Contáctame
Category

Lo que quiso saber de nuestra iglesia católica y no se atrevió a preguntar

Home / Lo que quiso saber de nuestra iglesia católica y no se atrevió a preguntar

¿Por qué debo confesarme ante un pecador?

Esta es tal vez la razón más frecuente que aducen los fieles católicos que prefieren una confesión directa con Dios, que hacerlo a través de un sacerdote. Alegan la naturaleza pecadora del presbítero, que según su propio criterio, puede llegar a ser más grande que la de ellos mismos.

La Enciclopedia Católica incluye en su definición del Sacramento de la Penitencia y de la Reconciliación (llamada comúnmente cómo la confesión):

“…la confesión no es realizada en el secreto del corazón del penitente, tampoco a un seglar como amigo y defensor, tampoco a un representante de la autoridad humana, sino a un sacerdote debidamente ordenado con la jurisdicción requerida y con el “poder de llaves” es decir, el poder de perdonar pecados que Cristo otorgó a Su Iglesia.”

Supongamos que un muchacho que asiste al colegio golpea a un compañero de clase en la nariz. Ciertamente el joven va a tener un problema y recibirá un castigo por su falta. Ahora supongamos que ese mismo joven le da el golpe con la misma fuerza y en la misma parte, no a su compañero sino a su profesor, el problema y el castigo serán mucho mayor. Ahora supongamos que le da el golpe con la misma fuerza y en la misma parte, no a su profesor sino al rector, el problema y el castigo serán todavía peor. ¿Qué pasaría si lo hiciera con el alcalde de la ciudad? O ¿con el presidente del país? Es claro entonces que el problema y el castigo son proporcionales no a la acción en sí misma, sino a la dignidad del ofendido. A mayor dignidad, mayor es la ofensa.

“En verdad os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos hermanos míos, aun a los más pequeños, a mí lo hicisteis.” Mateo 25:40.

Así que cuando ofendemos al prójimo estamos ofendiendo a Dios. Esta idea ha estado en la conciencia del hombre desde tiempos muy lejanos, mucho antes que Dios se le manifestara a Abraham. El hombre antiguo atribuía las sequías, las inundaciones y otros desastres naturales a una manifestación de disgusto de los dioses por las ofensas recibidas. Sacrificios, construcciones, rituales, etc., buscaban congraciarse nuevamente con su dios ofendido.

En el Antiguo Testamento encontramos las prácticas estipuladas por Dios para el perdón de los pecados (Levítico 4 y 5). Los procedimientos variaban según la condición del pecador. Este es uno de esos casos:

“Si una persona de clase humilde peca involuntariamente, resultando culpable de haber hecho algo que está en contra de los mandamientos del Señor, en cuanto se dé cuenta del pecado que cometió, deberá llevar una cabra sin ningún defecto como ofrenda por el pecado cometido. Pondrá la mano sobre la cabeza del animal que ofrece por el pecado, y luego lo degollará en el lugar de los holocaustos. Entonces el sacerdote tomará con el dedo un poco de sangre y la untará en los cuernos del altar de los holocaustos, y toda la sangre restante la derramará al pie del altar. También deberá quitarle toda la grasa, tal como se le quita al animal que se ofrece como sacrificio de reconciliación, y quemarla en el altar como aroma agradable al Señor. Así el sacerdote obtendrá el perdón por el pecado de esa persona, y el pecado se le perdonará.” Levítico 4:27-31

La persona confesaba su falta al sacerdote y reconocía que merecía morir por su transgresión. ¡Había ofendido a Dios! Se había agraviado a la mayor dignidad existente. ¿Cuál debería ser el castigo por haber atentado contra la mayor dignidad posible? La muerte. Pero en vez de morir el agresor, lo hacia la cabra. Acá nace la expresión de “chivo expiatorio”. El chivo expiaba los pecados de la persona que lo ofrecía. La expiación es la remoción del pecado a través de un tercero que en este caso es el chivo o la cabra.

En el Nuevo Testamento encontramos dos citas donde Jesús anticipa a sus apóstoles que ellos ejercerán el perdón de los pecados. La primera se la dirige a Pedro en particular y la segunda a sus apóstoles en general.

“Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que tú ates aquí en la tierra, también quedará atado en el cielo, y lo que tú desates aquí en la tierra, también quedará desatado en el cielo.” Mateo 16:19

“Les aseguro que lo que ustedes aten aquí en la tierra, también quedará atado en el cielo, y lo que ustedes desaten aquí en la tierra, también quedará desatado en el cielo.” Mateo 19:19

Y en el primer día de su resurrección, les encomienda lo que les había anticipado:

“Luego Jesús les dijo otra vez: — ¡Paz a ustedes! Como el Padre me envió a mí, así yo los envío a ustedes. Y sopló sobre ellos, y les dijo: —Reciban el Espíritu Santo. A quienes ustedes perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a quienes no se los perdonen, les quedarán sin perdonar.” Juan 20:21-23

No debemos confundir la administración con la potestad. Solo Dios tiene la potestad de perdonar los pecados[1]. Jesús posee esa autoridad en la tierra: “Pues voy a demostrarles que el Hijo del hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados…” (Lucas 5:24). Pero en su ausencia temporal encargó la administración de ese perdón de los pecados a sus apóstoles, que a su vez lo delegaron a los presbíteros con quienes nos confesamos actualmente. Ellos no perdonan los pecados. Dios se sirve de ellos para hacerlo.

¿Qué podemos decir respecto a la acción de confesar los pecados?

Ya en el pueblo judío existía la práctica de confesar los pecados a otro hombre. Ellos no confesaban sus faltas con la almohada. Cuando la gente acudía a Juan el Bautista, los textos bíblicos dicen que lo hacían para ser bautizados y que “…Confesaban sus pecados.” (Mateo 3:6).

O cuando la gente se convertía al cristianismo confesaban sus pecados: “También muchos de los que creyeron llegaban confesando públicamente todo lo malo que antes habían hecho” (Hechos 19:18). Incluso era conocida la práctica de hacerlo, no a una sola persona, sino a su comunidad: “Por eso, confiésense unos a otros sus pecados, y oren unos por otros para ser sanados…” (Santiago 5:16).

Hay quienes interpretan esta confesión, como una pedida de perdón a la persona que ha ofendido. Si volvemos a leer Mateo 3:6 no parece lógico que esas personas que buscaban al Bautista lo hubieran ofendido y por eso iban por su perdón.

Todos hemos caído

Por naturaleza al hombre no le gusta reconocer sus faltas. Nuestro gran ego nos impide aceptar que nos equivocamos. Las primeras mentiras que dice un niño buscan negar las faltas que ha cometido. Pero la realidad es que a través de las equivocaciones que se reconocen y se aceptan es que el hombre crece y madura.

Cuando estábamos aprendiendo a caminar, nos caímos muchas veces, nuestros padres nos ayudaban a levantarnos y continuábamos practicando el paso, hasta que fuimos ganando el equilibrio necesario que nos permitió caminar y luego correr.

Cuando aprendimos a manejar, muchas veces el carro se nos apagaba en la arrancada, o ésta era demasiado brusca, o frenábamos muy fuerte. Cuantas veces no estuvimos a punto de chocar o chocamos. Poco a poco esos errores nos fueron convirtiendo en expertos conductores.

Todos hemos pasado en la vida por estos procesos de prueba y error. Todos hemos cometido faltas que nos han aportado lecciones valiosas que nos han guiado en nuestro caminar por la vida.

Algunos consideran solamente faltas dignas de ser confesadas el matar y el robar. Pero como humanos caemos fácilmente en errores y situaciones que ni siquiera pensamos que las viviríamos o que fuéramos capaces de propiciarlas, y cada vez que las cometemos se crea una herida en nuestro corazón o en el de un ser querido.

Las heridas grandes cuando no son atendidas adecuadamente se infectan y con ello se agrava el problema. Y aun las pequeñas, si se hacen muchas en la misma área, terminan igual.

La confesión es esa medicina que sana las heridas que nos hemos infligido con nuestras faltas o que nos las han causado otros con sus faltas. La confesión es el gran regalo que Dios nos dejó para aliviar esas heridas que desangran y que van afectando otras áreas de nuestro cuerpo.

Cuando Jesús estaba sentado a la mesa en casa de un fariseo, contó la siguiente parábola:

“Jesús siguió: —Dos hombres le debían dinero a un prestamista. Uno le debía quinientos denarios, y el otro cincuenta; y como no le podían pagar, el prestamista les perdonó la deuda a los dos. Ahora dime, ¿cuál de ellos le amará más? Simón le contestó: —Me parece que el hombre a quien más le perdonó. Jesús le dijo: —Tienes razón.” Lucas 7:41-43.

Existe una complicada relación psicológica entre el acreedor y el deudor al momento de concederse la exoneración de la deuda. El amor que se expresa en perdón y el perdón que genera nuevo amor. La severidad de exigir el monto adeudado y el despilfarro de generosidad en la exoneración de esta. La cadena sin fin de amor que genera la grandeza del que perdona sin medida. Del que perdona “setenta veces siete”.

He experimentado muchas veces esa sensación de alivio, de sanidad, de limpieza, de un nuevo comenzar que nos ofrece la confesión. De un borrón y cuenta nueva. “Pero yo, por ser tu Dios, borro tus crímenes y no me acordaré más de tus pecados.” (Isaías 43:25). También he acompañado a numerosas personas adultas a que practiquen una confesión después de muchos años de no haber hecho una, y me deleito con ellos de ese sentimiento que da el haber dejado en ese confesionario el edificio que por años habían cargado sobre sus hombros.

A través de ciertas dinámicas que hacemos entre los hombres del ministerio de Emaús en mi parroquia, compartimos abiertamente nuestras vidas incluyendo nuestros errores y aciertos. Siempre me ha resultado interesante ver como cuando terminan de contar sus faltas, algunas veces con mucha vergüenza, otras personas dicen haber cometido las mismas equivocaciones y que el pedir perdón fue el primer paso que los ayudó a sanar sus heridas. El no sentirse exclusivos, les ayuda a experimentar un sentimiento de humildad ante la fragilidad humana que ataca a todos de una u otra forma.

El perdón restablece el equilibrio que se rompe cuando se produce una falta. Equilibrio que restaura la paz, la salud y la alegría de sabernos perdonados después de haber mostrado un sincero arrepentimiento y la intención de no volver a cometer la falta.

 

Sacerdote psicólogo

Decía el escritor argentino Gustavo Adolfo Martínez Zuviría, mejor conocido como Hugo Wast, en su escrito Cuando se Piensa[2]:

“Cuando se piensa que un sacerdote hace más falta que un rey, más que un militar, más que un banquero, más que un médico, más que un maestro, porque él puede reemplazar a todos y ninguno puede reemplazarlo a él.”

La vocación al sacerdocio es una llamada y una respuesta de amor al Amor. Es un diálogo de corazón a corazón, en el que Dios llama al sacerdote a ser otro Cristo, dispuesto a dar su vida por los demás y a servirles sin condiciones.

Así como cualquier hombre que se entrega por completo al cuidado de su familia, el sacerdote lo hace con su rebaño de fieles que constituye su familia.

En su búsqueda de imitar a Cristo, él se entrega por completo al servicio de su comunidad. No hay horarios ni límites. En cualquier momento del día, de la noche o de la madrugada, debe asistir a un moribundo que quiere confesarse antes de morir. No hay distinción entre horas de trabajo y horas de descanso. Es como el médico que está de guardia durante un fin de semana. A cualquier hora lo pueden necesitar. La diferencia está en que el sacerdote esta de “guardia” veinticuatro horas al día, trescientos sesenta y cinco días al año.

Aunque varía según el país y la universidad, un futuro sacerdote estudia mínimo dos años materias tales como: psicología, pedagogía, sociología, sexualidad y moral entre otras.

En su ejercicio profesional utilizan este conocimiento todo el tiempo. Pasan sus vidas escuchando los problemas de las personas. Ellos lidian con sus alegrías, éxitos, abundancias y riquezas. También bregan con sus penas, preocupaciones, miedos, ignorancias, carencias, complejos, debilidades y lutos.

La gente no les miente, les abren sus corazones y exponen sus sentimientos y preocupaciones con la certeza que nunca serán divulgados por el sacerdote. Esto les permite con los años, cultivar una gran experiencia en la guía y consejería del drama humano.

Usted habrá escuchado de un sacerdote que abusó de un menor, o de otro que robó, o de otro que asesinó a una persona, pero nunca habrá escuchado de un sacerdote que haya violado el secreto de confesión. Santo Tomás de Aquino decía “Lo que se sabe bajo confesión es como no sabido, porque no se sabe en cuanto hombre, sino en cuanto Dios”.

Los psicólogos, como cualquier otro profesional, son personas que tienen una vida personal y profesional muy bien delimitada. Su vida personal demanda tiempo. Al terminar su jornada laboral, típicamente de ocho horas diarias y de lunes a viernes, dedican el resto del día a la atención de sus asuntos personales.

No así el sacerdote, que aún en sus horas privadas de oración, está pidiendo por todo su rebaño y por las necesidades particulares de algunos de sus feligreses.

Así que una persona que no acude al sacramento de la confesión, desconociendo o queriendo ignorar su origen divino, porque prefiere hacerlo consigo misma, la podemos invitar a hacer esta reflexión:

  • Si se confiesa consigo misma, es porque reconoce que hizo algo malo.
  • Si reconoce que hizo algo malo, suponemos que no quiere volverlo hacer.
  • Si no quiere volverlo hacer, debe haber algún tipo de cambio en su comportamiento.
  • Un buen consejo es muy bienvenido a la hora de hacer cambios.
  • ¿Quién mejor para emitir un consejo, que una persona que durante años y años ha acumulado una enorme experiencia en ayudar a las personas a superar sus problemas; que un sacerdote? Un sacerdote no sólo se limita a conceder el perdón, sino que guía a la persona a no incurrir en sus faltas o recomienda como superar esas dificultades en nuestras relaciones con el mundo y con los que nos rodean.

Es la falta de amor lo que hay detrás de cada falta que se quiere confesar. Pecamos no porque seamos intrínsecamente malos, sino porque nuestra visión es muy corta y no vemos lo que hay más allá de lo que nos muestran los sentidos. Así que invitemos a esos católicos con ese pensamiento a que se acerquen al sacerdote y lo miren, no con la novedad de saberlo pecador, sino como una persona que por su conocimiento, iluminación, estudio, experiencia y con la facultad de administrar el perdón de Dios; sabe más del amor que cualquier pareja de enamorados. Si logramos nuestro cometido, seguramente con el tiempo acabará por pedir ese perdón que alivia y sana.

 

 


[1] Ver Marcos 2:7 y Lucas 5:2.

[2] Ver el escrito completo en http://www.iglesia.org/videos/item/626-cuando-se-piensa.

¿Siempre el sacerdote habla en nombre de la Iglesia?

En una pequeña parroquia, el sacerdote un poco molesto dijo que era una falta de respeto ir al baño durante la celebración de la misa. Algunos feligreses salieron a decir que la Iglesia prohíbe ir al baño durante la celebración de la misa.

Uno de los miembros del ministerio de música de mi parroquia me comentó con cierta tristeza, que se había enterado que la Iglesia había prohibido el uso de la guitarra eléctrica durante la celebración de la misa[1]. Cuando pregunté por la fuente; me dijo que el sacerdote de otra parroquia las había prohibido.

Lo único que le pude decir a este confundido parroquiano, era que de pronto el sacerdote había expresado su gusto personal y mi amigo lo tomó como una prohibición de la Iglesia.

Con frecuencia escuchamos a otros católicos decir que esto o aquello está prohibido por la Iglesia. Cuando con mucho asombro preguntamos por el origen de dicha aseveración responden que fue un sacerdote quien se los dijo.

Sin la menor indagación de nuestra parte, repetimos el comentario a otros que a su vez harán lo mismo, otorgándole a la Madre Iglesia unas prohibiciones y creencias que no son ciertas.

Los sacerdotes son conscientes de esta realidad y tratan de ser cuidadosos en lo que dicen y hacen. Pero como humanos que son, cargan como cualquier otro, con su maleta de gustos y preferencias. No todos esos gustos constituyen enseñanzas o doctrinas de la Iglesia.

Un determinado médico puede tener más preferencia por las frutas que por las verduras, por lo que seguramente recomendará a sus pacientes más la ingesta de frutas que de vegetales, lo cual no contradice en nada los pilares que tiene la medicina como criterio de una buena alimentación. No por eso el paciente puede decir que la medicina está en contra de los vegetales en la dieta de las personas. Lo que nunca escucharemos es que un médico recomiende grasas, alcohol y tabaco como base de una vida saludable.

Igual nos pasa con el sacerdote. Él puede decir algo relacionado con la Iglesia o con nuestra religión que no necesariamente constituye dogma o enseñanza. Lo que nunca le oiremos decir por ejemplo: es que la virgen María nació con el mismo pecado original de todos nosotros ya que es contrario a un dogma de nuestra Iglesia. O que el purgatorio no existe. O que la confesión de los pecados no es necesaria hacerla con un sacerdote.

Algunos sacerdotes se han apartado considerablemente de las enseñanzas, prácticas y tradiciones de la Iglesia, obligando al magisterio a hacer un llamado de atención severo como el ocurrido en 1907 que motivó la “encíclica Pascendi” del papa Pio X. Dice en uno de sus apartes:

“Hablamos, venerables hermanos, de un gran número de católicos seglares y, lo que es aún más deplorable, hasta de sacerdotes, los cuales, so pretexto de amor a la Iglesia, faltos en absoluto de conocimientos serios en filosofía y teología, e impregnados, por lo contrario, hasta la médula de los huesos, con venenosos errores bebidos en los escritos de los adversarios del catolicismo, se presentan, con desprecio de toda modestia, como restauradores de la Iglesia, y en apretada falange asaltan con audacia todo cuanto hay de más sagrado en la obra de Jesucristo, sin respetar ni aun la propia persona del divino Redentor, que con sacrílega temeridad rebajan a la categoría de puro y simple hombre.”

El sacerdote es la cara visible de la Iglesia pero no es el magisterio de la Iglesia. Ellos son servidores y no legisladores.

Debemos aprender a distinguir entre las opiniones y gustos personales de un sacerdote con las enseñanzas de la Iglesia. ¿Cómo podemos saber cuáles son las enseñanzas de la Iglesia?

De muchas maneras, pero para los católicos de “kínder” yo diría que básicamente con el catecismo.

Cuando una persona está comprando un computador y tiene dos alternativas para escoger, debería pedir al vendedor los manuales de las máquinas. Manuales en mano, procedería a comparar cada una de las diferentes especificaciones de uno contra el otro. La velocidad de uno contra la del otro. La memoria de uno contra la del otro. Las funciones especiales de uno contra las del otro. Con el entendimiento de las diferencias entre las dos máquinas, poseería la información necesaria para tomar la decisión de compra basado en un criterio técnico y no uno subjetivo como el empaque o el color.

Una persona adulta que no pertenece a ninguna iglesia y quiere buscar una a la cual adherirse, debería pedir a cada una de ellas su catecismo. Catecismo en mano, puede determinar qué es lo que enseña cada una de ellas. Que es lo que cada iglesia cree y no cree. En que se hace diferente una de la otra. En ese momento tendría la información necesaria para tomar una decisión. El tipo de música, la decoración del templo, el tipo de personas que atienden los templos, etc., no deberían ser los criterios que determinen a que iglesia vincularse.

Una iglesia que no posea un catecismo escrito, siguiendo nuestro ejemplo, debería darnos la misma confianza que nos daría un computador que no posea un manual.

 

Del Catecismo Romano al actual

El día 13 de abril de 1546 se propuso a los Padres del Concilio Tridentino[2] un proyecto de decreto sobre la publicación de un catecismo en latín y en lengua vernácula, para la instrucción de los niños y de los que ignoraban las enseñanzas de la Iglesia.

Estas enseñanzas son los pilares sobre los que se fundamenta nuestra Iglesia. Aprobada esta moción por la mayoría de los padres, se decretó que se redactará y que sólo se consignaran en él los temas considerados como fundamentos de nuestra Iglesia.

Así nació nuestro primer catecismo oficial de la Iglesia, publicado en 1566 bajo el papado de Pio V y llevó el nombre de Catecismo Romano.

En su introducción expone los motivos y razones que dieron a su encargo:

“Aunque es cierto que muchos, animados de gran piedad y con gran copia de doctrina se dedicaron a este género de escritos, creyeron los Padres sería muy conveniente que por autoridad del Santo Concilio se publicara un libro con el cual los Párrocos, y todos los demás que tienen el cargo de enseñar, pudiesen presentar ciertos y determinados preceptos para la instrucción y edificación de los fieles, a fin de que, como es uno el Señor, y una la fe, así también sea uno para todos el método y regla de instruir al pueblo cristiano en los rudimentos de la fe, y en todas las prácticas de la piedad.

Siendo, pues, muchas las cosas pertenecientes a este objeto, no se ha de creer que el Santo Concilio se haya propuesto explicar con sutileza en solo este libro todos los dogmas de la fe cristiana, lo cual suelen hacer aquellos que se dedican al magisterio y enseñanza de toda la religión, porque esto, es evidente que sería obra de inmenso trabajo, y nada conducente a su intento, sino que proponiéndose el Santo Concilio instruir a los Párrocos, y demás sacerdotes que tienen cura de almas en el conocimiento de aquello que es más propio de su ministerio y más acomodado a la capacidad de los fieles, sólo quiso se propusieran las que pudiesen ayudar en esto al piadoso estudio de aquellos pastores que están menos versados en las controversias dificultosas de las verdades reveladas.”

Como vemos, su objetivo es condensar en un lenguaje comprensible para todas las edades, que es lo que creemos y porque creemos en lo que creemos. Por muchos siglos fue utilizado como única guía para la enseñanza de nuestra religión, con el paso del tiempo y buscando actualizarse a los tiempos, otros catecismos hicieron su aparición, como el Butler publicado en 1775, o el de San Pio X de 1905 que resumía y actualizaba el lenguaje del Romano, o el Holandés publicado en 1966.

Una de las tareas fundamentales del Concilio Vaticano II[3] era la de hacer más accesible la doctrina de la Iglesia “con toda su fuerza y belleza” a todos los hombres y mujeres de nuestro tiempo. En él se empieza a plantear la posibilidad de escribir un nuevo catecismo.

No sería sino hasta el sínodo de 1985 cuando se analizaban los primeros 20 años del Vaticano II, que se ordenó la redacción de un nuevo catecismo Universal que respondiera al grave diagnostico al que había llegado el sínodo: “Por todas partes en el mundo, la transmisión de la fe y de los valores morales que proceden del evangelio a la generación próxima (a los jóvenes) está hoy en peligro. El conocimiento de la fe y el reconocimiento del orden moral se reducen frecuentemente a un mínimo. Se requiere, por tanto, un nuevo esfuerzo en la evangelización y en la catequesis integral y sistemática”.

El 11 de octubre de 1992 se publicó el nuevo catecismo en francés y después de una profunda revisión, el 15 de agosto de 1997 ve la luz el catecismo en latín, con el nombre de Catecismo de la Iglesia Católica[4] y que sería la fuente para las traducciones a los diferentes idiomas tal y como lo conocemos hoy.

Contenido del catecismo

Para los que les resulta novedosa la existencia de este material tan importante en nuestra vida como católicos, voy a enumerar en términos generales su contenido.

En la primera parte se desglosa lo que se denomina La Profesión de la Fe. En él se desarrollan las diferentes formas que tienen los hombres de conocer a Dios, de como Dios se ha revelado y de las fuentes de revelación tales como la Sagrada Tradición y las Sagradas Escrituras. Luego desglosa frase por frase el credo de los apóstoles, profundizando en el origen de cada una de las creencias que en él se enumeran.

En la segunda parte trata Los Sacramentos de la Fe. Expone en detalle la liturgia en cuanto a su fuente y finalidad. Desarrolla el quién, cómo, cuándo y dónde se celebra la liturgia. Luego describe con bastante profundidad los siete sacramentos de nuestra fe.

La tercera parte presenta La Vida de la Fe. Trata de la dignidad del hombre y de la moralidad de sus actos. Habla sobre las virtudes humanas, el pecado y su distinción entre mortal y venial, de su participación en la vida comunitaria y la justicia social. Luego lista y desarrolla los diez mandamientos de la ley de Dios.

En la cuarta parte se desarrolla La Oración en la Vida de la Fe. Expone las diferentes formas de orar y las diferentes clases de oración. Nos habla sobre los obstáculos a vencer en nuestra oración y de la importancia en su perseverancia. Luego desglosa frase por frase el padre nuestro, profundizando en cada una de ellas.

En resumen, cada parte presenta una introducción a manera de soporte del tema central a desarrollar y luego ahonda en el credo, los sacramentos, los diez mandamientos y el padre nuestro.

Todos y cada uno de los temas que son tratados en este catecismo tienen su origen en las Sagradas Escrituras y en la Sagrada Tradición. Así que contrario a cómo piensan algunas personas, el catecismo no es una adición “humana” a la revelación Divina de las Escrituras, sino más bien su interpretación y desarrollo usando la razón y la guía del Espíritu Santo.

Los católicos contamos con una gran herramienta escrita y al alcance de todos, que nos permite discernir y distinguir entre una opinión o gusto personal de un sacerdote y las verdades fundamentales que nos enseña nuestra Santa Madre Iglesia, en ejercicio del mandato que dejó nuestro Señor Jesucristo a sus apóstoles: “Vayan por todo el mundo y anuncien a todos el evangelio” Marcos 16:15.

 

 


[1] La Carta Encíclica MUSICAE SACRAE del 25 de diciembre de 1955 busca poner orden al tema de la música dentro de la Iglesia. Posteriormente la constitución SACROSANCTUM CONCILIUM sobre la Sagrada Liturgia promulgada en Roma el 4 de diciembre de 1963 en su artículo 120, detalla las pautas de los instrumentos musicales usados durante la celebración de la Sagrada Liturgia.

[2] El Concilio de Trento fue un concilio ecuménico de la Iglesia católica romana desarrollado en períodos discontinuos durante 25 sesiones, entre el año 1545 y el 1563. Tuvo lugar en Trento, una ciudad del norte de la Italia actual.

[3] XXI concilio ecuménico. Fue convocado por el papa Juan XXIII en 1962 y clausurado por el papa Paulo VI en 1965.

[4] En latín “Catechismus Catholicae Ecclesiae”, representado como “CCE” en las citas bibliográficas.

ateo

¿Cómo hablar de Dios y de la Iglesia con un ateo?

En cada una de nuestras familias hay personas que seguramente fueron bautizadas dentro de la Iglesia católica y desafortunadamente dejaron de creer en Dios o en la Iglesia como institución. La religión no les interesa y hasta les molesta.

Siempre que termino de dictar alguna conferencia, hay quien me hace esta pregunta sin ocultar un velo de tristeza. Su dolor es proporcional a la cercanía del familiar que se ha declarado ateo o que simplemente no practica ningún tipo de espiritualidad.

La encuestadora Gallup preguntó en el 2012: « ¿Independientemente de si asiste a un lugar de culto o no, diría que se considera una persona religiosa, no religiosa o un ateo convencido?». El 59 % de la población mundial se identificó como religiosa, un 23 % no religiosa y un 13 % se declaró atea convencida.

La gente tiene el malentendido de pensar que a Dios solo se puede llegar a través de la fe, por lo que se vuelve un problema recursivo el hablarle a un ateo de Dios. El cristiano solo cuenta con el lenguaje de la fe y el ateo solo entiende el lenguaje de la razón.

El doctor de la Iglesia San Anselmo de Canterbury (siglo XI) sostenía la necesidad de creer para comprender y así luego intentar comprender lo que se creía. No anteponer la fe según Anselmo era presunción; sin embargo no invocar inmediatamente a la razón para comprender lo que se creía era negligencia.

Hasta antes de Santo Tomás de Aquino (siglo XIII) los teólogos afirmaban que la existencia de Dios era evidente, por lo tanto no había que demostrar su existencia. Sin embargo Santo Tomás plantea dos cuestiones: ¿Es necesario demostrar la existencia de Dios? Y ¿Es posible demostrarla? En su obra “Suma Teológica” rechaza la posición generalizada de los teólogos del momento en el sentido que no era necesaria esa demostración ya que para comenzar, no todo el mundo entendía por Dios “aquello mayor de lo cual no cabe pensar nada[1].

Santo Tomás distingue entre verdades de fe (lo revelado) y verdades de razón (lo revelable). Lo revelado es el conocimiento de Dios expuesto por Él y excede la capacidad de la razón humana, por lo que se acepta basándose en su autoridad y no en evidencias ni demostraciones. Lo revelable es el conocimiento de Dios accesible a la razón humana, como la interpretación de las Sagradas Escrituras que pueden ser explicadas racionalmente. Ambas verdades son fuente de conocimiento, pero la razón tiene un límite a partir del cual se sitúa la fe, aportando el conocimiento que la razón no puede alcanzar.

Diálogo entre dos gemelos

Hace unos años circuló por las redes sociales un diálogo ficticio entre dos criaturas que se encontraban en el vientre materno, basado en un texto del Padre Henri Nouwen[2]:

En el vientre de una mujer embarazada estaban dos criaturas conversando, cuando una le preguntó a la otra:

– ¿Crees en la vida después del nacimiento?

La respuesta fue inmediata:

– Claro que sí. Algo tiene que haber después del nacimiento. Tal vez estemos aquí principalmente porque precisamos prepararnos para lo que seremos más tarde.

– ¡Bobadas, no hay vida después del nacimiento! ¿Cómo sería esa vida?

– Yo no sé exactamente, pero ciertamente habrá más luz que aquí. Tal vez caminemos con nuestros propios pies y comamos con la boca.

– ¡Eso es un absurdo! Caminar es imposible. ¿Y comer con la boca? ¡Es totalmente ridículo! El cordón umbilical es lo que nos alimenta. Yo solamente digo una cosa: la vida después del nacimiento es una hipótesis definitivamente excluida – el cordón umbilical es muy corto.

– En verdad, creo que ciertamente habrá algo. Tal vez sea apenas un poco diferente de lo que estamos habituados a tener aquí.

– Pero nadie vino de allá, nadie volvió después del nacimiento. El parto apenas encierra la vida. Vida que, a final de cuentas, es nada más que una angustia prolongada en esta absoluta oscuridad.

– Bueno, yo no sé exactamente cómo será después del nacimiento, pero, con certeza, veremos a mamá y ella cuidará de nosotros.

-¿Mamá? ¿Tú crees en la mamá? ¿Y dónde supuestamente estaría ella?

– ¿Dónde? ¡En todo alrededor nuestro! En ella y a través de ella vivimos. Sin ella todo esto no existiría.

– ¡Yo no creo! Yo nunca vi ninguna mamá, lo que comprueba que mamá no existe.

– Bueno, pero, a veces, cuando estamos en silencio, puedes oírla cantando, o sientes cómo ella acaricia nuestro mundo. ¿Sabes qué? Pienso, entonces, que la vida real solo nos espera y que, ahora, apenas estamos preparándonos para ella.

Este diálogo refleja muy bien la posición en que se encuentra una persona, que a pesar de la poca información que posee, le permite creer y anhelar una nueva vida. El ateo, usando esa misma información racional, no encuentra evidencia y por lo tanto niega la posibilidad de una vida después del nacimiento.

El agnóstico y el ateo

El ateo es la persona que rechaza la creencia de la existencia de Dios o de dioses. Entre sus argumentos más importantes se encuentran la falta de una evidencia materialista o “científica”, el problema del mal y del sufrimiento (tratado en el capítulo XXII), la inconsistencia entre “revelaciones” que fundamentan las diferentes religiones del mundo y el significativo avance de la ciencia en descifrar los grandes misterios de la mecánica de la naturaleza que antiguamente se le asignaban al poder de Dios.

El agnóstico es la persona que ni cree ni descree en la existencia de Dios o de dioses. Generalmente el agnóstico sostiene que debe existir “algo” invisible en el hombre que trasciende después de la muerte.

Al igual que el creyente del común, los ateos y agnósticos no son personas que académicamente hayan profundizado en sus creencias y descreencias, así que en su rechazo a seguir las enseñanzas de una vida cristiana, optan por el camino del agnosticismo o del ateísmo.

Irónicamente es en la misma ciencia donde encontramos nuestro mejor aliado para lograr que un ateo o un agnóstico reflexionen seriamente sobre la existencia de Dios. En esta obra traté el tema sobre ciencia y religión y aporté una serie de argumentos sobre como en la medida en que realicemos una profundización seria de lo que la ciencia ha descubierto, queda expuesta la existencia de un ser superior que diseñó nuestro universo material.

Hasta este punto, el lector habrá encontrado una larga lista de pruebas que desmitifican la creencia popular según la cual la religión ve como enemiga a la ciencia.

El problema con el que generalmente me encuentro cuando hablo con estas personas, es que han creado equivocadamente una fuerte cadena entre Dios y la misa, el sacerdote y las enseñanzas de nuestra Iglesia. Para ellos, el que yo los conduzca a la aceptación de la existencia de Dios implica que al otro día tienen que ir a confesarse con un sacerdote y empezar a asistir todos los domingos a misa. Ese es el objetivo, pero no a corto sino a largo plazo.

Preparación

En la “Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium” del papa Francisco publicado el 24 de noviembre del 2013, se explica el orden de una correcta evangelización[3]. Aunque el Santo Padre tiene como audiencia al cristiano y no al ateo, quiero valerme de su enumeración y darle un nuevo enfoque en el caso que nos ocupa, para una adecuada preparación y como marco de nuestro diálogo con el ateo o agnóstico.

Primero: Anunciar el amor de Dios. El amor debe ser el ingrediente principal durante toda la conversación, sin juzgar ni condenar. Queremos compartir el gozo que sentimos al sentirnos amados por ese Padre amoroso que nos describió Jesús en su parábola del hijo pródigo (Lucas 15:11-32). Nuestra vida debe ser una vida que invite, que atraiga, que despierte la curiosidad de lo que hay detrás de nuestra paz, de nuestro gozo y de nuestra alegría.

Segundo: Una profunda catequesis. Debemos prepararnos con argumentos fuertes y verdaderos, lógicos y razonables. Tratar de hacer razonar a un no creyente citando las Sagradas Escrituras, no servirá. Tengan presente que esa persona considera la Biblia como una gran fábula. Así que solo la podremos usar como fuente histórica o como manual de vida y sabiduría, pero no como verdad revelada. Recuerden que en el capítulo VII se citaron una gran cantidad de papiros que datan de épocas muy cercanas a cuando se fueron escribiendo los diferentes libros que conforman la Biblia actual, de tal forma que si la persona no puede apreciar la sabiduría contenida en las Escrituras por el hecho de llevar el nombre de Biblia, lo podremos remitir a los papiros originales cuando sea necesario.

Tercero: Consecuencias morales. Hablarle del pecado o del infierno a una persona que no cree en Dios es totalmente equivocado, nocivo e inútil. Debemos sembrar esperanza, ternura y amor. No condenación.

El camino que se ha de recorrer con una persona que ha vivido en las tierras del ateísmo o del agnosticismo, es largo, penoso y muy frustrante, pero con la debida guía, preparación, paciencia, perseverancia y mucha oración, podremos obtener algunos frutos, que bien valdrán la pena todos los esfuerzos que hayamos empleado.

Primer paso: Existe un creador

El objetivo de este primer paso es que el mismo llegue a la convicción de la existencia no de Dios, sino de un Creador; para los creyentes ese Creador es Dios, pero para el propósito de avanzar con los no creyentes, hay que evitar caer en esa asociación de Dios con la Iglesia y con lo que implica ser parte de ella.

Es importante aclarar que creador es el que es capaz de sacar algo de la nada. El hombre ha logrado transformar el árbol en un mueble, una piedra en una escultura, etc. Nuestro planeta tierra no salió de la nada, como tampoco el sol, ni el universo. El big bang es la explosión de una energía primaria, pero esa energía que se necesitó ya existía. ¿Quién creó esa energía?

Con respecto a nuestro universo material, incluyendo una increíble diversidad de vida, caben dos posibilidades: La primera es que todo es el resultado del azar y la segunda es que es el resultado de un creador que así lo diseñó.

Santo Tomás de Aquino propuso cinco vías o modos mediante las cuales se puede llegar al conocimiento de la existencia de Dios o de un Creador:

  • Vía del movimiento:Es innegable que todas las cosas del mundo se mueven. Todo movimiento tiene una causa exterior a él mismo. Por todo ello es necesario un primer motor inmóvil que no sea movido por nadie y tenga la capacidad de mover: Este es al que todos llaman Dios o Creador.
  • Vía de la causa eficiente:Es imposible que exista en el mundo algo que sea causa y efecto a la vez, pues la causa es anterior al efecto. Ha sido necesaria una primera causa eficiente que haya producido todas las demás: Este es al que todos llaman Dios o Creador.
  • Vía de lo contingente:Todos los seres de la realidad existen, pero podrían no existir, pues son contingentes (su existencia depende de otro: la nube depende del océano, el océano depende del rio, el rio depende de la tierra, la tierra depende del sistema solar, etc.). Debe existir forzosamente un ser no contingente que haya creado a los demás seres: Este es al que todos llaman Dios o Creador.
  • Vía de los grados de perfección:Para que podamos hablar de un más o un menos en la perfección de los seres, es necesario que exista un ser perfecto que haga posible la comparación: Este es al que todos llaman Dios o Creador.
  • Vía del gobierno del mundo:Todos los seres irracionales o carentes de conocimiento tienden a un fin (la hormiga sabe lo que tiene que hacer, el pájaro sabe lo que tiene que hacer, etc.). Esto sólo es posible si alguien los dirige (a la manera que un arquero dirige la flecha), luego tiene que existir un ser inteligente que dirija todas las cosas: Este es al que todos llaman Dios o Creador.

La naturaleza nos brinda una cantidad incontable de ejemplos en los cuales el azar está prácticamente excluido. La reproducción sexuada es uno de ellos. Si solo las mutaciones que le dan una mayor ventaja de supervivencia a la especie es el motor que genera la gran variedad de vida que conocemos, ¿Cómo fue posible esa mutación que obligó a que ciertas cadenas de ADN solo conservaran una mitad específica de información ya que otras harían lo mismo pero con la otra mitad de la información? ¿Qué ventaja para la supervivencia aportó el sexo en las especies? ¿Por qué macho y hembra?

El sexo introdujo en las especies un riesgo en la supervivencia y una complejidad enorme —matemáticamente improbable como fruto del azar—, que en algún momento contaron con el inmejorable sistema de reproducción asexuada, dejándolas expuestas a la dependencia de encontrar su sexo opuesto para la preservación de la misma. La evolución de la reproducción sexual es un gran rompecabezas de la biología evolutiva moderna que hasta la fecha no ha dado una teoría satisfactoria que la explique y justifique.

El ciclo de vida de la mariposa monarca es otro gran ejemplo de complejidades genéticas, matemáticamente improbable de ser explicadas por el azar. Viven al sur de Canadá y tienen una longevidad de entre 2 y 6 semanas. Cuatro o cinco generaciones tienen esta misma duración de vida. Cuando se acerca el invierno, la siguiente generación de mariposas, no contará con esta corta vida; llegará a vivir entre 28 a 36 semanas, lo que le permitirá emprender un largo viaje de más de 2,000 kilómetros a las montañas del centro de México donde pasaran desde noviembre hasta marzo. En sus últimos días de vida, emprenden un viaje de regreso en dos etapas. Volaran primero a los estados del norte de México y sureste de los Estados Unidos, donde se reproducirán, depositarán los huevos en las matas de algodoncillo y morirán. Las mariposas que nacen de esos huevos, contarán con una vida más larga que las primeras generaciones pero mucho más corta que sus padres, que las mantendrá vivas, hasta que retornen a su lugar de partida donde comenzarán un nuevo ciclo de vida.

Ha de existir un Creador que diseñó las leyes de la naturaleza que desembocaron en el universo que hoy conocemos y en el que vivimos.

Cuando ya se tiene la conciencia de la existencia de un Creador, podemos pasar al siguiente paso.

Segundo paso: Imitando a Jesús

Una persona que empieza a jugar al tenis de manera profesional deberá dedicar varias horas al día a practicar el juego, a desarrollar rutinas fuertes de ejercicio, a mirarse jugando en partidos grabados para identificar sus errores y puntos débiles. También deberá analizar la vida de aquellos astros del tenis que lograron ganar varias veces los más grandes torneos del mundo, como un Roger Federer o una Serena Williams. ¿Qué raqueta usan? ¿Cómo practican? ¿En dónde practican? ¿Cuánto practican? ¿Qué rutinas de ejercicio hacen en el gimnasio? ¿Qué comen? ¿Cuánto comen? ¿Cómo juegan? Etc.

Igual hace el nadador olímpico. Busca conocer lo más que pueda de aquellos que rompieron los records mundiales para imitarlos.

Entonces, si quiere llegar a ser un gran tenista seguramente querrá imitar a un Roger Federer, si quiere llegar a ser un gran nadador seguramente querrá imitar a un Michael Phelps, si quiere llegar a ser un gran futbolista seguramente querrá imitar a un Pelé.

¿A quién quisiera imitar si quiere llegar a ser un gran ser humano?

Afortunadamente en cada época de la historia de la humanidad se puede contar con innumerables ejemplos de grandes seres humanos que por sus características excepcionales trascendieron en el tiempo. Los hubo de todas las razas, nacionalidades, géneros, edades, profesiones y oficios. Unos lograron ganarse un lugar en los libros de historia, algunos acapararon grandes titulares de prensa, en ocasiones sus historias fueron llevadas a la pantalla grande, y otros apenas fueron conocidos en sus pequeños núcleos familiares.

Mahatma Gandhi, Madre Teresa de Calcuta, Buda, Josefina Bakhita, Martin Luther King, el papa Francisco, Florence Nightingale, Rigoberta Menchú, San Juan Bosco, San Francisco de Asís, etc. y por supuesto Jesús de Nazaret; solo por mencionar algunos ejemplos de grandes seres que lograron trascender en el tiempo por su obra y legado.

Cada uno de nosotros tiene una lista de personas que admiramos y cuyos modelos de vida nos pueden inspirar a imitar y a seguir su ejemplo. Como queremos ser los mejores seres humanos, debemos escoger al más grande ser humano del que tengamos información: Jesús de Nazaret.

Dejemos completamente de lado el hecho que nosotros creemos que Él es el hijo de Dios y concentrémonos exclusivamente en su naturaleza humana. En el capítulo II del presente escrito, se explicó cómo abordar y probar la existencia de Jesús hombre que habitó entre nosotros hace más de dos mil años. Como ser humano Jesús fue un ser excepcional. Entre los que no cuestionan su paso por la tierra, nadie ha objetado este hecho.

El Doctor Augusto Cury[4] es un psiquiatra, psicoterapeuta, científico y autor de numerosos obras de psiquiatría. En su libro “El Maestro de maestros” hace un análisis de la inteligencia de Cristo. Dice en su obra:

“Este libro no defiende una religión. Su propósito es hacer una investigación psicológica de la personalidad de Cristo. No obstante, los sofisticados principios intelectuales de su inteligencia, podrán contribuir para abrir las ventanas de la inteligencia de las personas de cualquier religión, hasta las no cristianas. Tales principios son tan complejos que delante de ellos hasta los más escépticos ateos podrán enriquecer su capacidad de pensar.

Es difícil encontrar a alguien capaz de sorprendernos con las características de su personalidad, capaz de invitarnos a meditar y repensar nuestra historia. Alguien que delante de momentos de estrés, contrariedad y dolor emocional tenga actitudes sofisticadas y logre producir pensamientos y emociones que salgan del patrón común. Alguien tan interesante que posea el don de perturbar nuestros conceptos y paradigmas existenciales.

Con el pasar de los años, actuando como psiquiatra, psicoterapeuta y pesquisidor de la inteligencia, comprendí que el ser humano, aunque tiene la mente muy compleja, es frecuentemente muy previsible. El Maestro de los maestros huía de la regla. Poseía una inteligencia estimulante capaz de desafiar la inteligencia de todos los que pasaban por él.

Él tenía plena consciencia de lo que hacía. Sus metas y prioridades estaban bien establecidas (Lucas 18:31; Juan 14:31). Era seguro y determinado, pero al mismo tiempo flexible, extremadamente atento y educado. Tenía gran paciencia para educar, pero no era un maestro pasivo, antes era un instigador. Despertaba la sed de conocimiento en sus íntimos discípulos (Juan 1:37-51). Informaba poco, pero educaba mucho. Era económico para hablar, diciendo mucho con pocas palabras. Era intrépido en expresar sus pensamientos, aunque vivía en una época donde dominaba el autoritarismo.

Su coraje para expresar sus pensamientos le traía frecuentes persecuciones y sufrimientos. Todavía, cuando deseaba hablar, aunque sus palabras le trajesen grandes dificultades, no se intimidaba. Mezclaba la sencillez con la elocuencia, la humildad con el coraje intelectual, la amabilidad con la perspicacia.” Capítulo 1.

Quienes conocieron a Jesús lo amaron. Generoso hasta el extremo. Amorosamente misericordioso. Fiel y leal amigo, siempre rodeado por multitudes que querían estar a su lado, escucharlo y hacerle preguntas de toda clase. Cuidó y defendió a los suyos. Buen hijo. Incansable trabajador. Hombre de principios. Coherente y consistente en su pensar, hablar y obrar. Sencillo y humilde. Excelente consejero. Su solidaridad con los más necesitados lo mantenía siempre ocupado. Su personalidad alegre y jovial era deseada hasta en las casas de sus detractores. No le huía a las dificultades sin llegar a ser temerario ni imprudente. Detallista. Cariñoso y afectuoso. Siempre se podía contar con él sin condiciones. Paciente y tolerante. Calmado pero nunca indiferente. Puro e inocente y al mismo tiempo viril, enérgico y fuerte. Amante de la naturaleza y gran observador de ella. Su gran carisma es innegable. Jesús poseía en abundancia todas esas características y cualidades que una persona con el firme propósito de crecer y mejorar como ser humano puede querer.

Varias biografías se han escrito de Jesús, incluyendo los tres tomos que escribió el papa Benedicto XVI sobre su infancia, obra y pasión. Los estudios de cine han hecho grandes películas basadas en su vida destacándose la producción anglo italiana de 1977 dirigida por el italiano Franco Zeffirelli. Cada una de estas obras expone el pensamiento del autor, por lo que resaltará o aportará más información sobre algún aspecto de su vida y obra, basadas siempre en lo que las Sagradas Escrituras nos cuentan. Así que vayamos a la fuente.

Cada uno de los cuatro evangelios fue escrito con una audiencia en mente.

Mateo escribió para una audiencia hebrea. Uno de los propósitos de su Evangelio era mostrar que Jesús era el Mesías largamente esperado y por lo tanto debía ser creído. Su énfasis está en Jesús como Rey prometido, el “Hijo de David” quien se sentaría para siempre en el trono de Israel (Mateo 9:27; 21:9).

Marcos escribió para una audiencia de gentiles. Su énfasis está en Jesús como el Siervo sufriente, aquel que no vino para ser servido sino para servir y dar su vida para la salvación de muchos.

Lucas también escribió para los gentiles. Su énfasis está en la humanidad de Jesús, por eso lo llama “el Hijo del Hombre”. Muestra ese corazón misericordioso que sanaba cuerpos y almas.

Juan nos habla mucho de la humanidad de Jesús pero enfatiza en su divinidad. Es el evangelio de mayor profundidad teológica.

Como buscamos concentrarnos en el aspecto humano que queremos imitar, debemos invitar a que lea el evangelio escrito por Lucas.

Invitémoslo a leer poco a poco ese evangelio, analizando lo que Jesús hacia y decía, de cómo reaccionaba ante cada situación que se le presentaba. En qué consistía su enseñanza. Cómo se relacionaba con sus discípulos y amigos. Cómo reaccionaba ante la crítica. Que lo molestaba y que le agradaba. Cuáles eran los intereses que lo motivaban. Que lo hacía ponerse triste y que lo llenaba de alegría. Que pensaba Él sobre las personas que cometían errores y faltas. Cuál era su comportamiento ante la injusticia, ante los poderosos y ante los sabios. De qué forma ayudaba a los que ayudaba. Que criticaba y cómo criticaba.

Aunque el evangelio de Lucas hace énfasis en el aspecto humano de Jesús, no deja de lado su divinidad, así que debemos decirle que se concentre solo en ver su humanidad y que más adelante se podrá detener a conocer su naturaleza divina.

Cuando haya aceptado que Jesús de Nazaret es el mejor modelo de ser humano que podemos imitar y haya conocido de Él a través de las Sagradas Escrituras, podemos pasar al siguiente paso.

Tercer paso: Jesús era el Mesías

Para calcular la probabilidad de que un evento simple suceda, se divide el número de casos favorables sobre el número de casos posibles. Por ejemplo; ¿Cuál es la probabilidad de que al sacar una carta de una baraja inglesa resulte ser un as? Aplicando la formula anterior diríamos que como la baraja trae 4 ases (uno de cada palo) y la baraja trae en total 52 cartas, entonces la probabilidad es el resultado de dividir 4 entre 52, es decir 7.6% o 1 en 13. Es decir que, en términos de probabilidades, he de extraer 13 cartas para sacar un as.

Para calcular la probabilidad de dos o más eventos simples e independientes, se multiplican sus probabilidades individuales entre sí. Por ejemplo ¿Cuál es la probabilidad de que al extraer cuatro cartas en forma consecutiva de una baraja resulten ser los 4 ases? Al comenzar el ejercicio hay 4 ases y hay 52 cartas, así que la primera probabilidad es 4/52. Como se sacó un as, la segunda probabilidad es 3/51. Como ya se sacó otro as, la tercera probabilidad es 2/50 y la cuarta sería 1/49, es decir que la probabilidad que estamos buscando es 4/52*3/51*2/50*1/49, es decir 0.00037% o 1 en 270,725. Es decir que yo tengo que repetir la prueba 270,725 veces para que en una de ellas saque cuatro ases consecutivos.

Para ganarse el Powerball (una modificación del popular juego del lotto) la persona debe acertar cinco números entre 1 y 59 y luego otro número Powerball que va del 1 a 35, es decir 0.00000057% o 1 en 175.223,510. Es decir que tengo que jugar 175.223,510 veces para en una de ellas ganar.

La ciudad de Naples, Florida, en los Estados Unidos cuenta con una población de poco más de 20,000 habitantes. ¿Cuál sería la probabilidad que en un día cualquiera naciera un niño varón en esta ciudad? Suponiendo que el día en cuestión nacieron 12 niñas y 10 niños, la probabilidad sería 45% o 1 entre 2.2. Pero si ahora decimos ¿Cuál sería la probabilidad que en un día cualquiera naciera un niño varón en esta ciudad, cuya madre fuera a dar a luz por primera vez? Supongamos que solo dos de los varones nacidos ese día son hijos de madres que daban a luz por primera vez, la probabilidad buscada sería 9.1% o 1 entre 11. La probabilidad disminuyó significativamente ya que pasamos de 45% a 9.1%, o de 1 entre 2.2 a 1 entre 11.

¿Cuál sería la probabilidad que el niño en mención naciera de una madre que diera a luz por primera vez y que además su apellido fuera Gonzales? La probabilidad se hace bastante más pequeña.

¿Cuál sería la probabilidad si le agregamos la condición que su padre fuera mexicano? La probabilidad se hace todavía más pequeña.

Cada cientos de años, los planetas Júpiter y Saturno se pueden apreciar muy pegados uno al lado del otro desde la tierra, mostrándose como un gran punto luminoso en el firmamento.

¿Cuál es la probabilidad que no ya en un día cualquiera, sino cuando Júpiter y Saturno estén alineados, naciera un niño varón en la ciudad de Naples, cuya madre fuera la primera vez que da a luz, de apellido Gonzales y el padre del niño fuera mexicano? La probabilidad continuaría disminuyendo millones de veces más.

De continuar agregando condiciones muy específicas acerca de este niño, al adicionar la octava condición esa probabilidad ha disminuido a 1 entre 10,000’000,000’000,000’000,000’000,000. Es decir que se necesita que nazcan ese número gigante de niños para que uno de ellos cumpla con esas ocho condiciones.

Seguramente este número le parece grande, pero es muy difícil de comprenderlo en su cabeza. Déjeme ayudarlo. Reúna ese número de monedas de un dólar de plata (su diámetro es de 26.5 mm y su grosor es de 2 mm), dibuje una cruz en una de ellas con un marcador, luego cubra todo el estado de Texas, USA —aproximadamente 700,000 Kilómetros cuadrados— con las monedas, no se preocupe que le van alcanzar, es más, va a poder cubrir el estado con varias capas de monedas, hasta alcanzar un espesor de 60 centímetros. Ahora tápele los ojos a una persona y pídale que camine sobre esas monedas y que cuando quiera, se detenga y seleccione una cualquiera.

La probabilidad que la moneda seleccionada libremente por esta persona resulte ser la que tiene dibujada la cruz es de 1 en 10,000’000,000’000,000’000,000’000,000.

Durante un período de 1,400 años, es decir desde Abraham (1,800 a.C.) hasta el profeta Malaquías (400 a.C.) muchos profetas dieron detalles muy precisos del Mesías, del Cristo, del Ungido, del Hijo de Dios que habitaría con nosotros. Del Emanuel.

En el Antiguo Testamento encontramos más de cuarenta y ocho profecías que daban detalles del dónde, cómo y de quien nacería el Mesías. De los eventos astronómicos que ocurrirían en su nacimiento. De muchas cosas específicas que pasarían durante su vida. Sus milagros. El impacto que traerían sus palabras. Quién lo traicionaría y cómo lo traicionaría. De su pasión, muerte y resurrección.

El profesor Peter Stoner[5] fue el director del departamento de matemáticas y astronomía de la universidad de Pasadena, California, hasta 1953. Fue el director de la facultad de ciencias de la universidad de Westmont en Santa Bárbara, California de 1953 hasta 1957, año en que publicó su libro “La Ciencia Habla, una evaluación sobre ciertas evidencias cristianas[6].”

En el capítulo tercero de su obra, el profesor Stoner hace y explica los cálculos probabilísticos sobre el cumplimiento de las profecías del Mesías, y no se detiene en la octava profecía sino que continúa.

“Con el fin de extender esta consideración más allá de los límites de la comprensión humana, consideremos cuarenta y ocho profecías, similares en las probabilidades de cumplimiento humanas a las ocho que tratamos primeramente. Empleando el mismo principio de probabilidades que hemos empleado hasta aquí, descubrimos que la probabilidad de que una sola persona hubiese cumplido las cuarenta y ocho profecías es de 1 en 10181”.

Escriba el número 10 y agréguele 181 ceros a la derecha. Siga agregando monedas hasta cubrir toda la superficie de la tierra y alcanzar una altura que llegue hasta la luna. Es decir que hemos crecido el tamaño de nuestra esfera terrestre, hasta alcanzar la luna. Le van a seguir sobrando millones y millones de monedas, pero son suficientes para ilustrar el punto.

Al pedirle a la persona que camine con los ojos vendados sobre esta enorme bola de monedas, se sumerja en ella y que coja una moneda que resulte ser la marcada, tenemos dos posibles respuestas para explicar tan extraordinario suceso. La primera es que efectivamente la suerte estaba a su favor y no tuvo que hacer todos los millones y millones y millones (10181) adicionales de intentos para encontrarla. La segunda es que todo estaba arreglado para que él la sacara en el primer intento.

¿Si usted tuviera que apostar por una de esas dos explicaciones por cuál de ellas lo haría?

Históricamente sabemos que en Jesús se cumplieron esas profecías juntas, así que tenemos dos posibilidades, la primera es que fue coincidencia y que a pesar de cumplirse en Él todas las profecías, Él no era el Mesías. La segunda posibilidad es que ciertamente Jesús de Nazaret era el Hijo de Dios anunciado por los profetas cientos de años antes de su nacimiento.

¡El ateo le apuesta a la primera y el creyente a la segunda!

Cuando la persona ha aceptado que Jesús de Nazaret fue el Hijo de Dios podemos pasar al siguiente paso.

Cuarto paso: Tenemos alma

“Porque yo no hablo por mi cuenta; el Padre, que me ha enviado, me ha ordenado lo que debo decir y enseñar. Y sé que el mandato de mi Padre es para vida eterna. Así pues, lo que yo digo, lo digo como el Padre me ha ordenado.” Juan 12:49-50

Lo que Jesús dijo es lo que su Padre, nuestro Padre, le ordenó decir. Es decir que sus palabras las podemos tomar por ciertas.

Ya desde la antigua Grecia, grandes filósofos como Platón y Aristóteles hablaron de que el hombre poseía una parte material y una intangible que llamaron alma.

Tanto en el Judaísmo como en otras religiones, siempre ha sido claro el entendido que el alma sobrevive a la muerte del cuerpo físico.

El libro del Génesis se refiere a esa alma como el soplo de vida que le dio vida al hombre “Entonces Dios el Señor formó al hombre de la tierra misma, y sopló en su nariz y le dio vida. Así el hombre se convirtió en un ser viviente.” 2:7.

Jesús nos pide que cuidemos el alma por ser lo más valioso que poseemos “No tengan miedo de los que matan el cuerpo pero no pueden matar el alma; teman más bien al que puede hacer perecer alma y cuerpo en el infierno.” Mateo 10:28. En muchos pasajes de los evangelios encontramos a Jesús hablando de un juicio que se dará en un futuro, cuando Él haga su segunda aparición en la Tierra. En el evangelio de Mateo encontramos la forma en que se llevará a cabo dicho juicio:

“Cuando el Hijo del hombre venga, rodeado de esplendor y de todos sus ángeles, se sentará en su trono glorioso. La gente de todas las naciones se reunirá delante de él, y él separará unos de otros, como el pastor separa las ovejas de las cabras. Pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. Y dirá el Rey a los que estén a su derecha: “Vengan ustedes, los que han sido bendecidos por mi Padre; reciban el reino que está preparado para ustedes desde que Dios hizo el mundo. Pues tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; anduve como forastero, y me dieron alojamiento. Estuve sin ropa, y ustedes me la dieron; estuve enfermo, y me visitaron; estuve en la cárcel, y vinieron a verme.” Entonces los justos preguntarán: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre, y te dimos de comer? ¿O cuándo te vimos con sed, y te dimos de beber? ¿O cuándo te vimos como forastero, y te dimos alojamiento, o sin ropa, y te la dimos? ¿O cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte?” El Rey les contestará: “Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de estos hermanos míos más humildes, por mí mismo lo hicieron.”

»Luego el Rey dirá a los que estén a su izquierda: “Apártense de mí, los que merecieron la condenación; váyanse al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Pues tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber; anduve como forastero, y no me dieron alojamiento; sin ropa, y no me la dieron; estuve enfermo, y en la cárcel, y no vinieron a visitarme.” Entonces ellos le preguntarán: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o como forastero, o falto de ropa, o enfermo, o en la cárcel, y no te ayudamos?” El Rey les contestará: “Les aseguro que todo lo que no hicieron por una de estas personas más humildes, tampoco por mí lo hicieron.” Ésos irán al castigo eterno, y los justos a la vida eterna.»” 25:31-46.

¿Ha de ser el temor al castigo eterno lo que nos tiene que servir de guía para llevar la vida de acuerdo con lo que propone Jesús? La respuesta es un no rotundo. Desafortunadamente este ha sido el motivador de muchos cristianos y no la reciprocidad que se genera cuando se reconoce el inmenso amor del Padre por el hijo.

¿Debo ser fiel por el temor de perder al ser querido si se llega a conocer mi infidelidad? O por el contrario, ¿debo ser fiel porque amo a mi pareja y evito lastimarla? El amor nos llama a entregar siempre lo mejor de nosotros al ser amado, a brindarle nuestra protección y a gozarnos de su amor. Queremos siempre evitarle cualquier sufrimiento o pena y mucho menos queremos ser nosotros la causa de ella. Es el amor y no el temor lo que nos mantiene fieles a nuestras promesas matrimoniales. Igual ha de ser nuestra fidelidad a Dios. La vida que Jesús nos propone, ha de ser nuestra respuesta de amor a ese amor tan grande por aquel que nos amó hasta el extremo.

Fue el hambre y la necesidad lo que motivo al hijo pródigo a regresar al padre y no el imaginar lo mucho que debería de estar sufriendo el viejo por la forma en que él se había alejado de su familia. Es el amor y no el hambre lo que nos debe mantener unidos a Dios.

Los escribas y fariseos pensaban que el amor al Padre se expresaba en el estricto cumplimiento de la ley. Jesús no perdió oportunidad en tratar de hacerles ver lo equivocados que estaban, que era en el amor al Padre y al prójimo donde se encontraba el verdadero corazón de la ley.

“Los fariseos se reunieron al saber que Jesús había hecho callar a los saduceos, y uno, que era maestro de la ley, para tenderle una trampa, le preguntó: —Maestro, ¿cuál es el mandamiento más importante de la ley? Jesús le dijo: —«Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente.» Éste es el más importante y el primero de los mandamientos. Pero hay un segundo, parecido a éste; dice: «Ama a tu prójimo como a ti mismo.» En estos dos mandamientos se basan toda la ley y los profetas.” Mateo 22:34-40.

¿Cómo he de expresar ese amor por el prójimo? Con buenas obras hechas con amor. “No es tanto lo que hacemos, sino el amor que ponemos en lo que hacemos lo que agrada a Dios[7]. En el segundo paso, aprendimos que imitando a Jesús es como podremos mejorar nuestra habilidad de ser mejores seres humanos. Jesús amó a todos, sanó física y espiritualmente al enfermo, alimentó al hambriento, consoló al triste, le devolvió la vista al ciego, le restableció la esperanza al abandonado, perdonó a sus agresores y entregó su vida por nosotros. Pues bien, así han de ser nuestras obras.

La mejor ilustración del profundo sentido del amor por el prójimo la encontramos en la famosa parábola del buen samaritano escrita en Lucas 10:25-35. Un maestro de la ley le pregunta a Jesús “Maestro, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?”. Obviamente este experto de la ley sabe la respuesta. Jesús le pregunta “¿Qué está escrito en la ley?”. El maestro le respondió “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente”; y, “ama a tu prójimo como a ti mismo.”. Jesús lo felicita por haber contestado correctamente. Acto seguido el maestro pregunta “¿Y quién es mi prójimo?”. Jesús le responde con la hermosa parábola.

Al hombre bueno se le recuerda con bendiciones; al malvado, muy pronto se le olvida.”(Proverbios 10:7). Procuremos ejercitar nuestra capacidad de amar a Dios y al prójimo para presentarnos orgullosos de la labor bien cumplida cuando estemos frente al Padre.

Cuando la persona ha aceptado que el hombre posee alma que ha de responder por sus acciones y omisiones, podemos pasar al siguiente paso.

Quinto paso: Unámonos a la Iglesia

Cuando se logra discernir que Jesús era el Hijo de Dios y que el hombre es una unidad de cuerpo y alma, los evangelios toman una nueva dimensión, ya que el Yahvé del Antiguo Testamento adquiere una nueva personalidad, que es ese “Padre nuestro” que Jesús representó en su famosa parábola del hijo pródigo (Lucas 15:11-32), que nuestro hogar definitivo es en el cielo y que gozaremos eternamente de su presencia.

Jesús nos propuso una nueva forma de vida basada enteramente en el amor. Una forma de vida diametralmente opuesta a lo que ellos pensaban que era la correcta.

“No le hagas al prójimo lo que a ti no te gusta que te hagan”. Quédate tranquilo en casa viendo televisión y no molestando a nadie. Jesús nos enseñó lo contrario “Hazle al prójimo lo que a ti te gusta que te hagan” (Mateo 7:12). Levántate y hazle a alguien lo que a ti te gusta que te hagan.

“Ojo por ojo diente por diente”. Devuelve golpe por golpe. Jesús nos enseñó lo contrario “Perdona setenta veces siete” (Mateo 18:22).

“Odia a tu enemigo”. Jesús nos enseñó lo contrario “Ama a tu enemigo” (Mateo 5:44).

“Haz la mayor publicidad posible de tus buenas obras para que todos te alaben”. Jesús nos enseñó lo contrario “Que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha” (Mateo 6:3).

“Entre más tengas más importante eres”. Jesús nos enseñó lo contrario “Bienaventurados ustedes los pobres, porque de ustedes es el reino de Dios” (Lucas 6:20).

“Cuando des algo a alguien debes asegurarte primero que está en condiciones de devolvértelo y segundo que realmente lo necesita”. Jesús nos enseñó lo contrario “A todo el que te pida, dale, y al que te quite lo que es tuyo, no se lo reclames.”(Lucas 6:30).

Jesús nos enseñó una forma de vida que busca el bien del otro. Una forma de vida que nos pide que le hagamos al prójimo lo que nos gusta que nos hagan a nosotros.

«Jesús le contestó: —El primer mandamiento de todos es: “Oye, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor. Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas.” Pero hay un segundo: “Ama a tu prójimo como a ti mismo.” Ningún mandamiento es más importante que éstos.» Marcos 12:29-31.

Ambos mandamientos hablan del amor. De amar. Pero no a la manera que a nosotros nos parezca, sino a la manera que Él nos enseñó, que no resulta fácil ya que es contrario al egoísmo propio del ser humano.

Igual que buscamos gozar del amor del ser amado, por el amor mismo y en reciprocidad al amor recibido y no por el temor a la reacción de la otra persona si la lastimamos o defraudamos, buscamos amar a Dios para gozarnos de su amor y en reciprocidad de su infinito amor y no por el temor de un castigo.

San Pablo nos revela en su primera carta a los corintios lo que les espera a los que aman a Dios:

“Dios ha preparado para los que lo aman cosas que nadie ha visto ni oído, y ni siquiera pensado.” 2:9

No existe amor humano que pueda siquiera aproximarse al amor incondicional del Padre. Tratar de describirlo sería como escribir una novela con la mitad del alfabeto. Dentro de nuestra limitación humana, hemos de procurar una vida de servicio a los demás basados en el amor al prójimo, tratando de imitar ese amor del que nos amó primero.

Como no resulta fácil amar, se hace necesario acudir a una gran cantidad de ayudas que las podemos encontrar en un mismo lugar y se llama Iglesia.

En ella encontramos primero que todo una comunidad de personas que están tratando de cambiar su estilo de vida por el que Jesús propone, así que encontraremos el apoyo y el acompañamiento en nuestra difícil tarea.

Encontramos la guía del sacerdote que siempre nos señalará el camino correcto.

Encontramos la sabiduría que durante más de veinte siglos la Iglesia ha recaudado a nuestro alcance a través de una gran cantidad de recursos para ser consultados.

Recibimos la Sagrada Eucaristía que es el mejor alimento para nuestra alma. También recibimos la Palabra de Dios explicada en un lenguaje fácil de entender.

Encontramos el perdón de Dios por nuestras faltas de amor para con el prójimo.

Encontramos una gran cantidad de ministerios dedicados al servicio de la comunidad y al crecimiento espiritual, para vincularnos al que mejor se adapte a nuestros talentos e intereses.

Encontramos la presencia de una Madre que como la mejor ama de casa, labora sin descanso para nuestro bienestar espiritual, ganándose una infinidad de adeptos que practican una especial devoción hacia ella.

Y finalmente, encontramos los sacramentos que nos dan las gracias necesarias para cada etapa de nuestras vidas.

 

 


[1] Frase del doctor de la Iglesia San Anselmo de Canterbury (1033-1109).

[2] Sacerdote católico holandés nacido en 1932 y fallecido en 1996. Autor de más de 40 libros religiosos, entre ellos El regreso del hijo pródigo.

[3] Artículos 163 al 168.

[4] Nacido en Brasil en 1958. Líder en proyectos de investigación de cómo se construyen el conocimiento y la inteligencia. Director de la Academia de Inteligencia en Sao Paulo, Brasil.

[5] Nació en 1888 y falleció en 1980.

[6] Editorial Moody Press. Visite la página http://dstoner.net/Science_Speaks/spanish/CienciaHabla.html para ver el libro en su versión en español.

[7] Santa Teresa de Calcuta.

 

tragedia

¿Por qué Dios permite el mal y el sufrimiento?

Al finalizar la segunda guerra mundial, el presbiteriano Charles Templeton junto al evangélico Torrey Johnson fundaron la organización Youth for Christ International. Al poco tiempo, contrataron como predicador al joven William “Billy” Graham. Templeton y Graham se hicieron pronto amigos y juntos participaron en jornadas de evangelización llevando su mensaje a millones de jóvenes de Estados Unidos y Europa. Graham con el tiempo siguió su propio camino y llegó a ser el predicador más reconocido en la historia de los Estados Unidos.

Por su parte, Charles Templeton —famoso por llenar estadios de futbol con personas ansiosas por escuchar su prédica— fue el conductor por poco más de tres años de un programa norteamericano de televisión, transmitido a nivel nacional por la cadena CBS a comienzos de 1952, llamado Look Up and Live desde donde evangelizaba a su audiencia. A finales de 1957 Templeton hizo un anuncio público que conmocionó a millones de sus seguidores: renunciaba al cristianismo y se declaraba un agnóstico[1].

¿Qué causó que este hombre tan carismático, que había sido el instrumento para que millones de personas se convirtieran al cristianismo y aceptaran a Jesús como su salvador, negara todo y se declarara un agnóstico?

La principal razón fue que no encontró respuesta a esta pregunta: ¿Si Dios es amor, porqué permite el mal y el sufrimiento?

Esta es la pregunta teológica más dura, portentosa y desconcertante de todas. El sufrimiento en el hombre tiene connotaciones filosóficas, sociales, culturales, políticas, psicológicas y religiosas. Cada una de estas ciencias ha tratado de encontrar una respuesta que resuelva sus interrogantes. Por su parte, cada religión ha presentado su propia teoría sobre esta cuestión tan compleja e imposible de explicar de forma satisfactoria.

Todos quisiéramos que Dios —cualquiera que fuera la idea que tengamos de Él— nos protegiera de todo sufrimiento. Que si un loco nos dispara al pecho en la calle, nos quitáramos la bala estrellada y siguiéramos caminando como si nada hubiera pasado. Que si un camión pasara por encima de nosotros, nos levantáramos del suelo, nos sacudiéramos y siguiéramos como veníamos. Como los súper héroes de los cuentos infantiles.

Pero independiente de nuestra religión, creencias y valores, todos vamos a sufrir de una u otra manera. “No todos los ojos lloran en un día, pero todos lloran algún día“. Todos tendremos momentos en nuestras vidas donde buscaremos una respuesta que explique nuestro dolor, que muy seguramente lo encontraremos divorciado de todo sentido de “justicia divina”. Siempre nos parecerá injusto, desproporcionado, arbitrario e inmerecido.

En esta tierra el amor y el dolor van muy juntos. San Juan de la Cruz nos decía: “quien no sabe de penas no sabe de amores“. Y es por esto que Cristo en el Sermón de la Montaña nos dio como tercera bienaventuranza: “Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados” Mateo 5:5.

En una encuesta entre cristianos se les preguntó: ¿Sí tuvieran la certeza que Dios les respondería, qué pregunta le harían?; el 94% preguntarían ¿por qué Dios permite el sufrimiento?

Santo Tomás de Aquino abordó el tema del mal en su obra “Suma Teológica” haciendo una analogía con el calor. Decía que si hubiera calor infinito no podría existir el frío, igualmente si la bondad de Dios fuera infinita no podría existir el mal. ¡Pero la bondad de Dios es infinita y el mal si existe! ¿Cómo explicar esto?

Por eso es necesario aclarar que en estricto sentido el mal no existe, como tampoco en estricto sentido no existe la oscuridad, o el frío. La oscuridad no se puede producir, así que para obtenerla debo quitar la luz, que si se puede producir. El frío no se puede producir, así que para obtenerlo debo quitar el calor, que si se puede producir. La oscuridad es la ausencia de luz. El frío es la ausencia de calor. El mal es la ausencia de Dios.

El filósofo ingles del siglo XIX John Stuart Mill, planteó este tema diciendo que de acuerdo a la teología cristiana, el mal no debería existir[2]. Porque si Dios es omnisciente (que todo lo sabe) sabría que existe el mal, si es benevolente (que desea solo el bien) querría desaparecerlo y si es omnipotente (que todo lo puede) podría desaparecerlo. Pero el mal existe y las Escrituras nos revelan que Dios todo lo sabe (Salmo 139:1-16), que es Amor (1 de Juan 4:8) y que todo lo puede (Job 40:1). Así que estamos ante un verdadero misterio del que fuimos advertidos por Jesús:

“Les digo todo esto para que encuentren paz en su unión conmigo. En el mundo, ustedes habrán de sufrir; pero tengan valor: yo he vencido al mundo.” Juan 16:33

Un gran misterio

Misterio, en general, es una verdad que no podemos comprender por ir más allá de nuestro entendimiento. Así que lo primero que debemos decir es que éste es un misterio. Uno grande y angustioso, que se contrapone a ese otro misterio igualmente grande y maravilloso que es el de la misericordia de Dios[3].

De todos los misterios que Dios nos ha dejado, ciertamente éste del dolor es el más difícil de asimilar y entender. Si poco o nada podemos comprender del misterio de la Santísima Trinidad o del misterio de la consagración del pan y del vino, eso no va a afectar tanto nuestras vidas como que no podamos entender este misterio, y en especial cuando estamos siendo golpeados por él.

Constantemente nos amenazan el dolor físico causado por enfermedad o accidente, el dolor emocional causado por la pérdida de un ser querido, problemas familiares, el abandono, una dificultad económica, el desamor, una catástrofe natural, el temor a un futuro incierto, ofensas recibidas, etc. Ante estas situaciones nuestro corazón busca desesperadamente una respuesta que no nos deje desviar nuestra mirada de ese Dios de Amor que tantas veces hemos contemplado en tiempos de calma y sosiego, pero que ante la penuria, urge comprender. Sin embargo la vida es demasiado compleja como para encontrar respuestas sencillas. Los planes de Dios son a largo plazo, a muy largo plazo, a plazo de eternidad. Pero nuestra humanidad los quiere reducir a nuestro plazo, que es corto, muy corto, como un suspiro.

El hombre posee un inmenso deseo de encontrar la respuesta a cada pregunta que ha pasado por su mente. Percibe el mundo de una forma totalmente lógica y piensa que cada efecto es el resultado de una causa. Cuando afronta la injusticia del dolor, quiere encontrar su causa y generalmente termina por culpar a Dios o peor aún: negándolo.

Sin pretender minimizar algo tan inmenso como el mal, ni irrespetar algo tan serio como el dolor, trataré de aportar algunas ideas que nos puedan ayudar a entender algo que siendo misterio carece de entendimiento y comprensión. Quisiera dividir el planteamiento en dos: los sufrimientos causados por nuestros pecados y los sufrimientos causados por las leyes de la naturaleza.

Sufrimientos por nuestros pecados

Es tal vez es en la muerte donde encontramos el límite de la angustia y del dolor humano. Donde se sepulta la esperanza.

He asistido a muchos funerales y nunca se siente uno cómodo en ellos. No nos acostumbramos a la muerte ni al sufrimiento que trae consigo. La realidad es que no fuimos hechos para la muerte, sino para la vida eterna[4] y para vivir sin sufrimientos[5]. En la carta a los romanos 5:12 leemos: “Así pues, por medio de un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado entró la muerte, y así la muerte pasó a todos porque todos pecaron.“.

La soberbia, la avaricia, la envidia, la ira, la lujuria, la gula y la pereza del hombre a lo largo de toda su historia, han causado más muerte, dolor, angustia y sufrimiento que cualquier otra razón que podamos encontrar. No es necesario levantar nuestra mirada a Dios para encontrar una explicación, sino que la encontramos en el mismo hombre.

Por los años 60s, el cantautor argentino Leo Dan hizo muy famosa la versión en español de la canción llamada Last Kiss[6] (El último beso) que interpretaba el grupo Pearl Jam y que dice:

“E íbamos los dos, al atardecer.

Oscurecía y no podía ver.

Y yo manejaba, iba a más de cien.

Prendí las luces para leer.

Había un letrero de desviación.

El cual pasamos sin precaución.

Muy tarde fue, y al frenar.

El carro boto, y hasta el fondo fue a dar.

¿Por qué se fue y por qué murió?

¡Por qué el Señor me la quitó!

Se ha ido al cielo y para poder ir yo.

Debo también ser bueno para estar con mi amor.

Al vueltas dar, yo me salí.

Por un momento no supe de mí.

Al despertar, hacia el carro corrí.

Y aún con vida la pude hallar.

Al verme lloró, me dijo amor.

Allá te espero donde esta Dios.

Él ha querido separarnos hoy.

Abrázame fuerte porque me voy.

Al fin la abracé, y al besarla se sonrió.

Después de un suspiro en mis brazos quedó.”

El conductor va manejando distraído, sin luces y a alta velocidad, elementos necesarios para que ocurra un accidente, que es lo que finalmente ocurre. El accidente le cuesta la vida a su amante. Sin embargo ellos culpan a Dios de la tragedia. Él quiso llevársela, Él quiso separarlos. En palabras de Dios a Job: “¿Pretendes declararme injusto y culpable, a fin de que tú aparezcas inocente?” Job 40:8

De la historia reciente del hombre, tenemos todavía muy fresco los horrores del holocausto. Millones de judíos de todas las edades y condiciones fueron torturados de todas las formas posibles, para luego conducirlos a las cámaras de gas, la horca, el fusilamiento o cualquier otra forma de asesinato. Y como en la canción, tendemos a culpar a Dios de haber permitido esta tragedia, cuando su causa fue el vil abuso de nuestro libre albedrío.

“Cuando alguno se sienta tentado a hacer lo malo, no piense que es tentado por Dios, porque Dios ni siente la tentación de hacer lo malo, ni tienta a nadie para que lo haga. Al contrario, uno es tentado por sus propios malos deseos, que lo atraen y lo seducen. De estos malos deseos nace el pecado; y del pecado, cuando llega a su completo desarrollo, nace la muerte.” Santiago 1:13-15

Por nuestros pensamientos, palabras, obras u omisiones, todos tuvimos responsabilidad en ese trágico episodio de nuestra historia. Y la seguimos teniendo hoy en los millones y millones de holocaustos que siguen existiendo en nuestros días. Los hay que afectan miles de personas. Otros aquejan a una sola persona. Los hay en tierras muy lejanas. Los hay en nuestras propias casas. Algunos ocupan titulares de prensa y otros permanecen anónimos por siempre.

Cuando Dios estableció una nueva alianza con su pueblo (nosotros) en el país de Moab, le entregó a Moisés por segunda vez las tablas de los mandamientos y las demás leyes, y dijo:

“En este día pongo al cielo y a la tierra por testigos contra ustedes, de que les he dado a elegir entre la vida y la muerte, y entre la bendición y la maldición. Escojan, pues, la vida, para que vivan ustedes y sus descendientes; amen al Señor su Dios, obedézcanlo y séanle fieles, porque de ello depende la vida de ustedes y el que vivan muchos años en el país que el Señor juró dar a Abraham, Isaac y Jacob, antepasados de ustedes.” Deuteronomio 30:19-20

En todos esos holocaustos, muchos escogieron y siguen escogiendo la muerte y la maldición, y también muchos otros escogieron y siguen escogiendo la vida y la bendición. Como Dios mismo nos lo señala, podemos escoger. Así que cuando escogemos muerte y maldición, de una u otra forma alguien va a sufrir.

Estoy convencido que un padre tan amoroso como el que nos cuenta el evangelista Lucas en la parábola del hijo pródigo, tendría que haber sido un padre que conocía muy bien a sus hijos. ¿No sabría hoy en día un buen padre que haría su hijo adolecente con una fortuna en sus manos? Este padre sabía que su hijo se iba a trastornar con esa riqueza. Sin embargo no le retuvo el dinero. Le respetó su deseo y lo dejó marcharse. Él sabía que más pronto que tarde ese dinero se le acabaría, y su hijo tendría que regresar con una dura y costosa lección aprendida para el resto de su vida que lo haría un hombre más humilde, más sabio y más compasivo.

Dios creó el don de la libertad de elegir y nosotros realizamos actos de libertad. Dios hizo que el mal fuera posible, pero los hombres hicimos que el mal fuera real.

Cuando comprendemos esto, sentimos la tentación de preguntar ¿Por qué Dios no detuvo a Hitler?

Antes de contestar veamos otro caso. Un conductor en plena libertad de sus actos decide conducir un carro en estado de embriaguez y atropella a una niña que está jugando en la calle y ella muere. Los familiares de la niña y otro puñado de personas más, se harían la pregunta: ¿Por qué Dios no evitó que el conductor se embriagara?

¿Por qué pensamos que es válido exigir de Dios una respuesta a su no intervención en el holocausto judío y por qué no la exigimos en el caso del conductor? O si lo hacemos, ¿Por qué no lo hacemos con la misma indignación?

Podríamos contestar: porque en el primer caso fueron millones de personas las afectadas, mientras que en el segundo solo fue una.

¿Le dará consuelo a la madre de la niña el saber que Dios no detuvo al conductor, ya que solo su hija era el blanco de la extralimitación de la libertad de un hombre?

Dios no violenta la libertad que él nos dio, sino que nos la respeta. En palabras de Jesús:

“¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los mensajeros que Dios te envía! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus pollitos bajo las alas, pero no quisiste!” Mateo 23:37

¡No quisimos! Es claro que podemos tomar decisiones que van en contra de lo que Dios quiere para nosotros y aun así, Él lo va a respetar.

Ahora podríamos hacernos la siguiente pregunta: ¿Entonces por qué nos dio la libertad de elegir? Nada puedo aportar al “por qué” nos la dio, pero si puedo aportar algo al “para que” nos la dio.

Pero primero definamos esa libertad que va más allá de esa definición social según la cual es que podemos hacer lo que queramos.

El papa León XIII la definió en su “carta encíclica Libertas Praestantissimum”, como:

“La libertad, don excelente de la Naturaleza, propio y exclusivo de los seres racionales, confiere al hombre la dignidad de estar en manos de su albedrío (Eclesiastés 15: 14) y de ser dueño de sus acciones. Pero lo más importante en esta dignidad es el modo de su ejercicio, porque del uso de la libertad nacen los mayores bienes y los mayores males.”.

“La Constitución Pastoral Gaudium Et Spes”, numeral 17, nos ilumina con el “para que”:

“La verdadera libertad es signo eminente de la imagen divina en el hombre. Dios ha querido dejar al hombre en manos de su propia decisión (Eclesiastés 15: 14) para que así busque espontáneamente a su Creador y, adhiriéndose libremente a Este, alcance la plena y bienaventurada perfección.”

¿Y cómo buscamos a Dios? ¿Cómo nos adherimos a él? El evangelista Juan nos contesta estas preguntas “Dios es amor, y el que vive en el amor, vive en Dios y Dios en él.” (1 Juan 4:16). Y el amor solo se da en libertad. Sin libertad el hombre gana la condición de esclavo y el esclavo no tiene otra opción que amar a su dueño ya que no tiene la libertad de decidir no hacerlo[7]. Su amor es obligado.

Dios nos dio la capacidad de amar, crear y decidir (entre otras cosas) porque somos hechos a su imagen y semejanza. Amamos porque Él ama. Creamos porque Él crea. Decidimos porque Él decide.

“Ustedes, hermanos, han sido llamados a la libertad. Pero no usen esta libertad para dar rienda suelta a sus instintos. Más bien sírvanse los unos a los otros por amor. Porque toda la ley se resume en este solo mandato: «Ama a tu prójimo como a ti mismo.»” Gálatas 5:13-14

Sufrimientos por las leyes de la naturaleza

En agosto del 2005 el huracán Katrina causó la muerte de poco más de 1,836 personas en los Estados Unidos. La ciudad de New Orleans resultó ser la ciudad más afectada al fallar su sistema de diques que contenían las aguas del océano atlántico.

No faltó quien dijera que la tragedia había sido un castigo de Dios porque esa ciudad cuenta con una alta tasa de practicantes del vudú, hechicería y otras prácticas de este estilo. Comentarios similares se escucharon cuando Haití sufrió un devastador terremoto el 12 de enero del 2010 y que cobró la vida de más de 316,000 personas.

¿Puede Dios valerse de la fuerza de la naturaleza para expresar su indignación por nuestros pecados?

¡Claro que sí!

El diluvio universal en la época de Noé (Génesis 6 y 7), la destrucción de Sodoma y Gomorra (Génesis 19), el hueco que se abrió en la tierra cuando se dio la rebelión de Coré contra Moisés (Números 16:29-33), el terremoto que siguió después de la crucifixión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo (Mateo 27:51), son ejemplos de ello. Entonces, ¿es cada desastre natural una expresión de la indignación de Dios por nuestros pecados?

¡Claro que no!

Los geólogos han determinado que hace 300 millones de años la tierra estaba conformada por tres grandes continentes que en un período de 100 millones de años, se unieron y formaron uno solo. Tras otros 100 millones de años de relativa estabilidad, ese gran continente empezó a fracturarse hasta alcanzar la forma y número actual. ¿Cómo se juntaron y se volvieron a dividir esos continentes? A base de frecuentes y poderosos terremotos.

La sonda espacial Cassini despegó de la tierra el 15 de octubre de 1997 con destino a Saturno. Después de viajar siete años por el espacio, alcanzó su destino y dio comienzo a su misión. Desde entonces ha enviado a la tierra miles de fotografías de su superficie, de sus anillos y de sus lunas.

El 27 de noviembre del 2012 envió las fotografías de una tormenta con vientos sostenidos de más de 1,000 km/h y un diámetro de 2,000 kilómetros (El huracán Katrina tuvo en su punto máximo un diámetro de 160 kilómetros). La llamada “gran mancha roja” de Júpiter que por cientos de años intrigó a los astrónomos, resultó ser una mega tormenta con vientos sostenidos de 400 km/h y un ancho equivalente a dos veces el tamaño de la tierra. Claramente los huracanes no son exclusivos de nuestro planeta.

Dios creó todo: el cielo y la tierra, lo visible y lo invisible, la naturaleza entera y las leyes que la gobiernan[8]. Esas leyes en acción formaron nuestro planeta y lo siguen moldeando, al igual que el sistema solar, nuestra galaxia y todo el universo. Dios se ha servido de ellas para crear el mundo material que nos rige y nos rodea. Y al igual que Dios respeta todas y cada una de las decisiones que el hombre toma, independiente de las pequeñas o enormes consecuencias que ellas puedan tener con el resto de la humanidad, también respeta el accionar de la naturaleza que Él creó.

La naturaleza de las placas tectónicas que conforman el suelo de la tierra es moverse constantemente, por lo que tarde o temprano se encontrará con otra y entonces ocurrirá un terremoto. El 12 de enero del 2010 afectó el suelo donde estaba Haití. El 26 de enero de 1700 afectó el suelo donde esta California, Oregón y Columbia Británica. Hace miles y miles de años afectó el suelo donde hoy está ubicado New York. Y hace otros miles, donde hoy está ubicado el Vaticano.

En los millones y millones de años que tienen de existencia las placas tectónicas, cada pedazo de la tierra se ha visto afectado por un terremoto. Unos muy poderosos, otros no tanto. Algunas áreas se han visto más afectadas que otras. Pero todas se han visto afectadas.

La naturaleza de los volcanes es la de estallar de vez en cuando. Llevan millones y millones de años haciéndolo. En 1991 fue el Pinatubo en Filipinas, en 1883 fue el Krakatoa en Indonesia, mañana será otro. Si explota en un área desierta o bajo el mar probablemente nadie sufrirá las consecuencias, pero si el que explota está cerca de un área poblada alguien sufrirá consecuencias.

La naturaleza del tigre es comerse lo que se mueva, que tenga un tamaño que él pueda manejar y que esté a su alcance. Si es un conejo, se comerá al conejo, si es una cabra, se comerá a la cabra, pero si es un niño, se comerá al niño.

La naturaleza tiene su propia vida, en su accionar ha lastimado al hombre. Así seguirá ocurriendo hasta el final de los tiempos.

La historia de Job

La Iglesia católica acoge al Santo Job como modelo de santidad y celebramos su festividad el 10 de mayo de cada año. El libro de Job del Antiguo Testamento fue escrito con una rica decoración poética que no le resta valor histórico y teológico.

Job vivió mucho antes que Moisés, por lo que no conoció las leyes ni la alianza de Dios con el pueblo de Israel. Habitaba en la región de Us y era una de las personas más ricas e importantes de la comarca. “…vivía una vida recta y sin tacha, y que era un fiel servidor de Dios, cuidadoso de no hacer mal a nadie.”(Job 1:1). De repente Job sufre seis grandes golpes y pierde todo lo que tenía: hijos, trabajadores, animales, casas, riquezas y finalmente su cuerpo entero se cubre de úlceras. Con paciencia heroica soporta todo este sufrimiento sin el menor murmullo contra Dios.

Tres de sus amigos: Elifaz, Baldad y Sofat, vienen a consolarlo. Su visita se transforma en el séptimo y mayor de los golpes. Después de acompañarlo siete días sin pronunciar palabra por respeto a su dolor, cada uno le da una explicación de porqué cree que le ha pasado semejante desgracia. Los tres coinciden en decirle que todo ese padecimiento es el resultado de sus malas acciones.

Las repetidas palabras de inocencia que Job expresa a sus amigos, solo son tomadas como prueba de una gran hipocresía de su parte.

En todo este discurrir de acusaciones por parte de los amigos y de defensas de Job, se ha unido un cuarto amigo mucho más joven que los otros llamado Elihú, que se ha limitado a escuchar todo en silencio. Al terminar la discusión, Elihú dijo a Job que Dios es mucho más grande que el hombre y mucho más sabio; que en Dios no hay maldad ni injusticia, y que los hombres no alcanzan a conocer los planes del Omnipotente.

Esto tranquilizó a Job y le dio mucha esperanza. Elihú aportó también algo importantísimo, en lo que no había pensado ninguno de los presentes: Que Dios no manda las penas y sufrimientos de esta vida para castigar al hombre, sino que los permite –es decir que no los detiene– para purificarlo y, muchas veces, para evitar que se pierda su alma.

Job reclama insistentemente una respuesta. Finalmente Dios decide responderle diciéndole:

“¿Quién eres tú para dudar de mi providencia y mostrar con tus palabras tu ignorancia?

Muéstrame ahora tu valentía, y respóndeme a estas preguntas:

 ¿Dónde estabas cuando yo afirmé la tierra?

¡Dímelo, si de veras sabes tanto!

 ¿Sabes quién decidió cuánto habría de medir, y quién fue el arquitecto que la hizo?

 ¿Sobre qué descansan sus cimientos?

¿Quién le puso la piedra principal de apoyo, mientras cantaban a coro las estrellas de la aurora entre la alegría de mis servidores celestiales?

Cuando el mar brotó del seno de la tierra, ¿quién le puso compuertas para contenerlo?

Yo le di una nube por vestido y la niebla por pañales. Yo le puse un límite al mar y cerré con llave sus compuertas. Y le dije: «Llegarás hasta aquí, y de aquí no pasarás; aquí se romperán tus olas arrogantes.»” Job 38:2-11

En el resto de este capítulo y los siguientes tres, Dios continua formulándole preguntas a Job. ¿Puedes dar órdenes a las nubes de que te inunden con agua? ¿Cuál es el camino por donde se difunde la niebla? ¿Quién engendra las gotas de rocío? ¿Has enseñado tú a los cielos su ley y determinado su influjo sobre la tierra? ¿Das tú al caballo la fuerza? ¿Eres tu quien busca las presas a las leonas? ¿Eres tú quien saca a su hora al lucero de la mañana?

La respuesta que dio Job demuestra que las preguntas lo hicieron reflexionar y comprendió que el único camino, era confiar plenamente en el Señor:

“Yo sé que tú lo puedes todo y que no hay nada que no puedas realizar. ¿Quién soy yo para dudar de tu providencia, mostrando así mi ignorancia? Yo estaba hablando de cosas que no entiendo, cosas tan maravillosas que no las puedo comprender. Tú me dijiste: «Escucha, que quiero hablarte; respóndeme a estas preguntas.» Hasta ahora, sólo de oídas te conocía, pero ahora te veo con mis propios ojos. Por eso me retracto arrepentido, sentado en el polvo y la ceniza.” Job 42:1-6

Dios, el artista

Decir que Dios no detiene el mal no es lo mismo que decir que Él lo causa o lo genera. ¿Por qué no lo detiene y sí deja que siga su curso?

Cualquier respuesta que se dé, siempre será incompleta e insuficiente, pero se puede dar una guía que nos oriente el pensamiento.

La respuesta que dio Santo Tomás de Aquino a esta pregunta fue que Dios permite (que no lo detiene) el mal para poder obtener un bien mayor. Como lo dice el refrán popular “No hay mal que por bien no venga”.

El amor siempre triunfa. Fuimos creados a imagen de Dios, así que el potencial de amar del hombre es infinito. De una gran pena surgirá un gran acto de amor. No siempre nosotros lo veremos, pero otros sí lo verán.

“…Es saber con certeza que quien se ofrece y se entrega a Dios por amor seguramente será fecundo (cf. Juan 15,5). Tal fecundidad es muchas veces invisible, inaferrable, no puede ser contabilizada. Uno sabe bien que su vida dará frutos, pero sin pretender saber cómo, ni dónde, ni cuándo. Tiene la seguridad de que no se pierde ninguno de sus trabajos realizados con amor, no se pierde ninguna de sus preocupaciones sinceras por los demás, no se pierde ningún acto de amor a Dios, no se pierde ningún cansancio generoso, no se pierde ninguna dolorosa paciencia. Todo eso da vueltas por el mundo como una fuerza de vida. A veces nos parece que nuestra tarea no ha logrado ningún resultado, pero la misión no es un negocio ni un proyecto empresarial, no es tampoco una organización humanitaria, no es un espectáculo para contar cuánta gente asistió gracias a nuestra propaganda; es algo mucho más profundo, que escapa a toda medida. Quizás el Señor toma nuestra entrega para derramar bendiciones en otro lugar del mundo donde nosotros nunca iremos. El Espíritu Santo obra como quiere, cuando quiere y donde quiere; nosotros nos entregamos pero sin pretender ver resultados llamativos. Sólo sabemos que nuestra entrega es necesaria.” Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium del papa Francisco, numeral 279.

El holocausto no sólo dejo tras de sí víctimas, sino también héroes que hasta el presente continúan inspirando al hombre a realizar grandes actos de amor, que no hubieran sido posibles de otra forma.

Yad Vashem es la institución oficial israelí constituida en memoria de las víctimas del holocausto. Desde 1963 han reconocido a más de 21,000 Justos entre las Naciones[9].

Una de las que conforma la lista es Irena Sendler, conocida como “El Ángel del Gueto de Varsovia”. Católica, enfermera y trabajadora social polaca, que durante el holocausto ayudó y salvó a más de dos mil quinientos niños judíos. Ella siempre prefirió mantenerse en el anonimato, porque como decía: “Yo no hice nada especial, sólo hice lo que debía, nada más”. Recibió en el 2003 la más alta distinción civil de Polonia: la Orden del Águila Blanca y fue candidata al premio Nobel de la Paz en el 2007. “Podría haber hecho más, y este lamento me seguirá hasta el día en que yo muera” era una frase que repetía cada vez que revivía esos trágicos días.

Actos de heroísmo tan grandes, como los realizados por esta pequeña mujer, deslumbran en la vida no solo de esos más de 2,500 niños que salvó, sino en la de muchas otras personas que tratan de imitar sus actos de amor por los más necesitados.

Estados Unidos fue el primer país en implementar el sistema de alerta conocido como AMBER. Este sistema notifica a la ciudadanía que un menor ha sido secuestrado y que existe suficiente evidencia que su vida está en peligro.

Los expertos han indicado que las primeras horas son vitales, por ello la alerta se emite lo antes posible y es transmitida por diversos medios como televisión, radio, mensajes de texto, correo electrónico y pantallas electrónicas, entre otras; a fin de poder llegar al mayor número de personas posibles.

La implementación de este costoso sistema que ha permitido recuperar cientos de niños secuestrados, fue el resultado de una larga batalla con el gobierno de los Estados Unidos, por parte de Donna Whitson y Richard Hagerman, padres de Amber Rene Hagerman. Amber fue secuestrada el 13 de enero de 1996, cuando montaba bicicleta en su vecindario en Arlington, Texas. Cuatro días después su cadáver fue encontrado en una zanja de drenaje de aguas lluvia.

Rae Leigh Bradbury fue la primera niña en ser recuperada de mano de su secuestrador treinta minutos después de haberse emitido la alerta AMBER. Años más tarde, en declaraciones a la prensa local, Rae Leigh dijo: “Estoy muy agradecida con las alertas AMBER, Amber Hagerman no pudo regresar con su mamá. Yo rezo cada noche para que cada niño desaparecido pueda regresar a casa”.

El pintor francés Georges-Pierre Seurat[10] fue el fundador del Neoimpresionismo y creador de la técnica puntillismo. En esta técnica, el pintor no da pinceladas sino que plasma puntos de colores con su pincel. Su obra cumbre Tarde de domingo en la isla de la Grande Jatte[11] le tomó dos años completarla, después de haber plasmado cientos de miles de puntos de miles de colores.

Si miramos este hermoso cuadro con nuestra nariz pegada a él, solo veremos un manchón de colores sin sentido, ni unidad, ni forma. Pero en la medida en que nos empezamos a alejar de la pintura, poco a poco el cuadro empieza a tener sentido y comenzamos a distinguir patrones de colores que se definen y se componen entre ellos. Cuando nos alejamos más, esos patrones comienzan a organizarse formando figuras y grupos que podemos reconocer. De un momento a otro, cuando nos encontramos bastante alejados como para ver todo el cuadro, se revela ante nosotros la plenitud de la belleza de la obra. Vemos como el artista pintó cada punto de tal manera que forman una composición de sorprendente armonía, orden y belleza.

Dios es el más grande artista de todos los artistas y el universo y el tiempo son su lienzo. Pero ¿qué es lo que percibimos de la Creación de Dios cuando la vemos desde nuestra pequeña franja de tiempo y espacio? Sólo unas manchas. Tal vez logremos distinguir algunos patrones que se insinúan. Tal vez veremos más claros que oscuros, o lo contrario, más oscuros que claros.

Es sólo cuando tenemos una visión de conjunto de la Creación desde el punto de vista privilegiado de Dios mismo, que podemos ver como todos los puntos de la naturaleza en la historia, toda la obscuridad y toda la luz se han organizado formando una obra maravillosa. Bastante compleja, pero extraordinariamente hermosa.

La cruz

¿Todavía se encuentra confundido? ¿Todavía no logra reconciliar a un Dios amoroso con una realidad que algunas veces duele hasta en lo más profundo de nuestro ser? No está solo.

La propuesta cristiana a este dilema es la que propuso el mismo Dios con el sacrificio de su único hijo Jesucristo en la cruz.

En esa cruz, la máxima obscuridad de la condición humana se encontró con la luz infinita que emana de la plenitud del amor divino y se transfiguró en vida. “Pero fue traspasado a causa de nuestra rebeldía,fue atormentado a causa de nuestras maldades; el castigo que sufrió nos trajo la paz, por sus heridas alcanzamos la salud” Isaías 53:5.

En esa cruz, Dios llegó a los límites del abandono de Dios y convirtió a la propia muerte en un lugar de esperanza. “Pues Dios amó tanto al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo aquel que cree en él no muera, sino que tenga vida eterna.” Juan 3:16.

Fue en esa cruz donde el poder de Dios cambió la humillación en exaltación, la derrota en victoria, la muerte en vida y la oscuridad en luz. “En cuanto a mí, de nada quiero gloriarme sino de la cruz de nuestro Señor Jesucristo. Pues por medio de la cruz de Cristo, el mundo ha muerto para mí y yo he muerto para el mundo.” Gálatas 6:14.

Esa trágica muerte en la cruz es el recuerdo de tanto amor del Padre hacia nosotros y del amor mayor de Cristo, quien dio la vida por sus amigos. “El amor más grande que uno puede tener es dar su vida por sus amigos.” Juan 15:13.

El 14 de septiembre de 1998, el papa Juan Pablo II con motivo de la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, escribió “la carta encíclica Fides Et Ratio”. En el numeral 23 podemos leer:

“El Hijo de Dios crucificado es el acontecimiento histórico contra el cual se estrella todo intento de la mente de construir sobre argumentaciones solamente humanas una justificación suficiente del sentido de la existencia. El verdadero punto central, que desafía toda filosofía, es la muerte de Jesucristo en la cruz. En este punto todo intento de reducir el plan salvador del Padre a pura lógica humana está destinado al fracaso. […] El hombre no logra comprender cómo la muerte pueda ser fuente de vida y de amor, pero Dios ha elegido para revelar el misterio de su designio de salvación precisamente lo que la razón considera «locura» y «escándalo». […] La razón no puede vaciar el misterio de amor que la Cruz representa, mientras que ésta puede dar a la razón la respuesta última que busca. No es la sabiduría de las palabras, sino la Palabra de la Sabiduría lo que san Pablo pone como criterio de verdad, y a la vez, de salvación.”

 

 


[1] Un agnóstico es una persona que ni cree ni niega la existencia de Dios, en tanto que el ateo la niega.

[2] Este filosofo basa su planteamiento en lo que se conoce como la Paradoja de Epicuro. Epicuro fue un filósofo griego nacido aproximadamente en el 341 a.C., quien planteo por primera vez la incompatibilidad entre sus bondadosos dioses paganos y la existencia del mal.

[3] Ver Catecismo de la Iglesia Católica numeral 385.

[4] Ver Génesis 2:17 y 3:19.

[5] Ver Génesis 3:16-19.

[6] Canción escrita por Wayne Cochran e inspirada en un accidente automovilístico donde murieron varios adolecentes cuando su auto choco con un camión la semana antes de la navidad de 1962. La versión original en inglés aporta muchos más detalles del accidente.

[7] Dios no es nuestro dueño sino nuestro Padre que nos ama mucho más allá de lo que un buen padre terrenal puede amar a sus hijos: “Pues si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más su Padre que está en el cielo dará cosas buenas a quienes se las pidan!” Mateo 7:11

[8] “En él Dios creó todo lo que hay en el cielo y en la tierra, tanto lo visible como lo invisible, así como los seres espirituales que tienen dominio, autoridad y poder. Todo fue creado por medio de él y para él. Cristo existe antes que todas las cosas, y por él se mantiene todo en orden” Colosenses 1:16-17

[9] Una comisión bajo el nombre de Autoridad de Israel para el Recuerdo de los Héroes y Mártires del Holocausto, organizada por Yad Vashem y dirigida por la Corte Suprema de Israel, ha recibido el encargo de recompensar a las personas que ayudaron a los judíos y de honrarlos con el título de “Justos entre las naciones”.

[10] Nació en París en 2 de diciembre de 1859 y murió el 29 de marzo de 1891.

[11] Actualmente se encuentra exhibido en el Instituto de Arte de Chicago, Chicago, Estados Unidos.

 

eucaristia

¿Está Cristo realmente presente en la eucaristía?

Una encuesta realizada en el 2010 en los Estados Unidos por el Centro de Investigaciones PEW[1], mostró que más del 45% de los católicos en este país no saben que la Iglesia enseña que el pan y el vino una vez se consagran, se transforman en el cuerpo y la sangre real, verdadera, efectiva y sustancialmente del cuerpo, la sangre, el alma y la divinidad de Cristo.

No se trata de un asunto simbólico, ni alegórico, ni metafórico o simplemente espiritual.

¿Qué quieren decir en éste contexto los adjetivos: real, verdadero, efectivo y sustancial? En éste contexto, real quiere decir que su presencia no está sujeta a mi creencia. Verdadera quiere decir que su presencia no es figurativa como la de una foto. Efectiva quiere decir que produce lo que significa, es decir carne y sangre. Sustancial quiere decir que no es una presencia virtual.

Cuando la encuesta se extendió al público en general, es decir católicos y protestantes, el 52% dijo –incorrectamente– que la Iglesia enseña que aun después de la consagración, el pan y el vino es un símbolo del cuerpo y la sangre de Cristo. Centrando la encuesta entre los católicos que asisten a misa regularmente, los resultados arrojaron un escalofriante número: solo el 61% cree en la presencia real de Cristo en ese pan y vino consagrado. Casi el mismo porcentaje que mostró la encuesta realizada por la ANES –American National Election Study– en el 2008 entre los protestantes: el 59% de ellos creen en la presencia real de Cristo en la eucaristía, a pesar de que esto no forma parte de su dogma.

Claramente existe una diferencia por reconciliar entre las enseñanzas de la Iglesia y lo que un católico cree de ellas; respecto a esa presencia real de Cristo en la eucaristía, un católico podría caer en una de las siguientes cuatro categorías:

  • Creyente informado: Cree y está informado que ésta es la enseñanza de la Iglesia.
  • No creyente informado: Sabe que ésta es la enseñanza de la Iglesia, pero no la cree.
  • Creyente desinformado: Cree, pero no sabe que ésta es una de las enseñanzas de la Iglesia.
  • No creyente desinformado: No cree ni sabe que ésta es la enseñanza de la Iglesia.

Esta es la enseñanza de la Iglesia: que el pan y el vino consagrados se transforman en el cuerpo y la sangre real, verdadera, efectiva y sustancial del cuerpo, la sangre, el alma y la divinidad de Cristo. Es decir que las dos naturalezas de Cristo están presentes en ese pan y vino consagrados: la humana y la divina.

Dice el Catecismo de la Iglesia Católica en su artículo 1375: “Mediante la conversión del pan y del vino en su Cuerpo y Sangre, Cristo se hace presente en este sacramento.”. Como precisamente el propósito de esta obra es brindar una serie de argumentos que nos ayuden a entender la razón detrás de la enseñanza, veamos algunas.

La diferencia entre trógo y fágo

Como vimos anteriormente, los evangelios fueron escritos en griego y en este idioma existen dos palabras que significan comer. La primera de ellas es fágo, que tiene un significado literal o figurativo de la acción de comer. Y la segunda es trógo, que tiene el significado de masticar con la asociación del sonido crujiente que se produce al efectuar esta acción.

Es correcto decir que yo fágo o trógo un delicioso postre. También es correcto decir que yo fágo un libro, para significar que leí muy rápido un libro que me gustó mucho, porque fágo tiene ese significado figurativo. Pero es incorrecto decir que yo trógo un libro, porque esta palabra no ofrece un significado figurativo, solo literal.

Usando la Concordancia Exhaustiva de La Biblia de James Strong, podemos ver el uso que le dieron los evangelistas a estas palabras.

El evangelio de Mateo usa 26 veces la palabra fágo en alguna de sus conjugaciones: 6:25, 6:31, 9:11, 11:18, 11:19, 12:1, 12:4 (dos veces), 13:4, 14:15, 14:16, 14:20, 14:21, 15:2, 15:20, 15:27, 15:32, 15:37, 15:38, 24:49, 25:35, 25:42, 26:17, 26:21, 26:26 (dos veces) y una sola vez la palabra trógo: 24:38.

El evangelio de Marcos usa 29 veces la palabra fágo en alguna de sus conjugaciones: 1:6, 2:16 (dos veces), 2:26 (dos veces), 3:20, 4:4, 5:43, 6:31, 6:36, 6:37 (dos veces), 6:42, 6:44, 7:2, 7:3, 7:4, 7:5, 7:28, 8:1, 8:2, 8:8, 8:9, 11:14, 14:12, 14:14, 14:18 (dos veces), 14:22 y no usa la palabra trógo.

El evangelio de Lucas usa 39 veces la palabra fágo en alguna de sus conjugaciones: 3:11, 4:2, 5:30, 5:33, 6:1, 6:4 (dos veces), 7:33, 7:34, 7:36, 8:5, 8:55, 9:13, 9:17, 10:7, 10:8, 11:37, 11:38, 12:19, 12:22, 12:29, 12:45, 13:26, 14:1, 14:15, 15:2, 15:16, 15:23, 17:8 (dos veces), 17:27, 17:28, 22:8, 22:11, 22:15, 22:16, 22:30, 24:41, 24:43 y no usa la palabra trógo.

El evangelio de Juan usa 20 veces la palabra fágo en alguna de sus conjugaciones: 4:8, 4:31, 4:32, 4:33, 6:5, 6:13, 6:23, 6:26, 6:31 (2 veces), 6:49, 6:50, 6:51, 6:52, 6:53, 6:58, 18:28, 21:5, 21:12, 21:15 y cinco veces la palabra trógo: 6:54, 6:56, 6:57, 6:58 y 13:18. Veamos en qué contexto es que este evangelista usa una y otra vez la palabra trógo en su sexto capítulo (recuerde que fágo es comer en sentido literal o figurativo y que trógo es masticar produciendo el ruido que se genera cuando se mastica):

54 El que come (trógo) mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero. 55 Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. 56 El que come (trógo) mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él. 57 Como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, asimismo el que me come (trógo), él también vivirá por mí. 58 Este es el pan que descendió del cielo; no como vuestros padres comieron (fágo) el maná, y murieron; el que come (trógo) de este pan, vivirá eternamente. 59 Estas cosas dijo en la sinagoga, enseñando en Capernaúm.”

El evangelista quiso dejar claro y eliminar cualquier posibilidad de un sentido figurativo[2] a esa acción de comer su carne.

En el versículo 51 Jesús dice: “Yo soy ese pan vivo que ha bajado del cielo; el que come de este pan, vivirá para siempre. El pan que yo daré es mi propia carne. Lo daré por la vida del mundo”.

¿Cuándo nos dio Él su carne para darle vida al mundo?

En la cruz. Su entrega en ese madero no fue simbólica, así que sus palabras “El pan que yo daré es mi propia carne” no se pueden tomar como simbólicas.

Jesús no tiene nada que aclarar

Después que Jesús le dice varias veces a la multitud que deberían masticar su carne para alcanzar la vida eterna, ellos empezaron a murmurar aterrados por lo que habían escuchado. Y no era para menos. Las palabras de Jesús les han debido sonar ciertamente repugnantes y aptas solo para caníbales.

Recordemos que la ley les impedía tomar la sangre de ningún animal (Génesis 9:4), lo que explica sus palabras: “Al oír estas enseñanzas, muchos de los que seguían a Jesús dijeron: —Esto que dice es muy difícil de aceptar; ¿quién puede hacerle caso?” Juan 6:60

Esto nos confirma que ellos entendieron literalmente las palabras de Jesús. Él les contestó: “Jesús, dándose cuenta de lo que estaban murmurando, les preguntó: — ¿Esto les ofende? —” Juan 6:61

Él no aclara nada. Él no les dice que ellos lo entendieron mal, que ellos lo entendieron literalmente y que por eso ellos encuentran tan difíciles estas palabras. ¡No! Él no sólo no les aclara, sino que por el contrario, les pregunta si eso los ofendió.

Puesto que Jesús, el maestro de las parábolas, el maestro en hallar historias figuradas para transmitir un mensaje, no hace ninguna aclaración, ni ninguna corrección a un posible mal entendido, los que lo escucharon ¡se fueron! ¡Lo abandonaron! Y lo abandonaron porque sí entendieron exactamente lo que Él les quiso decir, y lo que entendieron les pareció simplemente repugnante.

“Desde entonces, muchos de los que habían seguido a Jesús lo dejaron, y ya no andaban con él.” Juan 6:66

Él no salió a detenerlos. Él no les dijo que lo habían entendido mal. Él no les dijo que Él lo había dicho en sentido figurado y que ellos lo habían entendido en forma literal. Él no les dijo que era una parábola y que ellos lo habían entendido al pie de la letra. ¡No! Él los deja ir. Volteándose les pregunta: “Jesús les preguntó a los doce discípulos: — ¿También ustedes quieren irse? —” Juan 6:67.

Tiempo después, en la última cena del Señor, Jesús pronuncia unas palabras que cerrarían ese círculo que comenzó con el discurso en Capernaúm: “Mientras comían, Jesús tomó en sus manos el pan y, habiendo dado gracias a Dios, lo partió y se lo dio a los discípulos, diciendo: —Tomen y coman, esto ES mi cuerpo. —” Mateo 26:26

Fijémonos en estas palabras. Primero Él coge el pan, que sabía a pan, olía a pan, tenía el color del pan, y se había preparado como un pan y luego dice que ese pan ES su cuerpo y no dice que simboliza o que contiene su cuerpo. Dice ¡es!

La palabra griega que usaron los evangelistas Mateo, Marcos, Lucas y Pablo cuando consignan estas palabras fue: estin. Católicos, ortodoxos y protestantes traducen esta palabra como “es”.

Sí yo que no soy policía le digo a una persona que está arrestada, la persona se va a reír y nada va a pasar, pero si el que las pronuncia es un verdadero policía, una persona que posee la autoridad para hacerlo, la realidad cambia y la persona queda arrestada.

Sí yo estoy de espectador en un estadio de futbol y digo que hubo penalti, no va a pasar nada, pero si el que lo dice es el árbitro que posee la autoridad para hacerlo, la realidad cambia y se sanciona el penalti.

Nos dice el evangelista Juan en su primer capítulo: “En el principio ya existía la Palabra; y aquel que es la Palabra estaba con Dios y era Dios… Aquel que es la Palabra se hizo hombre y vivió entre nosotros.“. La palabra de Dios es creadora. La palabra de Dios transforma la realidad. Encontramos en el primer capítulo del Génesis: “Entonces Dios dijo: « ¡Que haya luz!» Y hubo luz.“. Así que cuando Él dijo: “…esto es mi cuerpo” ese pan que el sostenía en sus manos, fue su cuerpo. Él posee la autoridad que crea, que transforma. Él puede transformar el pan y el vino en su cuerpo y su sangre.

¿Cómo ocurre la transformación?

Existen realidades que distan muchísimo de su apariencia. Cuando miramos el firmamento en una noche estrellada y vemos las estrellas, ellas aparentan estar ahí, la realidad es que la inmensa mayoría de las que vemos ya no existen; existieron hace millones de años, pero como estaban tan distantes, su luz sigue viajando hasta nosotros. La realidad es que hoy ya no existen. La apariencia es muy diferente a la realidad.

La carta apostólica “Spiritus Et Sponsa” del papa Juan Pablo II, escrita el 4 de diciembre del 2003, dice en uno de sus apartes:

“Existen interrogantes que únicamente encuentran respuesta en un contacto personal con Cristo. Sólo en la intimidad con Él cada existencia cobra sentido, y puede llegar a experimentar la alegría que hizo exclamar a Pedro en el monte de la Transfiguración: “Maestro, ¡qué bien se está aquí!” (Lucas 9, 33). Ante este anhelo de encuentro con Dios, la liturgia ofrece la respuesta más profunda y eficaz. Lo hace especialmente en la Eucaristía, en la que se nos permite unirnos al sacrificio de Cristo y alimentarnos de su cuerpo y su sangre”.

San Ignacio de Antioquía, obispo de Antioquía escribió siete cartas camino a su martirio en Roma donde sería devorado por los leones en el año 107 d.C.[3]. En su carta a los Efesios llama a la Eucaristía “medicina de inmortalidad[4] y categóricamente expresa en su carta a los Esmírneos “La Eucaristía es la carne de nuestro Salvador Jesucristo[5]. Igualmente enfatiza la validez de la consagración solo a través del obispo o de quien él delegue “Solo aquella Eucaristía ha de tenerse por válida, que se celebra bajo el obispo o aquel a quien él se lo encargare[6].

“La Didaché” o “Doctrina de los doce apóstoles”, es considerado uno de los escritos cristianos no canónicos más antiguos que existen. Estudios recientes ubican estos escritos en el año 160 d.C. Dice en uno de sus apartes “Pero que nadie coma ni beba de vuestra Eucaristía sin estar bautizado en el nombre de Jesús; pues de esto dijo el Señor: no deis lo santo a los perros.[7].

Es claro entonces que desde los orígenes mismos de la Iglesia, era entendida la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía, a pesar de no tenerlo explicado en la forma tan elegante que hizo Santo Tomás en el siglo XIII, cuando explicó la transformación que ocurría en las manos del sacerdote, llamándola transubstanciación.

El filósofo Aristóteles, alumno de Platón nacido en el 384 a.C., es el padre de la teoría filosófica de la sustancia. Aristóteles creía que la realidad se puede conocer tal cual es, a través de la razón y de los sentidos. Él sostenía que si una persona observaba un caballo, mediante su razón podía hallar lo que lo caracterizaba como caballo, y a eso lo llamó la substancia. La substancia es aquello que define a un ser, lo que realmente es el ser, lo que nos permite identificar a un caballo (siguiendo el ejemplo) entre millones de animales. Sin embargo esta substancia puede sufrir accidentes que son perceptibles a través de nuestros sentidos, como puede ser que el caballo sea negro o blanco (realmente, da igual que el caballo sea negro o blanco, porque eso es un accidente, no es algo que lo defina como caballo).

El prefijo trans denota un cambio. En el caso de la transubstanciación ¿qué es lo que cambia? la sustancia, que deja de ser la del pan y la del vino y se transforman en la sustancia de la carne y la sangre de Cristo. Los accidentes se mantienen iguales, es decir su color, sabor, textura, peso, olor, forma, estado, etc.

Es tal vez el Catecismo Tridentino en su artículo 2360 el que mejor describe lo que pasa después de la consagración:

 “Y procedamos ya a declarar y desentrañar los divinos misterios ocultos en la Eucaristía, que en modo alguno debe ignorar ningún cristiano.

San Pablo dijo que cometen grave delito quienes no distinguen el cuerpo del Señor. Esforcémonos, pues, en elevar nuestro espíritu sobre las percepciones de los sentidos, porque, si llegáramos a creer que no hay otra cosa en la Eucaristía más que lo que sensiblemente se percibe, cometeríamos un gravísimo pecado.

En realidad, los ojos, el tacto, el olfato y el gusto, que sólo perciben la apariencia del pan y del vino, juzgarán que sólo a esto se reduce la Eucaristía. Los creyentes, superando estos datos de los sentidos, hemos de penetrar en la visión de la inmensa virtud y poder de Dios, que ha obrado en este sacramento tras admirables misterios, cuya grandeza profesa la fe católica.

El primero es que en la Eucaristía se contiene el verdadero cuerpo de Nuestro Señor, el mismo cuerpo que nació de la Virgen y que está sentado en los cielos a la diestra de Dios Padre.

El segundo, que en la Eucaristía no se conserva absolutamente nada de la substancia del pan y del vino, aunque el testimonio de los sentidos parezca asegurarnos lo contrario.

Por último -y esto es consecuencia de los dos anteriores, y lo expresa claramente la fórmula misma de la consagración-, que, por acción prodigiosa de Dios, los accidentes del pan y del vino, percibidos por los sentidos, quedan sin sujeto natural. Es cierto que vemos íntegras todas las apariencias del pan y del vino, pero subsisten por sí mismas, sin apoyarse en ninguna substancia. Su propia substancia de tal modo se convierte en el cuerpo y sangre de Cristo, que deja de ser definitivamente substancia de pan y de vino.”

La Iglesia católica ortodoxa que al igual que la católica romana, comparten esta misma creencia, no se refieren a este extraordinario evento como transubstanciación sino como misterio.

¿Qué creen las iglesias protestantes?

Contrario a la enseñanza de la Iglesia católica existe otra interpretación nacida del luteranismo y que luego fue adoptada por el anglicanismo: la de la consubstanciación o unión sacramental. Básicamente el prefijo con denota que algo está con la sustancia. ¿Y que es ese algo? es Cristo.

En la obra Confesión de Concordia[8] dice en el capítulo referente al sacramento del altar[9], en la sección que contiene en lo que sí creen:

“Creemos, enseñamos y confesamos que en la santa cena el cuerpo y la sangre de Cristo están presentes real y esencialmente, y realmente se distribuyen y se reciben con el pan y el vino.”

La mayoría de las iglesias protestantes adoptaron la enseñanza calvinista que sostienen que la presencia de Cristo en la eucaristía no es real, sino solamente espiritual. Ellos no creen ni en la transubstanciación ni en la consubstanciación. Por esta razón no es necesaria la intervención de un sacerdote, como sí es requerida en la transubstanciación, donde el sacerdote coopera en la conversión.

 

 


[1] Institución sin ánimo de lucro fundada en 1948 con sede en Washington DC, USA.

[2] En el idioma arameo, que era el que hablaba Jesús, existía la expresión “comer la carne” o “beber la sangre” de otra persona, para simbolizar su persecución o ataque, como por ejemplo: “Cuando se juntaron contra mí los malignos, mis angustiadores y mis enemigos, Para comer mis carnes, ellos tropezaron y cayeron.” Salmo 27:2. RVR 1960.

Otros ejemplos se pueden ver en Isaías 9:18-20, Isaías 49:26, Miqueas 3:3, 2 Samuel 23:17, Apocalipsis 17:6 y Apocalipsis 17:16, entre otros.

[3] Algunos historiadores fechan su muerte en el 110 d.C.

[4] Carta a los Efesios, San Ignacio de Antioquía. C.20.n2 (FUNK-BIHLMEYER, 86,14-16; Ruiz Bueno (B.A.C.) 459; MG 5,661 A).

[5] Carta a los Esmírneos, San Ignacio de Antioquía. C.7 n.1 (FUNK-BIHLMEYER, 108.5-92; Ruiz Bueno 492; MG 5,713 A).

[6] Carta a los Esmírneos C.8 n.1s (FUNK-BIHLMEYER, 108.17-21; Ruiz Bueno 493; MG 5,713 B).

[7] Didaché C.9s (KLAUSER, 23ss; Ruiz Bueno, 86ss).

[8] Especie de catecismo luterano. La obra está dividida entre lo que si creen y lo que no creen. Se publicó por primera vez en 1577.

[9] Lo que para nosotros es la Eucaristía.

 

papa Francisco

¿Por qué ser católico?

Monseñor Fulton John Sheen fue un arzobispo estadounidense que en 1930 comenzó su programa radial “The Catholic Hour” (La Hora Católica) y lo continuó por 22 años. Fue también el presentador de un programa televisivo llamado “Life is Worth Living” (La Vida vale Vivirla) que se llegó a transmitir por la cadena ABC desde 1951 hasta 1957. Es considerado el pionero de los medios masivos de comunicación como instrumento de evangelización en los Estados Unidos. El 28 de junio de 2012 el papa Benedicto XVI aprobó el decreto con el que se reconocen las virtudes heroicas de este Obispo, pasando a ser “Venerable Siervo de Dios” y dando así comienzo a su proceso de beatificación.

Una de las frases que él repetía con cierta frecuencia en sus programas era: “No hay 100 personas en Estados Unidos que odian a la Iglesia católica. Hay millones que odian lo que piensan equivocadamente que es la Iglesia católica, que por supuesto es una cosa bien diferente”.



He tenido la oportunidad de participar en numerosas conferencias sobre diferentes temas de nuestra Iglesia, y por las preguntas y discusiones que se dan en torno a ellas, creo que existe una gran cantidad de católicos que lo son más por tradición, que por una firme convicción de pertenecer a la Iglesia fundada por nuestro Señor Jesucristo hace más de 2000 años.

No hablo de los católicos que solo participan de la Iglesia cuando llevan a sus hijos a bautizar, o que reciban su primera comunión, o casarlos, o enterrarlos o el de algún amigo que lo invita al evento.

Tampoco hablo de los católicos que piensan que su religión consiste en “portarse bien”, es decir: en no matar, no robar y no lastimar a nadie, y cualquier cosa adicional simplemente es que la Iglesia quiere “meterles miedo” y así “tenerlos controlados”.

Hablo de los católicos que acuden regularmente a la misa, que acuden de vez en cuando a la confesión y que leen la Biblia esporádicamente. Lo que podría llamar un católico activo común y corriente.

Sí yo les preguntara a ellos ¿Por qué ser católico?, su respuesta expresaría, en el mejor de los casos tres razones: porque fui bautizado en ella, por la Eucaristía y por la Virgen María. Ante la pregunta, el proceso mental de estas personas es la de buscar lo que nos hace diferentes de las demás religiones, y para ellos la Eucaristía y la Virgen María, son los elementos más relevantes que nos diferencian. Si bien están en lo correcto, estas razones no las han ahondado como debe ser y hay que adicionar más razones a su lista.

Retornando a la frase del Monseñor Fulton Sheen, existe un enorme desconocimiento por parte de los católicos de lo que es nuestra Iglesia y del porque pertenecer a ella y no a otra.

El 9 de junio de 1979 el recién nombrado papa Juan Pablo II ofreció la misa en Nowa Huta[1], barrio industrial en su natal Cracovia en Polonia. En su homilía frente a cientos de miles de personas dijo “De la cruz en Nowa Huta ha comenzado la nueva evangelización: La evangelización del segundo milenio.”. Esta evangelización no debería enfocarse en la evangelización de los indios africanos, ni de los musulmanes, ni de los protestantes. Su objetivo era la evangelización de los bautizados. De nosotros los católicos. Más adelante agregó: “La evangelización del nuevo milenio debe fundarse en la doctrina del Concilio Vaticano II. Debe ser, como enseña el mismo Concilio, tarea común de los obispos, de los sacerdotes, de los religiosos y de los seglares, obra de los padres y de los jóvenes. La parroquia no es únicamente un lugar donde se enseña el catecismo, es además el ambiente vivo que debe actuarlo.

Ya a la altura de esta obra, el lector habrá ampliado su conocimiento de lo que es nuestra Iglesia, habrá aumentado su confianza en la institución católica, habrá aclarado muchas dudas y espero, que habrá enterrado muchos de esos mitos y leyendas que nos llegan y que repetimos, sin detenernos a ahondar en ellos. Espero que su lista de las razones por las que debe ser católico y mantenerse como miembro activo de la Iglesia, sea más extensa que las tres razones que mencioné anteriormente.

San Roberto Belarmino

Este sacerdote Jesuita del siglo XVI fue un gran apologético que defendió fuertemente la doctrina católica durante la Reforma Protestante. Prolífico autor que escribió numerosas obras entre ellas dos Catecismos, uno explicado y otro resumido. También fue el director de la comisión que encargó el papa Clemente VIII para la publicación revisada de la Biblia Vulgata Latina, que es la utilizada hasta nuestros días.

Durante su sacerdocio escribió una lista de quince puntos que él llamó las 15 marcas de la Iglesia católica. En el portal de internet www.corazones.org encontramos una síntesis de ellas:

  1. El Nombre de la Iglesia católica. Su mismo nombre expresa que es la iglesia para todos. No está limitada para una nación o para un pueblo. Recuerde que católico quiere decir universal.
  2. Antigüedad. Fundada por Jesucristo.
  3. Constante Duración. La Iglesia ha conservado desde sus orígenes su teología, ritos y costumbres, fiel al deseo de su fundador y a los primeros cristianos.
  4. Extensa. En cuanto al número de sus fieles y en cuanto a su cobertura universal.
  5. Sucesión Episcopal. De forma ininterrumpida la sucesión de las ordenaciones se han dado desde los primeros apóstoles hasta nuestros sacerdotes presentes.
  6. Acuerdo Doctrinal. Desde su fundación hasta nuestros días, la doctrina de la Iglesia se ha enseñado sin cambio alguno.
  7. Unión. De todos los miembros entre sí y con una jerarquía claramente establecida cuya cabeza visible es el papa.
  8. Santidad. La doctrina que proclama la Iglesia refleja la santidad de Dios y por lo tanto, busca la santificación de sus fieles.
  9. Eficacia. A lo largo de toda su historia la Iglesia ha formado hombres que han alcanzado la santidad y ha inspirado a muchos otros a alcanzar grandes logros morales.
  10. Santidad de Vida. Muchos de sus miembros han entregado sus vidas a la proclamación de las buenas nuevas del evangelio y han dado su sangre en la defensa de la verdad que proclaman.
  11. La gloria de Milagros. Una Iglesia actuante donde ha tenido al más necesitado en su corazón y lo ha asistido en sus necesidades básicas.
  12. El don de Profecía. Grandes padres de la Iglesia que inspirados por el Espíritu Santo, han interpretado las Escrituras y han guiado la Iglesia por el camino de la luz del evangelio que se proclama.
  13. La Oposición. Sentimiento que la Iglesia levanta entre aquellos que la atacan en los mismos terrenos que Cristo fuera atacado por sus enemigos.
  14. El Triste Fin quienes luchan contra ella. En cumplimiento de la promesa de Cristo en el sentido que las puertas del infierno no prevalecerían sobre su Iglesia.
  15. La Paz Temporal y Felicidad Terrenal. Experiencia que viven todos aquellos que llevan una vida de acuerdo a las enseñanzas de la Iglesia y que defienden sus principios.

Tomando esta lista como referencia, quiero desarrollar algunos temas —listados sin ningún orden específico— que nos pueden dar más argumentos lógicos y tangibles de las razones por las cuales podemos estar seguros de estar en la verdadera Iglesia que fundó Jesús.

La Eucaristía

Por su enorme riqueza bíblica, teológica, simbólica, elegancia, respeto y por sobre todo por lo que ella representa, nuestra santa misa posee unas características que la distingue claramente de cualquier otro rito cristiano.

La misa a la que usted asiste tiene su origen completamente en la Biblia. Todas sus oraciones, las plegarias, el formato, las acciones del sacerdote y de los feligreses, las vestiduras del sacerdote y la de los que lo asisten, los cantos, la consagración, la entrada y la salida; son extraídos de las Sagradas Escrituras.

Su consistencia es otra importante característica[2]. No importa el lugar del mundo donde usted asista a la celebración, ni tampoco importa que no entienda el idioma en el que se está haciendo la celebración, usted siempre sabrá que está pasando y que va a pasar después[3].

La Eucaristía es el sacrificio de Cristo en la cruz. Nótese que no hablo en tiempo pasado. El misterio pascual, que fue profetizado cientos de años antes del nacimiento de Jesús por los profetas[4] y por el mismo Jesús[5], llegada su hora (Juan 13:1), Cristo vivió el único acontecimiento de la historia que no pasa, que es eterno. Cada vez que se celebra la misa en cualquier lugar del mundo, la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo se hace presente. Este “presente” no hace referencia a la acción de presentarse (El soldado se hizo presente ante su superior) sino al tiempo presente.

Nuestro universo está regido por el tiempo, por lo que todo acontecimiento pasa y es consumido por el pasado. No así los misterios pascuales. Como nos lo explica el catecismo en su numeral 1085:

“El misterio pascual de Cristo, por el contrario, no puede permanecer solamente en el pasado, pues por su muerte destruyó a la muerte, y todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por los hombres participa de la eternidad divina y domina así todos los tiempos y en ellos se mantiene permanentemente presente. El acontecimiento de la Cruz y de la Resurrección permanece y atrae todo hacia la Vida.”

Es natural que nos resulte difícil de entender, ya que es un misterio, pero es importante entender que no es que la pasión, muerte y resurrección se repitan en cada celebración de la misa, sino que estos acontecimientos se viven en tiempo presente en ella. Es como si la pasión de Cristo no tuviera pasado ni futuro, solo tiene presente.

Al ser en tiempo presente[6] esa última cena que Cristo celebró con sus apóstoles, es la misma cena que lleva a cabo el sacerdote al momento de la consagración, por eso cuando el sacerdote repite las palabras de Jesús con el pan en sus manos “…esto es mi cuerpo…” y con el cáliz en sus manos “…esta es mi sangre…” ese pan y ese vino se convierten en Su cuerpo y en Su sangre. (Ver el capítulo XI).

¿Qué hace que esto sea posible? El sacerdote. Él ha sido consagrado por un obispo que a su vez fue consagrado por un obispo, que a su vez fue consagrado por otro obispo, que a su vez fue… consagrado por alguno de los apóstoles que poseían la autoridad dada por Jesús para hacerlo: “Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos.” Mateo 16:19.

¿Y por qué lo hace? Por mandato de Jesús: “Porque yo recibí esta tradición dejada por el Señor, y que yo a mi vez les transmití: Que la misma noche que el Señor Jesús fue traicionado, tomó en sus manos pan y, después de dar gracias a Dios, lo partió y dijo: «Esto es mi cuerpo, que muere en favor de ustedes. Hagan esto en memoria de mí.»” 1 Corintios 11:23-24.

¿Y para qué se hace? Para llevar al extremo nuestra participación en el amor de Dios que nos ofrece la vida eterna a su lado: “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo lo resucitaré en el día último. Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, vive unido a mí, y yo vivo unido a él.” Juan 6:54-56

Desde la Iglesia primitiva hasta nuestros días, de forma ininterrumpida se ha celebrado ese banquete del cordero, que como lo expresó Scott Hahn en su libro “La Cena del Cordero”, es el cielo en la tierra:

“De todas las realidades católicas, no hay ninguna tan familiar como la misa. Con sus oraciones de siempre, sus cantos y gestos, la misa es como nuestra casa. Pero la mayoría de los católicos se pasarán la vida sin ver más allá de la superficie de unas oraciones aprendidas de memoria. Pocos vislumbrarán el poderoso drama sobrenatural en el que entran cada domingo. Juan Pablo II ha llamado a la misa “el cielo en la tierra”…”

Esta experiencia celestial solo se puede vivir dentro de la Iglesia católica.

La Virgen María

El protestante alemán Max Yunnickel escribió un artículo para el periódico Die Post de Berlín en 1919 en el que decía:

“Hace mucho frío en la Iglesia Luterana. Tenemos que trabajar por calentarla un poco. ¿De qué manera? Trayendo a ella una Madre: María de Nazaret. Entonces nos hallaremos mejor. Volvamos a los cánticos a la Virgen María. Volvamos a buscarla y a traerla a nuestra casa”

¡Como hace de falta la presencia de la madre en el hogar!

La experiencia de la maternidad determina una relación única e irrepetible entre la madre y el hijo. Aun cuando una mujer sea madre de varios hijos, su relación personal con cada uno de ellos es particular. Cada hijo es engendrado de una manera única e irrepetible. Cada uno es rodeado por aquel amor materno que forma y protege, que educa y guía. En el caso de María, esta experiencia toma una dimensión sumamente especial, ya que Dios le da vida a María para que María le de vida a Dios.

Como ocurre con todo ser humano, la crianza de Jesús, desde su infancia hasta su juventud, requirió la acción educativa de sus padres. Así Jesús contó con un modelo para seguir e imitar, y conoció por parte de María, ese amor incondicional y abnegado de toda madre por sus hijos. La que está dispuesta a todo por el bienestar de ellos. A sus 33 años, Jesús nos daría un ejemplo de ello.

Jesús en la cruz entregó su madre al discípulo amado: “…dijo a su madre: —Mujer, ahí tienes a tu hijo.Luego le dijo al discípulo: —Ahí tienes a tu madre.” (Juan 19:26-27). En ese eterno presente de la pasión de Cristo, ¿quién es hoy ese discípulo que recibe a María cómo su madre? ¿No somos acaso tú y yo discípulos amados de Dios?

Una familia empieza por un padre y una madre, y se perfecciona con los hijos. Solo la familia de la Iglesia católica posee un Padre, una Madre y más de mil doscientos millones de hijos vivos y millones de millones más que ya han partido de este mundo y que también forman parte de nuestra Iglesia.

La oración

El 9 de diciembre de 1996, a las 7:30 a.m. de un lunes, en la fiesta de la Inmaculada Concepción, en la cripta de la Catedral de San Patricio en New York, el Dr. Bernard Nathanson recibió de parte del cardenal John O’Connor los sacramentos del bautismo, confirmación y comunión, incorporándose así a la Iglesia católica.

El Dr. Nathanson quien era conocido como “el rey del aborto” —personalmente dirigió alrededor de 75,000 abortos, incluyendo el de su propio hijo— pasó de ser el cofundador de la Asociación Nacional para la Revocación de las Leyes contra el Aborto (NARAL) y el director del Centro de Salud Reproductiva y Sexual que llegó a ser la mayor clínica abortista del mundo; a ser uno de los más importantes católicos defensores del derecho a la vida en los Estados Unidos.

Nacido en una familia judía, se declaró ateo en sus años universitarios. Desde el ateísmo fue el más grande promotor de la legalización del aborto. Lo industrializó y prosperó el negocio a través de sus varios centros de aborto en varias ciudades de los Estados Unidos. Luego se convirtió en un acérrimo enemigo del aborto y varios años después de estar batallando en las filas pro-vida se convirtió al catolicismo.

¿Qué hizo que este hombre se convirtiera del ateísmo al catolicismo?

En su libro autobiográfico “La mano de Dios”, capítulo 15, nos cuenta sus razones:

“Asistí entonces, en 1989, a una acción de Operación Rescate contra Planned Parenthood en Nueva York. … La mañana del rescate era triste y fría. Me uní a la legión, de casi dos mil manifestantes, en el punto de encuentro de las calles 40s de Manhattan oeste, y continúe con ellos en el metro y a pie hasta la clínica que está entre la Segunda Avenida y la Calle Veintiuna. Se sentaron por grupos frente a la clínica, hasta llegar a bloquear las entradas y salidas de la clínica abortista. Empezaron a cantar himnos suavemente, uniendo las manos y moviéndose con un balanceo en la cintura. Al principio me movía por la periferia, observando las caras, entrevistando a alguno de los participantes, tomando notas agitadamente. Fue solo entonces cuando capté la exaltación, el amor puro en las caras de esa vibrante masa de gente, rodeados como estaban por centenares de policías de Nueva York.

Rezaban, se apoyaban y animaban unos a otros, cantaban himnos de alegría y se recordaban unos a otros la absoluta prohibición de toda violencia. Era, supongo yo, la diáfana intensidad del amor y la oración lo que me asombraba: rezaban por los niños no nacidos, por las embarazadas confusas y atemorizadas y por los médicos y enfermeras de la clínica. Rezaban incluso por la policía y los medios de comunicación que cubrían el suceso. Rezaban los unos por los otros, pero nunca por sí mismos. … Observé más adelante una manifestación en Nueva Orleans y otra en una pequeña ciudad al sur de Los Ángeles. Estaba conmovido por la intensidad espiritual de esas manifestaciones. …

Pues bien, yo no era inmune al fervor religioso del movimiento pro-vida. … Pero hasta que vi ponerse a prueba el espíritu en esas frías y tristes mañanas de manifestación —con los pro-opción lanzándoles los epítetos más cargados, la policía rodeándoles, los medios de comunicación abiertamente hostiles a su causa, los jueces federales multándoles y encarcelándoles, y los funcionarios municipales amenazándoles; y a pesar de todo se sentaban sonriendo, rezando tranquilamente, cantando, con rectitud y confianza en su causa y con un inextirpable convencimiento de su triunfo final—…

Y, por primera vez en toda mi vida adulta, empecé a considerar seriamente la noción de Dios…”

Dentro de la formación católica, desde niños aprendemos aquellas plegarias que nos abren a una relación con Dios, con la Santísima Virgen, con los ángeles y con los santos.

La oración del ángel de la guarda que nuestras madres nos rezaban todas las noches antes de dormir aun hace eco en nuestros oídos y continuamos rezándola a nuestros hijos. Más adelante nuestro repertorio se amplió en la medida que nos preparábamos para recibir los sacramentos de la comunión y confirmación. En muchos hogares ha existido la tradición de rezar el Santo Rosario en familia. Muchos países cuentan con la tradición de las novenas de navidad o la de los difuntos. Grupos y cadenas de oración existen por doquier. La Mariología introdujo una serie de oraciones a María como intercesora nuestra que son muy populares dentro de las familias católicas.

La Iglesia cuenta con un ciclo de oración diaria de un año completo que se conoce como La Liturgia de las Horas. Conocido desde el siglo VII cómo el Oficio Divino, el Concilio Vaticano II lo actualizó y lo simplificó. Obligatoria para los clérigos y las órdenes monásticas, muchos laicos las oran diariamente y son muy practicadas en varios países del continente americano.

Desde hace décadas el Sumo Pontífice de turno, ha pedido jornadas mundiales de oración por una determinada causa. A lo largo de todo el mundo y una determinada hora, la oración de millones y millones de católicos se alza para pedir por la causa.

Ya desde el primer capítulo del libro de Hechos de los Apóstoles —que nos narra cómo se formó nuestra Iglesia— se nos relata como los discípulos tenían la costumbre de orar: “Todos ellos se reunían siempre para orar con algunas mujeres, con María, la madre de Jesús, y con sus hermanos.” Hechos 1:14

Y eran fieles en conservar la enseñanza de los apóstoles, en compartir lo que tenían, en reunirse para partir el pan y en la oración.” Hechos 2:42

Todos los días enseñaban y anunciaban la buena noticia de Jesús el Mesías, tanto en el templo como por las casas.” Hechos 5:42

La Iglesia católica, como ninguna otra, ha desarrollado en su máxima expresión, el valor y la importancia de la oración en la vida del cristiano haciendo eco de las palabras de Jesús a sus discípulos en el huerto de Getsemaní “Manténganse despiertos y oren, para que no caigan en tentación. Ustedes tienen buena voluntad, pero son débiles.” Marcos 14:38.

Los sacramentos

Los sacramentos son los signos visibles de la gracia invisible de Dios para el bien espiritual del que los recibe. Al igual que los hombres usamos un lenguaje no verbal para comunicarnos, y que muchas veces resulta más efectivo que el verbal, los sacramentos serian ese lenguaje no verbal que nos comunican las gracias de Dios.

Solo los católicos reconocemos los siete sacramentos que Cristo instituyó. La mayoría de Iglesias protestantes aceptan el bautismo, otras la confirmación y otras pocas reconocen la presencia real de Cristo en la eucaristía pero no de la misma forma en que la conocemos los católicos (ver el capítulo XI).

Bautismo: Fundamento de toda la vida cristiana y que nos libera del pecado original, incorporándonos a la Iglesia y nos hace partícipes de su misión. Jesús confiere su misión a los apóstoles: “Vayan, pues, a las gentes de todas las naciones, y háganlas mis discípulos; bautícenlas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo,” Mateo 28:19.

Confirmación: Perfecciona la gracia bautismal y nos refuerza nuestra filiación divina conferida por el bautismo. “Al llegar, oraron por los creyentes de Samaria, para que recibieran el Espíritu Santo. Porque todavía no había venido el Espíritu Santo sobre ninguno de ellos; solamente se habían bautizado en el nombre del Señor Jesús. Entonces Pedro y Juan les impusieron las manos, y así recibieron el Espíritu Santo.” Hechos 8:15-17.

Eucaristía: Alimento de nuestra alma. Corazón y cumbre de nuestra vida cristiana. “Jesús les dijo: Les aseguro que si ustedes no comen la carne del Hijo del hombre y beben su sangre, no tendrán vida. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo lo resucitaré en el día último. Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, vive unido a mí, y yo vivo unido a él. El Padre, que me ha enviado, tiene vida, y yo vivo por él; de la misma manera, el que se alimenta de mí, vivirá por mí. Hablo del pan que ha bajado del cielo. Este pan no es como el maná que comieron los antepasados de ustedes, que a pesar de haberlo comido murieron; el que come de este pan, vivirá para siempre.” Juan 6:53-58

Reconciliación: Nos otorga el amor de Dios que reconcilia a través del perdón de los pecados. “A quienes ustedes perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a quienes no se los perdonen, les quedarán sin perdonar.” Juan 20:23.

Unción de los enfermos: Busca sanar el cuerpo ante la enfermedad y el alma ante el pecado. “También expulsaron muchos demonios, y curaron a muchos enfermos ungiéndolos con aceite.” Marcos 6:13. “Si alguno está enfermo, que llame a los ancianos de la iglesia, para que oren por él y en el nombre del Señor lo unjan con aceite. Y cuando oren con fe, el enfermo sanará, y el Señor lo levantará; y si ha cometido pecados, le serán perdonados.” Santiago 5:14-15.

Matrimonio: Perfecciona con la Gracia de Dios el amor entre un hombre y una mujer, fortaleciéndolos para mantener la unidad a pesar de los problemas y para aumentar permanentemente la vocación de servicio mutua y hacia sus hijos. “Las esposas deben estar sujetas a sus esposos como al Señor. … Esposos, amen a sus esposas como Cristo amó a la iglesia y dio su vida por ella. … El que ama a su esposa, se ama a sí mismo. Porque nadie odia su propio cuerpo, sino que lo alimenta y lo cuida, como Cristo hace con la iglesia,porque ella es su cuerpo. Y nosotros somos miembros de ese cuerpo. «Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre para unirse a su esposa, y los dos serán como una sola persona.» Aquí se muestra cuán grande es el designio secreto de Dios. Y yo lo refiero a Cristo y a la iglesia.” Efesios 5:21-32.

Orden Sacerdotal: Reviste a quien lo recibe de la Gracia para continuar la misión confiada por Cristo a sus apóstoles. “Un día, mientras estaban celebrando el culto al Señor y ayunando, el Espíritu Santo dijo: «Sepárenme a Bernabé y a Saulo para el trabajo al cual los he llamado.» Entonces, después de orar y ayunar, les impusieron las manos y los despidieron.” Hechos 13:2-3. “Y él mismo concedió a unos ser apóstoles y a otros profetas, a otros anunciar el evangelio y a otros ser pastores y maestros” Efesios 4:11. “También nombraron ancianos en cada iglesia, y después de orar y ayunar los encomendaron al Señor, en quien habían creído” Hechos 14:23. “Por eso te recomiendo que avives el fuego del don que Dios te dio cuando te impuse las manos” 2 Timoteo 1:6.

El papado

Toda estructura ha de organizarse claramente para ejecutar exitosamente su misión. Las empresas, el gobierno, la familia, las hormigas. Hasta el crimen se organiza para potencializar al máximo su poder destructivo. Así también nuestra Iglesia se ha organizado desde sus orígenes. Jesús dejó creada una jerarquía al designar una sola cabeza para su Iglesia. Después de la llegada del Espíritu Santo en pentecostés, los apóstoles y discípulos continuaron desarrollando una organización en la medida en que la Iglesia se expandía. Empezaron por el diaconado:

“En aquel tiempo, como el número de los creyentes iba aumentando, los de habla griega comenzaron a quejarse de los de habla hebrea, diciendo que las viudas griegas no eran bien atendidas en la distribución diaria de ayuda. Los doce apóstoles reunieron a todos los creyentes, y les dijeron: —No está bien que nosotros dejemos de anunciar el mensaje de Dios para dedicarnos a la administración. Así que, hermanos, busquen entre ustedes siete hombres de confianza, entendidos y llenos del Espíritu Santo, para que les encarguemos estos trabajos. Nosotros seguiremos orando y proclamando el mensaje de Dios. Todos estuvieron de acuerdo, y escogieron a Esteban, hombre lleno de fe y del Espíritu Santo, y a Felipe, a Prócoro, a Nicanor, a Timón, a Pármenas y a Nicolás, uno de Antioquía que antes se había convertido al judaísmo. Luego los llevaron a donde estaban los apóstoles, los cuales oraron y les impusieron las manos.” Hechos 6:1-6

En la Carta a Tito vemos cómo se van ordenando presbíteros (sacerdotes) y obispos para hacerse cargo de la Iglesia:

“La razón por la que te dejé en Creta fue para que terminases de organizar los asuntos pendientes y para que nombraras presbíteros en cada ciudad, de acuerdo con las instrucciones que te di. El elegido ha de ser irreprochable, casado una sola vez; sus hijos, si los tiene, deben ser creyentes sin que puedan ser acusados de libertinos o rebeldes. Por su parte, el obispo, en cuanto encargado de administrar la casa de Dios, sea irreprochable. No ha de ser arrogante, ni colérico, ni aficionado al vino, ni pendenciero, ni amigo de negocios sucios. Al contrario, debe ser hospitalario, amante del bien, sensato, de vida recta, piadoso y dueño de sí. Debe estar firmemente anclado en la verdadera doctrina, de modo que sea capaz tanto de aconsejar en lo que respecta a la autenticidad de la enseñanza como de rebatir a quienes la combaten.” Tito 1:5-9

Esta organización ha traído grandes e innumerables beneficios a la prédica del evangelio encomendada por Cristo. Un ejemplo de ello fue la conformación de la Biblia. Como vimos en el capítulo VII, la Biblia fue conformada en el concilio de Hipona en el año 393 d.C. y ratificada en el sínodo de Cartago entre el año 397 y 419 d.C. Es decir que el proceso tomó 26 años de principio a fin. A estos sínodos asistieron centenares de obispos provenientes de todas las latitudes donde ya existía la Iglesia. Resultado de esas deliberaciones salió el documento que enumeró los libros de la Santa Biblia. Por su parte, en 1534 Martin Lutero tomó él solo la decisión de enumerar los libros que conformarían la Biblia protestante.

Juan Calvino fue un teólogo francés considerado como uno de los padres de la Reforma Protestante que implantó sus ideas desde Suiza. En el prólogo de la edición francesa de 1545 de su libro “Institución de la Religión Cristiana” —uno de los pilares de la doctrina protestante— escribió:

“Y ya que estamos obligados a reconocer que toda verdad y doctrina legítima proceden de Dios, yo me aventuro osadamente a declarar lo que pienso de esta obra, reconociéndola como la obra de Dios en lugar de mía. A él, de hecho, la alabanza debida por ésta debe atribuírsele.”

Es decir que él, autónomamente, declara que su obra es obra de Dios y que por lo tanto todo su contenido es doctrina divina y ha de obedecerse.

Todo en la Iglesia católica es colegiado, consultado, discernido, mesurado, calmado, inspirado, estudiado y ordenado. Precisamente por su estructura y organización.

El famoso científico judío Albert Einstein, premio nobel de física en 1921, concedió una entrevista a la revista Time Magazine que salió publicada en la edición del 23 de diciembre de 1940. En la página 40 se puede leer:

“Siendo un amante de la libertad, cuando llegó la revolución a Alemania miré con confianza a las universidades sabiendo que siempre se habían vanagloriado de su devoción por la causa de la verdad. Pero las universidades fueron acalladas. Entonces miré a los grandes editores de periódicos que en ardientes editoriales proclamaban su amor por la libertad. Pero también ellos, como las universidades, fueron reducidos al silencio, ahogados a la vuelta de pocas semanas. Sólo la Iglesia permaneció de pie y firme para hacer frente a las campañas de Hitler para suprimir la verdad. Antes no había sentido ningún interés personal en la Iglesia, pero ahora siento por ella gran afecto y admiración, porque sólo la Iglesia ha tenido la valentía y la obstinación de sostener la verdad intelectual y la libertad moral. Debo confesar que lo que antes despreciaba ahora lo alabo incondicionalmente”

Gracias a una Iglesia debidamente organizada es que hay una voz en Roma que se levanta para recordarnos ese Dios de amor, del cual el hombre busca tercamente alejarse, ignorarlo y hasta desaparecerlo.

Gracias a una Iglesia organizada, es que la Iglesia católica se ha abanderado, como ninguna otra, en la lucha contra el aborto, la desigualdad social, la lucha contra todo aquello que atente contra la dignidad del hombre. Es la que grita cuando el hombre mueve las barreras morales. Es la que se pronuncia cuando olvidamos el propósito al que estamos llamados. Es la que denuncia el deseo insaciable del hombre por el poder, por el placer y por el tener. Es la que hace un llamado de atención a todos los humanos y en especial a los gobiernos, para que cuidemos a nuestro planeta.

Gracias a una Iglesia organizada, es que la Iglesia ha logrado hacer toda la obra hospitalaria, educativa y asistencial en todo el mundo, en especial en esos lugares donde los gobiernos no tienen los recursos o no les interesan los menos favorecidos.

En la encíclica “Evangelii Gaudium” del papa Francisco, publicada el 24 de noviembre del 2013, se puede leer:

“Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades.”

El santo pontífice lo plasmó de esta forma clara y directa, pero no es para nada una novedad dentro de la Iglesia. Por eso no faltará quien prefiera enumerar y concentrarse en los errores cometidos por la Iglesia en la ejecución de sus labores, que en sus aciertos. Resulta imposible construir toda la obra que ha hecho la Iglesia en sus más de 2.000 años de existencia sin causar accidentes, y seguramente los seguirá causando, porque la Iglesia está compuesta por hombres débiles y quebradizos, como el barro del que están hechos.

Antigüedad

Cuando se lleva a cabo una licitación pública para conceder un contrato de una determinada obra, se toman en cuenta los años de experiencia que poseen las empresas que compiten por la adjudicación del contrato.

En nuestro consumismo diario ocurre lo mismo. Preferimos aquellas marcas y productos que poseen una larga trayectoria ya que nos brindan mayor seguridad en calidad y respaldo.

La Iglesia católica fue fundada por Jesús en el año 33 de nuestra era. Más de veinte siglos de experiencia con aciertos y errores respaldan una trayectoria de evangelización que ninguna otra religión cristiana puede ofrecer.

Durante la Reforma Protestante del siglo XVI, surgieron en el transcurso de unos ochenta años, cuatro grandes divisiones: la luterana, la reformada, la anabaptista y la anglicana. Todas y cada una de ellas desarrolló su propia doctrina que negaba, modificaba, agregaba o anulaba las que había enseñado la Iglesia católica por más de 1,500 años. Con el tiempo la división continuó hasta nuestros días y de estas cuatro ramas, surgieron otras denominaciones. Según la Enciclopedia Cristiana del Mundo en su edición del 2001, tabla 1-5, volumen 1, página 16, existen más de 33,000 distintas denominaciones cristianas en 238 países. Esta estadística en la actualidad es mayor, ya que este número crece diariamente.

Veamos la antigüedad y fundadores de algunas iglesias:

Católica: Jesucristo en el 33.

Luterana: Martin Lutero en 1524.

Anglicana: El rey Enrique VIII en 1534.

Presbiteriana: John Knox en 1560.

Bautista: John Smith en 1609.

Metodista: Charles y John Wesley en 1739.

Unitaria: Teufilo Lindley en 1774.

Episcopaliana: Samuel Seabury en 1785.

Mormona: Joseph Smith en 1830.

Adventista del Séptimo día: Joseph Bates, James White, Ellen White y John Andrews en 1860.

Testigos de Jehová: Charles Taze Russell en 1879.

Pentecostal: William Seymour en 1906.

La Iglesia de la misericordia

Las narraciones de los evangelios nos permiten concluir que durante la vida de Jesús en la tierra, los hospitales no existían. Cuando Jesús llegaba a una ciudad o pueblo, los enfermos que Él curaba se encontraban en las calles o en las entradas de las sinagogas, pero no en hospitales.

La atención por el pobre, el marginado y el necesitado, fue siempre una prioridad del Maestro que sus discípulos aprendieron y pusieron en práctica rápidamente, como lo atestigua el libro de los Hechos de los Apóstoles: “Todos los creyentes estaban muy unidos y compartían sus bienes entre sí; vendían sus propiedades y todo lo que tenían, y repartían el dinero según las necesidades de cada uno.”(Hechos 2:44-45). “En aquel tiempo, como el número de los creyentes iba aumentando, los de habla griega comenzaron a quejarse de los de habla hebrea, diciendo que las viudas griegas no eran bien atendidas en la distribución diaria de ayuda.” (Hechos 6:1)

En el capítulo XVII traté el tema de las finanzas de la Iglesia y de cómo nuestra Iglesia católica es la organización humanitaria más grande del mundo. No faltará el que enfoque su atención en los 31 millones de euros que se gastó el obispo de Limburgo, Alemania, Franz-Peter Tebartz-van Elst, en la construcción de la sede arzobispal y que le costaría la destitución inmediata por parte del papa Francisco. Pero si ponemos nuestra atención al papel y no a las manchas que hay en él, encontraremos una Iglesia que ha hecho por el pobre lo que no ha hecho ninguna otra organización en sus más de 2,000 años de historia.

La Iglesia católica ha construido en las grandes ciudades, pequeños pueblos y en los rincones más apartados del planeta, más hospitales, dispensarios, leprosorios, sidatorios, centros de atención para los enfermos crónicos, ancianos y minusválidos, escuelas, orfanatos, colegios, universidades, centros psiquiátricos, jardines infantiles, consultorios matrimoniales, etc. que cualquier otra institución religiosa o laica del mundo desde su fundación.

La Iglesia católica es de las primeras instituciones en brindar ayuda física y espiritual a aquellos damnificados que han sido afectados por tragedias naturales que azotan permanentemente a nuestro mundo.

Desde su fundación la Iglesia católica ha cobijado por igual a ricos y pobres, hombres y mujeres, blancos y negros, sanos y enfermos, santos y pecadores, letrados e iletrados, libres y presos, yendo muchas veces en contra de sistemas políticos, culturales y sociales que rechazaban esta igualdad.

El sacerdocio

Más de 700 años antes del nacimiento de Jesús, nuestro sacerdote actual fue profetizado por el profeta Isaías (66:18-21).

Estudian por más de siete años para completar su formación académica. Viven en medio del mundo sin ambicionar los placeres que disfrutamos los laicos que los rodean. Son miembros de cada familia de su parroquia pero no pertenecen a ninguna de ellas. Poseen un corazón de oro para la caridad y uno de plomo para la castidad. Nos enseñan a perdonar ofreciéndonos el perdón de Dios. Están en servicio activo los 365 días del año, 24 horas al día atendiendo corazones afligidos. Poseen, como ningún otro ser, el poder de transformar el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo.

El sacerdote católico expresa una santidad que lo distingue claramente del resto de pastores, predicadores y evangelizadores de las iglesias protestantes y cristianas.

Desde Aarón que fue ungido por su hermano Moisés, hasta el nacimiento de Jesús, el sacerdocio se heredaba. Sin embargo Jesús es proclamado Rey y Sumo Sacerdote, no por herencia, sino por designio de Dios:

“En efecto, todo sumo sacerdote es alguien escogido entre los hombres para representar ante Dios a todos los demás, ofreciendo dones y sacrificios por los pecados… Es esta, además, una dignidad que nadie puede hacer suya por propia iniciativa; sólo Dios es quien llama como llamó a Aarón. Del mismo modo, no fue Cristo quien se arrogó la dignidad de sumo sacerdote, sino que fue Dios quien le dijo: Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy. O como dice en otro lugar: Tú eres sacerdote para siempre según el rango de Melquisedec.” Hebreos 5:1-5

Jesús nombró a todos sus discípulos sacerdotes cuando les dijo en la última cena “Haced esto en memoria mía” Lucas 22:19, y ellos continuaron nombrando más sacerdotes mediante la imposición de manos[7], los que a su vez hicieron lo mismo sobre otros, que a su vez lo hicieron sobre otros, hasta llegar a nuestros diáconos, sacerdotes y obispos actuales.

La santidad

Las familias están llamadas a proveer a sus miembros todo lo necesario para crecer, madurar y vivir. No se puede crecer solo, no se puede caminar el camino de la vida solos, sino que crecemos en comunidad y caminamos con ella. Así es nuestra Iglesia católica, que nos provee de todo lo que necesitamos para alcanzar esa santidad que nos ordena Jesús “Sean ustedes perfectos, como su Padre que está en el cielo es perfecto.” Mateo 5:48.

Las iglesias protestantes y cristianas enfocan su enseñanza en que sus miembros deben ser buenos. Pero no así nuestra Iglesia que va mucho más allá y nos enseña que debemos ser ¡santos! “La Santidad no es el lujo de unos pocos; es un sencillo deber que tenemos tú y yo.[8].

En la Iglesia católica podemos escuchar la Palabra de Dios completa, sin suprimir pasajes que nos resultan incomodos, o inconvenientes para ciertos estilos de vida contrarios al propuesto por Jesús. Las lecturas diarias que se leen en cada Eucaristía que es celebrada en cada iglesia católica del mundo, no están a elección del celebrante, como ocurre en el resto de las iglesias cristianas, sino que fueron escogidas desde hace varios siglos y consignadas en El Leccionario[9].

Esta visión completa de la Palabra de Dios que nos ofrece nuestra Iglesia católica, es una característica única entre el resto de las iglesias cristianas que optaron por quedarse con solo un fragmento de ella.

Los milagros

San Agustín decía: “Señor, que no necesite de milagros para creer en ti; pero que mi fe sea tan grande que los merezca

Como ninguna otra religión cristiana, es dentro de nuestra Iglesia católica donde encontramos un acervo probatorio de una gran cantidad de milagros documentados, atestiguados y analizados bajo el microscopio de la ciencia moderna.

La tilma de nuestra Señora de Guadalupe es uno de ellos. El 12 de diciembre de 1531 la imagen de la Virgen quedó plasmada en la tilma[10] hecha con fibras de maguey que llevaba el indio san Juan Diego. Actualmente se exhibe en la basílica de Guadalupe de la capital mexicana.

Con las técnicas modernas de ampliación de imágenes digitales, al hacerle un aumento de 2,500 veces al ojo derecho de la imagen de la Virgen, se puede apreciar el rostro de un indio (presumiblemente el de san Juan Diego). El tamaño de ese rostro es de un cuarto de millón de milímetro. Ni aun hoy en día con nuestras avanzadas técnicas, podríamos duplicar semejante fenómeno.

Desde el siglo XVIII se han hecho réplicas de la tilma y ninguna ha durado más de 20 años. Esta ya pasó los 500 años.

En 1785 accidentalmente cayó ácido muriático sobre una porción de la tilma y no sufrió daño alguno. Una pequeña aureola negra quedó como muestra del accidente.

Sobrevivió a un atentado terrorista en 1921. Luciano Pérez depositó un arreglo de flores con una bomba en su interior a los pies del cuadro. La bomba destruyó todo a su alrededor, dejando intacta la tilma.

Hasta la actualidad varios científicos han realizado diversas pruebas para determinar el origen de la pintura y de la técnica empleada para plasmar la imagen, sin ningún resultado positivo.

Otra gran variedad de milagros eucarísticos[11] se han documentado a lo largo de los siglos, siendo tal vez el más importante el de Lanciano, Italia. Ocurrido en el año 700 cuando delante del sacerdote que celebraba la misa, la hostia y vino consagrados se convirtieron en carne y sangre fresca delante de los cientos de fieles que asistían a la Eucaristía.

Durante diez siglos se tuvieron expuestos en el cáliz y la patena original, y en el año 1713 se pasó a un ostensorio de plata que es donde se exhiben en la actualidad. La sola preservación del musculo y de la sangre por más de 13 siglos, es ya de por si un hecho extraordinario que la ciencia no ha logrado explicar positivamente.

En el campo de los milagros de sanación de enfermos hay miles de milagros documentados por la ciencia médica en todas partes del mundo y muy especialmente en los grandes centros de peregrinación marianos.

El Santuario de Nuestra Señora de Lourdes en Francia posee el único comité médico fuera del vaticano, con autoridad para pronunciarse sobre curaciones inexplicables. Este comité está conformado por un panel de veinte médicos de diferentes especialidades, procedentes de diferentes hospitales europeos y de una gran variedad de creencias religiosas[12].

El Comité Médico Internacional de Lourdes[13] (CMIL) se reúne una vez al año para examinar los casos más serios. Para que una curación sea reconocida como milagrosa debe cumplir con siete criterios. La enfermedad debe ser considerada grave con pronóstico fatal. Su origen debe ser orgánica (no una enfermedad mental) o ser el resultado de una lesión. Su curación no puede ser atribuida a un tratamiento en el que esté inmerso el enfermo y la curación debe ser de carácter repentina e instantánea. La reanudación de las funciones debe ser completa, sin convalecencias y de carácter duradera.

Por esta razón el CMIL toma muchos años en pronunciarse sobre un caso como milagroso, ya que el carácter de curación duradera debe poderse verificar.

La intercesión

Una de las grandes diferencias entre la religión católica y el resto de las denominaciones cristianas es el de la intercesión. Por ejemplo, la Iglesia Anglicana la considera “repugnante”[14].

En el Nuevo Testamento la palabra “intercesión” se usa en forma sinónima de la palabra “mediación”.

“Intercesión” significa suplicar ante una parte en favor de la otra. “Mediación” es ponerse en medio de dos partes con el propósito de reconciliarlos.

Basados en esta diferencia semántica, los católicos asignamos la “mediación” a la acción de Cristo y la “intercesión” a la acción de la Santísima Virgen María, los ángeles y los santos.

Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento vemos ejemplos de esta práctica. La intercesión de Abraham por el pueblo de Sodoma narrada en Génesis 18:16-33 es un claro ejemplo de esta acción. La intercesión del centurión por su siervo enfermo que pide a Jesús que lo sane narrada por Lucas 7:1-10, es otro de los muchos ejemplos presentes en las Escrituras.

Quien ora por otro, está actuando conforme a la doctrina cristiana de la misericordia. Quien ora por otro, no está buscando su propio interés sino el de los demás.

El diácono san Esteban —primer mártir cristiano— pidió perdón a Dios por sus perseguidores estando en vida terrena (Hechos 7:51-54), ¿No hará lo mismo cuando goce la cercanía de Dios en los cielos? Recordemos que a los que nosotros nos referimos como muertos en la tierra, siguen vivos en otro lugar.

Al elevar nuestras peticiones a la Santísima Virgen, o a un determinado santo que llevó una vida terrenal con la cual encontramos cierta afinidad, o cuando acudimos a los ángeles, sabemos que no son ellos los que están en capacidad de concedernos lo que estamos pidiendo; sabemos sin duda alguna que es Dios el único que ostenta el poder de otorgarnos las gracias que pensamos necesitar. A ellos les estamos pidiendo que unan sus oraciones al Santísimo con las nuestras, tal y como se narra en el Libro del Apocalipsis “Y de la mano del ángel subió ante Dios el humo del incienso con las oraciones de los santos.” 8:4.

La segunda parte del Ave María es nuestra petición a la Santísima Madre para que “interceda” por nosotros los pecadores ante su hijo, esperando que ocurra lo mismo que ocurrió en las bodas de Caná (Juan 2:1-11).

Aunque podemos siempre dirigir nuestras oraciones directamente a Dios, sin ningún intermediario, solo en la Iglesia católica encontramos este recurso tan extraordinario ausente en las otras iglesias.

 

 


[1] Nowa Huta fue concebida como ciudad sin Dios, una ciudad sin símbolos religiosos y sin iglesia. Los obreros, sin embargo, se rebelaron y se reunieron para erigir primero una cruz. Más tarde, después de enfrentamientos con los órganos estatales y las fuerzas del orden, surgió incluso una iglesia, que debe su existencia —como dijo el papa en su primera visita a Polonia— al sudor y a la resistencia de los obreros.

[2] Justino Mártir fue uno de los primeros apologistas cristianos quien falleció en 168 d.C. en la ciudad de Roma. En el año 155 d.C. dirigió una carta al entonces emperador romano Antonino Pio describiendo a los cristianos. En uno de sus apartes describe la celebración de la misa en estos términos: “El día que se llama día del sol tiene lugar la reunión en un mismo sitio de todos los que habitan en la ciudad o en el campo. Se leen las memorias de los Apóstoles y los escritos de los Profetas. Cuando el lector ha terminado, el que preside toma la palabra para incitar y exhortar a la imitación de tan bellas cosas. Luego nos levantamos y oramos por nosotros […] y por todos los demás dondequiera que estén, a fin de que seamos hallados justos en nuestra vida y nuestras acciones y seamos fieles a los mandamientos para alcanzar la salvación eterna. Luego se lleva al que preside el pan y una copa con vino y agua mezclados. El que preside los toma y eleva alabanzas y gloria al Padre del universo, por el nombre del Hijo y del Espíritu Santo, y da gracias largamente porque hayamos sido juzgados dignos de estos dones. Cuando el que preside ha hecho la acción de gracias y el pueblo ha respondido “amén”, los que entre nosotros se llaman diáconos distribuyen a todos los que están presentes el pan y el vino «eucaristizados»”

[3] En el capítulo XXVII se explicó los diferentes ritos de la Iglesia católica y de cómo el formato de la misa es una de las variantes presentes en cada uno de los ritos. Esta consistencia es dentro de cada rito.

[4] Isaías 53, 50:6; Salmos 22:12-19, 41:10, 69:22 y Zacarías 12:10, 11:12-13 entre otros.

[5] Mateo 16:21-28, 20:17-19 y Marcos 8:31 entre otros.

[6] “se hace presente el único sacrificio de Cristo” (Catecismo de la Iglesia Católica # 1330)

[7] Hechos de los Apóstoles 6:6; 14:23, 1 de Timoteo 4:14; 2 de Timoteo 1:6

[8] Santa Teresa de Calcuta

[9] Como expliqué en el capítulo X, El Leccionario distribuye la totalidad de la Biblia en un ciclo que dura tres años.

[10] Las dimensiones de la tilma son 1.68 x 1.03 metros.

[11] Los milagros eucarísticos son hechos extraordinarios en los que las especies pan y vino consagradas, adquieren la naturaleza de musculo cardiaco humano y sangre fresca humana.

[12] Por ejemplo el Doctor Alexis Carrel, premio nobel de medicina en 1912 y que siendo escéptico presenció el milagro de la curación de Marie Bailly (registrado como el “Expediente 54”) en 1902. En sus últimos días de vida pidió la presencia de un sacerdote católico para que le aplicará los sacramentos.

[13] Fundado en 1947 y hasta la fecha ha certificado 66 milagros de un poco más de 7,000 sanaciones consideradas extraordinarias.

[14] “La doctrina romana respecto a la invocación de los santos es una cosa indulgente vanamente inventada, y sin base ni garantía en la Escritura, sino más bien repugnante a la palabra de Dios.” Artículo 22.

 

fanatismo

¿Seré fanático por practicar lo que me pide mi religión?

Usain Bolt tenía quince años de edad cuando soñó por primera vez en participar en unos juegos olímpicos. Este hombre nacido en Jamaica en 1986, ostenta hoy el título de ser el hombre más veloz que haya existido sobre la tierra. Recorre cien metros en 9.58 segundos.

Medallas de oro por los 100m, 200m y 4x100m en los juegos olímpicos de Pekín 2008 y Londres 2012.

A pesar de poseer una taxonomía inferior a la de otros corredores de fondo, Bolt ha logrado establecer sus marcas mundiales gracias a su extenuante entrenamiento físico y mental, acompañado de un enorme deseo “…de no llegar en segundo lugar”. Al romper el record mundial en los juegos olímpicos de Pekín 2008 le dijo a la prensa: “Vine aquí a ganar […].Ahora me voy a concentrar en los 200 metros. Vine aquí con la preparación bien hecha y voy a hacerlo”.

Amante del baile y las fiestas, su deseo de mantenerse como el corredor más veloz del mundo, lo ha llevado a exigirse una vida de disciplina deportiva bastante excepcional.

Asiste seis días a la semana a sus rutinas de entrenamiento que comienzan con tres horas en el gimnasio para fortalecer sus músculos, seguido por varias horas en la pista donde ejecuta interminables sesiones de arranques y carreras de fondo.

Su dieta de más de cinco mil calorías diarias le provee la energía necesaria para poder cumplir cabalmente su rutina de preparación.

No creo que nadie se atrevería a catalogar como fanatismo la conducta de este corredor, ya que todos entienden que simplemente se trata de una persona con un deseo férreo de llegar en primer lugar en todas las carreras en las que participe.



San Pablo utiliza la figura de las carreras para ilustrarnos sobre la vida cristiana:

“Ustedes saben que en una carrera todos corren, pero solamente uno recibe el premio. Pues bien, corran ustedes de tal modo que reciban el premio. Los que se preparan para competir en un deporte, evitan todo lo que pueda hacerles daño. Y esto lo hacen por alcanzar como premio una corona que en seguida se marchita; en cambio, nosotros luchamos por recibir un premio que no se marchita.” 1 Corintios 9:24-25

“Por eso, nosotros, teniendo a nuestro alrededor tantas personas que han demostrado su fe, dejemos a un lado todo lo que nos estorba y el pecado que nos enreda, y corramos con fortaleza la carrera que tenemos por delante.” Hebreos 12:1

La palabra fanático según el diccionario de la Real Academia Española significa: “Que defiende con tenacidad desmedida y apasionamiento creencias u opiniones, sobre todo religiosas o políticas. Preocupado o entusiasmado ciegamente por una cosa

La forma de vivir una religiosidad está influenciada por varios factores: El lugar de nacimiento y de crianza, la familia, la cultura que nos rodea, la sociedad, etc. Esto hace que el concepto de fanatismo adquiera significados diferentes según sea la persona que lo está definiendo.

En nuestros entornos familiares y sociales existen dos conceptos bastante aceptados para catalogar a una persona como fanática. Uno más benigno que el otro.

Veamos cuales son:

Exageración

Para muchos ojos, fanático es aquella persona que está “exagerando” su devoción religiosa. Es decir que la persona que emite el juicio considera que la otra persona debería vivir su vida religiosa de una forma más moderada, más indisciplinada, más disimulada y con menor interés. Este juicio contiene un error, porque parte de la base que la vida religiosa y la vida diaria son dos actividades separadas, por lo tanto cabe razonar que las prioridades estarían mal repartidas.

Una persona que ejerce una religiosidad “informal”, al margen de las instituciones religiosas y de sus milenarias tradiciones, encuentra exagerado cualquier desviación de su propio sentido del deber religioso. De lo que para él es “normal”.

Resultaría interesante preguntarle a la persona que emite el juicio: ¿Cuáles son los parámetros, cual es la fórmula o que metodología se puede aplicar para determinar cuándo se trata de una exageración y cuándo, según su criterio, se trata de “normal”?

Uno de los versículos más cortos de toda la Biblia se encuentra en la primera carta de san Pablo a los Tesalonicenses, capítulo 5, versículo 17: “Oren permanentemente”. Otras traducciones dicen: “Oren en todo momento”.

¿Cómo puedo orar permanentemente? Haciendo que la vida misma sea una oración a Dios. No llevando una vida religiosa y una vida diaria separada, sino haciendo una sola vida en la que se busque hacer la voluntad de Dios las 24 horas del día los 365 días del año.

¿Qué fuerza puede existir en el hombre que lo mueva a realizar una misma actividad las 24 horas del día los 365 días al año sin descanso? : El amor.

Cuando se ama profundamente, uno no se quiere desprender ni un minuto de la persona amada. Se busca su compañía. Se crea una necesidad que solo la otra persona puede llenar. Hay alegría y fortaleza. No importan los obstáculos que haya que superar para pasar tiempo juntos. Queremos conocer más de la otra persona. Ambicionamos una vida unidos hasta el final de nuestros días.

Nuestro amor a Jesús nos motiva a llevar una vida que se deja abrazar por su palabra, y que aunque fallemos miles de veces y traicionemos ese amor, sabemos que Él siempre sale al encuentro de ése hijo pródigo que decidió regresar a la casa del Padre.

“Yo sé todo lo que haces. Sé que no eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Pero como eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca.” Apocalipsis 3:15-16

¿Cómo definir esos estados de frío, caliente y tibio?

Haciendo la comparación con un examen académico, frío sería la persona que saca la peor nota porque no presentó el examen, ya sea porque no lo quiso presentar, o porque no quiso estudiar, o porque llegó tarde y no tuvo tiempo de presentarlo. Claramente la persona no entiende la importancia de presentar el examen.

El caliente sería la persona que saca una extraordinaria nota resultado del esfuerzo en la preparación del mismo. Posee un genuino deseo de aprender, de honrar el esfuerzo de sus padres en costearle los estudios, del tiempo que le ha dedicado a asistir a las clases.

El tibio sería la persona que apenas le dio una mirada al material de estudio, y piensa que con eso es suficiente para pasar con la mínima nota el examen, ya que lo que importa es pasar.

El caliente recibe las felicitaciones de Dios por su buena nota. De otra parte, tiene la esperanza de que el frío entienda su obligación de estudiar y presentar el examen.

Pero la actitud mediocre del tibio, le genera nauseas.

El cristiano caliente siente en su corazón el profundo deseo de sacar la mejor nota en su examen diario de convivencia con su prójimo y en esto no cabe la palabra “exageración”.

Intolerancia

Cuando en el ejercicio de la vida religiosa se llega a la intolerancia que no razona y que no produce diálogo, se cae en un fanatismo peligroso, en el que se pueden alcanzar extremos dañinos.

La historia nos ha mostrado que las palabras dirigidas por Jesús a sus discípulos en la última cena se han cumplido “Los expulsarán de las sinagogas, y aun llegará el momento en que cualquiera que los mate creerá que así presta un servicio a Dios” Juan 16:2.

Ciertamente existe una línea delgada que separa el genuino deseo de amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente; y el deseo de vivir la experiencia religiosa de manera destructiva honrando la visión personal que se tiene de ese dios que se defiende.

Esa línea es el fanatismo.

Cuando se cruza esa línea, sea una persona o un grupo, se producen una serie de trastornos psicológicos y sociológicos cubiertos por un tinte religioso, que desvirtúa por completo el verdadero mensaje cristiano de “…Que se amen los unos a los otros. Así como yo los amo a ustedes, así deben amarse ustedes los unos a los otros” (Juan 13:34).

El fanatismo se manifiesta como una entrega apasionada y desmedida a unas convicciones consideradas como absolutas y que, por lo mismo, hay que imponerlas a los demás de cualquier forma. El fanático es terco, intolerante y agresivo, inflexible e incapaz de dialogar, con una visión deformada de la realidad y una radicalización ideológica muy intensa.

El hombre auténticamente religioso no tiene una certeza total y absoluta de conocer la voluntad de Dios. El Misterio Divino nunca es totalmente comprensible o abarcable por el entendimiento y la voluntad humana, tan limitada e imperfecta.

La actitud fanática en cambio, intenta superar su creencia rechazando la fe y la confianza, renunciando a una entrega absoluta a Dios. El hombre se encarga de todo. El fanatismo anula la fe y maneja la incomprensión de la voluntad de Dios con una actitud de dominio y control, apropiándose de una verdad que le corresponde solo a Dios conocer.

Todo es relativo

Esta posición filosófica en la que todos los puntos de vista son igualmente válidos, ha penetrado nuestra sociedad de manera casi que contagiosa.

Con el avance de la ciencia y los medios de comunicación, las sociedades se han vuelto cada vez más pluralistas y han tomado distancia de la idea de que realmente existe el bien y el mal.

Existen varias clases de relativismo, pero los podríamos clasificar en tres categorías:

  • El relativismo cognitivo: Afirma que toda verdad es relativa.
  • El relativismo moral o ético: Afirma que toda moral es relativa al grupo social que la ejerce.
  • El relativismo situacional: Afirma que la ética es dependiente de la situación en la que se aplica.

Quienes afirman que “no existen verdades absolutas” se contradicen a sí mismos, ya que si no existieran verdades absolutas, entonces esta frase tampoco podría ser tomada como verdadera. Es decir que sí existen verdades absolutas.

Los medios masivos de comunicación se han encargado de redefinir permanentemente el concepto de moralidad y decencia. La educación se ha tornado más liberal en su enseñanza, las leyes se están reescribiendo para legalizar lo que una vez fue inmoral, la política busca cada vez más hacer pactos con todas las ideas y costumbres con tal de ganar votos.

El relativismo ha penetrado tan profundo en nuestra sociedad, que si usted levanta su voz contra ese “todo se vale”, será señalado como un fanático intolerante.

En ese amplio marco relativista en el que se desenvuelve el hombre moderno, se ha generalizado la práctica selectiva de la tolerancia respecto a ciertas cosas, pero no a otras. Los que podríamos llamar pecados “progresistas” son más tolerados que cualquier otro: La promiscuidad sexual, el aborto, la mentira “justificada”, etc. Esto hace que la vida cristiana se vea más como fanatismo que como el estándar de vida que propuso Jesús.

El mal uso y entendimiento de la tolerancia, fortalece la posición relativista ya que quien la ejerce, se siente con el derecho de llevarla a los límites que más le convenga, rotulando como fanatismo cualquier idea que se le oponga.

“Si el mundo los odia a ustedes, sepan que a mí me odió primero. Si ustedes fueran del mundo, la gente del mundo los amaría, como ama a los suyos. Pero yo los escogí a ustedes entre los que son del mundo, y por eso el mundo los odia, porque ya no son del mundo. Acuérdense de esto que les dije: “Ningún servidor es más que su señor.” Si a mí me han perseguido, también a ustedes los perseguirán; y si han hecho caso de mi palabra, también harán caso de la de ustedes. Todo esto van a hacerles por mi causa, porque no conocen al que me envió.” Juan 15:18-21

El 16 de enero de 1982, el entonces papa Juan Pablo II se dirigió a los participantes en el congreso nacional del Movimiento Eclesial de Compromiso Cultural celebrado en el Vaticano, con estas palabras: “Una fe que no se hace cultura es una fe no plenamente acogida, no totalmente pensada, no fielmente vivida”.

 

El cristiano ha de trabajar para contribuir a generar una cultura cristiana de amor, donde se reconcilian las enseñanzas del Maestro con la vida del tiempo presente, donde ese llamado a “…no ser del mundo…” sino a ser extraterrestres entre los terrestres, sea la meta a conquistar.

iglesia catolica

¿Solo a través de la Iglesia católica hay salvación?

Desde que San Cipriano[1] dijera en el siglo III “Fuera de la Iglesia no hay salvación”[2], cristianos y no cristianos han tenido problemas con dicha afirmación. Los primeros porque lo han tomado como un acto de arrogancia por parte de la Iglesia católica al afirmar algo que Jesús no dijo de forma explícita cuando fundó su Iglesia, y los segundos, porque piensan que ellos encontrarán el camino aún más allá con su dios a través de sus creencias, así que se debe ignorar lo que cualquiera otra religión pueda decir a ese respecto.

Hoy el malestar sigue vigente. Algunos piensan que la afirmación es excluyente, intolerante y totalitaria rayando en el fanatismo. Otros simplemente rechazan la idea de una estructura organizada de hombres que pueda atribuirse el derecho de dictar las leyes que gobiernan la entrada al cielo cuando eso solo le corresponde a Dios. Hay quienes no aceptan esta doctrina porque parten de la base que Cristo murió por el perdón de todos los hombres, así que no nos corresponde hacer nada más, sino creer en Él y, en el mejor de los casos “portarse bien” (Este es uno de los pilares del protestantismo: Sola fide. Consideran que sólo la fe es necesaria para salvarse y niegan la necesidad de las buenas obras).

Veamos la siguiente analogía: una persona que comienza a experimentar signos de una gran dolencia, acude a un médico quien le ordena una serie de exámenes que le ayuden a encontrar la causa de los síntomas. Estos arrojan como resultado la presencia de una grave enfermedad que requiere atención inmediata. El médico le dice que van a seguir un tratamiento que a pesar de seguirlo al pie de la letra no garantiza su recuperación, pero que vale la pena intentarlo. Acude a un segundo médico quien sugiere seguir un tratamiento distinto, pero que tampoco le garantiza su recuperación. Acude a un tercero que básicamente le dice lo mismo. Finalmente encuentra uno que le ofrece un tratamiento que de seguirlo al pie de la letra, le garantiza su recuperación.

¿En manos de que médico se pondría este enfermo? ¿En los que ofrecen su mayor esfuerzo pero que no garantizan su recuperación? o ¿En el que garantiza la recuperación?

Entonces, ¿Por qué el saber que existe una Iglesia que nos garantiza la salvación si seguimos sus enseñanzas no nos llena de un sentimiento de alegría, sino que por el contrario, lo ignoramos?

Claramente debe haber un malentendido.



Afortunadamente Jesús y sus apóstoles nos dejaron una serie de enseñanzas en el Nuevo Testamento que nos pueden ayudar a entender porque San Cipriano hizo ésta afirmación.

Lo que nos dicen las Sagradas Escrituras

Lo que nos dicen las Sagradas Escrituras es que en el cielo no hay solamente católicos. El “buen ladrón”[3] (Dimas) que estaba a un lado de Jesús en su crucifixión, ciertamente no era católico y sin embargo hoy está gozando de la vida eterna en el reino de Dios. Es más, San Dimas es considerado como el único santo canonizado por Jesús. Así que la afirmación que solo a través de la Iglesia hay salvación, no quiere decir que en el cielo solo hay católicos como muchos piensan.

Cuando rezamos el credo, decimos “…que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo,…”. Indudablemente Jesús ha muerto por todos los hombres para redimirnos, pero eso no implica que todos los hombres sean redimidos por Él, porque para salvarse hace falta otra condición además de la Gracia de Dios, a saber: que en ejercicio de nuestro libre albedrío aceptemos libremente esa Gracia. Jesús no se impuso ante nadie ni forzó a nadie a creer en Él, ni le impuso las manos a un incrédulo para que creyera en Él[4]. En Dios nada es mecánico ni automático.

Dios que te hizo sin ti, no te justifica sin ti[5]. Lo que la muerte de Cristo nos garantiza es que a todos los hombres[6] incluyendo al musulmán, al judío, al mahometano, al indio del amazonas y otros, en algún momento de su vida —desde la concepción hasta una fracción de segundo antes de la muerte— recibirán el ofrecimiento de su Gracia[7].

Jesús le dijo a Nicodemo “El que cree en el Hijo de Dios, no está condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado por no creer en el Hijo único de Dios” Juan 3:18. Así que ningún ser humano esta salvado ni condenado antes de su muerte. Como dijera el papa Pio IX “nadie es condenado más que por su propia voluntad y contra la voluntad de Dios”. Es contra la voluntad de Dios porque Él nos quiere salvos a todos “…pues él quiere que todos se salven y lleguen a conocer la verdad” 1 Timoteo 2:4.

En la última cena Jesús dijo: “Esto es mi sangre, con la que se confirma la alianza, sangre que es derramada en favor de muchos.” Marcos 14:24, “Beban todos ustedes de esta copa, porque esto es mi sangre, con la que se confirma la alianza, sangre que es derramada en favor de muchos para perdón de sus pecados.” Mateo 26:27-28. Este muchos ya había sido profetizado por Simeón en la entrada del templo, cuando le dijo a María la madre de Jesús “Mira, este niño está destinado a hacer que muchos en Israel caigan o se levanten.” Lucas 2:33. Jesús no murió por todos, sino por los muchos que aceptaron, aceptan y aceptarán su Gracia salvadora.

No basta con ser un buen budista, o un buen mahometano, o con ser un buen indio del amazonas para lograr la salvación, ya que si esto fuera cierto, la orden de Jesús “Vayan por todo el mundo y predicad a todos el evangelio. El que crea y sea bautizado, obtendrá la salvación; pero el que no crea, será condenado” (Marcos 16:15-16) sería superfluo, y lo peor: Irrelevante. Nuestra prédica sería: “Con lo que haces y sabes, estas salvado. Pero por si te interesa, te puedo contar de otra forma en la que también te puedes salvar, ¿te interesa?”.

¿Fue esto lo que nos enseñó Jesús? ¿Qué cada quien se quede en sus creencias y en sus religiones?

“Jesús vino a Galilea predicando el evangelio de Dios. «El tiempo se ha cumplido,» decía, «y el reino de Dios se ha acercado; arrepiéntanse y crean en el evangelio. »” (Marcos 1:14-15) ¿En que quedaría este mensaje? ¿Para quién estaría dirigido, si cada cual está bien en su propia creencia? Ese “arrepiéntanse y crean en el evangelio” que pregonaba Jesús¿no quiere decir que dejen de hacer lo que están haciendo y hagan lo que Yo les estoy diciendo?

Sí Jesús fuera cualquier Camino, sí la verdad fuera cualquier creencia y la vida fuera cualquier forma honesta y pacífica de vivir, su enseñanza no hubiera sido otra cosa que el indiferentismo. Nunca se hubiera molestado en hacerles ver los errores a los escribas y fariseos como tantas veces lo hizo. Los fariseos no eran lo que hoy llamaríamos unas personas “malas”, todo lo contrario, eran personas que hoy llamaríamos “buenas” que cumplían las leyes de su religión al pie de la letra.

La Iglesia

Jesús quiso que hubiera una Iglesia[8] y por eso la fundó “Yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia” (Mateo 16:18). Estando Él a la cabeza y actuando como salvador[9] “Porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, siendo Él mismo el Salvador del cuerpo” (Efesios 5:23), cuerpo que lo constituimos todos “Ahora bien, ustedes son el cuerpo de Cristo, y cada uno individualmente un miembro de él.”(1 Corintios 12:27). ¿Por qué molestarse en constituir una Iglesia sí por cualquier camino se obtuviera la salvación?

Cuando Jesús envió a sus apóstoles junto a otros setenta y dos discípulos a predicar su evangelio, dijo: “El que los escucha a ustedes, me escucha a mí; y el que los rechaza a ustedes, me rechaza a mí; y el que me rechaza a mí, rechaza al que me envió.” Lucas 10:16.

La Iglesia es la fuente y el camino ordinario para la salvación querida por Dios al entregarle la autoridad para la administración de los sacramentos que Jesús instituyó y condicionó para gozar de la eternidad. Sé que algunas personas encuentran esto difícil de aceptar y hasta de creer. Hay quien sostiene que cómo ha de ser esto posible, si en la Iglesia hay corrupción y pecado. Otras lo encuentran injusto y otras simplemente no creen que sea así. Pero independiente de las muchas o pocas manchas negras que pueda haber en la Iglesia e independiente de la mucha o poca santidad que pueda haber en su interior, fue Jesús quien así lo quiso y si Jesús es el que nos salva, nos tenemos que salvar a su manera y no a la nuestra, así no nos parezca.

El hablar de un camino ordinario implica también la existencia de un camino extraordinario, aplicable para aquellos que todavía no les ha llegado ese evangelio que Jesús les ordenó a sus discípulos predicar. Al respecto nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica en su numeral 847:

“Los que sin culpa suya no conocen el Evangelio de Cristo y su Iglesia, pero buscan a Dios con sincero corazón e intentan en su vida, con la ayuda de la gracia, hacer la voluntad de Dios, conocida a través de lo que les dice su conciencia, pueden conseguir la salvación eterna”.

Y en el numeral 1281 nos dice:

“Los que padecen la muerte a causa de la fe, los catecúmenos y todos los hombres que, bajo el impulso de la gracia, sin conocer la Iglesia, buscan sinceramente a Dios y se esfuerzan por cumplir su voluntad, pueden salvarse aunque no hayan recibido el Bautismo”

La existencia de ese camino extraordinario fruto de la inmensa misericordia de Dios y conocida solo por Él, no implica que cualquier religión o creencia sea un camino a la salvación.

Tampoco esto significa que la salvación del hombre queda reducida a la participación en estos sacramentos o a la simple vinculación de la persona a la Iglesia, ya que el mismo Jesús dijo: “No todo el que me dice Señor, Señor entrará en el Reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre del Cielo” Mateo 7:21-23.

Solo la Iglesia católica cuenta con los siete sacramentos, repito: Establecidos por Jesús, no por el hombre ni por la Iglesia, sino por Jesús mismo y que condicionó su recibimiento para su participación en su reino. Este es el camino que estableció Jesús y es el que la Iglesia enseña.

Veamos tres de ellos, que por su claridad en los evangelios nos pueden ayudar a entender por qué son condicionantes para la salvación y que su conjunto, solo lo podemos encontrar en la Iglesia católica. Ellos son: el bautismo, la reconciliación y la eucaristía.

El bautismo

Una noche se presentó ante Jesús un hombre llamado Nicodemo, perteneciente al sanedrín y que aceptó que Jesús venía de Dios para enseñar “porque nadie podría hacer los milagros que tú haces, si Dios no estuviera con él” (Juan 3:2). Jesús le reveló la condición necesaria del bautismo para la salvación: “Te aseguro que el que no nace de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios.” (Juan 3:5) Y por eso les ordenó a sus discípulos predicar su evangelio a todas las naciones y bautizarlos a todos: “Vayan por todo el mundo y anuncien a todos la buena noticia. El que crea y sea bautizado, obtendrá la salvación; pero el que no crea, será condenado.” (Marcos 16:15-16)

Ciertamente no solo la Iglesia católica ofrece este bautizo, la mayoría de iglesias cristianas lo ofrecen y así lo reconoce nuestra Iglesia, siempre y cuando se realice cómo Jesús lo enseñó: “bautícenlas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” (Mateo 28:19).

Es claro entonces que el bautizo es necesario para acceder a la salvación para aquellos a los que el evangelio les ha sido anunciado y hayan tenido la oportunidad de pedir el sacramento.

El encuentro del apóstol Felipe con el etíope narrado por el evangelista Lucas en el libro de Hechos de los apóstoles en su capítulo 8:26-40, nos resume esta doctrina:

“El Espíritu le dijo a Felipe: «Ve y acércate a ese carro.» Cuando Felipe se acercó, oyó que el etíope leía el libro de Isaías; entonces le preguntó: — ¿Entiende usted lo que está leyendo? El etíope le contestó: — ¿Cómo lo voy a entender, si no hay quien me lo explique? […] Entonces Felipe, tomando como punto de partida el lugar de la Escritura que el etíope leía, le anunció la buena noticia acerca de Jesús.” Se hizo el anuncio del evangelio.

“Más tarde, al pasar por un sitio donde había agua, el funcionario dijo: —Aquí hay agua; ¿hay algún inconveniente para que yo sea bautizado?” Se pidió el sacramento.

“Entonces mandó parar el carro; y los dos bajaron al agua, y Felipe lo bautizó.”

El perdón de los pecados

La quinta petición del Padrenuestro presupone un mundo en el que existe la ofensa. Ofensas entre los hombres y por consiguiente a Dios; “En verdad os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos hermanos míos, aun a los más pequeños, a mí lo hicisteis” Mateo 25:40.

Desde los inicios de la historia de la humanidad, el ser humano ha creado una serie de leyes y normas de conducta que le permiten vivir en un orden adecuado. Cuando no se cumplen estas normas, la consecuencia es la culpa y el remedio es el castigo. La capacidad de sentir culpa fruto de la ofensa ejercida es fundamentalmente humana y comienza a desarrollarse durante la infancia. La historia de las religiones gira en torno a la superación de la culpa. Si nuestros primeros padres (Adán y Eva) no hubiesen desobedecido, hoy no existiría ninguna religión en el mundo porque no serían necesarias ya que viviríamos en perfecta comunión con el Creador.

Uno de los grandes aportes sociales del Judaísmo fue la introducción del concepto de la responsabilidad individual. El hombre antiguo se creía manipulado o usurpado por diferentes dioses que lo obligaban a hacer cosas que él supuestamente no quería. El Judaísmo nos reveló a un Dios único y verdadero, que nos dio un libre albedrío y nos hizo responsables de nuestros actos y de lo que le pase al prójimo: “A cada hombre le pediré cuentas de la vida de su prójimo” Génesis 9:5. El hombre pasó a ser responsable de sus actos y como tal, debe asumir las consecuencias de sus acciones. El pecado entre ellas.

El Judaísmo enseñaba que solo Dios podía perdonar los pecados; “Entonces los maestros de la ley y los fariseos comenzaron a pensar: « ¿Quién es éste que se atreve a decir palabras ofensivas contra Dios? Sólo Dios puede perdonar pecados.»” (Lucas 5:21). Así que Jesús siendo Dios, como Él mismo lo afirmó “Yo y el Padre somos una sola cosa” (Juan 10:30), podía también perdonar los pecados[10], cosa que hizo durante todo su apostolado público, como por ejemplo cuando estaba en la casa de Pedro y descolgaron a un paralitico por el techo, Jesús dice a los escribas que estaban allí: “El Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar los pecados en la tierra” (Marcos 2:10).

Dado que todos somos pecadores, todos estamos en deuda con Dios[11]. Por eso Jesús incluyó en esa oración dirigida al Padre, “Perdónanos nuestras ofensas” (Mateo 6:12) que en la versión de Lucas se lee “Perdónanos nuestros pecados” (Lucas 11:1). Una vez más nos resalta la enseñanza que solo Dios puede perdonar los pecados (Marcos 2:7) tal y como nos lo mostró Jesús durante su paso por la tierra.

Jesús no se llevó ese poder consigo en su muerte y posterior ascensión al cielo, sino que lo delegó a los apóstoles para que a su vez lo transmitieran a sus sucesores en la Iglesia:

“Y sopló sobre ellos, y les dijo: —Reciban el Espíritu Santo. A quienes ustedes perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a quienes no se los perdonen, les quedarán sin perdonar” Juan 20:22-23

Esa sucesión ininterrumpida hasta hoy, se ha conservado únicamente en la Iglesia católica. Con la reforma protestante del siglo XVI por el alemán Martin Lutero, nació una nueva iglesia que rompió con esa cadena de sucesión, cerrando las puertas a ese perdón que Jesús delegó a sus apóstoles.

El artículo 1470 del Catecismo de la Iglesia Católica, correspondiente al capítulo del sacramento de la reconciliación, dice:

“En este sacramento, el pecador, confiándose al juicio misericordioso de Dios, anticipa en cierta manera el juicio al que será sometido al fin de esta vida terrena. Porque es ahora, en esta vida, cuando nos es ofrecida la elección entre la vida y la muerte, y solo por el camino de la conversión podemos entrar en el Reino del que el pecado grave nos aparta (cf 1 Co 5,11; Ga 5,19-21; Ap 22,15). Convirtiéndose a Cristo por la penitencia y la fe, el pecador pasa de la muerte a la vida “y no incurre en juicio” (Jn 5,24).”

Así que éste perdón, expresión del amor de Dios para con su Iglesia, solamente ha llegado a nuestros días en la forma en que Jesús lo dispuso: a través de la Iglesia católica.

La Eucaristía

Cuando Dios instituyó la pascua, narrada en el libro del Éxodo, reveló la forma en que el pueblo de Israel se libraría de la muerte:

“…cada uno de ustedes tomará un cordero…Tomarán luego la sangre del animal y la untarán por todo el marco de la puerta de la casa donde coman el animal. Esa noche comerán la carne…Y la sangre os será por señal en las casas donde vosotros estéis; y veré la sangre y pasaré de vosotros, y no habrá en vosotros plaga de mortandad cuando hiera la tierra de Egipto” Éxodo 12:2-13

Todas las religiones cristianas reconocen en esa sangre y en esa carne que salvaba de la muerte, una prefigura de Jesucristo que inmolado en la cruz, derramaría su sangre y entregaría su cuerpo para la salvación del mundo. Por esta razón el Nuevo Testamento se refiere a Cristo como el Cordero de Dios, ver Juan 1:29, Pedro 1:19, 1 Corintios 5:7, Apocalipsis 15:3 y Apocalipsis 22:1 entre otros.

Al igual que Dios pidió que se comiera la carne del cordero, Jesús condicionó la comida de su cuerpo y de su sangre[12] para poder participar en su reino:

“Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo. Entonces los judíos contendían entre sí, diciendo: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotrosEl que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postreroPorque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él. Como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por mí. Este es el pan que descendió del cielo; no como vuestros padres comieron el maná, y murieron; el que come de este pan, vivirá eternamente.” Juan 6:51-58

De todas las religiones cristianas, solamente la católica puede ofrecer a sus fieles la carne y la sangre de nuestro Señor Jesucristo, ya que es la única que cuenta con los sacerdotes debidamente ordenados para llevar a cabo la transustanciación del pan y del vino en la carne y en la sangre de Jesucristo, que nos mandó a comer y a beber.

Otras religiones

Los argumentos acá expuestos son extraídos de las palabras de Jesús, por eso se puede decir que este es el único camino ordinario conocido. Es lo único que podemos decir con certeza, ya que expresan los deseos de aquel que entregó su vida por la salvación de nosotros.

Seguramente Usted se estará preguntando ¿Entonces el que nació en la china budista —por poner un ejemplo—, nació condenado, ya que él no va a ser bautizado dentro de la Iglesia católica, ni se va a confesar con un sacerdote católico, ni va a ir jamás a una iglesia católica a recibir la comunión? ¿Puede ser éste el plan de un Dios justo y amoroso cómo el que nos describió Jesús? Estas preguntas, que son totalmente validas, nos ponen ante tres escenarios posibles:

  1. La persona conoce esta verdad e intenta con todas sus fuerzas, mantenerse fiel a ella.
  2. La persona conoce esta verdad y por múltiples razones, decide ignorarla.
  3. La persona no conoce esta verdad.

El camino ordinario de salvación revelado por Jesús aplica a las dos primeras personas, mientras que el extraordinario ha de cubrir a la tercera, tal y como lo aclara el apóstol san Pablo:

“De hecho, cuando los gentiles, que no tienen la ley, cumplen por naturaleza lo que la ley exige, ellos son ley para sí mismos, aunque no tengan la ley. Éstos muestran que llevan escrito en el corazón lo que la ley exige, como lo atestigua su conciencia, pues sus propios pensamientos algunas veces los acusan y otras veces los excusan. Así sucederá el día en que, por medio de Jesucristo, Dios juzgará los secretos de toda persona, como lo declara mi evangelio.” Romanos 2:14-16

El Concilio Vaticano II a través de la declaración “NOSTRA AETATE” sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas, expresó su posición respecto a otras religiones:

“Ya desde la antigüedad y hasta nuestros días se encuentra en los diversos pueblos una cierta percepción de aquella fuerza misteriosa que se halla presente en la marcha de las cosas y en los acontecimientos de la vida humana y a veces también el reconocimiento de la Suma Divinidad e incluso del Padre. Esta percepción y conocimiento penetra toda su vida con íntimo sentido religioso. Las religiones al tomar contacto con el progreso de la cultura, se esfuerzan por responder a dichos problemas con nociones más precisas y con un lenguaje más elaborado. … Así también las demás religiones que se encuentran en el mundo, se esfuerzan por responder de varias maneras a la inquietud del corazón humano, proponiendo caminos, es decir, doctrinas, normas de vida y ritos sagrados.

La Iglesia católica no rechaza nada de lo que en estas religiones hay de santo y verdadero. Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas que, por más que discrepen en mucho de lo que ella profesa y enseña, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres. Anuncia y tiene la obligación de anunciar constantemente a Cristo, que es “el Camino, la Verdad y la Vida” (Juan 14:6), en quien los hombres encuentran la plenitud de la vida religiosa y en quien Dios reconcilió consigo todas las cosas.

Por consiguiente, exhorta a sus hijos a que, con prudencia y caridad, mediante el diálogo y colaboración con los adeptos de otras religiones, dando testimonio de fe y vida cristiana, reconozcan, guarden y promuevan aquellos bienes espirituales y morales, así como los valores socio-culturales que en ellos existen.” Numeral 2.

Una cosa es el respeto por las otras religiones, el diálogo interreligioso, el reconocimiento de “lo santo y verdadero” presentes en otras religiones y el respeto por la conciencia ajena, y otra cosa es que cualquier religión salve a los hombres, porque solo en Jesús hay salvación; “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos.” Hechos de los Apóstoles 4:12.

 

 


[1] Obispo de Cartago entre el 249 hasta el 258.

[2] “Extra ecclesiam salus non est”. Epístola de Cipriano, ep 73,21.

[3] La fiesta de San Dimas se celebra el 25 de marzo.

[4] “Es uno de los capítulos principales de la doctrina católica, contenido en la Palabra de Dios y predicado constantemente por los Padres, que el hombre, al creer, debe responder voluntariamente a Dios, y que, por tanto, nadie debe ser forzado a abrazar la fe contra su voluntad. En efecto, el acto de fe es voluntario por su propia naturaleza […] El hombre no puede adherirse a Dios, que se revela a sí mismo, a menos que, atraído por el Padre, rinda a Dios el obsequio racional y libre de la fe” Dignitatis Humanae, Numeral 10.

[5] San Agustín.

[6] Ver Carta a los Romanos 3:21-30.

[7] “Esto vale no solamente para los cristianos, sino también para todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia de modo invisible. Cristo murió por todos, y la vocación suprema del hombre en realidad es una sola, es decir, la divina. En consecuencia, debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de sólo Dios conocida, se asocien a este misterio pascual.” Constitución Pastoral GAUDIUM ET SPES, Numeral 22.

[8] Ver el capítulo I de la presente obra.

[9] “…porque la salvación viene de los Judíos” Juan 4:22.

[10] Juan Bautista lo había profetizado en el desierto: “¡Miren, ése es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!” Juan 1:29

[11] En el capítulo XIV expliqué porque el pecado nos convierte en deudores de Dios.

[12] Ya en el capítulo XI de la presente obra, expliqué porque nos resulta claro que Jesús estaba hablando de su cuerpo y sangre físicos y no simbólicos.

 

iglesia

¿Por qué la Iglesia no evoluciona con los tiempos?

Cuando un católico con fuerte identidad cristiana discute con una persona que no la tiene, temas como el aborto, las relaciones homosexuales, los anticonceptivos, las relaciones prematrimoniales, etc., el argumento final empleado es que la Iglesia debe evolucionar con los tiempos y adaptarse al pensamiento, uso y costumbre de lo que ellos consideran universal y actual.

Los movimientos en favor del matrimonio entre homosexuales y en favor del aborto, han acuñado esta frase buscando disminuir la resistencia del que ha sido su mayor obstáculo: La Iglesia católica. Le piden a la Iglesia que modifique algo que la Iglesia no puede modificar. Se le pide una modernización que consistiría en hacerse propietaria de algo que no le pertenece. La Iglesia es solo custodia de una verdad revelada, que en cumplimiento de un mandato de Jesús, debe proclamar con fidelidad a todo el mundo en todos los tiempos, independiente del grado de popularidad o aceptación entre la gente.

Si hoy conocemos a Jesús y sus enseñanzas, es porque la Iglesia nos lo ha traído fielmente a lo largo de los siglos. La moral que la Iglesia ha defendido es la misma en toda su historia, porque forma parte de la revelación que Dios ha hecho al hombre para el hombre. El apóstol san Pablo afirma en su carta a los hebreos “Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre” (Hebreos 13:8). Las cosas que Dios nos ha revelado son válidas ayer, hoy y siempre. Cambiar sus mandamientos es pedirle a la Iglesia que se coloque por encima de Dios y reescriba su revelación porque nos parece más conveniente y/o agradable.

 

Sin embargo las palabras y metodología empleadas, si pueden cambiar con los tiempos y según las diferentes culturas que debe alcanzar. Pero cambiar su doctrina para complacer a un grupo de personas como lo pueden llegar a hacer las democracias más modernas, no es posible.

A lo largo de la historia, el mundo ha sido testigo de grandes cambios que se han dado en todos los rincones del mundo. Cambios que han afectado todos los aspectos que influyen en sus pueblos: política, economía, cultura, moda, estructura social, etc. Nuevos derechos y libertades han surgido en la medida en que el hombre se aparta más y más de las libertades que Dios estableció para nuestro beneficio, y se clama por una bendición del Vaticano a estas nuevas libertades y derechos, pero la Iglesia no puede decidir lo que proclama. Proclama lo que le fue entregado para proclamar.

Se piensa por ejemplo que el aborto es un asunto religioso y cae en el cúmulo de creencias que cada persona elige libremente haciendo uso de su libertad de conciencia. Por ello se pide a la Iglesia que cambie su postura respecto a este tema para estar en concordancia con sus costumbres e inclusive con sus leyes.

Una encuesta realizada entre marzo y mayo del 2013 en 39 países y en diciembre del mismo año en la India, por el Centro de Investigaciones PEW[1], preguntó a más de cuarenta mil adultos, sí consideraba moralmente aceptable, moralmente inaceptable o sino consideraba el tema preguntado como un asunto moral y por lo tanto lo aceptaba, los siguientes tópicos[2]:

Tema Inaceptable Aceptable No es asunto moral
Relaciones extramatrimoniales 78% 7% 10%
Prácticas homosexuales 59% 11% 13%
Aborto 56% 15% 12%
Relaciones prematrimoniales 46% 24% 16%
Divorcio 24% 36% 22%
Uso de anticonceptivos 14% 54% 21%

Interesante comparar esta estadística con el pensamiento de los estadounidenses:

Tema Inaceptable Aceptable No es asunto moral
Relaciones extramatrimoniales 84% 4% 10%
Prácticas homosexuales 37% 23% 35%
Aborto 49% 17% 23%
Relaciones prematrimoniales 30% 29% 36%
Divorcio 22% 33% 36%
Uso de anticonceptivos 7% 52% 36%

Con el correr del tiempo, el hombre ha hecho más y más relativo lo que Dios quiso que fuera absoluto. Una sola verdad y no la gran diversidad de verdades que nos rodean. Moral, valores y dignidades claramente establecidas desde la creación, hoy las consideramos temas religiosos que cada cual decide sí los cree, o sí los acepta, o sí los defiende, o sí los modifica y adapta a sus propios intereses, esperando que la Iglesia haga lo propio. Este fenómeno se conoce como relativismo.

El relativismo

René Descartes[3] fue un matemático, físico y filósofo francés, a quienes muchos acreditan ser el padre de lo que se conoció cómo la “Época de la Ilustración”. En 1641 postuló su teoría del dualismo de la mente (alma) y del cuerpo, separándolos en dos entidades diferentes e independientes. Esta teoría eventualmente condujo a la idea de que el cuerpo humano podía ser considerado como un objeto que la persona podía manipular según sus deseos. Dicho simplemente, usted es su mente y usted tiene un cuerpo, contradiciendo la doctrina tradicional cristiana de que somos al mismo tiempo cuerpo y alma[4]en una sola unidad.

En épocas más recientes, durante la llamada “revolución sexual” de los años 60, se dio un fenómeno similar cuando la gente separó la sexualidad de la persona, conduciendo a un pensamiento según el cual el cuerpo humano se podía manipular a su antojo en la búsqueda del placer. Todo estaba permitido con el fin de lograr la satisfacción personal.

Siguiendo esta línea de pensamiento, el hombre ha rechazado más la moral judeo-cristiana en favor de un relativismo sin Dios.

El relativismo sostiene que no se puede aceptar ninguna verdad absoluta, ni universal, ni necesaria, sino que la verdad proviene de la valoración que hace un determinado grupo social de un conjunto de elementos condicionantes que la harían particular y variable con el tiempo. Para el papa Benedicto XVI éste relativismo moral es la causa de la actual crisis del mundo: “Si la verdad no existe para el hombre, entonces tampoco éste puede distinguir entre el bien y el mal”.

Ya no queremos captar la realidad a través de nuestros sentidos para analizarla e interpretarla con nuestro intelecto, sino lo contrario; comenzando con nuestro intelecto en forma subjetiva formamos la realidad que perciben nuestros sentidos.

Cuando Eva le dijo a la serpiente lo que Dios le había ordenado, la serpiente le contesto: “No es cierto” (Génesis 3:4). Como quien dice: “Dios les mintió, así que no le hagan caso, háganme caso a mí, que yo sí les digo la verdad”. Y así hizo ella.

Que la Iglesia cambie su doctrina para acomodarse al relativismo moderno, como lo demandan ciertos grupos sociales sobre temas como el aborto, el matrimonio entre homosexuales, la eutanasia, las relaciones prematrimoniales, etc., sería hacerle caso nuevamente a la serpiente.

No es terquedad, es obediencia.

La evolución de la Iglesia

La historia nos muestra que la Iglesia siempre ha sido signo de contradicción. Motivo de escándalo entre los judíos y de locura entre los paganos. Perseguida y favorecida; calumniada por sabios y poderosos y en ocasiones aliada con el poder, pero de forma fidedigna, ha transmitido por más de veinte siglos el depósito sagrado de nuestros valores católicos en forma inalterable, a pesar que algunas veces nos ha llegado con las manchas propias de la debilidad humana.

La Iglesia ha entrado en la historia del hombre, siempre fiel a sí misma, procurando adaptarse al ambiente cultural y entendiendo la forma de pensar del hombre en cada etapa de nuestra historia. El modelo de Iglesia de hace cinco siglos experimentó variaciones importantes a partir del protestantismo, del advenimiento de la ciencia y de la técnica que llevaría a la Revolución Francesa, a la revolución industrial y a la nueva comprensión que; a partir de ese momento se fue teniendo del hombre. La Iglesia tuvo que cambiar para dialogar con un hombre más moderno y para entenderse a sí misma más como Iglesia misionera que como sociedad establecida y acomodada; con más interés de servir que de ganar poder.

El papa Francisco en su reciente Exhortación Apostólica “EVANGELII GAUDIUM”, hace un gran llamado al cambio de toda la Iglesia incluyendo el papado; “Me corresponde, como obispo de Roma, estar abierto a las sugerencias que se orienten a un ejercicio de mi ministerio que lo vuelva más fiel al sentido que Jesucristo quiso darle y a las necesidades actuales de la evangelización”. El papa defiende “la colegialidad” e invita a religiosos y sacerdotes a no temer “romper los esquemas”, a “ser audaces y creativos”, y a evitar transmitir “una multitud de doctrinas que se intentan imponer a fuerza de insistencia”.

Su Santidad propone en sustancia pasar de un modelo de iglesia burocrática y doctrinaria a una iglesia “misionera”, alegre, abierta a los laicos y a los jóvenes.

En concordancia con los tiempos, la Iglesia si ha evolucionado adaptándose al desarrollo social del hombre —en especial del menos favorecido— en aspectos tales como la justicia, la economía, la salud, los sistemas de gobierno, derechos individuales y colectivos, etc. Prueba de ello es que la Iglesia siempre ha sabido responder a los retos que el desarrollo le impone al hombre, a la familia y a la sociedad. Creciendo a la par del mundo y aprendiendo de sus propias vivencias y experiencias, la Iglesia se ha pronunciado, y actuando como faro de luz, ha participado de la mano de los gobiernos en el desarrollo de sociedades más justas, que respeten la dignidad e integridad del hombre.

Veamos algunos de estos ejemplos que nos muestran a una Iglesia actuando a la par de los tiempos.

El derecho internacional

Se le atribuye al fraile dominico español Francisco de Vitoria[5] el desarrollo del derecho internacional al establecer sus bases teóricas en su obra “De potestate civil” escrita en 1528. En ella propone la idea de una comunidad de todos los pueblos fundada en el derecho natural, y no en basar las relaciones entre los pueblos simplemente en el uso de la fuerza.

En contraposición al modelo de estado de Nicolás Maquiavelo en el que el estado era un conjunto moralmente autónomo, inmune a ser juzgado por normas externas, Vitoria establece una limitación moral para los estados como principio rector del derecho internacional.

Declara ilícita la guerra entre los pueblos por el simple hecho de aumentar sus territorios o por diferencias religiosas. Consideraba justa la guerra solo como respuesta a una ofensa grave.

Gran defensor de los derechos de los indios tras los excesos cometidos por los conquistadores de América. En su obra “De Indis” escrita en 1532, afirma que los indios no son seres inferiores, sino que poseen los mismos derechos que cualquier ser humano y que son dueños legítimos de sus tierras y de sus bienes.

Su obra logró detener por diez años la conquista en América por objeciones morales y teológicas, y sirvió de base para la redacción de las “Leyes Nuevas de Indias[6], dónde se establece que los indios son seres humanos libres con derecho a denunciar a sus amos, a poseer bienes, a recibir los sacramentos, a buscar su libertad y gozar de la protección directa de la corona española.

Con motivo de la evangelización del nuevo mundo, el 2 de junio de 1537 el papa Paulo III firmó la bula “SUBLIMIS DEUS” donde prohíbe la esclavización de los indios, declara firmemente que son hombres iguales a todos, por lo que se les debía respetar su libertad y posesiones. Tenían derecho a conocer a Cristo, predicado de forma pacífica y evitando todo tipo de crueldad.

La solidaridad

A lo largo de la historia, la Iglesia ha evolucionado el concepto de la solidaridad acorde con las necesidades del hombre en el tiempo. Dicha evolución se ve reflejada en dos aportes fundamentales: En el campo de las ideas, por cuanto declara que la solidaridad debe darse a cualquier hombre por el hecho de ser necesitado y no por pertenecer a determinado grupo, raza o religión, y en el campo de las acciones, por cuanto establece hospitales, orfanatos, asilos, leproserías y manicomios.

El concilio de Nicea celebrado en el 325 ordenó en su canon LXX a cada obispo establecer en sus diócesis un albergue o casa de acogida para extranjeros, pobres y enfermos.

La solidaridad fue adoptando formas muy diversas con el paso del tiempo y cada monasterio se convirtió en un centro de caridad. Los pobres eran protegidos, los enfermos atendidos, los viajeros acogidos, los prisioneros rescatados, los huérfanos educados y las viudas auxiliadas.

Esta asistencia tuvo importantes reformas durante los siglos XVI y XVII impulsadas por clérigos como San Juan de Dios, San Camilo de Lelis o San Vicente de Paul. En este período de particulares calamidades, por ejemplo, es interesante que la Orden de Clérigos Regulares Ministros de los Enfermos (Religiosos Camilos) asumiera el servicio a los enfermos como carisma específico, convirtiéndose en un cuarto voto solemne que compromete totalmente al clérigo con la atención de los enfermos, incluso si peligra su propia vida.

Después de la crisis que sobrevino a la Revolución Francesa para la asistencia sanitaria, fueron numerosas las congregaciones religiosas surgidas en el siglo XIX que se hicieron cargo de dicha necesidad.

Con el paso del tiempo han surgido nuevas enfermedades que suponen una adaptación y una respuesta múltiple de naturaleza moral, social, económica, jurídica y organizativa por parte de la Iglesia. Es así que cuando el sida se tornó en epidemia, la Iglesia respondió en tal sentido y entre otras cosas, destinó recursos en la construcción de centros para la atención de estos enfermos. En diciembre del 2005 la revista Dolentium Hominum, órgano del Pontificio Consejo para la Pastoral de la Salud, ofrecía los siguientes datos: El 26.7% de los centros para el cuidado del VIH/SIDA en el mundo son católicos. De las personas que se dedican a atender a estos enfermos a nivel mundial, el 24.5% son católicos, a razón de 9.4% en organismos eclesiales, y el 15.1% en organizaciones no gubernamentales católicas.

La esclavitud

Alex Haley[7] publicó su libro “Raíces: la saga de una familia estadounidense” en 1976, donde contaba la historia de su familia empezando con un ancestro muy lejano llamado Kunta Kinte que fue traído a América en 1767 para ser vendido como esclavo. Tanto el libro como la mini serie de televisión que se hizo basada en esta obra, alcanzaron records pocas veces antes vistos. La mini serie televisiva llegó a tener más de 130 millones de televidentes.

Para la mayoría de personas, cuando se les habla de esclavitud, imaginan la presentada por Alex Haley: Maltrato, látigo, humillación, hambre, abuso sexual, trabajo forzado, castigo, nada de afecto ni consideración, etc. Pero no siempre ni en todas partes fue así.

En África y en Asia, la esclavitud ya existía antes de la llegada de los europeos. A diferencia de la Grecia antigua, donde el esclavo era asimilado a la categoría de “cosa”, en estos continentes el esclavo poseía derechos civiles y derechos sobre sus propiedades, teniendo además, varias formas legales de lograr su libertad. La fuente principal del abastecimiento de esclavos, era lo que hoy conocemos cómo prisioneros de guerra. Los vencidos en una guerra no eran confinados a una celda, sino que pasaban a ser “propiedad” del vencedor, quien lo usaba para su propio servicio y con el tiempo y según la tribu, pasaban a integrarse a la familia. Al igual que hoy sabemos de empleadores que abusan de sus trabajadores, también habían “amos” que abusaban de estos esclavos.

La Iglesia primitiva conoció este tipo de esclavitud y desde sus comienzos pregonaron un discurso de unidad y de sin distinción entre los que tenían este estatus con los que no lo tenían. El apóstol san Pablo en su carta a los Gálatas lo expresó así: “Ya no importa el ser judío o griego, esclavo o libre, hombre o mujer; porque unidos a Cristo Jesús, todos ustedes son uno solo.” Gálatas 3:28.

Es después del descubrimiento de América que occidente conoció esa esclavitud brutal que describió Alex Haley en su libro. Todo el nuevo continente por explotar, requirió grandes cantidades de mano de obra especialmente en Brasil para sus diversos cultivos, en la zona del caribe para el mantenimiento de los ingenios de azúcar y en el sur de América del Norte para el cultivo del algodón.

Con las “Leyes Nuevas de Indias” de la corona española explicada anteriormente, el esclavo dejó de ser una cosa para ganar la condición de hombre. Los derechos concedidos por estas leyes, acabaron influyendo en Estados Unidos y Francia. Después de muchos altercados, acabaron marcando el camino de la abolición.

Dos frailes miembros de la orden capuchina del siglo XVII jugaron un papel importante en resaltar la gravedad de esa esclavitud: Francisco José de Jaca y Epifanio de Moirans. El fraile Francisco se ordenó en 1672 y seis años más tarde partió rumbo a Venezuela previa escala en Cartagena de Indias donde conoció la crudeza de dicho flagelo. En junio de 1681 dirigió al rey Carlos II de España una carta en la que le manifestó que los esclavos también son hijos redimidos por la sangre de Cristo, por lo que le recuerda que es su deber, como rey católico y misericordioso, actuar prontamente en la abolición de semejante barbarie.

El fraile Epifanio se ordenó en 1676 y se estableció en La Habana, Cuba, en 1681 donde conoció de primera mano las atrocidades del comercio de esclavos. En esta ciudad se encontró con el fraile Francisco quien fue su compañero de lucha por la eliminación de la esclavitud. Desde el púlpito denunciaron esta práctica anti cristiana, se negaron a dar la absolución a los amos que no se comprometieran a liberar a sus esclavos y continuaron la súplica escrita al rey buscando su apoyo en la misión.

Sus escritos “Resolución sobre la libertad de los negros” y “sus originarios en el estado de paganos y después ya Cristianos” del fraile Francisco dirigida el rey Carlos II y “Servi Liberi Seu Naturalis Mancipiorum Libertatis Justa Defensio” del fraile Epifanio, tuvieron grandes repercusiones en Europa, tanto en la corona española como en la cúpula romana, dando origen a fuertes movimientos abolicionistas.

Es claro que la institución de la esclavitud permanecía por los intereses comerciales, pero también porque los Estados la sostenían. La Revolución Francesa en 1789 dio el paso largamente esperado por la Iglesia, cuando en su “Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano”, establece que ningún hombre podía poseer a otro hombre. Cinco años más tarde se abolió la esclavitud, aunque esta disposición fue revocada varios años después por Napoleón. Pero ya los movimientos abolicionistas se habían fortalecido y poco a poco se fue extendiendo la abolición de la esclavitud.

Con los derechos de la mujer y los menores

La evolución de la economía agraria a la industrial de la segunda mitad del siglo XVIII, alteró totalmente la estructura de la familia existente hasta ese momento. La industrialización a gran escala modificó la tradicional distribución de roles al interior del núcleo familiar, en especial el de las mujeres y los niños.

Uno de los efectos más innovadores de la revolución industrial fue el desvío del trabajo clásico de la mujer en el hogar o en las labores agropecuarias familiares, para incorporarlas a los procesos de producción de las recién creadas fábricas que requerían de abundante mano de obra. Las familias obreras vieron una gran oportunidad de poder contar con un ingreso adicional que contribuyera a solventar su precaria situación financiera.

Desde un principio estas mujeres fueron explotadas ya que su remuneración era equivalente a la de los trabajadores menores, pero su jornada y labores eran las mismas que las de los demás trabajadores varones adultos.

Ante esta nueva realidad, la Iglesia creó la denominada Doctrina Social de la Iglesia (DSI). Esta enseñanza social es fruto de la búsqueda de la Iglesia a la denominada “cuestión social”, expresión que recoge el conjunto de la problemática que la nueva sociedad industrial trajo consigo.

El primer documento emanado de la DSI, la encíclica “RERUM NOVARUM” del papa León XIII fechada el 15 de mayo de 1891, centra su atención en la clase trabajadora que para ese entonces afrontaba condiciones difíciles, equiparables en algunos casos a los de la esclavitud:

“Hizo aumentar el mal la voraz usura, que, reiteradamente condenada por la autoridad de la Iglesia, es practicada, no obstante, por hombres codiciosos y avaros bajo una apariencia distinta. Añádase a esto que no sólo la contratación del trabajo, sino también las relaciones comerciales de toda índole, se hallan sometidas al poder de unos pocos, hasta el punto de que un número sumamente reducido de opulentos y adinerados ha impuesto poco menos que el yugo de la esclavitud a una muchedumbre infinita de proletarios.” Numeral 1.

Sumado a esta denuncia, el documento manifiesta la explotación de la mujer por parte de sus empleadores:

“Por lo que respecta a la tutela de los bienes del cuerpo y externos, lo primero que se ha de hacer es librar a los pobres obreros de la crueldad de los ambiciosos, que abusan de las personas sin moderación, como si fueran cosas para su medro personal. … Se ha de mirar por ello que la jornada diaria no se prolongue más horas de las que permitan las fuerzas. …. Finalmente, lo que puede hacer y soportar un hombre adulto y robusto no se le puede exigir a una mujer o a un niño.” Numeral 31.

Junto con la denuncia clara de la injusticia laboral, el numeral 31 muestra cómo, en la mente del papa, prevalece un modelo de sociedad y de familia, que limita a la mujer a las tareas domésticas y a los niños al desarrollo dentro del hogar:

“Y, en cuanto a los niños, se ha de evitar cuidadosamente y sobre todo que entren en talleres antes de que la edad haya dado el suficiente desarrollo a su cuerpo, a su inteligencia y a su alma. Puesto que la actividad precoz agosta, como a las hierbas tiernas, las fuerzas que brotan de la infancia, con lo que la constitución de la niñez vendría a destruirse por completo. Igualmente, hay oficios menos aptos para la mujer, nacida para las labores domésticas; labores estas que no sólo protegen sobremanera el decoro femenino, sino que responden por naturaleza a la educación de los hijos y a la prosperidad de la familia.” Numeral 31

El movimiento feminista surgido como consecuencia de la II Guerra Mundial cuando la mujer tuvo que asumir un sinnúmero de tareas propias de los varones hasta ése momento, adquirió notable influencia, reclamando igualdad de derechos y oportunidades en las áreas económicas, políticas y sociales.

Haciendo eco de esta nueva realidad, en su Alocución a las mujeres de las asociaciones cristianas de Italiadel 21 de octubre de 1945, su santidad Pio XII dijo: “mujeres y jóvenes católicas, vuestra hora ha llegado: la vida pública tiene necesidad de vosotras”. En una postura más de avanzada, siete años más tarde se expresaría de esta forma en la Convención de la Unión Mundial de las Organizaciones femeninas católicas: “A medida que maduran las nuevas necesidades sociales, también su misión benéfica se expande y la mujer cristiana deviene […] no menos que el hombre, un factor necesario de la civilización y del progreso”.

El papa Juan XXIII en su encíclica “PACEM IN TERRIS” del 11 de abril de 1963, señaló la presencia de la mujer en la vida pública como una de las características de su época, velando por la igualdad de derechos y deberes del varón y la mujer dentro de la familia: “Tienen los hombres pleno derecho a elegir el estado de vida que prefieran, y, por consiguiente, a fundar una familia, en cuya creación el varón y la mujer tengan iguales derechos y deberes. … Por lo que se refiere a la mujer, hay que darle la posibilidad de trabajar en condiciones adecuadas a las exigencias y los deberes de esposa y de madre”.

El 15 de agosto de 1988 su santidad Juan Pablo II proclamó la encíclica “Mulieris Dignitatem”, primer documento de la Iglesia dedicado en su totalidad a la mujer. Aboga por una igualdad sin afectar su propia identidad, que constituye su riqueza esencial:

“Los recursos personales de la femineidad no son ciertamente menores que los de la masculinidad; son sólo diferentes. Por consiguiente, la mujer -como por su parte también el hombre- debe entender su realización como persona, su dignidad y vocación, sobre la base de estos recursos, de acuerdo con la riqueza de la femineidad, que recibió el día de la creación y que hereda como expresión peculiar de la imagen y semejanza de Dios” Numeral 10.

Con motivo de la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer que se llevó a cabo en la ciudad de Pekín, su santidad el papa Juan Pablo II escribió el 29 junio de 1995 un documento denominado la “Carta del papa a las mujeres,[8]” donde expresa la gratitud que la humanidad debe a la mujer y resalta los diferentes roles de la mujer actual:

“Dar gracias al Señor por su designio sobre la vocación y la misión de la mujer en el mundo se convierte en un agradecimiento concreto y directo a las mujeres, a cada mujer, por lo que representan en la vida de la humanidad.

Te doy gracias, mujer-madre, que te conviertes en seno del ser humano con la alegría y los dolores de parto de una experiencia única, la cual te hace sonrisa de Dios para el niño que viene a la luz y te hace guía de sus primeros pasos, apoyo de su crecimiento, punto de referencia en el posterior camino de la vida.

Te doy gracias, mujer-esposa, que unes irrevocablemente tu destino al de un hombre, mediante una relación de recíproca entrega, al servicio de la comunión y de la vida.

Te doy gracias, mujer-hija y mujer-hermana, que aportas al núcleo familiar y también al conjunto de la vida social las riquezas de tu sensibilidad, intuición, generosidad y constancia.

Te doy gracias, mujer-trabajadora, que participas en todos los ámbitos de la vida social, económica, cultural, artística y política, mediante la indispensable aportación que das a la elaboración de una cultura capaz de conciliar razón y sentimiento, a una concepción de la vida siempre abierta al sentido del « misterio », a la edificación de estructuras económicas y políticas más ricas de humanidad.

Te doy gracias, mujer-consagrada, que a ejemplo de la más grande de las mujeres, la Madre de Cristo, Verbo encarnado, te abres con docilidad y fidelidad al amor de Dios, ayudando a la Iglesia y a toda la humanidad a vivir para Dios una respuesta “esponsal”, que expresa maravillosamente la comunión que Él quiere establecer con su criatura.

Te doy gracias, mujer, ¡por el hecho mismo de ser mujer! Con la intuición propia de tu femineidad enriqueces la comprensión del mundo y contribuyes a la plena verdad de las relaciones humanas.” Numeral 2.

Documentos Pontificios

Dentro del desarrollo cultural del hombre a través de los tiempos, el pecado también ha tenido una evolución. La pornografía, el alcoholismo, las drogas, el aborto, la eutanasia, la destrucción del medio ambiente, etc., han cambiado desde que Jesús fundó su Iglesia. El alcance, la difusión y el poder destructivo del pecado como se conoce hoy, es muy diferente al que conocieron los apóstoles cuando escribieron sus cartas en el Nuevo Testamento.

Desde la Iglesia primitiva hasta la Iglesia de hoy, en cabeza del sumo pontífice, la Iglesia se ha pronunciado sobre todas estas corrientes culturales que ponen en riesgo el alma del hombre a través de los llamados documentos pontificios, dejando de manifiesto una evolución de la Iglesia en su pensamiento y en su concepción del hombre de acuerdo con el plan divino de salvación revelado por Dios.

Estos documentos se clasifican por su contenido y alcance en Cartas Encíclicas, Epístola Encíclica, Constitución Apostólica, Exhortación Apostólica, Cartas Apostólicas, Bulas y Motu Proprio.

Buscan principalmente:

  • Enseñar sobre algún tema doctrinal o moral.
  • Estimular la devoción y ayudar a los católicos en su vida sacramental y devocional.
  • Identificar errores o clarificar opiniones teológicas erróneas.
  • Informar a los fieles sobre los peligros para la fe procedentes de corrientes culturales, actos de un gobierno, etc.
  • Exponer la doctrina social de la Iglesia en defensa de la persona humana.
  • Promulgar leyes que afectan a los fieles miembros de la Iglesia.

En estos documentos podemos leer en un lenguaje actualizado, el pensamiento de la Iglesia sobre diferentes problemáticas que van apareciendo con el paso del tiempo. Temas como la fertilización asistida, la manipulación genética, las relaciones laborales, el aborto, la eutanasia, el maltrato a nuestra madre tierra, nuevas corrientes espirituales, la participación del laico dentro de la Iglesia, el rol de la familia en la sociedad moderna, etc.

Los que piensan que las enseñanzas de la Iglesia se quedaron congeladas el mismo día en que se escribió la última página de la Santa Biblia siglos atrás, es porque seguramente no han leído estos documentos que pueden ser consultados en el portal del Vaticano: www.vatican.va.

 

 


[1] Institución sin ánimo de lucro fundada en 1948 con sede en Washington DC, USA.

[2] Ver la ficha técnica complete en: http://www.pewglobal.org/2014/04/15/global-morality/

[3] Nació en Francia en 1596 y falleció en Suecia en 1650.

[4] La unidad del alma y del cuerpo es tan profunda que se debe considerar al alma como la “forma” del cuerpo (cf. Concilio de Vienne, año 1312, DS 902); es decir, gracias al alma espiritual, la materia que integra el cuerpo es un cuerpo humano y viviente; en el hombre, el espíritu y la materia no son dos naturalezas unidas, sino que su unión constituye una única naturaleza. Artículo 365 del Catecismo de la Iglesia Católica.

[5] Nació en España en 1483 y falleció en 1546.

[6] Originalmente se tituló Leyes y ordenanzas nuevamente hechas por su Majestad para la gobernación de las Indias y buen tratamiento y conservación de los indios.

[7] Alexander Murray Palmer Haley nació el 11 de agosto de 1921 en Seattle, Washington, Estados Unidos y falleció el 10 de febrero de 1992. Su principal obra Raíces le mereció el premio Pulitzer en 1977.

[8] Ver la carta completa en http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/letters/documents/hf_jp-ii_let_29061995_women_sp.html.

 

cruzadas

¿Qué fueron las cruzadas?

El segundo punto en la lista de temas que se mencionan cuando se está atacando a la Iglesia es el de las cruzadas. Simplemente se enumera diciendo: “Las cruzadas”. Y al igual que en el tema de la Inquisición, pocos han sacado el tiempo para profundizar sobre ellas.

Si le pregunta a su interlocutor la explicación sobre las cruzadas, muy seguramente le contestaría que fueron las guerras que a nombre de Jesús, se llevaron a cabo en la edad media bajo las órdenes de la Iglesia para matar a los que no creían en Él.

A lo que la mayoría de personas se refieren como Las cruzadas, es a un período de la historia que empieza en 1095 y termina en 1291 d.C. Doscientos años que abarcan cuatro grandes campañas militares impulsadas por el papado en defensa de los cristianos, atacados principalmente por los musulmanes y seguidos por eslavos paganos, mongoles, cátaros, husitas, valdenses y prusianos.

Desde los comienzos del Islamismo, los musulmanes buscaron la expansión de su creencia a través de invasiones y conquistas de sus territorios vecinos, que para ese momento eran predominantemente cristianos, en obediencia al Corán:

“Más cuando hayan pasado los meses sagrados matad a los idólatras dondequiera les halléis, capturadles, cercadles y tendedles emboscadas en todo lugar, pero si se arrepienten y aceptan el Islam, cumplen con la oración prescrita y pagan el Zakât dejadles en paz. Ciertamente Alá es Absolvedor, Misericordioso.” Corán 9:5

 

En el año 622, cuando nace el islamismo, Egipto, Palestina, Siria, Asia Menor, el norte de África, España, Francia, Italia y las islas de Sicilia, Cerdeña y Córcega eran todos territorios cristianos. Estaban dentro de los límites del imperio Romano, que a pesar de estar en declive, todavía era completamente funcional en el Mediterráneo oriental. El cristianismo era la religión oficial de este imperio y claramente mayoritaria en el mundo conocido.

Un siglo después, los cristianos habían perdido la mayoría de esos territorios a manos de los musulmanes. Las comunidades cristianas de Arabia fueron completamente destruidas poco después del año 633, cuando judíos y cristianos por igual fueron expulsados de la península. Dos tercios del territorio que habían sido cristianos eran ahora regidos por musulmanes. Y no cualesquier territorios. Palestina: la tierra de Jesucristo, Egipto: el lugar del nacimiento de la vida monástica cristiana y Asia Menor: donde san Pablo plantó las semillas de las primeras comunidades cristianas, eran áreas geográficas que representaban la cuna de la cristiandad. Era el núcleo del cristianismo y ahora se practicaba el islamismo.

Después de este período de tantas guerras, las conquistas musulmanas amainaron pero no desaparecieron. En la medida en que el imperio romano se resquebrajaba y perdía poder e influencia, los antiguos territorios romanos en Europa se volvieron el objetivo de los ejércitos árabes. Durante los siglos VI, VII y VIII; Italia, Francia y Constantinopla fueron objeto de numerosos ataques, mientras que España entera fue conquistada por los musulmanes procedentes de África del Norte.

Alrededor del año 1000, Constantinopla era la capital del imperio Bizantino. Situada en medio de las más importantes rutas comerciales, supo sacar provecho de su posición geográfica al controlar toda la navegación entre Europa oriental y Asia, y así ganarse un rol protagónico en la política mundial. Su moneda circulaba por todo el mediterráneo y era reconocida como la ciudad más próspera y poderosa del mundo. Sin embargo, su gloria terminó en 1071 cuando los turcos que se habían convertido al islam, arrasaron a los ejércitos bizantinos en la batalla de Manzikert[1] y terminaron entregando a sus captores la mayor parte de Asia Menor. Ahora había fuerzas musulmanas apostadas a escasos kilómetros de Constantinopla.

Un año antes, los turcos habían entrado a la ciudad santa de Jerusalén, que estaba bajo control de los musulmanes árabes desde el 638, cuando el califa Omar la conquistó y la honró como una ciudad santa, pero no así para los nuevos invasores turcos que por no considerarla santa, prohibieron la entrada a la ciudad a los peregrinos que querían visitar los lugares sagrados.

Estos dos hechos conmocionaron a Europa occidental y oriental, ya que surgía la amenaza de la dominación turca sobre todos los territorios cristianos restantes que se resumían al continente europeo. Ante semejante amenaza, los cristianos del imperio romano de oriente (Bizancio) solicitaron la ayuda del papa y este accedió a dársela.

Podemos entonces claramente desmentir, el pensamiento popular que las cruzadas fueron la propagación de la fe a punta de espada. Fue la respuesta a siglos de ataques y la búsqueda de la reconquista de territorios, otrora cristianos, como Tierra Santa y otras regiones de interés especial para los creyentes.

En tiempos modernos esta lucha continua, aunque el rol occidental está en cabeza de los países más desarrollados como Estados Unidos, Inglaterra, Francia y otros países miembros de la OTAN. El conflicto palestino-israelí, la insurgencia chiita en Yemen, la guerra en el noroeste de Pakistán, las recientes guerras de Estados Unidos contra Irak y Afganistán, son muestras de ello.

Más recientemente, la lucha contra el Estado Islámico, de naturaleza yihadista[2], ha despertado en Occidente un sentimiento de “cruzada” contra ellos. Tomando la vocería, el presidente Barak Obama ha prometido no ahorrar esfuerzo alguno, hasta “degradar y destruir[3] la amenaza que plantea al mundo este grupo terrorista. Tarea que pretende ejecutar no en solitario, sino con la conformación de una “gran coalición” de países, especialmente de Oriente Próximo y Europa.

La primera cruzada

Tras la batalla de Manzikert en 1074, el papa Gregorio VII hizo un llamado a los Milites Christi (“Soldados de Cristo”) para que fuesen en ayuda del imperio bizantino. Su llamado fue completamente ignorado e incluso recibió bastante oposición, pero sirvió para que Europa pusiera toda su atención a los acontecimientos de oriente.

A pesar que la Iglesia Oriental había dejado de reconocer al obispo de Roma (el papa) como la máxima autoridad de la Iglesia en el llamado cisma de oriente[4], Alejo I Comneno emperador del imperio bizantino, le dirigió una carta en 1094 al entonces papa Urbano II solicitándole su apoyo y el envío de soldados para que lucharan contra los turcos.

El papa mostró una alta simpatía con la causa y vio una buena oportunidad para que Constantinopla, al brindarle la ayuda solicitada, reconsiderara su postura de separarse de la Iglesia de Roma, cosa que no llegó a ocurrir.

Un año más tarde en Francia, con la participación de eclesiásticos y laicos, se celebró el concilio de Clermont. En dicho concilio, el papa Urbano II pronunció un gran discurso en el que convocó a los cristianos a unirse en una cruzada militar que devolviera Jerusalén a los cristianos. Este discurso que terminó con las palabras “Dios así lo quiere[5], despertó un gran fervor religioso entre el pueblo y una parte de la nobleza.

Todos los clérigos de Francia, Alemania e Italia hicieron eco de las palabras del papa durante el siguiente año, logrando estimular a la gente al punto de conformar así el ejército de la primera cruzada. Según algunos historiadores, se unieron poco más de 40,000 personas con escasa o ninguna experiencia en las artes militares. Este ejército que incluía mujeres y niños no llegó a marchar juntos, ya que en realidad eran un conjunto de pequeños ejércitos que cada región de Europa aportaba para la causa, y donde cada uno de ellos obedecía a sus propios líderes e intereses.

Al no contar con una buena organización en su tránsito hacia Constantinopla, en especial el aprovisionamiento de comida, ni con un liderazgo claro, definido y único, estos ejércitos se auto abastecieron saqueando los pueblos a su paso, y aprovecharon la anarquía reinante para ajusticiar a los que ellos consideraban enemigos de Cristo, en especial a los judíos.

Si bien el antisemitismo había existido en Europa desde hacía siglos, esta primera cruzada exacerbó ese sentimiento. Ciertos líderes alemanes interpretaron que esa lucha no solo debería ser contra los musulmanes en Tierra Santa, sino contra los judíos que habitaban sus propias tierras.

Cuando los ejércitos cruzados alcanzaron Constantinopla en agosto de 1096, lo que habían ganado en reputación de forajidos y asesinos sin ley, lo habían perdido en hombres. Un cuarto de los cruzados fallecieron en el camino.

Al adentrarse en Asia Menor, pudo más la gran experiencia militar de los turcos que las motivaciones religiosas de los cruzados y prontamente estos últimos fueron masacrados y esclavizados.

Un segundo aire revitalizó la causa cruzada y entre noviembre de 1096 y mayo 1097, partieron de Europa cuatro grandes grupos de cruzados mucho más organizados, con mayor experiencia en las artes bélicas y mejor provisionados. En total 35,000 hombres y 5,000 caballeros marcharon hacia Constantinopla por diferentes rutas. Reabastecidos en esta ciudad, emprendieron su marcha hacia Jerusalén, recapturando territorios cristianos que estaban en manos turcas, tales como Edesa y Antioquía, conformándose de esta manera los dos primeros condados cruzados.

Finalmente el 15 de julio de 1099 la ciudad santa de Jerusalén retornaría a manos cristianas.

Con esta conquista finalizó la primera cruzada. Muchos cruzados volvieron a sus lugares de origen, aunque otros se quedaron a defender las tierras recién conquistadas.

La segunda cruzada

Esta segunda cruzada fue convocada en 1145 en respuesta a la retoma turca del que habría sido el primer estado cruzado fundado durante la primera cruzada: Edesa.

Al enterarse el entonces papa Eugenio III, convocó una nueva cruzada, que esta vez debería ser más organizada y centralizada que la anterior, y que a diferencia de la primera que no contó con ningún gobernante importante, contó con la participación del rey Luis VII de Francia (acompañado por su esposa Leonor de Aquitania), el emperador Conrado III de Alemania con la ayuda de numerosos nobles de diferentes países. Los ejércitos de ambos reyes atravesaron Europa por caminos separados hasta llegar a la región de Anatolia (Asia Menor) donde cada ejército, por separado, fue derrotado por los turcos.

Con sus ejércitos bastante mermados, Luis VII y Conrado III llegaron a Jerusalén motivados más por su deseo de cumplir su peregrinaje a Tierra Santa, que por motivaciones militares. La bienvenida estuvo a cargo del rey cristiano Balduino III de Jerusalén, quien los convenció de unir su precario ejército con los ya diezmados soldados reales y en 1148 participaron en un desacertado ataque sobre Damasco, que terminó por exterminar sus ejércitos.

Conrado III regresó inmediatamente a su región y Luis VII lo haría un año después separado de su esposa. Esta separación le significó la pérdida de dos terceras partes del territorio francés que le había sido dado como dote de matrimonio y que luego pasó a pertenecer a Inglaterra, cuando Leonor contrajo matrimonio con Enrique II, quien sería nombrado rey de Inglaterra entre 1154 y 1189.

La tercera cruzada

Convocada por el papa Urbano III cuando el sultán de Egipto y Siria, el musulmán Saladino, conquistó nuevamente la ciudad de Jerusalén el 2 de octubre de 1187. El papa falleció a los pocos días, por lo que su sucesor el papa Gregorio VIII firmó la convocatoria el 29 de octubre de 1187 a los cuatro días de haber sido electo como el sucesor de Pedro.

Dos años más tarde, Enrique II de Inglaterra y Felipe II de Francia, acordaron poner fin al conflicto que se había originado con el matrimonio entre Enrique II y Leonor de Aquitania, para unirse y dirigir esta nueva cruzada a la que también se le unió el entonces emperador alemán Federico I Barbarroja, quien tomó la delantera y partió hacia Tierra Santa el 27 de marzo de 1188.

Con muy pocas victorias a su favor, conseguidas en los dieciocho meses que llevaba de campaña, Federico I Barbarroja murió ahogado cuando atravesaba el rio Saleph (hoy Turquía), llegando a su fin ese brazo armado de la tercera cruzada.

Enrique II murió antes de partir y lo sucedió Ricardo I “Corazón de León” quien avanzó por tierra desde Marsella en julio de 1190. Felipe II lo hizo por mar y llegó al reino de Sicilia el 14 de septiembre de ese mismo año. Al año siguiente, el 7 de septiembre, se libró la batalla de Arsuf entre las fuerzas cristianas de Ricardo I y las musulmanas de Saladino. El ejército cruzado resultó victorioso y devolvió a control cristiano la región de Jaffa, facilitando la retoma de Jerusalén.

Finalmente, en junio de 1192, Ricardo I “Corazón de León” y Saladino firmaron un acuerdo de paz en el que los cruzados conservaban la franja costera entre Tiro y Jaffa; Chipre sería dado cómo feudo a Guido de Lusignan, el anterior rey cristiano de Jerusalén y Saladino permitiría el libre tránsito de peregrinos a la ciudad santa de Jerusalén, que seguiría bajo dominio musulmán.

La cuarta cruzada

El acuerdo de paz entre Ricardo I “Corazón de León” y Saladino, trajo unos pocos años de relativa paz, pero no dejó de ser una molestia para los cristianos europeos que Jerusalén continuara siendo territorio musulmán.

En 1199, el papa Inocencio III decidió convocar una nueva cruzada para aliviar la situación de los débiles Estados Cruzados de oriente. Esta cuarta cruzada debería ir dirigida específicamente contra Egipto, considerado el punto más débil de los estados musulmanes, lo que facilitaría la retoma de Tierra Santa.

Para este entonces, los alemanes se encontraban enfrentados al poder papal; y Francia e Inglaterra se encontraban combatiendo entre ellos. Esto hizo que la respuesta a esta cuarta cruzada tuviera muy poca aceptación, lográndose conformar un pequeño ejército de poco menos de 35.000 hombres dirigidos por el marqués Bonifacio de Montferrato.

Llegar a Egipto por tierra se descartó de inmediato, así que las tropas cruzadas se dirigieron hacia la ciudad italiana de Venecia en busca de transporte marítimo que los llevara a su destino final. Venecia se recobraba del bloqueo comercial impuesto por Constantinopla durante varios años, cuando le prohibió a sus barcos el uso de sus puertos y de sus aguas, permitiendo que otras ciudades portuarias como Génova y Pisa, se fortalecieran y desplazaran la prominente ciudad de Venecia a un papel secundario.

El entonces máximo dirigente veneciano Enrico Dandolo, vio en ese ejército cruzado una excelente oportunidad para buscar una alianza que le asegurara que Constantinopla no le volvería a cerrar sus puertos.

Desde años atrás uno de los herederos al trono de Bizancio, Alejo IV Ángelo, se encontraba exiliado en Alemania buscando la forma de recuperar el trono que le correspondía por herencia.

Mientras que el ejército cruzado se encontraba consiguiendo los 85.000 marcos de plata que exigía la ciudad de Venecia para cubrir los gastos del transporte, Alejo IV Ángelo logró convencer al Dux Enrico Dandolo y al Marques Bonifacio de Montferrato, de desviar el curso de la cruzada y ayudar primero a los Venecianos atacando Hungría para recuperar el territorio de Zara[6] y luego embestir a Constantinopla para instalarse en el poder.

Una vez instalado en el poder, Ángelo ayudaría a la cuarta cruzada con transporte, hombres y dinero para continuar su campaña libertadora, y a Venecia le restauraría sus tratados comerciales en plenitud y la favorecería sobre las otras ciudades rivales italianas.

A pesar de la desaprobación del papa sobre estos planes, la flota zarpó de Venecia el 8 de noviembre de 1202 y varios días después los cruzados estarían devolviendo a control veneciano la región de Zara. El papa optó por excomulgar a todos los expedicionarios, aunque más adelante rectificó y perdonó a los cruzados, manteniendo la excomunión solo para los líderes venecianos.

Meses después se les unió Alejo IV Ángelo y la flota zarpó con rumbo a la ciudad de Constantinopla. El 17 de julio de 1203 los cruzados tenían completamente dominada la ciudad y el entonces emperador Alejo III decidió huir. Los dignatarios imperiales, para resolver la situación, sacaron de la cárcel al depuesto emperador Isaac II Ángelo, padre de Alejo IV, y lo restauraron en el trono. Tras unos días de negociaciones, llegaron a un acuerdo con los cruzados por el cual Isaac y Alejo serían nombrados co-emperadores. Alejo IV fue coronado el 1 de agosto de 1203 en la iglesia de Santa Sofía.

Para intentar cumplir las promesas que había hecho a venecianos y cruzados, Alejo se vio obligado a recaudar nuevos impuestos. Se había comprometido también a conseguir que el clero ortodoxoaceptase la supremacía de Roma y adoptase el rito latino, pero se encontró con una fuerte resistencia. Durante el resto del año 1203, la situación fue volviéndose más y más tensa: por un lado, los cruzados estaban impacientes por ver cumplidas las promesas de Alejo; por otro, sus súbditos estaban cada vez más descontentos con el nuevo emperador. A esto se unían los frecuentes enfrentamientos callejeros entre cruzados y bizantinos.

Finalmente la impaciencia de los cruzados no aguantó más y el 6 de abril del 1204 atacaron la ciudad, la saquearon y se produjo una matanza que forjó la fama violenta de las cruzadas que ha persistido hasta nuestros días.

Constantinopla retornó a control romano y todas sus riquezas fueron repartidas entre los cruzados, los venecianos y una pequeña parte al designado emperador bizantino. Algunos años después, se perdió este control y retornó a control musulmán.

Cruzadas menores

Tras el fracaso de la cuarta cruzada, el espíritu cruzado se había apagado casi por completo, pese al interés de algunos papas y reyes por reavivarlo.

Entre 1213 y 1269 se organizaron otras cruzadas que buscaban recuperar los territorios orientales de manos musulmanas. Con pequeñas victorias y grandes derrotas, el espíritu cruzado terminó cuando se perdieron las últimas posesiones cristianas que aun mantenían en las regiones de Tiro, Sidón y Beirut en 1291.

En 1492 concluye el período de reconquista española, con la retoma del reino de Granada, último bastión musulmán de la península ibérica, por parte de los Reyes Católicos Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla.

El perdón de la Iglesia

Si bien se puede apreciar que estas cruzadas contaron con la bendición papal que buscaba frenar la expansión musulmana sobre Europa y recuperar Tierra Santa, también se aprecia que el control de tales cruzadas no estuvo en manos de la Iglesia, sino en manos de reyes y nobles europeos que amparados en la noble causa, se dejaron llevar siempre por sus propios intereses.

Durante la Edad Media cualquier cristiano europeo creía que las Cruzadas constituían un acto de máximo bien. Pero esta concepción cambió con la Reforma Protestante. Para Martín Lutero, las cruzadas no eran más que una maniobra de poder y avidez papal. De hecho, argumentó que combatir a los musulmanes significaba combatir a Cristo mismo, ya que fue Cristo quien envió a los turcos para que castigaran a los cristianos debido a sus faltas. Cuando el sultán Suleiman “el Magnífico” y sus ejércitos invadieron Austria, Lutero cambió de opinión acerca de la necesidad de combatirlos, pero continuó condenando a las Cruzadas. Para muchos protestantes, la idea de persistir en el espíritu de las cruzadas se transformó en algo impensable y anti bíblico. Esto dejó la responsabilidad de la lucha contra los voraces musulmanes exclusivamente en los hombros de la Iglesia católica. En 1571, la llamada Santa Liga[7] derrotó a la flota otomana en Lepanto, marcando el comienzo de la neutralización del peligro del islam sobre Europa, al menos a través de batallas fratricidas.

El 4 de mayo del 2001, el papa Juan Pablo II arribó a la ciudad de Atenas donde fue recibido por el patriarca de la Iglesia Ortodoxa de Grecia: el arzobispo Christodoulos. Era la primera visita de un pontífice católico a Grecia tras el gran Cisma de Oriente de 1054. Lo primero que hizo el sumo pontífice fue pedir perdón:

“Pesan sobre nosotros controversias pasadas y presentes y persistentes incomprensiones. Pueden y deben ser superadas. Es necesario un proceso de purificación de la memoria. Por las ocasiones pasadas y presentes en las que los hijos de la Iglesia católica han pecado con hechos y omisiones contra sus hermanos ortodoxos, pedimos el perdón de Dios”

El Pontífice recordó algunos casos “particularmente dolorosos, que han dejado heridas profundas en la mente y en el corazón de personas de ahora”. Entre ellos destacó el “desastroso saqueo” de Constantinopla, ocurrido en el 1204 a manos de los venecianos y cruzados.

“Es trágico que los saqueadores que tenían como cometido garantizar el libre acceso de los cristianos a Tierra Santa se volvieran contra sus propios hermanos. El hecho de que fuesen latinos[8] nos llena de amargura a los católicos”.

 

 


[1] La batalla de Manzikert fue luchada cerca de la ciudad de Mancicerta en agosto de 1071. El sultán selyúcida Alp Arslán derrotó y capturó al emperador romano Diógenes, co-emperador Bizantino. La victoria turca condujo a la transformación étnica y religiosa de Armenia y Anatolia, el establecimiento del sultanato selyúcida de Rum, y más tarde el Imperio Otomano y la República de Turquía directamente. Los selyúcidas saquearon Mancicerta, y se masacró a gran parte de su población, además de reducir la ciudad a cenizas.

[2] El yihadismo es un neologismo occidental utilizado para denominar a las ramas más violentas y radicales dentro del islam político, caracterizadas por la frecuente y brutal utilización del terrorismo, en nombre de una supuesta yihad, a la cual sus seguidores llaman una «guerra santa» en el nombre de Alá.

[3] Palabras pronunciadas en su discurso a la nación el 10 de septiembre de 2014.

[4] En el año 1054.

[5] Actualmente existen cinco versiones de este famoso discurso. Algunos de ellos incluyen la promesa del perdón de los pecados para aquellos que perdieran sus vidas en esta cruzada.

[6] Actual región de Dalmacia en Croacia. Esta región había sido disputada en diversas ocasiones entre venecianos y húngaros, entre los siglos X y XII.

[7] La unión de España con los Estados Pontificios, Republica de Venecia, la Orden de Malta, la Republica de Génova y el Ducado de Saboya.

[8] Acá la expresión Latinos, hace referencia al mundo occidental en contraposición a los ortodoxos que conforman la parte oriental.

 

1 2 3 4
Privacy Settings
We use cookies to enhance your experience while using our website. If you are using our Services via a browser you can restrict, block or remove cookies through your web browser settings. We also use content and scripts from third parties that may use tracking technologies. You can selectively provide your consent below to allow such third party embeds. For complete information about the cookies we use, data we collect and how we process them, please check our Privacy Policy
Youtube
Consent to display content from Youtube
Vimeo
Consent to display content from Vimeo
Google Maps
Consent to display content from Google
Spotify
Consent to display content from Spotify
Sound Cloud
Consent to display content from Sound
Cart Overview