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¿Qué significa el nombre de nuestra iglesia?

Generaciones y generaciones de personas a lo largo del tiempo han repetido el nombre de nuestra Iglesia, sin prestarle mayor atención a las palabras: Católica, Apostólica y Romana.

Pocos se han detenido a profundizar en el significado que estas tres palabras conllevan y que encierran en sí mismas los pilares de nuestra religión.

Pero antes de entrar a conocer sobre su nombre de pila, detengámonos un momento en el origen de la Iglesia y de su misión.

La palabra Iglesia significa “convocación” y hace una invitacion a aquellos a quienes la palabra de Dios llama a formar su pueblo, que somos todos. Con respecto a su origen, el Concilio Vaticano II en su documento Lumen Gentium declara en su artículo segundo:

“El Padre Eterno creó el mundo universo por un libérrimo y misterioso designio de su sabiduría y de su bondad, decretó elevar a los hombres a la participación de la vida divina y, caídos por el pecado de Adán, no los abandonó, dispensándoles siempre su auxilio, […] Determinó convocar a los creyentes en Cristo en la Santa Iglesia…”

Dicho de otra manera: desde la creación del hombre, quiso Dios que compartiéramos eternamente de su vida divina, pero el pecado de Adán quebrantó esa posibilidad y para remediar esa situación, fundó la Santa Iglesia.

La Iglesia se preestableció en la Antigua Alianza con la elección del pueblo de Israel que representaría a toda la humanidad, luego Jesucristo la estableció y consumó con su muerte redentora, convirtiéndose en misterio de salvación mediante la efusión del Espíritu Santo en pentecostés.

Respecto a la misión de la Iglesia, el ateniense San Clemente de Alejandría[1] en su obra Protrepticus la sintetiza de la siguiente manera:

“Así como la voluntad de Dios es un acto y se llama mundo, así su intención es la salvación de los hombres y se llama Iglesia”.

Entonces podemos decir que la Iglesia es para los pecadores que buscan la salvación. Si pudiéramos ubicar en un solo sitio a todos los enfermos, heridos y moribundos del mundo ¿en dónde los pondríamos?, el lugar correcto sería en el hospital, si pudiéramos ubicar en un solo sitio a todos los que tienen unos kilos de más, a los que están fuera de forma, a los que se ahogan subiendo las escaleras ¿en dónde los ubicaríamos?, el lugar correcto sería en el gimnasio, y ¿dónde colocaríamos a todos los farsantes, calumniadores, infieles y mentirosos?, el lugar correcto sería en la Iglesia; que no es un museo de santos, sino un hospital de pecadores.

Católica

La palabra Católica según el diccionario de la Real Academia Española procede de la palabra latina catholicus, y ésta a su vez proviene del griego kaqolikoj que significa: universal. Todos los hombres están bienvenidos a la Iglesia fundada por Cristo y su universalidad nace del mandato de Jesús a sus apóstoles de “Vayan y prediquen el evangelio a toda criatura” (Marcos 16:15).

El pueblo judío tenía la idea errónea que Dios los había escogido para que solo ellos tuvieran la oportunidad de ir al cielo, con este mandato, Jesús aclara que la salvación es posible para todos los hombres y que todos necesitan conocer su evangelio, así la Iglesia es católica porque anuncia todo el evangelio que ha traído Cristo a todos los hombres para nuestra salvación.

El adjetivo católica referente a la Iglesia aparece en la literatura Cristiana con San Ignacio de Antioquía (discípulo del apóstol Juan), por el año 110 d.C. En su epístola Ad Smyrnaeos 8:2 dice:

“Donde esté el Obispo, está la muchedumbre, así como donde está Jesucristo está la Iglesia católica”.

Cuando el emperador romano Constantino I trasladó la capital de su imperio a Bizancio en el 324, fundando Constantinopla, convocó el primer Concilio Ecuménico en Nicea, donde se organizó la Iglesia en patriarcados y diócesis, quedando en el mismo rango de autoridad las sedes de Roma, Alejandría, Antioquía y Jerusalén; esta decisión fue revisada y modificada varias veces en los siguientes concilios que se llevaron a cabo en un período de cien años, donde finalmente se reconoció la superioridad del obispo de Roma sobre el resto de los patriarcados y adquirió el título de Pontifex Maximus.

A pesar de ciertas diferencias doctrinales entre la sede occidental y las orientales, y del fortalecimiento de la primera y del debilitamiento de las segundas ante el avance musulmán, la Iglesia conservó su unidad y nombre hasta el año 1054 cuando ocurre el Gran Cisma[2]. Fruto de esta división, la Iglesia romana adoptó el nombre de Católica mientras que la oriental el de Ortodoxa[3].

Apostólica

La palabra Apostólica aporta el carácter de una Iglesia fundamentada en los apóstoles que compartieron sus vidas con Jesús y que fueron testigos de su resurrección; la palabra proviene del griego “apostoloi” que significa enviado.

“Subió Jesús a una montaña y llamó a los que quiso, los cuales se reunieron con él. Designó a doce, a quienes nombró apóstoles, para que lo acompañaran y para enviarlos a predicar y ejercer autoridad para expulsar demonios.” Marcos 3:13-15.

Gracias a una sucesión ininterrumpida desde los apóstoles hasta nuestros actuales obispos, esa prédica y las costumbres que se desarrollaron a partir de esas enseñanzas, han llegado hasta nuestros días. Si yo le pregunto al sacerdote de mi parroquia por el nombre del obispo que lo ordenó, me dirá que fue el obispo Carlos; si voy a donde el obispo Carlos y hago la misma pregunta, me dirá que fue el obispo Alberto; ya sea de manera directa o por medio de los registros escritos que se conservan de estas ordenaciones, si continúo mi búsqueda, llegaré hasta la persona del apóstol Pedro en quien se fundó nuestra Iglesia:

“Yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y las puertas del reino de la muerte no prevalecerán contra ella. Te daré las llaves del reino de los cielos; todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo.” Mateo 16:18-19.

Para la mayoría de las personas de nuestra época, las palabras de Jesús dándole las llaves del reino a Pedro, no pasan de ser simbólicas con cierto tono poético, pero en la época en que estas se dijeron, su interpretación carecía de todo simbolismo; era costumbre de la época entregar las llaves de la casa a otra persona como forma de transferir la propiedad y la autoridad sobre ella.

“En aquel día llamaré a mi siervo Eliaquín hijo de Jilquías. Le pondré tu túnica, le colocaré tu cinto, y le daré tu autoridad. Será como un padre para los habitantes de Jerusalén y para la tribu de Judá. Sobre sus hombros pondré la llave de la casa de David; lo que él abra, nadie podrá cerrarlo; lo que él cierre, nadie podrá abrirlo.” Isaías 22:20-22

En este pasaje —que nos ayuda a entender las palabras que Jesús le dirigió a Pedro— el profeta Isaías nos cuenta que al mayordomo Sedna le serán quitadas las llaves de la casa física de David y para ser entregadas a Eliaquín quien, al contar con ellas, pasa a ejercer plena autoridad en el palacio.

La historia nos cuenta de muchos conquistadores que, al regresar de sus extenuantes jornadas guerreras, le hacen entrega a su respectivo rey de las llaves de los palacios conquistados.

Estas son, señor, las llaves de este paraíso. Ésta ciudad y reino te entregamos pues así lo quiere Alá”. Con estas palabras Boabdil, último rey árabe de España, rindió Granada a los reyes católicos en 1492, después de ocho siglos de dominio musulmán en la península.

El apóstol Pedro entendió muy bien lo que Jesús quería decir cuando le dijo: “Te daré las llaves del reino de los cielos”. Era un claro traspaso de autoridad y no como se ha llegado a pensar, que Pedro actúa de “portero” del cielo, decidiendo quien entra y quién no.

En el primer capítulo del libro de los Hechos de los Apóstoles, Pedro convoca a un grupo de discípulos de Jesús para realizar la sustitución de Judas Iscariote (Hechos 1:15-16); Matías fue electo y volvieron a ser doce apóstoles. Así como fue necesario reemplazar a Judas, cabe pensar que también la sucesión de Pedro como “roca” de la Iglesia era necesaria. En nuestra Iglesia se ha continuado esta sucesión (reemplazo) sin interrupciones hasta nuestros días.

“El que los escucha a ustedes, me escucha a mí; el que los rechaza a ustedes, me rechaza a mí; y el que me rechaza a mí, rechaza al que me envió.” Lucas 10:16.

Pedro y los demás apóstoles transmitieron las enseñanzas de Jesús a sus sucesores, quienes a su vez lo hicieron con los suyos y así hasta nuestros actuales obispos y ellos a nosotros, su feligresía.

Romana

La palabra Romana fue introducida después del cisma de oriente para distinguirla de la ortodoxa. Después de este evento quedaron dos claras ramificaciones: la Iglesia católica, apostólica, romana –la porción occidental o latina– conocida comúnmente como la católica y la Iglesia católica, apostólica y ortodoxa –la porción oriental– conocida comúnmente como la ortodoxa.

La Iglesia romana a diferencia de la ortodoxa, reconoce al papa (obispo de Roma) como el máximo jerarca de la Iglesia fundada por Cristo y le confiere el título de vicario del Señor en la tierra, tal y como fue declarado en 1438 por el Concilio Ecuménico de Florencia:

“La Santa Sede Apostólica y el Romano Pontífice mantienen un primado sobre todo el orbe, y que el mismo Romano Pontífice es sucesor del bienaventurado Pedro, príncipe de los apóstoles, y que es verdadero vicario de Cristo, cabeza de toda la Iglesia, y padre y maestro de todos los cristianos; y que a él, en el bienaventurado Pedro, le ha sido dada, por nuestro Señor Jesucristo, plena potestad para apacentar, regir y gobernar la Iglesia universal; tal como está contenido en las actas de los concilios ecuménicos y en los sagrados cánones”.

Esta palabra vicario que generalmente la gente la asocia con las jerarquías eclesiásticas, tiene un significado que aplica a cualquier organización. Según el diccionario de la Real Academia Española quiere decir: “Que tiene las veces, poder y facultades de otra persona o la sustituye”.

El papa al ser el vicario de Cristo, lo pone al mismo nivel de Jesucristo en su temporal ausencia terrena, y de manera práctica para nosotros los cristianos católicos, se traduce en un reconocimiento del papa como máxima autoridad en materia de interpretación de las Sagradas Escrituras, máximo maestro en su enseñanza y su aplicación al comportamiento humano actual.

 

 


[1] Padre de la Iglesia griega que nació en Atenas en 150 y murió en Palestina en el 217.

[2] Conocido también como el Cisma de Oriente. Conflicto ocurrido en 1054 donde se produjo la separación y excomunión entre el obispo de Roma (papa) y los jerarcas de las iglesias de oriente en especial del Patriarca ecuménico de Constantinopla. Cisma quiere decir división o separación en el seno de una iglesia o religión.

[3] Ver parágrafos 830 al 856 del Catecismo de Nuestra Iglesia Católica.

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