Contáctame
Category

¿Se comunica con nosotros?

Home / ¿Se comunica con nosotros?
comunica

ARGUMENTO: EL ESPÍRITU SANTO ES EL AUTOR DE LA BIBLIA

Ahora bien, si ustedes se preguntan cómo saber si una persona trae o no un mensaje de parte de Dios, sigan este consejo: Si el profeta anuncia algo y no sucede lo que dijo, será señal de que Dios no lo envió. Ese profeta no es más que un orgulloso que habla por su propia cuenta, y ustedes no deberán tenerle miedo.

Deuteronomio 18,21-22

Existe una gran cantidad de posturas filosóficas del hombre con respecto a Dios: ateísmo, gnosticismo, agnosticismo, anticlericalismo, panteísmo, panenteísmo, pandeísmo, deísmo, teísmo, etc. Cada una de estas corrientes filosóficas se distingue de las otras por el grado de aceptación de la existencia de Dios y de su interacción con nosotros. No es necesario detenerse en las definiciones de cada una de ellas. Quiero, sin embargo, profundizar un poco en las posturas de los extremos y en una que está en el medio: ateísmo, deísmo y teísmo. Del ateísmo hablamos bastante en la pregunta anterior. Basta por ahora con decir, de nuevo, que el ateo es la persona que no cree en la existencia de Dios y cree poder explicar todo lo que percibe con sus sentidos hablando de procesos naturales que se pueden probar en el laboratorio. En el otro extremo estamos los teístas, quienes creemos que Dios existe y podemos establecer una comunicación con Él. En algún lugar hacia el centro del espectro se encuentran los deístas. Ellos creen que Dios creó todo y después se fue a hacer otras cosas. Para este grupo de personas no ha existido una comunicación con el Creador ni es posible que exista. Él nos creó y nos abandonó a nuestra suerte, y algún día nos volveremos a encontrar. En consecuencia, los deístas no aceptan ningún credo religioso. La naturaleza es la única «palabra» de Dios, de modo que, según ellos, no está escrita en ningún libro en especial. Así pues, los deístas rechazan cualquier evento sobrenatural, como los milagros y las profecías; se consideran espirituales antes que religiosos, entre otras características.

¿Qué hace que una persona sea deísta y no teísta? En general, se puede decir que las razones son tres: la primera es que la persona no logra reconciliar la idea de que Dios permita el mal y el sufrimiento[1] con la idea de su infinita benevolencia; la segunda es que existe una gran oferta de religiones, y cada una proclama ser la verdadera, y la tercera es que la ciencia encuentra explicaciones alternativas a las sobrenaturales para explicar ciertos fenómenos de la naturaleza, así que terminan aceptando a un Creador que nos dejó solos para que nosotros nos las «arreglemos» como podamos. Es cierto que no siempre resulta fácil sobreponerse a estas tres razones. Pero, mirando en retrospectiva nuestras vidas, con humildad y justicia, distinguiremos claramente el amor de Dios y su permanente compañía. Resulta triste que una persona, reconociendo que la Creación es grandiosa, crea en Dios como creador y no como Padre. Esta persona se está privando de la mejor parte de la vida: saberse hijo de Dios.

¿No son el universo y toda la naturaleza pruebas suficientes de la sabiduría y el poder de Dios? ¿Podría un ser tan sabio y poderoso haber olvidado tender unos puentes de comunicación con su obra máxima que somos nosotros, sus hijos? ¿Podría ser excelente creador, pero pésimo padre? ¡Claro que no!

Dios se ha comunicado con el hombre de cuatro formas, básicamente:

  • A través de su Creación. Dice el salmista: «Los cielos cuentan la gloria de Dios, el firmamento proclama la obra de sus manos. Un día transmite al otro la noticia, una noche a la otra comparte su saber. Sin palabras, sin lenguaje, sin una voz perceptible, por toda la tierra resuena su eco, ¡sus palabras llegan hasta los confines del mundo!» (Salmos 19,1-4). Desde la época en la que el hombre habitaba las cavernas, tuvo conciencia de la existencia de un ser superior, autor de toda la Creación. Al observar detenidamente su Creación, las personas reconocieron su perfección, su generosidad, su creatividad, su paciencia, su ternura, su sentido del humor.
  • A través de nuestros sentimientos y experiencias. Una vez san Ignacio de Loyola estaba paseando por el jardín y se detuvo a contemplar largamente una flor hasta que la golpeó delicadamente con su bastón y le dijo: «Deja de gritarme que Dios me ama». Las parejas que han cultivado el amor se comunican sin palabras. Saben lo que el otro quiere, qué necesita, cómo se siente, qué la alegra y qué le molesta; se vuelven una sola entidad. La comunicación con Dios es igual. Usando el lenguaje del amor, Él nos habla permanentemente. El sentimiento de una madre al sostener en sus brazos al hijo que cargó en su vientre; el sentimiento de una pareja de enamorados que lucha contra el tiempo para que este se detenga y poder vivir así el momento eternamente; la alegría, la esperanza, la satisfacción, la solidaridad, la serenidad, la empatía, la caridad, la comprensión, la fidelidad, el altruismo, la amistad, el respeto, la paciencia, la bondad, la curiosidad, el fervor, la humildad, la justicia, la libertad, la motivación, la pasión, la paz, la admiración, la dignidad, la fortaleza, etc., todos ellos son puentes de comunicación con nuestro Padre.
  • A través de los profetas. En muchos pasajes bíblicos encontramos referencias a frases como «todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había dicho por medio del profeta […]» (Mateo 1,22); «pero de este modo Dios cumplió lo que de antemano había anunciado por medio de todos los profetas […]» (Hechos 3,18); «esto es lo que había prometido en el pasado por medio de sus santos profetas […]» (Lucas 1,70); «[…] que ordenaste por medio de los profetas, tus servidores» (Esdras 9,11). Los profetas han sido personas elegidas por Dios para transmitirnos su palabra. Cuando Dios le estaba comisionando a Moisés la labor de sacar al pueblo de Israel de la esclavitud, Moisés le pidió que buscara otro emisario en vez de él, que era tartamudo. Enojado con Moisés, Dios le respondió de la siguiente manera: «¡Pues ahí está tu hermano Aarón, el levita! Yo sé que él habla muy bien. Además, él viene a tu encuentro, y se va a alegrar mucho de verte. Habla con él, y explícale todo lo que tiene que decir; yo, por mi parte, estaré con él y contigo cuando hablen, y les daré instrucciones de lo que deben hacer. Tú le hablarás a Aarón como si fuera yo mismo, y Aarón a su vez le comunicará al pueblo lo que le digas tú» (Éxodo 4,14-16). Esto nos muestra la clase de relación que mantenía Dios con sus elegidos.
  • A través de Jesús de Nazaret. «En tiempos antiguos, Dios habló a nuestros antepasados muchas veces y de muchas maneras por medio de los profetas. Ahora, en estos tiempos últimos, nos ha hablado por su Hijo, mediante el cual creó los mundos y al cual ha hecho heredero de todas las cosas» (Hebreos 1,1-2). Habiendo hecho visible al invisible, Dios habitó entre nosotros para contarnos toda la verdad con plena autoridad, usando para ello el lenguaje del pueblo escogido. De este modo disipó cualquier duda o desviación que hubiese existido del mensaje comunicado a través de los profetas.

De estas cuatro formas de comunicación, las dos últimas se han recopilado en la Biblia. Por eso podemos afirmar que esta es la Palabra de Dios, escrita por hombres elegidos, quienes usaron su propia voz, idioma, y forma de expresarse, para dárnosla a conocer y conservarla perpetuamente.

La constitución Dei Verbum del Concilio Vaticano ii, sobre la Revelación Divina, nos dice:

En la composición de los libros sagrados, Dios se valió de hombres elegidos, que usaban todas sus facultades y talentos; de este modo, obrando Dios en ellos y por ellos, como verdaderos autores, pusieron por escrito todo y solo lo que Dios quería. (Dei Verbum, 11)

Es claro que la Biblia no nos cayó del cielo. Tampoco fue escrita y empastada en el Cielo para ser entregada por un ángel a un desprevenido, pastor o al gobierno de la nación más poderosa de la época para que avalara su origen. Con la guía de Dios, la Biblia fue escrita por seres humanos muy especiales, pero tan humanos como usted y yo.

La constitución del Concilio Vaticano ii, en referencia a esos libros sagrados, agrega:

Como todo lo que afirman los hagiógrafos, o autores inspirados, lo afirma el Espíritu Santo, se sigue que los libros sagrados enseñan sólidamente, fielmente y sin error la verdad que Dios hizo consignar en dichos libros para salvación nuestra. (Dei Verbum, 11)

Hago énfasis en las expresiones «sin error» y «para salvación nuestra». Desde la perspectiva del conocimiento del siglo xxi, podemos encontrar errores de naturaleza geográfica, histórica, temporal o científica; pero no hay error en lo que respecta a la salvación de nuestras almas. Por eso san Pablo afirma:

Toda Escritura ha sido inspirada por Dios, y es útil para enseñar, para persuadir, para corregir, para educar en la rectitud, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y esté preparado para hacer el bien. (Timoteo 3,16-17)

La palabra «biblia» no aparece en la Biblia. Se refieren a ella como «Palabra de Dios» o «Escritura». «Biblia» es el plural de la palabra griega biblion, que significa ‘rollo para escribir’ o ‘libro’. Así que el significado de «biblia» es ‘los libros’. Del griego, la palabra pasó al latín, ya no como plural sino como singular femenino, para denotar a la Biblia como «el libro por excelencia».

Cuando decimos con certeza que la Biblia es la Palabra de Dios, no estamos limitando el sentido de «palabra» a una unidad fonética que corresponde además a una entrada en un diccionario. ¡No!, esta Palabra, aunque naturalmente es humana (escrita por y para seres humanos) también es divina (por su proveniencia).

Nosotros le hablamos a Dios a través de nuestra oración y Él nos responde con su Palabra.

 

Argumento: el Espíritu Santo es el autor de la Biblia

Según el Diccionario de la Real Academia Española, la palabra «profecía» significa ‘don sobrenatural que consiste en conocer por inspiración divina las cosas distantes o futuras’. Por otra parte, el significado de la palabra «predicción» es ‘anunciar por revelación, ciencia o conjetura algo que ha de suceder’. Así que, al parecer, la diferencia entre las dos palabras es el carácter sobrenatural; es decir, que la profecía implica una revelación divina, a diferencia de la predicción. De otra parte, según este mismo diccionario, la palabra «profeta» significa ‘persona que posee el don de profecía’ y la palabra «adivino» significa ‘persona que adivina o predice lo futuro’. Al igual que en el primer caso, la primera palabra implica una revelación divina, mientras que la segunda no.

En el transcurso de la historia, han existido profetas y adivinos que han sido muy conocidos por haber hecho, supuestamente, grandes predicciones. Se puede decir que estas predicciones han resultado ciertas o no, dependiendo de cómo se las interprete. Los autores de estas predicciones son acreditados o desacreditados dependiendo de si ellas se cumplen. El problema es que, en muchos casos, dichas profecías se han escrito en un lenguaje tan críptico, confuso, oscuro y ambivalente que podrían referirse a casi cualquier evento. Es decir que casi cualquier suceso se podría hacer coincidir con el supuesto hecho profetizado.

A comienzos del 2012 se empezaron a difundir por las redes sociales, y más tarde por otros medios de comunicación masiva, las denominadas «profecías mayas». En especial, había una que profetizaba el fin del mundo en el solsticio de diciembre de ese mismo año. Incluso se realizó una película llamada 2012, del director Ronald Emmerich, que fue vista por más de 140 millones de norteamericanos. Esta película recreaba todos los eventos que ocurrirían según la profecía. Dichas predicciones provenían del Chilam Balam de Chumayel, una serie de libros escritos en la península de Yucatán, en lengua nativa, durante los siglos xvi y xvii. Estos libros relatan hechos y acontecimientos, tanto pasados como por ocurrir, de la civilización maya. Los libros fueron escritos en Chumayel[2], de ahí su nombre. En la traducción al español, realizada por el abogado Antonio Mediz Bolio en 1930, se puede leer la profecía que dio origen a la versión del 2012:

En el trece Ahau al final del último katún, el itzá será arrollado y rodará Tanka, habrá un tiempo en el que estarán sumidos en la oscuridad y luego vendrán trayendo la señal futura los hombres del sol; despertará la tierra por el norte, y por el poniente, el itzá despertará.

Desconozco cómo se interpretó, partiendo de esas palabras, que el fin del mundo sería en la fecha que se especuló.

Michel de Notre-Dame, mejor conocido como Michel de Nostradamus, fue un médico francés que publicó en 1555 su más famosa obra, Les Propheties (en español, Las profecías). La obra es una colección de novecientas cuarenta y dos cuartetas poéticas que supuestamente predicen eventos futuros. Su técnica adivinatoria consistía en sentarse delante de un trípode frente al cual había un recipiente de cristal con agua. Él se sentaba allí hasta que llegara, en forma de llama luminosa, la inspiración profética. Pese a su escasa inteligibilidad, la obra alcanzó una popularidad instantánea que llegó hasta la Corte. Esto explica que Catalina de Médicis[3] haya invitado al astrólogo a París para cubrirlo de honores y distinciones, y alojarlo en su residencia. Su profecía de la muerte de Enrique ii a causa de las heridas recibidas en un torneo causó una extraordinaria impresión. Eso lo convirtió en uno de los hombres más apreciados y solicitados de la Corte.

Debido a su éxito, muchas personas provenientes de lejanas regiones francesas buscaban a Nostradamus para que les dijera lo que les deparaba su vida futura, según sus horóscopos. Por el creciente número de clientes, Nostradamus decidió iniciar un proyecto: escribir un libro de mil redondillas (conocidas como «centurias»). Estas redondillas eran versos proféticos con los que extendía la información de sus anteriores almanaques (primeras publicaciones). Sin embargo, con la intención de evitar una polémica que condujera a posibles enfrentamientos con la Inquisición, inventó un método para oscurecer sus profecías. Nostradamus utilizó entonces juegos de palabras y mezcló idiomas como provenzal, griego, latín, italiano, hebreo y árabe.

Precisamente por la forma tan críptica de escribir, sus supuestas profecías han sido tan acertadas, según sus seguidores. Claro está, ellos las han interpretado después de ocurridos los eventos, no antes que estos sucedan.

Después que se diera a conocer la noticia de la muerte de la princesa Diana de Gales, el 31 de agosto de 1997, como consecuencia de un accidente automovilístico en el que también falleció su pareja (Dodi Al-Fayed) y el conductor del automóvil, los seguidores de Nostradamus sacaron a relucir la cuarteta xxviii de sus profecías. Esta dice:

El penúltimo con el apellido del profeta
Tomará a Diana por su día y descanso:
Lejos vagará por frenética testa,
Y librando un gran pueblo de impuestos.

Según sus intérpretes, también profetizó los ataques terroristas del 11 de septiembre del 2001:

Cinco y cuarenta grados cielos arderá,
Fuego acercándose a gran ciudad nueva,
Al instante gran llama esparcida saltará,
Cuando se quiera de Normandos hacer prueba.

De las bombas nucleares lanzadas por los Estados Unidos sobre Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945, sus intérpretes citaron:

Cerca de las puertas y dentro de dos ciudades
Habrá dos azotes como nunca vio nada igual,
Hambre, dentro la peste, por el hierro fuera arrojados,
Pedir socorro al gran Dios inmortal.

Nuevamente, desconozco cómo se interpretan esas palabras para que se ajusten a los acontecimientos que, supuestamente, estaban profetizados.

Juzgue usted mismo. Lea nuevamente esas supuestas profecías y piense por un momento si esas palabras encajan en lo que se podría llamar realmente una profecía. Veamos, en contraste, una profecía bíblica, esta vez de la boca de Jesús:

Jesús salió del templo, y ya se iba, cuando sus discípulos se acercaron y comenzaron a atraer su atención a los edificios del templo. Jesús les dijo: — ¿Ven ustedes todo esto? Pues les aseguro que aquí no va a quedar ni una piedra sobre otra. Todo será destruido. (Mateo 24,1-2)

Esta profecía se cumplió en el año 70, durante lo que se denominó la primera guerra judeo-romana, cuando el Ejército romano, dirigido por el futuro emperador Tito[4] y con Tiberio Julio Alejandro como segundo al mando, sitió y conquistó la ciudad de Jerusalén. El famoso historiador de la época, Josefo Flavio, fue testigo del asedio y escribió:

Ahora, como el ejército no tenía más personas para matar ni nada que saquear, y su furia carecía de cualquier aliciente (ya que, si hubieran tenido algo que hacer, no habrían tenido ningún miramiento con nada), César dio órdenes de que demolieran toda la ciudad y el templo, y dejar en pie las torres de Fasael, Hípico y Mariamme, ya que eran las más altas, y la parte de la muralla que rodeaba la ciudad en el lado oeste. Este muro se salvó con el fin de garantizar un campamento para la guarnición que quedara allí, y las torres se conservarían para mostrar a la posteridad qué tipo de ciudad y qué bien fortificada era aquella a la que los romanos habían sometido con su valor. Los encargados de la demolición allanaron el resto del recinto de la ciudad de tal forma que los que llegaran a este sitio no creerían que hubiera sido alguna vez habitado. Este fue el final de Jerusalén, una ciudad de gran magnificencia y fama entre toda la humanidad, provocado por la locura de los sediciosos.

Ain-Karim, una pequeña ciudad situada siete kilómetros al oeste de Jerusalén, en la montaña de Judea, fue el escenario de una profecía en los albores mismos de la era cristiana. Allí vivía Isabel con su esposo Zacarías, cuando María, en estado de embarazo, esperando el nacimiento de Jesús, fue a visitarla. Luego del saludo inicial, la Virgen realizó un cántico de alabanza a Dios, que se conoce como el Magníficat. En el momento culminante, ella profetizó: «Todas las generaciones me llamarán bienaventurada» (Lucas 1,48).

¿Cabría imaginar profecía más inverosímil que esta? Una muchacha de escasos quince años, desprovista de bienes y de fortuna, sin ninguna posición social privilegiada, desconocida entre sus compatriotas y habitante de una aldea sin mayor importancia proclamaba con confianza que todas las generaciones la llamarían bienaventurada. Ya han pasado más de veinte siglos y podemos ver que la profecía se ha cumplido, sin lugar a equívocos.

Sabemos que la Biblia es una colección de libros escritos durante un largo periodo de mil setecientos años, por una gran cantidad de autores que la gran mayoría no se conocieron entre ellos, ni vivieron en la misma región ni época, sin embargo, no hay contradicciones en las Sagradas Escrituras. Si esto no lo sorprende, permítame darle un ejemplo mucho más contemporáneo para demostrarle lo imposible que esto resulta.

En los últimos cien años, hemos pasado de combatir las enfermedades causadas por la desnutrición a combatir las causadas por la obesidad. El desarrollo industrial ha afectado todas las áreas de producción del hombre, incluyendo la producción de alimentos. La industria alimentaria se ha visto forzada a cambiar sus esquemas de producción por unos más eficientes para satisfacer el crecimiento de la demanda. Hace nueve mil años, los granjeros criaban una variedad de gallinas conocida como la Gallus Bankiva, que ponía un huevo al mes. Ahora, los granjeros crían variedades como la New Hampshire y la Leghom, que ponen hasta trescientos huevos al año. El voraz afán de producir a gran escala y a bajo costo llevó a los supermercados a surtir sus anaqueles de alimentos procesados, con alto contenido calórico, lo que en pocas generaciones disparó el aumento de peso.

La gente empezó a lucir obesa y las dietas aparecieron. Esta nueva industria floreció rápidamente y ofreció toda clase de alternativas y métodos para perder peso. Hay dietas agresivas, que prometen una pérdida de hasta el diez por ciento del peso en dos semanas, y también las que no exigen ningún tipo de actividad para lograr la meta propuesta. Unas basan su éxito en el aumento del consumo de grasas saludables, mientras que otras reducen las grasas casi que por completo. Algunas dietas ordenan suspender las verduras durante las primeras fases del método, mientras que otras las recomiendan desde el primer día. Unas suspenden los lácteos por completo, mientras que otras los permiten. Las hay de las que prohíben el consumo de frutas durante la primera fase, y otras las suspenden durante toda la dieta. Las hay de las que prohíben el alcohol, y otras que lo permiten con moderación. Incluso, no falta la voz que advierte que una determinada dieta puede poner en riesgo la vida de quien la siga.

Hace cien años no existía una sola publicación impresa sobre el tema. Hoy existen secciones completas en las librerías dedicadas a las dietas. La mayoría de ellas son escritas por médicos, nutricionistas, endocrinólogos y otros científicos. Frente a tal oferta de literatura, es casi imposible conseguir dos libros que no se contradigan entre sí.

Invito al amable lector a que, usando todo el poder de la búsqueda en Internet, seleccione cualquier biblioteca del mundo y reúna setenta y tres libros que hayan sido escritos durante un periodo de mil setecientos años, de por lo menos cincuenta autores que hayan vivido en continentes diferentes, que contengan como mínimo dos mil quinientas profecías, de las cuales el noventa y cinco por ciento ya se hayan cumplido, y cuya temática gire en torno a tres temas diferentes sin que exista una sola contradicción entre ellos.

 

La Santa Biblia, cuya temática completa gira en torno a tres temas (la salvación, la Iglesia y el Reino de los Cielos), consta de setenta y tres libros escritos en un periodo de mil setecientos años, por al menos cincuenta autores que vivieron en tres continentes diferentes. Contiene más de dos mil quinientas profecías, de las cuales más de dos mil trescientas ochenta se han cumplido (y se puede corroborar su cumplimiento), y no presenta ninguna contradicción entre sus tres temas principales. La coherencia y la consistencia se dan desde la primera hasta la última palabra. La única manera de lograr esto es que los libros tengan un solo autor: el Espíritu Santo que le reveló a personas especiales lo que Dios quiso decirnos. La revelación es su forma especial de comunicarse con nosotros.

 

 

 

arqueología

PRIMERA TESIS: SOPORTE HISTÓRICO DE LA BIBLIA

Cuando doy conferencias sobre temas bíblicos, no faltan las preguntas de personas que buscan satisfacer la curiosidad, que quieren saber sobre el paradero de los «originales» de las Sagradas Escrituras. El pergamino de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, firmado por el presidente del Congreso John Hancock, se conserva en la actualidad en el edificio de los Archivos Nacionales , más exactamente en la Rotonda de las Cartas de la Libertad. Junto a la firma de Hancock, aparecen las firmas de quienes serían los futuros presidentes, Thomas Jefferson y John Adams, y las de otras personas, como Benjamín Franklin, que pasaron a la historia por los eventos que precedieron y sucedieron a dicha declaración. A pesar del tiempo transcurrido desde el momento en que estas personas firmaron con tinta, el 4 de julio de 1776, hasta la fecha, todavía se pueden apreciar muy tenuemente las firmas, que se han desvanecido debido a las rudimentarias técnicas de conservación . Este es un ejemplo de un documento antiguo que podemos llamar «original». ¿Por qué podemos referirnos a él como «original»? Porque la cadena de custodia del pergamino ha estado bien salvaguardada y documentada. Existe un registro minucioso y detallado del lugar donde se redactó el documento, de quién lo ha tenido, dónde se ha guardado, qué restauraciones se le han hecho, etc. Ese rigor nos permite hablar del «original» de un documento de esta importancia. En el caso de los manuscritos de la Biblia, si bien es cierto que también revisten gran importancia, no contamos con esa cadena de custodia que nos permita afirmar que, por ejemplo, cierto documento es el original del Génesis, escrito del puño y letra de Moisés. En primer lugar, los materiales más comunes que emplearon los autores (el pergamino y la vitela) tienen una vida útil muy corta (debido a que son sumamente vulnerables a la luz, la humedad y el uso permanente) si no son conservados debidamente . En segundo lugar, no tenemos una copia notariada de la caligrafía de Moisés para poder cotejar esta con el supuesto manuscrito, del cual queremos comprobar su originalidad. Estos «problemas» no son exclusivos de los manuscritos bíblicos. Cualquier documento literario de la Antigüedad sufre esos mismos inconvenientes. ¿Cómo saber que un determinado papiro de la Ilíada de Homero es un original o no? Suponiendo que existiese un manuscrito de la obra, y que se hubiera determinado por los medios comúnmente aceptados que data de la fecha en la que Homero debió haber escrito su obra, todavía faltaría comprobar que la caligrafía del manuscrito proviene del puño y letra de Homero. ¿Se invalida entonces la Biblia porque no tenemos sus manuscritos originales? De ninguna manera. Si ese fuera el caso, entonces no solo se invalidaría la Biblia, sino todo el soporte documental del pensamiento y conocimiento de la humanidad, que reúne más de cinco mil años de historia escrita. Chauncey Sanders es el autor del libro Introducción a la investigación en la historia de la literatura inglesa, considerado la guía de la investigación documental actual. En él, Sanders explica los tres principios básicos de la historiografía y, en especial, de la paleografía : • La prueba bibliográfica. Consiste en establecer la exactitud de las copias de un determinado documento de la Antigüedad. Para esto, el documento se compara incluso con traducciones en otros idiomas. (Aunque Dios inspiró a los escritores del Nuevo y del Antiguo Testamento, no guio milagrosamente las manos de los miles de copistas para eximir las copias de errores). Cuanto mayor es el número de copias, mejor, porque se tiene así más material para comparar entre sí. Con esto se puede determinar qué documento fue fuente de qué otro. Cuanto más cercano se encuentre un documento de la fecha en la que se cree que se escribió el pergamino por vez primera, mucho mejor (por estar más cerca de la fuente original). • La prueba de la evidencia interna. Consiste en determinar las causas de las discrepancias entre las diferentes copias. Es decir, determinar si las discrepancias se deben a errores gramaticales inadvertidos o intencionales, o si se trata de evoluciones del lenguaje. • La prueba de la evidencia externa. Consiste en analizar otros documentos, de diferentes procedencias, o hallazgos arqueológicos que den prueba de los hechos narrados en el pergamino que se está analizando. Voy a aplicar estos tres criterios, primero al Nuevo Testamento y luego al Antiguo, para demostrar que la Biblia contiene las palabras que escribieron los profetas por primera vez, sin importar que hayan transcurrido miles de años desde su escritura hasta el presente. Solo cabría hacer dos salvedades: en primer lugar, la Biblia ha sido traducida al español y, en segundo lugar, está escrita en un lenguaje actual. Como ejemplo, si compara la obra maestra del español Miguel de Cervantes Saavedra , El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, publicada por primera vez en 1605, con una versión actual, se dará cuenta de la evolución del lenguaje en el tiempo: Español original Español actual En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lantejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. El resto della concluían sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas, con sus pantuflos de lo mesmo, y los días de entresemana se honraba con su vellorí de lo más fino. En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, vivía no hace mucho un hidalgo de los de lanza ya olvidada, escudo antiguo, rocín flaco y galgo corredor. Consumían tres partes de su hacienda una olla con algo más de vaca que carnero, ropa vieja casi todas las noches, huevos con torreznos los sábados, lentejas los viernes y algún palomino de añadidura los domingos. El resto de ella lo concluían un sayo de velarte negro y, para las fiestas, calzas de terciopelo con sus pantuflos a juego, y se honraba entre semana con un traje pardo de lo más fino. La prueba bibliográfica del Nuevo Testamento. Francis Edward Peters, profesor emérito de Historia de la Universidad de New York (NYU), afirma en su libro La cosecha del helenismo: una historia del Cercano Oriente desde Alejandro Magno hasta el triunfo del cristianismo: Solo sobre la base de la tradición de manuscritos, las obras que forman el Nuevo Testamento cristiano fueron los libros de la antigüedad más frecuentemente copiados y con circulación más amplia. Es decir que la autenticidad del Nuevo Testamento reposa en la gran cantidad de manuscritos que se copiaron y que sirven ahora como testigos inalterables de las fuentes originales. Solo contando las reproducciones en griego, el Nuevo Testamento cuenta con un respaldo de poco más de 5686 manuscritos, parciales o completos, que fueron copiados manualmente desde finales del siglo I hasta el siglo XV, momento de la invención de la imprenta. A partir del siglo III d. C., se empezaron a hacer traducciones de las Sagradas Escrituras a otras lenguas como el cóptico, el siriaco y el latín. Este último fue el que tuvo mayor relevancia, pues fue el idioma predominante en el Occidente de aquel tiempo. La traducción al latín que se conoce como la Vulgata Latina o simplemente la Vulgata , hecha por san Jerónimo en el 382 d. C., fue la versión que se utilizó para traducir la Biblia a la gran mayoría de idiomas . En la actualidad, existen más de 10 000 reproducciones de la Vulgata en su idioma original. En otras lenguas, existen por lo menos otras 9300 reproducciones de la obra. Es decir que, sumando todos estos manuscritos, hay más de 20 000 copias, parciales o completas, del Nuevo Testamento que sobreviven. Podemos comparar este número con el de otros códices de la Antigüedad, como La Ilíada de Homero, la obra clásica más popular y conocida de su época. De ese libro contamos en el presente con tan solo 643 pergaminos. El fragmento más antiguo de esta obra es de alrededor del 150 d. C., y consta de 16 páginas manuscritas en griego. El fragmento está actualmente en exhibición en la Biblioteca Británica. Por su parte, el pergamino de La Ilíada más antiguo, que está completo, es del siglo XIII d. C. Otra de las versiones de la Biblia que tuvo mucha popularidad fue la que se tradujo al siriaco, y que se conoce como la Peshitta. Esta fue una traducción directa del hebreo, realizada hacia el siglo II d. C. De ella existen más de 350 manuscritos que datan del siglo V d. C., y de siglos posteriores. El siguiente cuadro muestra en mayor detalle la suerte que han corrido varias obras de la Antigüedad, incluyendo los manuscritos del Antiguo y Nuevo Testamento (las fechas y edades son aproximados): Autor: Libro Año de redacción Copia más antigua Diferencia en años Número de copias Homero: La Ilíada 800 a. C. 400 a. C. 400 643 Julio Cesar: Comentario a las guerras gálicas 100 a. C. 900 d. C. 1000 10 Tácito: Anales 100 d. C. 1100 d. C. 1000 20 Plinio el Joven: Historia natural 100 d. C. 850 d. C. 750 7 Platón: Diálogos 400 a. C. 900 d. C. 1300 7 Tucídides: Historia de la guerra del Peloponeso 460 a. C. 900 d. C. 1300 8 Antiguo Testamento 1445-135 a. C. 625 a. C. (fragmento) 135 a. C. (casi todo el AT) 820-0 5 686 (2 600 000 páginas en total) en idioma original 45 000 en otros idiomas Nuevo Testamento 50-100 d. C. 114 d. C. (fragmento) 200 d. C. (libros) 250 d. C. (casi todo NT) 325 d. C. (todo el NT) 39 100 150 225 Claramente, no todos los pergaminos son igualmente importantes. No sería correcto poner al mismo nivel un fragmento y un texto completo. Para determinar la edad de un documento de la Antigüedad se tienen en cuenta diversos factores, entre otros el color de la tinta y del pergamino, la textura del pergamino, la ornamentación, el tamaño y la forma de las letras, los materiales usados, la puntuación y las divisiones presentes dentro del texto. Veamos algunos de los pergaminos de mayor relevancia, ya sea por su antigüedad o por su grado de conservación física y qué tan completo estaba cuando se encontró. • Papiro Biblioteca Rylands. También llamado «El fragmento de san Juan», es el trozo de manuscrito escrito en papiro más antiguo del Nuevo Testamento encontrado hasta el momento. Está expuesto en la biblioteca John Rylands, Mánchester, en el Reino Unido. Contiene un texto del Evangelio de Juan escrito hacia el 125 d. C. Se acepta generalmente que es el extracto más antiguo de un Evangelio canónico. Así pues, cronológicamente, es el primer documento cristiano que se refiere a la figura de Jesús de Nazaret. La parte delantera del pergamino (anverso) contiene los versículos 31 al 33 del capítulo 18 en griego, y la parte trasera (reverso), los versículos 37 y 38. • Códice Sinaítico. Fue encontrado en 1844 en el monasterio de Santa Catalina, al pie del monte Sinaí, por Constantin Von Tischendorf. Este es un manuscrito en griego que data del 350 d. C., y que contiene gran parte del Antiguo Testamento (copia de la Septuaginta) y casi la totalidad del Nuevo. Actualmente, está en posesión de la Biblioteca Británica en Londres, entidad que compró el códice al Gobierno ruso por 100 000 libras esterlinas. Puede verse en línea en www.codexsinaiticus.org. • Códice Vaticano. Actualmente, está en poder de la Biblioteca Vaticana. Ya estaba registrado en ella en 1475, cuando se realizó el primer gran inventario de obras. Este es un manuscrito en griego del siglo IV d. C., que contiene casi la totalidad del Antiguo Testamento (copia de la Septuaginta) y del Nuevo. • Códice Alejandrino. Entregado al Rey Carlos I de Inglaterra en 1627 por el patriarca de Constantinopla, el códice se encuentra actualmente en la Biblioteca Británica en Londres. Es el más completo de estos tres famosos manuscritos. Contiene una copia casi completa del Antiguo Testamento (copia de la Septuaginta) en griego y la totalidad del Nuevo. Data del siglo V d. C. La prueba de la evidencia externa del Nuevo Testamento. Se conoce al obispo Eusebio de Cesarea como el padre de la historia de la Iglesia porque entre sus escritos se encuentran los primeros relatos del cristianismo primitivo. En su obra Historia eclesiástica, redactada probablemente a comienzos del 300 d. C., Cesarea cita unas cartas del obispo Papías de Hierápolis, Padre Apostólico, fechadas en el 130 d. C.: El anciano [el apóstol Juan] decía también lo siguiente: Marcos, que fue el intérprete de Pedro, puso puntualmente por escrito, aunque no con orden, cuantas cosas recordó referentes a los dichos y hechos del Señor. Porque ni había oído al Señor ni le había seguido, sino que más tarde, como dije, siguió a Pedro, quien daba sus instrucciones según sus necesidades, pero no como quien compone una ordenación de las sentencias del Señor. De suerte que en nada faltó Marcos, poniendo por escrito algunas de aquellas cosas, tal como las recordaba. Porque en una sola cosa puso cuidado: en no omitir nada de lo que había oído y en no mentir absolutamente en ellas. (Libro III:XXXIX,15) Ireneo de Lyon, conocido como san Irineo, escribió: Porque, así como existen cuatro rincones del mundo en que vivimos, y cuatro vientos universales […] el arquitecto de todas las cosas […] nos ha dado el evangelio en una forma cuádruple, pero unida por un Espíritu. Mateo público su Evangelio entre los hebreos [es decir, los judíos] en su propio idioma, cuando Pedro y Pablo estaban predicando el evangelio en Roma y fundando la Iglesia allí. Después de la partida de ellos [es decir, de su muerte, ubicada por una fuerte tradición en la época de la persecución de Nerón, en el 64 d. C.), Marcos, el discípulo e intérprete de ellos, nos puso por escrito la sustancia de la predicación de Pedro. Lucas, el seguidor de Pablo, escribiendo en un libro el evangelio que predicaba su maestro. Luego Juan, el discípulo del Señor, quien también se inclinó cerca de su pecho, produjo también un evangelio mientras estaba viviendo en Éfeso, en Asia. Contra las Herejías. Otras fuentes externas a las que podemos acudir son los historiadores de la época de Jesús. Cornelio Tácito nació en la Galicia Narbonense, que para ese entonces era dominada por el Imperio romano, en una fecha cercana al 55 d. C. Tácito llegó a ocupar el puesto de cónsul y gobernador del Imperio romano y es considerado uno de los más importantes historiadores de su época. Escribió varias obras históricas, biográficas y etnográficas. Entre ellas se destacan los Anales y las Historias. Dice en esta última: En consecuencia, para deshacerse de los rumores, Nerón culpó e infligió las torturas más exquisitas a una clase odiada por sus abominaciones, quienes eran llamados cristianos por el populacho. Cristo, de quien el nombre tuvo su origen, sufrió la pena máxima durante el reinado de Tiberio a manos de uno de nuestros procuradores, Poncio Pilato, y la superstición muy maliciosa, de este modo sofocada por el momento, de nuevo estalló no solamente en Judea, la primera fuente del mal, sino incluso en Roma, donde todas las cosas espantosas y vergonzosas de todas partes del mundo confluyen y se popularizan. (Libro 15:44). La «superstición muy maliciosa» es una posible referencia a la resurrección de Jesús. Cayo Suetonio Tranquilo, más conocido como Suetonio, fue un historiador y biógrafo romano de los reinados de los emperadores Trajano y Adriano. Formó parte del círculo de amigos de Plinio el Joven y, al final, del círculo del mismo emperador Adriano, hasta que cayó en desgracia por una serie de discusiones. Su obra más importante es Vitae Caesarum, en la que narra las vidas de los gobernantes de Roma desde Julio César hasta Domiciano. En el libro dedicado al emperador Claudio, Suetonio ratifica lo que narra el libro de los Hechos de los Apóstoles (12,2): «Mientras los judíos tenían disturbios constantes a instigación de Cresto, él [Claudio] los expulsó de Roma». En referencia a las consecuencias del gran incendio de Roma, dice en el libro dedicado al emperador Nerón: «Se impuso el castigo sobre los cristianos, un grupo de gente adicta a una superstición nueva y engañosa». Nuevamente, «superstición nueva y engañosa» es una posible referencia a la resurrección de Jesús. Josefo Ben Matityahu, mejor conocido como Josefo Tito Flavio, nació en Jerusalén en el 37 d. C. Procedía de una familia real judía perteneciente a la tribu de los asmoneos. Este prolífico escritor es el autor de Antigüedades de los judíos, obra redactada en griego hacia los años 93 d. C. y 94 d. C. En ella, Josefo pretendía narrar toda la historia del pueblo judío, desde su origen en el Paraíso hasta la revuelta anti-romana que se inició en el año 66 d. C., en veinte libros. De las muchas referencias a acontecimientos narrados en el Nuevo Testamento, hay tres que vale la pena resaltar. La primera es la mención de Santiago, el hijo de Alfeo (no debe confundirse con Santiago, el hijo de Zebedeo, hermano de Juan), también llamado Jacobo el Justo. Santiago es el autor de la epístola que lleva su nombre (Epístola de Santiago, libro canónico del Nuevo Testamento). Dice Josefo: Siendo Ananías de este carácter, aprovechándose de la oportunidad, pues Festo había fallecido y Albino todavía estaba en camino, reunió al Sanedrín. Llamó a juicio al hermano de Jesús, quien era llamado Cristo, cuyo nombre era Santiago, y con él hizo comparecer a varios otros. Los acusó de ser infractores a la ley y los condenó a ser apedreados. (Libro 20:9) La segunda mención es la de Juan el Bautista: Algunos judíos creyeron que el ejército de Herodes había perecido por la ira de Dios, sufriendo el condigno castigo por haber muerto a Juan, llamado el Bautista. Herodes lo hizo matar, a pesar de ser un hombre justo que predicaba la práctica de la virtud, incitando a vivir con justicia mutua y con piedad hacia Dios, para así poder recibir el bautismo. […] Hombres de todos lados se habían reunido con él, pues se entusiasmaban al oírlo hablar. Sin embargo, Herodes, temeroso de que su gran autoridad indujera a los súbditos a rebelarse, pues el pueblo parecía estar dispuesto a seguir sus consejos, consideró más seguro, antes que surgiera alguna novedad, quitarlo de en medio, de lo contrario quizá tendría que arrepentirse más tarde, si se produjera alguna conjuración. Es así como por estas sospechas de Herodes fue encarcelado y enviado a la fortaleza de Maqueronte, de la que hemos hablado antes, y allí fue muerto. (Libro 18:5) Y la última mención es la del mismo Jesús: Ahora, había alrededor de este tiempo un hombre sabio, Jesús, si es que es lícito llamarlo un hombre, pues era un hacedor de maravillas, un maestro tal que los hombres recibían con agrado la verdad que les enseñaba. Atrajo a sí a muchos de los judíos y de los gentiles. Él era el Cristo, y cuando Pilatos, a sugerencia de los principales entre nosotros, le condenó a ser crucificado, aquellos que le amaban desde un principio no le olvidaron, pues se volvió a aparecer vivo ante ellos al tercer día; exactamente como los profetas lo habían anticipado y cumpliendo otras diez mil cosas maravillosas respecto de su persona que también habían sido preanunciadas. Y la tribu de cristianos, llamados de este modo por causa de él, no ha sido extinguida hasta el presente. (Libro 18:3) De acuerdo con la revista International Geology Review, volumen 54, edición 15, del 2012 , el geólogo Jefferson Williams, del Supersonic Geophysical, y sus colegas Markus Schwab y Achim Brauer, del Centro de Investigación Alemán de Geociencias, estudiaron el subsuelo de la playa de Ein Gedi, en la orilla oeste del mar Muerto. Allí encontraron sedimentos deformes que revelaban que, en el pasado, al menos dos grandes terremotos habían afectado las distintas capas del lugar: un movimiento telúrico, ocurrido el 31 a. C., y otro que tuvo lugar en algún momento entre el 26 d. C. y el 36 d. C. Este segundo movimiento telúrico sería el terremoto que reporta el Evangelio de san Mateo en su capítulo 27. La prueba bibliográfica del Antiguo Testamento. El número de manuscritos que existen del Antiguo Testamento es solo una fracción si se lo compara con el número de manuscritos del Nuevo. Pero, en relación con cualquier otro documento de la Antigüedad, los manuscritos del Antiguo Testamento son extremadamente abundantes. Hay básicamente dos razones detrás de la relativa escasez de pergaminos del Antiguo Testamento. La primera es que los materiales en que se escribieron no podían soportar el peso de dos o tres mil años de existencia. La segunda, que los escribas destruían los manuscritos que servían como documento fuente cuando el motivo de la copia era reemplazar el original (que por razones de edad se encontraba bastante deteriorado). No tenemos ningún Antiguo Testamento completo escrito en el idioma original (aunque sí lo tenemos en otros idiomas). Solo conservamos miles de fragmentos, pero ninguno completo, a diferencia del Nuevo Testamento. La ausencia de manuscritos en el idioma original y cercanos a la fecha de origen no impide que determinemos si los fragmentos que poseemos contienen las palabras originales que plasmaron los autores. La primera columna sobre la que se apoya la prueba bibliográfica es el celo y el respeto tan profundos que sentían las personas en la Antigüedad por los libros sagrados. El Talmud es la compilación de toda la tradición oral judía, desde la época de Moisés hasta el momento en que empezó su redacción, en el siglo II de nuestra era. En él encontramos las instrucciones detalladas que debían seguir los escribas cuando emprendían la tarea de hacer una copia de los libros sagrados. El siguiente aparte nos muestra la reverencia hacia sus textos: Un rollo de la sinagoga debe estar escrito sobre las pieles de animales limpios, preparadas para el uso particular de la sinagoga por un judío. Estas deben estar unidas mediante tiras sacadas de animales limpios. Cada piel debe contener un cierto número de columnas, igual a través de todo el códice. La longitud de cada columna no debe ser menor de 48 ni mayor de 60 líneas; y el ancho debe consistir de treinta letras. La copia entera debe ser rayada con anticipación; y si se escriben tres palabras sin una línea, no tiene valor. La tinta debe ser negra, ni roja, verde, ni de ningún otro color, y debe ser preparada de acuerdo con una receta definida. Una copia auténtica debe ser el modelo, de la cual el transcriptor no debiera desviarse en lo más mínimo. Ninguna palabra o letra, ni aún una jota, debe escribirse de memoria, sin que el escriba haya mirado al códice que está frente a él […] Entre cada consonante debe intervenir el espacio de un pelo o de un hilo […] Entre cada nueva parashah, o sección, debe haber el espacio de nueve consonantes; entre cada libro, tres líneas. El quinto libro de Moisés debe terminar exactamente con una línea; aun cuando no rige la misma exigencia para el resto. Además de esto, el copista debe sentarse con vestimenta judía completa, lavar su cuerpo entero, no comenzar a escribir el nombre de Dios con una pluma que acaba de untarse en tinta y si un rey le dirigiera la palabra mientras está escribiendo ese nombre, no debe prestarle atención. Estas eran las normas que se debían seguir para copiar cada una de las 304 805 letras del Pentateuco (los primeros cinco libros del Antiguo Testamento escrito por Moisés). De la gran cantidad de manuscritos del Antiguo Testamento, podemos destacar algunos por su grado de conservación y qué tan completos fueron encontrados: • Rollos del mar Muerto. Antes que se encontraran estos pergaminos, la copia completa más vieja del Antiguo Testamento en hebreo que poseíamos era del 900 d. C. (Códice Aleppo). Por su parte, la copia completa más antigua en griego era del 350 d. C. (Códice Sinaítico). De fechas anteriores a estas, solo poseíamos fragmentos en hebreo y otros idiomas. ¿Cómo saber qué tan fidedignas eran estas copias en hebreo y griego con respecto a sus originales? Los Rollos del mar Muerto (también conocidos como Rollos de Qumrán) ayudaron a contestar esta pregunta. Los rollos fueron encontrados entre 1947 y 2017, en diferentes cuevas de la ciudad de Qumrán, localizada en el valle del desierto de Judea, sobre la costa occidental del mar Muerto. Los rollos son una colección de cerca de 40 000 fragmentos, que se suman a algunas docenas de rollos completos . De los libros incompletos, se han podido reconstruir cerca de 500, muchos de los cuales no son bíblicos. De los completos, uno es el libro del profeta Isaías (también conocido como 1QIsa), que data del 125 a. C. Cuando se comparó su contenido con el del 900 d. C., se encontraron tan solo pequeñas diferencias. Por ejemplo, de las ciento sesenta y seis palabras del capítulo 53, solamente se encontraron discrepancias en diecisiete letras. Diez discrepancias tienen que ver con problemas ortográficos (que no alteran el significado de las palabras), cuatro son cuestiones de estilo y las otras tres corresponden a la palabra «luz», que fue agregada al versículo 11 y no altera significativamente su idea. Esa palabra aparece, sin embargo, en algunos manuscritos griegos fechados cien años antes que este rollo . El hecho de que el texto sufriera tan pocas variaciones en un periodo de mil años apoya enormemente la fidelidad de las copias de los manuscritos del Antiguo Testamento desde sus orígenes. • Códice Aleppo. Es el manuscrito más antiguo del Tanaj (Antiguo Testamento o Biblia hebrea). Está escrito en hebreo y data del 930 d. C. Es considerado como el manuscrito de máxima autoridad masoreta. Los masoretas fueron judíos que trabajaron como sucesores de los escribas entre los siglos VII y X de nuestra era en las ciudades de Tiberíades y Jerusalén. Su responsabilidad era hacer copias fidedignas de las Sagradas Escrituras. El término hebreo masoret significa ‘tradición’. Desafortunadamente, el manuscrito de Aleppo ya no está completo. Grandes secciones de él fueron destruidas en los disturbios del 2 de diciembre de 1947, cuando turbas árabes destruyeron todas las sinagogas de Aleppo (incluyendo la sinagoga Mustaribah, de 1500 años de antigüedad, que custodiaba este códice). • Códice de Leningrado. Este códice está en la misma categoría que el anterior. Es ahora el manuscrito más completo de la Biblia hebrea. Fue escrito en El Cairo cerca de 1010 d. C. Actualmente, está en exhibición en la Biblioteca Nacional de San Petersburgo, Rusia. Este códice, así como el anterior, fue escrito con vocales (mientras que en la época de los profetas se escribía solo las consonantes), ya que entre los siglos IV y V entró en desuso el hebreo antiguo. Los masoretas, para evitar una mala lectura de las escrituras, agregaron las vocales. Eso sí, a cada vocal le adicionaron un punto encima, en señal de que esa letra había sido añadida y no formaba parte de la copia original. Cuando Nabucodonosor II invadió el Reino de Judá en el 587 a. C., destruyó el templo que había construido el rey Salomón y se llevó cautivas a todas las familias (tribus) de los líderes políticos, religiosos y culturales. Las tuvo en el exilio por cerca de cincuenta años. Finalmente, las familias fueron liberadas gracias al edicto del rey persa Ciro, en el 538 a. C. Este destierro de la sociedad culta de Judea tuvo como consecuencia que el pueblo se dispersara hacia otras tierras de habla griega y aramea. El griego fue finalmente el lenguaje que predominó y se popularizó con el tiempo. Esto obligó a que se hiciera una traducción de las Sagradas Escrituras a este idioma. Dicha labor se logró gracias a Demetrio de Falero, bibliotecario del faraón Ptolomeo II Filadelfo. El faraón quería anexar la traducción a la gigante biblioteca de Alejandría y atender así las necesidades de una numerosa población judía que solo hablaba griego. Él le encargó esta labor a Demetrio de Falero quien a su vez se la encargó a Aristeas, un judío alejandrino que se desplazó hasta Jerusalén para escoger setenta y dos ancianos que hicieran la traducción en Alejandría. Demetrio escogió a seis traductores por cada una de las doce tribus de Israel. De allí el número total de traductores. Después de setenta y dos días de ardua labor, los ancianos terminaron el trabajo encargado y leyeron la traducción a los judíos congregados en la ciudad, quienes la aprobaron como exacta. Con el tiempo, esta se llegó a conocer como Según los setenta, LXX o Septuaginta. Las más de 250 citas del Antiguo Testamento que encontramos en el Nuevo, incluyendo las dichas por Jesús, provienen de esta versión. Todos los libros del Antiguo Testamento (incluidos en los códices Alejandrino, Sinaítico y Vaticano) son copias provenientes de esta traducción. Lo mismo sucede con la mayoría de las copias del Antiguo Testamento que poseemos en la actualidad. Cuando se analiza cómo los escribas copiaron tan meticulosamente el texto hebreo y se considera el gran número de manuscritos que existen y el intervalo de tiempo entre el texto original y las copias más antiguas, el Antiguo Testamento pasa sin problemas la prueba bibliográfica. La prueba de la evidencia externa del Antiguo Testamento. La arqueología es una ciencia que ha hecho un aporte invaluable a la hora de brindar evidencias externas que demuestran la veracidad de las narraciones bíblicas. Las más recientes excavaciones en el extremo sur del mar Muerto, cerca del llamado valle de Sidim, han revelado el lugar donde existieron las ciudades de Sodoma y Gomorra. La zona coincide justamente con el sitio mencionado en las Escrituras. La evidencia apunta a que una actividad sísmica fuerte destruyó estas ciudades y varios estratos de tierra fueron afectados y arrojados al aire. La brea bituminosa es abundante en esta zona, lo que hace pensar que la descripción bíblica del fuego cayendo sobre la ciudad sería correcta (Génesis 19). John Garstang fue uno de los arqueólogos más importantes que participó en el desentierro, desde 1930 hasta 1937, de las antiguas ruinas de Jericó. Garstang documentó todos sus descubrimientos en el libro The Foundations of Bible History: Joshua, Judges. En referencia a lo más sorprendente de sus hallazgos, dice: Sobre el hecho principal, entonces, no hay duda: los muros cayeron hacia afuera, y en una forma tan completa que los que atacaban podían trepar por las ruinas y entrar en la ciudad. ¿Por qué [es esto] tan inusual? Porque los muros de las ciudades normalmente no caen para afuera, sino para adentro. Pero en Josué 6,20 leemos: […] ¡Y el muro se derrumbó! [… se vino abajo…] Entonces el pueblo subió a la ciudad, cada uno directamente delante de él; y la tomaron. Evidentemente, a los muros se les hizo caer hacia afuera. La fortaleza de Gabaa, en la región montañosa de Judá, al sudeste de Hebrón, fue el lugar de nacimiento de Saúl, el primer rey de Israel. Con las excavaciones realizadas en esta área geográfica se ha determinado que las hondas (caucheras o resorteras) eran unas de las armas más importantes de la región en su época. Dicho descubrimiento no solo se relaciona con la victoria de David sobre Goliat, tal y como lo narra el Primer Libro de Samuel (17,49), sino también con la referencia de Jueces 20,16 («Entre todos estos hombres había setecientos zurdos que manejaban tan bien la honda que podían darle con la piedra a un cabello, sin fallar nunca»). En medio de las actuales ciudades de Jerusalén y Tel Aviv, se encuentra Tell Gézer, que en las épocas de Salomón se llamaba simplemente Guézer. En las excavaciones realizadas allí en 1969, se encontró un estrato de ceniza que cubría la mayor parte del montículo sobre el que se asienta la ciudad. Al examinar los hallazgos, se descubrieron artefactos hebreos, egipcios y palestinos, lo que significa que las tres culturas estuvieron presentes al mismo tiempo, tal y como lo señala la Biblia en el Primer Libro de los Reyes (9,16): El faraón, rey de Egipto, había llegado y conquistado la ciudad de Guézer; después la quemó, y mató a todos los cananeos que vivían en la ciudad, y luego la entregó como dote a su hija, la esposa de Salomón. En el 2015, durante la campaña arqueológica en la ciudad de Khirbet Queifaya, que comenzó en el 2012, se encontró una vasija de cerámica en la que había una rara inscripción que data de hace 3000 años. En ella se menciona a Eshba’al Ben Saul, quien gobernó en Israel en la primera mitad del siglo X a. C. La historia del que fuera el primer rey de Israel aparece en el Segundo Libro de Samuel, capítulos 3 y 4. Siquem (actual Naplusa, en Cisjordania) fue una ciudad de Canaán, construida hace 4000 años. La urbe se convirtió en una zona israelita de la tribu de Manasés y en la primera capital del reino de Israel. Sus ruinas están situadas dos kilómetros al este de la actual Nablus. Estudios arqueológicos evidencian que la ciudad fue demolida y reconstruida hasta veintidós veces antes de su fundación definitiva, en el 200 a. C. Debido a su ubicación, Siquem fue un importante centro comercial en la región, en el que se comercializaban uvas, aceitunas y trigo. Dice el Génesis (12,6): «Y Abram atravesó el país hasta el lugar sagrado de Siquem, hasta la encina de Moré. Por entonces estaban los cananeos en el país». Igualmente, dice el Génesis (35,4): «Ellos entregaron a Jacob todos los dioses extraños que había en su poder, y los anillos de sus orejas, y Jacob los escondió debajo de la encina que hay al pie de Siquem». De acuerdo con el Nuevo Testamento, Esteban, primer mártir cristiano, afirma en su discurso: «Jacob bajó a Egipto, donde murió él y también nuestros padres; y fueron trasladados a Siquem y depositados en el sepulcro que había comprado Abraham a precio de plata a los hijos de Jamor, padre de Siquem» (Hechos 7,15-16). La ciudad de Siquem se menciona cuarenta y ocho veces en la Biblia y se relaciona con la historia bíblica desde Abraham hasta Cristo. De acuerdo con el libro de Josué (24,32): Los huesos de José, que los hijos de Israel habían subido de Egipto, fueron sepultados en Siquem, en la parcela de campo que había comprado Jacob a los hijos de Jamor, padre de Siquem, por cien pesos, y que pasó a ser heredad de los hijos de José. El Obelisco negro de Salmanasar III es un monumento que data del 827 a. C., y fue erigido en la época del Imperio asirio. Fue hallado en 1846 por el arqueólogo Austen Henry Layard en Nimrud, antigua capital asiria, situada junto al río Tigris, a unos 30 km al sudeste de Mosul, en el actual Irak. En los relieves del obelisco se enumeran los logros del gobierno del rey Salmanasar III , quien rigió Asiria entre el 858 a. C. y el 824 a. C. Entre estos logros se cuentan los tributos que recibió de otros reinos sometidos por él (camellos, monos, elefantes, un rinoceronte, metales, madera y marfil). En uno de sus relieves se ve la imagen más antigua de un israelita: el rey Jehú. En el Segundo Libro de los Reyes (9,1-3), se lee: El profeta Eliseo llamó a uno del grupo de los profetas, y le dijo: —Prepárate para salir. Toma este recipiente con aceite y ve a Ramot de Galaad; cuando llegues allá, ve en busca de Jehú, hijo de Josafat y nieto de Nimsí. Entra en donde él se encuentre, apártalo de sus compañeros y llévalo a otra habitación; toma entonces el recipiente con aceite y derrámalo sobre su cabeza, diciendo: «Así dice el Señor: Yo te consagro como rey de Israel»—. En otras excavaciones, se ha encontrado en diferentes lugares un sinfín de objetos de distintas épocas. En estos objetos se hace referencia a una gran cantidad de personajes, lugares y acontecimientos que se mencionan en el Antiguo Testamento , tales como el profeta Balaam (Números 22); el patriarca Heber (Génesis 11,15-17); la ciudad de Gat, lugar de nacimiento de Goliat (2 Reyes 2; 12,18); el soldado filisteo Goliat (1 Samuel 17,4-23; 21,9); el profeta Hananías (Jeremías 28); el hijo del cronista Safán, Guemarías (Jeremías 36,10); el capitán del ejército en Jaazaniah (2 Reyes 25); las últimas dos ciudades que conquistó el rey Nabucodonosor, Laquis y Azecá (Jeremías 34,7); la ciudad de Nínive (Jonás 1,1); el último rey de Babilonia, Baltasar (Daniel 5), etc. La prueba de la evidencia interna del Antiguo y del Nuevo Testamento. Ciertamente, existen discrepancias entre los manuscritos. No olvidemos que estos eran hechos a mano. Por lo tanto, se cometían errores en el copiado que se propagaban a su vez en las reproducciones subsiguientes y se mezclaban así con el texto puro. Actualmente, es muy común encontrar fallos en los textos impresos, que son corregidos en ediciones posteriores. Por esta razón, se desarrolló una ciencia sumamente avanzada conocida como «crítica textual». Esta ciencia procura, por medio de la comparación y el estudio de la evidencia disponible, recuperar las palabras exactas de la composición original del autor. Según el número y grado de los errores, se le da un mayor o menor valor literario al manuscrito. Los errores sin intención son tal vez los más recurrentes, como cuando los copistas confundían una palabra con otra que tenía un sonido muy parecido (como pasa con «afecto» y «efecto»). En griego (el idioma en el que se escribió el Nuevo Testamento), al igual que en español, hay palabras que se pronuncian igual, pero se escriben diferente. Por ejemplo, echoomen (‘tengamos’) se pronuncia igual que echomen (‘tenemos’). Las omisiones, aunque poco comunes, generalmente se daban cuando el copista se saltaba un(os) renglón(es) debido a que la misma palabra aparecía en lugares similares con referencia a la margen. En cuanto a las adiciones, eran por lo general repeticiones del texto que se estaba copiando. Otro tipo de errores que se repetían en los diferentes manuscritos y que hacían más difícil la comprensión del texto se debía a la costumbre que tenían algunos copistas de adicionar notas al margen. Como reproducían esas notas, con el tiempo, estas terminaban formando parte del texto. Con esto, podemos decir que, aunque los fallos sin intención eran muy frecuentes entre las distintas copias, estos no representan mayor dificultad, ya que ahora contamos con una abundante cantidad de reproducciones que nos permite identificarlos y aislarlos sin tener que cuestionar el contenido del texto. Los errores que se pueden catalogar como intencionales representan una mayor dificultad para los críticos textuales, pues se debe valorar y determinar la intención que tenía el escriba al alterar el texto que estaba escribiendo. En la mayoría de los casos relacionados con errores intencionales, la intención del copista era simplemente «corregir» lo que él pensaba que era un error en el texto fuente; es decir, consideraba que su deber era hacer la corrección. Tal es el caso de Juan 7,39: en los tres códices mencionados anteriormente (Alejandrino, Vaticano y Sinaítico) se lee «pues todavía no era el Espíritu». El escriba podía pensar que dicha frase daba lugar a la interpretación de que el Espíritu no existía en ese momento, por lo que agregaba la palabra «dado» para que se leyera «pues todavía no había sido dado el Espíritu». Otros escribas fueron un poco más lejos con su aclaración y agregaron la palabra «Santo» para que se leyera «Espíritu Santo». En resumen, a pesar del tiempo transcurrido entre los escritos originales de la Biblia y los miles de copias que existen, el mensaje no se ha adulterado, contrario a lo que muchos piensan. Podemos comprobar que el Antiguo Testamento que tenemos hoy es el mismo que ha existido desde, al menos, el siglo VII a. C., y que el Nuevo Testamento es igual al que existía en el año 80 d. C. No existe algún manuscrito de la antigüedad que tenga mejor respaldo documental que nuestra Biblia.

cielo con rayos

SEGUNDA TESIS: EN EL PRINCIPIO, DIOS CREÓ EL CIELO Y LA TIERRA

El Apolo 8 fue la segunda misión tripulada del Programa Espacial Apolo del Gobierno de los Estados Unidos. Su despegue fue el 21 de diciembre de 1968. Esta era la primera vez que una nave espacial estadounidense tripulada salía de la órbita terrestre con el propósito de orbitar nuestro satélite natural y regresar a casa. El viaje de ida tomó tres días. La misión circunvaló la luna por veinte horas, durante las cuales los astronautas realizaron una transmisión televisada la Nochebuena de aquel año. En un momento dado, desde el pequeño módulo lunar transmitieron las siguientes palabras: «En el principio, Dios creó el cielo y la tierra…», y continuaron leyendo hasta el décimo versículo del libro más traducido, publicado y leído de toda la historia. Los astronautas decidieron celebrar uno de los mayores logros científicos de la humanidad para la fecha recordándonos el origen de esa enorme bola azul, con manchas blancas, verdes y cafés que flotaba frente a sus ojos y a la que el papa Francisco denomina actualmente «nuestra casa común». En el colegio aprendimos que el espacio y el tiempo son dos magnitudes constantes, que no cambian de un lugar a otro. Un metro siempre va a medir un metro, acá o en los confines del universo, y un segundo tarda un segundo en cualquier instante y en cualquier lugar. Pero, en plena Primera Guerra Mundial, en 1915, Albert Einstein presentó su teoría general de la relatividad. La teoría explicaba que ni el tiempo ni el espacio (el autor se refiere a estas dos entidades como espacio-tiempo) eran constantes, como se asumía en ese momento, sino que se veían afectados por la velocidad y la gravedad. Es decir que, dependiendo de estos dos factores, un metro podía ya no medir un metro y un segundo podía ya no tardar un segundo. Esto quedó expresado en una fórmula que Einstein denominó ecuación de campo. Dos años después de haber propuesto su fórmula, Einstein descubrió que había definido un espacio-tiempo que podía estirarse o contraerse como un caucho, pero que no permanecía estático. Esto indicaba, ni más ni menos, que el universo no era fijo, ni eterno, ni invariable, contradiciendo el consenso científico de aquella época. Así que, en 1917, Einstein retocó su «ecuación de campo» e introdujo una constante. Su nueva fórmula expresaba un universo estático (sin principio ni fin), lo que complació a toda la comunidad científica de la época. A esta variable, Einstein la llamó «constante cosmológica». El 9 de mayo de 1931 apareció en la revista Nature, una de las publicaciones científicas más antiguas y respetadas del mundo, un artículo titulado «El comienzo del mundo desde el punto de vista de la teoría cuántica», firmado por el sacerdote católico y astrofísico Georges Lemaître . En ese artículo, Lemaître contradecía la teoría de un universo estático y sin origen, como el que habían planteado Albert Einstein y otros científicos, y proponía un universo en expansión. Según su artículo, si se devolviera el tiempo, tendríamos un universo más y más pequeño que se concentraría en lo que él llamó «una especie de átomo primitivo». Este «átomo» contendría, en forma de energía , toda la materia del universo actual. A partir de un momento dado, ese «átomo primitivo» se dividiría en partículas más y más pequeñas y daría origen al tiempo y al espacio. Esta postulación fue el comienzo de una serie de hipótesis que, con el paso de los años, desembocaron en la teoría conocida como Gran Explosión (Big Bang). En 1922, Aleksandr Fridman presentó un modelo matemático de un universo en expansión, basado en la teoría general de la relatividad. Considerando algunas observaciones propias, Edwin Hubble aseguró en 1929 que el universo se estaba expandiendo. Ante el peso de la evidencia que aportaron Friedman, Hubble, Lemaître y muchos otros científicos de la época, Albert Einstein tuvo que remover su «constante cosmológica», que explicaba un universo estático, y aceptar que había tenido un principio. Años más tarde, Einstein declaró que esa constante «había sido el mayor error de su carrera». La tradición judeocristiana atribuye a Moisés la autoría de los primeros cinco libros de la Biblia (el Pentateuco), de los cuales el Génesis es el primero. Moisés nació en el siglo XIV a. C. Sus padres, Amram, de la tribu de Levi, y su esposa Jocabed (Éxodo 6,20), eran israelitas. Ellos, desobedeciendo la orden del faraón de matar a todo niño varón hebreo, metieron al pequeño Moisés en una cesta y lo arrojaron al río Nilo, donde la hija del faraón (la princesa Termutis ) acostumbraba a bañarse. Ella encontró la canasta y adoptó a aquel bebé de escasos tres meses de nacido. Moisés (que significa ‘salvado de las aguas’) fue criado como si fuese hijo de la princesa y hermano menor del futuro faraón de Egipto, por lo que tuvo la mejor educación disponible en aquellos tiempos. ¿Cómo pudo Moisés, con el conocimiento de hace 3500 años, haber escrito lo que escribió en los dos primeros capítulos del Génesis, en los que narró la forma en que ocurrió la creación de todo el mundo material? ¿Cómo pudo saber que el universo tuvo un comienzo? ¿Cómo pudo haber tenido la osadía de decir que todo comenzó de la nada? ¿Cómo pudo haber hablado de una fuente de luz en el primer día (en la teoría de la Gran Explosión, se describe que la explosión generó una inmensa cantidad de luz ) diferente a la de los astros luminosos que se crearon en el cuarto día, las únicas fuentes de luz en el firmamento que Moisés conoció? ¿Cómo pudo saber que toda la materia orgánica de los seres vivientes provenía de la tierra, en total concordancia con la ley de la conservación de la energía ? ¿Cómo pudo saber que la vida se originó en los mares y no en la tierra, que es lo que hubiera supuesto cualquier observador de la naturaleza? ¿Cómo pudo saber que solo la vida puede producir vida, como lo afirma la ley biológica de la biogénesis? Gracias a la teoría general de la relatividad y al desarrollo de la mecánica cuántica (por las que se ha galardonado a diversos científicos con el premio Nobel), quedó establecido que todo el universo estaba regido únicamente por cinco elementos: espacio, tiempo, materia, energía y movimiento. ¿Cómo pudo Moisés «coincidir» en el primer versículo del Génesis con estos cinco elementos: «En el principio [tiempo], Dios creó [energía] el cielo [espacio] y la tierra [materia] […] y el espíritu de Dios se movía [movimiento] sobre el agua»? Es necesario aclarar que «creador» es aquel que es capaz de sacar algo de la nada. El hombre ha logrado transformar un árbol en un mueble, una piedra en una escultura, etc. Nuestro planeta no salió de la nada, como tampoco el sol ni el universo. La Gran Explosión fue el estallido de una energía primaria que tenía que existir. ¿Quién la creó? Solo un Creador era capaz de hacerlo. Otras religiones también tienen en sus libros sagrados narrativas sobre el origen del universo. Pero, a diferencia de nuestra Biblia, que habla de una creación a partir de la nada, ellas hablan de una creación a partir de elementos conocidos por el hombre. Veamos algunos ejemplos de las religiones que considero más importantes debido a la inmensa cantidad de seguidores que tienen. El Corán es el libro sagrado del islam que, según los musulmanes, es la Palabra de Dios revelada a Mahoma por medio del arcángel Gabriel. Las manifestaciones comenzaron el 22 de diciembre del 609 d. C., cuando el profeta tenía cuarenta años, y se prolongaron por veintitrés años más, hasta su fallecimiento. Mahoma transmitía a sus seguidores lo que el ángel le decía. Después de la muerte del profeta, en 632 d. C., sus discípulos comenzaron a reunir estas revelaciones. Durante el califato de Utman ibn Affan, estas tomaron la forma que hoy conocemos: 114 capítulos (azoras), cada uno dividido en versículos (aleyas). En el Corán, los temas no están agrupados ni organizados secuencialmente, sino que las azoras están ordenadas por su extensión. Cada una trata una gran cantidad de asuntos, así que la narración de la Creación no se encuentra en una sola de ellas, sino que se menciona en varias: Diles: ¿Cómo es que no creéis en Quien creó la Tierra en dos días y Le atribuís copartícipes? Este es el Señor del Universo. Dispuso en ella [la Tierra] firmes montañas y la bendijo [con abundantes cultivos y ríos] y determinó el sustento para sus habitantes en cuatro días; [esto en respuesta clara] para quienes pregunten [acerca de la Creación]. Luego estableció crear el cielo, el cual era humo [en un principio], y le dijo al cielo y a la Tierra: «¿Me obedeceréis de buen grado, o por la fuerza?». Respondieron: «Te obedecemos con sumisión». Creó siete cielos en dos días, y decretó para cada cielo sus órdenes, y embelleció el cielo de este mundo con estrellas luminosas que son una protección [para que los demonios no asciendan y escuchen las órdenes divinas]. Éste es el decreto del Poderoso, Omnisciente. (Sura 41,9-12) Allah creó [al hombre y a] todos los animales a partir de un líquido. Algunos de ellos se arrastran sobre sus vientres, otros caminan sobre dos patas, y otros sobre cuatro. Allah crea lo que quiere; ciertamente Él tiene poder sobre todas las cosas. (Sura 24,45) Como se puede observar, todo comenzó con un humo, elemento conocido por el hombre, y la creación de la vida se dio a partir de un líquido. Las cuatro Vedas son los libros sagrados más importantes del hinduismo: • RigVeda. Rig significa ‘ritual’, y este compendio trata principalmente de rezos, oraciones y mantras destinados a los dioses y semidioses que encarnan las fuerzas universales. • YajurVeda. Yajur quiere decir ‘ceremonia’, y en este caso se trata de una recopilación de rituales religiosos. • SamaVeda. Sama viene de ‘cantar’, en sánscrito, y este texto también recopila (como en el caso del RigVeda) himnos, además de las instrucciones para cantarlos adecuadamente. • AtharvaVeda. Atharva significa ‘sacerdote’, y en este libro se compilan los diferentes tipos de ritual de adoración y las formas correctas de realizar las invocaciones. Estos libros fueron transmitidos oralmente durante generaciones y escritos entre los siglos XIV a. C. y V a. C. por diez castas de poetas religiosos. Al igual que en el Corán, los temas de las Vedas no están en ninguna secuencia en particular. Cada Veda consiste en una colección de himnos a los distintos dioses védicos que se suceden sin un orden definido. Se presentan numerosas repeticiones y contradicciones entre los libros. Respecto a la Creación, los Vedas tienen una versión según la deidad que se adore. Presento acá un resumen, ya que cada una de las versiones es sumamente extensa : • Brahama el creador. Brahama surgió de la flor de loto. Se dice que al principio él era el universo y creó a los dioses, instalándolos en los diferentes mundos: Agni en el nuestro, Vayu en la atmósfera y Surya en el cielo. En los mundos más altos colocó a los dioses que son aún más elevados. Brahma partió hacia la esfera más alta, llamada Satyaloka, el más excelente y lejano de todos los mundos. • Vishnu el creador. Luego de haber pasado por el fuego destructor y el diluvio responsable de la regeneración, se puede ver a Vishnu recostado sobre una serpiente de mil cabezas, bajo la forma del llamado Narayana, junto a su esposa, la diosa Lakshmi. Del ombligo de Vishnu sale una flor de loto de la cual emerge Brahma, quien da comienzo a la creación del Universo. • Shiva el creador. Shiva, el supremo creador del cosmos, posee una jarra especial, la cual ha sido elaborada con barro y contiene el néctar de la inmortalidad . Él la hizo con el propósito de introducir las vedas, es decir, el conocimiento y las semillas de la creación de todas las criaturas que habitan el mundo. Una vez hecha esta jarra, Brahma la adornaría y la colocaría en las aguas que cubrirían el planeta después del diluvio regenerador (cada eón , Vishnu, en su apariencia de destructor, incendia todo lo existente y da paso a un diluvio regenerador que lo cubre todo y lo prepara para el próximo renacer). Después de vagar, Shiva se aparece en su aspecto de cazador y le dispara una flecha a la jarra, liberando de este modo todas las semillas de la creación y creando todo de nuevo. La historia que se narra en el RigVeda con respecto a la creación del hombre es que los dioses sacrificaron al hombre primordial, llamado Manú, y de ahí salieron todas las criaturas. De la boca surgió la casta divina, que son los Brahmanes; de los brazos, el príncipe guerrero; de las piernas, el mortal común, y de sus pies, el siervo. Se dice, a su vez, que la luna proviene de la mente de Manú, el sol es un ojo y el viento es el aliento del hombre primordial. Como se puede observar, además de tener diferentes versiones, en todas ellas la Creación se da a partir de elementos conocidos por el hombre, como la flor de loto y la vasija de barro. El Tripitaka, o el Tipitaka, corresponde a las escrituras budistas que fueron redactadas alrededor del siglo I a. C., casi 500 años después de la muerte de Buda , durante el reinado del rey Walagambahu de Sri Lanka. El Tripitaka se compone de tres categorías principales de textos que constituyen colectivamente el canon budista: el Sutta Piṭaka, el Vinaya Piṭaka y el Abhidhamma Piṭaka. En ninguno de ellos se menciona el acto de la creación del universo o de nosotros, ya que todo lo que existe se mueve en un eterno ciclo de nacer, vivir y morir. Esto incluye la materia, que ha existido en este ciclo desde siempre. Buda se refirió al origen del universo y la vida con estas palabras: Estos cuatro impensables, ¡oh monjes!, no deberían ser pensados; pensando en estos, uno experimentaría aflicción y locura. ¿Cuáles son estos cuatro? (1) La esfera [del conocimiento] de los Buddhas, ¡oh monjes!, es un impensable que no debería ser pensado; pensando en esto, uno experimentaría aflicción y locura. (2) La esfera de las absorciones meditativas, ¡oh monjes!, es un impensable que no debería ser pensado; pensando en esto, uno experimentaría aflicción y locura. (3) El resultado de las acciones (kamma), ¡oh monjes!, es un impensable que no debería ser pensado; pensando en esto, uno experimentaría aflicción y locura. (4) Pensar acerca del [origen] del mundo, ¡oh monjes!, es un impensable que no debería ser pensado; pensando en esto, uno experimentaría aflicción y locura. Estos cuatro impensables, ¡oh monjes!, no deberían ser pensados; pensando en estos, uno experimentaría aflicción y locura. (Acinteyya Sutta 392, Sexto Concilio Budista; el énfasis es mío) Ahora veamos lo que nos revela nuestra Biblia. A pesar de estar llena de metáforas y simbologías, y haber sido escrita en el lenguaje usado hace 3500 años, no deja de sorprender por su elegancia, consistencia, claridad y precisión. ¿Qué dice la Biblia, y qué dice la ciencia, con respecto a la creación de nuestro universo material? Veamos: La ciencia nos dice que el universo tuvo un comienzo, y a este evento lo ha denominado Big Bang o Gran Explosión. La Biblia nos dice que todo tuvo un principio: «En el principio, Dios creó el cielo y la tierra» (Génesis 1,1). La ciencia nos dice que esa explosión generó una enorme cantidad de luz que sigue llenando todo el universo en forma de radiación electromagnética . La Biblia nos dice que, inmediatamente después de la Creación, Dios creó la luz: «Entonces Dios dijo: “¡Que haya luz!” Y hubo luz» (Génesis 1,3). La ciencia nos dice que los cuerpos celestes se empezaron a formar cuando, después de 380 000 años de la explosión y gracias al enfriamiento del universo, se crearon los primeros átomos de hidrogeno y helio, los cuales se aglomeraron y constituyeron gigantescas «nubes» sin ninguna estructura. Luego, nos dice la ciencia, la fuerza de gravedad comenzó a unir los átomos existentes en esas nubes y creó una gran cantidad de objetos celestes. La Biblia nos dice que surgieron los planetas: «A la parte seca Dios la llamó “tierra”» (Génesis 1,10). La ciencia nos dice que las estrellas se formaron cuando algunas de esas gigantescas «nubes» adquirieron unos tamaños millones de veces mayores al de los planetas. Esto causó una enorme presión en el centro de sus masas, tan enorme que sus átomos se empezaron a fusionar y desprendieron una cantidad enorme de luz y de calor. La Biblia nos dice que se crearon las estrellas: «Entonces Dios dijo: “Que haya luces en la bóveda celeste, que alumbren la tierra y separen el día de la noche, y que sirvan también para señalar los días, los años y las fechas especiales”» (Génesis 1,14-15). La ciencia nos dice que cuando la tierra comenzó a enfriarse, hace más o menos 4000 millones de años, después de una larga actividad volcánica, surgió la atmosfera. Esta permitió la retención de gases que, al enfriarse, se convirtieron en nubes de vapor de agua. Estas nubes arrojaron enormes cantidades de agua por millones de años, lo que formó los mares. La Biblia nos dice que surgieron las lluvias y los mares: «[…] aún no había plantas ni había brotado la hierba, porque Dios el Señor todavía no había hecho llover sobre la tierra» (Génesis 2,5). La ciencia nos dice que la primera forma de vida que comenzó a poblar la tierra fue la de los organismos unicelulares. Estos se agruparon y crearon algas (vegetales), las cuales fueron las primeras colonizadoras de la superficie de la tierra. La Biblia relata que nació el reino vegetal: «[…] dijo: “Que produzca la tierra toda clase de plantas: hierbas que den semilla y árboles que den fruto”» (Génesis 1,11). La ciencia nos dice que aparecieron los animales, primero los marinos. Estos empezaron a salir del agua para poblar la tierra (ver el argumento de la Explosión Cámbrica, sobre la primera pregunta). La Biblia nos dice que apareció el reino animal: «Dios creó los grandes monstruos del mar, y todos los animales que el agua produce y que viven en ella […]. Entonces Dios dijo: “Que produzca la tierra toda clase de animales: domésticos y salvajes, y los que se arrastran por el suelo”» (Génesis 1,21.24). La ciencia nos dice que apareció el animal más complejo de todos, el hombre, y que su material orgánico proviene de la tierra misma, como sucede con el resto de los seres vivientes. La Biblia dice que Dios nos dejó para el final de su Creación y nos creó a su imagen y semejanza, a partir de la tierra. Nos dio algo que la ciencia no puede mencionar, pero que nos da el carácter humano: un alma. «Entonces Dios el Señor formó al hombre de la tierra misma, y sopló en su nariz y le dio vida. Así el hombre se convirtió en un ser viviente» (Génesis 2,7). He presentado la versión de la Creación según las cuatro religiones más importantes y reconocidas del mundo (islamismo, hinduismo, budismo y cristianismo); casi tres cuartas partes de la población mundial pertenece a una de ellas. Es innegable que hay una clara diferencia entre lo que dicen y lo que sabemos actualmente desde el punto de vista científico. La Biblia exhibe una versión tan elegante, precisa, acertada y hasta arriesgada con los detalles que, por más creatividad que hubiera tenido Moisés, es impensable que dicha narración haya sido fruto de su imaginación, que la fuente haya sido humana. ¿Coincidencia? ¿Suerte?

Dios

TERCERA TESIS: HECHOS CIENTÍFICOS EN LA BIBLIA

El apóstol Pablo conoció a Timoteo, durante su segundo viaje misionero a la ciudad de Listra (actualmente en Turquía), y se convirtió en su acompañante y amigo inseparable. Más tarde, Pablo le escribió dos de sus epístolas. En la segunda le dice: Tú, sigue firme en todo aquello que aprendiste, de lo cual estás convencido. Ya sabes quiénes te lo enseñaron. Recuerda que desde niño conoces las Sagradas Escrituras, que pueden instruirte y llevarte a la salvación por medio de la fe en Cristo Jesús. Toda Escritura está inspirada por Dios y es útil para enseñar y reprender, para corregir y educar en una vida de rectitud, para que el hombre de Dios esté capacitado y completamente preparado para hacer toda clase de bien. (2 Timoteo 3,14-17) Es claro entonces que el propósito de la Biblia no es revelarnos ningún conocimiento científico. Pero eso no impide que encontremos en ella ciertos hechos que la ciencia reveló siglos después que la Biblia lo hiciera. Los escritores bíblicos emplearon su propia voz, estilo y lenguaje, en un contexto cultural especifico, se dirigieron a su región y momento, con una audiencia definida en mente. Emplearon una gran cantidad de técnicas literarias para transmitir su mensaje, entre ellas ciertas figuras retóricas. Veamos un ejemplo: imagínese en el asiento del copiloto de un carro, disfrutando de un hermoso paisaje en un día soleado. Es tan placentero el viaje que de vez en cuando usted se duerme por segundos. De repente, el conductor frena, luego acelera rápidamente y da bruscos giros de un lado para el otro. Toda su atención se concentra en lo que está pasando en ese instante. Lo mismo sucede con las figuras retóricas. Algunas veces leemos algo que sigue un mismo hilo de narración, su lectura nos transmite serenidad y comodidad. De pronto, algo ocurre y toda nuestra atención se despierta y se concentra en lo que acaba de acontecer. Para eso se usan las figuras retóricas, para darle vitalidad a la lectura y llamar nuestra atención sobre algo en particular. Existen más de doscientas, pero entre las más utilizadas en la Biblia están el símil , la metáfora , la alegoría , la paradoja , la ironía , la personificación , el antropomorfismo , la antropopatía , la hipérbole , la sinécdoque y el eufemismo . Esto nos exige tener más cuidado cuando la leemos, porque hay que saber distinguir si en un cierto pasaje el autor está empleando figuras retóricas o no. Si no estamos atentos a la distinción, la interpretaremos de forma literal. En el siglo II d. C., Claudio Ptolomeo presentó su tratado astronómico conocido como Almagesto. En este, retomando el modelo del universo que Platón y Aristóteles habían detallado, describió un sistema geocéntrico. La Tierra permanecía inmóvil y ocupaba el centro de todo. El sol, la luna, los planetas y las estrellas giraban a su alrededor. Las autoridades religiosas de su época conectaron el planteamiento de este matemático con lo que dice el Salmo 93 (1-2): ¡El Señor es Rey! ¡El Señor se ha vestido de esplendor y se ha rodeado de poder! Él afirmó el mundo, para que no se mueva. Desde entonces, Señor, tu trono está firme. ¡Tú siempre has existido! Debido a una interpretación literal, esta idea se transmitió en las enseñanzas de la Iglesia hasta 1532, año en el que Nicolás Copérnico exhibió su modelo heliocéntrico. Según este modelo, era el sol el que permanecía estático y la Tierra la que se movía. La Biblia no se corrigió, sino la equivocada interpretación que se había hecho de este pasaje bíblico, el cual claramente usaba una figura retórica: la metáfora. El salmista estaba hablando del poder del Creador, que construyó un mundo firmemente establecido, el cual no se movería a menos que Él lo hiciera. No estaba hablando del movimiento físico de la Tierra. Teniendo esto en mente, y evitando interpretaciones literales cuando no corresponden, veamos ahora algunos ejemplos de los hechos científicos incluidos en las Sagradas Escrituras que llaman mucho la atención. Si, imitando a los habitantes del Israel en la época del rey David , usted mira hacia el firmamento en una noche estrellada sin usar ningún aparato óptico, ¿sería capaz de decir que cada estrella es única y diferente a todas las demás? ¿Qué le haría pensar que cada punto de luz, de los miles y miles que se pueden apreciar, es completamente diferente a los demás? Es cierto que algunos aparentan ser más grandes que otros, pero ¿puede decir que todos y cada uno de ellos son diferentes? El rey David supo que cada estrella del firmamento era única, diferente a todas las demás. «Él determina el número de las estrellas, y a cada una le pone nombre» (Salmos 147,4). Por esto Pablo dice: «El brillo del sol es diferente del brillo de la luna y del brillo de las estrellas; y aun entre las estrellas, el brillo de una es diferente del de otra» (1 Corintios 15,41). Esta afirmación se comprobó en 1814, cuando el astrónomo, óptico y físico alemán Joseph von Fraunhofer inventó el espectroscopio. Con dicho aparato se pudo determinar, por primera vez, que cada estrella producía una «firma» espectral única y diferente a todas las demás, una especie de huella digital estelar. Siguiendo con el tema de las estrellas, ¿usted se atrevería a decir que el número de ellas es infinito? Por más que sus ojos vean una gran cantidad, seguramente se aventuraría a dar un estimado. Tal vez diga que hay mil, o diez mil, o cien mil o incluso que hay un millón, pero ¿diría que son infinitas? El profeta Jeremías lo dijo poco más de dos mil quinientos años atrás: El Señor se dirigió a Jeremías, y le dijo: «Yo, el Señor, digo: […] Y a los descendientes de mi siervo David, y a mis ministros, los descendientes de Leví, los haré tan numerosos como las estrellas del cielo y los granos de arena del mar, que nadie puede contar». (Jeremías 33,19-22) Hasta el 20 de diciembre de 1923, se pensaba que nuestra vía láctea era todo el universo y que cada punto luminoso en el cielo era una estrella. En esa fecha, el astrónomo Edwin Powell Hubble observó desde el observatorio del monte Wilson, en el estado de California, que uno de los puntos que se pensaba que era una estrella, en realidad era otra galaxia con millones y millones de estrellas. Observó otro punto y comprobó lo mismo, y luego lo hizo con otro, y otro más. Súbitamente, y en el transcurso de los siguientes años de vida, la observación de Hubble expandió el tamaño del universo. Hoy sabemos que el universo tiene un número infinito de estrellas. Según el hinduismo, nuestro planeta es una enorme culebra que se muerde la cola, en clara alusión a que todo es un ciclo en la naturaleza. Esa serpiente está suspendida en el vacío y encierra en su interior un mar —de leche, en algunas versiones de sus libros—, llamado el Mar de la Tranquilidad, en el que nada una tortuga que encarna el poder creador. Sobre ella hay tres elefantes y cada uno de ellos porta un mundo. El mundo inferior corresponde a los demonios y el infierno; el superior es el de los dioses y la felicidad, y el intermedio es el de los hombres y representa nuestro planeta. Los antiguos griegos pensaban que la Tierra era un enorme cuerpo apoyado sobre columnas que reposaban en los hombros del titán Atlas. Según las creencias griegas, Atlas había liderado una rebelión de los titanes contra los dioses olímpicos que dio lugar a la guerra conocida como Titanomaquia. Después de su derrota, Atlas fue castigado por Zeus, quien lo condenó a soportar el peso de la Tierra sobre sus espaldas por toda la eternidad. Para los cheyenes, uno de los principales pueblos indígenas de América del Norte, el gran espíritu Maheo ordenó a la tortuga que cargara al mundo sobre su caparazón, debido a su fortaleza y longevidad . Según el libro de Job, escrito probablemente entre los siglos X y VIII a. C., la Tierra no descansa sobre ningún animal, sino que flota libremente en el espacio: Dios extendió el cielo sobre el vacío y colgó la tierra sobre la nada. Él encierra el agua en las nubes sin que las nubes revienten con el peso; oscurece la cara de la luna cubriéndola con una nube; ha puesto el horizonte del mar como límite entre la luz y las tinieblas. (Job 26,7-10) Cuando habla de la Creación, el profeta Isaías hace una clara referencia a la redondez del planeta: «Él es el que está sentado sobre la redondez de la Tierra» (Isaías 40,22). El evangelista Lucas lo repite, cuando describe la segunda venida de Jesús como un evento único e instantáneo. Allí afirma que al mismo tiempo es de noche y de día en algún lugar de nuestro planeta: Les digo que, en aquella noche, de dos que estén en una misma cama, uno será llevado y el otro será dejado. De dos mujeres que estén moliendo juntas, una será llevada y la otra será dejada. Estarán dos hombres en el campo: uno será llevado y el otro será dejado. (Lucas 17,34-36) Esto fue demostrado científicamente quince siglos después, cuando famosos navegantes como Cristóbal Colón, Vasco da Gama, Pedro Álvarez Cabral, Juan de la Cosa, Bartolomé Díaz, Juan Caboto, Diego García de Moguer, Fernando de Magallanes, Juan Sebastián Elcano, Andrés de Urdaneta, Diego de Almagro, García Jofre de Loaísa, Miguel López de Legazpi, Francisco Pizarro, Francisco de Orellana y Hernán Cortés, entre otros, circunnavegaron la Tierra y la cartografiaron. De esta forma demostraron su redondez y verificaron que se encontraba suspendida en el espacio. En el capítulo primero expliqué en qué consistía la segunda ley de la termodinámica, o ley de la entropía. Esta dice básicamente que toda la materia tiende a desgastarse con el tiempo. Esto quiere decir que en millones y millones de años toda la materia habrá desaparecido. Dicha ley se expresó por primera vez en 1824, cuando el ingeniero francés Nicolás Sadi Carnot publicó su obra, Reflexiones sobre la potencia motriz del fuego y sobre las máquinas adecuadas para desarrollar esta potencia. Este planteamiento maduró paulatinamente hasta que Albert Einstein presentó sus trabajos sobre la relatividad especial, a inicios del siglo pasado. El profeta Isaías y el rey David advirtieron claramente que la Tierra sufría un desgaste, algo que nos tomó más de veinte siglos entender: Alzad a los cielos vuestros ojos, y mirad abajo a la tierra; porque los cielos serán deshechos como humo, y la tierra se envejecerá como ropa de vestir, y de la misma manera perecerán sus moradores; pero mi salvación será para siempre, mi justicia no perecerá. (Isaías 51,4) Desde el principio tú fundaste la tierra, y los cielos son obra de tus manos. Ellos perecerán, más tú permanecerás; y todos ellos como una vestidura se envejecerán; como un vestido los mudarás, y serán mudados. (Salmos 102,25-26) En la década de 1930, el físico, matemático y astrónomo inglés James Jeans presentó la teoría del estado estacionario. En ella detalló una supuesta creación permanente de materia para resolver ciertos problemas cosmológicos que no se podían solucionar de otra manera. Esta teoría contravenía abiertamente la primera ley de la termodinámica, que sostiene que ni la materia ni la energía se crean. En el presente, esta teoría se toma como inválida por violar dicha ley; es decir, no existe una creación de materia en curso, tal y como lo establece la Biblia: «El cielo y la tierra, y todo lo que hay en ellos, quedaron terminados» (Génesis 2,1).

mesias

CUARTA TESIS: LAS PROFECÍAS QUE SE CUMPLIERON EN JESÚS

En el 2000, un amigo me dijo que iba a hacer una predicción para el futuro, y que yo la podría comprobar. Asumí que era un juego y con extremo pesimismo le pedí que la escribiera. Me entregó un sobre cerrado, con una frase en el frente que decía: «Abrir el 1 de enero del 2020». Siempre tuve muy presente esa fecha, así que llegada la hora abrí presuroso el sobre y leí su contenido. Decía: «En esta fecha, 1 de enero del 2020, en el hospital Monte Sinaí de la ciudad de Nueva York va a nacer un niño». Me pareció que esa profecía no tenía ningún mérito, porque en realidad cualquiera hubiera podido hacerla y ella se habría cumplido. Llamé al hospital y pude comprobar que efectivamente ese día había nacido un varón. ¿Merece mi amigo llamarse «profeta» por haber predicho, veinte años atrás, un hecho que efectivamente se dio? Ciertamente que no. Como dije, cualquiera hubiera podido hacer esa profecía. Pero supongamos que, en vez de haber escrito lo que escribió, mi amigo hubiera dicho: «En esta fecha, 1 de enero del 2020, en el hospital Monte Sinaí de la ciudad de Nueva York va a nacer un niño, y su madre se llama Rosalba». ¿Qué habría pasado si el hospital me hubiera confirmado que efectivamente una de las madres que había dado a luz a un niño se llamaba Rosalba? Habría tenido una buena impresión de mi amigo, pero, dadas las probabilidades de que algunas mujeres con ese nombre hubieran dado a luz en ese lugar, no lo habría reconocido como un profeta. Ahora supongamos que hubiera escrito: «En esta fecha, 1 de enero del 2020, en el hospital Monte Sinaí de la ciudad de Nueva York va a nacer un niño. Su madre se llama Rosalba Pérez y su padre, Carlos Martínez. Ella es ecuatoriana y él es venezolano. Es el primer hijo de esta pareja. Ella tiene veinticuatro años y él, treinta. El niño será bautizado Felipe». ¿Qué habría pasado si el hospital me hubiera confirmado que efectivamente ese día nació un niño al que le pusieron por nombre Felipe, que su madre ecuatoriana se llamaba Rosalba Pérez y su padre venezolano, Carlos Martínez, que era el primer hijo de la pareja y que efectivamente tenían las edades que decía la carta? Habría dos posibilidades para explicar esto. La primera: aceptar que efectivamente mi amigo podía ver el futuro. La segunda: que se aventuró a decir nombres, fechas, lugares y adivinó. ¡Adivinó! Pero ¿qué tan probable es que él hubiera inventado todos esos datos y hubiera adivinado? En el Apéndice B hago una pequeña introducción al fascinante mundo de las probabilidades. Pero no hace falta ser un gran matemático para entender lo extremadamente difícil que es adivinar todos esos datos. Mucha gente está familiarizada con las loterías. Supongamos que yo hago una rifa y únicamente imprimo nueve boletas. ¿Cree usted que es fácil o difícil ganarse esa rifa? Sería fácil, ¿cierto? Ahora supongamos que, en vez de imprimir nueve, imprimo noventa y nueve. ¿Seguiría pensando que es fácil ganarse la rifa? Si, en vez de noventa y nueve, fueran novecientas noventa y nueve mil novecientas noventa y nueve boletas, sería bastante difícil ganársela ¿verdad? De todas las ciudades del mundo, mi amigo escogió una; de todas las posibles fechas, él se aventuró a elegir una; de todos los nombres de mujeres y hombres, él se arriesgó a escoger uno para cada uno de los padres; hizo lo mismo con su nacionalidad, y de todas las posibles edades, él dijo unas. Matemáticamente, es casi imposible adivinar todos esos datos. Así que, de haber acertado, solo restaría pensar que efectivamente mi amigo era un profeta, que fue capaz de ver el futuro con veinte años de anticipación y poner por escrito ese acontecimiento particular. Esto fue lo que ocurrió con Jesús de Nazaret. Durante cientos de años, muchos profetas suministraron información que apuntaba a un solo hombre: el Mesías. Personas que nunca se conocieron entre ellas, que no vivieron en los mismos continentes, que ni siquiera hablaban el mismo idioma; todas ellas aportaron la información del lugar de nacimiento, del momento en que ocurriría, de sus padres, de varios eventos que viviría, de sus amigos y enemigos, de lo que haría, de sus milagros, de cómo ocurriría su muerte, de la traición de Judas, del abandono de sus apóstoles, de su resurrección y de muchos otros detalles de su vida. ¿Coincidencia? ¿Suerte? ¿O esto comprueba la verdadera autoría de la Biblia? Ser profeta en los tiempos del Antiguo Testamento era un asunto demasiado peligroso. El pueblo judío era consciente de la sentencia de muerte para todo profeta falso, pues así lo había advertido Dios. Los que profetizaban estaban advertidos: Les levantaré un profeta como tú, de entre sus hermanos. Yo pondré mis palabras en su boca, y él les hablará todo lo que yo le mande. Y al hombre que no escuche mis palabras que él hablará en mi nombre, yo le pediré cuentas. Pero el profeta que se atreva a hablar en mi nombre una palabra que yo no le haya mandado hablar, o que hable en nombre de otros dioses, ese profeta morirá. Puedes decir en tu corazón: «¿Cómo discerniremos la palabra que el Señor no ha hablado?». Cuando un profeta hable en el nombre del Señor y no se cumpla ni acontezca lo que dijo, esa es la palabra que el Señor no ha hablado. Con soberbia la habló aquel profeta; no tengas temor de él. (Deuteronomio 18,15-22) Al comienzo de este capítulo suministré suficientes pruebas de que la Biblia actual puede ser cotejada con papiros, o fragmentos de ellos, tan antiguos como del siglo VIII a. C. Así que, por lo menos, tenemos la certeza de que el Antiguo Testamento de nuestra Biblia es el mismo que existía ochocientos años antes del nacimiento de Jesús. ¿Por qué es importante esta aclaración? Porque voy a citar muchas de las profecías del Antiguo Testamento y describiré su cumplimiento. En el proceso, quiero evitar que por su mente pase la posibilidad de que se trata de un fraude , que lo que el profeta dijo fue escrito después de los acontecimientos para darle así a lo escrito el título de profecía y ratificar que Jesús era el Mesías. Ese no es el caso. Los escritos proféticos datan de cientos de años antes del nacimiento de Jesús, y usted mismo lo puede comprobar visitando los sitios de Internet que mencioné cuando traté el tema del soporte histórico de la Biblia. No hay ninguna indicación bíblica de que los apóstoles de Jesús fueran expertos conocedores de todas las escrituras (lo que nosotros llamamos Antiguo Testamento). Sin embargo, conocían sus primeros cinco libros (el Pentateuco o la Torá). Ellos se referían a estos como la Ley. De los doce apóstoles, solo dos escribieron evangelios: Juan y Mateo. Otros tres redactaron cartas: Pedro, Santiago y, nuevamente, Juan. En todos estos escritos se encargaron de reseñar la importancia de la Ley. El día de la resurrección del Señor, dos de los discípulos tuvieron un encuentro con el resucitado. Al final del encuentro, ellos se preguntaron: «¿No es verdad que el corazón nos ardía en el pecho cuando nos venía hablando por el camino y nos explicaba las Escrituras?» (Lucas 24,32). ¿Qué fue lo que Jesús les explicó para que, a ellos, al entender, les ardiera el corazón? ¿Qué fue eso tan maravilloso que les contó? Jesús tuvo que explicarles muchas de las profecías (¿tal vez todas?) que habían sido escritas antes de su nacimiento y que hablaban de Él, del Mesías. Por esta razón, cuando los evangelistas escribieron los Evangelios, se encargaron de transmitirnos ese conocimiento que Jesús mismo les compartió. De este modo, quien no fuera versado en la interpretación de las Escrituras podría confirmar que Jesús sí era el Mesías que los profetas habían anunciado. A continuación, voy a citar algunos pasajes bíblicos para sustentar el cumplimiento de las profecías. En la gran mayoría de ellos usted encontrará frases como «esto sucedió para que se cumpliera la Escritura que dice […]», «pero esto sucedió para cumplir la palabra que está escrita en la Ley […]», «entonces se cumplió lo que fue dicho por el profeta […], cuando dijo: […]», «todo esto ha ocurrido para que se cumplan las Escrituras de los profetas», «porque está escrito […]», etc. Los evangelistas usaron estas frases para ayudarnos a comprender lo que significaba el cumplimiento de los eventos preanunciados por los profetas. Profecía uno: el Mesías sería el hijo de Dios. Con esta profecía, el judaísmo sería la única religión que proclamaría a Dios hecho hombre. Profecía Cumplimiento Yo declararé el decreto. El Señor me ha dicho: «Tú eres mi hijo; yo te engendré hoy. Pídeme, y te daré por heredad las naciones, y por posesión tuya los confines de la Tierra. Tú los quebrantarás con vara de hierro; como a vasija de alfarero los desmenuzarás» (Salmos 2,7-9). Sucederá que cuando se cumplan tus días para que vayas a estar con tus padres, yo levantaré después de ti a un descendiente tuyo, que será uno de tus hijos, y afirmaré su reino. Él me edificará una casa, y yo estableceré su trono para siempre. Yo seré para él, padre; y él será para mí, hijo. Y no quitaré de él mi misericordia, como la quité de aquel que te antecedió. Lo estableceré en mi casa y en mi reino para siempre, y su trono será estable para siempre (1 Crónicas 17,11-14). Y cuando Jesús fue bautizado, enseguida subió del agua, y he aquí que los cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma y venía sobre él. Y he aquí, una voz de los cielos decía: «Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia» (Mateo 3,17). Profecía dos: nacería de una mujer; es decir que no iba simplemente a aparecer «por ahí», sin saberse nada de su procedencia. Sería tan humano en la carne como cualquiera de nosotros. La mujer de la profecía sería María y su descendiente, Jesús. Profecía Cumplimiento Entonces Dios el Señor dijo a la serpiente: —Por esto que has hecho, maldita serás entre todos los demás animales. De hoy en adelante caminarás arrastrándote y comerás tierra. Haré que tú y la mujer sean enemigas, lo mismo que tu descendencia y su descendencia. Su descendencia te aplastará la cabeza, y tú le morderás el talón (Génesis 3,14-15). El origen de Jesucristo fue este: María, su madre, estaba comprometida para casarse con José; pero antes que vivieran juntos, se encontró encinta por el poder del Espíritu Santo (Mateo 1,18). Profecía tres: nacería de una virgen; es decir que su embarazo no sería fruto de una relación con un hombre, ya que ella concebiría sin perder su virginidad. En mi primer libro, Lo que quiso saber de nuestra Iglesia católica y no se atrevió a preguntar, desarrollé todo un capítulo sobre este misterio. Profecía Cumplimiento Por tanto, el Señor mismo os dará señal: he aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel (Isaías 7,14). El nacimiento de Jesucristo fue así: estando desposada María su madre con José, antes que se juntasen, se halló que había concebido del Espíritu Santo (Mateo 1,18).   Profecía cuatro: sería un descendiente de Abraham. Profecía Cumplimiento Un día el Señor le dijo a Abram: «Deja tu tierra, tus parientes y la casa de tu padre, para ir a la tierra que yo te voy a mostrar. Con tus descendientes voy a formar una gran nación; voy a bendecirte y hacerte famoso, y serás una bendición para otros. Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré a los que te maldigan; por medio de ti bendeciré a todas las familias del mundo» (Génesis 12,1-3). Esta es una lista de los antepasados de Jesucristo, que fue descendiente de David y de Abraham (Mateo 1,1). Profecía cinco: de los hijos de Abraham se destacaron dos: Ismael e Isaac. Este último tuvo dos hijos mellizos: Esaú y Jacob. Jacob fue el padre de doce hijos; de allí provienen las doce tribus de Israel (Dios cambió el nombre de Jacob por Israel —Génesis 32,28—). El Mesías sería descendiente del cuarto de esos doce hijos, Judá. Profecía Cumplimiento Nadie le quitará el poder a Judá ni el cetro que tiene en las manos, hasta que venga el dueño del cetro, a quien los pueblos obedecerán (Génesis 49,10). Esta es una lista de los antepasados de Jesucristo, que fue descendiente de David y de Abraham: Abraham fue padre de Isaac, este lo fue de Jacob y este de Judá y sus hermanos. Judá fue padre de Fares y de Zérah, y su madre fue Tamar (Mateo 1,1-3). Profecía seis: sería descendiente de Jesé, el padre del rey David. Profecía Cumplimiento De ese tronco que es Jesé, sale un retoño; un retoño brota de sus raíces. El espíritu del Señor estará continuamente sobre él, y le dará sabiduría, inteligencia, prudencia, fuerza, conocimiento y temor del Señor (Isaías 11,1-2). Esta es una lista de los antepasados de Jesucristo, que fue descendiente de David y de Abraham: […] Obed fue padre de Jesé, y Jesé fue padre del rey David (Mateo 1,1-6). Profecía siete: sería descendiente del rey David. Estaba profetizado que el Mesías sería descendiente de David, el menor de los ocho hijos de Jesé. Profecía Cumplimiento El Señor afirma: «Vendrá un día en que haré que David tenga un descendiente legítimo, un rey que reine con sabiduría y que actúe con justicia y rectitud en el país» (Jeremías 23,5). Esta es una lista de los antepasados de Jesucristo, que fue descendiente de David y de Abraham (Mateo 1,1). Profecía ocho: nacería en la ciudad de Belén. Profecía Cumplimiento Pero tú, oh Belén Efrata, aunque eres pequeña entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será el gobernante de Israel, cuyo origen es antiguo desde los días de la eternidad (Miqueas 5,2). Jesús nació en Belén de Judea, en días del rey Herodes (Mateo 2,1). Profecía nueve: reyes de tierras lejanas viajarían a llevarle regalos al Mesías. Profecía Cumplimiento Los reyes de Tarsis y de las costas del mar le traerán presentes; los reyes de Saba y de Seba le presentarán tributo (Salmo 72,10). Una multitud de camellos te cubrirá, dromedarios de Madián y de Efa; todos ellos vendrán de Seba. Traerán oro e incienso, y proclamarán las alabanzas del Señor (Isaías 60,6). Jesús nació en Belén de Judea, en días del rey Herodes. Y he aquí unos magos vinieron del oriente a Jerusalén […] Y he aquí que la estrella que habían visto en el Oriente iba delante de ellos, hasta que llegó y se detuvo sobre donde estaba el niño […] Entonces abrieron sus tesoros y le ofrecieron presentes de oro, incienso y mirra (Mateo 2,1-11). Profecía diez: se daría una matanza de niños menores de dos años, cuando fuertes rumores sobre el nacimiento de quién sería rey de Israel, el Mesías, llegaran a oídos del rey Herodes. Profecía Cumplimiento Así ha dicho el Señor: «Voz fue oída en Ramá; lamento y llanto amargo. Raquel lloraba por sus hijos, y no quería ser consolada por sus hijos, porque perecieron» (Jeremías 31,15). Entonces Herodes, al verse burlado por los magos, se enojó sobremanera y mandó matar a todos los niños varones en Belén y en todos sus alrededores, de dos años para abajo, conforme al tiempo que había averiguado de los magos (Mateo 2,16). Profecía once: sería llamado el Señor. Profecía Cumplimiento El Señor dijo a mi señor: «Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos como estrado de tus pies» (Salmo 110,1). Pero el ángel les dijo: —No teman, porque he aquí les doy buenas noticias de gran gozo que serán para todo el pueblo: que hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es Cristo el Señor (Lucas 2,10). Profecía doce: sería llamado Emanuel, que quiere decir «Dios con nosotros»; es decir que sería de carne y hueso como nosotros. Profecía Cumplimiento Por tanto, el mismo Señor les dará la señal: he aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel (Isaías 7,14). El temor se apoderó de todos, y glorificaban a Dios diciendo: —¡Un gran profeta se ha levantado entre nosotros! ¡Dios ha visitado a su pueblo! (Lucas 7,16). Profecía trece: sería reconocido como profeta. Profecía Cumplimiento […] el Señor me dijo: «Está bien lo que han dicho. Les levantaré un profeta como tú, de entre sus hermanos. Yo pondré mis palabras en su boca, y él les hablará todo lo que yo le mande» (Deuteronomio 18,17-18). Cuando él entró en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió diciendo: —¿Quién es este? Y las multitudes decían: —Este es Jesús el profeta, de Nazaret de Galilea (Mateo 21,10-11). Profecía catorce: sería reconocido como sumo sacerdote. Profecía Cumplimiento El Señor juró y no se retractará: «Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec» (Salmo 110,4). Por tanto, hermanos santos, participantes del llamamiento celestial, consideren a Jesús, el apóstol y sumo sacerdote de nuestra confesión (Hebreos 3,1). Profecía quince: sería reconocido como rey. Profecía Cumplimiento ¡Yo he instalado a mi rey en Sion, mi monte santo! (Salmo 2,6). Pusieron sobre su cabeza su acusación escrita: «Este es Jesús, el rey de los judíos» (Mateo 27,37). Profecía dieciséis: un mensajero se encargaría de anunciar la llegada del Mesías. Este sería Juan el Bautista. Profecía Cumplimiento He aquí yo envío mi mensajero, el cual preparará el camino delante de mí. Y luego, repentinamente, vendrá a su templo el Señor a quien buscan, el ángel del pacto a quien ustedes desean. ¡He aquí que viene!, ha dicho el Señor de los Ejércitos (Malaquías 3,1). Una voz proclama: «¡En el desierto preparen el camino del Señor; enderecen calzada en la soledad para nuestro Dios!» (Isaías 40,4). En aquellos días apareció Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea y diciendo: «¡Arrepiéntanse, porque el Reino de los Cielos se ha acercado!» (Mateo 3,1). Profecía diecisiete: su ministerio comenzaría en la región de Galilea. Profecía Cumplimiento Sin embargo, no tendrá oscuridad la que estaba en angustia. En tiempos anteriores él humilló la tierra de Zabulón y la tierra de Neftalí; pero en tiempos posteriores traerá gloria a Galilea de los gentiles, camino del mar y el otro lado del Jordán (Isaías 9,1). Y cuando Jesús oyó que Juan había sido encarcelado, regresó a Galilea. Y, habiendo dejado Nazaret, fue y habitó en Capernaúm, ciudad junto al mar en la región de Zabulón y Neftalí […] Desde entonces Jesús comenzó a predicar y a decir: «¡Arrepiéntanse, porque el Reino de los Cielos se ha acercado!» (Mateo 4,12-17). Profecía dieciocho: haría muchos milagros, sanaría un sinnúmero de enfermedades. Profecía Cumplimiento Entonces serán abiertos los ojos de los ciegos, y los oídos de los sordos se destaparán. Entonces el cojo saltará como un venado, y cantará la lengua del mudo (Isaías 35,5-6). Jesús recorría todas las ciudades y las aldeas, enseñando en sus sinagogas, predicando el evangelio del reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia (Mateo 9,35). Profecía diecinueve: su prédica sería a modo de parábolas. Profecía Cumplimiento Abriré mi boca en parábolas; evocaré las cosas escondidas del pasado, las cuales hemos oído y entendido, porque nos las contaron nuestros padres (Salmo 78,2-3). Todo esto habló Jesús en parábolas a las multitudes y sin parábolas no les hablaba (Mateo 13,34). Profecía veinte: entraría a Jerusalén montado en un asno y sería proclamado rey. Profecía Cumplimiento ¡Alégrate mucho, oh hija de Sion! ¡Da voces de júbilo, oh hija de Jerusalén! He aquí tu Rey, viene a ti, justo y victorioso, humilde y montado sobre un asno, sobre un borriquillo, hijo de asna (Zacarías 9,9). Trajeron el borriquillo a Jesús y, echando sobre él sus mantos, hicieron que Jesús montara encima. Y mientras él avanzaba, tendían sus mantos por el camino. Cuando ya llegaba él cerca de la bajada del monte de los Olivos, toda la multitud de los discípulos, gozándose, comenzó a alabar a Dios a gran voz por todas las maravillas que habían visto (Lucas 19,35-37). Profecía veintiuno: no se quedaría muerto, sino que resucitaría. En mi primer libro, Lo que quiso saber de nuestra Iglesia católica y no se atrevió a preguntar, desarrollé todo un capítulo sobre este misterio. Más adelante, todo el tercer capítulo de la presente obra girará en torno a este tema tan crucial, pilar de nuestra religión. Profecía Cumplimiento Pues no dejarás mi alma en el Seol ni permitirás que tu santo vea corrupción (Salmo 16,10). Y respondiendo, el ángel dijo a las mujeres: —No teman, porque sé que buscan a Jesús, quien fue crucificado. No está aquí, porque ha resucitado, así como dijo. Vengan, vean el lugar donde estaba puesto (Mateo 28,5-6). Profecía veintidós: uno de sus más cercanos amigos, el apóstol Judas, sería quien lo traicionaría. Profecía Cumplimiento Aun mi amigo íntimo, en quien yo confiaba y quien comía de mi pan, ha levantado contra mí el talón (Salmo 41,9). Le preguntarán: «¿Qué heridas son estas en tus manos?». Y él responderá: «Con ellas fui herido en la casa de mis amigos» (Zacarías 13,6). Mientras él aún hablaba, vino Judas, que era uno de los doce, y con él mucha gente con espadas y palos de parte de los principales sacerdotes y de los ancianos del pueblo. El que le entregaba les había dado señal diciendo: «Al que yo bese, ese es. Préndanle». De inmediato se acercó a Jesús y dijo: —¡Te saludo, Rabí! Y lo besó (Mateo 26,47-49).   Profecía veintitrés: el traidor recibiría a cambio treinta monedas de plata. Profecía Cumplimiento En aquel día fue anulado; y los que comerciaban con ovejas y que me observaban, reconocieron que era Palabra del Señor. Y les dije: «Si les parece bien, denme mi salario; y si no, déjenlo». Y pesaron por salario mío treinta piezas de plata (Zacarías 11,11-12). […] y les dijo: —¿Qué me quieren dar? Y yo se los entregaré. Ellos le asignaron treinta piezas de plata; y desde entonces él buscaba la oportunidad para entregarlo (Mateo 26,15-16). Profecía veinticuatro: esa paga terminaría arrojada en el templo. Profecía Cumplimiento Entonces el Señor me dijo: «Échalo al tesoro. ¡Magnífico precio con que me han apreciado!». Yo tomé las treinta piezas de plata y las eché en el tesoro, en la casa del Señor (Zacarías 11,13). Entonces él, arrojando las piezas de plata dentro del santuario, se apartó, se fue y se ahorcó (Mateo 27,5). Profecía veinticinco: sus discípulos lo abandonarían durante su falso juicio, sentencia y ejecución. Profecía Cumplimiento Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas (Zacarías 13,7). En aquel día sucederá que todos los profetas se avergonzarán de su visión cuando profeticen. Nunca más se vestirán con manto de pelo para engañar. Y dirá uno de ellos: «Yo no soy profeta; soy labrador de la tierra, pues la tierra es mi ocupación desde mi juventud». Le preguntarán: «¿Qué heridas son estas en tus manos?». Y él responderá: «Con ellas fui herido en la casa de mis amigos» (Zacarías 13,4-6). Entonces todos los suyos lo abandonaron y huyeron (Marcos 14,50). Profecía veintiséis: sería acusado por falsos testigos en el aparente juicio. Profecía Cumplimiento Se han levantado testigos falsos, y me interrogan de lo que no sé (Salmo 35,11). Los principales sacerdotes, los ancianos y todo el Sanedrín buscaban falso testimonio contra Jesús, para que le entregaran a muerte (Mateo 26,59). Profecía veintisiete: durante el falso juicio, no se defendería, sino que permanecería en silencio. Profecía Cumplimiento Él fue oprimido y afligido, pero no abrió su boca. Como un cordero, fue llevado al matadero; y como una oveja que enmudece delante de sus esquiladores, tampoco él abrió su boca (Isaías 53,7). Él no le respondió ni una palabra, de manera que el procurador se maravillaba mucho (Mateo 27,14). Profecía veintiocho: sería escupido, fuertemente torturado y molido a golpes. Profecía Cumplimiento Entregué mis espaldas a los que me golpeaban, y mis mejillas a los que me arrancaban la barba. No escondí mi cara de las afrentas ni de los escupitajos (Isaías 50,6). Pero él fue herido por nuestras transgresiones, molido por nuestros pecados. El castigo que nos trajo paz fue sobre él, y por sus heridas fuimos nosotros sanados (Isaías 53,5). Mis rodillas están debilitadas a causa del ayuno, y mi carne está desfallecida por falta de alimento (Salmo 109,24). Entonces le escupieron en la cara y le dieron puñetazos, y otros le dieron bofetadas (Mateo 26,67). Y escupiendo en él, tomaron la caña y le golpeaban la cabeza (Mateo 27,30). Entonces les soltó a Barrabás y, después de haber azotado a Jesús, lo entregó para que fuera crucificado (Mateo 27,26).   Profecía veintinueve: muchos se burlarían de Él durante su pasión. Profecía Cumplimiento Todos los que me ven se burlan de mí. Estiran los labios y mueven la cabeza diciendo: «En el Señor confió; que él lo rescate. Que lo libre, ya que de él se agradó» (Salmo 22,7-8). Habiendo entretejido una corona de espinas, se la pusieron sobre su cabeza, y en su mano derecha pusieron una caña. Se arrodillaron delante de él y se burlaron de él, diciendo: —¡Viva, rey de los judíos! (Mateo 27,29). Los que pasaban lo insultaban, meneando sus cabezas y diciendo: —Tú que derribas el templo y en tres días lo edificas, ¡sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, y desciende de la cruz! (Mateo 27,39-40). Profecía treinta: sería crucificado, por lo que sus pies y manos serían atravesados. Profecía Cumplimiento Los perros me han rodeado; me ha cercado una pandilla de malhechores, y horadaron mis manos y mis pies (Salmo 22,16). Entonces los otros discípulos le decían: —¡Hemos visto al Señor! —. Pero él les dijo: —Si yo no veo en sus manos la marca de los clavos, y si no meto mi dedo en la marca de los clavos, y si no meto mi mano en su costado, no creeré jamás— (Juan 20,25). Profecía treinta y uno: sería crucificado acompañado de ladrones. Profecía Cumplimiento Porque derramó su vida hasta la muerte y fue contado entre los transgresores (Isaías 53,12). Entonces crucificaron con él a dos ladrones, uno a la derecha y otro a la izquierda (Mateo 27,38). Profecía treinta y dos: intercedería por sus transgresores durante su pasión. Profecía Cumplimiento Porque derramó su vida hasta la muerte y fue contado entre los transgresores, habiendo él llevado el pecado de muchos e intercedido por los transgresores (Isaías 53,12). Y Jesús decía: —Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen (Lucas 23,34). Profecía treinta y tres: sería rechazado por su propio pueblo. Profecía Cumplimiento Fue despreciado y desechado por los hombres, varón de dolores y experimentado en el sufrimiento. Y como escondimos de él el rostro, lo menospreciamos y no lo estimamos (Isaías 53,3). Pues ni aún sus hermanos creían en él (Juan 7,5).   Profecía treinta y cuatro: sería aborrecido sin ninguna razón. Profecía Cumplimiento Los que me aborrecen sin causa se han aumentado; son más que los cabellos de mi cabeza (Salmo 69,4). Si el mundo los aborrece, sepan que a mí me ha aborrecido antes que a ustedes […] El que me aborrece, también aborrece a mi Padre. Si yo no hubiera hecho entre ellos obras como ningún otro ha hecho, no tendrían pecado. Y ahora las han visto, y también han aborrecido tanto a mí como a mi Padre (Juan 15,18-24). Profecía treinta y cinco: sus amigos y conocidos se apartarían de Él y tomarían distancia. Profecía Cumplimiento Mis amigos y compañeros se han apartado de mi plaga; mis parientes se han mantenido alejados (Salmo 38,11). Pero todos sus conocidos, y las mujeres que lo habían seguido desde Galilea, se quedaron lejos mirando estas cosas (Lucas 23,49). Profecía treinta y seis: le quitarían su vestido y se lo jugarían a suertes. Profecía Cumplimiento Reparten entre sí mis vestidos, y sobre mi ropa echan suertes (Salmo 22,18). Cuando los soldados crucificaron a Jesús tomaron los vestidos de él e hicieron cuatro partes, una para cada soldado. Además, tomaron la túnica, pero la túnica no tenía costura; era tejida entera de arriba abajo. Por esto se dijeron uno al otro: —No la partamos; más bien echemos suertes sobre ella para ver de quién será (Juan 19,23-24). Profecía treinta y siete: durante su martirio sentiría mucha sed y en vez de darle agua le darían hiel con vinagre. Profecía Cumplimiento Además, me dieron hiel en lugar de alimento, y para mi sed me dieron de beber vinagre (Salmo 69,21). Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo se había consumado, para que se cumpliera la Escritura dijo: —Tengo sed—. Había allí una vasija llena de vinagre. Entonces pusieron en un hisopo una esponja empapada en vinagre y se la acercaron a la boca (Juan 19,28-29). Profecía treinta y ocho: una vez muerto, no le quebrarían los huesos (como se acostumbraba a hacer para garantizar la muerte en caso de que la víctima hubiera soportado el largo periodo de la crucifixión). Profecía Cumplimiento Él guardará todos sus huesos; ni uno de ellos será quebrantado (Salmo 34,20). Pero cuando llegaron a Jesús, como lo vieron ya muerto, no le quebraron las piernas (Juan 19,33). Profecía treinta y nueve: le atravesarían el costado. Profecía Cumplimiento Mirarán al que traspasaron y harán duelo por él con duelo como por hijo único, afligiéndose por él como quien se aflige por un primogénito. (Zacarías 12,10). Pero uno de los soldados le abrió el costado con una lanza y salió al instante sangre y agua (Juan 19,34). Profecía cuarenta: una gran oscuridad cubriría la tierra durante el martirio de Jesús. Profecía Cumplimiento Sucederá en aquel día, dice el Señor Dios, que haré que el sol se oculte al mediodía, y en pleno día haré que la tierra sea cubierta de tinieblas (Amos 8,9). Desde el mediodía descendió oscuridad sobre toda la tierra hasta las tres de la tarde (Mateo 27,45). Profecía cuarenta y uno: sería sepultado en una tumba de una persona adinerada. Profecía Cumplimiento Se dispuso con los impíos su sepultura, y con los ricos estuvo en su muerte (Isaías 53,9). Al atardecer, vino un hombre rico de Arimatea llamado José, quien también había sido discípulo de Jesús […] José tomó el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia y lo puso en su sepulcro nuevo que había labrado en la peña (Mateo 27,57-60). He mencionado el cumplimiento de tan solo cuarenta y una profecías (entre más de trescientas) de ocho profetas diferentes: Moisés, Isaías, Zacarías, el rey David, el rey Salomón, Jeremías, Amos y Miqueas. Estos profetas vivieron entre los siglos XIV a. C. y V a. C., hablaron en idiomas distintos, vivieron en territorios geográficos diferentes y cada uno dio detalles de la venida del Mesías. ¿Coincidencia? ¿Suerte? ¿O esto comprueba la verdadera autoría de la Biblia?

DADOS

QUINTA TESIS: PROBABILIDAD QUE SE CUMPLIERAN LAS PROFECÍAS

En el Apéndice B doy una simple explicación de la forma en que se calcula una probabilidad y hablo un poco de las probabilidades en general. Por ahora, basta con decir que, si la probabilidad de que una cosa pase es de uno entre M (o sea, «1/m»), y la de que otro evento independiente del primero ocurra es de uno entre N (o sea, «1/n»), entonces la probabilidad de que ocurran las dos a la vez es de uno entre M multiplicado por N —es decir, «1/(m x n)»—. Permítame ilustrar esto. Si uno de cada diez hombres mide más de 6 pies de altura, y uno de cada cien hombres pesa más de 300 libras, entonces uno de cada mil (diez multiplicado por cien) mide más de 6 pies y pesa más de 300 libras. Esta aseveración se puede demostrar haciendo el siguiente ejercicio. Imagine que cogemos al azar mil hombres y los ordenamos por estatura. Dado que uno de cada diez sobrepasa los 6 pies de altura, veremos que los primeros cien miden más de 6 pies. Los otros 900 estarán por debajo de esta altura. Por consiguiente, no pueden tener las dos características que buscamos (que excedan 6 pies de altura y que pesen más de 300 libras). Ahora, como dijimos que uno de cada cien pesa más de 300 libras, observaremos a los cien hombres que escogimos por medir más de 6 pies: solo uno de ellos tendrá el peso buscado. Es decir que, de los mil que seleccionamos al azar, solo uno medirá más de 6 pies y pesará más de 300 libras, como lo habíamos determinado con la fórmula. InterVarsity Christian Fellowship es una organización que por más de 75 años ha formado grupos de jóvenes universitarios en cientos de universidades de todo el mundo que se dedican al estudio bíblico. En la década de 1960, la organización patrocinó un ejercicio que duró cinco años en Pasadena City College, en el estado de California, Estados Unidos. En el ejercicio, se les pedía a los estudiantes que determinaran, de la forma más conservadora posible, la probabilidad de que se cumplieran en forma independiente una serie de profecías que hablaban de la llegada del Mesías (profecías como las presentadas en el argumento anterior) . Por ejemplo, ¿cuál es la probabilidad de que un hombre cualquiera entre a la ciudad de Jerusalén, pretendiendo tener autoridad, y lo haga montado sobre un asno? Semestre tras semestre, los jóvenes universitarios (más de seiscientos en total) discutieron entre ellos sus estimaciones, documentaron algunas de ellas y presentaron sus cálculos. ¿Cuántas personas que pretendieran tener cierta autoridad podrían haber entrado a Jerusalén montando un asno? ¿Qué tan comunes eran estos animales en ese entonces? Si solo las personas con dinero tenían asnos, ¿cuántos podrían tener uno? Una persona sin dinero que, pretendiendo cierta autoridad, requiriera un asno, tendría que ser amiga de alguien adinerado que simpatizara con ella para que le prestara el animal. ¿Cuántas podrían ser estas? Mediante preguntas de este estilo, los estudiantes fueron alcanzando consensos sobre las probabilidades de que este evento fuera realizado por una persona cualquiera. Las estimaciones que voy a utilizar son las que resultaron de dicho estudio. Usted puede estar de acuerdo con ellas o no; puede modificarlas a su criterio si así lo estima conveniente (si no está totalmente convencido por las estimaciones del estudio). El resultado al que pretendo llegar no se verá seriamente impactado por esos cambios. Para sustentar mi punto, voy a detallar el ejercicio con tan solo ocho de las cuarenta y una profecías que presenté en el argumento anterior. Profecía uno: el Mesías nacería en la ciudad de Belén, sería hijo de una virgen y descendiente del Rey David (profecías dos, seis y siete del argumento anterior). Los evangelios de Mateo y Lucas nos presentan las genealogías de los padres de Jesús. Mateo (1,1-17) presenta la genealogía de su padre y Lucas (3,23-38), la de su madre. La profecía solo indicaba que Jesús sería descendiente del rey David, así que debemos tener en cuenta el número de generaciones (25) entre los dos. Si en cada una de ellas había un promedio de ocho descendientes, y teniendo en cuenta que la proporción de hombres y mujeres era más o menos mitad y mitad, entonces desde el Rey David hasta la época en que nació Jesús hubo un número astronómico de potenciales padres. ¿Cómo se hace el cálculo? Tomemos los cuatro hombres de cada generación y los multiplicamos por las veinticinco generaciones. Es decir, 4 x 4 x 4 x 4 x 4 x … x 4, 25 veces. Eso es lo mismo que 425 = 1 125 899 906 842 624 (potenciales padres). Como el Mesías habría de ser el primer hijo de la pareja , entonces el número se reduciría a 281 474 976 710 656. Él debería nacer en Belén, que en esa época era una villa de unos trescientos habitantes , mientras que la población mundial era de unos trescientos millones . Es decir que una persona de cada cien millones habitaba en Belén. Dado que los posibles padres eran 281 474 976 710 656, podemos estimar que la probabilidad de que hubiera un descendiente del rey David, primogénito y nacido en Belén era de 1 en 281 474 (2.8×105). Profecía dos: un mensajero se encargaría de anunciar la llegada del Mesías. Este sería Juan el Bautista (profecía dieciséis del argumento anterior). De esos varones nacidos en Belén, descendientes del rey David y primogénitos, ¿uno de cada cuántos podría haber sido precedido por un profeta que anunciara su llegada? Los estudiantes consideraron que este mensajero debía ser una persona sumamente especial, que tuviera todas las características de los profetas de la Antigüedad. Hicieron un estimado conservador de 1 en 1 000 (103) personas. Profecía tres: entraría a Jerusalén montado en un asno y sería proclamado como rey (profecía veinte del argumento anterior). De esos varones nacidos en Belén, descendientes del rey David, primogénitos y cuya llegada hubiera sido anunciada por un mensajero, ¿uno de cada cuántos podría haber entrado a la ciudad montando un asno y ser proclamado rey? Es cierto que una persona podría conseguir un animal de estos y entrar a la ciudad por cualquiera de sus puertas para «forzar» el cumplimiento de esta profecía. Pero no estaría bajo su control que la multitud lo proclamara rey. Los estudiantes hicieron un estimado de 1 en 10 000 (104). Profecía cuatro: uno de sus más cercanos amigos, el apóstol Judas, sería el que lo traicionaría (profecía veintidós del argumento anterior), lo que le acarrearía las heridas en las manos que fueron profetizadas. Esta profecía no parece tener una relación directa con las consideradas anteriormente. Entonces, la pregunta es: ¿un hombre de cada cuántos podría haber sido traicionado por un amigo muy cercano, de modo que esa traición le representara graves heridas en sus manos? Los estudiantes no pensaron que fuera muy frecuente que un amigo cercano traicionara a su gran compañero; mucho menos frecuente habría sido que eso le representara ese tipo de heridas. Ofrecieron entonces un estimado de 1 en 1 000 (103). Profecía cinco: el traidor recibiría a cambio treinta monedas de plata (profecía veintitrés del argumento anterior). La pregunta en este caso es muy simple y directa: de las personas que hubieran sido traicionadas, ¿cuántas de ellas podrían haberlo sido por exactamente treinta monedas de plata? Los estudiantes estimaron que este evento habría sido muy raro, por lo que estimaron una probabilidad de 1 en 10 000 (104). Profecía seis: esa paga sería arrojada en el templo y se depositaría en su tesoro (profecía veinticuatro del argumento anterior). Esta profecía es muy específica, ya que no está hablando de devolver el valor de la traición, sino de que el dinero sería arrojado en el templo e iría a dar al tesoro de este. Recordemos que Judas trató de devolver las monedas (Mateo 27,3) y, como no se las recibieron, él las tiró en el templo y se fue. Luego, los jefes de los sacerdotes tomaron ese dinero y lo usaron para comprar el campo del alfarero, que habría de ser usado como cementerio para enterrar a los extranjeros que murieran en Jerusalén. Se les pidió a los estudiantes que estimaran de cuántos hombres uno podría haber recibido treinta monedas de plata por traicionar a un amigo cercano para luego tratar de devolver ese dinero (sin que este fuera recibido), arrojarlo al piso del templo, y que este fuera usado para comprar un cementerio. Los estudiantes dudaron que ese evento pudiera haber sucedido incluso más de una vez. Su estimado, bastante conservador, fue de 1 en 100 000 (105). Profecía siete: durante el falso juicio, Jesús no se defendería, sino que permanecería en silencio (profecía veintisiete del argumento anterior). ¿Uno de cuántos hombres, que hubiera cumplido las anteriores profecías, se habría encontrado en un juicio que le podría costar la vida y, a pesar de ser inocente, no se habría defendido? El estimado fue de 1 en 10 000 (104). Profecía ocho: sería crucificado (profecía treinta del argumento anterior). ¿Cuántos hombres, desde el rey David, autor de esta profecía, han muerto crucificados? Aunque ese método de castigo fue abolido hace muchos siglos, los estudiantes ofrecieron un estimado de 1 en 10 000 (104). Incluso si usted está en desacuerdo con algunos de los estimados que hicieron los seiscientos estudiantes, el cálculo total de la probabilidad de cumplimiento de estas ocho profecías no cambiaría notablemente. Como expliqué al comienzo de esta evidencia, para calcular la probabilidad que se den a la vez dos o más eventos independientes, se multiplican sus probabilidades individuales, así que multipliquemos las ocho probabilidades que propusieron los estudiantes: 2,8 x 105 x 103 x 104 x 103 x 104 x 105 x 104 x 104 = 2,8 x 1032. Esto quiere decir que una de cada 1032 personas podría haber cumplido esas ocho profecías. Recuerde que hay más de trescientas y que solo enumeré cuarenta y una en la evidencia anterior. Este número sería muchísimo más grande si continuara el ejercicio y agregara cada una de las otras treinta y tres restantes. Para que se haga una idea de la minúscula probabilidad de la que estamos hablando, 1 entre 1032 equivale a 1 en 100 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000. Igualmente, para poner este número en perspectiva, imagine que tenemos ese mismo número (1032) de monedas de un dólar. Ahora, imagine que marcamos una sola de ellas. Vamos a tratar de cubrir la superficie de nuestro planeta con esas monedas. Nos van a alcanzar para cubrir la totalidad de la superficie y podremos agregar más capas, que alcanzarán un grosor de treinta y seis metros. ¿Qué tan probable sería que una persona con los ojos vendados caminara por donde quisiera, se detuviera en algún lugar, excavara monedas y tomara una al azar, y que esa resultara ser la moneda marcada? Sería igual de probable a que varios profetas hubieran escrito esas ocho profecías y que un solo hombre, de todos los que han existido desde el momento en que las escribieron hasta el presente, las hubiera cumplido. Ya demostré que las profecías fueron escritas cientos de años antes del nacimiento de Jesús. En el cálculo de las estimaciones, tuve en cuenta que algunas de ellas hubieran podido estar bajo el control de la persona que pretendía ser el Mesías, como la profecía de la entrada a Jerusalén en un asno. Pero la inmensa mayoría no estaba bajo su control. Me explico: si alguien se hubiera querido hacer pasar por el Mesías, le habría resultado relativamente fácil conseguir un asno y entrar montado sobre él a la ciudad santa, pero ¿cómo hubiera conseguido nacer en Belén, ser descendiente del Rey David, ser traicionado por un amigo y haber muerto clavado en una cruz? ¿Cómo podemos explicar entonces que una sola persona haya cumplido todas las profecías? Solamente se me ocurren dos posibilidades. La primera, que fuera una gran coincidencia. Es decir que los profetas escribieron todas esas predicciones sin ningún fundamento, pretendiendo adivinar todos esos sucesos. La segunda, que una mente superior les hubiera comunicado todos esos eventos futuros para señalar al Mesías. El profesor Peter W. Stoner, director del Departamento de Matemáticas y Astronomía de Pasadena City College hasta 1953, adicionó ocho profecías a las ocho que expliqué anteriormente e hizo el cálculo de las probabilidades . La probabilidad de que una sola persona cumpliera las dieciséis profecías pasó a ser de 1 entre 1053 (mientras que con ocho profecías era de 1 entre 1032). Al hacer el cálculo con cuarenta y ocho, Stoner determinó que la probabilidad era de 1 entre 10181. Cuando ejemplifiqué el cálculo hecho con ocho profecías, dije que se podría cubrir todo el planeta con capas de monedas de un dólar hasta alcanzar un grosor de treinta y seis metros. Si hubiera ejemplificado el cálculo de las cuarenta y ocho, el espesor de las capas de monedas llegaría más allá del sol. Con una probabilidad tan ínfima, ¿es posible que los profetas se hubieran inventado esas profecías y todas se hubieran cumplido en Jesús? Si, como yo, no cree que esto sea posible, solo queda la segunda explicación: Dios comunicó esos eventos a sus profetas. Esto prueba la verdadera autoría de la Biblia. ¿Coincidencia? ¿Suerte?

daniel

SEXTA TESIS: EL PROFETA DANIEL

El Antiguo Testamento está dividid0 en Pentateuco, libros sapienciales, libros históricos y libros proféticos —este último incluye a profetas mayores y menores—. Los términos mayores y menores no denotan la importancia de los profetas, sino la extensión de sus escritos. Entre el grupo de libros de profetas mayores se encuentra el Libro del profeta Daniel. Después que Nabucodonosor II, rey de Babilonia, invadió Jerusalén, en el 587 a. C., y tomó cautiva a toda la nobleza, ordenó a Aspenaz, jefe de los eunucos, que escogiera algunos jóvenes israelitas sin defectos físicos, bien parecidos, expertos en sabiduría, cultos e inteligentes para que le sirvieran en la Corte. Los escogidos serían alimentados con la comida de la mesa del rey, y educados en literatura y el idioma de los caldeos durante tres años. Luego de ese tiempo, entrarían a formar parte de la corte real. Uno de los seleccionados fue Daniel, quien por fidelidad a sus creencias y costumbres no podía comer lo que Aspenaz le ofrecía. Daniel pidió que le dejara alimentarse solo con legumbres y agua por diez días. Una vez finalizado este tiempo, Aspenaz podría juzgar si su estado físico se había desmejorado o si, por el contrario, era mejor que el del resto de los jóvenes alimentados con la comida real. Cuando terminó la prueba de los diez días, su estado físico era superior al del resto de los israelitas cautivos. Esto le otorgó al joven Daniel el respeto y la admiración de sus tutores, quienes se dedicaron de manera especial a educarlo. Dicen las Escrituras que el rey vio en él diez veces más sabiduría e inteligencia que en todos los magos y adivinos de su reino. Dentro de las muchas virtudes de este joven profeta, la de la interpretación de visiones y sueños le aseguró un lugar muy importante en la historia; no solamente en la historia bíblica, sino también en la de su pueblo y en la de los caldeos. En los capítulos 10 y 11, Daniel tiene una visión en la que un ángel le revela lo que sucederá desde el reinado de Ciro II el Grande (559 al 530 a. C.) hasta Antíoco IV Epífanes (175 al 163 a. C.), reyes de Persia y Siria, respectivamente. La revelación tiene lugar «durante el tercer año del reinado de Ciro de Persia» (Daniel 10,1), es decir, en el año 536 a. C. El ángel le dice: Y ahora te voy a dar a conocer la verdad: «Todavía gobernarán en Persia tres reyes, después de los cuales ocupará el poder un cuarto rey que será más rico que los otros tres. Y cuando por medio de sus riquezas haya alcanzado gran poder, pondrá todo en movimiento contra el reino de Grecia» (Daniel 11,2) Cuando la profecía le fue comunicada, Ciro II era el rey del imperio persa, mientras que Darío el Medo (Gubaru) reinaba en Babilonia bajo la autoridad del primero. Los tres reyes a los que hacía referencia el ángel eran Cambises II (530 al 522 a. C.), hijo de Ciro II; Gautama o Seudo-Esmerdis (522 a. C.), hermano de su predecesor, y Darío I el Grande (522 al 486 a. C.), quien tomó el poder tras asesinar al anterior. Estos tres monarcas gobernaron sucesivamente después de la muerte de Ciro II el Grande. Darío I el Grande falleció en el año 486 a. C., a los 63 años, y fue sucedido por su hijo Jerjes I o el Grande (en la Biblia se le conoce como Asuero, uno de los personajes centrales del libro de Ester) que corresponde al cuarto rey que profetizó el ángel. En la primavera del año 480 a. C., Jerjes desencadenó la Segunda Guerra Médica contra la alianza griega entre Atenas y Esparta. Aunque al comienzo parecía que se trataba de una guerra rápida que se definiría a su favor, el ejército de Jerjes terminó replegado y buscó refugio en Asia. Según el historiador Heródoto , en su libro Historia , el ejército persa tenía más de un millón setecientos mil hombres. La cifra es bastante exagerada, pero nos habla de una tropa considerablemente numerosa, lo que explicaría la última frase del versículo 2: «pondrá todo en movimiento contra el reino de Grecia». Continúa el ángel: «Pero después gobernará un rey muy guerrero, que extenderá su dominio sobre un gran imperio y hará lo que se le antoje» (Daniel 11,3). Claramente, se está haciendo referencia a Alejandro III de Macedonia, más conocido como Alejandro Magno, uno de los mayores conquistadores de la Historia. Fue rey de Macedonia desde el 336 a. C., cuando tenía apenas 20 años. Cuando era joven, Alejandro estudió las lecciones militares que su padre, Filipo II, le enseñó. Pero también se cultivó en otros campos intelectuales de la mano de Aristóteles . En el año 334 a. C., comenzó una campaña militar que duró poco más de diez años y lo convirtió en el gobernante de uno de los imperios más grandes del mundo antiguo. Su imperio abarcó, entre otros, los actuales países de Egipto, Israel, Líbano, Jordania, Siria, Iraq, Irán, Afganistán, Pakistán, Tayikistán, Turquía, Bulgaria, Grecia, Serbia y Croacia. Su conquista, además de militar, fue cultural. Cada vez que él finalizaba la ocupación y dominio de un nuevo territorio, su antiguo maestro, Aristóteles, se encargaba de imponer la cultura griega. A esto se le conoce como el movimiento de «helenización». Prosigue el ángel: Sin embargo, una vez establecido, su imperio será deshecho y repartido en cuatro partes. El poder de este rey no pasará a sus descendientes, ni tampoco el imperio será tan poderoso como antes lo fue, ya que quedará dividido y otros gobernarán en su lugar (Daniel 11,4) Las circunstancias de la muerte de Alejandro Magno, ocurrida en la ciudad de Babilonia, siguen siendo un misterio. Tenía 33 años cuando aconteció. Ya que no tenía un heredero, su recién conformado imperio fue repartido entre sus cuatro generales: Antígono I Monóftalmos se quedó con Siria; Lisímaco de Tracia, con los Balcanes; Ptolomeo I Sóter, con Egipto, y Seleuco I Nicátor, con Babilonia. De ellos cuatro, los dos últimos desempeñaron un rol importante en la historia del pueblo de Israel, pues durante cientos de años sus reinos mantuvieron innumerables guerras por el control total de la región. Los libros bíblicos de los Macabeos narran la vida de los judíos durante esas interminables guerras y su resistencia a la helenización. Continúa el ángel: El rey del sur será muy poderoso, pero uno de sus generales llegará a ser más fuerte que él y extenderá su dominio sobre un gran imperio (Daniel 11,5) El rey al que hace referencia es Ptolomeo I Sóter, que gobernó Egipto hasta su muerte, en el año 285 a. C. El general mencionado es Seleuco I Nicátor, quien, después de largas batallas con sus antiguos compañeros de guerra, terminó anexando los territorios de Media y Siria a Babilonia, tal y como había sido profetizado. Prosigue el ángel: Al cabo de algunos años, los dos harán una alianza: el rey del sur dará a su hija en matrimonio al rey del norte, con el fin de asegurar la paz entre las dos naciones. Pero el plan fracasará, pues tanto ella como su hijo, su marido y sus criados, serán asesinados (Daniel 11,6) Tras su muerte, Ptolomeo I Sóter fue sucedido por su hijo Ptolomeo II Filadelfo. Este último gobernó hasta su muerte, en el 246 a. C. Bajo su mandato se ordenó la traducción de las Sagradas Escrituras al griego —lo que se conoce como la Septuaginta—. Seleuco I Nicátor falleció en el 281 a. C. y fue sucedido por su hijo Antíoco I Sóter, quien estuvo en el trono hasta el 261 a. C. Posteriormente, su hijo, Antíoco II Teos, estuvo en el trono hasta su muerte, acontecida en el 246 a. C. Tal y como lo describe la profecía, hubo una boda arreglada por conveniencia. En el 261 a. C., la hija de Ptolomeo II Filadelfo, llamada Berenice Sira, fue dada en matrimonio a Antíoco II Teos quien tuvo que divorciarse de su esposa, Laodice I, para acatar su parte del acuerdo de paz. Cuando el padre de Berenice murió, Antíoco la abandonó y regresó con su antigua pareja. En venganza, ella ordenó la muerte de Berenice y de Antíoco, con lo cual la profecía se cumplió literalmente. Continúa el ángel: Sin embargo, un miembro de su familia atacará al ejército del norte y ocupará la fortaleza real, y sus tropas dominarán la situación. (Daniel 11,7) El trono de Egipto fue ocupado desde el 246 hasta el 222 a. C. por Ptolomeo III Evergetes, hermano de Berenice. Siria era gobernada por Seleuco II Calinico, quien gobernó hasta su muerte en el 225 a. C. En cumplimiento a la promesa de vengar a su hermana, Ptolomeo III declaró la guerra a Siria, aunque no obtuvo la victoria deseada. Prosigue el ángel: Además, se llevará a Egipto a sus dioses, a sus imágenes hechas de metal fundido, junto con otros valiosos objetos de oro y plata. Después de algunos años sin guerra entre las dos naciones, el rey del norte tratará de invadir el sur, pero se verá obligado a retirarse (Daniel 11,8-9) Durante la fracasada invasión a Siria, Ptolomeo III Evergetes logró conseguir un botín que consistía en 40 000 talentos de plata y 2500 imágenes de dioses, muchas de ellas pertenecientes a Egipto, que habían sido robadas tras la invasión de Cambises II (525 a. C.) a Persia. Fue esta hazaña, la devolución de las imágenes, la que le valió el apodo de Evergetes, que quiere decir «benefactor». El periodo de calma de la profecía concordó perfectamente con el tratado de paz que Ptolomeo y Seleuco firmaron en el 241 a. C. Posteriormente, el rey sirio rompió el acuerdo y trató infructuosamente de conquistar Egipto. Regresó a su reino con menos dinero en los bolsillos del que tenía cuando partió. Continúa el ángel: Pero los hijos del rey del norte se prepararán para la guerra y organizarán un gran ejército. Uno de ellos se lanzará con sus tropas a la conquista del sur, destruyéndolo todo como si fuera un río desbordado; después volverá a atacar, llegando hasta la fortaleza del rey del sur. La invasión del ejército del norte enojará tanto al rey del sur, que este saldrá a luchar contra el gran ejército enemigo y lo derrotará por completo (Daniel 11,10-11) Los hijos de Seleuco II Calinico se apersonaron de los deseos de conquista de su padre. Cuando él murió, su hijo mayor, Seleuco III Sóter Cerauno, heredó el reino y gobernó entre el 225 y el 223 a. C. Tras su muerte, su hermano menor Antíoco III el Grande lo sucedió. Una de las primeras acciones bélicas de Antíoco III fue atacar a Ptolomeo IV Filopátor, rey de Egipto. El enfrentamiento se dio en la región del Líbano y fue un estruendoso fracaso para Antíoco. Más tarde logró anexar los territorios de Seleucia , Tiro y Tolomais. Una vez conquistadas estas ciudades, Palestina se convirtió en su objetivo. Palestina gozaba de la protección egipcia, de forma que el pueblo judío tuvo que soportar la embestida de dos poderosos ejércitos. Prosigue el ángel: El triunfo obtenido y el gran número de enemigos muertos lo llenará de orgullo, pero su poder no durará mucho tiempo. El rey del norte volverá a organizar un ejército, más grande que el anterior, y después de algunos años volverá a atacar al sur con un ejército numeroso y perfectamente armado (Daniel 11,12-13) Las guerras entre estos poderosos ejércitos continuaron en lo que se conoce como la Cuarta Guerra Siria. El ejército de Antíoco se presentó a las puertas de Egipto con 62 000 soldados de a pie, 6 000 jinetes y 102 elefantes. La milicia egipcia estaba formada por una falange de 20 000 nativos, mercenarios gálatas y tracios, y 73 elefantes africanos. El decisivo encuentro se produjo en Rafia (al sur de lo que actualmente se conoce como la Franja de Gaza). Allí, el ejército de Ptolomeo ganó la batalla. Tal y como lo describía la profecía, el derrotado Antíoco regresó a su reino catorce años después, cargado de riquezas producto de los saqueos. Continúa el ángel: Cuando esto suceda, muchos se rebelarán contra el rey del sur. Entre ellos habrá algunos hombres malvados de Israel, tal como fue mostrado en la visión, pero fracasarán. El rey del norte vendrá y construirá una rampa alrededor de una ciudad fortificada, y la conquistará. Ni los mejores soldados del sur podrán detener el avance de las tropas enemigas (Daniel 11,14-15) Antíoco III parecía haber restaurado el Imperio seléucida en el este, lo que le valió el título de el Grande. Entre el 205 y el 204 a. C., Ptolomeo V, de 5 años, accedió al trono de Egipto y Antíoco III concluyó un pacto secreto con Filipo V de Macedonia para repartir las posesiones ptolemaicas. Según los términos de la alianza, Macedonia recibiría los territorios próximos al mar Egeo y Cirene; por su parte, Antíoco III anexionaría Chipre y Egipto. La expresión «algunos hombres malvados de Israel» hace referencia a la organización de un cierto grupo de judíos que, cansado de estar en medio de la lucha entre estos dos poderes, se apartó de las tradiciones de sus padres y se unió al paganismo impuesto por Antíoco III . Prosigue el ángel: El invasor hará lo que se le antoje con los vencidos, sin que nadie pueda hacerle frente, y se quedará en la Tierra de la Hermosura destruyendo todo lo que encuentre a su paso. Además, se preparará para apoderarse de todo el territorio del sur; para ello, hará una alianza con ese rey y le dará a su hija como esposa, con el fin de destruir su reino, pero sus planes fracasarán. Después atacará a las ciudades de las costas, y muchas de ellas caerán en su poder; pero un general pondrá fin a esta vergüenza, poniendo a su vez en vergüenza al rey del norte. Desde allí, el rey se retirará a las fortalezas de su país; pero tropezará con una dificultad que le costará la vida, y nunca más se volverá a saber de él (Daniel 11,16-19) Antíoco III, apodado el Grande después de sus proezas, no solo se encargó de saquear todas las ciudades que había ganado en la pelea, sino que se apoderó de la «Tierra de la Hermosura», Palestina. Los habitantes de esta última celebraron el cambio de poder. Para tomar el control de Egipto, optó por dejar las armas a un lado, y pactó un convenio con Ptolomeo V Epífanes. Según el pacto, debía dar como esposa a su hija, Cleopatra I Sira, al joven faraón Ptolomeo V, quien para ese entonces tenía apenas 10 años. La boda se realizó cuando el rey cumplió los 14, en el 193 a. C. El pacto no le funcionó, entre otras, porque su hija se negó a colaborar con sus planes. Las islas del mar Egeo fueron su siguiente objetivo; allí obtuvo algunas victorias. El general que puso fin a la vergüenza, como lo señalaba la profecía, fue indudablemente el militar romano Publio Cornelio Escipión, el Africano, quien derrotó contundentemente a Antíoco III en la famosa batalla de Magnesia, en el 190 a. C. La derrota obligó a Antíoco a devolver una gran cantidad de territorio y a pagar un fuerte tributo al Gobierno romano. Después de firmar un armisticio en el que se comprometía a no atacar ninguna provincia romana ni de sus aliados, Antíoco III regresó a su tierra. Allí murió asesinado, cuando fue sorprendido robando los tesoros de un templo en el año 187 a. C. Continúa el ángel: Su lugar será ocupado por otro rey, que enviará un cobrador de tributos para enriquecer su reino; pero al cabo de pocos días lo matarán, aunque no en el campo de batalla (Daniel 11,20) El sucesor de Antíoco III el Grande fue su hijo Seleuco IV Filopátor. Durante su reinado de doce años, Seleuco tuvo enormes dificultades financieras, ya que debió abonar lo más que pudo a las deudas que había adquirido su padre, especialmente con Roma, durante la campaña conquistadora. En 176 a. C., Seleuco IV envió a su administrador Heliodoro a Jerusalén para apropiarse de los tesoros del Templo (2 Macabeos 3). A su regreso, Heliodoro asesinó a Seleuco IV, tal y como estaba profetizado. Prosigue el ángel: Después de él reinará un hombre despreciable, a quien no le correspondería ser rey, el cual ocultará sus malas intenciones y tomará el poder por medio de engaños (Daniel 11,21) Después de la muerte de Seleuco IV, le hubiera correspondido tomar el trono a su hijo, Demetrio I Sóter. Pero este estaba retenido en Roma como prenda de garantía a causa de la deuda adquirida por su abuelo. Así que fue el hermano de Seleuco, Antíoco IV Epífanes, quien se sentó en la silla real. Los engaños a los que se refiere la profecía corresponden a todas las maniobras y manipulaciones de Antíoco IV ante Roma para ser intercambiado con su sobrino en calidad de garantía de la deuda. Continúa el ángel: Destruirá por completo a las fuerzas que se le opongan, y además matará al jefe de la alianza. Engañará también a los que hayan hecho una alianza de amistad con él y, a pesar de disponer de poca gente, vencerá. Cuando nadie se lo espere, entrará en las tierras más ricas de la provincia y hará lo que no hizo ninguno de sus antepasados: repartirá entre sus soldados los bienes y riquezas obtenidas en la guerra. Planeará sus ataques contra las ciudades fortificadas, aunque solo por algún tiempo. Animado por su poder y su valor, atacará al rey del sur con el apoyo de un gran ejército. El rey del sur responderá con valor, y entrará en la guerra con un ejército grande y poderoso; pero será traicionado, y no podrá resistir los ataques del ejército enemigo. Los mismos que él invitaba a comer en su propia mesa, le prepararán la ruina, pues su ejército será derrotado y muchísimos de sus soldados morirán. Entonces los dos reyes, pensando solo en hacerse daño, se sentarán a comer en la misma mesa y se dirán mentiras el uno al otro, pero ninguno de los dos logrará su propósito porque todavía no será el momento (Daniel 11,22-27) Todas las guerras que habían luchado sus antepasados fueron nada en comparación con las que emprendió Antíoco IV, el «despiadado rey». Cuando se sentó en el trono, ofreció un pacto de amistad a su cuñado, el faraón egipcio, que duró muy poco ya que rápidamente atacó e invadió Egipto y conquistó casi todo el país (a excepción de su capital, Alejandría). Llegó a capturar al rey Ptolomeo VI Filométor, pero, para no alarmar a Roma, decidió regresarlo al trono, en respeto a los acuerdos que había hecho con su sobrino Ptolomeo VIII Evergetes («[…] entonces los dos reyes, pensando solo en hacerse daño, se sentarán a comer en la misma mesa y se dirán mentiras el uno al otro»). No obstante, Ptolomeo VI regresó a su imperio como una marioneta de su captor. Prosigue el ángel: El rey del norte regresará a su país con todas las riquezas capturadas en la guerra, y entonces se pondrá en contra de la santa alianza; llevará a cabo sus planes, y después volverá a su tierra (Daniel 11,28) Los romanos, en cabeza del cónsul Cayo Popilio Lenas, obligaron a Antíoco a abandonar Egipto, regresando a su natal Siria cargado de tesoros de aquellas tierras y de las que tomó en su paso por Jerusalén. Continúa el ángel: Cuando llegue el momento señalado, lanzará de nuevo sus tropas contra el sur; pero en esta invasión no triunfará como la primera vez. Su ejército será atacado por tropas del oeste traídas en barcos, y dominado por el pánico emprenderá la retirada. Entonces el rey del norte descargará su odio sobre la santa alianza, valiéndose de los que renegaron de la alianza para servirle a él (Daniel 11,29-30) Cuando Antíoco perdió a su marioneta (ya que los alejandrinos nombraron rey a Ptolomeo VIII Evergetes, hermano de Ptolomeo VI), decidió tratar de recuperar Egipto de nuevo y organizó un nuevo asalto en el año 168 a. C. Con este ataque logró conquistar brevemente a Chipre, pero los romanos intervinieron y lo hicieron retirarse de los territorios ocupados. Lleno de ira, en su camino de regreso, la emprendió contra los judíos en Tierra Santa. Su meta era destruir completamente las tradiciones judías, por lo que el 16 de diciembre del 167 a. C., el soberbio rey mandó a construir un altar a su dios Zeus en el mismo lugar donde se encontraba el altar de los holocaustos y ofreció un cerdo en sacrificio a su divinidad. El Primer Libro de los Macabeos narra lo que aconteció en aquellos días: El rey publicó entonces en todo su reino un decreto que ordenaba a todos formar un solo pueblo, abandonando cada uno sus costumbres propias. Todas las otras naciones obedecieron la orden del rey, y aun muchos israelitas aceptaron la religión del rey, ofrecieron sacrificios a los ídolos y profanaron el sábado. Por medio de mensajeros, el rey envió a Jerusalén y demás ciudades de Judea decretos que obligaban a seguir costumbres extrañas en el país y que prohibían ofrecer holocaustos, sacrificios y ofrendas en el santuario, que hacían profanar el sábado, las fiestas, el santuario y todo lo que era sagrado; que mandaban construir altares, templos y capillas para el culto idolátrico, así como sacrificar cerdos y otros animales impuros, dejar sin circuncidar a los niños y mancharse con toda clase de cosas impuras y profanas, olvidando la ley y cambiando todos los mandamientos. Aquel que no obedeciera las órdenes del rey sería condenado a muerte […] El día quince del mes de Quisleu del año ciento cuarenta y cinco, el rey cometió un horrible sacrilegio, pues construyó un altar pagano encima del altar de los holocaustos. Igualmente, se construyeron altares en las demás ciudades de Judea. En las puertas de las casas y en las calles se ofrecía incienso. Destrozaron y quemaron los libros de la Ley que encontraron, y si a alguien se le encontraba un libro de la alianza de Dios, o alguno simpatizaba con la ley, se le condenaba a muerte, según el decreto del rey. Así, usando la fuerza, procedía esa gente mes tras mes contra los israelitas que encontraban en las diversas ciudades. (1 Macabeos 1,41-58) Prosigue el ángel en su revelación de los acontecimientos futuros a Daniel: Sus soldados profanarán el templo y las fortificaciones, suspenderán el sacrificio diario y pondrán allí el horrible sacrilegio. El rey tratará de comprar con halagos a los que renieguen de la alianza, pero el pueblo que ama a su Dios se mantendrá firme y hará frente a la situación. Los sabios del pueblo instruirán a mucha gente, pero luego los matarán a ellos, y los quemarán, y les robarán todo lo que tengan, y los harán esclavos en tierras extranjeras. Esto durará algún tiempo (Daniel 11,31-33) Acudiendo nuevamente al Primer Libro de los Macabeos, podemos ver el cabal cumplimiento de este episodio profético que dio origen a lo que se conoce como «la guerra de los macabeos». Un anciano sacerdote llamado Matatías, padre de cinco hijos, fue el primero en revelarse contra el nuevo edicto del rey. Más allá de llamar a la sublevación, su indignación lo llevó a asesinar al emisario del rey encargado de hacer cumplir la ley y a destruir el nuevo altar. Huyó junto a sus hijos a las montañas para organizar una guerrilla que lucharía contra el ejército de Antíoco. El anciano sacerdote murió unos meses después y su hijo Judas tomó el liderazgo de la resistencia. Finalmente, en diciembre del 164 a. C., la milicia macabea entró triunfante a Jerusalén (1 Macabeos 2-4). Continúa el ángel: Cuando llegue el momento de las persecuciones, recibirán un poco de ayuda, aunque muchos se unirán a ellos solo por conveniencia propia. También serán perseguidos algunos de los que instruían al pueblo, para que, puestos a prueba, sean purificados y perfeccionados, hasta que llegue el momento final que ya ha sido señalado (Daniel 11,34-35) Durante el periodo de resistencia, mucha gente se unió a la guerrilla, pero no por la convicción religiosa de preservar el judaísmo, sino por salvar sus vidas: «[…] solo por conveniencia propia». Esta prolongada guerra sirvió para depurar la nación. El profeta Zacarías también había profetizado este periodo: Morirán dos terceras partes de los que habitan en este país: solo quedará con vida la tercera parte. Y a esa parte que quede la haré pasar por el fuego; la purificaré como se purifica la plata, la afinaré como se afina el oro. Entonces ellos me invocarán, y yo les contestaré. Los llamaré «pueblo mío», y ellos responderán: «El Señor es nuestro Dios». Yo, el Señor, doy mi palabra (Zacarías 13,8-9) Los versículos del 36 al 45 del Libro de Daniel siguen hablando de Antíoco IV Epífanes y de todo el mal que le causaría al pueblo judío. Algunos de los eventos de la profecía son difíciles de ubicar en la historia de este terrible personaje. Aunque la profecía no concuerda con el lugar de la muerte, que fue en Persia y no cerca de Jerusalén, sí coincide totalmente con la terrible muerte que sufrió. El Segundo Libro de los Macabeos la describe: En ese tiempo, el rey Antíoco se tuvo que retirar rápidamente de Persia. Había llegado a la ciudad de Persépolis, pensando en quedarse con lo que había en el templo y en la ciudad. Pero la gente de la ciudad tomó las armas y lo atacó. Antíoco y sus acompañantes sufrieron una humillante derrota, y tuvieron que escapar. Cuando estaba en la ciudad de Ecbatana, se enteró de lo que había sucedido a Nicanor y a los soldados de Timoteo. Fuera de sí por la rabia, decidió hacer pagar a los judíos la humillación que le habían causado los persas al ponerlo en fuga. Por este motivo ordenó al conductor del carro que avanzara sin descanso hasta terminar el viaje. Pero el juicio de Dios lo seguía. En su arrogancia, Antíoco había dicho: «Cuando llegue a Jerusalén, convertiré la ciudad en cementerio de los judíos». Pero el Señor Dios de Israel, que todo lo ve, lo castigó con un mal incurable e invisible: apenas había dicho estas palabras, le vino un dolor de vientre que con nada se le pasaba, y un fuerte cólico le atacó los intestinos. Esto fue un justo castigo para quien, con tantas y tan refinadas torturas, había atormentado en el vientre a los demás. A pesar de todo, Antíoco no abandonó en absoluto su arrogancia; lleno de orgullo y respirando llamas de odio contra los judíos, ordenó acelerar el viaje. Pero cayó del carro, que corría estrepitosamente, y en su aparatosa caída se le dislocaron todos los miembros del cuerpo. Así, el que hasta hacía poco, en su arrogancia sobrehumana, se imaginaba poder dar órdenes a las olas del mar y, como Dios, pesar las más altas montañas, cayó derribado al suelo y tuvo que ser llevado en una camilla, haciendo ver claramente a todos el poder de Dios. Los ojos del impío hervían de gusanos, y aún con vida, en medio de horribles dolores, la carne se le caía a pedazos; el cuerpo empezó a pudrírsele, y era tal su mal olor, que el ejército no podía soportarlo. Tan inaguantable era la hediondez, que nadie podía transportar al que poco antes pensaba poder alcanzar los astros del cielo. Entonces, todo malherido, bajo el castigo divino que por momentos se hacía más doloroso, comenzó a moderar su enorme arrogancia y a entrar en razón. Y como ni él mismo podía soportar su propio mal olor, exclamó: «Es justo someterse a Dios y, siendo mortal, no pretender ser igual a él». Entonces este criminal empezó a suplicar al Señor; pero Dios ya no tendría misericordia de él. Poco antes quería ir a toda prisa a la ciudad santa, para arrasarla y dejarla convertida en cementerio, y ahora prometía a Dios declararla libre; hacía poco juzgaba a los judíos indignos de sepultura, y buenos solo para servir de alimento a las aves de rapiña o para ser arrojados con sus hijos a las fieras, y ahora prometía darles los mismos derechos que a los ciudadanos de Atenas; antes había robado el santo templo, y ahora prometía adornarlo con las más bellas ofrendas, y devolver todos los utensilios sagrados y dar todavía muchos más, y atender con su propio dinero a los gastos de los sacrificios, y, finalmente, hacerse él mismo judío y recorrer todos los lugares habitados proclamando el poder de Dios. […] Así pues, este asesino, que injuriaba a Dios, terminó su vida con una muerte horrible, lejos de su patria y entre montañas, en medio de atroces sufrimientos, como los que él había hecho sufrir a otros. Filipo, su amigo íntimo, transportó el cadáver; pero, como no se fiaba del hijo de Antíoco, se refugió en Egipto, junto al rey Tolomeo Filométor (2 Macabeos 9) Todos los hechos históricos que he descrito en esta parte del capítulo pueden ser comprobados en cualquier fuente histórica. Así usted puede cerciorarse de que la profecía se cumplió de forma precisa y con un grado de detalle que es imposible de explicar sin acudir a la revelación divina. Profecías con este grado de exactitud y claridad abundan en el Antiguo Testamento, y con ellas se puede ratificar el título de «profeta» de los correspondientes autores. Las profecías sobre la venida del Mesías estaban revestidas de la misma autoridad otorgada a los profetas. ¿Coincidencia? ¿Suerte?

comunica

¿SE COMUNICA CON NOSOTROS? – CONCLUSIÓN

En los muchos años que llevo dictando conferencias sobre nuestra religión, con respecto a los temas bíblicos he encontrado el mayor número de mitos y leyendas. Una inmensa cantidad de creyentes desconoce el origen y la procedencia de la sagrada Biblia. Ignora que, de los libros de la Antigüedad, es el que tiene mejor soporte documental; supera en este ámbito, de lejos, a cualquier otra obra de su época. Con la información que he aportado en este capítulo, quien tenga una Biblia puede tener la confianza y tranquilidad de saber que esta obra tan especial contiene el mismo mensaje que escribieron sus autores desde un principio, sin adulteraciones ni manipulaciones. Los miles y miles de manuscritos de la Antigüedad que poseen los museos y las librerías de todo el mundo están disponibles al público para que usted pueda comparar todas las palabras con el respectivo papiro. Con esta comparación se puede demostrar la fidelidad del mensaje, a pesar del tiempo transcurrido.

Mostré igualmente la época de la que datan los manuscritos, según la mayoría de los técnicos en el asunto. Con estos datos podemos tener la certeza sobre el tiempo en que su autor vivió. Si el escritor profetizó un evento que habría de ocurrir en el futuro y este evento se cumplió, tenemos una prueba inequívoca de que es un verdadero profeta. La época en que fue escrita la profecía es muy importante, pues nos permite corroborar que ella es anterior a la época del hecho que habría de ocurrir. Todas las predicciones que he descrito en este capítulo hablan de sucesos que sucederían cientos de años después de haber sido anunciados, por lo que no es necesario conocer la fecha exacta en que se hizo la profecía; la época es suficiente. Se ha encontrado el libro del profeta Daniel en documentos que datan de su época, por lo que queda establecido que la predicción es anterior al evento.

Desde antes de que Moisés existiera, han existido personas que se han atrevido a hacer predicciones sobre sucesos futuros. Incluso en nuestros tiempos las sigue habiendo. Sin embargo, aventurarse a vaticinar lo que va a pasar no convierte a alguien automáticamente en un profeta. Como se puede apreciar con el desarrollo del capítulo, las profecías cumplen básicamente dos requisitos. El primero es que el vaticinio sea el resultado de una revelación, lo que prueba el grado de la relación del profeta con Dios. El segundo es que el vaticinio se haya cumplido. Toda la gente que conoció y que escuchó hablar en persona a los profetas bíblicos pudo corroborar lo primero, mas no lo segundo. En su momento, estos hombres dieron testimonio de ser escogidos por Dios mediante una serie de milagros[68], o derramando su propia sangre[69]. Mucho tiempo después, el pueblo elegido incorporó sus profecías a la lista de acontecimientos que esperaba pacientemente que sucediera. Cuando sucedían, se verificaba lo segundo.

Hoy somos testigos del cumplimiento de cientos de profecías. En retrospectiva, podemos ponerles fecha y hora a esos sucesos que fueron vaticinados incluso siglos antes que ocurrieran. La precisión de los detalles de las profecías que Daniel revela en gran parte del capítulo 11 es imposible de alcanzar mediante adivinanzas, o imaginando los hechos. Recordemos que sus profecías se refieren a los eventos más destacados de un periodo de 400 años de historia. Un periodo que comienza con el reinado de Ciro ii el Grande (559 al 530 a. C.) en Persia y que va hasta Antíoco iv Epífanes (175 al 163 a. C.) en Siria. Matrimonios, conquistas, derrotas, sucesiones, herencias, desfalcos, destierros, héroes, villanos, triunfadores y vencidos, ¿es posible hacer una historia completa, con todos esos detalles, fruto de la invención humana, con cientos de años de anterioridad a la ocurrencia de los eventos? ¿No es esta una prueba irrefutable de la comunicación del dueño y Señor de la historia con nosotros? ¿Cabe pensar que Daniel no es un elegido de Dios? Se puede preguntar lo mismo sobre el resto de los profetas.

Como se presentó en el desarrollo de este capítulo, hubo profecías de todo tipo, de las que podríamos llamar «buenas» y «de las otras». Sin lugar a duda, las que profetizaban que Dios se haría hombre al nacer de una virgen, y que su vida entre nosotros revolucionaría el orden mundial fueron las más importantes por las repercusiones que tuvieron para toda la humanidad.

Dios le había hecho una promesa sumamente trascendental a Abram:

Deja tu tierra, tus parientes y la casa de tu padre, para ir a la tierra que yo te voy a mostrar. Con tus descendientes voy a formar una gran nación; voy a bendecirte y hacerte famoso, y serás una bendición para otros. Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré a los que te maldigan; por medio de ti bendeciré a todas las familias del mundo (Génesis 12,1-3)

Toda la descendencia de Abram, llamada «el pueblo elegido de Dios», tenía esa promesa grabada en su corazón y en su mente. Desde niños la aprendían y morían sin perder la esperanza de que pronto sería una realidad. ¡Ser el pueblo escogido por Dios! ¿Existiría una promesa mejor? ¿Qué cosa mala le podría ocurrir a una descendencia a la que Él había seleccionado, entre miles de otras, para bendecir a través de ella a todas las familias del mundo? En los acontecimientos posteriores a ese encuentro entre Abram y el Creador, se aclaró explícitamente que lo único que se pedía a cambio era fidelidad. A pesar de todos los milagros y demostraciones de poder del hacedor de la promesa, los judíos no pudieron cumplir su parte. Como resultado, vivieron de cautiverio en cautiverio; primero bajo el poder de los egipcios, luego, de los babilonios, griegos, medos, persas y romanos, entre otros. Tuvieron tiempos de gloria, en especial con el rey David, en los que pensaron que finalmente podían regocijarse y gozar del tan anhelado momento. Pero sus pasiones humanas los traicionaron y volvieron a darle la espalda al Señor. Así que, cuando los profetas empezaron a vaticinar que Dios enviaría a su hijo para restaurar el pueblo de Israel (Lucas 2,25), los corazones judíos se llenaron de esperanza. La llegada del Mesías se convirtió en su mayor anhelo. Finalmente vivirían en libertad y serían una nación más rica, poderosa e importante que cualquiera otra de aquel momento.

Los profetas no hablaron en forma criptica, ni vaga, ni genérica. Dieron detalles muy específicos que permitirían identificar sin equívoco a ese redentor, al Mesías. Hice una lista de cuarenta y una profecías, las más fáciles de identificar, pero el número total de profecías pasa de las trescientas. ¿Qué explicación podemos dar a su cumplimiento? ¿Cómo es posible que docenas de personas que vivieron en tiempos y lugares diferentes, que nunca se comunicaron, dieran esa enorme cantidad de detalles que identificaran al Mesías? Mostré que la probabilidad de que esas predicciones fueran cumplidas por una sola persona era de 1 en 10181. Y… ¡ocurrió! Pensar que es una enorme coincidencia es exigirle a la suerte algo imposible de lograr. Este número debe ser una prueba contundente, sin lugar a duda; es una prueba de que los profetas hicieron esos anuncios porque Dios se los comunicó.

Las personas que en la actualidad ostentan el título de «videntes», porque supuestamente pueden ver el futuro, han hecho básicamente un análisis estadístico: recopilan la mayor cantidad de información posible sobre el tema y emiten la predicción. Estos «videntes» nos dicen quién va a ganar la copa del próximo mundial de fútbol, o quién será el ganador de las próximas elecciones presidenciales, o que ocurrirá un accidente aéreo en Europa, etc. Todas esas predicciones pueden explicarse satisfactoriamente mediante la teoría de las probabilidades, sumada a una buena cantidad de información. Si la persona no acierta, lo peor que le puede pasar es que pierda seguidores y eventualmente tenga que buscar otro oficio. Los profetas de la Antigüedad enfrentaban castigos mayores: el destierro, y hasta la muerte. Pretender una comunicación directa con el Creador era una falta gravísima. Uno de los regaños más severos que encontramos en el Antiguo Testamento es precisamente contra los falsos profetas:

Dios me dijo: «Hay profetas que anuncian a Israel mensajes que ellos mismos inventaron. Por eso, ve y diles de mi parte lo siguiente: “Pobres profetas, ¡qué tontos son ustedes! Yo no les he dado ningún mensaje. Ustedes inventan sus mensajes; son como los chacales cuando buscan alimento entre las ruinas. No han preparado a los israelitas para que puedan evitar el castigo que voy a darles. Todo lo que ustedes anuncian es mentira; es solo producto de su imaginación. Aseguran que hablan de mi parte, pero eso es mentira: yo nunca les he pedido que hablen por mí. ¿Y todavía esperan que se cumplan sus palabras? Yo soy el Dios de Israel, y les aseguro que me pondré en contra de ustedes, pues solo dicen mentiras y falsedades. Yo los castigaré por dar mensajes falsos. Borraré sus nombres de la lista de los israelitas, y no tendrán entre ellos arte ni parte. ¡Ni siquiera podrán volver a poner un pie en su tierra! Así reconocerán que yo soy el Dios de Israel. Todo esto les sucederá por haber engañado a mi pueblo; por haberle asegurado que todo estaba bien, cuando en realidad todo estaba mal. Sus mentiras son como una pared de piedras pegadas con yeso. ¡Y esa pared se vendrá abajo! Pues sepan, señores albañiles, que voy a lanzar una fuerte tempestad contra esa pared, y que la derribaré con lluvia, granizo y un viento muy fuerte. Entonces la gente dirá: ¡Y a quién se le ocurre confiar en mentiras! Yo soy el Dios de Israel, y estoy tan enojado que enviaré contra ustedes un viento huracanado, y abundante lluvia y granizo, y lo destruiré todo. Estoy tan enojado que derribaré esa pared de mentiras que ustedes construyeron. Entonces reconocerán que yo soy el Dios de Israel”. Cuando esto suceda, ustedes quedarán aplastados bajo el peso de sus mentiras. Entonces yo les preguntaré: ¿Qué pasó con sus profecías? ¿Qué pasó con esos tontos profetas? ¿Dónde están esos profetas de Israel que le daban falsos mensajes a Jerusalén? ¿Dónde están los que le aseguraban que todo estaba bien, cuando en realidad todo estaba mal? Yo soy el Dios de Israel, y cumpliré mi palabra”» (Ezequiel 13,1-16)

El cumplimiento cabal de todas las profecías que daban diversos detalles de la vida del Mesías es un indicador incuestionable de que Dios ha mantenido con nosotros, sus hijos, una comunicación. Él nos ha hablado y quiso darnos con estas señales la tranquilidad de reconocer a sus escogidos como verdaderos: su mensaje es real. ¿Habría razón para pensar que una de estas personas hubiera dicho la verdad respecto a los eventos futuros de la llegada del Mesías, pero que mintiera en relación con todo lo demás? ¿No es esto una evidencia contundente de que Dios se ha comunicado con nosotros a través de estas personas tan especiales? ¿Qué razón podría existir para asumir que nuestro Padre hubiera querido comunicarse solamente hasta la época en que vivieron los profetas y guardar silencio después? Como lo dije en la introducción de este capítulo, su Palabra, al igual que Él, son atemporales. Su Palabra tiene hoy la misma vigencia que la que tuvo cuando vivieron los profetas. Así que es correcto decir que nuestro Padre ha mantenido una comunicación con nosotros, sus hijos, no solo a través de la Creación y de nuestros sentimientos, sino que la ha mantenido, de manera más explícita, a través de la Biblia.

De los profetas escogidos por Dios, Moisés fue uno de los que disfrutó de una relación más estrecha con Él. En distintas ocasiones, tuvieron encuentros de varios días, como cuando Moisés escribió los diez mandamientos: «Y Moisés estuvo allí con el Señor cuarenta días y cuarenta noches» (Éxodo 34,28). Así que tuvieron la oportunidad de hablar de muchas cosas, entre otras, de la creación del universo. Moisés tuvo nuestra misma curiosidad: él también quiso saber cómo fue el comienzo, cuál fue el origen de todo. Quiero insistir en que, a pesar de que en la actualidad tenemos un desarrollo científico que ha logrado armar muchas partes del rompecabezas de la Creación (por lo que nos parece natural poseer ese conocimiento), hace cien años era una completa caja negra; y lo era mucho más hace tres mil setecientos años, cuando se escribió el Génesis. ¿Cómo explicar que este amigo de Dios haya podido describir todos y cada uno de los eventos de la Creación en total concordancia con lo que la ciencia ha determinado hoy? Descontando, por supuesto, que el lenguaje que empleó carece de tecnicismos (como resulta natural en un relato dirigido a cualquier persona en cualquier momento), que haya dicho que el universo tuvo un comienzo, que dijera que la vida emergió de la materia, que haya descrito la luz de la gran explosión y haber afirmado que la vida comenzó en el agua, etc. ¿no es evidencia suficiente de su íntima relación con el Creador?

La información revelada en el Génesis es un marcador empírico de la comunicación del Creador con nosotros. Nuevamente, pretender que quien escribió la historia simplemente tuvo suerte al acertar en todos y cada uno de los grandes eventos que sucedieron, con un alto nivel de detalle, es exigir demasiado a la ley de las probabilidades.

Otras religiones, como las que presenté en la argumentación, escogieron caminos más poéticos porque sus autores quisieron dar una respuesta a ese gran cuestionamiento sobre el origen del universo desde el fondo de su imaginación. De tal forma que no brindaron detalles que tan siquiera se asemejaran a los de la narrativa científica moderna. Estos detalles sí los ofrece nuestra Biblia. Este hecho, que escapa a cualquier explicación racional, es una evidencia más de que el verdadero autor del Génesis es el dueño de la Creación. Él era el único que poseía toda la información de los hechos que se narran. Claramente, tenemos el libro sagrado correcto. Digo esto para contestar las preguntas que se hacen muchos deístas: ¿Qué nos hace pensar que estamos con el dios verdadero? ¿Cómo estar tan seguros de que no estamos adorando al dios equivocado? ¿Por qué no puede ser el dios de los hinduistas el correcto? Si el de ellos fuera el verdadero, su narrativa de la Creación sería ajustada a la de la ciencia. Hoy sabemos que esas narraciones no concuerdan.

La Biblia nunca ha pretendido ser un libro que enseñe ciencia, geografía o astronomía. Pero tampoco se puede ignorar el hecho de que incluye información al respecto, información que sorprende y que era completamente desconocida en su época. Los autores de los libros de la Biblia hicieron referencia a una gran cantidad de hechos que desconocíamos hasta hace un par de siglos. ¿Pueden las referencias que enumeré en el desarrollo de este capítulo ser interpretadas como simple poesía? Admito que es ciertamente posible que los autores hayan hablado del infinito número de estrellas, o de la diferencia entre todas ellas, o de que la Tierra flota en el espacio, o de su redondez, o del ciclo del agua, o de la primera y la segunda ley de la termodinámica en forma poética porque estaban haciendo uso de algunas de las figuras retóricas mencionadas en la argumentación. Pero ¿por qué resultaron ser hechos ciertos, validados por la ciencia miles de años después? Y ¿por qué no se encuentra esta información, con la misma claridad, en los libros sagrados de otras religiones?

En toda la evidencia presentada en este capítulo subyace un factor común: por más imaginación que se emplee, la Biblia no pudo haber sido escrita usando solamente el intelecto humano. Docenas de autores que no se conocieron, que vivieron en lugares a miles de kilómetros los unos de los otros, en épocas tan distintas (desde el punto de vista cultural, social, político y religioso), que hablaban idiomas diferentes, de las más variadas procedencias y oficios (desde esclavos hasta reyes, pasando por asesinos y generales) escribieron setenta y tres libros consistentes, armoniosos y sin contradicciones. En el desarrollo de la pregunta de si Dios se comunica con nosotros, el lector debe sentir la enorme tranquilidad y confianza de saber que ciertamente Él transmitió su conocimiento y palabras a nosotros, sus hijos. Para ello, estableció un puente de comunicación seguro mientras esperamos nuestro encuentro con Él.

¿Se comunica Dios con nosotros? ¡No hay duda de ello!

 

 


[1] En mi libro, Lo que quiso saber de nuestra Iglesia católica y no se atrevió a preguntar, desarrollo todo un capítulo sobre este tema.

[2] Chumayel es una localidad del estado de Yucatán, México. Es la cabecera del municipio homónimo y está ubicada aproximadamente 70 kilómetros al sureste de la ciudad de Mérida, capital del estado, y 20 km al norte de la ciudad de Tekax.

[3] Catalina de Médici (Florencia, Italia, 13 de abril de 1519-Castillo de Blois, Francia, 5 de enero de 1589) fue una noble italiana, hija de Lorenzo ii de Médici y Magdalena de la Tour de Auvernia. Como esposa de Enrique ii de Francia, fue reina consorte de Francia desde 1547 hasta 1559. En dicho país es más conocida por la francofonización de su nombre, Catherine de Médicis.

[4] Tito Flavio Sabino Vespasiano, comúnmente conocido con el nombre de Tito (30 de diciembre de 39-13 de septiembre de 81), fue emperador del Imperio romano desde el año 79 hasta su muerte, en el año 81. Fue el segundo emperador de la dinastía Flavia, dinastía romana que gobernó el Imperio entre los años 69 y 96. Dicha estirpe comprende los reinados de su padre, Vespasiano (69-79), el suyo propio (79-81) y el de su hermano, Domiciano (81-96).

[5] Los Archivos Nacionales y Administración de Documentos (National Archives and Records Administration, también conocida por su acrónimo, nara, en inglés) es una agencia independiente, adscrita al gobierno federal de Estados Unidos, que protege y documenta los registros gubernamentales e históricos.

[6] Desde hace un siglo, dichas técnicas de conservación se han mejorado substancialmente, lo que ha alargado de forma notable la vida de estos documentos.

[7] Las técnicas para conservarlos se desarrollaron apenas hace un siglo.

[8] Homero fue un poeta de la antigua Grecia que nació y vivió en el siglo viii a. C. Fue el autor de dos de las principales obras de la antigüedad: los poemas épicos La Ilíada y La Odisea.

[9] Ciencia que estudia la historia.

[10] Ciencia que se encarga de descifrar las escrituras antiguas y estudiar su evolución, así como de datar, localizar y clasificar los diferentes testimonios gráficos que son su objeto de estudio.

[11] Miguel de Cervantes Saavedra (Alcalá de Henares, 29 de septiembre de 1547-Madrid, 22 de abril de 1616) fue un novelista, poeta, dramaturgo y soldado español. Es considerado como la máxima figura de la literatura española.

[12] La Vulgata es una traducción de la Biblia hebrea y griega al latín.

[13] Eusebio Hierónimo (Estridón, Dalmacia, hacia 340-Belén, 30 de septiembre de 420), conocido comúnmente como san Jerónimo, pero también como Jerónimo de Estridón o, simplemente, Jerónimo. Hizo la traducción de la Biblia al latín por encargo del papa Dámaso i (quien reunió los primeros libros de la Biblia en el Concilio de Roma en el año 382 d. C.). Es considerado Padre de la Iglesia, uno de los cuatro grandes Padres Latinos.

[14] Para la primera traducción al español se utilizó otra versión latina: Veteris et Novi Testamenti nova translatio, realizada por Sanctes Pagnino por encargo del papa León x y publicada en 1527.

[15] Primer obispo de Jerusalén, apedreado en el 62 d. C.

[16] Ver https://www.tandfonline.com/doi/full/10.1080/00206814.2011.639996

[17] Existen dos versiones conocidas del Talmud: el Talmud de Jerusalén (Talmud Yerushalmi), que se redactó en la provincia romana llamada Filistea, y el Talmud de Babilonia (Talmud Babli), que fue redactado en la región de Babilonia, en Mesopotamia. Ambas versiones fueron redactadas a lo largo de muchos siglos por generaciones de eruditos provenientes de muchas academias rabínicas establecidas desde la Antigüedad.

[18] Puede ver de manera digital y con una extraordinaria resolución estos rollos en http://dss.collections.imj.org.il/

[19] Ver The Dead Sea Scrolls of St. Mark’s Monastery, de Millar Burrows.

[20] Conocidos como judíos helenísticos.

[21] La honda es una de las armas más antiguas de la humanidad. Consiste básicamente en dos cuerdas o correas, a cuyos extremos se sujeta un receptáculo flexible desde el que se dispara un proyectil. Agarrado el artilugio por los dos extremos opuestos, se voltea, de manera que el proyectil adquiera velocidad, y después se suelta una de las cuerdas para liberarlo. El proyectil alcanza una gran distancia y poder de impacto. Los materiales empleados en la construcción de las hondas son muy diversos (tradicionalmente cuero, fibras textiles, tendones, crin, etc.). Los proyectiles pueden ser piedras naturales redondeadas o labradas con bastante precisión, arcilla cocida o secada al sol, plomo moldeado, etc.

[22] Segundo hijo de la unión del rey David con Betsabé.

[23] Su tumba puede ser visitada en la actualidad.

[24] Hijo y sucesor de Asurnasirpal ii.

[25] Ver La arqueología del antiguo Israel, de Amnon Ben-Tor.

[26] Georges Lemaître (Bélgica, 1894) fue un sacerdote católico de la orden de los jesuitas. Fue un científico y religioso que, en declaraciones al New York Times, explicó esta aparente dualidad: «Yo me interesaba por la verdad desde el punto de vista de la salvación y desde el punto de vista de la certeza científica. Me parecía que los dos caminos conducen a la verdad, y decidí seguir ambos. Nada en mi vida profesional, ni en lo que he encontrado en la ciencia y en la religión, me ha inducido jamás a cambiar de opinión».

[27] La famosa formula de Einstein, «e=mc2», demuestra la relación que existe entre masa y energía.

[28] Aleksandr Aleksándrovich Friedman (San Petersburgo, 16 de junio de 1888-Leningrado, 16 de septiembre de 1925) fue un matemático y meteorólogo ruso, especializado en cosmología relativista.

[29] Según lo dicho en Antigüedades judías, libro ii, capítulo 9, párrafo 5, de Josefo Flavio.

[30] En 1978, se otorga el premio Nobel de Física a Penzias y Wilson por el descubrimiento de la radiación de fondo de microondas.

[31] Descubierta a mediados del siglo xix gracias a los trabajos de Mayer, Joule, Helmholtz y otros.

[32] Puede ver los libros que cito en la página web https://www.sacred-texts.com/hin/index.htm (RigVeda, libro x, himnos 72, 81, 90, 121, 129, 181, 182 y 190).

[33] En sánscrito, Amrita (‘sin muerte’) es el nombre que recibe el néctar de la inmortalidad. Amrita está relacionada con la palabra «atlántica», que tiene los significados de «la que trasciende a través de lo inexplicable» o «aquella que tiene o sabe de la energía femenina».

[34] Para la geología, se trata de un periodo equivalente a mil millones de años.

[35] Ver https://universohindu.com

[36] Siddharta Gautama, más conocido como Buda Gautama, o simplemente el Buda, fue un monje, mendicante, filósofo y sabio, sobre cuyas enseñanzas se fundó el budismo. Nació en la desaparecida República Sakia, en las estribaciones del Himalaya. Enseñó principalmente en el noroeste de la India. Para evitar ciertas interpretaciones erróneas muy comunes, debe enfatizarse que Buda Gautama no es un dios ni el único, ni primer buda. En la cosmología budista, se hace esta distinción al afirmar que únicamente los humanos (pero no se limita a esta humanidad en particular) pueden lograr el estado de buda, pues en estos reside el mayor potencial para la iluminación.

[37] Detectada por primera vez en 1965 por los físicos estadounidenses Arno Penzias y Robert Woodrow Wilson en los laboratorios Bell de Crawford Hill, cerca de Holmdel Township (Nueva Jersey). Este descubrimiento los hizo merecedores del premio Nobel de Física en 1978.

[38] Consiste en comparar un término real con otro imaginario que se le asemeje en alguna cualidad. Ejemplos: Salmo 1,3; 1 de Pedro 2,25.

[39] Consiste en identificar un término real con otro imaginario cuando existe entre ambos una relación de semejanza. Ejemplos: Isaías 40,6; 1 de Pedro 1,24; Salmo 23,1; Mateo 5,13; Mateo 26,26.

[40] Consiste en una sucesión de metáforas que juntas evocan una idea compleja. Ejemplos: Gálatas 4; Salmo 80; Isaías 5; Mateo 12,43-45.

[41] Consiste en unir dos ideas opuestas que resultan contradictorias, pero que pueden encerrar una verdad oculta. Ejemplos: Mateo 16,25; 1 Timoteo 5,6.

[42] Consiste en dar a entender lo contrario de lo que se dice. Ejemplos: Job 12,2; 1 Reyes 18,27; Lucas 13,33.

[43] Consiste en atribuir cualidades o acciones propias de seres humanos a animales, objetos o ideas abstractas. Ejemplos: Mateo 6,24; Jueces 5,20.

[44] Consiste en atribuir la forma o cualidades humanas a Dios. Ejemplos: Éxodo 33,11; Job 34,21; Santiago 5,4; Isaías 30,27.

[45] Consiste en atribuir sentimientos humanos a Dios. Ejemplos: Génesis 6,6; Éxodo 20,5.

[46] Consiste en aumentar o disminuir de manera exagerada un aspecto o característica de una cosa. Ejemplos: Éxodo 8,17; Deuteronomio 1,28; Jueces 20,16.

[47] Consiste en designar la parte por el todo o viceversa. Ejemplos: Mateo 6,11; Proverbios 22,9.

[48] Consiste en sustituir una palabra o expresión desagradable por otra de connotaciones menos negativas. Ejemplos: Juan 3,16; Apocalipsis 22,18.

[49] Claudio Ptolomeo (Ptolemaida Hermia, 100 d. C.-Canopo, 170 d. C.; fechas estimadas) fue un astrónomo, astrólogo, químico, geógrafo y matemático griego.

[50] Vivió entre los años 1040 y 966 a. C.

[51] Joseph von Fraunhofer (Straubing, 6 de marzo de 1787-Múnich, 7 de junio de 1826) fue un astrónomo, óptico y físico alemán. Fue uno de los fundadores de la espectrometría como disciplina científica.

[52] La historia se encuentra en Leyendas de los indios de Norteamérica, de Francisco Caudet Yarza.

[53] Este es un personaje ficticio del que me sirvo para explicar mi punto.

[54] La idea del fraude es sostenida por Pepe Rodríguez, autor del libro Mentiras fundamentales de la Iglesia Católica. Omitiendo todas las pruebas, Rodríguez data erróneamente los manuscritos. Afirma que ellos fueron escritos cientos de años después de cuando fueron escritos en realidad. La evidencia aquí presentada, y muchísima otra, desmienten esta idea.

[55] Ver www.intervarsity.org

[56] Puede consultarse el libro Science Speaks, an Evaluation of Certain Christian Evidences de Peter W. Stoner (magíster en Ciencias y director del departamento de Matemáticas y Astronomía de Pasadena City College hasta 1953).

[57] Quiero simplemente notar que sería el primer hijo, sin entrar en el tema del dogma de la virginidad perpetua de María.

[58] Ver http://belenesdelmundo.com/wordpress/

[59] Ver https://magnet.xataka.com/un-mundo-fascinante/asi-ha-crecido-la-poblacion-humana-desde-el-ano-1-d-c-hasta-la-actualidad

[60] El cálculo se encuentra en su libro Science Speaks, an Evaluation of Certain Christian Evidences.

[61] La misión de Daniel comenzó en el 606 a. C., y la visión ocurrió en el año 70 de su ministerio.

[62] Heródoto de Halicarnaso fue un historiador y geógrafo griego que vivió entre el 484 y el 425 a. C. Es tradicionalmente considerado como el padre de la Historia en el mundo occidental. Fue la primera persona que compuso un relato razonado y estructurado de las acciones humanas.

[63] Volumen vii, 60, 1.

[64] Aristóteles (Estagira, 384 a. C.-Calcis, 322 a. C.) fue un filósofo, polímata y científico nacido en la ciudad de Estagira, al norte de Antigua Grecia. Es considerado, junto a Platón, el padre de la filosofía occidental. Sus ideas han ejercido una enorme influencia sobre la historia intelectual de Occidente por más de dos milenios.

[65] También conocida como Seleucia del Tigris. Fue una de las ciudades más grandes del mundo durante el período helenístico y romano. Se encontraba en Mesopotamia, en la orilla oeste del río Tigris, frente a la ciudad de Ctesifonte (en la actual gobernación de Babilonia, Irak).

[66] La falange fue una organización táctica para la guerra creada en la Antigua Grecia y luego imitada por varias civilizaciones mediterráneas. Por extensión, los autores antiguos suelen llamar «falange» a cualquier ejército que combate formando una única fila de combatientes muy próximos entre sí, al estilo de la falange clásica (compuesta por entre ocho y dieciséis guerreros).

[67] Palestina había permanecido bajo el control de los ptolomeos desde los tiempos de Alejandro Magno, época en la que empezaron a alejarse de todas sus tradiciones y observancia hacia la ley, tal y como lo narran los libros bíblicos de los Macabeos.

[68] Ver 1 Reyes 17,17-24; Éxodo 14,21-31; Números 20,7-11; Números 22,21-35; Josué 10,12-14; 1 Samuel 12,18; 2 Reyes 4,2-7; Daniel 6,16-23; Jonás 2,1-10, entre otros.

[69] El profeta Isaías fue asesinado por el rey Manasés. Los profetas Ezequiel y Jeremías fueron mártires según la tradición judía.

 

Privacy Settings
We use cookies to enhance your experience while using our website. If you are using our Services via a browser you can restrict, block or remove cookies through your web browser settings. We also use content and scripts from third parties that may use tracking technologies. You can selectively provide your consent below to allow such third party embeds. For complete information about the cookies we use, data we collect and how we process them, please check our Privacy Policy
Youtube
Consent to display content from Youtube
Vimeo
Consent to display content from Vimeo
Google Maps
Consent to display content from Google
Spotify
Consent to display content from Spotify
Sound Cloud
Consent to display content from Sound
Cart Overview