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¿Por qué los sacerdotes no se pueden casar?

Por qué los sacerdotes no se casan? Es la pregunta que muchos católicos y no católicos se hacen, más con el propósito de una crítica que con real deseo de conocer una respuesta seria.

La frecuencia con que formulan esta pregunta, depende de si recientemente ha habido algún tipo de escándalo sexual en el que esté involucrado un sacerdote católico.

Les he preguntado a algunas personas mayores si recuerdan en su juventud que la gente hiciera esta consulta; muchos me han contestado que sí. Esto me hace pensar que esta inquietud no es nueva, que ha debido de estar en las mentes de los laicos por muchos años o siglos, y digo en la mente de los laicos y no de los sacerdotes, ya que ellos no hacen este cuestionamiento. Ellos han tenido años para meditarla y madurarla durante su permanencia en el seminario y han escogido y aceptado libremente ser sacerdotes con todas las condiciones que la Iglesia requiere para esa vocación. El celibato es una de ellas, pero no la única.

El celibato según el diccionario de la Real Academia Española es sinónimo de soltería, sin embargo el término es más asociado a una opción de vida que al hecho de no estar casado.

En las personas del mundo occidental, esta palabra ha estado vinculada a la Iglesia católica romana y en las personas del mundo oriental, lo ha estado mucho más a través del Hinduismo y del Budismo entre otras religiones.

La Iglesia ha tenido desde sus orígenes en una muy alta estima el celibato eclesial, no como un desprecio hacia el matrimonio, sino como exaltación a ese profundo deseo de imitar a Jesús que fue célibe. Decía en una ocasión Monseñor Héctor Aguer, Arzobispo de La Plata: “El celibato sacerdotal es una verdadera perla preciosa que la Iglesia custodia desde hace siglos“. Un sacerdote que vive su vocación es un tesoro de Dios para el mundo. Por ello, Gandhi decía: “El nervio de la Iglesia católica, aquello que le da vigor y cubre todas sus manchas, es el celibato de sus sacerdotes.“. Ambas vocaciones: celibato y matrimonio, fueron temas tratados por Jesús y registrados en los evangelios.

Empecemos por aclarar que la pregunta como la hace el común de la gente, está mal formulada. ¿Por qué los sacerdotes no se casan? ¿Por qué Roberto no se casa? ¿Por qué Carlos y Helena no se casan?, la respuesta en los tres casos es la misma: porque no quieren. La pregunta correcta sería ¿Por qué la Iglesia del rito latino no ordena como sacerdotes a hombres casados?

Si el sacerdote Luis se enamora de Carmen que es tan buena mujer y es muy cristiana ¿se pueden casar?

La respuesta es sí, solo que hay un largo camino para lograrlo. Luis tiene primero que solicitar la reducción al estado laical[1] con la dispensa de las obligaciones sacerdotales a la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, como lo establece el Código de Derecho Canónico y si el papa la concede, se pueden casar[2]. Igual que el laico Jaime, que habiendo estado casado por lo civil con Luz y quiere casarse con Adriana, debe solicitar la separación de Luz a una corte civil y si esta la concede pueden contraer nupcias nuevamente.

¿Si el papa concede la dispensa a un sacerdote, le puede seguir sirviendo a la Iglesia como sacerdote?

No como sacerdote. De muchas otras formas, pero no como sacerdote. Igual que Juan que es colombiano de nacimiento le puede servir de muchas formas a los Estados Unidos, pero no como presidente del país, ya que ese es un servicio solo posible para los nacidos en territorio estadounidense.

Si Enrique que después de muchos años de noviazgo con Constanza se quiere casar, ha sentido un fortísimo llamado del Señor para servirle, ¿le puede servir al Señor como hombre casado?

Si lo puede hacer; ordenándose como diácono dentro de la Iglesia católica romana u ordenándose como sacerdote dentro de la Iglesia católica ortodoxa en uno de los varios ritos que ordenan hombres casados como presbíteros. En esta segunda opción nunca podría llegar a ser obispo ya que este cargo es reservado para los sacerdotes célibes.

Hace unos años en la ciudad de Miami, un popular sacerdote católico fue fotografiado besándose con una mujer en la playa. Cuando estalló el escándalo, muchas personas católicas y no católicas, se congregaron al frente de varias Iglesias para demandar la abolición del celibato. Se apropiaron de esta causa que consideraban injusta y antinatural. Según ellos, estaban velando por el bienestar de sus sacerdotes.

Me gustaría algún día ver la misma preocupación de esas personas para pedir por ejemplo que el gobierno estadounidense les quite el régimen tributario más oneroso que les imponen a los sacerdotes, o para pedir por una mejor retribución económica para ellos.

Tampoco se escucha mucho de personas que demanden por la abolición del celibato para las monjas, como si las razones que invocan para los hombres no fueran extensivas también para las mujeres.

¿Deberían las mujeres protestar porque la Federación Internacional de Futbol Asociado (FIFA) no permite equipos mixtos en sus mundiales de futbol? ¿Deberíamos protestar porque en las bibliotecas públicas de los Estados Unidos, no permiten el ingreso de las personas en vestido de baño?

Todas las instituciones tienen sus normas y sus miembros las aceptan voluntariamente. Si no les parece o no están de acuerdo, pues no se vinculan a esa institución y buscan otra que si se acomode a sus gustos y preferencias.

Pero, Pedro era casado

Pero si Pedro, que fue el primer papa que hubo en la tierra, escogido por Jesús era casado, ¿por qué no pueden serlo los sacerdotes de hoy en día?

“Jesús fue a casa de Pedro, donde encontró a la suegra de éste en cama y con fiebre. Jesús tocó entonces la mano de ella, y la fiebre se le quitó, así que ella se levantó y comenzó a atenderlo.” Mateo 8:14-15

La Biblia nos permite asegurar que ciertamente Pedro era casado, y aunque es el único de los apóstoles al que se le comprueba su estado civil, es válido pensar que él no era el único.

Sin embargo en su deseo de imitar a Jesús, dejaron a sus esposas, a sus hijos y a sus familias para entregarse de lleno a su misión evangelizadora.

“Y Pedro dijo: He aquí, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. Entonces Él les dijo: En verdad os digo: no hay nadie que haya dejado casa, o mujer, o hermanos, o padres o hijos por la causa del reino de Dios, que no reciba muchas veces más en este tiempo, y en el siglo venidero, la vida eterna.” Lucas 18:28-30

Jesucristo respaldó y exhortó esta disciplina que tomó muchos años entenderla, madurarla y adoptarla en plenitud:

“Hay diferentes razones que impiden a los hombres casarse: unos ya nacen incapacitados para el matrimonio, a otros los incapacitan los hombres, y otros viven como incapacitados por causa del reino de los cielos. El que pueda entender esto, que lo entienda.” Mateo 19:12

Toda la prédica de Jesús giró en torno a lo que hay que hacer y dejar de hacer por causa del reino de los cielos, y aquí nos esta mencionando esta otra. Esta disciplina no está dirigida a todos los hombres sino sólo a aquellos que la puedan entender, es decir los que tengan esta vocación.

Si existe un grupo que sí lo puede entender, también hay un grupo que no lo puede hacer, que son los que demandan la abolición de esta práctica. Ser sacerdote exige una serie de renuncias, sacrificios y entregas que no todos pueden comprender.

Les he preguntado a varios sacerdotes cuál de los votos de obediencia, castidad y pobreza les ha resultado más difícil de cumplir y todos me han contestado lo mismo: el de la obediencia. Esto no todos lo entienden. Dice el padre Jordi Rivero, sacerdote católico de la Arquidiócesis de Miami, “Soy célibe, no por una imposición arbitraria sino por una llamada de Dios a la cual asiento con todo mi corazón y con profundo agradecimiento y alegría.

San Pablo, que nunca se casó, se extiende un poco más en este tema al explicar la razón detrás de esta vocación:

“Yo quisiera librarlos a ustedes de preocupaciones. El que está soltero se preocupa por las cosas del Señor, y por agradarle; pero el que está casado se preocupa por las cosas del mundo y por agradar a su esposa, y así está dividido. Igualmente, la mujer que ya no tiene esposo y la joven soltera se preocupan por las cosas del Señor, por ser santas tanto en el cuerpo como en el espíritu; pero la casada se preocupa por las cosas del mundo y por agradar a su esposo. Les digo esto, no para ponerles restricciones, sino en bien de ustedes y para que vivan de una manera digna, sirviendo al Señor sin distracciones.” 1 Corintios 7:32-35

En el libro del Apocalipsis (14:1-5) se hace mención de un grupo de ciento cuarenta y cuatro mil[3] personas[4] que tenían escrito el nombre del Cordero en sus frentes, y que habían permanecido célibes. En ese mismo capítulo se cuenta del premio que ellos recibieron.

Ya desde la antigüedad varios historiadores cristianos y algunos padres de la Iglesia, nos cuentan como el celibato fue ganando popularidad dentro de las comunidades cristianas, extendiéndose entre las Iglesias Orientales y Occidentales.

El padre de la Iglesia Quinto Septimio Florente Tertuliano, más conocido como Tertuliano, escribe una carta en el año 208 que tituló De exhortatione castitatis[5] en la que hace una exposición de argumentos en favor de esta práctica y como había sido adoptada por muchas de las Iglesias.

 

 

Historia del celibato eclesial

El celibato sacerdotal nunca ha sido parte de los dogmas[6] de la Iglesia, sino una disciplina eclesiástica que ha tenido modificaciones a lo largo de la historia y que teóricamente podría seguir teniéndolos. De darse estos cambios, ello no constituiría una variación en las posturas dogmáticas de nuestra Iglesia. En su Teología del Cuerpo de 1983, el papa Juan Pablo II afirmaba:

“El don recibido por las personas que viven en el matrimonio es diferente del que reciben las personas que viven en virginidad y han elegido la continencia por el bien del reino de Dios. De todos modos, es un verdadero regalo de Dios, un regalo del propio, destinado a personas concretas. Es específico, es decir, adecuada a su vocación en la vida. Por lo tanto, se puede decir que el Apóstol subraya también la acción de la gracia en cada persona —en el que vive en el matrimonio no menos que en el que voluntariamente elige la continencia—.”

Tomó poco más de un siglo perfeccionar el celibato sacerdotal al nivel que lo conocemos hoy, pero desde el origen mismo de la Iglesia, ésta fue una disciplina muy valorada que conjugaba bien con la labor sacerdotal.

Haciendo un resumen se puede ver la evolución del celibato en tres grandes períodos:

Desde el principio hasta el siglo IV: Para Moisés la abstinencia fue un requisito para poder participar en la rendición de culto que el pueblo de Israel le iba a ofrecer a Dios pocos meses después de haber salido de Egipto: “Moisés bajó del monte a preparar al pueblo para que rindiera culto a Dios. La gente se lavó la ropa y Moisés les dijo: —Prepárense para pasado mañana, y mientras tanto no tengan relaciones sexuales.” Éxodo 19:14-15.

El profeta Jeremías fue célibe por mandato de Dios “El Señor se dirigió a mí, y me dijo: «No te cases ni tengas hijos en este país.” Jeremías 16:1-2.

Los sacerdotes del pueblo de Israel tenían por costumbre el abstenerse de tener relaciones sexuales con sus esposas cuando les correspondía hacer el servicio en el santuario.

San Pablo, el gran arquitecto de nuestra Iglesia fue una persona célibe que recomendaba, más no imponía, que aquellos que se entregaran al servicio del Señor, imitaran su ejemplo:

“Personalmente, quisiera que todos fueran como yo; pero Dios ha dado a cada uno diferentes dones, a unos de una clase y a otros de otra. A los solteros y a las viudas les digo que es preferible quedarse sin casar, como yo.” 1 Corintios 7:7-8

El judío de la época tenía muy arraigado el mandato: “Creced y multiplicaos y poblad la tierra”. Así que no abundaban en número la cantidad de personas célibes, por lo que los apóstoles limitaron sus criterios de selección para el sacerdocio a una conducta irreprochable[7]. Si eran casados: hombres de una sola mujer, a la que amarían como Cristo nos amó. Si eran solteros: que honraran su estado.

El celibato fue muy valorado y admirado durante estos primeros siglos. Muchos de los obispos, diáconos y otros servidores, fueron célibes y propagaron su ejemplo dentro de sus comunidades.

Tertuliano en su carta De exhortatione castitatis y Orígenes en su escrito In Leviticum dan testimonio de este hecho.

Del siglo IV al XII: La más antigua prueba documentaria que se tiene de la posición de la Iglesia con respecto al celibato, data del año 305. En ese año el concilio de Elvira decretó en su canon 33:

“Se ha decidido por completo la siguiente prohibición a los obispos, presbíteros y diáconos o a todos los clérigos puestos en ministerio: que se abstengan de sus mujeres y no engendren hijos; y quien quiera lo hiciere, sea apartado del honor de la clerecía”

Es importante recordar que cuando la Iglesia emite un pronunciamiento en un concilio es porque durante muchos años, incluso cientos, hay unanimidad entre sus miembros sobre la materia. La legislación solo cumple el requisito de formalizar lo que ya viene siendo norma y costumbre en las iglesias de tiempo atrás[8].

Hacia finales del siglo IV, tiempos del papa Dámaso I (366-384) o del papa Siricio (384-399), Inocencio I y León I, ordenaron el celibato al clero. Otros concilios locales en África, Francia e Italia publicaron decretos haciendo obligatoria esta práctica.

Concilios del siglo VI y VII reglamentaron explícitamente que los obispos deben dejar a sus esposas una vez ordenados, mientras que para los sacerdotes y diáconos parecería no exigirse la separación.

En el siglo VIII el papa Zacarías no quería aplicar a todas las iglesias locales las costumbres de otras Iglesias orientales, de modo que cada una podía legislar como le pareciera más conveniente.

Lo que nunca se aceptó fue que un ordenado pudiese casarse.

En el primer concilio de Letrán del año 1123, bajo el papa Calixto II, se decretó de forma implícita la ley del celibato. En el segundo concilio de esta ciudad, bajo el papa Alejandro II, se hace de forma explícita al redactarse los cánones 6 y 7.

Mientras el primer concilio sólo habla de la disolución matrimonial de los clérigos mayores, el segundo decretó la invalidez en estos términos: “los matrimonios de subdiáconos, diáconos y sacerdotes después de la ordenación son inválidos: y los candidatos al sacerdocio que ya están casados, no pueden ser ordenados”. Esta decisión fue confirmada por los papas Alejandro III en el año 1180 y Celestino II en 1198.

Del siglo XII hasta nuestros días: Con estas disposiciones formando parte del canon de la Iglesia, el celibato comienza a extenderse y aplicarse en el occidente conocido. La Iglesia oriental, ya en este momento apartada de Roma, continúa con su tradición de ordenar a hombres casados, pero nombrando obispos solo a los célibes.

Esto no implica que la Iglesia vea el sexo como algo malo o “sucio”. La Iglesia santifica el celibato precisamente por el gran valor de lo que se está sacrificando. Nadie intentaría poner basura sobre el altar para ser santificado. El sacerdote ofrece al Señor algo que es bueno para recibir algo que es mejor.

Varios papas redactaron encíclicas tratando el tema, profundizando en su conveniencia y aumentando el convencimiento para justificar esta disciplina.

Encíclica Sacerdotalis Caelibatus

Una encíclica es el documento más importante que escribe un papa, dirigido a los obispos, sacerdotes y a toda su feligresía donde trata un tema específico de la Iglesia o sobre su doctrina. Podemos asimilar una encíclica con las cartas que escribía san Pablo a los romanos, a los tesalonicenses, a los gálatas, a los efesios, etc.

Se han escrito muchas encíclicas que abordan el tema del celibato. Entre las más recientes se encuentran:

  • “Ad Catholici Sacerdotii” sobre el Sacerdocio Católico, papa Pio XI, 1935.
  • “Sacra Virginitas” sobre la Sagrada Virginidad, papa Pio XII, 1954.
  • “Sacerdotalis Caelibatus” sobre el Celibato Sacerdotal, papa Pablo VI, 1967.

En esta última, fruto del Concilio Vaticano II, el papa aborda el tema del celibato sacerdotal analizando todos y cada uno de los aspectos que pudieran considerarse a favor y en contra. En su considerando se puede leer:

“Pero en el clima de los nuevos fermentos, se ha manifestado también la tendencia, más aún, la expresa voluntad de solicitar de la Iglesia que reexamine esta institución suya característica, cuya observancia, según algunos, llegaría a ser ahora problemática y casi imposible en nuestro tiempo y en nuestro mundo.”

“¿Debe todavía hoy subsistir la severa y sublimadora obligación para los que pretenden acercarse a las sagradas órdenes mayores? ¿Es hoy posible, es hoy conveniente la observancia de semejante obligación? ¿No será ya llegado el momento para abolir el vínculo que en la Iglesia une el sacerdocio con el celibato? ¿No podría ser facultativa esta difícil observancia? ¿No saldría favorecido el ministerio sacerdotal, facilitada la aproximación ecuménica? ¿Y si la áurea ley del sagrado celibato debe todavía subsistir con qué razones ha de probarse hoy que es santa conveniente? ¿Y con qué medios puede observarse y cómo convertirse de carga en ayuda para la vida sacerdotal?”

Ciertamente la Iglesia no es sorda ni desentendida como muchos pueden llegar a pensar. Todo lo contrario. En esta encíclica la Iglesia recopiló todas esas razones que el común de las personas invoca como razones para su abolición y nos permite apreciar una Iglesia que escucha la voz de sus feligreses. Entre otras muchas consideraciones, tuvo en cuenta:

  • No existe una orden expresa por parte de Jesús a esta disciplina cuando seleccionó a sus discípulos.
  • Si resulta justo apartar del sacerdocio a aquellos que cuentan con esta vocación, pero que también tienen una fuerte disposición a la conformación de una familia propia.
  • Esta disciplina influye en la cada vez mayor escasez de hombres que quieran sumarse a las filas sacerdotales.
  • Esta disciplina puede ser la causa de las infidelidades de los sacerdotes, causando heridas y escándalos al cuerpo de la Iglesia.
  • Puede llegar a ser un grandísimo testimonio para nuestras comunidades, un sacerdote que además lleve una vida de esposo.
  • Es posible que esta práctica violente la naturaleza humana en lo físico y en lo psicológico.
  • En el cumplimiento de esta disciplina, el sacerdote acumula en el tiempo una soledad fuente de amargura y desaliento.

Después de estos considerandos, veamos algunas de las razones más relevantes que la llevaron en su momento a ratificar esta disposición, que ayer y hoy, un innumerable grupo de ministros sagrados —subdiáconos, diáconos, presbíteros y obispos— viven con valiente austeridad, con gozosa espiritualidad y con ejemplar integridad.

  • Jesucristo constituido como sacerdote eterno, en plena armonía con su misión, permaneció toda la vida en el estado de virginidad, en total dedicación al servicio de Dios y de los hombres. En nuestro tiempo actual el sacerdote es Cristo presente, de ahí la suma conveniencia que en todo reproduzca su imagen y en particular que siga su ejemplo en su vida íntima lo mismo que en su ministerio.
  • Jesucristo prometió una recompensa superabundante a todo el que hubiera abandonado casa, familia, mujer e hijos por el reino de Dios (Lucas 18:29-30).
  • La sagrada virginidad es un don especial que el Espíritu otorgará a los que participan del sacerdocio de Cristo.
  • Precisamente por vivir en un mundo en crisis de valores, se hace más necesario el testimonio de vidas consagradas a los más altos valores del alma, a fin de que a este tiempo nuestro, no le falte el ejemplo de estos grandes regalos a Dios.
  • Nuestro Señor Jesucristo no vaciló en confiar a un puñado de hombres que cualquiera hubiera juzgado insuficientes por número y calidad, la misión formidable de la evangelización del mundo. A este «pequeño rebaño» le advirtió que no se desalentase (Lucas 12:32), porque con Él y por Él, gracias a su constante asistencia (Mateo 28:20), conseguirían la victoria sobre el mundo (Juan 16: 33). La mies del reino de los cielos es mucha y los obreros, hoy lo mismo que ayer, son pocos y no han llegado jamás a un número tal, que el juicio humano lo haya podido considerar suficiente.
  • No se puede confirmar fácilmente la idea de que con la abolición del celibato eclesiástico crecerían, por el mero hecho y de modo considerable, las vocaciones sagradas. La experiencia contemporánea de la Iglesia y de las comunidades eclesiales que permiten el matrimonio a sus ministros, parece testificar lo contrario.
  • No es justo repetir que el celibato es contra la naturaleza por contrariar a exigencias físicas, psicológicas y afectivas legítimas. El hombre no es solamente carne, ni el instinto sexual le es todo. El hombre es también y sobre todo inteligencia, voluntad y libertad. Gracias a estas facultades le hacen dominador de los propios apetitos físicos, psicológicos y afectivos.
  • El deseo natural y legítimo del hombre de amar a una mujer y de formar una familia son ciertamente superados en el celibato; pero no se prueba que el matrimonio y la familia sean la única vía para el crecimiento integral de la persona. En el corazón del sacerdote no se ha apagado el amor. La caridad, ejercida a imitación de Dios y de Cristo, no menos que cualquier auténtico amor, es exigente y concreta (1 Juan 3:16-18).
  • La carrera del joven aspirante al sacerdocio ha sido guiada con total franqueza y sin ningún tipo de ocultamiento de los compromisos y responsabilidades que se adquieren, dejándole pasar largos períodos de tiempo entre cada una de las etapas, con el fin de ir poniendo a prueba su madurez antes de la ordenación.
  • La castidad sacerdotal se incrementa, protege y defiende también con una forma de vida, con un ambiente y con una actividad propia de un ministro de Dios.

Sacerdotes católicos casados

A finales de 1970 un grupo de clérigos de la iglesia Anglicana de los Estados Unidos, pidieron ser admitidos como sacerdotes católicos al papa Pablo VI. Ellos estaban casados y con hijos.

En 1980, el papa Juan Pablo II estableció un procedimiento por medio del cual los clérigos episcopalianos casados y con familia, podían ser ordenados como sacerdotes católicos.

Desde 1983 y hasta el 2013, unos 75 antiguos clérigos episcopalianos casados se han ordenado como sacerdotes católicos en EEUU.

Según un artículo de Dwight Longenecker en CrisisMagazine.com, en el Reino Unido desde 1990 son unos 600 los clérigos anglicanos que han sido ordenados como presbíteros católicos, de los cuales 150 eran casados. Estos sacerdotes se encuentran al frente de sus también convertidas parroquias, o como capellanes en las fuerzas militares o en labores administrativas.

Sin embargo, no es frecuente verlos como párrocos de alguna Iglesia de total tradición católica.

 

 


[1] Ver las Normas para Proceder a la Reducción al Estado Laical en las Curias Diocesanas y Religiosas de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, del 13 de enero de 1971.

[2] En 1985 se estimaba en 5,800 los casos en espera de ser aprobados, según revelaciones del encuentro de sacerdotes casados, llevado a cabo en la ciudad de Ariccia Italia.

[3] 144,000 = 12 Patriarcas de Israel (A.T.) x 12 Apóstoles (N.T.) x 1000 (Inmensidad o totalidad).

[4] Los servidores del Señor.

[5] Una Exhortación a la Castidad.

[6] Proposiciones emanadas por la cúpula de la Iglesia que se dan por ciertas.

[7] Ver 1 Timoteo 3:1-13. Tito 1:6-9.

[8] En el capítulo XXV se explica en mayor profundidad esta práctica de la Iglesia.

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