la pregunta, que no es otro que poner en duda la omnipotencia de Dios.

Lo mismo ocurre con la pregunta «¿qué hacía Dios antes de la creación del universo?». San Agustín contestaba que Él estaba preparando el infierno para los que se lo preguntaran. Nuevamente, esta pregunta no puede ser respondida, ya que el tiempo comenzó a existir cuando Dios creó el universo. La expresión «antes de» solo tiene sentido en un contexto en que el tiempo existe, y antes de la Creación, el tiempo no existía.

1 2 3 4 8 9
Privacy Settings
We use cookies to enhance your experience while using our website. If you are using our Services via a browser you can restrict, block or remove cookies through your web browser settings. We also use content and scripts from third parties that may use tracking technologies. You can selectively provide your consent below to allow such third party embeds. For complete information about the cookies we use, data we collect and how we process them, please check our Privacy Policy
Youtube
Consent to display content from - Youtube
Vimeo
Consent to display content from - Vimeo
Google Maps
Consent to display content from - Google
Spotify
Consent to display content from - Spotify
Sound Cloud
Consent to display content from - Sound